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El Reino de los Dragones

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Aus der Reihe: La Era de los Hechiceros #1
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CAPÍTULO DIECINUEVE

Para el hermano Odd, la hora de silencio era siempre la parte más dura de vivir en la isla de Leveros. Durante esa hora, los sonidos del gran monasterio desaparecían, y nadie tenía permitido hablar. Incluso aquellos que normalmente meditaban recitando los nombres ocultos de los dioses lo tenían que hacer en silencio, no se permitía que ningún sonido arruinara la tranquilidad allí.

Era un momento designado para dejar a los habitantes solos con sus pensamientos, libres de indagar en su interior para encontrar la conexión divina y buscar la paz. El hermano Odd la odiaba.

Hermano Odd; ese no había sido siempre su nombre. Sospechaba que había sido una broma del abad. Después de todo, él era un monje muy extraño. Ah, haberse rasurado la cabeza le había quitado la larga y desgreñada  melena de bucles oscuros, y él había extendido deliberadamente la ausencia de cabello a la barba que alguna vez había llevado en puntas y teñida para intimidar a sus enemigos; pero aún era más corpulento que la mayoría de ellos, aún tenía que encorvarse para no mostrar a su hermanos la complexión del caballero que había sido.

No, se dijo se dijo sentado en su celda, no pienses en eso. Limpia tu mente. No pienses en nada.

No pensar en nada debería ser fácil en un lugar como este. Su celda monástica estaba vacía excepto por un catre sencillo para dormir, con nada más que piedras grises vacías para llenar su mente. Era un gran contraste respecto a las habitaciones que había disfrutado una vez. Aún en una campaña, su tienda incluía un colchón de plumas, y siempre había una jarra de vino dorado a mano…

Basta, se ordenó el hermano Odd.

Estos recuerdos eran los tentadores, los que parecían inocuos hasta que empezaba a pensar en ellos. Pero si los aceptaba, sabía que vendrían otros. Consciente de que no podía seguir sentado en su celda, se levantó y caminó lentamente, sintiendo el escozor que le producía el áspero hábito mientras caminaba.

Hasta eso hizo en silencio, porque la hora era absoluta. Ni el abad hacía ruido durante ella. Aquellos que no cumplían con la regla eran castigados con trabajo extra en el scriptorium o incluso con la expulsión. Quizás, pensó el hermano Odd, sería mejor que lo castigaran de esa manera. Todos los dioses sabían que él lo merecía.

Sin embargo, no podía arriesgarse a marcharse. Aquí estaba protegido del hombre que había sido y de las cosas que había hecho. Afuera, en el mundo exterior, ¿quién sabe qué con qué maldad lo castigaría?

El hermano Odd caminó en zigzag por el monasterio en silencio y salió hacia los jardines en donde habitualmente estaría trabajando con el resto en una labor agotadora que resultaba fácil para un hombre con músculos trabajados durante años de contiendas. Pasó de ese jardín a otro de contemplación, en donde había piedras talladas con dioses, demonios y más, y el suelo era de mosaico, tan desgastado por las pisadas que tenía surcos.

Se sentó allí, entre las estatuas por uno o dos minutos, pero ya podía sentir que los recuerdos resurgían, la sangre y la muerte sentadas al borde de sus pensamientos, como si esperaran al menor error. El fragmento de un recuerdo se filtró: el cuerpo de un niño, quebrado por la caída de mampostería. El hermano Odd se estremeció ante esta imagen, pero lo peor era que no podía siquiera recordar cuándo había sido.

¿Ha habido tanta violencia que ni siquiera puedo ubicarla? se preguntó.

La respuesta a esto llegó mientras lo inundaban más recuerdos de su vida pasada, que derrumbaban las barreras que él había construido cuidadosamente en la isla. Vio a un enemigo blandir la espada, sintió el crujido del impacto mientras se movía a un lado y contraatacaba. Vio cómo brillaba el campo de torneos, que inmediatamente cedía el paso a las hogueras que utilizaban para deshacerse de los cuerpos en las postrimerías de una batalla. ¿Era Landshane, o Merivel? No era una de las escaramuzas, ni siquiera la última incursión por el  Reino del Sur, pero aún el hermano Odd no podía ubicarla.

Sintió que, con los recuerdos, aumentaba su disgusto y aversión . No por otras cosas, porque como monje había jurado amar a todas, sino por él. Por el hombre que había sido.  Para borrar esa aversión, se paró y empezó a mover el cuerpo con los estiramientos y movimientos que utilizaban los monjes para intentar meditar en movimiento, obligando a su cuerpo a retorcerse e incluso a girar de cabeza.

Sintió el momento en que algo cambió en sus movimientos. Un estiramiento se volvió una embestida a un adversario, un giro se volvió una patada que hubiera derribado completamente a un hombre. Se volteó como si tuviera una espada en la mano, haciendo los movimientos de las doce jugadas de la espada con las dos manos. Para cuando hubo terminado, el hermano Odd estaba transpirando, y se odiaba a sí mismo aún más.

Esto no puede seguir, se dijo a sí mismo. No puedo ser ese hombre.

Salió en busca del abad, encontrándolo en donde estaba siempre durante la hora de silencio: arrodillado sobre una rampa que sobresalía de los muros del monasterio, mirando la isla desde arriba en sus meditaciones. El hermano Odd se acercó, y como aún estaban en la hora de silencio, solo pudo quedarse parado allí mientras el abad seguía de rodillas. Se quedó allí esperando, consciente de que debía estar meditando también, pero todo lo que podía ver ahora en su imaginación era muerte.

No importaba que la causa hubiera sido noble, que él hubiera sido un caballero que había peleado en nombre del rey. El hermano Odd sabía más que nadie que eso no le había importado en ese momento, solo la violencia, la oportunidad de probar que él era el mejor y  el placer que le provocaba.

Finalmente, sonoramente, repicó la gran campana del monasterio, dando fin a la hora de silencio. El hermano Odd fue a dirigirse al abad, pero el anciano alzó la mano para detenerlo. Fue más de un minuto después que el abad Verle se levantó y se volvió hacia el hermano Odd, con el rostro curiosamente sin arrugas a pesar de su edad avanzada. Se decía que el anciano  había poseído el don de sanar heridas en su juventud y de tener visiones de los dioses.

–Has acudido a mí porque estás preocupado, hermano —dijo el abad.

–Sí, padre abad. He tenido…pensamientos y sueños que aún me preocupan durante la meditación y la plegaria.

Era una forma tan simple de explicar un horror tan enorme; horror que él había infligido al mundo. ¿Cuántos habían muerto por su culpa? ¿Que hubiesen hecho de sus vidas?

–¿Los mismos pensamientos? —Preguntó el abad— ¿Pensamientos acerca del hombre que fuiste una vez?

El hermano Odd asintió, bajando la cabeza de vergüenza.

–No puedo sacarlos de mi mente. Es como si el hombre que fui estuviese esperando debajo de mi superficie, esperando para pelear por su retorno. ¿Cómo puedo alejar a ese hombre para siempre?

–Creo que estás haciendo la pregunta equivocada – dijo el abad.

Le hizo un gesto para que el hermano Odd lo siguiera mientras bajaba de los muros y se dirigía hacia el área principal del monasterio.

–¿Qué debería preguntar? —preguntó el hermano Odd .

El viejo monje sacudió la cabeza.

–Aquí no damos respuestas; no somos fanáticos de uno de los dioses. Estamos aquí para buscarlos.

–He buscado respuestas —insistió el hermano Odd mientras lo seguía.

Se encorvó para no sobrepasar al anciano.

–He meditado, rezado, y pensado por largo tiempo. Nada de esto me liberó del mal de quién era yo.,

–Y nada lo hará —dijo el abad Verle—. Como dije, no es lo que hay que buscar. El pasado ya ocurrió, hermano; no puedes librarte de él, o de quien eres.

–Entonces, ¿qué sentido tiene estar aquí? —le espetó el hermano Odd, e inmediatamente sintió que la vergüenza lo inundaba.

–No se trata de quién eras, hermano —dijo el abad—. Se trata de quién eres y quién puedes ser. Quizás debas reflexionar al respecto de esto. Ahora, creo que te necesitan en los jardines.

El hermano Odd sabía que el abad tenía razón, pero aún así, no era la respuesta que había esperado.

–Sí, padre abad.

–Ah, y hermano Odd. Recuerda que somos una orden pacífica. Practicar cosas viejas no es forma de convertirse en algo nuevo.

Eso tomó por sorpresa al hermano Odd. ¿Cómo lo había sabido? Sentía más vergüenza de solo pensarlo, pero también más determinación. Lo intentaría. Buscaría ser el mejor monje que podía ser, intentaría ser el hermano perfecto, aceptaría sus modos pacíficos.

Aún así, podía sentir la violencia de su antigua vida burbujeando en su interior, y eso lo asustó.

CAPÍTULO VEINTE

Devin observaba mientras Rodry revisaba la montura de su caballo, amarrando en su lugar los últimos elementos para el viaje . No podía creer que era parte de un viaje como este; no podía creer que estaba afuera de un calabozo.

–Tienes que ajustar más tu montura —dijo sir Twell, mostrándole a Devin cómo se debía hacer.

Devin asintió, aunque rara vez había tenido la oportunidad de montar a caballo antes. Estaba demasiado ocupado en decidir qué iba a hacer, ahora que tanto el rey como el príncipe Rodry querían que forjara una espada para ellos. No sabía qué iba a hacer. Por ahora, quizás era mejor centrarse en el simple acto de obtener el metal.

Tres Caballeros de la Espuela iban con ellos: Lars de las dos espadas, Twell el planificador, Halfin el veloz. Por las historias que hablaban de ellos, probablemente valían lo que cincuenta soldados normales.

Dos hermanos de Rodry habían venido a despedirlos, y Devin se quedó atrás al ver a Vars. El príncipe lucía desaliñado y con resaca. La princesa Lenore se erguía, con una hermosura casi imposible, acercándose y abrazando a Rodry.

–¿Qué es tan importante para que tengas que irte así, Rodry? —Preguntó ella— No te vas a perder mi boda, ¿cierto?

 

Devin vio a Rodry estremecerse.

–No debería haber una boda, Lenore. Debes haber escuchado lo que la gente dice de  Finnal.

–No —dijo Lenore, con cierta frialdad en su voz.

Luego su tono se suavizó, y Devin se sintió avergonzado por escucharlos.

–Por favor, no lo hagas, Rodry. He oído las cosas que la gente dice, pero no son ciertas, no pueden serlo. Estoy enamorada de Finnal, y voy a casarme con él, y ese es el fin del asunto.

–Solo quiero asegurarme de que si tú te casas por amor, él también – dijo Rodry.

–Y así es —insistió Lenore—. Estoy segura de ello. Él es puro, noble y bueno.

Rodry empezó a responderle, pero Lenore levantó la mano.

–Por favor, Rodry —le dijo.

–En ese caso —dijo él—, iré a buscar un obsequio de bodas que nadie más podría ofrecerte.

Miró hacia Devin, y Devin sintió el peso de las expectativas del príncipe sobre él.

–Algo para ti.

–Gracias —dijo Lenore.

–¿Qué hay de ti, hermano? —Bromeó Rodry, volviéndose hacia Vars— ¿Vienes con nosotros a nuestra peligrosa misión?

–Estoy seguro de que eres capaz de estocar estúpidamente por ti solo —respondió Vars.

–Al menos estoy dispuesto a meterme en peligro cuando es necesario —replicó Rodry—. Mientras que tú te metes con la próxima mujer o botella de vino.

Su hermano lo ignoró con una mueca, regresando al interior del castillo. Lenore tomó a Rodry del brazo.

–¿Tienes que ser cruel con Vars? —Preguntó ella— Quizás si fuese más amable con él, él haría mejor las cosas.

Rodry sacudió la cabeza.

–Él es… él es un cobarde, Lenore. Si alguien me molestara así, me incitaría a entrar en acción. Sin embargo, él se escabulle.

–Y quizás no lo haría si tan solo lo motivaras —sugirió Lenore—. Cuídate —agregó.

–Lo haré —respondió Rodry.

Volvió a mirar a Devin, y ahora Devin empezaba a entender por qué la espada era tan importante para el príncipe.

–Y yo te traeré el mejor obsequio que pueda hacerte.

***

Devin cabalgó con el resto desde el castillo, sintiéndose el intruso entre ellos. El príncipe Rodry y los caballeros iban con armaduras de acero y malla, todos sentados cómodamente en sus caballos, haciéndose bromas entre ellos mientras cabalgaban. Al lado de ellos, Devin se sentía inútil, no estaba acostumbrado a cabalgar largas distancias, estaba vestido con cueros de herrero y solo llevaba la espada que él había forjado.

–Entonces, Twell —gritó el caballero con las dos espadas en lugar de un escudo—. ¿Planificaste todo el viaje?

–Solo debemos seguir al príncipe —dijo Twell—. Y ya te dije, Lars, no planifico todo.

–No le creas —dijo el último caballero a Devin con un codazo—. Él planifica la posibilidad de que haya enemigos camino a la cena.

–¡No es así!

–Soy Halfin —dijo el caballero—. ¿Tú quién eres?

–Soy Devin… milord —dijo Devin, abrumado por un instante ante la cordialidad repentina del caballero.

Él había escuchado las historias de estos hombres y sus hazañas: Twell, el que podía escaparse de cualquier situación. Lars, quien se había retado a duelo con tres hermanos a la vez por la mano de una doncella. Halfin, que había corrido más de cien kilómetros sin caballo durante dos días para advertir una próxima batalla contra ogros.

–Lord —dijo Lars—. Él no es lord de nadie. No le des ideas.

Siguieron cabalgando a través de la ciudad y hacia la campiña. El sol se alzaba más alto, y en ese calor Devin se alegraba de no llevar armadura como los caballeros. El príncipe Rodry cabalgaba al frente, y Devin se encontró observando la forma en que los hombres recurrían a él con total respeto. Devin podía comprenderlo; él consideraba que el príncipe era honorable y justo de una manera en que su hermano no lo era.

Cabalgaron durante horas, y Devin se sintió maravillado por el hecho de ser parte de esto, que lo hubiesen llevado en un viaje con un príncipe y tres caballeros de los que se relataban en historias. Se maravilló más por lo sencillos que eran, y lo dispuestos que estaban a hablar con él como un igual, aún cuando él no lo era.

Lentamente el suelo comenzó a descender, y paredes de rocas se alzaban a cada lado formando un cañón. A través de este corría un arroyo de agua pura y cristalina, y Devin vio que Halfin se bajaba, listo para llenar su cantimplora.

–No lo hagas —dijo Twell—. El agua en Clearwater Deep está contaminada. Si la bebes te arriesgas a morir.

–¿Y qué se supone que tome? —preguntó Halfin.

Twell sacó de su mochila un odre de más con agua, lanzándolo por el aire, como si hubiese previsto esto. Como si lo hubiese planificado, pensó Devin con una sonrisa.

–No hay tiempo de detenerse —dijo Rodry—. Quiero llegar al lugar que mi padre me indicó antes de que sea demasiado tarde para que podamos volver.

–Traje una tienda, por si acaso —dijo Twell.

Lars resopló.

–Por supuesto que sí.

Continuaron la marcha, y Devin empezó a mirar a su alrededor, asimilando los árboles y plantas que comenzaban a crecer en la ladera del río. La mayoría eran deformes, retorcidos por los contenidos del agua. Había árboles doblados hacia adentro como serpientes mordiéndose la cola, y flores oscuras con aromas nauseabundos. Lejos del arroyo, había arbustos aferrados a las paredes del cañón, y como Devin estaba mirando en esa dirección fue el primero en ver que había movimiento allí. Unas criaturas saltaron hacia adelante con la boca bien abierta, mostrando los dientes al gruñir.

–¡Lobos!

Sin embargo, no eran lobos, o no se parecían a los lobos normales. Estos eran enormes y musculosos y se arrastraban sobre sus patas traseras, dejando libres las garras que parecían cuchillos de sus patas delanteras para asestar los golpes. Había al menos una docena de ellos, y uno se abalanzó hacia el  caballo de Devin aún cuando él gritaba la advertencia.

El impacto lo arrojó de la montura mientras su caballo chillaba. Devin se levantó, desenfundó la espada que él había forjado y atacó a la bestia al tiempo que esta arremetía contra él. Retrocedió con una herida en el hocico, pero moviéndose en círculos buscando huecos.

A su alrededor, Devin escuchó el sonido de la batalla, y sentía que el miedo de la violencia crecía en su interior. Vio a sir Lars atacar con dos espadas, a Twell moviéndose cautelosamente, eligiendo los cortes, y a Halfin atacando con la velocidad de la luz. Rodry estaba allí también, cortando a las criaturas lobunas, mostrando la habilidad con la espada que Devin sospechaba que poseía.

Devin atacó a otra criatura. Esto no se parecía en nada a atacar a un estafermo de entrenamiento, porque la bestia no se precipitaba de forma predecible sino que parecía casi ignorar los golpes de su espada para atacar con sus garras extremadamente afiladas. Devin tuvo que arrojarse a un lado para eludirlas, luego se levantó y logró atravesar el brazo de la criatura con su espada mientras lo volvía a atacar.

A su alrededor, el resto parecía haber tenido el mismo éxito al enfrentarse a la primera avalancha, pero Devin vio que Lars también estaba herido, le goteaba sangre del hombro. Aún peor, ninguna de las criaturas parecía haber sido derribada, y definitivamente no se estaban rindiendo. En cambio, se movían en círculo, rugiendo y gruñendo, claramente buscando cualquier oportunidad.

Devin sostuvo la espada que había forjado con las dos manos, pero sabía que no iba a ser suficiente. Doce criaturas contra cinco de ellos era demasiado. Si hubiesen sido hombres, hubiera sido fácil, pero estas eran mucho más peligrosas que los hombres, más rápidas y fuertes, capaces de aguantar lo que Devin creía eran golpes limpios con la espada.

Aumentó su temor, junto con la necesidad de correr, pero no había a dónde correr, y estas criaturas serían más rápidas que cualquier hombre. Era mejor quedarse a pelear, pero no podían pelear. Devin miró a su alrededor, con la esperanza de que uno de los otros tuvieras un plan, pero incluso Rodry estaba allí parado, con claro temor. Sabían, al igual que Devin, lo que estaba a punto de ocurrir:

Iban a morir.

CAPÍTULO VEINTIUNO

Nerra salió a hurtadillas del castillo, dejando las puertas de sus habitaciones cerradas para que nadie entrara a buscarla. Una ventaja de que la gente supiera que se enfermaba con frecuencia era que no cuestionaban su ausencia en el centro de los acontecimientos.

Se escabulló, eligiendo el camino cuidadosamente para que, si alguien la viera, asumiera que iba hacia los jardines. Se tendría que haberse preocupado. Toda la atención estaba puesta en Lenore, y en la creciente variedad de invitados en el castillo. Casi nadie le prestaba atención a la figura delgada y casi demacrada que se  arrastraba por allí. Quizás si le importara la atención, Nerra se hubiese preocupado por eso, pero estaba agradecida. Así tenía la posibilidad de escabullirse al bosque, llevar su caballo y cabalgar hacia la cueva que había allí.

Se aferró a la montura mientras cabalgaba, sintiendo la debilidad que le causaba la enfermedad. Aquí, lejos de la gente, se sentía lo suficientemente aislada para arremangarse y revisar la tracería de líneas negras que se extendía en el brazo. Nerra se bajó la manga rápidamente. Necesitaba concentrarse en la cueva y en lo que había adentro. No estaba lejos.

Cuidadosamente, Nerra quitó las rocas de la entrada y se deslizó hacia adentro. El huevo estaba allí, en el nido que Nerra le había armado. Estaba más increíble que nunca, azul y dorado, como si alguien hubiese unido las piezas de algo roto fundiendo metal. Nerra se arrodilló a su lado, observándolo y acariciando la superficie para sentir su calor.

–Todo lo que tengo que hacer es romperte —le susurró—. Si te abro en dos, me curo. Puedo tener una vida.

Nerra apenas podía imaginárselo. No estaba segura de poder terminar con algo, sobre todo algo tan único, tan extraño, tan especial. Los dragones eran criaturas que casi nadie había visto antes, y sus huevos… Nerra nunca había oído hablar de ellos hasta que los vio. ¿Realmente podía destruir algo así… aunque fuera para salvar su vida?

No quería morir. Cuidadosamente y con precisión, Nerra sacó su cuchillo de mesa. Lo sostuvo al borde del cascarón. Se mantuvo totalmente inmóvil, animándose a sí misma a hacerlo, consciente de que esta era la única opción…

…Arrojó el cuchillo a un lado.

–No puedo hacerlo —dijo—. No lo haré. No te mataré, ni siquiera por esto.

Volvió a colocar la mano en el cascarón, sintiendo su calor. También sintió algo más: movimiento, brusco y repentino, en el interior del cascarón. Nerra quitó la mano rápidamente y vio que el cascarón se dilataba por algo que empujaba en su interior. Vio una leve tracería de grietas que se extendía por la superficie del huevo, interceptando las líneas doradas.

El primer fragmento cayó, formando un agujero por el que se asomó un pequeño hocico con escamas. El agujero se ensanchó y lo siguieron garras, y un pequeño cuerpo reptiliano se escabulló por ese hueco al tiempo que el huevo se seguía resquebrajando. Se partió al medio, dejando que la criatura rodara en el suelo.

Los ojos de amarillo brillante pestañearon, la lengua bífida salió a olfatear el aire y los ojos parpadeaban semiabiertos como los de un gato, como si estuviese probando el mundo. Las escamas eran del azul del cielo despejado, con otros colores que brillaban aquí y allá. Era pequeño, porque si no, no hubiese cabido en un huevo así, pero de ningún modo tan pequeño como Nerra hubiese supuesto. La miró, con una expresión extrañamente inteligente para algo que acababa de nacer.

Se levantó de golpe y Nerra se encogió de miedo, segura de que la estaba atacando. Con sus garras la agarró y se aferró a ella, haciéndola rodar por el suelo con el dragón encima de ella. Entonces, sacó la lengua para lamerle la cara.

–Eso me hace cosquillas —dijo Nerra, riéndose.

El dragón yacía sobre su pecho, haciendo un ruido sordo que Nerra supuso que era de placer. Se volteó a un lado y soltó una especie de hipo. Un pequeño estallido de llamas salió de su boca, con un calor palpable. El dragón parecía casi tan sorprendido como Nerra.

Ella se quedó allí y lo observó.

–Eres hermoso —le dijo.

En ese momento, no podía imaginarse cómo había estado a punto de romper el huevo que contenía algo tan maravilloso, no podía siquiera pensar que lo había considerado. El dragón se acurrucó sobre ella.

Nerra no sabía cuánto tiempo se había quedado así con la criatura. En algún momento se levantó y salió al bosque a juntar plantas para alimentar al dragón. Él las miró, pestañeo y saltó hacia afuera de la cueva batiendo las alas. Nerra vio que masticaba algo y luego volvía hacia ella con lo que parecía una paloma entera en la boca.

 

–Está bien —dijo Nerra .

Masticó a la paloma, y mientras comía Nerra fue hasta su caballo. Tenía un pequeño venado asado que había robado del banquete para que no le diera hambre en el viaje. Se lo arrojó al dragón y su cuello sinuoso se alzó como una serpiente.

Las llamas chisporrotearon sobre el venado, chamuscaron y ardieron hasta que la carne estuvo casi negra. Finalmente, el dragón bebé parecía satisfecho y masticó la carne. Cuando terminó se sentó allí, mirando a Nerra con expectación.

–No tengo nada más —dijo ella.

Lo único que podía hacer era acercarse y abrazarlo. El dragón hizo el ruido sordo que parecía indicar placer. Entonces, Nerra recordó con preocupación.

–Tengo que volver.

El dragón hizo un ruido de protesta.

–Tengo que hacerlo —dijo Nerra—. Y tú tienes que volver a la cueva.

El dragón hizo un quejido.

–Tienes que hacerlo. No puedo llevarte conmigo porque la gente se asustará. Nunca vieron dragones.

Se podía imaginar de todas las maneras en que la gente iba a reaccionar. Ninguna de ellas era cordial. No, el dragón estaba más seguro aquí. Nerra lo alzó y lo puso de vuelta en la cueva, volviendo a poner las rocas en su lugar aunque le rompiera el corazón hacerlo. El dragón lloriqueó, y Nerra deseó poder llevárselo con ella.

–Pronto —le prometió—. Volveré pronto.

***

Vio al dragón, y ahora no era pequeño. Era del tamaño de una torre, un barco, una colina. Planeaba entre las nubes tan enormes que no dejaban ver al mundo debajo. Cuando abría su boca, no solo exhalaba fuego. Con ese tamaño, podía manipular su exhalación para que fuera muchas más manifestaciones del poder en su interior: relámpago y escarcha, sombra y fuerza propagadora.

Nerra lo vio bajar en picada, y había un ejército abajo, de hombres y criaturas que nunca habían sido hombres. La exhalación del dragón se propagó sobre el ejército, segando la vida de las  criaturas allí. Aterrizó entre ellos, rasgando con sus garras y aplastando con sus dientes. Su cola azotaba el entorno, desparramando más enemigos. Entonces rugió, y el sonido parecía invadir al mundo, moviéndose y cambiando, transformándose en otra cosa, transformándose en su nombre…

–¡Nerra! —dijo Lenore, sacudiéndola para que se despertara.

Nerra abrió los ojos de golpe y observó a su hermana. Respiraba con dificultad y transpiraba con la potencia del sueño, o quizás con otra cosa.

–Estabas gritando mientras dormías —dijo Lenore—. Vine a verte, pero tú estabas… así.

–Solo un sueño —dijo Nerra, sentándose.

–Obviamente un mal sueño —dijo Lenore.

Nerra contarle acerca del dragón. Su hermana era amable y buena, probablemente lo más cercano que tenía a una amiga. Pero instintivamente, Nerra sabía que era un secreto del que no debía hablar. Los dragones eran… bueno, algo imposible, pero más que eso. Eran grandes y peligrosos, y si Lenore les mencionaba el suyo a otros, ¿no lo pondría en peligro?

–No lo recuerdo —mintió Nerra, con bronca de tener que hacerlo—. Pero mis sueños no importan. Supongo que en el medio de los preparativos para tu boda, no viniste solo a verme.

–De verdad quiero saber cómo estás —dijo Lenore—. Apenas nos hemos visto en estos días.

Por supuesto que sí. Su hermana siempre había estado con ella cuando era más joven, intentando cuidarla. Solo que habían vivido vidas muy distintas.

–Has estado ocupada —dijo Nerra—. Es normal cuando falta tan poco para casarte. Y yo he estado…

–¿Cómo has estado? —Preguntó Lenore, con preocupación—. Has estado mucho tiempo encerrada en tu cuarto.

–¿Temes que no pueda asistir a la boda? —preguntó Nerra.

No sabía si le gustaba la idea de tener a tanta gente alrededor, Esa gente era escandalosa y a menudo cruel, y podía llegar a ver lo que le pasaba.

–Me gustaría que estés ahí —dijo Lenore—. Me gustaría que estés a mi lado. Erin está… bueno, nadie sabe en dónde está, aunque padre tenga a hombres buscándola. Una de mis hermanas debería estar ahí. Sé que a veces estás enferma, pero…

–A veces no —la corrigió Nerra—. Siempre.

–Lo sé —dijo Lenore—. Pero hace tiempo que vives con la marca de la escama.

El impulso repentino de ser honesta se apoderó de Nerra. No le podía contar a Lenore acerca del dragón, pero al menos le podía contar sobre esto. Entonces ella entendería, le mostraría por qué Nerra no podía estar entre la gente ni ser parte de su boda.

–No es tan simple —dijo Nerra

Se arremangó para mostrarle las líneas oscuras que se extendían debajo. Escuchó cómo inhalaba su hermana.

–Está empeorando.

–Eso es… —Lenore observaba los brazos—. Pensé que estaba bajo control.

–Algo así no se puede controlar —dijo Nerra—. Me estoy muriendo, Lenore.

O algo peor, pero no podía hablar de las cosas peores.

Lenore abrazó a Nerra.

–Ay, Nerra, lo siento mucho. No sabía.

–Nadie puede saberlo —le recordó Nerra.

–¿Padre lo sabe? —Preguntó Lenore— Hablaré con él. Hablaré con Maese Gris, los obligaré a trabajar más para encontrar la cura.

–No —dijo Nerra—. No hay nada para hacer, Lenore.

No le contó a su hermana sobre el huevo de dragón, y lo que podría haber hecho por ella. No hubiese podido explicarlo. Lenore creería que se había equivocado y querría saber por qué había desechado su vida de esa manera.

Nerra no podría explicarlo, pero sabía que el mundo era mejor con el dragón… aún si eso le costaba la vida.