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El Reino de los Dragones

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Aus der Reihe: La Era de los Hechiceros #1
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CAPÍTULO DIECISÉIS

Por más importante que fuese la boda de su hija, el rey Godwin III estaba sintió algo de alivio de haber podido acomodar algunos de los asuntos habituales del reino y recibir a solicitantes en medio del banquete en el salón principal para escuchar sus preocupaciones. Formaron una fila a través del salón, cortesanos y plebeyos, y cada uno debía esperar su turno con la música del banquete de fondo.

–Su majestad —dijo un granjero, haciendo una reverencia tan pronunciada que la frente casi le raspaba la rodilla—, este año parece que tendremos una baja cosecha, sin embargo nuestro señor insiste en que le demos toda su parte.

–Cuando llegue la cosecha, enviaré hombre para que la evalúen —prometió Godwin—. Su señor tendrá su diezmo como es habitual, pero no más que eso, y si lo que resta no es suficiente para el pueblo, se les otorgará una compensación.

–Gracias, su majestad.

El siguiente era un hombre de la Casa de los Mercaderes, que avanzó a zancadas vestido de terciopelo para igualar a cualquier noble. Hizo su reverencia, aunque no tan pronunciada como había sido la del granjero.

–Su majestad —dijo él—. Si hablamos de compensación, ¿podemos hablar de los barcos que perdimos mis inversores y yo en las lejanas rutas más allá del río Slate? En las últimas semanas, hemos perdido varios barcos, que nunca volverán.

El rey Godwin miró al hombre.

–Los riesgos de navegar a las lejanías son bien conocidos. Si la tierra se pierde de vista, solo confías en las estrellas y las cartas de navegación .

–Así es —dijo el comerciante—. Pero si un granjero es compensado por la pérdida en la cosecha, ¿no deberíamos ser compensados por la pérdida de los barcos con tantos a bordo?

Godwin reprimió un destello de irritación.

–¿Le está pidiendo a la corona que asegure sus ganancias? Asumen riesgos con la vida de otros con la esperanza de hacer una fortuna, mientras que un granjero cultiva lo que puede para alimentar a su familia y a aquellos que lo rodean. Así que no, no lo compensaré por sus pérdidas, pero mis hombres visitarán la Casa de los Mercaderes para asegurarse de que compense a las familias de los marineros que se perdieron en  sus emprendimientos.

No era una jugada política, por supuesto, y Godwin podía ver la irritación en el rostro del comerciante, pero a veces había que poner en su lugar a ese tipo de personas. El truco era saber cuándo hacerlo y cuando no. Godwin había elegido a ese comerciante porque la pérdida de sus barcos ya lo hacía débil. Podía permitirse la aversión de ese hombre.

Así pasaron, uno detrás de otro. Había plebeyos con quejas por la forma en que los trataba la guardia o sus señores. Godwin intentó escucharlos seriamente. Había más comerciantes, y hombres de las varias Casas, y estos siempre parecían sobreestimar su importancia. Había, inevitablemente, más cosas que preparar para la boda.

–Si no tenemos vino suficiente para tantos invitados —le dijo a un criado sorprendido—, entonces ve a encontrar más. Este no es un asunto que requiera la autoridad del rey.

Intentaba ser un buen gobernante, ser paciente y justo con la gente que acudía a él. En parte porque siempre se había prometido que lo sería; el recuerdo del reinado de su propio aún estaba muy fresco. Godwin II no había sido un rey amable, y Godwin III estaba decidido a subsanarlo.

Por otra parte, Rodry y sus amigos estaban en el salón ayudando con el banquete, aunque parecían pasar  la misma cantidad de tiempo jugueteando que haciendo cosas útiles. Un día su hijo sería rey, y eso significaba que Godwin tenía que darle el ejemplo. Tenía que demostrarle a su hijo que no solo se trataba de salir a la carga a la campiña, jugar al caballero, pelear y cazar.

El problema que en ese mismo momento, Godwin preferiría estar haciendo cualquiera de esas cosas.

Brevemente recordó a la bestia a la que él, su hijo y los otros habían sido convocados a observar.  No había habido más novedades de dragones, ¿por qué las habría si no se había avistado uno en muchos años? Aún así, Godwin no podía borrar la imagen de los huesos y la piel escamosa de la criatura. Hasta ahora, su hijo y sus amigos habían hecho lo que se les había ordenado y no habían hablado del tema, pero Godwin sabía que ese tipo de cosas encontraban la forma de salir a la luz. Él necesitaba saber más.

–Gris encontrará algo —murmuró, pensando en que el hechicero le había advertido que el muchacho se apresuraría hacia el salón y que hablara con él a solas, y le había sugerido qué hacer con él.

–¿Su majestad?

El hombre parado enfrente de él era de baja estatura y vestía ropa de noble descolorida. También parecía aterrorizado.

–Estoy seguro de que el mago real tiene cosas más importantes que hacer que ayudar con mis problemas insignificantes.

Godwin se dio cuenta demasiado tarde de que el hombre había hablado en una voz lo suficientemente alta como para ser escuchado, y aún peor, no podía recordar cuál había sido el pedido de este hombre. ¿Algo que ver con tierras ancestrales? Lo cierto era que se había perdido demasiado en su pensamientos como para escucharlo.

–¿Evadirías la ayuda de mi hechicero? —le preguntó.

El hombre palideció visiblemente.

–Ah, muy bien —dijo Godwin—. Regresa mañana y te encontraremos una mejor solución. Pero por ahora estoy cansado. Esta sesión de audiencia ha concluido. Que reinicie el banquete.

–¡Espere, su majestad! —Gritó una voz desde el fondo del salón— El rey Ravin desea felicitarlo por la boda de su hija.

El hombre que avanzó estaba vestido en un estilo que Godwin supuso que era popular en el Reino del Sur, con cortes en las mangas que revelaban seda blanca debajo y bombachos que se inflaban cuando caminaba. Tenía una barba negra aceitada y un bigote con rizos en forma de gancho. Tenía un sombrero de ala ancha y con plumas, y botas con lazos blancos que cubrían casi toda la espinilla. En resumen, Godwin pensaba que lucía ridículo mientras empujaba entre la larga fila de quienes habían solicitado audiencia.

–Habitualmente, la gente tiene su audiencia por orden de llegada —dijo Godwin .

–Ah —respondió el hombre con una reverencia—, pero no es habitual recibir a un embajador del mismísimo rey Ravin. Soy el embajador D’Entre. He cruzado los puentes y cabalgué con prisa por llegar aquí. ¿Con seguridad me escuchará, su majestad?

El rey Godwin suspiró. Él sabía que hacer que el hombre esperara podía ser visto como un insulto a su vecino, y aunque el río prevenía cualquier amenaza de guerra, quería que las relaciones fuesen buenas para el escaso comercio que había entre los puentes.

–Muy bien —dijo él—. ¿Entiendo que el rey envía sus felicitaciones por las nupcias de mi hija?

–En efecto —dijo el embajador D’Entre—. Y él le ofrece un obsequio a su hija en honor a la ocasión.

–¿Cuál es el obsequio? —preguntó Godwin .

–Que su reino continúe siendo libre —dijo el embajador.

Exclamaciones de asombro se escucharon en el salón, pero el rey levantó una mano.

–Y sin dudas el rey Ravin desea algo a cambio por este… ‘obsequio’.

–Es costumbre que los obsequios se agradezcan con obsequios —asintió el embajador.

Ahora Godwin le prestaba total atención.

–¿Y qué obsequio desea mi colega, el rey?

–Simplemente que el Reino del Norte reconozca la verdad: que es y siempre ha sido una parte del gran reino que gobiernan los reyes del sur.

Godwin escuchó nuevas exclamaciones que recorrían el salón. Presumiblemente, la gente entendía lo que significaba eso: subordinación al sur. Quizás algunos hasta habían leído suficiente de historia para entender el reclamo. Después de todo, el Reino del Norte y el del Sur habían sido uno solo una vez, gobernado por aquellos que se aliaron con los dragones. Aunque eso había sido antes de que se hiciera la excavación por la que pasaba el río Slate, y había quedado en el pasado remoto.

–¿Y eso qué significaría, exactamente? —preguntó él .

–El rey Ravin no interferirá en sus asuntos cotidianos, como ha ocurrido hasta ahora, a pesar de ser el soberano de todas las tierras. Le permitirá continuar gobernando en su nombre. Sin embargo, deberá pagar un tributo apropiado que sería la mitad de todas las rentas que recibe su alteza real.

–Ya veo —dijo el rey Godwin .

En la esquina al otro extremo del salón, podía ver que Rodry y sus amigos se enfurecían. El rostro de su hijo se había enrojecido, como si quisiera ir a la carga y matar al hombre. El rey Godwin sonrió.

–Lamentablemente, debo rechazarlo.

–Entonces, el rey Ravin me ha ordenado que le informe las consecuencias de tal respuesta —dijo el embajador D’Entre, haciendo parecer como si realmente lo lamentara—. Si lo rechaza, el rey Ravin se verá obligado a enviar a que sus ejércitos marchen hacia el norte a recuperar las tierras que le pertenecen por derecho.

El rey Godwin se levantó entonces, y caminó hacia donde estaba el hombre.

–Hay muy poco espacios para ellos en los puentes; los que destruiremos en cuanto veamos a un enemigo. A menos que sus ejércitos sean muy buenos nadadores, creo que no hay mucho que temer.

–Hay más que temer de lo que cree, rey Godwin.

Godwin vio que Rodry comenzaba a avanzar, pero levantó la mano para detenerlo. Esta era su corte, y este no era el momento para enojarse.

–Soy el rey en este lugar —le dijo a su hijo y al embajador—. El único rey. Ve y dile eso a Ravin. Dile que su padre hizo amenazas, y antes, su abuelo. No llegaron a nada, y estas tampoco lo harán.

CAPÍTULO DIECISIETE

Rodry estaba allí de pie mientras el embajador D’Entre salía ileso del salón de su padre. Estaba allí parado porque no podía creer que estaba ocurriendo. Ya se había enojado al ver que arrastraban para afuera al muchacho que había reconocido de la Casa de las Armas. Ahora, este supuesto emisario había venido a su reino, a su castillo, a su hogar, y los había amenazado, sin embargo se estaba yendo.

 

–Padre —comenzó Rodry, aproximándose al trono de su padre cuando retomaba su lugar.

Para su sorpresa, su padre levantó la mano en restricción.

–Ahora no, Rodry. ¿Crees que hay algo que puedas decir de esta situación que yo ya no haya considerado?

–¡Pero lo dejas ir vivo e ileso! – Dijo Rodry—. ¡Los términos que ofreció son un insulto!

–Baja la voz, muchacho —le espetó su padre, aunque Rodry no era un muchacho sino un hombre, un caballero—. He hecho lo mejor para el reino. Ahora, que alguien me traiga a Maese Gris. Él salió y tenemos asuntos importantes para discutir.

¿Importantes? Como si una amenaza de guerra del Reino del Sur no fuese importante. Como si se supusiera que simplemente dejaran pasar un insulto como ese .

Rodry se abstuvo de decirlo, pero solo porque sabía que no ayudaría a nadie. Su padre no lo iba a escuchar, no iba a actuar. Eso quería decir que Rodry tenía que hacerlo. Rodry tendría que ser el tipo de hombre que actúa para defender a su reino y a su hermana de estos insultos.

Lo siguió sigilosamente desde el salón acompañado por un par de compañeros. El embajador iba adelante, con un par de hombres que debían estar allí para protegerlo en su viaje. Los luchadores del sur tenían espadas curvas y escudos con forma deltoide con sobrevestas de color púrpura profundo sobre una cota de malla. El embajador sonreía y uno de ellos debía haber hecho un chiste porque los tres se reían al salir del castillo.

Si para entonces a Rodry no le había hervido la sangre, ahora definitivamente lo hacía. Él y sus compañeros siguieron a los hombres hacia afuera del castillo y hacia los establos, en donde tres magníficos caballos del sur los esperaban, listos y ensillados como si el embajador hubiese sabido que no se quedarían. En el patio podía haber gente celebrando, pero aquí en los establos había algunos mozos de cuadra pero ningún guardia, ni tampoco cortesanos que pudieran ir a contarle a su padre.

–Se disculpará antes de montar esos animales —dijo Rodry .

Sus amigos se posicionaron al costado, cerca de los guardias.

–¿Disculparme por obedecer las instrucciones de nuestro rey? —respondió el embajador.

–Ravin no es el rey de estas tierras —le espetó Rodry—, y cada palabra que dijo allí adentro fue un insulto para mi padre, mi hermana y todos nosotros.

–Si fuera tú —dijo el embajador D’Entre—, me concentraría en convencer a tu padre de que cambie de idea. El rey Ravin no se alegrará de que su generosa oferta haya sido rechazada. No le agradará el mensaje.

–No intente darme órdenes —dijo Rodry .

Llevó la mano hacia su espada.

–Si sacas eso… —comenzó el embajador.

Rodry desenfundó la espada con un chirrido. Esto era lo que se merecían esos hombres por las amenazas que habían ayudado a hacer.

Los dos guardias se movieron para interceptarlo, por supuesto, sacando sus espadas curvas y aprontando sus escudos. Sus compañeros avanzaron a interceder pero Rodry les hizo señas para que retrocedieran; no podían ser parte de esto como él. Además, no necesitaba su ayuda para esto. Él era un Caballero de la Espuela, y ellos no.

Él avanzó hacia los guardias, luego se estrelló contra el primero chocando sus espadas. Rodry le dio una patada empujándolo hacia atrás, y luego se volteó para hacerle un corte en el pecho del segundo mientras este  levantaba su espada para atacar.

Entonces el primero volvió a cargar contra él, atacándolo con un golpe atrás de otro. Sin armadura, Rodry solo podía ceder terreno, defendiéndose hasta que llegó el momento en que el hombre se extendió más de la cuenta. Dominó la espada con la suya describiendo un círculo empujando al hombre del codo con la mano que tenía libre. Atravesó la espada en la garganta del hombre, escuchando el gorgoteo de su grito final mientras caía a los pies de  Rodry, inmovilizado por la muerte.

Entonces, Rodry volvió su atención al embajador, con la espada ensangrentada aún en la mano.

–Recoge una espada —le ordenó.

El embajador sacudió la cabeza.

–Si deseas matarme, lo harás a sangre fría, como un bárbaro del norte.

Eso era casi suficiente para lograr que Rodry lo hiciera. En cambio, se volteó hacia sus compañeros que aún estaban parados allí, claramente inseguros de lo que debían hacer.

–Agárrenlo —ordenó Rodry—. Sujétenlo bien.

Dos de ellos lo hicieron, cada uno sujetando los brazos del embajador mientras lo obligaban a arrodillarse.

Rodry limpió su espada lentamente en la elegante camisa del embajador, dejándola manchada de sangre. La enfundó y sacó una daga.

–No mataré a un hombre a sangre fría —dijo él—. Pero eso no significa que no vaya a hacer nada mientras me amenaza a mí y a mi familia. Así que voy a tomar algo que sospecho que un presumido como usted valora más que a cualquier otra cosa.

Colocó la cuchilla sobre el rostro del hombre y cortó abruptamente, haciendo que el hombre chillara  al principio de terror, luego de indignación al darse cuenta de que Rodry no le había cortado la piel, sino el bigote, cuya punta caía al suelo como una pluma.

–Quédese quieto, o terminaré cortándolo —dijo Rodry, y siguió cortándole la barba y el cabello al embajador, y quitándose los pelos de encima.

Su daga era filosa, y el hombre gritó varias veces mientras Rodry lo cortaba, pero no se detuvo. Él se merecía esto y más.

Cuando terminó, el embajador estaba prácticamente calvo, y Rodry le había dejado cortes y arañazos en el cráneo .

–Tú —dijo él, llamando a uno de los mozos de cuadra—. Un hombre como este no se merece un buen caballo. Búscale un burro.

–Sí, su alteza —dijo el joven, pues claramente no se atrevía a discutir con el príncipe de mal humor.

A Rodry ya no le importaba si daba miedo. Él era un príncipe protegiendo a su reino.

Señaló a uno de sus compañeros.

–Este tonto intentó traer unos grilletes para mi hermana, así que veamos si a él le gusta. Busca unos grilletes.

–En donde…

–En el calabozo, por supuesto —dijo Rodry .

El embajador miró hacia arriba.

–Pagarás por esto. Tus acciones tendrán consecuencias.

Rodry sacudió la cabeza.

–Estas son las consecuencias de sus acciones. Mi padre tiene razón. ¿Qué van a hacer? ¿Marchar un ejército de a media docena por uno de los puentes? Vino aquí nada más que para insultar, y lo voy a poner en ridículo  por lo tonto que es.

El joven que había mandado a buscar un burro volvió con uno enseguida, y el compañero que iba por los grilletes llegó poco después. Estaban viejos y oxidados, pero a Rodry no le importaba.

–Levántese —le ordenó al embajador.

Él mismo le colocó los grilletes al hombre y luego lo arrojó sobre la montura del burro como lo haría con un costal.

–Pongan a los muertos sobre sus caballos —dijo Rodry—. Al menos estaban dispuestos a dar pelea.

–¿Mover manualmente el cuerpo de un muerto? —Dijo uno de sus amigos, Kay, haciendo cara— Somos nobles, Rodry.

–Y viven diciendo que quieren ser caballeros —Rodry le recordó al joven—. No deberías ser quisquilloso por un par de cuerpos cuando se supone que estás listo para una batalla.

–Tendrán todas las batallas que quieran y más —les prometió el embajador.

Rodry lo esposó a la altura de las orejas.

–Ya ha hablado demasiado —le dijo—. Hable otra vez y le llenaré la boca de paja para su viaje de regreso. Kay, estos tres necesitarán que alguien los acompañe hasta la frontera.

–¿Y tengo que ser yo? —dijo él—. Pero entonces me perderé la boda y el baile. Una de las criadas de la princesa Lenore ha estado…

–Si te quiere tanto, aún estará allí cuando vuelvas —dijo Rodry—. Piénsalo como una tarea caballeresca, una misión.

–Eso la impresionaría… —meditó Kay en voz alta— ¿Puedo llevarme el caballo del embajador?

Rodry se encogió de hombros.

–Probablemente será mejor que lo hagas. Dudo que mi padre esté contento con esto.

Contento o no, tenía que hacerse. Rodry había hecho todo lo que había podido para no matar al embajador. Había escuchado las historias del pasado, sobre los conflictos que habían forjado a los dos reinos, sobre caballeros y dragones y más. En esas historias, una cosa era clara: cuando había una amenaza para el reino, siempre había un hombre fuerte que se alzaba para luchar contra esos enemigos y hacer que retrocedieran. Bueno, hoy Rodry había sido ese hombre.

–Esto es lo que ocurre cuando amenazan a aquellos que me importan —dijo Rodry dándole una palmada a las ancas del burro del embajador para ponerlo en marcha.

Salió rápidamente, con Kay y los otros dos caballos apresurándose para seguirle el paso.

Los insultos no podían salir impunes, más allá de lo que pensara su padre. Y las amenazas del embajador no significaban nada.  Que el sur juegue a la guerra. Rodry era lo suficientemente fuerte para mantener a todos a salvo.

CAPÍTULO DIECIOCHO

—Adentro —le dijo un guardia, y empujó a Devin por unas puertas dobles.

Devin se mentalizó, temiendo que lo hubiesen arrojado a un calabozo.

Pero, para su sorpresa, se encontró entrando a una sala de estar, o quizás una recepción que llevaba a otras salas. Se congeló en su sitio y el corazón se le detuvo: allí estaba el rey.

Allí estaba, sentado con su corona. El príncipe Rodry estaba a su lado. Sobre una mesa enfrente del rey había una lanza, que Devin reconoció como una de las que el príncipe se había llevado de la Casa de las Armas, y la espada que Nem le había dado. Los guardias se la habían quitado mientras lo hacían esperar. Aparentemente, habían estado esperando por el rey.

Devin avanzó y se comportó a tiempo haciendo una reverencia.

–¿Es el mismo muchacho? —preguntó el rey Godwin.

–Él es Devin de la Casa de las Armas —respondió el príncipe Rodry—. Él fabricó la lanza.

Devin frunció el ceño mientras se incorporaba, sin comprender lo que estaba pasando.

–¿Y esa espada? —Le preguntó el rey Godwin, señalando al messer sobre la mesa— ¿La hiciste tú, muchacho?

Devin sacudió la cabeza.

–No, su majestad. La fabricó mi amigo Nem.

El rey Godwin la tomó junto con la lanza y las observó, comparándolas.

–Veo a diferencia —dijo él , sopesando la lanza—. Ciertamente un muy buen trabajo. ¿Estás seguro de que lo hiciste tú, Devin de la Casa de Armas? Si después llego a descubrir que me mentiste, estarás en más problemas de lo que te puedas imaginar, aún por entrar en mi salón.

–Lo siento —dijo Devin—. Necesitaba hablar con Maese Gris, y pensé que…

El rey lo detuvo alzando la mano.

–Mi mago me ha explicado las cosas, más de lo que suele explicar. La lanza; ¿tú hiciste todo?

–Yo hice todo —le aseguró Devin—. Desde forjar la palanquilla de metal y enroscar la empuñadura hasta la punta.

–Impresionante —dijo el rey—. Entonces, creo que tengo una tarea para ti.

–¿Su majestad? —dijo Devin .

–¿Has oído hablar del metal de estrella?

–S-sí, su majestad —dijo Devin, aunque la pregunta lo tomó por sorpresa.

El metal de estrella era tan poco común que casi ningún trabajaba con él en la actualidad. Se decía que era más fuerte y filoso que cualquier acero existente.

–Sé donde puedes encontrar la mena —dijo el rey—. Y quiero que hagas una espada para mí.

–¿Para usted, su majestad?

–En mi nombre —se corrigió el rey—. Para entregar como obsequio a mi futuro yerno. Hay un lugar en la ladera del volcán en donde una masa de metal de estrella cayó hace muchos años. Viajarás hasta allí, con la protección de mi hijo Rodry y sus compañeros.

–¿Tenemos que ir con él? —dijo Rodry, que parecía sorprendido y un poco molesto por eso—. ¿Para que Finnal pueda tener una espada? ¿Has escuchado los rumores acerca de él?

–Los he escuchado —dijo el rey Godwin—. Y he decidido no creer en meros cuentos de pescaderas. La alianza con el duque y su familia es demasiado importante. Además, Devin necesitará protección. Gris dice que el metal se encuentra en Clearwater Deep.

–Pero ese es… se dice que es un lugar de magia —dijo Rodry—. Una vez se lo mencioné a Maese Gris y él se negó a hablar de él. Las historias…

–Aún así, allí es a donde irán —dijo el rey Godwin—. Devin, juntarás el metal y lo forjarás para mí—colocó una bolsa sobre la mesa—. Serás bien compensado por tus esfuerzos.

Aún si no hubiese habido dinero, Devin hubiese aceptado. La posibilidad de trabajar con metal de estrella era una oportunidad demasiado grande para dejar pasar. Además, tenía el presentimiento de que su pelea con el hijo del rey había sido olvidada solo porque él podía ser útil.

 

–Pero… —comenzó Devin—. Ya no soy un herrero. Me echaron de la Casa de las Armas.

–¿Luego de lo que ocurrió con mi hermano? —preguntó Rodry.

Devin asintió.

–No importa —dijo el rey—. Te buscaremos una forja. ¿Lo harás?

–Sí, su majestad —dijo él .

Devin no estaba seguro de tener otra alternativa.

El rey le devolvió la espada.

–Ve con él, Rodry. Quiero que partan de inmediato.

–Sí, padre —dijo el príncipe, pero Devin podía ver que no estaba contento.

Los dos salieron de la sala casi al mismo tiempo. El príncipe Rodry estuvo en silencio hasta que estuvieron lejos de los salones y los guardias.

–Lo siento por meterte en esto —le dijo—, Pensé que al contarle a mi padre que eras un buen herrero podría salvarte luego de haber irrumpido así. De haber sabido que se trataba de Clearwater Deep, no te hubiese mencionado.

–Estoy encantado de servir, su alteza —dijo Devin .

Hubiese dado mucho más por tener la oportunidad de trabajar con metal de estrella.

–Entonces, ¿estás dispuesto a servirme a mí? —dijo el príncipe Rodry, volviéndose a él con una mirada seria—. Después de todo, yo fui quien te salvó la vida con mi hermano. Y te defendí ante mi padre.

–¿Qué es lo que necesita? —preguntó Devin .

No se había olvidado que estaba en deuda con el príncipe.

–Iremos allí, y forjarás la espada, pero me la darás a mí en lugar de a mi padre. Yo mismo se la entregaré a mi hermana.

–¿A tu hermana? —dijo Devin .

–Si lo recibe directamente, no será parte de su precio como novia, y volvería a ser de ella si la boda se anulara —dijo Rodry—. Finnal puede parecer perfecto para Lenore ahora, pero descubrirá quién es realmente muy pronto. Entonces no tendré que sufrir la indignación de verlo merodear con semejante arma en la cintura. ¿Lo harás, Devin? ¿Harás lo que te pido?

Devin lo pensó. No le gustaba la idea de ponerse en el medio del rey y su hijo en este conflicto, no le gustaba el peligro que significaba, pero la verdad era que le debía a Rodry, y hasta donde él sabía, los resultados eran los mismos.

Asintió.

–Está bien, lo haré.

–Entonces partiremos —dijo Rodry—. Y solo tendremos que esperar que lo que sea que haya en Clearwater Deep no sea tan peligroso como sugiere el silencio del hechicero.