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El Reino de los Dragones

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Aus der Reihe: La Era de los Hechiceros #1
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CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

Nerra fue al bosque, porque no sabía adónde más ir. Podía sentir que se le caían las lágrimas de los ojos mientras caminaba, pero simplemente se mezclaban con la humedad y la extrañeza del bosque. Extendió las manos hacia los árboles alrededor, identificando las plantas que había allí con el tacto: hongos y hojas que colgaban, flores y cortezas.

Su vestido estaba rasgado, porque sus ojos empañados no le permitían moverse con su habitual fluidez entre los árboles. A Nerra no le importaba, los vestidos elegantes eran una obsesión de Lenore, no de ella. No, eso no era justo, no cuando su hermana había sido una de las que había intentado hacerle frente a su padre . Ella y Rodry lo habían hecho cuando sus otros hermanos no hacían nada, aunque eso arriesgara la ira de su padre y la de los nobles alrededor.

Esa había sido parte de la razón por la que Nerra se había arrastrado hacia el bosque. Si se hubiese quedado, sus hermanos hubiesen seguido insistiendo con el asunto y eso solo los hubiese metido en problemas. Aquellos que ayudaban a los que tenían la enfermedad de la escama eran considerados casi tan perjudiciales como los enfermos.

–No permitiré que los lastimen —dijo Nerra.

No quería que nadie saliera lastimado por su culpa. No quería que nadie saliera lastimado en absoluto. Las amenazas de guerra que habían hecho los sureños parecían peor que cualquier cosa que le pudiese ocurrir a ella; lo suficientemente para que ella supiera que no debería preocuparse por haber sido desterrada de esa manera. ¿Qué importaba si había sido expulsada, cuando estaba ocurriendo algo que podía amenazar a todos?

–Yo no importo —dijo Nerra, aunque aún le dolía, aún sentía que era lo peor que había sentido en su vida.

La peor parte era la sensación de traición. Durante toda su vida, su padre había estado cuando ella lo necesitaba. Él sabía que estaba enferma, sabía sobre la enfermedad. ¿No había sido él, el que le había preguntado a Maese Gris al respecto? ¿Para ir para ir a buscar a los mejores doctores que la Casa de los Académicos pudiera encontrar ? Sin embargo, en el salón había actuado como si nunca le hubiese visto los brazos antes, como si todo fuese una gran sorpresa para él.

–Tuvo que hacerlo —intentó decirse a sí misma, pero era difícil convencerse, muy difícil.

No podía creer que un padre desterrara a su hija así y se negara a escuchar.

¿Qué tenía de malo la enfermedad de la escama después de todo? Nerra se miró el brazo, se dio cuenta que aún tenía la manga floja y se la arrancó completamente. ¿Qué importaba ahora, si  la gente ya sabía? Observó a las líneas oscuras parecidas a escamas trazadas en el brazo, ahora más sólidas, palpablemente diferentes del resto de su piel. Eran tan parte de ella como el resto, entonces ¿qué tenían de malo?

Nunca nadie había respondido esa pregunta, ni siquiera se había aproximado. Los doctores que su padre había encontrado parecían como si nunca hubiesen considerado esa pregunta y ciertamente no sabían la respuesta. Maese Gris… bueno, ¿quién sabía lo que el hechicero realmente pensaba en general? Él hablaba muy poco y sobre este asunto no le había dicho nada, solo le había ofrecido un cataplasma que le había aliviado un poco la comezón que le producía el crecimiento de las escamas.

–Tiene que haber una razón por la cual la gente sea desterrada —dijo Nerra, mientras continuaba su camino por el bosque.

La gente no lo haría sin razón, ¿o sí? La mitad de las cosas que la gente hacía eran difíciles de comprender. Ella no entendía la forma en que Vars trataba a la gente o por qué Rodry tenía la necesidad de pelear todo el tiempo. Quizás era porque ella era diferente, o quizás era solo el miedo de terminar como ella y convertirse en algo más grande.

Por supuesto que ahora no importaba. La razón de su destierro no importaba tanto como el simple hecho de haber sido desterrada. Cualquiera que la viera tendría derecho a matarla o hacerle lo que quisiera, y ella no tendría protección de la ley. La idea la aterrorizaba.

–Estás a salvo aquí —se dijo a sí misma, recostándose en uno de los árboles y sintiendo su solidez.

Sabía que conocía el bosque más que nadie, conocía cada recoveco. Podía sobrevivir allí, incluso prosperar allí…

… y allí tenía un secreto.

Nerra se dio cuenta que, sin pensarlo, se había dirigido en la dirección a la cueva en donde había escondido al dragón. Quería encontrarlo, quería verlo de nuevo. Había estado cuidándolo y ahora era probable que esa fuera su única compañía. Podrían vivir en el bosque juntos, cazando comida y manteniéndose a salvo de la vista de los hombres.

Era un pensamiento agradable, pero fue interrumpido. Nerra conocía esta sensación, conocía el mareo y la sensación de estar enferma. Otro día se hubiese retirado a su habitación para que nadie pudiera verla así, quizás hubiese pedido algo caliente para beber como si se tratara de una enfermedad común. Ahora no tenía una habitación a donde ir. Solo pensaba en el dragón en algún lugar más adelante.

Nerra continuó caminando, ignorando la inestabilidad. Pronto se sentiría mejor, porque siempre ocurría. Se sentiría mejor cuando encontrara su dragón, porque al menos algo de esto era el dolor de la soledad y la separación, tenía que serlo. Quizás si encontrara algo para comer.

Si estuviera en su casa hubiera enviado a un criado, pero aquí afuera Nerra sabía que tendría que encontrar su propia comida. Al  menos sabía lo que hacía, sabía qué hongos y plantas eran comestibles y cuáles eran venenosas. Tomó un puñado de bayas y las comió una por una, aunque su mareo hacía que el sabor fuera como cenizas en su boca.

Eso no la ayudó, así que Nerra empezó a buscar alrededor hojas con las que pudiera hacer una tintura, para calmar la sensación de debilidad que le hacía temblar las extremidades con cada paso. Aunque en el esfuerzo de buscar, parecía como si estuviese vadeando en las profundidades del gran río que dividía el reino, cada paso un esfuerzo.

–Quizás me siente por un momento, hasta que se me pase —dijo Nerra.

Encontró un roble de apariencia sólida para sentarse, colocando la espalda contra él mientras se sentaba y esperaba a que se le pasara la sensación de debilidad y el mareo. Antes, siempre se le pasaban.

Se sentó allí e intentó pensar en todas las cosas que podía hacer con su vida. Todo lo que había perdido la hacía sufrir mucho, pero Nerra estaba decidida a pensar en todas las cosas que aún podía hacer, en todas las cosas que aún podían ocurrirle. Había odiado la vida en la corte, siempre había querido estar afuera, en el bosque; siempre había querido pasar su tiempo lejos de la gente, solo ofreciendo ayuda cuando la gente lo necesitaba. Quizás esta era su oportunidad.

Quizás, excepto que ni esos pensamientos la ayudaban a que se le pasara la sensación de estar enferma. Nerra lo sentía en el mareo que amenazaba con consumirla, en el cosquilleo en la boca, en el pulso del brazo en donde sentía que las escamas estaban a punto de estallar de su piel.

–Ayuda —gritó débilmente, pero no había nadie allí para ayudarla.

Incluso si alguien hubiese venido, le hubiesen visto el brazo y la hubiesen matado por eso. Como mínimo la hubiesen evitado, dejándola a merced de los temblores y la debilidad y…

En algún momento del proceso, Nerra se dio cuenta de que se había caído sobre un costado, y las ramas y hojas en el suelo del bosque le arañaban la mejilla. Ahora su respiración era superficial y sentía que el mundo venía detrás de un velo, lo que significaba que Nerra apenas podía verlo. Parpadeaba los ojos, se abrían y cerraban, y esta vez era diferente a todas las otras en que se había sentido enferma; diferente y peor.

Ahora sentía una presión creciente en el cráneo, como si el mundo entero estuviese allí adentro, luchando para salir. Gritó, luego se dio cuenta de que no había emitido sonido, solo se retorcía allí en el suelo, mirando hacia arriba a las copas de los árboles, segura de que moriría allí, sola y sin previo aviso. ¿Alguien la encontraría o simplemente su cuerpo se quedaría allí como carroña para los animales? ¿Estaría muerta antes de que eso sucediera?

De pronto, Nerra sintió mucho miedo. Se encontró pensando en sus hermanos y hermanas, en el dragón abandonado en la cueva. Deseaba que cualquiera de ellos estuviese allí, que alguien estuviese allí.

–Ayuda —volvió a gritar, y para su sorpresa, ahora había alguien allí .

Había varias personas reunidas en el bosque, observándola. El más grande de ellos estaba al frente, calvo, con los músculos de oso y mirándola como si recién hubiese entrado en una habitación llena de tesoros.

–Princesa —dijo él—. Te estaba esperando.

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

Greave yacía en la cama, jadeando, y quizás por primera vez en su vida, realmente feliz. Los rayos del sol se colaban por la ventana, iluminando la figura dormida de Aurelle Hardacre. Se veía perfecta yaciendo allí, pero en realidad, se veía perfecta en cualquier lado.

La mente de Greave retrocedió a cómo se veía antes, en los momentos en los que hacían el amor. Había sido una experiencia que superaba cualquier cosa que pudiera imaginar, hermosa y maravillosa, llena de placer, y completa de una manera en que casi nada más parecía serlo. Greave podía entender ahora por qué los hombres escribían poesía acerca de estas cosas, y cantaban canciones sobre la belleza del amor.

Ella lo había encontrado casi en el momento en que salía de la recámara de su padre.

–Estás enojado, mi amor —le había susurrado.

–Yo… —no tenía palabras para describir lo disgustado que estaba—. Necesito encontrar la forma de corregir esto, de solucionarlo.

–No puedo ayudarte con eso —había dicho Aurelle, y lo había arrastrado en dirección a su habitación—. Pero hay algo que puedo hacer.

 

Ahora yacía a su lado, respirando suavemente mientras dormía.

–Aurelle, mi amor —susurró él—. ¿Estás despierta?

No hubo respuesta, y Greave no deseaba despertarla ahora. Se quedó mirando a Aurelle mientras yacía allí, sintiéndose con más suerte de la que cualquier hombre tenía derecho, por el simple hecho de que ella hubiese entrado en su vida así. Antes, las mujeres siempre pensaban que sus rasgos eran muy afeminados o su personalidad muy melancólica. Aurelle había visto algo en él que lo había elevado por encima de eso, y que hacía que su corazón cantara de una forma que ni siquiera sabía que era posible.

Pensó en despertarla con un beso, pero en cambio se deslizó de la cama, vistiéndose en silencio. Había estado tan absorto con Aurelle en los últimos días, que no había hecho lo que se había prometido hacer. Ahora, con el recuerdo de su hermana que había sido expulsada y la discusión con su padre, necesitaba hacerlo.

Greave salió de su habitación y se dirigió por el castillo en dirección a la biblioteca. Ahora que se había terminado el último banquete, era un lugar tranquilo, casi vacío. Greave podía sentir algo de ese vacío en su interior, al pensar en que una de sus hermanas había sido desterrada, mientras la otra estaba desaparecida. Sin embargo, Greave podía ayudar a una de ellas, si solo pudiera encontrar lo que estaba buscando.

Entró en el caos de la biblioteca, que parecía más desordenada de lo que él la había dejado. ¿Habrían entrado criados, intentado encontrar algo, o quizás un noble se había aburrido del banquete? No importaba, en cuanto él aún pudiera encontrar el libro que quería.

¿Cuál era el título? Por un momento, Greave pensó que quizás se lo había olvidado y tuvo un momento de pánico ante ese pensamiento. ¿Qué pasaría si no podía recordarlo? ¿Qué sucedería si la oportunidad de descubrir en qué estaba involucrada su madrastra se le había escapado por su simple falta de consideración?

No, él lo recordaba: Sobre el cuerpo. Bien, parecía que una mente acostumbrada a recordar vastos fragmento de poesía y obras teatrales tenía su utilidad. Vagamente, Greave se preguntó qué pensaría su padre de ese pensamiento.

Por supuesto, no se lo podía decir, no se lo podía decir a nadie. Hasta que no encontrara la cura que pudiera salvar a su hermana, solo con decirle a los demás lo que estaba buscando Greave ponía a todos en peligro.

–No —dijo el—. Primero necesito encontrar la cura.

Eso quería decir encontrar el libro, y era más fácil decirlo que hacerlo en una biblioteca como esta. Greave empezó a buscar en los estantes.

Le tomó lo que pareció una eternidad, descartando a un costado un libro tras otro. Las reflexiones de filosofía iban junto con la Fauna del Tercer Territorio y las Notas sobre la navegación fluvial. Otro día, quizás los hubiese ojeado, razonando que todo conocimiento era digno de tenerse, pero no hoy.

Por supuesto que otro día ya se hubiese dado por vencido, y sus esfuerzos se hubiesen desvanecido ante la sensación de que todo era inútil. Sin embargo, si había una cosa que la llegada de Aurelle a su vida le había demostrado, era por algunas cosas valía la pena esforzarse. Greave continuó explorando la biblioteca.

Y entonces, ocurrió.

Él se paralizó.

Greave encontró el libro que quería casi por accidente, enterrado detrás de una colección de obras sobre la arquitectura del reino y los tiempos en que había sido unificado.

Con las manos temblando, se estiró y lo tomó.

Con los dedos, sintió su fragilidad.

Sobre el cuerpo era un volumen delgado, tan antiguo que apenas se atrevía a abrirlo. Lo hizo con los dedos temblando y comenzó a leer.

Lo que leyó allí no tenía sentido para él. Había leído muchos libros en su vida, pero aquí había notas sobre disecciones y los procesos químicos del cuerpo. Había una sección entera sobre la enfermedad de la escama, detallando el proceso de transformación y el daño que le podía hacer al cuerpo, destrozando a la gente para transformarla en…en…

… cosas. Greave observó las páginas, incapaz de creer el horror de lo que había allí. ¿Su hermana se convertiría en algo así? No, no si él podía hacer algo para detenerlo.

Pero a pesar de todos los horrores de la enfermedad, existe una cura. El proceso para producirla es complejo, pero….

Terminaba ahí.

–¡NO! —Gritó Greave— ¡NO PUEDE SER!

Greave rugió con frustración. Alguien, hacía mucho tiempo, había arrancado las páginas del libro.

¿Quién? ¿Por qué?

No, por más crucial que fuera esa pregunta, no era lo que importaba en ese momento. Lo que importaba era encontrar el contenido de las páginas que faltaban. Descubrir quién las había arrancado podía hacerse después.

Aunque primero, tenía que encontrar la cura. ¿Cómo podría hacerlo si esto era todo lo que tenía para avanzar? Volvió a leer el libro y no parecía tener más pistas, hasta que sus ojos cayeron en una pequeña e indescifrable nota en la tapa.

Basado en notas de GBA.

GBA se preguntó Greave. GBA

Entonces, lo recordó: la Gran Biblioteca de Astare.

Greave había oído hablar de la biblioteca. Era un lugar al noreste del Reino del Norte. Estaba más cerca de las tierras muertas y volcánicas en el norte extremo que de Royalsport, y significaría muchos días de viaje. Aún así, Greave no sabía si podría entrar, porque era un lugar que pertenecía a la Casa del Conocimiento y se suponía que nadie aparte de ellos tenía el permiso de entrar. Incluso un príncipe podría ser rechazado por no ser uno de ellos, especialmente si preguntaba por algo tan sensible como esto.

Sin embargo, Greave sabía que tenía que ir de todos modos. El contenido del libro contaba una historia que hubiera conmovido a la mayoría de la gente, pero para él, era crucial para salvar a su hermana. Si existía una cura entonces él tenía que encontrarla sin importar las dificultades o peligros. Entonces, supo lo que tenía que hacer.

Arriesgaría su vida si era necesario. Iba a viajar a Astare.

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

Vars había planeado que Rodry se encargara de la tarea de liderar a los guardias de su media hermana. Había planeado escuchar todas las sandeces que dijera su hermano respecto a que él eludía sus deberes, y luego se iría al calor de uno de los establecimientos de la Casa de los Suspiros mientras su hermano marchaba arduamente bajo la lluvia siguiendo el carruaje de Lenore.

En cambio, algo había salido mal. Nerra había sido expulsada, aunque a Vars no le importaba. Rodry había salido de cacería o algo así ante la insistencia de Lenore. Ahora, él se encontraba cabalgando a la cabeza de una columna de hombres, todos dispuestos, incluso animados a proteger a su media hermana durante su cosecha nupcial. Vars reprimió una mueca cuando miró hacia atrás donde estaban ellos. Debería haber cien hombres allí, ¿y para qué? ¿Para proteger a una hermana que ni siquiera importaba en la línea de sucesión? ¿Ellos saldrían en su defensa con tanto entusiasmo?

Vars realmente no entendía porque había sido puesto en riesgo por una tarea como esta. Su padre podía mandar hombres si tenía que hacerlo, ¿pero enviar a Vars, el segundo en la línea de sucesión al trono? Era una locura. Si había problemas él sería quien estaría en riesgo, mientras que su media hermana estaría sentada a salvo detrás de todos los soldados allí. Vars sacudió la cabeza, tomó un trago de un odre y siguió la marcha.

Más adelante, podía ver una bifurcación en el camino. Alguna vez había habido un cartel, pero claramente se habría volado en una tormenta, por lo que era imposible decir que cuál era el camino. Cabalgó hasta el lugar y detuvo a la columna de hombres, dándoles permiso para sentarse, descansar brevemente y prepararse para el resto de la marcha. Para su irritación, no rompieron filas mientras lo hacían, lo que lo puso en vergüenza al haberse casi desplomado de la montura. Si algunos hubiesen empezado a jugar a los dados o a beber licores, Vars se hubiese sentido mucho más a gusto.

–¿En qué dirección, su alteza? —Preguntó el sargento de armas, supuestamente el segundo al mando.

–Voy a verificarlo —dijo Vars.

Sacó el mapa y verificó la ruta, intentando asegurarse de saber en dónde estaba. La ruta estaba resaltada con un lazo rojo que guiaba a través del reino; atravesaba más lugares de los que querría Vars, a través de largas secciones que no eran nada más que pueblos, probablemente sin una taberna decente entre ellos. Ah, se suponía que Rodry vendría a ayudar, pero eso solo significaba tener que tolerar los comentarios insoportables sobre las pocas cosas buenas o valientes que hacía Vars.

Si tan solo hubiera una forma de escaparse de esta ridiculez.

–¿Necesita ayuda, su alteza? —Preguntó el sargento.

–No, no la necesito —le espetó Vars, dándose cuenta de que el hombre probablemente había asumido que iba a cometer un error respecto a la ruta.

Se detuvo por un momento, pensando en eso. Él era el único que había visto el mapa después de todo, y no había un cartel, así que no había forma de que los hombres supieran con certeza…

–¡Por aquí! —Dijo él, señalando hacia la izquierda de la bifurcación, con toda la confianza que podía conseguir.

–Su alteza… —comenzó el sargento, en un tono en el que claramente iba a cuestionar a Vars—. ¿Está seguro de que ese es el camino? Pensé que debíamos ir por Neddis, y eso está…

–Bueno, pensaste mal —dijo Vars—. La ruta que debemos seguir está marcada claramente. Debemos ir a la izquierda y continuar hasta que nos encontremos con mi hermana. Ahora, deja de cuestionar a tu príncipe y haz que los hombres se apronten para marchar, antes de que decida que es mejor que vuelvas a la filas.

–Sí, su alteza —dijo el hombre.

Vars sonrió para sí. Si esto salía bien, podría hacer un recorrido por los mejores lugares para beber antes de regresar. Lenore estaría bien; después de todo, el tonto de Rodry iría a protegerla.

***

—Un poco a la izquierda, Hershel —Rodry le gritó a uno de sus compañeros—. ¡A este ritmo nunca darás en el blanco!

Simuló jovialidad, aunque en ese momento solo podía pensar en Nerra y en lo que podría estar haciendo él que fuese más útil.

–Apuesto a que eso fue lo que dijo la última mujer con la que estuviste —respondió el joven noble, y cargó otra flecha, disparando en dirección al faisán que recién lo había eludido.

–¿Todas sus cacerías son así? —Dijo Finnal, sentado sobre su caballo tan delicada y tranquilamente como si estuviese cabalgando en un patio y no en campo abierto.

–¿Así cómo? —Preguntó Rodry.

–¿Tan ruidosas? —Preguntó él, y no era la primera vez en el día en que Rodry tenía que recordarse a sí mismo que este era el hombre con el que su hermana planeaba casarse, y que tenían que llevarse bien.

Se lo había prometido a Lenore.

–No es tan ruidosa —dijo Rodry.

Para ser justos, era bastante ruidosa. De los Caballeros de la Espuela que se habían incorporado, Halfin y Ursus parecían discutir sobre qué era mejor para la cacería, la fuerza o la velocidad; sir Twell disentía enérgicamente y decía que debían instalar trampas, mientras que los nobles más jóvenes parecían estar cabalgando, y disparando o practicando golpes de espada entre ellos, mientras miraban con la esperanza de que los caballeros de mayor edad los advirtieran.

–Está bien —admitió Rodry—. Es un poco ruidosa.

–Solo un poco —dijo Finnal.

Le extendió la mano a un asistente que le entregó una ballesta cargada, ya que claramente era demasiado trabajo para que él mismo lo hiciera. Rodry lo vio seguir un pájaro mientras levantaba vuelo y luego, disparó. Hubo un graznido cuando la flecha dio en el blanco.

–¡Buen tiro! —Dijo Rodry.

Eso era lo único que le iba a conceder a su futuro hermano político.

–Supongo que sí —dijo Finnal con aparente desinterés.

Miró hacia los caballeros y los nobles.

–Entonces, ¿es esto lo que hacen tus compañeros para pasar el día? ¿Salir a cabalgar y cazar?

–¿Qué querrías que hicieran? —Preguntó Rodry.

Finnal se encogió de hombros.

–No lo sé. Solo pensé que habría… algo más. Lenore me ha hablado de tu heroísmo.

Rodry sonrió.

–Déjame adivinar, ¿estaba intentando que seamos mejores amigos?

Finnal hizo una pausa por un momento y luego asintió.

–Aunque no deseo ser tu enemigo y no hay necesidad. Después de todo, tu hermana será mi esposa. Ella es el amor de mi vida.

Rodry deseó poder creerle; deseó no haber escuchado los rumores que provenían de la Casa de los Suspiros.

 

–En tanto la trates bien —dijo Rodry—. En tanto seas sincero cuando dices que la amas.

–¿Por qué querría decir algo distinto? —Replicó Finnal—. Lenore es la mujer más hermosa y la hija del rey. Cualquier hombre sería afortunado si se casara con ella.

Eso era cierto, pero Rodry aún no podía evitar el presentimiento de que el hijo del duque Viris no estaba siendo del todo sincero. En ese momento, hubiese preferido que otro se casara con su hermana; alguien digno.

–Quizás debamos a ir a buscar a Lenore —dijo Rodry.

Aún no estaba previsto que fuera acompañarla, pero al menos eso significaría que no tenía que estar más tiempo atrapado solo con Finnal.

Finnal sacudió la cabeza.

–Se considera de mala suerte que el novio acompañe a la novia en cualquier tramo de la cosecha nupcial.

–Probablemente porque pueden pensar que él contará todo el oro que traiga, antes de decidir si se casará con ella —dijo Rodry, incapaz de reprimir el rastro de amargura en su voz.

Él sabía que Finnal debería agradarle. Era inteligente, elegante, un buen partido y un mejor jinete. Era el hijo de un duque, apuesto y para nada grosero. Sin embargo, había algo de él que hacía que Rodry desconfiara, algo que le aseguraba que los rumores no eran solo rumores, y que no podía confiarle el corazón de su hermana.

–No te agrado, ¿verdad? —Preguntó Finnal.

Rodry hizo una pausa y luego sacudió la cabeza.

–¿Crees que no he escuchado los rumores sobre ti? ¿Sobre la Casa de los Suspiros?

–Los rumores no significan nada —dijo Finnal.

–Significan algo si son ciertos —replicó Rodry.

–¿Y por qué has decidido que son ciertos? —Preguntó Finnal—. Soy el hijo de un duque. Atraigo una cuota de envidia.

–Un duque que apoyó a aquellos que exigieron el destierro de mi hermana —dijo Rodry.

Ahora tenía que esforzarse para contener su furia.

–Yo no tuve que ver con eso —dijo Finnal—. Y mi padre… sospecho que estaba defendiendo la ley. ¿Tu familia pretende infringirla?

–¡No permitiré que mis hermanas salgan heridas! —Dijo Rodry, prácticamente gruñéndole.

–Yo tampoco querría eso —dijo Finnal, y miró a Rodry serenamente—. ¿Qué tengo que hacer para convencerte de que tengo buenas intenciones con Lenore? ¿Que no tengo intención de lastimarla?

Ese era el problema; Rodry no lo sabía. No podía pensar en nada que le quitara su sospechas o que le hiciera ignorar todo lo que había escuchado acerca de este hombre. Miró alrededor, con la esperanza de encontrar una distracción que al menos significara que no tendría que responderle. A la distancia vio una taberna, un lugar sencillo y probablemente un tipo de establecimiento en el que Finnal nunca hubiese puesto un pie. De pronto, Rodry se encontró con la necesidad de un trago.

–Ven a tomar una ale conmigo —dijo él, señalando el lugar.

Llamó a sus compañeros, porque no tenía intención de tomarse una ale solo con Finnal. Si estuvieran solos, realmente tendrían que hablar.

–¡Veo veo una taberna, hombres! ¡Creo que hemos cazado lo suficiente por un día, así que vayamos a celebrar nuestros éxitos!

Cabalgó hasta allí, aunque deseaba estar cabalgando para encontrarse con su hermana, pero ella le había pedido que se tomara el tiempo de conocer a Finnal y eso era lo que iba hacer, aunque tuviera que terminarse toda la ale de la taberna para lograrlo. Ella estaría bien en el viaje. Después de todo, tenía a los hombres de Vars para protegerla.