Apuntes de una época feroz

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La noticia vino desde Arica: se estaba tras la pista de los 16 millones de pesos, parte del botín del robo del Banco del Estado de Chuquicamata, que nunca se encontraron. Cauce quiso conocer la verdad en el terreno mismo y viajé a Arica. Mi primera impresión fue la de una ciudad bullente, a pesar del amedrentamiento brutal y sistemático que ejerce el contingente militar y de la CNI apostado en la zona. Lo puedo decir por propia experiencia. Con la ayuda valerosa de muchos colaboradores, fui abriéndome paso hacia una trama insospechada que superó todas las predicciones y la idea que tenía previamente sobre el llamado “caso Calama”.

Desde luego, los 16 millones fueron sólo un hito irrelevante ante la evidencia de que los fusilamientos en Calama de los dos agentes de la CNI, sindicados como los únicos responsables del asesinato y robo y el aparente suicidio del mayor Juan Delmas, jefe de la CNI para la zona norte, no fueron sino una cortina de humo para ocultar a los verdaderos cerebros de una red financiera, que desde las sombras y amparada por organismos de seguridad, organizó y ordenó ejecutar fríamente sus planes.

Estamos en condiciones de afirmar que, al ser descubierta la parte de esta red con la caída de Hernández Anderson, los muertos se han sucedido en una cadena sin culpables conocidos. Entre dinamitados, fusilados, accidentados y asesinados hay nueve personas desaparecidas y creemos que la lista aún no ha terminado. Estas muertes han permitido –por el momento– proteger a quienes, tras la pantalla de organismos como la CNI, se dedican a actividades de lucro, absolutamente ajenas a la seguridad nacional.

A la muerte de Delmas, en circunstancias jamás aclaradas, se sumaron las de sus informantes más próximos y la de su adjunto principal en la jefatura de la CNI de Arica. El último “suicidio”, el de Alfonso Fort Arenas, cuñado del mayor Delmas, lo reveló a Cauce su padre, Bernardo Fort Pinto. En una estremecedora entrevista nos relató todos los antecedentes que demuestran que su hijo fue asesinado, sus encubridores y las vinculaciones de los servicios donde se desempeñó.

En medio de un cerco tendido por más de cinco vehículos de la CNI, pudimos –de todas formas– conversar con Gabriel Hernández Anderson padre, quien nos mostró documentos y fotografías, mientras nos hacía partícipes de su angustia por no poder enfrentar –como él quisiera– esta conspiración de inconcebibles proporciones.

Así fue armándose el rompecabezas. El alcalde de Arica, Manuel Castillo, también fue consultado por Cauce. Ex militar, el alcalde más antiguo de Chile, sindicado como uno de los organizadores de la DINA en Arica (no hay que olvidar que Hernández Anderson declaró haber hecho un juramento de ingreso al servicio en la alcaldía); Castillo Ibaceta, airado pero muy nervioso, sólo atinó a exigir que me retirara de su oficina.

Sin embargo, a pesar de este clima de amedrentamiento, nuestro reportaje nos condujo hacia un factor hasta ese momento desconocido: que por ese mismo tiempo se instaló en la zona una empresa de seguridad que supuestamente podría sustituir con más eficacia los mecanismos y sistemas de seguridad existentes en la zona, tras los sucesos de Calama.

Esa empresa se llama Alfa-Omega y su socio principal es el ex jefe de la DINA y hoy empresario de la seguridad, general (R) Manuel Contreras Sepúlveda.

Los hechos que a continuación relatamos tienen un sentido claro, que se desenmascare cuanto antes a los cerebros y ramificaciones de esta verdadera red de muertes, robos y violencia.

ASÍ SE TEJIÓ LA HISTORIA

El lunes 9 de marzo de 1981, en Chuquicamata, a las 20:30 horas, un estridente ruido de alarmas quebró la quietud de la ciudad. El ruido provino del Banco del Estado. Carabineros revisó el lugar y comprobó que todo estaba en orden. Al día siguiente, al desaparecer el agente del banco, Luis Guillermo Martínez (51 años), y el cajero de la misma institución, Sergio Yáñez (26 años), se constató que los 46 millones recién ingresados para el pago del personal fiscal habían desaparecido de las bóvedas.

Personal de Carabineros, Investigaciones y de la propia CNI inició la investigación. El hecho provocó alarma entre los hombres de empresa de la zona norte, especialmente entre los banqueros. La primera fase del plan se había cumplido.

En el libro en el que Gabriel Hernández Anderson escribió sus últimos versos y algunas confesiones, relata que el robo se gestó en enero de 1981, fecha en que su ex jefe y amigo, Juan Delmas, lo visitó para comunicarle una importante misión secreta. Al parecer, “la CNI pasaba por graves apuros económicos derivados principalmente del alto costo que significó el envío de agentes secretos al extranjero”.

Una larga argumentación entrega Hernández Anderson en su libro. Lo importante, según el CNI fusilado, era “conseguir fondos adicionales al servicio con la colaboración del agente del Banco del Estado de Chuquicamata”, con quien se entrevistaron y tomaron juramento para el cumplimiento de la respectiva misión.

El 25 de mayo a las 10 de la mañana, en Arica, fueron llevados hasta el jefe de local de la CNI, por orden del gobernador, coronel Víctor Contador Ribadeneira, todos los agentes bancarios de la ciudad a una reunión estrictamente confidencial. Al citarlos, dice el periodista Juan Vargas desde Arica, “se les explicó que ante la gran cantidad de atracos y asaltos a bancos había que tomar medidas de precaución”.

La segunda fase del plan, según las revelaciones de Hernández Anderson (Poemas de un condenado a muerte, página 130), se había cumplido, ya que el robo de Calama permitiría, “demostrar la total ineficiencia de los sistemas y servicios de seguridad de la zona. Este plan inicial sería afinado conforme a antecedentes que debían producirse en Arica”.

Cauce está en condiciones de informar que la verdadera intención del entonces mayor Carlos Vargas, y propuesta ante algunos de los agentes bancarios, fue sugerir los servicios de seguridad privados de Alfa-Omega ante la absoluta deficiencia de los servicios y sistemas de seguridad existentes.

Por lo demás, el agente del Banco del Estado, Mario Gómez, informó a la prensa pocos días después que será medida obligatoria para las instituciones bancarias, a partir de mayo de 1981, contar con servicios privados de seguridad.

EL PLAN SE DESMORONA

El 6 de junio, Gabriel Hernández Anderson, en su calidad de jefe de la CNI en Calama, cumplió una importante misión: cauteló la seguridad personal del general Pinochet, que ese día inició una gira oficial por la zona norte.

El 11 de junio, el juez Iván Tamargo Ramos se constituyó a 30 kilómetros de Calama, al interior del camino que conduce a Chiu-Chiu, lugar donde fueron dinamitados el agente y el cajero del Banco del Estado robado. Hay huellas de una violenta explosión. Los restos de los funcionarios estaban diseminados en un radio superior a los 50 metros.

Se habló de ocho detenidos. La CNI entregó un comunicado oficial en el que reveló que el robo y el asesinato fueron cometidos por uno de sus funcionarios. Eduardo Villanueva Márquez, con la complicidad de Gabriel Hernández Anderson, jefe de la CNI de Calama y yerno del alcalde de Arica.

El sábado 13 de junio se supo que estaba desaparecido el jefe de la CNI de Arica, mayor Carlos Vargas. El día 15, un periodista del diario La Estrella, de Arica, fue informado del sitio donde estaba ubicado el auto de Vargas. Los primeros en llegar fueron reporteros de este diario y constataron que en el interior había un cadáver. Luego, Investigaciones informó oficialmente que el mayor Juan José Delmas Ramírez, alias Carlos Vargas, 33 años, experto en el manejo de explosivos y con especialidad en inteligencia y guerrilla urbana, jefe de la CNI de Arica, se había suicidado.

El 16 de junio, tras un violento tiroteo en las calles de Arica, se recuperaron dos millones de pesos del botín de Calama que estaban en manos de un suboficial del Ejército de apellido Jiménez, cuñado de Eduardo Villanueva. Otros 20 millones de pesos fueron encontrados en una parcela de propiedad de Armando Meza, jefe de planificación de la Municipalidad de Arica y también yerno del alcalde Castillo Ibaceta.

Osvaldo Delmas, tío del que fuera jefe de la CNI en la zona norte, declaró: “Mi sobrino tenía intenciones de hablar con el juez Tamargo. Se lo dijo el viernes 13 en una comunicación telefónica. Quería viajar a Calama cuando lo hicieron desaparecer. Lo mataron para que no hablara. Hay peces mayores en este asunto. Así tapan lo que realmente ocurrió”.

MUERTES DE BARRAZA Y ZUMAETA

El 19 de junio nadie daba crédito a la versión oficial del suicidio de Delmas. El auto no mostraba huellas de polvo, a pesar de ser hallado en un camino del desierto. Era de color rojo brillante y un avión estuvo durante dos días buscándolo. La bala suicida no fue hallada, etc.

Ese día en Arica, a un costado de la península de El Alacrán, un desconocido es encontrado muerto, flotando en el mar. En uno de sus bolsillos la policía encuentra un llavero con un nombre: Mario Barraza.

“Nadie conoce al ahogado”, titula La Estrella de Arica el domingo 21. “No es pescador, mariscador, rematador ni vendedor”. Efectivos navales informan que no figura en la lista de los pescadores artesanales. Sin embargo, increíblemente, en el mismo diario aparece una aviso de defunción que indica que Mario Barraza Molina era socio del Círculo de Suboficiales en Retiro y anuncia sus funerales.

Cauce pudo establecer que Barraza era uno de los informantes más cercanos a Delmas.

Uno de los lugares que más frecuentaba Delmas está ubicado entre las calles Baquedano y Colón, la Casa Díaz. En los altos del establecimiento comercial se reunían con los choferes y agentes de la CNI, Juan Arenas (hoy se desconoce su paradero) y Francisco Díaz Meza, condenado a cadena perpetua.

 

Otro de los asiduos visitantes al juego de carioca y chi-flota era el contador José Rienzi Zumaeta Dattoli, jefe de personal y contador auditor de Agrícola Donoso.

Zumaeta fue asesinado de un balazo en la frente a las cero horas del sábado 31 de octubre de 1981, frente a la puerta de su casa. No se pudo llamar de inmediato a la ambulancia, pues los teléfonos se hallaban casualmente descompuestos. Al anochecer, y por circunstancias desconocidas, se cortó la luz del sector. Su esposa relató que “se encuentra extraviado un maletín negro con papeles, nunca se separaba de él”.

Informes posteriores dieron cuenta de un testigo, un niño de apellido Valenzuela, quien vio a dos sujetos disparar desde un taxi. La familia Valenzuela desapareció de la zona al igual que la familia Zumaeta. Días antes se vio un auto Renault, de color claro, que hizo guardia frente a la casa del contador. Un mes antes, desconocidos asesinaron al perro policial de Zumaeta. El contador, según la información recogida por Cauce, era uno de los informantes y técnicos más importantes del grupo de Delmas, al tanto de casi todas las conexiones de la CNI en la zona.

A la lista de los muertos se agregan el capitán Sergio Zaldívar, segundo hombre de la CNI en Arica en los momentos de los sucesos de Calama y quien fuera destinado a Concepción, para morir allá un 23 de octubre, en un accidente automovilístico de extrañas características.

El último “suicidio” se perpetró el 28 de abril recién pasado en Osorno y significó la muerte de Alfonso Fort Arenas, cuñado de Juan Delmas, agente de la CNI.

HABLA GABRIEL HERNÁNDEZ ANDERSON

Una vez que me identifiqué, las puertas de la casa del ex CNI fusilado se me abrieron. Conversamos durante aproximadamente dos horas. “Mi hijo fue despertando de a poco –me dice–, creyó hasta el final en su inmunidad”. Recorremos la casa y la pieza de Gabriel hijo está intacta. Frente a las camas del matrimonio se encuentra un enorme retrato del hijo fusilado. “Fue militante que cumplió órdenes en un sistema organizado de lucha para combatir en guerra permanente contra enemigos del país”. Son pensamientos suyos que leo mientras reparo que su libro de cabecera, en esos momentos, es Balmaceda o la contrarrevolución del 91, de Hernán Ramírez Necochea. Este verdadero santuario de devoción me lleva al convencimiento de que las versiones de que su hijo aún está vivo carecen de todo fundamento.

Incómoda por tanta violación de esa intimidad me sumerjo en la lectura de otro de sus pensamientos: “La causa de su muerte no está en el hecho mismo de haber errado de ruta, sino en su obstinada terquedad para no saber enmendar el rumbo”.

Con tono angustiado comenta: “¿Por qué no se quiso llamar a declarar a todos los agentes bancarios de Arica que tuvieron relación con Delmas?”. Con premura, sin mucha coherencia, al final, consigo que me hable de las diligencias que no se hicieron, como la investigación sobre el envío de dinamita desde Arica a Calama, vía Tramaca, el 4 de marzo de 1981. Recuerdo que su hermano denunció que “a pesar de que la investigación hecha por el ministro en visita estuvo incompleta, al menos fue el único magistrado que conoció e interrogó personalmente a los reos”.

Es indudable que conoce todos los entretelones del caso. ¿Cuándo los revelará? Probablemente nunca, quizá cuando un sistema realmente democrático le asegure su integridad física o, al menos, cuando su acción no sea sólo un saludo estéril a la bandera y a la Justicia.

“Tengo la certeza de que él sabe que la organización que se pretendió montar, y de la cual formaba parte su hijo, está vigente y más fuerte que nunca”. Muestra fotos de un pasado que se hundió. En algunas aparece su ex amigo y consuegro, el alcalde de Arica.

“¿Usted cree que estoy muy tranquilo?”, me dice alzando la voz. “¡Debo seguir viviendo!”. Pareciera que desea justificarse de algo de lo que no lo estoy acusando.

A la salida me espera una sorpresa. Con una inquietud que se parece al terror, constato que más de cinco vehículos de la CNI están apostados en las cercanías. Mi acompañante, al parecer absolutamente acostumbrado a estos avatares, acelera y lo hace aún más cuando nos acercamos a los vehículos.

LAS SORPRESAS DE ALFA-OMEGA

Ya vamos llegando al final. Es necesario investigar sobre la empresa Alfa-Omega. Me decido a visitar al alcalde, Manuel Castillo Ibaceta. Me recibe de inmediato, pero al identificarme su rostro se descompone: es evidente que el nombre de Cauce no le produce ninguna gracia. “¿Por qué no me dejan trabajar tranquilo?”, grita mientras se pasea y hace sonar timbres para hacerme expulsar de su oficina. Intento conservar la calma e inicio la conversación con un par de preguntas relacionadas con la CNI. Le explico que no es mi intención agredirlo. “Tengo por norma no meterme en lo que no es de mi incumbencia”, vocifera nuevamente, mientras casi me lanza a la cara la declaración de sus bienes personales que adornan su oficina junto a una gran fotografía en la que se lo ve fundiéndose en un estrecho abrazo con el general Pinochet. “Todo eso son cosas superadas”, insiste. Por su tono, su nerviosismo y su inusitada violencia, llego al convencimiento de que está lejos de decir la verdad. “No leo ni las hojas políticas de El Mercurio –dice–, no me interesan, son sólo mugre; leo solamente las hojas municipales. Lo único que me interesa es el turismo”.

Pude estar allí más tiempo sin que me dijera algo interesante, pero no pude constatarlo porque me hizo echar. Lo único que falta es conocer la empresa Alfa-Omega.

El 30 de abril se constituyó la Sociedad y Asesoría Integral Alfa-Omega Limitada. Se inició con un capital de dos millones de pesos, para ocuparse de proyectos de ingeniería en seguridad de bienes y personas. Además, están autorizados para administrar empresas de cualquier rubro, por cuenta propia o ajena.

El 29 de diciembre de 1980, el general (R) Manuel Contreras Sepúlveda firmó ante el notario Luis Azócar la compra del 98 por ciento de las acciones de la sociedad. Junto a su socio Ignacio Navarrete Cáceres, modificó y amplió las funciones de la empresa, y dejó establecido que podrá actuar ante los bancos con el nombre de fantasía S.A.I.A.O.

Mientras los acontecimientos de Calama ocuparon las primeras páginas de la prensa nacional, jamás se relacionó a la empresa Alfa-Omega con los llamados cerebros de la operación. Las evidencias que recogí en Arica demuestran que esa firma estuvo directamente vinculada a las actividades de la red de Juan Delmas, que actuó en la zona norte durante mayo de 1981.

Por su parte, uno de los sobrevivientes de los procesados en el caso de Calama, Francisco Días Meza, condenado a cadena perpetua, es hoy amo y señor de la cárcel de Arica. Es frecuente verlo salir sin esposas, sentado en la cabina de los furgones carcelarios, prestando servicios de vigilancia sobre los presos políticos allí recluidos. Para él, “cualquier cosa es mejor que ser liquidado”, afirmación que hizo a un periodista de la región, que siguió la trama de estos acontecimientos, lo que significó perder su fuente de trabajo.

Si bien judicialmente el proceso de Calama se cerró con el fusilamiento de dos agentes de la CNI, el 22 de octubre de 1982, muchos no opinan lo mismo. Entre ellos monseñor Juan de Castro, quien considera que la investigación quedó inconclusa y declaró que “el proceso a juicio de muchos deja varios puntos oscuros e incluso sin investigar”. Para la opinión pública queda claro que los verdaderos cerebros de estos graves hechos continúan actuando en la impunidad.

MUERTE DEL PADRE ANDRÉ JARLAN: PERO NO APLASTARÁN LA PRIMAVERA

(1984)

El 4 de septiembre de 1984, en el contexto de una protesta nacional, el sacerdote francés André Jarlan recibió un disparo proveniente de un grupo de carabineros que reprimía a los manifestantes de una de las poblaciones más emblemáticas y combativas de la capital chilena. Jarlan era reconocido por la defensa de los derechos humanos y su compromiso con los vecinos de La Victoria, donde vivió y encontró la muerte. Las circunstancias de su asesinato provocaron pesar e indignación en Chile y el mundo, y derivaron en un funeral multitudinario que fue cubierto por Mónica González, quien además siguió las pistas del crimen.

La noticia de la muerte del sacerdote francés André Jarlan el pasado 4 de septiembre, conmocionó en pocos minutos a los habitantes de la población La Victoria. Los pobladores, que pocas horas antes eran víctimas de una fuerte represión, abandonaron sus hogares y se aglomeraron en las calles adyacentes a la casa parroquial, lugar del asesinato.

En muchos sectores continuaron escuchándose las ráfagas de armas automáticas. Con ellas se pretendió amedrentar a la población que se plegó de diversas formas a la jornada de protesta.

En medio de una gran confusión, el párroco Pierre Dubois intentó calmar los ánimos.

Fue una difícil tarea. La indignación y la ira estallaron al mismo tiempo que por diversas calles continuaron llegando a intervalos nuevos heridos y contusos. A las 20:30 horas, Pierre Dubois recibió visiblemente emocionado la visita del arzobispo de Santiago, monseñor Juan Francisco Fresno. Éste debió abrirse paso entre los heridos y los pobladores que exigieron justicia, para llegar al segundo piso de la casa parroquial y darle la extremaunción al padre Jarlan. Su cuerpo estaba en una pequeña habitación, caído sobre una mesa, con la cabeza sobre la Biblia.

La tensión continuó aumentando y los heridos también. Cerca de las 21 horas se trasladó hasta La Victoria el embajador francés Leon Bouvier. La información ya estaba dando la vuelta al mundo. En Chile, y a causa de la censura de prensa, la información sólo se conoció parcialmente.

Los testimonios se juntaron, los testigos, entre ellos periodistas nacionales y extranjeros, agregaron antecedentes. Todos coincidieron: los disparos salieron desde una esquina de la calle Ranquil. Allí se había parapetado un piquete de carabineros. Intentaban, con sus armas, amedrentar a quienes participaban de la jornada de protesta.

El padre Dubois, luego de recopilar los testimonios, y una vez finalizada su investigación, enfrentó a los periodistas y declaró: “André estaba sentado frente a su escritorio leyendo la Biblia. En ese momento llegaron varios furgones... pararon en la esquina. Los periodistas, al ver que eran carabineros, se asustaron y corrieron para refugiarse en la casa parroquial. En ese momento los carabineros les dispararon a ellos desde la esquina. Es unánime entre los testigos que los disparos fueron hechos por carabineros. Me desarmaron un tabique para encontrar la bala que mató a André, es como la punta de un dedo chico”.

Cuando los periodistas pudieron ingresar a la casa parroquial, al dormitorio del sacerdote Jarlan, confirmaron esta tesis. Mirando por uno de los orificios dejados por los proyectiles, se destaca la esquina descrita, en donde quedó como mudo testimonio la palabra “protesta” escrita por los pobladores.

Pero, para poder mirar por el orificio, es menester primero pasar frente al pequeño camastro que aún tiene las huellas de sangre. Las mismas empañan la Biblia abierta en la página 128. Las mismas manchas que salpican la rústica mesa de madera. Como único adorno, se observa una placa de madera en que se lee: “Donde quiera que reine el amor, pienso sin sombras de venganza, allí está Cristo vivo”.

Aún cuelgan en cordeles las últimas prendas de vestir que André Jarlan lavó el día de su muerte.

Junto al dormitorio está el comedor de la casa parroquial. El mismo que, en una fría mañana de invierno de 1983, reuniera a dos franceses enviados a Chile para investigar las violaciones a los derechos humanos. Un periodista de Cauce participó de dicha reunión. André Jarlan contó de su afiatamiento con los pobladores de La Victoria. De cómo su formación en una región campesina francesa le había dado los elementos para estar cerca de los jóvenes y servir a los humildes. Con cariño recordó su infancia y contó que nunca antes se habría imaginado a Chile de la manera brutal en que se le reveló.

Cuando describió la vida cotidiana de los pobladores, demostró tener una sensibilidad que le permitió en pocos meses entender sus motivaciones, su rebeldía, los problemas que ocasiona el hacinamiento, la falta de perspectivas, la violencia.

Hombre de pocas palabras, sólo se limitó a describir actos de violencia, mientras el tono de su voz revelaba toda la angustia que su trabajo le provocaba.

 

También quedó claro para los partícipes de dicha reunión que la comunidad que formaba con el padre Dubois era completa. En esa comunión no faltaba sentido del humor y la fortaleza mutua que se imprimían para ser más eficaces en su tarea. Las ollas comunes y los problemas que enfrentaban para conservarlas fueron relatados con lujo de detalles por Dubois. Jarlan observaba, asentía y ofrecía café mientras se disculpaba por el frío reinante en la habitación.

UNÁNIME CONDENA

Ese hombre vital, de 44 años, oriundo de una región montañosa del centro de Francia, hijo de campesinos, desprovisto de paternalismo, pudo por fin ser devuelto a La Victoria el jueves 6 de septiembre. El homenaje de los pobladores comenzó desde la primera noche: miles de velas encendidas ocuparon las calles en un sencillo homenaje al “amigo Andrés”.

Mientras la jefatura de Carabineros, Lucía de Pinochet y Sergio Onofre Jarpa desmentían que las balas asesinas fueran de carabineros, en La Victoria y al interior de la jerarquía eclesiástica no quedaron dudas. Esto hizo que se movilizara toda la Iglesia para condenar unánimemente el acto alevoso. El cardenal Raúl Silva Henríquez declaró: “Si ya han muerto tantos, que hoy muera un sacerdote... Nosotros debemos morir con el pueblo”.

Los obispos también sacaron la voz y declararon: “Que la sangre de esta víctima inocente convierta nuestro odio en amor y nuestra violencia en paz”.

En La Victoria, miles de personas se aprestaron el viernes para darle el último adiós al amigo Jarlan. En la parroquia de la población, en cuyo frontis destaca la leyenda “Cristo vino a liberar a los oprimidos”, desde tempranas horas del día viernes comenzó a juntarse la gente proveniente de todos los sectores de Santiago.

En las calles, guirnaldas blancas enlazaron los árboles de las calles que recorrió el cortejo fúnebre y banderas con crespones negros se ubicaron en ventanas y en improvisados mástiles. El vicario de la zona sur, Felipe Barriga, inició la oración última diciendo: “Me han atacado mucho desde joven, pero no me vencieron”.

Al momento de sacar el féretro, las campanas repiquetearon y los pobladores le brindaron un último aplauso. La mayoría de los dirigentes del Comando Nacional de Trabajadores se ubicó para transportarlo a lo largo del recorrido que el cortejo hiciera hasta San Joaquín.

Un joven poblador, Alberto Toledo, precedió portando una pesada cruz de madera al ataúd que llevó los restos del sacerdote. El joven llegó a pie con su cruz hasta el mismo altar de la Catedral, negándose a ser relevado de su puesto.

Durante el trayecto que recorrió el cortejo desde La Victoria hasta la Catedral, miles de personas se fueron incorporando. Desde los balcones y aceras, llovían pétalos de flores, papel picado, y hombres y mujeres simplemente enarbolaban pañuelos blancos.

Entre el grupo de sacerdotes que encabezó el cortejo estaba Jean Baptiste Beraud, párroco de la iglesia de la Sagrada Familia de Macul, de origen francés y uno de los buenos amigos que André Jarlan tenía en Chile.

Mientras marchaba, emocionado, y distinguía los distintos símbolos que la gente aportaba, contó a Cauce que, al igual que Pierre Dubois, no tenía ninguna duda acerca de la procedencia de las balas que mataron al padre André.

“Las mismas balas de nueve milímetros que el señor Jarpa niega que sean de carabineros, son las que mataron a André y a otras personas en otras poblaciones”.

Con vehemencia relata que sacerdotes que habitan en los barrios periféricos, donde se desata la mayor represión durante las protestas, han encontrado estas mismas balas durante las protestas y son los carabineros “los únicos que han disparado”.

Mientras las campanas de la iglesia San Gerardo repican al paso del cortejo, el sacerdote Beraud cuenta que era un buen amigo de André. “A pesar de haber una gran diferencia de edad entre los dos, tuvimos un acercamiento inmediato. André, al igual que yo, siempre dedicó toda su vida de sacerdote, en Francia, a la Juventud Obrera Cristiana. Además, nos encontrábamos una vez por semana para almorzar”.

Sobre las motivaciones que los hizo a ambos viajar a Chile, dice: “La Iglesia, en un principio, pidió voluntarios para venir a América Latina, sólo por unos años, pero todos nosotros nos quedamos mucho más tiempo. Yo vine por cinco años y hace 14 años que estoy aquí”.

La última vez que lo vio fue el lunes 3, un día antes de su muerte.

Recuerda que André Jarlan estaba absolutamente al corriente de lo que acontecía en el país. “Hizo un esfuerzo impresionante por aprender bien el idioma. Lo que más le interesaba eran los jóvenes, hablaba con ellos en cualquier lugar, preferentemente se detenía en la calle, hacía anotaciones sobre su cuaderno y luego analizaba sus anotaciones comparando con las citas del Evangelio”.

Un largo silencio sucede a las declaraciones del padre Beraud. Luego, mientras la multitud continúa aumentando al pasar por la calle San Diego, y los aplausos y gritos exigiendo justicia aumentan, recuerda que “los apóstoles modernos que tenemos en América Latina son como André. No hay que olvidar que es el quinto sacerdote asesinado bajo este régimen desde 1973. El 19 de septiembre asesinaron a Juan Alcina, joven misionero que yo conocí muy bien, venía de Barcelona y dedicó todo su tiempo a los trabajadores de Santiago. El 21 de octubre de 1973 fue asesinado un joven sacerdote salesiano, Gerardo Poblete, lo masacraron en un retén de Carabineros en Iquique. Y así, suman cinco los sacerdotes asesinados”.

Al llegar a la Alameda, mientras el cortejo pasa por el túnel y la multitud es absolutamente incontenible, el sacerdote Beraud dice: “Estoy seguro de que André vive con nosotros. Jesucristo fue crucificado bajo Poncio Pilatos y resucitó. André Jarlan, asesinado bajo este régimen, vive con nosotros, entre los pobladores”.

Pasadas las 17 horas, el féretro hizo su entrada a la Catedral, en medio de una multitud que exigió justicia durante largos minutos. El arzobispo de Santiago debió interrumpir su liturgia cuando dijo que una sola muerte violenta ya era mucho. Los aplausos resonaron tanto al interior de la Catedral como afuera, donde cerca de cinco mil personas acompañó el servicio religioso. Los aplausos redoblaron en intensidad cuando monseñor Fresno declaró: “La verdadera valentía está en trabajar por la paz”.

Los pobladores de La Victoria estuvieron presentes guardando riguroso silencio durante el servicio religioso. El vicario Cristián Precht leyó el mensaje que, especialmente para esa ocasión, entregaron los habitantes de La Victoria. En uno de sus acápites decía: “Ninguna bala asesina podrá arrancarte de nuestro lado”.

A un costado de la Catedral, el cardenal Raúl Silva Henríquez por momentos no pudo contener las lágrimas. Los periodistas que presenciaron la escena, respetuosamente resguardaron su intimidad.

El presidente del Comité Episcopal de Francia-América Latina, monseñor Guy Deronbaix, quien se llevó los restos de André Jarlan a París el sábado 8 de septiembre, se mostró sorprendido por la fuerza, disciplina, fe y esperanza que mostraron los pobladores durante el cortejo por las calles de Santiago.

Mientras evocaba esa jornada, dijo haber recibido un mensaje de los pobladores que decía: “Se podrá aplastar una flor, pero no podrán impedir que llegue la primavera”.

EL CASO DE LA RENOLETA ROBADA

(1984)

Lo peor del régimen y sus servicios represivos queda al descubierto en este reportaje, que reveló una sórdida y violenta trama detrás de un aparente hecho de delincuencia común. Dos décadas antes de que un juez aclarara el caso, la periodista de Cauce hizo lo propio al vincular el robo de un auto que había pertenecido a un detenido desaparecido con dos agentes de la DINA, uno de los cuales terminó muerto a manos de sus propios compañeros. El caso, que fue portada de la revista, desató una fuerte pugna entre Carabineros y la DINA, que por poco termina a balazos.

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