Apuntes de una época feroz

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En Análisis, que dirigía Juan Pablo Cárdenas, se convirtió en entrevistadora política. Y no pasó mucho tiempo antes de que volviera a golpear al corazón de la dictadura.

En diciembre de 1985, Mónica Madariaga, ex ministra de Justicia y de Educación, prima de Pinochet, la buscó para hacer un mea culpa de su papel como “autora intelectual de gran parte del aparato jurídico que sostiene al régimen”. De paso, la ex ministra criticó al general Pinochet y la “obsecuencia indescriptible” de quienes lo rodeaban, incluidos los gremialistas, responsables del debilitamiento absoluto del Estado mediante la degradación de las organizaciones sociales y las entidades en que se desarrollaba la vida en común. La revista agotó su edición y, al mes siguiente, “ante los insistentes pedidos del público” –según se lee en la edición del 14 de enero de 1986–, volvió a publicar el texto.

Los límites de la censura otra vez estaban a prueba. De la censura y la muerte, que rondaba cada semana. Era cosa de tiempo.

Primero vino la clausura de Análisis por tres semanas, además del encarcelamiento de su director, tras una jornada de paralización nacional en julio de 1986. Y en septiembre de ese mismo año, unas horas después de que el Frente Patriótico Manuel Rodríguez atentara contra el general Pinochet y su comitiva, dejando a cinco de sus escoltas muertos y nueve heridos graves, un comando de la dictadura escogió al azar a cinco opositores de izquierda para tomarse venganza. Uno por cada escolta muerto. Entre esos cinco opositores que fueron sacados de sus casas y fusilados de madrugada estaba el periodista José Carrasco.

El mismo fin de semana del atentado, ocurrido un domingo 7 de septiembre, el editor internacional de Análisis había estado trabajando en una nueva edición de la revista, que no pudo salir a la luz. El gobierno decretó Estado de Sitio y prohibió la circulación de la mayoría de los medios de oposición. El asesinato de José Carrasco Tapia fue un golpe durísimo, que se vivió en el silencio impuesto por la clausura de los medios.

La prohibición se extendió por seis meses. En ese tiempo, Mónica González viajó a Buenos Aires para rastrear archivos que comprometían a la DINA en el asesinato de Carlos Prats y la Operación Cóndor, que derivó en la muerte y desaparición de miles de opositores en el Cono Sur. De ese trabajo surgió un libro, Bomba en una calle de Palermo, que publicó con Edwin Harrington en 1987.

El libro, el primero de su carrera, traería repercusiones ese mismo año. En septiembre, tras una entrevista al dirigente de la Democracia Cristiana Andrés Zaldívar, la periodista fue requerida por el gobierno, que le aplicó la Ley de Seguridad Interior del Estado. La entrevista era larga y trataba diversos temas de actualidad política, pero el problema estuvo en la última pregunta, referida al general Pinochet, a quien Zaldívar calificó de “burdo, de bajo nivel intelectual y brutalmente audaz”.

En la siguiente edición de Análisis se lee que, horas antes de ser detenida, Mónica González dijo que “no se encarcela sólo a la periodista que escribió la entrevista a Andrés Zaldívar, sino a la que denunció la existencia de la casa del general en El Melocotón, a la misma que escribió el complot para asesinar al general Carlos Prats en el libro Bomba en una calle de Palermo”.

Esta vez permaneció 17 días en la cárcel de San Miguel. Quizás pudo haber salido antes, pero se negó expresamente a que su abogado pidiera la libertad condicional. Según reprodujo Análisis, “quiero hacer conciencia en la opinión pública y en mis propios colegas de que en Chile no se puede ejercer libremente nuestra profesión”.

El penúltimo día antes de quedar en libertad estuvo de cumpleaños. Celebró sus 38 junto a las presas políticas que estaban recluidas en la cárcel de hombres de San Miguel.

Uno de los últimos reportajes que Mónica González publicó en Análisis trató de los bienes de la familia Pinochet. Apareció en octubre y noviembre de 1989, en dos números consecutivos, cinco meses antes de que la dictadura emprendiera la retirada y entregara el gobierno con una serie de condiciones. En rigor, más que un reportaje, era un especial por entregas que operaba como una despedida al hombre que afirmó que “no hay nadie que haya amasado una fortuna personal o familiar en este régimen”.

El reportaje comienza precisamente así, con una cita al general recogida de la prensa oficialista. Y termina con un retrato lapidario al mismo hombre, que “se prepara para atrincherarse al interior de los cuarteles”, “orgulloso, pero no tranquilo”, “en la soledad que han dejado 16 años de poder absoluto, alejado irremediablemente de sus más antiguos amigos”.

La dictadura se despedía y también la periodista, que clausuraba la década golpeando donde más le dolía al régimen. Para Pinochet no había cosa más irritante que las acusaciones de corrupción. Más que las denuncias por violación a los derechos humanos. Por eso ocurrió lo que ocurrió. Ya había recibido amenazas telefónicas y le habían arrojado animales muertos al antejardín de su casa, si es que no habían matado a sus propias mascotas. Pero esto fue más serio que todo lo otro. Unas semanas después de que apareciera la última parte del reportaje, el auto de la periodista explotó. Acababa de estacionarlo en calle Seminario y había bajado hacía minutos.

Para ella no hubo dudas. La bomba que casi le costó la vida era una respuesta al reportaje de los bienes de la familia Pinochet. La dictadura, que estaba en retirada, tenía sus formas de despedirse.

La despedida fue larga, demasiado larga. La transición política chilena estuvo marcada por pactos secretos y amenazas de una dictadura que seguía latiendo en el Congreso, en el Poder Judicial y, desde luego, en las Fuerzas Armadas. Pinochet se había retirado del gobierno pero continuaba al frente del Ejército, desde donde administraba amplias cuotas de poder. En ese escenario, a partir del 11 de marzo de 1990, Mónica González llegó a trabajar al diario La Nación.

Desde esas páginas, a cargo de la unidad de investigación y las entrevistas del domingo, le tomó el pulso a la vida política de esos días. Varios de los textos de ese período están determinados por la coyuntura del momento, que a menudo pone a prueba la frágil democracia. Pero hay otros, recopilados en este libro, que miran los hechos en perspectiva y vienen a recapitular lo ocurrido en el pasado reciente.

En esta línea se inscribe el testimonio de Sola Sierra, histórica dirigente de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, que relata la angustia y tenacidad de quien perdió a su esposo y dedicó una vida a su búsqueda, aun cuando con el correr del tiempo estuvo consciente de que era una labor estéril. En la contraparte está el relato de la Flaca Alejandra, alias de Marcia Merino, ex militante del MIR que tras ser detenida y torturada se convirtió en colaboradora de la DINA. Como escribe la autora, se trata de un testimonio que va a contracorriente de “un país que se resiste a entender lo que fue verdaderamente el infierno que creó la DINA en sus campos de detenidos”.

En este período desfilan varios de los personajes más renombrados de la vida pública. Sean de izquierda o de derecha, son explorados siempre en una dimensión que trenza lo político y lo humano. Así, mientras Isabel Allende Bussi se lamenta de no haber sido consciente de la depresión que motivó el suicidio de su hermana Tati, el ex director de El Mercurio, Arturo Fontaine, llega a decir que cuando se ocupa un puesto como ese, “uno se ve rodeado de muchos halagos y pierde un poco el sentido de la autocrítica y la modestia”.

Mónica González no fue una figura cómoda para quienes sustentaron la dictadura. De eso no hay duda. Pero tampoco lo fue para quienes administraban el gobierno en un contexto de democracia tutelada. De ahí que a principios de 1994, cuando Eduardo Frei Ruiz-Tagle asumió la presidencia, renunció a La Nación. Las nuevas autoridades políticas le ofrecieron la dirección del diario de gobierno, pero bajo condiciones que no estuvo dispuesta a asumir.

Ese acto de independencia marcó el cierre de una etapa. La misma que documenta este libro, que reúne piezas publicadas entre 1984 y 1993. El conjunto incluye voces emblemáticas del período, pero también otras más anónimas, las que no pasaron a la historia. Una muestra de la condición humana, con sus infinitos grados de altruismo y mezquindad, de valor y cobardía. Al sumergirnos en las cloacas del pasado, se devela cómo el sistema político y económico instaurado por la dictadura militar impactó en el cuerpo de miles de compatriotas. Por momentos, la lectura de estas páginas provoca un sudor frío en nuestras espaldas. Es la señal del miedo y el dolor. También, la señal de que estamos vivos.

SOBRE LA EDICIÓN

Los textos reunidos en este volumen fueron publicados en distintos medios, entre los años 1984 y 1993. Se optó por dividirlos de acuerdo al género, entre reportajes y entrevistas, más un relato en que la autora cuenta su paso por la cárcel. El orden es cronológico y, si bien hay textos que no fueron publicados durante la dictadura, éstos remiten a hechos y personajes gravitantes en aquel período. Ello explica el subtítulo del libro. Los propios textos se reproducen aquí inalterados, excepto en las contadas ocasiones en que fue necesario efectuar una precisión. También se suprimieron y/o modificaron algunos recursos periodísticos orientados a atraer la atención en diarios y revistas, pero que estorbarían la lectura en un libro. Los subtítulos se eliminaron o cambiaron de acuerdo con el ritmo del relato más que con la diagramación de una página; ciertos recuadros fueron integrados al texto central, mientras que otros se eliminaron, y el editor agrega unas líneas introductorias en cada artículo, de tal manera que quede más claro el contexto en que se publicó dicho trabajo.

 

REPORTAJES

LA MANSIÓN DE LO CURRO

(1984)

El primer reportaje que Mónica González publicó en revista Cauce fue una bofetada al régimen: en secreto, en medio de una aguda crisis económica, Augusto Pinochet levantaba un palacio cuyos lujos y caprichos quedaron al descubierto. La periodista acudió al testimonio de obreros, arquitectos y proveedores que trabajaban en la obra, quienes le revelaron sabrosos detalles de la decoración dispuesta por la esposa del general. El reportaje, que obligó a Pinochet a dar explicaciones públicas y a desistir de habitar la mansión, marcó el retorno de Mónica González al periodismo después de un receso de 11 años, luego de que su carrera quedara interrumpida por el golpe de Estado de 1973.

No es posible establecer con exactitud cuánto costaron al erario nacional la denominada “Casa de los presidentes”, en Lo Curro, la casa que el general Pinochet ocupa algunos fines de semana en el Cajón del Maipo (San Alfonso), la casa que el gobernante arrendaba en Luis Thayer Ojeda y hoy ocupa uno de sus hijos como propietario, la casa de los comandantes en jefe del Ejército en la Avenida Presidente Errázuriz, los trabajos de remodelación en la casa de Bucalemu, sin contar con que todavía no nos hemos ocupado de la ostentosa casa del general Mendoza, en Diego de Almagro con Pedro de Valdivia, y si el almirante Merino sigue viviendo en la “modesta casa vieja” que ocupaba en 1973.

Un cálculo conservador de los gastos incurridos en la casa del general Pinochet y familia en Lo Curro consume, según los datos obtenidos, sin contar con continuos cambios de parecer, producto de actos de voluntad propios del poder omnímodo, una suma equivalente al cinco por ciento del presupuesto de Obras Públicas para 1984.

La revista brasileña Isto E escribe que el terreno de 80 mil metros cuadrados en Lo Curro costó un millón de dólares. Esa cantidad fue pagada por el Ministerio de Vivienda y Urbanismo directamente, sin pasar por el conducto regular de los estados de pagos del Serviu. Todo lo que se hizo en forma posterior sí pasó por el Serviu a título de “obras extraordinarias”. El promedio de pago bordeó los cinco millones de pesos semanales, pero... ¿se incluirán en estas sumas los cambios de azulejos expresamente importados, los mármoles europeos, las costosas lámparas adquiridas a exclusivos anticuarios? ¿Se incluirán aquí las obras de acceso a Lo Curro destinadas específicamente a facilitar el paso hacia la “Casa de los presidentes”? En este ítem deberá consignarse la construcción del Puente de Lo Curro, cuestionado técnicamente por destacados profesionales.

Muchas preguntas quedarán sin respuesta, pero en todo caso el prolijo trabajo de investigación que les entregamos es suficientemente clarificador. La pregunta que surge es más bien una exigencia: ¿dará el gobierno una explicación sobre todo lo que aquí se informa? El país atraviesa por la más grave crisis económica de su historia, de modo que es indispensable que el gobierno responda con claridad con respecto a las ingentes sumas que se han usado en estas construcciones faraónicas.

A la luz de lo que narra esta crónica sería interesante saber si la ciudadanía comparte el juicio del general Pinochet de que existe democracia en Chile y de que los chilenos están resguardados en su honor, en su propiedad y en su familia.

A la distancia (es más saludable observarla desde lejos), la casa del general Pinochet se parece bastante a una fortaleza construida en seis niveles, dos de los cuales son totalmente subterráneos. Para levantarlos fue necesario dinamitar el cerro Lo Curro, desplazando 500 mil metros cúbicos de tierra (equivale a las excavaciones necesarias para construir 150 mil viviendas mínimas).

El terreno, como está dicho, tiene una superficie de 80 mil metros cuadrados, de los cuales seis mil están construidos. El total del terreno está rodeado por rejas altas y controlado a través de un circuito cerrado de televisión cuyas cámaras auscultadoras están a la vista en una serie de casetas en altura pintadas de blanco.

De los seis mil metros edificados, 1.600 corresponden solamente a salones y oficinas y 1.200 a servicios de cocinas, bodegas, salas de guardia, equipos de calefacción y otros. Las cocinas están habilitadas para atender a dos mil personas al mismo tiempo.

Los 62 mil metros cuadrados de parque y jardines adornados con azaleas, rododendros, plantas exóticas y árboles de las mejores familias, costaron 15 millones de pesos, incluyendo la instalación de tres invernaderos de 40 metros cuadrados cada uno.

En caso de suspensión brusca del suministro o posibles atentados por envenenamiento, el abastecimiento de agua está asegurado por cuatro estanques subterráneos con capacidad de 2.800 metros cúbicos. Lo propio sucede con el abastecimiento de luz conectado a una central eléctrica subterránea con 400 kilowatts de potencia.

La mansión cuenta con las más acabadas medidas de seguridad. En un sector secreto de los niveles subterráneos existe un refugio antiaéreo, cuya salida nadie conoce, y separado de la residencia y con una de las entradas camufladas, el recinto que ocupan las fuerzas especiales preparadas para defender en turnos de 24 horas la seguridad del general.

Las ventanas de los niveles habitacionales están dotadas con cristales importados de Bélgica. Cada hoja tiene tres metros de ancho por tres de alto. Las puertas están confeccionadas con madera de lingue fino. Entre marcos y cristales se gastaron aproximadamente 120 mil dólares. Sólo los detalles como los revestimientos de piedra ascendieron a la cantidad de 150 mil dólares.

Los tres niveles superiores no tienen lo que se llama propiamente techo, sino que están recubiertos por terrazas plantadas y con un área mínima pavimentada.

El primer nivel está definido como el de recepción oficial. Para llegar a él es necesario cruzar por un hall de acceso con piso de mármol que originalmente fue verde y hoy es del mismo material, pero en tonos un poco extraños. La señora Pinochet hizo retirar el costoso mármol traído de Europa porque no le gustó una vez que estuvo instalado. Hubo de realizarse una nueva importación de mármol de Alcántara, España, del color deseado por la dueña de casa.

Siempre rumbo al amplísimo salón oficial de recepciones, es menester ascender por una escalera de mármol de color... rojo. Esta tonalidad sí fue del agrado de la señora Pinochet. Mas no las alfombras de las dependencias privadas de la familia, que figuraban en el proyecto original. En el momento de dar su visto bueno, la señora Hiriart manifestó ante varios testigos: “Alfombras no. Cuando yo me muera, si el que viene aquí así lo decide entonces colocarán nuevamente las alfombras. Por ahora las sacaremos porque a mí me gusta el parquet”.

Esta es sólo una anécdota dentro del cuadro total. Más graves fueron los problemas surgidos entre el personal de TECSA, empresa seleccionada para realizar los trabajos, y los efectivos de seguridad del gobernante.

Mientras los técnicos de la empresa privada realizaban su labor, los elementos de seguridad llevaban a cabo la suya (secreta y, por ende, ajena a la incumbencia de TECSA), por lo cual transportaban extraños objetos, destruían parte de lo ya realizado y provocaban a los empleados de la empresa con su actitud autoritaria y amenazante.

El conflicto estalló y los operarios de TECSA se negaron a seguir trabajando cuando los funcionarios de seguridad rompieron las instalaciones del tendido de luz, el sistema de riego y otras instalaciones. El arquitecto Sergio Gómez, funcionario del Ministerio de Vivienda, debió oficiar como mediador y logró con esfuerzo solucionar el problema.

Ya en el interior de la casa se distribuyen salones diversos, el comedor de recepciones, cocinas, baños, dependencias de cocinas, todo dentro de una superficie para estos efectos de 2.800 metros cuadrados. Lo mencionado corresponde al nivel de recepción.

En el segundo nivel (hablamos de los tres niveles residenciales que están a la vista y que están diseñados como escalones) están las habitaciones reservadas a la familia, que fueron expresamente supervigiladas por la señora Hiriart. La suite presidencial comprende dos dormitorios completamente separados con sus respectivas salas de baño y habitaciones de vestuario y clósets.

Los baños fueron el principal problema de la dueña de casa. Tanto los artefactos como los azulejos fueron cambiados en dos oportunidades porque no fueron del agrado de la señora Pinochet. En vista de que los decoradores no acertaban con el exclusivo gusto de esta clienta tan particular, la propia señora Pinochet decidió trasladarse a la lujosa tienda Átika para elegir lo que deseaba.

Tardó en decidirse, por lo que efectivos de seguridad acordonaron todo el sector durante algunas horas para que la señora Lucía pudiera elegir a su gusto. El resultado tal vez no figure en la antología de la decoración, pero sí corresponde a la elección de la primera dama: el baño del general Pinochet quedó revestido definitivamente en azulejos de color azul oscuro, con visos tornasolados y metálicos. La tina, provista de un sistema de aguas vibratorias (propias para masajes), es de color azul oscuro, lo mismo que el resto de los artefactos. El motor que permite funcionar las aguas vibratorias quedó debajo de la tina, pero fue trasladado a mayor distancia por medidas de seguridad.

Otro problema se registró en el revestimiento de las paredes de las habitaciones interiores. Se importó rafia (material nuevo, caro, corrugado y elegante para algunos gustos), que los encargados de adosar a las murallas no supieron aplicar y hubo de desecharse la idea y, desde luego, tirar el material importado a la basura.

El baño de la dueña de casa terminó con azulejos beige haciendo juego con los sanitarios. Un vanitorio (mueble integral francés para guardar toallas y cosméticos) ocupa todo el muro del baño, con espejos hasta el techo. Un elemento ajeno a todo este decorado es una finísima lámpara de lágrimas, valiosa pieza de anticuario, cuya presencia en el baño es de difícil explicación.

LOS DETALLES EXQUISITOS

Cuando uno de los dos salones de la familia estuvo terminado, la señora Pinochet echó de menos algunos detalles. Con el propósito de solucionar estos olvidos, se llamó a Pavez Decoraciones Ltda., lo más chic de la capital, a quien se le encargaron tres trabajos. El primero fue recubrir el cielo del salón con madera, a fin de dejar vigas a la vista con algunas incrustaciones de gusto dudoso, por no concordar con el estilo general de la casa. Una segunda labor fue elaborar una puerta de acuerdo con el techo enmaderado, a la que se le aplicó un juego de vitreaux, y la tercera fue la confección de una chimenea de piedra con campana de bronce. Por todas estas exquisiteces de último minuto, Pavez cobró 11 millones de pesos. Habrá que agregar una cantidad adicional, pues la dueña de casa decidió finalmente hacer modificaciones posteriores a la instalación, cuya naturaleza se desconoce.

Las comunicaciones de la casa están aseguradas por una central telefónica automática, alimentada por 30 líneas y una red de 120 anexos. Una clínica equipada con los últimos adelantos se instaló en la casa para hacer frente a casos de emergencia de sus moradores. No se pudo determinar su localización exacta.

Este verdadero tic de hacer varias veces las mismas cosas alcanzó también a la gran piscina de la residencia, que fue construida dos veces. No pudimos saber si el hecho se produjo por fallas de construcción, por filtraciones detectadas o por el difícil gusto de la señora Pinochet. La alberca, que cuenta con una zona de camarines con todas las condiciones del caso, es sólo una de las atracciones del parque.

Una verdadera curiosidad son las cuatro pérgolas sostenidas por troncos de pino oregón en bruto, debido a que se trata de una especie en extinción que no es posible encontrar hoy en ningún lugar del mundo. Nadie sabe cómo y dónde fueron conseguidos.

En el inmenso parque, de unos 74.000 metros cuadrados, hay música ambiental en cada uno de sus sectores. Los equipos comprados son Philips. Hay también un gran asador con campana de bronce para manifestaciones campestres, además de una caseta para los jardineros de 90 metros cuadrados de construcción. Al parecer, todas estas instalaciones no registraron modificaciones posteriores.

No sucedió lo mismo con las dos canchas de tenis con que cuenta la fabulosa residencia, que también sufrieron alteraciones de la hora undécima, aunque quizás las razones fueron de orden deportivo. Primitivamente eran de asfalto (superficie rápida) y pertenecieron al Club de Tiro de Lo Curro, que funcionaba en esos terrenos. Más tarde llegó una contraorden: debían tener piso de ladrillo molido (superficie lenta), donde tradicionalmente los tenistas chilenos se desempeñan mejor. Ese parece ser también el caso de los dueños de casa y sus invitados. Las canchas cuentan con una excelente iluminación, así como las multicanchas, que ofician en las eventualidades como helipuerto. Cada una cuenta con 120 focos de 1.000 watts.

 

Otro de los cambios de esta singular competencia de gustos variables lo sufrieron los estacionamientos. Originalmente se construyeron 100 estacionamientos empotrados en el cerro. A la hora del visto bueno final, la orden varió: se deberían construir 100 estacionamientos adicionales, lo que representó demoler todo lo ya levantado, incluyendo la destrucción de terrazas, jardines y muros. Al final se agregaron 150 estacionamientos para hacer un total de 250. Hay, eso sí, seis estacionamientos especiales para la familia, localizados en otro sector del parque.

Uno de los lugares más cerrados a la información es ciertamente el destinado a la seguridad. Hay una llamada Zona de Guardia, cuya entrada está por la calle Vía Roja. Un pequeño regimiento puede vivir cómodamente en el lugar, que cuenta con salas de juego, dormitorios, comedores y piezas de TV (con juegos de Atari, por cierto).

En algunos de los niveles que no están a la vista existen otras comodidades propias de los Emiratos Árabes, como un gimnasio, una moderna sala de cine y diversos saunas.

La nota curiosa la constituye la enigmática Área de Contraataque, sostenida por gruesos muros de hormigón y techos de concreto en cuyo alto se han colocado bolones para que las balas (de haberlas) reboten. Está localizada de manera que no sea posible detectarla a simple vista. Cuenta con ventanas estrechas hacia el interior y que se van abriendo hacia afuera, tomando una forma de corneta, para mejorar el ángulo de tiro. Lo que no se sabe es por qué se llama Área de Contraataque.

Todas las barandas de la construcción de seis mil metros cuadrados están pintadas con pintura especial de avión. El único representante en Chile de este tipo de elemento es un hermano del general Fernando Matthei.

Las enormes bodegas están repletas de armamento ligero y pesado, y están proyectadas para defender el sitio por un tiempo prolongado. La pregunta que salta de inmediato es: ¿habrá alguna amenaza que requiera tal poder de fuego?

Es sólo una y no la más importante de las preguntas que pueden formularse sobre este palacio llamado la “Casa de los presidentes”.

LO QUE NO SE HA DICHO DEL YERNO DE PINOCHET

(1984)

Cuando el escándalo por la mansión de Lo Curro no terminaba de aplacarse, la periodista viajó al sur de Chile para indagar sobre Julio Ponce Lerou, yerno del general Pinochet, quien había comenzado a amasar una de las mayores fortunas del país gracias a los puestos de privilegio en los que lo ubicó su suegro. El entonces gerente de la Corporación de Fomento de la Producción (Corfo) y director de varias de las principales empresas públicas –entre ellas Soquimich, que terminaría bajo su control una vez privatizada– estaba envuelto en un pleito legal con dos poderosos personajes: el ex fiscal militar Alfonso Podlech y el empresario Ricardo Claro. En Temuco, la periodista recogió un testimonio fundamental que corroboraba las acusaciones en contra del yerno del general. Vale la pena agregar que Alfonso Podlech estuvo más de un año detenido en Italia, acusado de violaciones a los derechos humanos mientras fue fiscal militar de Temuco después del Golpe.

Frente a la Plaza de Armas de Temuco, en un pequeño y cómodo departamento, se encuentra la oficina del abogado Alfonso Podlech. Con ademanes enérgicos pero sin alzar en ningún momento la voz, imparte instrucciones a un equipo de colaboradores. Orden, precisión, limpieza. Estas características constituyen parte de su personalidad. Hay que hacer un esfuerzo para desentenderse de ese clima, que por momentos se asemeja a un mini cuartel, y hacerlo entrar en materia.

Ninguna pregunta parece molestarlo. Se diría que tiene una cruzada personal por la verdad desde que el 3 de agosto una llamada telefónica desde Santiago le informó que el ingeniero y yerno del presidente Pinochet, Julio Ponce Lerou, lo sindicaba como uno de los financistas de un panfleto anónimo sobre sus actividades comerciales. Luego vino el asedio periodístico, una querella y Podlech arremetió, además, emplazando a Julio Ponce con 50 preguntas que nunca han sido publicadas en forma íntegra. Las 50 preguntas aún no tienen respuesta.

“Hay que tener mucho cuidado en este asunto –dice– para no incurrir en errores. Hay distintas versiones. El panfleto que se adjuntó al proceso es el que tenemos que examinar”.

Mientras busca en sus carpetas prolijamente ordenadas, me comenta que hay otro legajo de 200 páginas cuya circulación ha sido muy confidencial. Entre sus papeles está el diario alemán Die Welt del 5 de enero de 1983. Allí, Francisco Baraona, hermano del ex ministro Pablo Baraona, dice: “Se critica al presidente Pinochet por el poder y la influencia que han cobrado su mujer y sus diversos familiares. Particularmente se habla de uno de sus yernos, quien gracias a su parentesco ocupa diversos puestos simultáneamente. Hace algún tiempo era un simple empleado público, posición que en Chile siempre ha sido mal pagada y a través de la cual nadie ha llegado a ser millonario”.

Mientras se pregunta en voz alta: “¿Por qué Francisco Baraona habló?”, me entrega un papel. Allí se puede leer la primera pregunta:

“En diversas entrevistas concedidas por usted, señala que desempeñó los siguientes cargos: director ejecutivo de Conaf, director o gerente de Celulosa Arauco Constitución, presidente de la Compañía de Teléfonos, vicepresidente de Chilectra, director de Soquimich, gerente de Empresas Corfo, presidente del Complejo Maderero Panguipulli y gerente general de Corfo”.

“¿Podría desarrollar una secuencia de los cargos que desempeñó desde que ingresó hasta que se retiró de la Administración Pública (entre 1974 y 1983)? ¿Podría precisar cuántos de esos cargos fueron ocupados simultáneamente? ¿Podría indicar remuneraciones y en qué forma organizaba su trabajo como funcionario público y empresario privado?”.

Uno a uno Podlech muestra los documentos que hablan de la carrera funcionaria de Julio Ponce. Interrumpo el itinerario para hablar sobre el Complejo Maderero Panguipulli, que según el panfleto Julio Ponce habría ocupado como suyo para el talaje de sus animales y para comerciar con las reservas de madera, especialmente raulí.

Podlech replica que él no tiene confirmación sobre este asunto. Me muestra un recorte de diario. En él, Javier Vargas Niello, gerente agropecuario del complejo estatal de 500 mil hectáreas, desmiente que Panguipulli haya sido utilizado por Julio Ponce. Muestra documentos, entrega cifras. Podlech mueve la cabeza.

“Mucho se ha hablado de Javier Vargas. Lo concreto es que ha sido el hombre de confianza de Ponce. En esa entrevista –agrega– Vargas niega ser socio de Ponce. Yo tengo este documento que prueba lo contrario. La escritura hecha ante el notario Rubén Galecio certifica que Vargas y Ponce constituyeron una sociedad, Ganadera y Forestal Martell Ltda., para la explotación y comercialización agrícola, ganadera y forestal, ya sea en terrenos propios o ajenos”.