Apocalipsis

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La estructura del Apocalipsis

¿Ha leído usted alguna vez el Apocalipsis de principio a fin? ¿Lo ha leído, tal vez, muchas veces?

Sea como fuere, es posible que usted se haya sentido profundamente impresionado por las vividas descripciones del libro y sus luminosas promesas, pero que, a la vez, se haya sentido perplejo por no saber cómo ensamblar sus diferentes piezas de manera que el cuadro completo resulte claro.

A primera vista, e incluso después de haberlo leído cincuenta veces, a muchos lectores el Apocalipsis les parece el libro más desorganizado de las Escrituras. Si eso le ha parecido usted, se sorprenderá cuando le diga que realmente está organizado en una forma sumamente hermosa. En efecto, es posible que sea el libro de su tamaño mejor organizado de toda la Escritura.

Familiarizarnos con la organización básica del Apocalipsis nos tomará una docena de páginas, pero el esfuerzo de leerlas le resultará sumamente provechoso. En menos de quince minutos podremos percibir fácilmente un esquema inteligentemente simétrico, que muestra orden donde aparentemente hay confusión. Al hacerlo, vamos a obtener, posiblemente, una de las llaves más valiosas para abrir el significado del libro. Y como premio, vamos a comenzar a descubrir la respuesta a la tan repetida pregunta: “¿Cuánto del Apocalipsis debe cumplirse todavía?”

Con tantas recompensas por delante, dediquemos un momento a meditar en la forma en que está organizado el Apocalipsis.

Los profetas como poetas. Seguramente, usted recuerda que cuando estudiábamos Daniel 9:24 al 27 vimos que los profetas del Antiguo Testamento a menudo eran poetas. (Si no lo recuerda, lea de nuevo el tomo 1 de esta obra, páginas 201 a 208.) Escribían poesía en su propio estilo literario, por supuesto, no en el nuestro. Recurrían a paralelismos y contrastes, a acrósticos, quiasmos (estructuras literarias en forma de x) y juegos de palabras. A veces, presentaban su argumento recurriendo al uso de un número exacto de palabras. En Daniel 9:24 vimos que tres frases de dos palabras estaban vinculadas significativamente con tres frases de tres palabras. Descubrimos que si conocíamos la estructura literaria de ciertos pasajes, podíamos entender muchísimo mejor esos textos difíciles.

No debería sorprendernos que los profetas fueran poetas. La poesía es más difícil de escribir que la prosa; pero cuando está bien escrita, es más atractiva. Los profetas, impresionados con la importancia de su mensaje, trabajaban mucho para expresarlo bien. Además, Dios, quien les inspiraba el mensaje, los ayudaba a comunicarlo también. No se olvide de que en Pentecostés Dios dio a Juan el don de lenguas. (Véase Hechos 1:12 al 14 y 2:1 al4.) No nos admiremos, entonces, de que pudiera expresarse tan bien.

El Apocalipsis no es poesía en el sentido que lo es la de Rubén Darío o Pablo Neruda. Lo es, más bien, en el sentido de la arenga de Arturo Prat en los últimos momentos de su vida, sobre la cubierta de “La esmeralda”, o la del Dr. Martin Luther King, cuando dijo: “Yo tengo un sueño”, con lo que dio ímpetu al movimiento en favor de los derechos humanos en los Estados Unidos. Es arte literario. Es elocuencia con formas determinadas. Es inspiración expresada con orden y elegancia.

Los números como motivos. Cualquiera que lea el Apocalipsis, aunque sea por primera vez, nota cómo vez tras vez se repite el número siete. Hay siete iglesias, siete ángeles, siete sellos, siete trompetas, siete plagas, y varios otros sietes; incluso algunos que están escondidos, y no numerados. Usted y los miembros de su familia pueden hacer su propia lista. Podrían comenzar con los más obvios, para seguir después con los menos evidentes.

Los tres, los cuatros y los doces también desempeñan un papel artístico en el Apocalipsis. Los sellos y las trompetas están divididos en grupos de tres y de cuatro. (Véase los capítulos 6 al 11.) Tres multiplicado por cuatro, nos lleva a las doce puertas de la Nueva Jerusalén. (Véase el capítulo 21.) Las doce tribus, multiplicadas por 12 mil, nos dan los 144 mil del capítulo 7.

Al avanzar, consideraremos la belleza interna de cada pasaje y de cada himno, y la exactitud de los dramáticos símbolos del libro. Pero tal vez la evidencia más persuasiva de la calidad literaria del Apocalipsis sea el hecho de que, en conjunto, esté organizado como un quiasmo.

El Apocalipsis como un quiasmo.28 Un quiasmo es una doble lista de asuntos relacionados, en el cual el orden de la segunda lista se opone al orden de la primera. Todos sabemos que el antiguo baile de la cuadrilla consiste en que los hombres y las mujeres evolucionan en cierto momento en direcciones opuestas. Esos “quiasmos bailables” todavía son entretenidos. En los tiempos bíblicos, los quiasmos literarios eran muy populares y muy admirados.

Si dividimos el Apocalipsis al final del capítulo 14 en dos mitades, y si partimos cada mitad en varias divisiones, descubrimos que las divisiones de cada mitad se pueden ordenar en pares que, como las parejas de la cuadrilla, están relacionadas entre sí pero, a la vez, son diferentes y avanzan en sentido contrario. (Véase el diagrama de las páginas 62 y 63.)

La manera más fácil de conocer el quiasmo del Apocalipsis consiste en comenzar con la introducción del libro, el prólogo y la conclusión, o epílogo. Al compararlos, va a descubrir fácilmente varias notables semejanzas en las frases y las oraciones que aparecen en ambos.


Las semejanzas no son exactamente precisas. Por ejemplo, hay una advertencia en el epílogo que no se encuentra en el prólogo; y la promesa de Jesús de regresar aparece dos veces en el epílogo, pero solo una vez en el prólogo. Estamos tratando con semejanzas literarias, no mecánicas. Los grandes escritores tienen un método, pero nunca es más importante que el mensaje.

Muchos comentaristas han tomado nota de la íntima relación que existe entre la primera división después de la introducción, y la última división antes de la conclusión. La primera división contiene las cartas a las siete iglesias (1:10-3:22), y la última división describe la Nueva Jerusalén (21:9-22:9). Dé una mirada a ambas. En la primera, usted verá a la iglesia de Dios dispersa en siete ciudades simbólicas, severamente tentada y perseguida. En la última división, descubrirá a la iglesia reunida en una sola ciudad, la gloriosa Nueva Jerusalén. En la primera división, la iglesia está en guerra con el pecado en este mundo. En la división final, vive en medio de paz y bondad, junto a Dios, en la futura Tierra Nueva. Además, en el prólogo y en el epílogo aparecen frases y sentencias notablemente similares en las dos divisiones. Entre ellas, hay referencias al árbol de la vida, a una puerta abierta (y a portales que nunca se cierran), y a la Nueva Jerusalén que desciende del cielo.


De paso, no se preocupe si nuestras “divisiones” no concuerdan con los capítulos; no fue Juan quien dividió el Apocalipsis en capítulos. No aparecieron en su forma actual, sino más de mil años después de la muerte de Juan. La división del Apocalipsis en capítulos, aunque útil en cierto modo, no es inspirada. (Vea Respuestas a sus preguntas, páginas 66 y 67.)

La siguiente división después de la de las siete iglesias es la de los siete sellos (cap. 4:1- 8:1). Si retrocedemos a partir de la división relativa a la Nueva Jerusalén, llegamos al milenio y a los acontecimientos que tienen que ver con él (19:11-21:8). Estudie especialmente 6:9 y 10 en los siete sellos. Allí escuchará a las almas de los mártires perseguidos, que claman a Dios para que juzgue a sus enemigos. Durante el milenio, los mártires, ya resucitados de entre los muertos, están sentados sobre tronos, y son designados por Dios (20:4) para juzgar a sus enemigos. Estas dos divisiones comienzan con una referencia a la apertura del cielo. En ambas, sobresale un jinete que monta en un caballo blanco. Y en ambas divisiones, reyes, militares y gente de toda clase piden que se les dé muerte o la reciben realmente en ocasión de la Segunda Venida.


Al acercarnos a la mitad del libro encontramos, tal vez, el caso más notable de parejas de quiasmos. Las siete trompetas (8:2-11:18) y las siete últimas plagas (15:1-16:21) son, en cierto modo, muy diferentes. Difieren especialmente en intensidad, puesto que las plagas son mucho peores que las trompetas. Pero examínelas un poco más de cerca. Va a descubrir que las cinco primeras trompetas y las cinco primeras plagas afectan principalmente a los mismos objetivos y en el mismo orden: tierra, mar, ríos, cuerpos celestes y ¡el río Éufrates! Las siete trompetas representan tremendos castigos enviados para amonestar a los impíos, con el fin de que cambien de conducta. Las siete últimas plagas son castigos sumamente graves, enviados para castigar a los impíos después de que decidieron no cambiar de conducta.


En el diagrama que aparece en esta misma página, las siete trompetas y las siete últimas plagas están unidas a recuadros titulados “El gran conflicto” y “La caída de Babilonia”. Hay una razón para esto. Fascinados, descubrimos que después de leer acerca de las siete trompetas, aparece una mujer vestida de blanco, una verdadera madre, cuyos hijos guardan los Mandamientos de Dios; e inmediatamente después de leer acerca de las siete últimas plagas, nos encontramos con una mujer vestida de púrpura, una ramera, cuyas hijas también son rameras. Ambas mujeres pasan cierto tiempo en el desierto. Ambas tienen que ver con una bestia que tiene siete cabezas y diez cuernos. En cada una de estas divisiones –y en ninguna otra parte del Apocalipsis– escuchamos el místico clamor: “¡Ha caído, ha caído la gran Babilonia!”

 

Necesitamos ahora un diagrama maestro que nos permita armonizar todos nuestros diagramas individuales. Lo va a encontrar en las páginas 60 y 61, dispuesto de tal modo que pone de manifiesto la simetría u organización quiásmica de todo el libro. Para obtener provecho de ese diagrama, lea la mitad izquierda, que avanza hasta la primera mitad del Apocalipsis. A continuación, lea la mitad derecha, que avanza hacia el final del libro. Al mismo tiempo, examine el diagrama de adelante hacia atrás y viceversa, para descubrir las similitudes y los contrastes que conforman los pares que aparecen en el libro.

Los beneficios de nuestro análisis literario. Prometimos en la página 54 que nuestro estudio de la estructura del Apocalipsis “comenzaría” a ayudarnos a contestar a la pregunta tantas veces repetida: “¿Cuánto del Apocalipsis todavía no se ha cumplido?”

¿Cuánto queda todavía en el futuro? Bien, este bosquejo quiásmico nos revela que virtualmente toda la segunda mitad todavía está en el futuro. Ciertamente, el descenso de la Nueva Jerusalén a la Tierra Nueva es un acontecimiento futuro. El milenio también está en el futuro. Seguramente, las siete últimas plagas están en el futuro. Sin duda, también, está en el futuro la caída final de la Babilonia espiritual. De manera que la segunda mitad del Apocalipsis está toda virtualmente en el futuro.

Pero ¿qué podemos decir de la primera parte? Cuando se escribieron las cartas a las siete iglesias, los cristianos estaban dispersos en muchas ciudades. Todavía lo están hoy. Muchos comentaristas están de acuerdo en que las cartas a las siete iglesias están relacionadas con la experiencia de la iglesia, en conjunto, a través de la Era Cristiana. Las escenas del Gran Conflicto de los capítulos 12 al 14 comienzan con el nacimiento de Cristo (12:1, 2, 5), continúan con el largo período de persecución (12:6, 13-16; 13:5-8) predicho en Daniel 7 y 8, y terminan con la Segunda Venida (14:14-20). De modo que las escenas relativas al Gran Conflicto que cierran la primera parte del Apocalipsis abarcan la historia de la iglesia cristiana. Los siete sellos y las siete trompetas establecen un paralelo con las siete iglesias y las escenas del Gran Conflicto (tal como en Daniel las visiones de los capítulos 2, 7, 8 y 9 son paralelas entre sí. Véase el tomo 1, página 241.)

La estructura quiásmica (en forma de x) del Apocalipsis divide, entonces, las profecías del libro en dos grupos mayores: las que tienen que ver casi exclusivamente con los acontecimientos de los últimos días (la segunda mitad del libro), y las que se refieren a la experiencia del pueblo de Dios durante la Era Cristiana (la primera mitad del libro). Podríamos decir que la primera parte es histórica y la segunda, escatológica. Esta palabra viene de un término griego, ésjaton, que significa “fin”. La usan comúnmente tanto los legos como los eruditos. Significa “lo que tiene que ver con el fin del mundo”, o “el estudio de las cosas últimas”.

Pero no toda la mitad histórica del libro ya se ha cumplido. ¡Ni tampoco la historia cristiana! El séptimo sello, la séptima trompeta y la escena final del Gran Conflicto todavía aguardan su cumplimiento. Acabamos de ver que la segunda mitad del Apocalipsis es escatológica. Podemos decir ahora que cada división, incluso las de la primera mitad, la histórica, culminan con sucesos escatológicos. (En el diagrama de la página siguiente, las flechas indican el curso de los acontecimientos.)

De modo que ¿cuánto del Apocalipsis está todavía en el futuro? Virtualmente, toda la segunda mitad, la escatológica, no se ha cumplido todavía. Además, la escena final de cada división de la primera mitad, la histórica, tampoco se ha cumplido o, en todo caso, se ha cumplido solo en parte.

La estructura interna de las divisiones. Antes de abandonar por el momento nuestro estudio de la estructura del Apocalipsis, hay otro aspecto literario más que requiere nuestra atención. Cuatro de las divisiones acerca de las cuales hemos estado hablando tienen una estructura interna casi idéntica. Cada una de ellas comienza con una escena introductoria que presenta algo del Santuario celestial. Cada una de ellas, también, tiene una interrupción entre los asuntos seis y siete, es decir, entre los sellos sexto y séptimo, entre las trompetas sexta y séptima, entre las escenas sexta y séptima, entre las trompetas sexta y séptima del Gran Conflicto, y entre las plagas sexta y séptima. En cada uno encontramos escenas intermedias, que podríamos denominar “escenas de cometidos o encargos para el tiempo del fin, y de seguridades dadas por el Señor”.


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¡Familiarícese con este diagrama! Nos vamos a referir a él de nuevo más adelante. Al avanzar en nuestro estudio del Apocalipsis, diversas porciones van a ser ampliadas para demostrar que cada sección concuerda con el resto.

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Dijimos anteriormente que los grandes escritores se ciñen a un sistema al escribir, pero nunca permiten que ese sistema sea más importante que su mensaje. En el Apocalipsis, Juan ordenó hermosamente la información que Dios le dio en visión, pero hizo provisión de espacio (entre los asuntos seis y siete) para introducir cierta información inspirada que no cuadra fácilmente en ningún lugar. Su arreglo para las cuatro divisiones que estamos analizando es este:

1 Escena introductoria acerca del Santuario celestial.

2 Seis de siete asuntos (sellos, trompetas, etc.).

3 Escenas intercaladas acerca de cometidos para el tiempo del fin, y seguridades para ese mismo período.

4 El séptimo asunto (sello, trompeta, etc.).

Deslumbrantes escenas del Trono de Dios, de los santos en gloria, y de otros asuntos impresionantes surgen por todo el Apocalipsis, aparentemente al azar, como por casualidad, sin relación visible con lo que se dice antes o después. Pero este sencillo bosquejo abarca muchos de estos asuntos. Con su ayuda, más la de los diagramas mayores que hemos confeccionado, estaremos en condiciones de comprender de inmediato dónde corresponde ubicar esas escenas, aparentemente desvinculadas. Vez tras vez vamos a agradecer a los comentaristas de las Escrituras que descubrieron esta estructura, y que llamaron nuestra atención a esta. Nos será sumamente útil, como lo vamos a ver. (Véase especialmente nuestro estudio de este asunto en las páginas 168 y 169.)

El Apocalipsis es un libro que pone de manifiesto un arte interior inspirado por Dios, y escrito con amante e inteligente devoción. Incluso la forma en que Dios y Juan nos lo hicieron llegar, confirma nuestra convicción de que el Señor se preocupa por nosotros porque nos ama.


Respuestas a sus preguntas

1. ¿Podemos estar seguros de que fue el apóstol Juan quien escribió el Apocalipsis? Algunos autores han puesto en tela de juicio si el Juan que escribió el Apocalipsis era el discípulo y apóstol de Jesús, o algún otro Juan. Destacan: a) que el estilo del griego del Apocalipsis es diferente del estilo del Evangelio y del de las Epístolas de Juan, y b) que la duda acerca de la identidad de este Juan comenzó a manifestarse muy pronto, incluso en el siglo III.

En respuesta a estos argumentos, se puede decir: a) Sí, el griego de Apocalipsis es diferente del griego del Evangelio y las Epístolas. La gramática del Evangelio y las Epístolas es tan pura, que se emplea ampliamente como base para enseñar griego a los estudiantes de los seminarios. El griego del Apocalipsis, por su parte, es comparativamente común. No obstante, R. H. Charles,29 un erudito notable, ha demostrado que el griego del Apocalipsis no es necesariamente deficiente desde el punto de vista gramatical, sino, más bien, es no convencional; tiene su propia consistencia gramatical interna. Juan cita el Antiguo Testamento cientos de veces. Charles y otros han señalado el hecho de que, al hacerlo, en lugar de recurrir a la Septuaginta (LXX, la versión del Antiguo Testamento en griego, hecha en torno del año 200 a.C.), que era la traducción de uso corriente en sus días, prefirió trabajar directamente con el original hebreo o con las traducciones populares del arameo (llamadas “tárgumes”). De manera que Juan estuvo constantemente adaptando el griego en que escribía a los sonidos del hebreo y el arameo. También, varios eruditos han destacado el hecho de que algunas informaciones antiguas, como el Canon Muratorio30 del siglo II, sugieren que al escribir el Evangelio y las Epístolas, Juan dispuso del auxilio de colaboradores literarios que lo ayudaron a pulir su griego, pero que cuando escribió el Apocalipsis no disponía de esa ayuda.

Para equilibrar estos desniveles lingüísticos entre el Apocalipsis y el Evangelio de Juan, encontramos algunas notables similitudes entre ellos, la más destacada de las cuales es el uso de la palabra Cordero para referirse a Jesús, que aparece 29 veces en el Apocalipsis y en ninguna otra parte del Nuevo Testamento, con excepción de Juan 1:29 y 36.

Aunque la duda acerca de si Juan fue o no el autor del Apocalipsis surgió en el siglo III, los cristianos de lengua griega que vivieron más cerca del tiempo y del lugar en que fue escrito el Apocalipsis aceptaban con entusiasmo que su autor era el apóstol Juan.

Justino Mártir vivió en Éfeso alrededor del año 135 d.C. Algunos años después, atribuyó el Apocalipsis “a cierto hombre [...] que se llamaba Juan, uno de los apóstoles de Cristo”.31

Ireneo, dirigente de la iglesia en Francia (Galia) cerca del fin del siglo II, vivió durante su infancia en la provincia romana de Asia y conoció a Policarpo, anciano entonces, y que en su juventud había sido amigo de Juan.32 Como Justino, Ireneo se refería al autor el Apocalipsis como Juan, “el discípulo del Señor”. Declaró que Juan vio “la visión apocalíptica [...] no hace mucho tiempo, casi en nuestros días, hacia el fin del reino de Domiciano”.33

Clemente, que dirigía una escuela cristiana en Alejandría, Egipto, más o menos cuando Ireneo trabajaba en Francia, también afirma que fue “el apóstol Juan” quien estuvo en Patmos. Añade que después de la muerte del emperador, Juan regresó a Éfeso y viajó muchísimo para ordenar ministros y organizar nuevas congregaciones.34 Hipólito, un erudito dirigente de la iglesia que vivió cerca de Roma en la primera mitad del siglo III, también enseñó que el Apocalipsis fue escrito por “el bienaventurado Juan, apóstol y discípulo del Señor”.35

De modo que los cristianos que vivían más cerca del lugar y el momento en que se produjo el Apocalipsis, creían firmemente que procedía de la mano del apóstol Juan.

Por otra parte, el autor del Apocalipsis se identifica sencillamente como “Yo, Juan, vuestro hermano” (Apoc. 1:9). Sabía que se lo conocía lo suficiente como para que no se lo pudiera confundir con ningún otro Juan.

De cualquier manera, no importa de qué Juan se trate, su mensaje vino de Dios, por medio del Espíritu Santo, y como una revelación de Jesucristo. (Véase Apocalipsis 1:1.) El Juan que recibió este mensaje fue inspirado.

2. ¿Cuándo y de qué manera se dividió el Apocalipsis en capítulos y versículos? Los 66 libros de las Escrituras no fueron escritos originalmente con los versículos numerados con que los conocemos hoy. Esto es comprensible; la mayor parte de los libros no tienen versículos numerados.

Pero, aunque la mayoría de los libros modernos tienen al menos capítulos, la mayor parte de los libros antiguos no los tenían; y tampoco las Escrituras. En la antigüedad el libro de los Salmos estaba dividido, por supuesto, más o menos como lo está hoy.Pero los Salmos no son capítulos; son poesías diferentes entre sí. Las Escrituras han sido estudiadas como no lo ha sido ningún otro libro, porque se le ha atribuido un valor que no se asignó a ningún otro libro. Por consiguiente, se han inventado diversos sistemas a través de los siglos para ayudar a la gente a encontrar los pasajes que buscaran.

 

Los versículos del Antiguo Testamento, tal como los conocemos en la actualidad, son obra de una cantidad de rabinos judíos, conocidos como masoretas, expertos en el arte de copiar manuscritos. La familia de masoretas de Ben Asher dividió el Antiguo Testamento en 23.100 versículos alrededor del año 900 d.C.

Los versículos del Nuevo Testamento, una modificación de varios sistemas previos, es obra de Robert Stephens. En 1551, Stephens estaba preparando una concordancia para el Nuevo Testamento impreso en griego y en latín, y necesitaba una forma precisa para que sus lectores pudieran encontrar en el Nuevo Testamento los textos mencionados en su concordancia. Su hijo dice que dividió y numeró los versículos mientras viajaba de París a Lyon, lo que nos explicaría por qué algunos de los versículos están divididos en forma tan extraña.

Pero ¿qué podemos decir acerca de los capítulos? La fundación de la Universidad de París en el año 1100 dio como resultado un despertar del estudio de las Escrituras. Se hicieron y se vendieron numerosas copias de la versión católica de las Escrituras en latín, para hacer frente a la demanda. Más adelante, para facilitar el estudio de las Escrituras en ese momento, Stephen Langton, siendo profesor de la Universidad de París, dividió las Escrituras en los capítulos que encontramos no solo en el Apocalipsis, sino en todos los demás libros que la componen.

Stephen Langton era inglés. Al salir de París, llegó a ser arzobispo de Canterbury, que ayudó a obligar al rey Juan a firmar la Magna Carta en Runnymede en 1215. Falleció en 1228.

El Apocalipsis fue escrito alrededor del año 95 d.C. De modo que la división en capítulos que encontramos en las versiones actuales no llegó a existir sino unos 1.100 años después de que fuera escrito. Los versículos actuales recién aparecieron más de 1.450 años después de que el libro fue compuesto.36

23 Juan, el apóstol, no dice en realidad que él estuvo presente cuando Juan Bautista predicaba, pero podemos deducir con claridad de que se trataba del discípulo mencionado, sin nombrarlo. (Véase Juan 1:35 al 40.) La humildad era una de las características de este hombre. Verifique cómo evitó nombrarse a si mismo en relación con la Última Cena, el juicio de Cristo y la resurrección. (Véase Juan 13:23, 18:15 y 20:2 al 5.)

24 Tácito, Anales, 15.44.2-8.

25 Dio Cassius, Epítome, 67.14. Véase Donald McFayden, “The Occasion of the Domitianic Persecution”, The American Journal of Theology 24 (enero de 1920), pp.46-66.

26 Ibíd.

27 Tertuliano, On Prescription Against Heretics, p. 36; ANF t. 3, p. 260 (Ante-Nicene Fathers). Nos preguntamos cómo se pudo evitar que el aceite se incendiara, circunstancia que Tertuliano no habría dejado de mencionar, si hubiera ocurrido. Tal vez el aceite solo fue calentado hasta una temperatura letal. En todo caso, recordamos que Dios libró a los amigos de Daniel de un horno de fuego. (Véase Daniel 3.)

28 Para muchos de los comentarios que haremos en el consiguiente estudio del Apocalipsis, agradezco especialmente a Kenneth A. Strand, Interpreting the Book of Revelation, edición corregida y aumentada (Naples, Florida: Ann Arbor Publishers, Inc., 1970, 1972, 1976, 1979). Me he apartado de Strand en solo unos pocos detalles.

29 R. H. Charles, A Critical and Exegetical Commentary on the Revelation of St. John, 2 tomos, The International Critical Commentary (Edinburgo, T. y T. Clark, 1920), t. 1, cxvii-clix, páginas especiales cxlii-cxliv.

30 El Canon Muratorio aparece en varias obras, como en Daniel J. Theron, Evidence of Tradition (Grand Rapids, Míchigan: Baker Book House, 1958), pp. 106-113. Afirma que Juan escribió su Evangelio con la ayuda de otros discípulos que lo revisaron. En las páginas 32 y 33, Theron presenta, además, una fuente anónima que afirma que Papías de Hierápolis “escribió el evangelio correctamente mientras Juan lo dictaba”.

31 Justino, Dialogue with Trypho, a Jew [Diálogo con Trifón, el judío] p. 81; ANF t. 1, p. 240.

32 Ireneo, Against Heresies, 3.3.4; ANF t. 1, p. 416.

33 Ireneo, ibíd., 4.20.11, 5.30.3; ANF T. 1, pp. 491, 558-560.

34 Clemente de Alejandría, Who is the Rich Man That Shall be Saved?, p. 42; ANF t. 2, p. 603.

35 Hipólito, Christ and Antichrist, p. 36; ANF t. 5, p. 211.

36 Véase, por ejemplo, F. F. Bruce, The Books and the Parchments, 3a edición revisada (Londres: Pickering & Inglis, Ltd., 1963), pp. 120, 121; Ira Maurice Price, revisión de William A. Irwin y Alien P. Wikgren, The Ancestry of our English Bible (Nueva York: Harper y Row, 1956), pp. 184, 185, 203; E. Nestle, “Bible Text”, sección III, The New Schaff-Herzog Encyclopedia of Religious Knowledge (reimpresión de 1963), t. 2, pp. 113-115.