Manual de psicoterapia emocional sistémica

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3.4 Divorcio o separación

Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), durante el año 2017 se produjeron 102.341 casos de nulidad, separación y divorcio, lo que supuso una tasa de 2,2 por cada 1.000 habitantes (INE, 2018). El total de casos supuso un aumento del 1,0 % respecto al año anterior. Por tipo de proceso, se produjeron 97.960 divorcios, 4.280 separaciones y 100 nulidades (INE, 2018)22.

El divorcio es un estresor muy importante para las familias. Los hijos deben enfrentarse a un difícil duelo. Los progenitores, además de manejar su propio malestar, deben hacer frente también al de sus hijos. Se añaden asimismo nuevas dificultades, como las decisiones asociadas al divorcio (reparto económico, custodia, etc.).

El manejo que hagan los progenitores del divorcio afectará al desarrollo emocional del menor, por lo que gestionarlo de manera adecuada minimizará el impacto de este sobre los hijos. Por eso, como psicoterapeutas, debemos ayudar a las familias a separarse o divorciarse de la forma más sana posible.

Lo primero es explicárselo a los menores de una forma adecuada, explicitándoles que sus progenitores nunca dejarán de quererlos, que el divorcio solo se produce entre los progenitores y nunca con los hijos, y que ellos no tienen la culpa de él ni el poder para cambiar la situación. Los progenitores pueden apoyarse en recursos como los cuentos para explicárselo a sus hijos.

Uno de los riesgos más importantes en un divorcio manejado de forma inadecuada es el conflicto de lealtades que se produce en el menor, situación en la que el hijo siente que tiene que elegir entre un progenitor u otro, y posicionarse en el conflicto entre ambos. Esto sucede cuando los conflictos entre los padres continúan después del divorcio. Esta situación es emocionalmente muy dañina para el hijo, ya que se vulnera su derecho a mantener su relación con ambos progenitores, perdiendo en algunos casos a uno de sus referentes.

Esta situación de vulnerabilidad afecta a su sentimiento de seguridad y autoestima, ya que se invisibiliza al menor y se lo instrumentaliza en el conflicto entre los progenitores. Las necesidades del hijo o hija pasan a ser secundarias, puesto que la prioridad y todo el espacio lo ocupa el conflicto y los intereses contrapuestos de los padres.

El menor puede intentar resolver este conflicto sobreadaptándose, es decir, cumpliendo las expectativas de ambos progenitores aun teniendo estos intereses contrapuestos. Este es el caso de niños y adolescentes que mantienen posturas, actitudes y discursos diferentes con cada uno de ellos, para asegurarse de que no pierden el amor de ninguno y se mantienen leales a ambos. Esta situación, sin embargo, puede generarles mucha confusión.

El menor puede resolverlo también posicionándose a favor de uno de los progenitores y en contra del otro, lo que puede generarle además sentimientos de culpa.

Otras conductas o actitudes que deben evitar los progenitores son las siguientes: permitir que el menor muestre comportamientos inadecuados para compensar la falta de tiempo con este o su sufrimiento ante el divorcio —necesitan normas y límites que guíen su conducta—; añadir más cambios a sus vidas, como el cambio de centro escolar; transmitir tristeza o victimización de uno de los progenitores al menor; o utilizar al hijo o hija para dañar al otro progenitor.

Para que los progenitores puedan manejar o evitar estas situaciones dañinas para los menores debemos ayudarlos a entender que se divorcia la pareja marital, pero nunca la pareja parental. Ambos tienen la responsabilidad de continuar su relación como progenitores y formar equipo, comunicarse, negociar y apoyarse en las cuestiones que afectan a la crianza de su hijo o hija. Es normal que existan desacuerdos, pero será clave la actitud de los progenitores y su flexibilidad para resolverlos, priorizando siempre los intereses del menor. Suele ser mucho más perjudicial para el hijo o hija los efectos de los conflictos entre los progenitores que el contenido que se discute en sí mismo.

Debemos ayudarlos además a empatizar con sus hijos y entender cómo se sienten. Estos pueden pensar que, al igual que sus padres han dejado de quererse, a él o ella también podrían dejar de quererle. Hay que explicarles que eso no sucederá y que seguirá manteniendo su relación con ambos progenitores. Es necesario facilitar su expresión emocional y proporcionar explicaciones tranquilizadoras ajustadas a su edad. Cuanto más puedan expresar su malestar de manera verbal, menos necesidad tendrán de expresarlo mediante su conducta.

Es fundamental, por tanto, trabajar con los progenitores el hecho de que permitan y fomenten que el hijo tenga una buena relación con ambos progenitores, sin desacreditarse uno al otro delante del hijo o hija, ni realizar insinuaciones siquiera mediante el lenguaje no verbal. Por ejemplo, resoplar cuando el hijo o hija habla sobre el otro progenitor transmitiría al menor un mensaje de hartazgo sobre el otro. Para el hijo, ambos son sus referentes, por lo que es crucial que tengan una imagen lo más positiva posible de los dos.

Finalmente, debemos ayudarlos a que normalicen las estancias con el otro progenitor y su familia extensa, y permitan al hijo disfrutarlas y poder hablar de ello con naturalidad. Por supuesto, sin enfocar esta conversación como un interrogatorio o con el fin de obtener información acerca del otro progenitor.

En resumen, debemos ayudar a los progenitores a respetar la condición de niños o de adolescentes de sus hijos, a protegerlos de las tensiones y decisiones de los adultos, sin que participen de estas. Es una etapa crucial en su desarrollo emocional y formación de su personalidad, que además nunca volverá.


Familia compuesta por Lucía y Pedro, divorciados desde hace cinco años, con un hijo en común, Pablo, de 14 años. Traen a Pablo a consulta por problemas de ansiedad, que le impiden conciliar el sueño, y ansiedad social, que le dificulta incluso acudir a clase en numerosas ocasiones. La relación entre los progenitores es muy conflictiva, existen demandas interpuestas por ambos por temas asociados al divorcio (custodia, pensión, etc.). Ambos progenitores triangulan a Pablo para ganarse su apoyo, lo que contribuye a alimentar un conflicto de lealtades y lo coloca en una posición dañina para él.


Triangular es utilizar a un tercero para resolver un conflicto entre dos personas.

Se realizaron varias sesiones familiares en las que los progenitores pudieron tomar conciencia de la posición tan difícil en la que estaban colocando a su hijo y cómo le estaba afectando.


En una sesión familiar, se pidió a Pablo que representase cómo se sentía en la familia mediante una escultura corporal. Debía moldear su cuerpo y el de sus progenitores, colocándolos a ellos y a sí mismo en una postura que simbolizara su posición y sentimiento en la familia. Pablo se colocó en el centro, entre su padre y su madre. Colocó a su madre agarrándolo de un brazo y tirando hacia sí. Hizo lo mismo con su padre: en el otro extremo, también tiraba de él hacia sí. Mediante la escultura, Pablo pudo simbolizar su conflicto de lealtades y la ansiedad que este le generaba. Así, sus progenitores pudieron tomar conciencia de la presión y el efecto que sus conflictos generaban en Pablo. A continuación, le pedí que hiciera otra escultura en la que representara cómo le gustaría sentirse en la familia. Colocó a sus progenitores frente a él, con una mano de su madre y otra de su padre en su hombro, brindándole su apoyo. Sus progenitores se emocionaron al darse cuenta que habían ignorado las necesidades emocionales de su hijo durante los últimos años.


En otro caso, se pidió a un adolescente, Alberto, cuyos progenitores estaban separados y tenían una relación conflictiva entre ellos, que representara a su familia con animales (muñecos de animales). Alberto eligió a un tigre y a un león para representar a sus progenitores, y a un perro para sí mismo. Colocó al tigre y al león mirándose y rugiendo, y al perro más apartado, cabizbajo, alejándose. Este contenido proyectivo permitió hablar de cómo se sentía Alberto frente al conflicto entre los progenitores, que, una vez más, ocupaba todo el espacio y dificultaba la visibilización de las necesidades emocionales de Alberto.

3.5 Adolescencia de los hijos

La adolescencia es una etapa de difícil manejo tanto para el propio adolescente como para sus progenitores. El reto principal al que debe enfrentarse el adolescente es la búsqueda de su propia identidad, para lo que es necesario que pueda diferenciarse de sus progenitores (ver concepto de diferenciación explicado en la página 9).

Durante esta etapa surgen tensiones que, una vez más, habrá que negociar. Las normas familiares utilizadas hasta el momento ya no sirven, pues el adolescente necesita mayor autonomía, a la par que seguir manteniendo el contacto y apoyo afectivo de sus progenitores. Estos deberán encontrar un nuevo equilibrio entre la necesidad del adolescente de mayor autonomía y de dependencia de sus progenitores; para ello, estos deberán flexibilizar los límites y permitir que el adolescente explore y experimente, pero recordándole que cuenta con su apoyo cuando tenga dificultades. Asimismo, deberán facilitar la búsqueda de identidad de su hijo o hija observando y fomentando sus habilidades e intereses, dialogando con él o ella, y facilitándole su espacio para que pueda experimentar sus habilidades y autonomía.

 

Además, con la adolescencia, el grupo de pares cobra mucho poder, y los adolescentes adquieren una nueva capacidad de juicio, por lo que los progenitores se pueden llegar a sentir amenazados. Los adolescentes buscan definir su identidad y aumentar su autonomía, al tiempo que aparecen cambios en su sexualidad.

Como apuntan Carter y McGoldrick:

Durante esta etapa, los progenitores pueden atravesar además la crisis de mediana edad, en la que revisan su nivel de satisfacción con los logros conseguidos y su vida en general. Se suma, además, el declive físico y psicológico de sus propios progenitores, por lo que deben además ejercer de cuidadores. Estas situaciones generan tensiones individuales y familiares añadidas23 (Carter y McGoldrick, 1989).


Para trabajar la diferenciación del adolescente es muy útil utilizar la técnica de la maleta (explicada en la página 62 del presente capítulo) o la técnica de la mochila mencionada anteriormente, creada por Alfredo Canevaro. Mediante esta, se ayuda al adolescente a llevarse aprendizajes de sus progenitores a su nuevo viaje hacia la adultez24 (Canevaro, 2014).

3.6 Individuación y abandono del hogar de los hijos

Actualmente, la emancipación de los hijos se ha retrasado mucho principalmente por causas socioeconómicas (aumento de años de estudio previos al comienzo del trabajo, la precariedad de los salarios, etc.). Según los últimos datos del INE, más de un tercio de las 5.382.500 personas entre 25 y 34 años todavía no se había independizado en 2017. El 52,7% de los jóvenes entre 25 y 29 años vivían con sus progenitores o con alguno de ellos, y para las personas de 30 a 34 años este porcentaje se reducía hasta el 24,1% (INE, 2018)25.

Esta situación puede generar fricciones en las familias, puesto que se mantiene una convivencia que no corresponde a la etapa vital de los progenitores ni de los hijos.

Si los hijos se independizan, los progenitores deben reencontrarse como pareja. Al perder su función parental, se puede producir el síndrome conocido como «nido vacío», que hace referencia al sentimiento de vacío que experimentan los progenitores cuando los hijos abandonan el hogar y ellos pierden su rol parental o «marental». En ocasiones, se encubren conflictos de pareja no resueltos mediante este rol.

Se pueden generar síntomas como por ejemplo una depresión, que puede tener como función inconsciente retener al hijo en el hogar. Ocurre especialmente en personas cuyo rol principal ha sido el de cuidar a sus hijos.

Mediante la psicoterapia, ayudaremos a los progenitores a que puedan percibir esta situación como una oportunidad para recuperar sus espacios de pareja e individuales.

Los hijos, por su parte, deberán enfrentarse a una nueva vida, totalmente autónoma de sus progenitores, y desarrollar todas las habilidades necesarias para ello (afrontar el pago del alquiler, comprar, cocinar, limpiar, lavar la ropa, etc.).


Una mujer de 55 años llegó a consulta con sintomatología ansioso-depresiva. Ella lo relacionaba con la reciente independencia de su única hija, de 30 años, con lo que se quedaba viviendo ella sola con su marido en el domicilio. El resto de sus hijos se habían independizado hacía unos años y Ana era su última hija en el hogar familiar.


Utilizamos la técnica de entrevista al síntoma, técnica psicodramática para trabajar el miedo. Se trata de un ejercicio en el que el psicoterapeuta propone al cliente que represente a su síntoma y el primero se convierte en un periodista que lo entrevista. El psicoterapeuta hace preguntas al síntoma, lo que aporta un nuevo contenido con el que se puede abordar el conflicto directamente. A partir de este nuevo contenido se puede redefinir el problema26 (Pubill, 2016).

Le pedí a la paciente que imaginara que ella era el síntoma, es decir, la depresión y la ansiedad, y le expliqué que yo le haría algunas preguntas a este para entender cuál era su función.


-Psicoterapeuta: ¿Desde cuándo estás en la vida de Rosa?

-Síntoma (Rosa): Desde que Ana se fue de casa.

-Psicoterapeuta: ¿Para qué viniste a la vida de Rosa?

-Síntoma (Rosa): Para ayudarla a rellenar el vacío que siente tras la marcha de su hija.

-Psicoterapeuta: ¿Qué te hace quedarte instalado en la vida de Rosa?

-Síntoma (Rosa): Su sentimiento de vacío tras dedicar la mayor parte de su vida a criar a sus hijos, su miedo a quedarse sola con su marido.

-Psicoterapeuta: ¿Qué o cuándo te es más difícil permanecer en la vida de Rosa?

-Síntoma (Rosa): Cuando se da cuenta de que puede ser una mujer interesante y divertida, aunque eso no pasa muy a menudo. En esos momentos no necesito llenar ningún vacío.

-Psicoterapeuta: ¿Qué tendría que pasar para que desaparecieras?

-Síntoma (Rosa): Que ella comprendiera que puede hacer más cosas además de ser madre, pero no sabe qué ni cómo, se siente muy perdida.

Así, se pudo redefinir el síntoma en una oportunidad y convertir la ansiedad en una aliada, cuya misión era alertarla de que sería positivo para ella descubrir nuevos aspectos de sí misma. A partir del ejercicio, pudimos reflexionar sobre la oportunidad que se le presentaba para tener aficiones y realizar actividades que nunca pudo cultivar por la falta de tiempo asociada a la crianza de sus hijos.

3.7 Familia en la tercera edad

Durante esta etapa, los progenitores (quizás ya abuelos) deben gestionar muchos duelos, como son la pérdida del trabajo con la jubilación, declive de la salud física y de la energía, fallecimientos de personas queridas, etc. En esta etapa deberán gestionar dichos duelos, encargarse del mantenimiento de la pareja y la reorganización familiar.

Además, el aumento de la esperanza de vida —en España, la esperanza de vida al nacimiento de los hombres alcanzó los 80,4 años y en las mujeres se situó en 85,7 años en 2017 (datos provisionales) (INE, 2018)—27 hace que la pareja tenga que convivir muchos más años y que se alargue la etapa de pareja. Hay más años de convivencia de pareja sin crianza de los hijos, lo que hace necesario mirar y atender a esta, cuidarla y reforzarla. Si una pareja llega a consulta en este contexto, se puede trabajar con ella el refuerzo de esta.

Por otro lado, actualmente es muy común que los abuelos ejerzan como cuidadores principales de los nietos y participen activamente en su crianza, al tener los progenitores largas jornadas laborales. Esta situación puede generar conflictos entre abuelos y progenitores por disparidad de criterios en la crianza y someter a los primeros a un gran desgaste.

Finalmente, los abuelos (o progenitores si no han tenido nietos) tendrán que enfrentarse a su envejecimiento y declive físico y mental, y prepararse para su fallecimiento.


Para trabajar la elaboración del duelo de aspectos relacionados con esta etapa de la vida se les puede pedir que escriban una carta en la que expliquen todas aquellas pérdidas que sienten que se están produciendo. Se les pide también que escriban qué necesitan para poder atravesar una etapa tan dolorosa. Finalmente, se lee la carta en consulta, con permiso del paciente, y se comparte con su familia el dolor que siente, para que esta pueda acompañarlo en el proceso que atraviesa.


Una mujer de 70 años, Pilar, acudió a consulta pidiendo ayuda para poder aceptar el periodo de su vejez. Tenía la sensación de que no podía compartir con nadie sus dificultades, puesto que los demás le respondían de forma evitativa o censurando sus sentimientos («no deberías sentirte así, todavía eres joven, lo tienes todo en la vida…»). Señalaba además que estaba presenciando algunos fallecimientos de personas cercanas y queridas.

Le pedí a Pilar que escribiera una carta en la que explicara cómo se sentía, qué le gustaría decir a las personas fallecidas —una por una— y qué necesitaría para sentirse mejor. Pilar se despidió de las personas fallecidas y les dijo aquello que no había podido transmitir en vida. Reconoció que tenía miedo a quedarse sola y miedo a morir. Indicó a sus familiares que no se asustaran por esas afirmaciones, que necesitaba compartirlas, y les pidió que simplemente estuvieran presentes y la escucharan.

Pilar explicó su sensación de liberación al escribir y leer la carta, decía que incluso se sentía más ligera. Sus familiares pudieron entender que no permitían a Pilar compartir su dolor porque su propia angustia se lo impedía, y entendieron la necesidad de Pilar de que pudieran «simplemente estar», sin minimizar ni censurar sus sentimientos.

Finalmente, otra línea de trabajo en psicoterapia es trabajar con los hijos de estas personas mayores cómo gestionar la pérdida de sus figuras de referencia. Esto se realiza acompañándoles en la elaboración del duelo.

4. Nuevas realidades familiares desde la psicoterapia emocional sistémica

Por último, mencionar nuevas realidades familiares que atraviesan diferentes etapas del ciclo vital que las familias tradicionales, debido a sus propias características, como son:

1. Familias monoparentales o monomarentales

Llamamos «familias monoparentales o monomarentales» a aquellas formadas por un progenitor y uno o varios hijos. La vía de entrada a este tipo de familias es a través del fallecimiento de uno de los progenitores, el abandono de uno de ellos, separación o divorcio, o por elección propia.

En el primer y el segundo caso, será esencial acompañar al progenitor a realizar el duelo por la pérdida, así como a manejar el duelo del menor, de modo que pueda reafirmarse en continuar su maternidad o paternidad en solitario. Para ello será necesario ayudarlo a manejar las dificultades que ello conlleva. Respecto al tercer caso, que se refiere a la separación o divorcio, revisar el punto 3.4.

Por último, cabe la posibilidad de acceder a la maternidad o paternidad en solitario por elección propia. En estos casos, el hombre o la mujer comienza a plantearse la posibilidad de tener un hijo o hija sin pareja. En el caso de las mujeres, estas pueden recurrir a técnicas de reproducción asistida o a la adopción —por lo que se añaden las especificidades propias de las familias adoptivas ya explicadas anteriormente—. En el caso de los hombres, estos pueden hacerlo mediante la gestación subrogada —actualmente es ilegal en España, pero legal en otros países— o mediante la adopción.

 

Los hogares monoparentales, es decir, los que están formados por uno solo de los progenitores con hijos, estaban mayoritariamente integrados en 2017 por madre con hijos. En concreto había 1.529.900 (el 83,0 % del total), frente a 312.600 de padre con hijos (INE, 2018)28.

Se denomina «madres solteras» a las mujeres que dan a luz fuera de una relación de pareja. El número de mujeres en esta condición ha aumentado en los últimos años. Según el INE, 205.600 mujeres eran madres solteras en 2017 (INE, 2018)29.

Como analiza el informe «La transformación de las familias en España desde una perspectiva socio-demográfica» (2014):

El hecho de que más de la mitad de estas mujeres tuvieran 30 o más años en el momento del nacimiento de su hijo parece reflejar que la maternidad en solitario es fruto de una decisión meditada y no de lo que antes se calificaba como accidente. Mientras, el porcentaje de madres adolescentes es tan solo del 6 %30.

Las madres solteras tienen que enfrentarse a dificultades como asumir ellas solas las tareas de cuidado, la carga económica, la conciliación entre su trabajo y la crianza del hijo, la falta de tiempo, etc.

Estas dificultades las colocan en una situación de vulnerabilidad social, por lo que es especialmente importante que puedan tener o desarrollar una red social. Se suma además que hay una doble expectativa incongruente que recae sobre ellas: por un lado se espera de ellas que sean mujeres independientes económicamente y exitosas en sus trabajos, a la vez que sean buenas madres. Para poder conseguir lo primero necesitan muchos años de esfuerzo y trabajo, por lo que es fácil que lleguen a la situación de tener que retrasar la maternidad. Tienen que enfrentarse además a la expectativa cultural y social de que la crianza idónea es en pareja. Todo esto puede generar en ellas miedo, inseguridad y un conflicto personal para poder ejercer la maternidad en solitario31 (Rivas, Jociles y Moncó, 2011).

Como psicoterapeutas debemos ayudarlas a manejar el estrés que conlleva la maternidad en solitario, a buscar un equilibrio entre su necesidad de autonomía e independencia y su deseo de ser madres, y favorecer que puedan empoderarse y reafirmarse en su elección.


Para ello, son útiles las preguntas circulares, que permiten a la madre tomar conciencia de los recursos que puede ofrecer a su hijo o hija, así como de los aspectos que puede mejorar. Algunas preguntas podrían ser:

«¿Qué crees que necesita tu hijo de ti?», «¿Qué crees que valora de ti?», «¿Qué crees que le puedes ofrecer?», «¿Qué crees que puedes mejorar en vuestra relación?».

Es muy importante utilizar el refuerzo positivo, puesto que estas mujeres están sometidas a un gran estrés y deben atravesar enormes dificultades. Realmente, es algo muy valioso y difícil que puedan manejar la maternidad en solitario y conciliarla con su vida laboral. Puede ocurrir que se cuestionen a sí mismas, como consecuencia del desgaste al que están sometidas, o que sientan miedo.

2. Familias reconstituidas

Una familia reconstituida es la formada por una pareja en la que al menos uno de los dos adultos aporta uno o más hijos de relaciones anteriores. En España, según los últimos datos del INE (2011), un 7,4 % de las familias son reconstituidas (Sánchez, 2018)32.

En estas familias existen muchos estresores y retos que afrontar, como pueden ser el rechazo de los hijos a la nueva pareja u otros problemas de relación familiar y convivencia, celos de la anterior pareja, el tipo de separación que hayan manejado los progenitores, el establecimiento de nuevos roles y normas familiares, etc. Se añade que el nuevo sistema familiar no puede configurarse gradualmente al comenzar a vivir el padrastro/madrastra con los hijos biológicos de su pareja de forma repentina33 (Espinar, Carrasco, Martínez, y García-Mina, 2003).

El primer paso es detectar las fuentes de estrés y de conflicto en la evaluación para poder intervenir sobre diferentes aspectos que configuran la complejidad de este tipo de familias.

Algunos de los objetivos comunes que se suelen trabajar con este tipo de familias son: la consolidación del vínculo de pareja, la definición y diferenciación de las funciones parentales, el reconocimiento de la autoridad y la definición de las funciones del padrastro/madrastra, su integración en el nuevo núcleo familiar, la distribución de las tareas familiares, el establecimiento de reglas en la nueva familia, la facilitación de espacios de relación de los hijos con progenitores biológicos, abuelos y otros miembros de la familia extensa para evitar conflictos de lealtades en los menores, la facilitación de la expresión de sentimientos de los hijos comunes y no comunes relacionada con la reconstitución familiar, y la distribución de la atención a hijos comunes y no comunes34 (Morales y Barón, 2014).


Figura 3. Sesión familiar con familia reconstituida.


Juan y Sara son una pareja con un niño en común de un año. Juan tenía dos hijos de 7 y 5 años procedentes de una relación anterior. El motivo de consulta era que, debido a la dificultad de adaptación de Sara y los hijos de Juan a la nueva situación de convivencia, se producía tensión entre Sara y los menores.


Utilizamos la externalización para que todos los miembros de la familia pudieran expresar cómo se sentían con la nueva situación familiar y empatizaran los unos con los otros. Así, se les pidió que representaran con plastilina cómo se sentían en la familia. Juan moldeó una piedra y explicó posteriormente que sentía mucha carga al intentar mediar constantemente entre sus hijos y Sara. Esta representó un muro y explicó que existía un muro entre ella y los hijos de Juan que le generaba una enorme frustración. El hijo mayor de Juan representó una cárcel, y señaló que él se sentía de esa manera desde que Sara se había mudado a vivir con ellos, porque ahora «lo regañaban más». Finalmente, la hija menor representó una cara triste y explicó que se sentía triste desde que Sara estaba en la casa porque había muchos enfados.

La realización de estas esculturas facilitó un nuevo diálogo más profundo entre los miembros de la familia, pudieron hablar entre ellos a un nivel más íntimo y comprensivo, con menor carga de acusaciones. Por otro lado, la psicoterapeuta pudo tratar en sesiones de pareja las funciones parentales según las necesidades de los menores. Se acordó rebajar el nivel normativo para el hijo mayor y que fuera Juan quien manejara las normas, en un primer momento, hasta que se reforzara el vínculo entre Sara y los menores. Se comprometieron además a disminuir los gritos y discusiones en la casa para que la menor no se sintiera tan triste. Finalmente, también se abordó el sufrimiento de Sara y de Juan en sesiones parentales para que pudieran empatizar entre sí.


Figura 4. Representación de relaciones familiares mediante el uso de la plastilina.


La externalización facilita la expresión de sentimientos al simbolizarse estos mediante un objeto (plastilina, dibujo, muñecos, animales o cualquier material que pueda tener utilidad, por lo que la creatividad del psicoterapeuta es fundamental). Dicho objeto ayuda a expresar las emociones de una forma más indirecta y facilita la vivencia de estas.

3. Familias homoparentales

Desde la legalización del matrimonio homosexual en España, en 2005, se ha creado esta nueva realidad familiar que, al igual que todas las familias no tradicionales, atraviesan sus propias etapas vitales según su idiosincrasia. Es, por tanto, otra tipología más de la amplia variedad de realidades familiares que existen en la actualidad, por lo que no debe concebirse como un caso distinto de familia.

Los estudios realizados con trabajo de campo empírico con niños y niñas que viven con padres y madres homosexuales, tanto en España como en otros países, ponen de manifiesto que no existen diferencias sustanciales en su desarrollo personal, social, intelectual y psicoafectivo frente al resto de menores criados en otros tipos de estructuras familiares (Patterson, 1995; González, 2002; Arranz y Oliva, 2010)35.

Sin embargo, las familias homoparentales siguen teniendo que demostrar constantemente su aptitud parental. Deben enfrentarse a estresores como la homofobia, que sin duda las afecta en el plano individual y familiar, y que puede reflejarse en una falta de referentes y en discriminación a nivel simbólico, laboral o a la hora de acceder a determinados servicios (Abad, Cháfer, Plaza, Gonzálvez, Rubio, Konvalinka y Moreno, 2013)36.

4. Familias transnacionales

Se trata de aquellas familias en las que al menos uno de los miembros sea migrante. Arrastran una historia de emigración, con sus dificultades asociadas (abandono de su país y pérdida de sus personas queridas, adaptación a un nuevo país con un idioma y cultura diferente, etc.).

Es importante que, como psicoterapeutas, empaticemos con el sentimiento de pérdida y el sacrificio de estas personas, y trabajemos las dificultades familiares asociadas, como pueden ser los conflictos surgidos entre miembros de diferentes culturas o la presión que puedan sentir los hijos o hijas de sus progenitores migrantes por el gran esfuerzo y sacrificio que han realizado para ofrecerles «una vida mejor».