El lado oscuro y perverso del amor

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Domingo 24 de noviembre del 2002.

Los dos socios y el escolta llegaron al pueblo. Habían estado durante varios días aislados y aquello les había venido muy bien para pensar en todo lo ocurrido en las últimas semanas y lo que El Conde les aconsejó. Estaban dispuestos a descubrir quién era el traidor.

Aquella noche se presentaron junto a sus esposas en casa de Echavarría, iban muy elegantes. Vestidos de gala, al igual que sus esposas. Tenían aspecto sereno y rozagante. La gente murmuraba, decían que llevaban mucho tiempo fuera y no con sus esposas en aquellos momentos de dolor. Diego se sorprendió al verlos.

—Mis queridos amigos, ¿ya de nuevo por aquí? ¿Qué tal por la capital? ¿Todo bien?

—Perfecto, Dieguito —respondió Antonio—, incluso te traigo noticias de nuestro amigo.

—¿Ah sí? Bueno, ya hablaremos de eso después de que termine el novenario.

—¡Claro que sí!

Paula, Robinson y Celeste iban vestidos de blanco en honor a Mauricio y Robert.

Llevaban flores blancas y unas tarjetas con dedicatorias para los chicos. Las quemarían en el jardín para que el mensaje les llegase a donde quiera que estuvieran. Se dice que cuando quieres enviar un mensaje a una persona que ya no está entre nosotros, podemos quemar una nota y esta llegará en forma de humo a quien vaya dirigida, es una creencia que muchos fieles llevan practicando durante muchos años.

Al terminar la última novena se dirigieron todos al jardín para quemar las notas de los chicos. Se sentía tristeza en el ambiente y como era de esperar la herida seguía abierta y sangrando para quienes de verdad sentían la pérdida de aquellos jóvenes. Los chicos encendieron una veladora blanca, los tres la tomaron con su mano izquierda mientras que con la derecha quemaban el mensaje. En medio del silencio de la noche se podía escuchar cómo algunos lloraban. Los padres de los muchachos intentaban ser fuertes, pero el dolor no se puede controlar y se aferraban a sus esposas mientras las lágrimas caían.

Cuando finalizó aquel homenaje los tres chicos decidieron quedarse en el jardín durante un rato más para estar a solas y se sentaron en un banco de madera que había enfrente de unos preciosos rosales. Paula estaba serena y tranquila, actitud que le pareció muy extraña a Celeste y a Robinson, pero que a la vez les alegró por ver que estaba mejor de su depresión. Miraban al cielo. Aquella noche estaba despejada. Dejaba apreciar las constelaciones y las estrellas brillaban con fuerza. Les parecía precioso poder contemplar aquel cielo estrellado. Cuando de repente una voz los interrumpió.

—¡Hola, chicos!

—¡Anda! ¿Mira quién apareció? —dijo Paula.

Era Jonathan. Celeste y Robinson respondieron al saludo.

—¿Podemos hablar un momento, Celeste?

—Tranquilo que ya nos vamos —intervino Robinson— ¡vamos, Paula! Dejemos que hablen. —Cirujano aprovechó esa ocasión para salir a ver a Celeste porque había visto a Diego entrar al despacho en compañía de Antonio y Ricardo.

—¿Dime, Jonathan?

—No quiero que estés enfadada conmigo, no quise ofenderte con mi comentario aquel día.

—Yo no estoy enfadada, ni tampoco me ofendí, no soy tan tonta como para no darme cuenta cuando alguien tiene segundas intenciones conmigo, simplemente me desconcierta tu actitud. Primero me dices que quieres que nos sigamos viendo y luego desapareces sin decir nada.

—Es que he estado fuera de El Dovio. Viajé para la capital a ver a mi hermano, es decir al hijo de mi jefe.

—¡Me parece genial! Pero yo le pregunté a Diego por ti. Me dijo que «Estabas por ahí». Entonces creí que acá mismo en el pueblo.

—¡No qué va! Viajé para Bogotá de repente, por eso no pude despedirme. Además, no hay otra forma de contactarte que no sea personalmente. —La chica sonrío.

—¡Es cierto! Aquí en el pueblo si no tienes teléfono fijo estas incomunicado con el exterior.

—¿Ves? No tuve manera de avisarte, ¿y cómo has estado?

—Todo normal hasta ahora, ¿y tu hermano qué tal? ¿Le pasó algo que tuviste que viajar así?

—No. Lo que pasa es que cumple veinte años en una semana y quise ir a organizarle una sorpresa.

—¡Qué bueno! ¿Y le gustó tu sorpresa?

—¡Le va a encantar! Le planeé una fiesta sorpresa en un salón privado de un hotel e invité a una chica que sé que le gusta mucho.

—¿Andas de Celestino?

—Más o menos.

—¿Y por qué no te quedaste para la fiesta, si la planeaste tú?

—¿Adivina por qué?

—¿Porque es una fiesta privada entre tu hermano y esa chica? —Cirujano se ríe.

—¡Por Dios! Qué imaginación la tuya, pero no, no es esa clase de fiesta. Invité a sus amigos de la universidad y a la chica. No me quedé porque una princesa por aquí por estos lados también cumple años ese mismo día, así que vine para darle una sorpresa muy especial.

—¿De verdad? ¿Y quién es la afortunada? —La chica se hacía la que no sabía nada.

—¡Por favor, linda! No te hagas que bien sabes que es tu mejor amiga la que cumple años ese día. —Los dos se ríen y Celeste le da un suave empujón.

—¡Tonto! ¿Eres algo bromista no?

—¡Un poco! La verdad, es que soy muy alegre.

—Ya lo veo.

—Pues eso, linda, que me regresé porque te extrañaba y quiero verte en tu cumpleaños, después ese mismo día viajaré en la mañana para Bogotá a acompañar a Steven en su fiesta.

»Si tus padres te dejaran ir, te llevaba conmigo —Celeste se rio.

—No, cómo crees. Si para lo único que me dejan viajar es para ir a los retiros espirituales de la iglesia, y eso porque va mi tío. —Ambos se ríen.

Jonathan la miraba a los ojos y cada vez se convencía más sobre algo que venía sospechando hacía semanas, que estaba enamorado de aquella chica. De tantas mujeres que había en el mundo se tenía que venir a enamorar justo de la que no debía, pensaba.

—¿Pasa algo? —Cirujano deseaba besarla, pero reprimía sus deseos.

—No, nada —dijo mientras se alejaba de ella—. Es que tienes unos ojos preciosos y me gusta mucho mirarlos.

—¡Vale! ¿Y por eso te pones tan raro?

—Es que…

—¡Así que aquí estás, pequeña, y con Jonathan! —exclamó Echavarría mientras pasaba su brazo por encima del hombro de su protegido.

—Sí, aquí mismo estamos —respondió Cirujano. Hubo un momento de silencio incómodo hasta que Paula irrumpió.

—¡Celeste! Es hora de irnos.

—Tranquilos chicos que yo los llevó —dijo Jonathan.

—No, tú debes estar cansado de ese viaje tan largo. Ya los llevó yo, tú mejor descansa.

—No, jefe, no se preocupe. Voy yo que me ofrecí antes.

—¡Bueno, quien sea! Pero ya, que mañana hay cole.

—No seas grosera, Paula —le llama la atención Celeste.

—¡Venga, Jonathan! ¡Vamos! —dice Paula mientras toma del brazo a Celeste y con la otra mano a Cirujano y se los lleva—. Hasta luego, señor Diego, y muchas gracias por todo.

Celeste le dijo adiós con la mano, mientras Paula la llevaba casi a rastras del brazo.

Diego se quedó solo en el jardín hecho una fiera.

—¡Maldita niña insolente! Como sigas dándome problemas te elimino del mapa —pensaba en voz alta mientras entraba en la casa.

Aquella noche nada le había salido bien, la reunión con sus socios fue breve y sin buenos resultados. Le comunicaron el mensaje de El Conde, y esto lo dejó más que disgustado.

—Encima ese imbécil de El Conde se hace el importante conmigo no queriéndome ver. Dice que cuando él disponga me verá. ¡Ya veremos de qué tumba salen más muertos! —Seguía hablando solo—. Y para completar viene Cirujano con pulsitos conmigo, pero ya le enseñaré a respetar mis órdenes.

Mientras tanto fuera de la casa Celeste le llama la atención a Paula por esa falta de respeto con Diego.

—¿Por qué has hecho eso, Paula? No dejaste ni que me despidiera de Diego.

—¡Ay sí! Diego. Vaya confianzas tienes con ese señor llamándole por su nombre ¿Por qué mejor no me dices qué te pasa a ti, Celeste? ¿Es que no te das cuenta de las intenciones que tiene contigo ese señor?

—Otra vez con lo mismo, Paula, qué pesada te pones.

—Jonathan. ¿A que a tu jefe le gusta Celeste?

—A mí no me metas en tus líos.

—¡Claro! Que vas a decir tú, si a lo mejor te quita la mensualidad.

—Oye Paula, no te pases.

—¿Y tú qué opinas, Robinson?

—Yo opino que como siempre eres una exagerada.

—Por Dios. ¿Es que nadie ve que es un viejo verde? A veces te mira como un tonto enamorado y otras con ganas de arrancarte la ropa, subirte a una mesa y…

—¡Cállate, Paula! No seas tan morbosa y vulgar. ¡Vale ya! —Celeste ya estaba bastante alterada.

—No es morbosidad, ni vulgaridad decir la verdad, ya me darán la razón en un futuro y espero que no sea demasiado tarde. —Al terminar de decir esto, Paula emprende el camino sola.

—¡Paula! ¡Paula! ¡Espera! —la llama Celeste, pero ni caso.

—Ya voy yo —dice Robinson con tono de resignación.

—¿Y a qué vino eso? ¿Por qué Paula dice eso?

—No sé, ha estado muy rara esta última semana. A veces está muy bien y de repente se irrita por cualquier tontería; o bien esta alegre y de un momento a otro se deprime al límite. Está como en una montaña rusa de emociones y encima se le ha metido en la cabeza que Diego está enamorado de mí. ¿Qué tontería, verdad? ¿Cómo se le ocurre pensar eso? Que una persona tan respetada y tan caballeroso como él, pretenda si quiera tener algo que ver conmigo.

—Bueno, yo prefiero no opinar.

—¿Por qué? ¿Es qué tú crees lo mismo o qué? —le pregunta algo enfadada.

 

—¡Tranquila! Yo no he dicho eso ¡Mejor vamos los llevo a sus casas! —Se dispuso a subirse en su coche, un Renault Mégane Li color rojo de aquel año.

El Fantasma consentía demasiado a su protegido y desde luego también a su hijo dándoles lujo y cumpliendo sus caprichos financiados con el dinero de su jugoso negocio del narcotráfico.

—Pues si no te importa, prefiero que vayamos caminando porque necesito hablar contigo a solas.

—¡Está bien! —Más adelante iba Robinson tratando de calmar a Paula que estaba muy disgustada.

—Dime. ¿De qué quieres hablar conmigo?

—Es que desde aquel día que te desapareciste he querido hablar contigo para aclararte algo y que no haya malentendidos entre nosotros.

—Me parece bien. ¿Qué quieres aclararme?

—A ver, seré directa y concisa —le hablaba mientras iban caminando—. Tú me gustas, vale, eres un chico muy guapo y me caes bien, pero no quiero que te hagas ilusiones conmigo, no quiero lastimarte dándote falsas esperanzas. —Jonathan se veía claramente descompuesto.

—¡Entiendo! ¿Lo dices porque la pérdida de Mauricio está muy reciente?

—No. Lo digo porque yo para acceder a tener una relación con un chico, no me basta con saber que me gusta. Yo necesito y quiero sentirme totalmente enamorada de esa persona para poder estar segura de tener alguna relación. Y en este caso yo no lo siento así. ¡Lo siento!

Cirujano finge una sonrisa. A pesar de sentirse enamorado de ella y no ser correspondido, pensaba en el bienestar de la chica y su único objetivo era protegerla de aquella telaraña de mentiras en la que vivía, sin importar en calidad de qué, seguir a su lado.

—No te preocupes, Celeste, no sabes cuánto agradezco tu sinceridad, pero yo no soy de los que se dan por vencidos tan fácilmente, así que por ahora enriqueceremos nuestra amistad, ya después Dios dirá.

—Qué lindo eres, Jonathan, gracias por entender y por supuesto que como amigos lo que necesites.

—Bueno, pues como amigos te llevaré de mi brazo. —Celeste se ríe y engancha su brazo al de él.

Diego no podía controlar su coraje porque sospechaba que la chica que Cirujano intentaba conquistar era Celeste. Salió de la casa y se dio cuenta de que el coche de Jonathan seguía ahí aparcado, así que tomó su todoterreno y se fue en busca de los chicos. No llevaría mucho trayecto recorrido, cuando los vio cerca del parque de Los Leones. Celeste iba del brazo de su protegido, y su ahijado iba con Paula más adelante y decidió seguirlos sigilosamente.

Vio que dejaban a Paula en su casa que quedaba cerca del parque de la Iglesia y después siguieron hasta la casa de Celeste, bajando por la gasolinera de Terpel y continuaron hasta la Policarpa en donde Robinson se despidió y los dejó solos.

Celeste y Jonathan se quedaron en el antejardín de la casa platicando un momento y se despidieron con un beso en la mejilla. Diego se encontraba en la esquina de la escuela Policarpa Salavarrieta dentro de su coche, observando todo lo que sucedía. Después de despedirse de la joven, Jonathan se devolvía en dirección a su casa cuando se percató de que allí estaba su jefe esperándole.

—¡Vamos! Que te llevo a casa —le ofreció Diego. El chico subió en el coche esperando el sermón de su jefe.

—¡Ay, mi chico! No sé en qué idioma decirte que no quiero que estés cerca de ella ¿Qué voy a hacer contigo?

—No tiene que hacer nada, jefe, yo solo soy su amigo y ella me ve como tal. ¿No veo por qué no puedo ser su amigo? No hay nada de malo en ello. ¿O sí?

—Mientras solo sea una amistad como dices, no, no hay problema.

—¡Pues ya está! Aclarado el asunto. —Diego se ríe y pone el coche en marcha.

—¿Qué pasó, Cirujano? ¿Acaso te rechazó? Porque no vas a creer que soy tan idiota de pensar que Celeste no te gusta. Las últimas semanas has estado muy extraño y despistado. Cuando te dije que te alejaras de ella tu reacción me confirmó tus verdaderos sentimientos. A mí no me puedes engañar, Jonathan, yo soy un hombre muy vivido y experimentado, además te conozco muy bien. ¿O es qué pensaste en serio que te había creído ese cuento de aquel día que solo andabas paseando por el pueblo? —Vuelve a reírse—. Enseguida supe que andabas por ahí de conquistador, pero nunca me imaginé que se tratara de Celeste. —Cirujano guarda silencio—. Ahora que ya lo sé y que me dices que solo son amigos te aconsejo por tu bien que te olvides de ella como mujer. No sabes cuánto lamento que después de haber tenido tantas mujeres en tu vida te hayas enamorado justo de ella, porque sé a ciencia cierta que no es para ti y agradece que te quiero como a un hijo, porque si no ya te hubiera volado la cabeza.

Mientras Diego le decía todo aquello llegaron a la casa. Cirujano se bajó del coche muy enfadado y no le respondió nada a su jefe. Pensaba para sí mismo:

«¡Tiene razón! A lo mejor Celeste no es para mí, pero tampoco voy a permitir que la perjudique como está acostumbrado a hacer con todas las mujeres que ha tenido en su vida». Y con este pensamiento se fue a dormir.

Al día siguiente en el colegio. Paula y Celeste seguían disgustadas. Robinson trataba de mediar entre ellas.

—¡Celeste! ¿Por qué no hablas con Paula? Ya sabes que ella es así toda arrebatada y nunca piensa lo que dice. No le hagas caso cuando te diga tonterías como la de anoche.

Estaban en el recreo por los lados de la biblioteca. Paula se encontraba en el restaurante hablando con una chica de otra clase que no tenía muy buena fama. Se llamaba Jennifer y en el pueblo decían que le gustaba andar de fiesta y bebiendo con chicos mayores y que en ocasiones hasta se drogaba junto con ellos.

—¿Y desde cuándo Paula es tan amiga de Jennifer?

—No sé, Celeste, ya sabes que desde que murió Robert anda muy rara y yo ya la he visto un par de veces por la calle con Jennifer y unos chicos muy raros que viven en Villa Emma —un barrio ubicado al noreste del pueblo cerca de una de las vías de salida. Era un barrio de mala reputación a causa de una minoría que causaba problemas, aunque en su mayoría los habitantes eran personas buenas, sociables y algunos muy humildes.

—Pues eso sí que no me gusta. ¡Hablaré con ella! —Celeste se acercó al restaurante para hablar con Paula y en cuanto la vieron acercarse, Jennifer escondió algo rápidamente y se fue.

—¡Hola, Paula! ¿Qué hacías con Jennifer?

—¡Nada! Solo hablábamos. ¿Y tú qué, ya comprobaste lo que te dije de tu querido señor Diego Echavarría?

—No sigas por ahí, Paula.

—¿Y por qué no? A no ser que te moleste tanto el tema porque también estés interesada en él —le decía en voz alta.

—¿Pero qué demonios te pasa, Paula? —Celeste la tomó del brazo y sintió un fuerte olor a alcohol y a tabaco, enmascarado con perfume y chicle, así que se la llevó de allí hasta la biblioteca donde estaba Robinson.

—¡Paula está borracha! —le dijo Celeste a su amigo en voz baja mientras sienta a Paula en una silla.

—¿Qué? Pero si la pillan la pueden expulsar.

—¡Ya lo sé! ¿Qué hacemos? —En ese momento entra el profesor de Agropecuaria que tenía fama de ser muy estricto y gruñón. Los chicos disimularon sonriéndole, pero él pasó de largo con la mirada seria como siempre.

—¿Por qué no hablas con el director del colegio y le dices que Paula se siente mal? Él no dudará de tu palabra, Celeste.

—Déjame pensar un momento con calma. Es que si le digo eso al director pedirá hablar con ella y enseguida notará que está ebria. Mejor voy a hablar con la secretaria y le pido que me deje hacer una llamada, llamaré a tu padrino para que nos ayude. Es el único que nos puede sacar de este aprieto en estos momentos.

—¿Y qué le vas a decir?

—Ya veré qué le digo, por ahora mantén a Paula aquí dentro y no la dejes salir. —Paula ya estaba medio dormida en la silla.

Entonces Celeste se fue a secretaría para pedir hacer una llamada, como pertenecía al grupo de los representantes del colegio en eventos públicos, tenía la confianza de todo el cuerpo docente y demás trabajadores del centro educativo. La secretaria accedió a prestarle el teléfono y la dejó a solas en la oficina para que hiciera la llamada. La chica sacó una pequeña libretita fucsia en donde tenía los números de teléfono y marcó a casa de Echavarría, que por cierto vivía a un par de calles del colegio.

Suena el teléfono fijo en casa de Diego y responde Carmen.

—¡Carmencita! Soy Celeste. ¿Podrías ser tan amable de comunicarme con Diego? ¡Por favor!

—¡Claro que sí Celeste! Ya se lo paso. —Carmen era una vieja conocida del pueblo y llevaba algunos años trabajando en aquella casa. En cuanto Carmen le dijo a Diego que Celeste lo estaba llamando por teléfono, le cambió el rostro.

—Dime, pequeña. ¿Qué necesitas?

—¡Diego! Qué vergüenza molestarlo, pero tengo un pequeño problema en el colegio. ¿Podría por favor venir a verme y pedir hablar conmigo al portero? Como él lo conoce seguro no habrá ningún problema si le pide hablar conmigo.

—¡Claro que sí, Celeste! Voy de inmediato.

—¡Gracias Diego! Lo espero cerca de la portería. —Con esta llamada Diego confirmaba que se había ganado la confianza de la chica, y qué mejor forma de empezar a conquistarla que ella misma lo llamase cuando lo necesitara. Salió casi de inmediato para el colegio.

Cuando llegó, observó que Celeste estaba en el pasillo que daba de la portería al interior del colegio, así que habló con el portero que lo conocía muy bien, pues en varias ocasiones lo había visto cuando iba a dejar cheques para las donaciones que hacía al colegio y de inmediato lo dejó pasar al interior para que hablase con la chica.

—¿Qué pasa, pequeña?

—Es que necesito que me ayude a salir del colegio junto con Paula.

—¿Y eso por qué?

—Es que está borracha y si la pillan así la expulsarán. ¿Entiende?

—Pero ¿cómo que borracha?

—No lo sé, pero por favor ayúdeme a sacarla de aquí. ¿Sí? —En ese momento sonó la canción Décimo grado de Jaime Valencia, lo que indicaba que el descanso había terminado.

Diego la miró con ternura, al verla tan preocupada por su amiga. Para él aquello era una tontería de nada, pero para ella era el fin si pillaban a Paula en ese estado.

—¡De acuerdo! ¿Y dónde está Paula?

—En la biblioteca con Robinson.

—Entonces ve con ellos mientras yo hablo con el señor Gilberto. —El director del colegio.

Celeste asiente con la cabeza y sale corriendo para la biblioteca antes de que la bibliotecaria intentara sacar a sus amigos y notara el estado de Paula.

Entre tanto, Diego se dirigió a la oficina del director para hablar con él. Tocó a la puerta y entró.

—¡Buen día, Gilberto! ¿Cómo va todo por aquí?

—¡Buenas, Dieguito! Qué gusto verlo. Todo muy bien gracias, pero ¿dígame en qué puedo ayudarlo?

—Es que ha venido desde la capital el secretario del ministro de educación a hacerme una visita social y le he comentado sobre este centro educativo, así que me ha dicho que le gustaría hablar con algún alumno que vaya en representación del Colegio para así valorar las opciones de ayuda que pueda ofrecer para mejorar la educación de nuestros jóvenes. Y yo había pensado en que Celeste, por ejemplo, podría ser una buena opción. Es una chica inteligente, culta y se sabe expresar muy bien. —Se tuvo que inventar algo a la velocidad de la luz y eso fue lo primero que se le vino a la mente en ese momento.

—¿Pero no es mejor que vaya yo personalmente y hable con él? ¿Quién mejor que yo para hablar de las necesidades de nuestra institución?

—No, Gilberto. Es que él desea hablar con un estudiante para saber el punto de vista de los jóvenes en cuanto a este tema.

—Pues en ese caso, Celeste sería la adecuada. Es una de nuestras mejores alumnas y forma parte de nuestra plantilla de representantes. ¡Mandaré llamarla!

—Espera un momento, Gilberto. Es que quería pedirte otro pequeño favor. Creo que sería bueno y adecuado que Celeste se sintiera en confianza y acompañada por alguien que conozca y en quien confíe, así se sentirá más segura en esta reunión.

—¿Y a quién propones?

—A su amiga Paula. —El director se ríe.

—No ¡por Dios! Esa alumna es demasiado impulsiva, además es una pésima estudiante y más que ayudarla la podría perjudicar.

—No lo creo, Celeste sabrá manejar la situación. Deja que las lleve a las dos a la reunión que yo me hago responsable de los resultados finales.

 

—No me parece buena idea, pero si es lo que propone está bien. Llévese a las dos alumnas. —En ese momento llamó a su secretaria para que avisara al portero de la salida de las jóvenes.

—Bueno, yo me retiro porque prefiero ir a buscar a las chicas yo mismo.

—¡Como quiera! Y muchas gracias, Diego, por pensar siempre en el bienestar de este colegio y recuerde el evento de la próxima semana. No nos falle que es en su honor.

—Lo hago con gusto, Gilberto, y claro que por aquí estaré, no se preocupe. Estamos en contacto.

Salió rápidamente y se dirigió a la biblioteca en donde estaban los chicos con los nervios de punta porque la bibliotecaria se dirigía hacia ellos para sacarlos de allí y que se fueran a clase. Diego, que se dio cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir se acercó a saludarla y la invitó a tomar un café a la tienda del colegio. Ella, encantada, aceptó. Le hizo señas a los chicos a través de la ventana de que sacaran a Paula de allí y se dirigieran a la salida, así que en cuanto pudieron la sacaron casi en brazos y por suerte ya estaban todos dentro de las aulas de clase y no los vieron.

Llegaron al pasillo de la portería donde había un sillón y ahí se sentaron para disimular un poco hasta que llegase Echavarría. A los pocos minutos llegó y mientras le hacía conversa al portero para desviar su atención de los chicos, Celeste y Robinson sacaron a Paula rápidamente y la subieron al coche. Robinson entró de nuevo al colegio y Diego se despidió entrando en su coche.

—Bueno, parece que todo salió bien —dijo mientras encendía su todoterreno.

—¡Gracias por ayudarme, Diego! Eres muy bueno. Nos has salvado de una buena.

—No te preocupes, Celeste, lo hago por ti, porque eres una buena chica y amiga, pero cuéntame ¿qué pasa con Paula?

—Eso mismo quiero saber yo. —Entretanto llegaron a la casa de Echavarría y subieron a Paula a una de las habitaciones de la casa para que descansara mientras se recuperaba.

Cirujano, que escuchó el revuelo que había en la habitación que estaba al costado, salió a ver qué sucedía. Vio cómo Celeste y Diego salían de aquella habitación y por un momento se imaginó muchas cosas, pero reaccionó pensando en que Celeste nunca haría nada de lo que él se estaba imaginando.

—¿Qué tal? ¿Ha pasado algo?

—¡Hola, Jonathan! Pues ha habido un problemilla con Paula, pero ya está todo controlado gracias a Diego.

—¡Ya! Me imagino. Mi jefe como siempre de salvador. —Diego lo miró muy serio—. ¿Y qué le ha pasado a Paula?

—Que ha ido borracha al colegio.

—Bueno, era de esperarse. Últimamente va con muy malas compañías.

—Sí, eso me ha dicho Robinson también. ¿Y tú como lo sabes?

—Porque un nuevo escolta que hemos contratado está viviendo en Villa Emma y dice que la ha visto hasta altas horas de la noche en compañía de una chica... Jennifer, creo que se llama, dice que en ocasiones se juntan con él y otros chicos para beber y fumar hierba.

—Pero ¿qué dices? Paula no es así.

—Eso dice él, ya si es verdad o no, no puedo asegurarlo.

—¿Y por qué no me lo dijiste anoche que hablamos, si tocamos el tema de Paula?

—Porque yo no voy por ahí divulgando chismes. Cuando sea yo quien vea algo te lo diré, de resto no hago caso de habladurías. Aunque en esta ocasión parece que es verdad —le dice a Celeste mientras mira dentro de la habitación donde está Paula durmiendo.

—¡Venga! Vamos abajo y hablamos —les dice Echavarría—, dejemos que Paula duerma. Cirujano, quiero que me traigas ahora mismo a Castro que quiero hablar con él.

—¡Claro, jefe! Ahora mismo voy por él. —Celeste se veía muy preocupada, sabía que a Paula le sucedía algo, pero no imaginó que fuera algo tan grave.

—No te preocupes, Celeste, voy a investigar lo de Paula con el chico que dice Jonathan.

—¡Sí, por favor! Paula sí ha estado muy extraña, aunque no le di mucha importancia porque pensé que era por Robert y no quería agobiarla con preguntas y reclamos, pero nunca me imaginé algo así.

—Es muy fácil que una joven que haya sufrido una pérdida tan grande como la de Paula se desvíe del buen camino, porque está emocionalmente manipulable y se aferra a lo que sea para sentirse mejor. Como, por ejemplo, el alcohol y las drogas, e incluso la prostitución.

—¡No por Dios, Diego! Paula no.

—No estoy queriendo decir que Paula haga todo aquello, solo te explico la situación de vulnerabilidad en la que se encuentra ahora. —Celeste se veía realmente preocupada por su amiga.

Entretanto Jonathan se fue por Castro. De repente escucharon el timbre de afuera y Diego abrió la verja, era el coche de sus socios el que entraba.

—¿Espera a alguien?

—No, pequeña. Son mis amigos que vienen a hablar de negocios seguramente.

—¡Qué vergüenza que me encuentren aquí! ¿Qué pensarán?

—No te preocupes por eso, ya sabes cómo es la gente que habla de todo tergiversando siempre las cosas, pero tú ni caso.

—Lo sé, pero no quiero que piensen lo que no es. Además, son los padres de Robert y Mauricio, no son cualquiera. ¿Me entiende?

—Claro que entiendo, así que, si no quieres que te vean, sube a la habitación con Paula y quédate allí con ella mientras Antonio y Ricardo se van. —La chica ni se lo pensó y subió rápidamente.

—¡Buen día! No los esperaba hoy por mi casa.

—Pues aquí estamos. Venimos a hablar de negocios —responde Antonio.

—Pasemos al despacho entonces.

—Queremos informarte de que hemos restaurado la cocina y que ya está operativa de nuevo. Anoche no era el momento para hablar del tema y por eso hemos vuelto hoy.

—¡Vaya! Qué rapidez.

—A nuestro socio no le interesa parar la producción, el negocio va muy bien como para detenerlo ahora.

—Ya lo veo.

5

Alta traición

No siempre los que dicen llamarse amigos en realidad lo son. Muchas veces quien hoy ríe contigo, mañana se burla de ti traicionando la confianza ofrecida con tal de beneficiarse a sí mismo.

Llegando a Villa Emma Jonathan se encuentra con Castro que iba en una moto RX a casa de su jefe.

—¡Eh! Castro —le grita desde su coche.

—¿Qué tal, Ciru?

—Venía por ti. El jefe te solicita.

—¿Pasó algo? Yo quedé de ir hoy, pero voy bien de tiempo para llegar a la hora que quedamos.

—Quiere hablar contigo de Paula. —Castro se ríe.

—¿Qué Paula? ¿La mejor amiga de la novia del jefe? —A Jonathan aquello no le hizo nada de gracia.

—Deja de decir estupideces, y sí, es sobre esa Paula, y no, Celeste no es la novia ni nada que se le parezca del jefe. Así que mejor cuida tus palabras si quieres seguir conservando tu cabeza encima del cuello.

—Pero qué sensible. Es lo que todo el pueblo dice, no me lo inventé yo. —Cirujano hizo un gesto de incredulidad.

—¿Por todo el pueblo te refieres a esa tal Jennifer? ¡Por favor! Si esa chica es una brincona y una mentirosa. Deja de hacer caso de comentarios malintencionados, y mucho menos divulgarlos, porque si el jefe te escucha decir algo así, no vives para contarlo. ¿Te quedó claro?

—¡Está bien! No te exaltes. Yo calladito mejor. —Después de aquella conversación algo acalorada, siguieron su camino a casa de Echavarría.

Al llegar entraron directamente al despacho en donde se encontraban todos. Antonio, Ricardo, Carlos y Diego. Se saludaron cordialmente y Castro de inmediato reconoció a los tres hombres a quienes había intentado asesinar anteriormente.

—¡Aquí está Castro, señor!

—¿En qué puedo ayudarlo, jefe? —preguntó Castro.

—Espérame en el salón yo termino aquí con mis amigos y hablamos tú y yo.

Cirujano y Castro se retiraron. Gatillo se quedó pensando e intentando recordar dónde había escuchado antes esa voz. Se le hacía muy familiar la voz de Castro, pero no podía recordar de dónde.

Entretanto Paula se despertó y Celeste se encontraba a su lado sentada en un sillón.

—¿Dónde estamos? —pregunta Paula algo asustada mientras mira aquella habitación por todos lados.

—No te preocupes, estás segura y yo estoy contigo.

—¿Qué ha pasado? Me duele mucho la cabeza, tengo sed y ganas de vomitar.

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