El lado oscuro y perverso del amor

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—¿Ah sí? ¿Qué ocurrió? —preguntó Celeste algo ansiosa.

—Mi padre sufrió un accidente mortal.

—¡Oh, qué pena! ¡Qué triste!

—Si eso te parece triste, no veas lo que pasó después.

—¡Por Dios! ¿Aún queda más?

—Sí, pequeña, falta lo peor. Después del terrible accidente en el que murió mi papá, la situación en casa empeoró. Mi mamá no hallaba consuelo y rápidamente se fue deteriorando su salud. Yo insistía en encontrar a Wilmer para ver si de esa forma mi madre recuperaba las ganas de vivir, pero fue inútil. Ni siquiera por su nieto resistió aquella pérdida y a los pocos meses también murió. Se dejó morir de tristeza.

—¡Vaya! Cuánta desgracia junta. Es una historia muy triste y usted tan joven viviendo todo aquello. —La chica estaba a punto de llorar viendo la tristeza magnificada en el rostro de Diego.

—Pero la peor experiencia de mi juventud vino después. Ya había pasado poco más de un año de la muerte de mi padre y era el 1 de diciembre de 1986.

—¡Anda! El día en que nací —interrumpe Celeste.

—¿Sí? ¡Qué casualidad! —responde Diego sorprendido como si no lo supiera.

—¿Y qué sucedió aquel día?

—Ese día mi hijo cumplía cuatro años, así que le hicimos una pequeña fiesta en casa y todo iba muy bien hasta que hubo un corte eléctrico que dejó sin luz a todo el pueblo, la celebración terminó antes de lo previsto y nos acostamos pronto. Cuando de repente a altas horas de la noche llegó Blanca a decirme que al parecer Ana estaba en el hospital del pueblo.

—¿De verdad? ¿Y ella cómo lo supo?

—Ya sabes cómo son en el pueblo, alguien la vio en el hospital y empezaron a pasar la información por así decirlo. Además, Blanquita era como una segunda madre para nosotros y le pareció importante avisarme e hizo bien. Inmediatamente me vestí y me fui para el hospital del pueblo. Cuando llegué a preguntar por ella me hicieron pasar a una sala mientras llegaba el médico de guardia y después de unos veinte minutos esperando yo ya estaba impaciente sin saber qué le pasaba a Ana ni por qué estaba ingresada. Sobre todo, estaba angustiado porque no me querían dar ninguna información sin estar el médico presente, algo iba mal, lo intuía.

»Después de una larga espera, por fin llegó el doctor y me preguntó si yo era familiar de Ana, le respondí con un nudo en la garganta que era su cuñado, no te imaginas lo que me costó decir aquello. En ese momento me soltó el notición de que el parto se había complicado.

—¿Parto? —preguntó Celeste con asombro.

—Sí. Resulta que estaba embarazada de Wilmer y aquella noche dio a luz. Por desgracia el niño había nacido muerto y Ana estaba muy delicada, el médico no era muy optimista.

—¡Vaya! ¡Qué bombazo! —dijo la chica mientras iba asimilando lo que ya sabía de esa historia tan trágica.

—Yo me tuve que sentar un momento porque debido a la impresión me quedé aturdido… muy triste. Solo podía pensar en que le salvaran la vida. Pedí verla y me dejaron pasar por unos minutos. —Hablaba con lágrimas en los ojos, se puso de pie y fue hasta la bóveda a acariciar de nuevo la lápida, la chica ya no sabía ni qué decirle, así que mejor guardó silencio mientras él continuaba hablando.

»Entré en aquel cuarto y al verla de nuevo, ahí, en aquella cama, tan débil, tuve una mezcla de sentimientos extraños, pero el sentimiento que dominó mi alma y mi corazón en ese momento fue el enorme amor que seguía sintiendo por ella. Me puse a su lado y la abracé. Ella en medio de su desvarío pensó que yo era Wilmer. —Lo decía con dolor— Me dijo que la cuidara con mi vida, que me amaba y en ese instante perdió el conocimiento.

—¡A ver! No entiendo. ¿Cómo que la cuidara con su vida? ¡No tiene sentido!

—Yo tampoco lo había entendido hasta ahora, pero ya me queda muy claro a qué se refería —pensó en voz alta mientras reflexionaba sobre esas últimas palabras.

—¿A qué? —preguntó Celeste con mucha curiosidad por saber.

—¡No, a nada! No me hagas caso. Estoy algo confuso. —Diego lo tenía claro, Celeste era la hija de Ana y por eso sus últimas palabras habían sido que la cuidara con su vida.

—No es para menos, recordar todo aquello no debe de ser fácil. ¿Y qué pasó con Ana?

—Después de haber quedado inconsciente me sacaron del cuarto, entraron médicos y enfermeras mientras yo esperaba en la sala hasta que salió el doctor. No tardó mucho en salir, se me acercó y me dijo que lo sentía mucho pero que Ana había perdido mucha sangre debido a una hemorragia durante el parto y que no había podido hacer nada por ella, que había muerto. —Diego lloraba al recordar aquel momento tan doloroso de su vida.

Hubo unos minutos de silencio y Celeste al verlo tan triste se le acercó y lo tomó de la mano, fue un acto reflejo. Él la miró a los ojos con toda la intención de besarla, pero era inteligente y sabía que no debía hacerlo, por lo menos no en ese momento. Así que simplemente le agradeció por haberlo escuchado y acompañado.

—¡Siento mucho todo lo que pasó! En verdad es un gran hombre. —Ella lo elogiaba porque estaba embelesada con él. Lo admiraba y respetaba cada vez más.

Él se sentía feliz, había logrado llamar la atención de Celeste y solo quedaba seguir viéndola con cualquier excusa para intentar conquistarla, ya le daba igual la diferencia de edad, la veía como a la segunda oportunidad que le daba Ana para ser feliz.

—Ya es tarde, Celeste, siento mucho haberte hecho perder todo el día conmigo.

—No diga eso, para mí ha sido todo un gusto conocerlo mejor y que haya compartido conmigo algo tan íntimo. Tenga la seguridad de que esto quedará entre nosotros.

—¡Lo sé! Gracias por tus palabras y sobre todo por tu compañía.

—De nada. ¿Pero le puedo preguntar algo, si no es mucha indiscreción?

—Claro que sí, pequeña, qué quieres saber.

—¿Qué pasó con su hermano? Porque Ana sé que está aquí. —Señaló la bóveda—. ¿Pero y Wilmer?

—Muy buena pregunta, Celeste, yo también quisiera saberlo. Desde el momento en que salió de casa para irse con Ana no lo he vuelto a ver, y de eso hace ya más de veinte años.

—¿Es decir que no supo lo de Ana?

—Sinceramente no lo sé. Ana murió antes de poder hablar conmigo, así que para mí es un misterio lo que pasó durante esos cuatro años que estuvieron desaparecidos.

—¡Entiendo! ¿Y no lo volvió a buscar?

—No, después de que Ana muriera no insistí más en buscarlo. Si no regresó nunca, simplemente fue porque no quiso, así que se lo dejé al destino.

Celeste puso los claveles que llevaba para Mauricio en el florero que había en la lápida de Ana y leyó la inscripción. Le pareció precioso aquel mensaje y a la vez extraño que no tuviera el nombre de Ana.

—¡Muy bonita inscripción!

—¿Te parece? Fue mi mensaje para ella. Mi ángel.

—Ah, por eso no tiene nombre sino un seudónimo. ¿Usted lo eligió así?

—Sí, como fui yo quien se hizo cargo de ella y su bebé después de haber muerto, decidí todo lo relacionado con su entierro.

—¿Y el bebé dónde está enterrado?

—Aquí mismo, entre los brazos de su madre.

«¿Si supieras que eres tú ese bebé?» pensaba Diego. A Celeste aquello le pareció un gesto tan noble y bello por parte de Diego que lo miraba con ojos de admiración y ternura.

—¡Qué buena persona es! Ya no me queda duda de que su pasado nunca ensuciará el gran hombre que es ahora.

—Qué linda eres, pequeña.

—¡Gracias! En fin, ha sido un día un tanto extraño y creo que ya debo irme, mis padres estarán preocupados.

—¡Claro, Celeste! Pero por favor déjame llevarte. ¿Sí?

Ya casi anochecía, eran alrededor de las 6:30 de la tarde y en el pueblo sobre esa hora ya empezaba a oscurecer.

—¡Está bien! —responde la chica.

Así que salieron juntos del cementerio y subieron al coche de Echavarría. Durante el camino Celeste iba pensando en demasiadas cosas, en las coincidencias del destino, en todo lo difícil que había sido la vida de aquel hombre al que ella ahora admiraba más que antes, y también pensaba en sus propios sentimientos.

Ya tenía claro que Jonathan le llamaba la atención y que posiblemente le gustara por su físico y esa fachada de hombre mayor y maduro, pero por el momento solo era una atracción física.

—¿Te pasa algo, pequeña? —Echavarría la notó distraída.

—No, simplemente estoy pensando. —Llegaron pronto ya que Celeste no vivía muy lejos de aquel lugar y el pueblo tampoco era muy grande.

Diego insistió en entrar a casa de la chica para saludar a sus padres y explicarles por qué llegaba a esas horas a su casa. Echavarría sabía que debía ser cuidadoso, ya que las familias del pueblo eran muy conservadoras y criaban a sus hijos e hijas con estrictos valores morales y que de repente Celeste desapareciera casi todo el día y llegara a su casa en compañía de él, no daba muy buena imagen de ninguno de los dos, así que estaba dispuesto a dar explicaciones. En cuanto llegaron y aparcaron, vieron a Patricia asomada por la ventana y enseguida salieron sus padres hasta la puerta de la entrada claramente disgustados.

—¡Celeste! ¿Me quieres explicar qué significa esto? —preguntó Fernando muy enojado.

—¡Tranquilo, Fernando! Yo te lo explicaré —interviene Diego.

—Papi, entremos en casa y hablamos —le dice Celeste mientras le besa en la mejilla.

Entraron todos juntos y pasaron al salón.

—Fue mi culpa que Celeste tardara tanto en volver a casa, les pido mil disculpas por haberles causado una preocupación, pero es que su hija y yo nos encontramos en el cementerio y nos pusimos a platicar de…

 

—…De mis estudios —intervino Celeste mientras lo miraba a los ojos con complicidad y los dos sonrieron disimuladamente—. Quería saber cómo voy en el colegio y si pienso ir a la universidad, y ya sabes papito lindo que cuando empiezo a hablar de ese tema no paro. —Su padre sonrió.

—¡Eso es verdad! ¿Y has estado todo este tiempo en el cementerio?

—Sí, señor —responde Diego—, es más, el sepulturero nos tuvo que echar porque ya iba a cerrar, si gusta le puede preguntar a él.

—No, tranquilo, hombre, yo confió plenamente en mi niña.

—Bueno, ya que está aclarado este malentendido, me retiro. Ya queda poco para que llegue el padre José a mi casa para lo del novenario de los chicos y debo recibirlo.

—¡Es cierto! Tenemos que darnos prisa para no llegar tarde —dijo Patricia.

—¿Si gustan los espero para llevarlos?

—No, no te molestes —responde Fernando.

—No es molestia, vamos todos para el mismo lugar, así que da igual.

—¡También es verdad! —afirmó Fernando, así que los esperó en el salón tomando café.

Iba por muy buen camino con los padres de la chica, ya solo tenía una inquietud y era hablar con María cuanto antes. Necesitaba saber qué pasó en realidad la noche en que Celeste nació. Al cabo de unos minutos ya estaban todos preparados para salir y subieron como una gran familia en el coche. Diego ya podía imaginarse una vida al lado de la joven, sentía cómo el fuego del amor, la pasión y el deseo volvían a recorrer su cuerpo como hacía dos décadas atrás y esta vez no estaba dispuesto a perderla.

Cuando llegaron a la casa y al verlos llegar a todos juntos la gente que estaba presente empezó a cuchichear, como suele suceder en todo pequeño pueblo el cotilleo no se hizo esperar. Jonathan al ver aquella escena sintió celos, pero no le quedaba más remedio que contenerse. Durante todo el tiempo que estuvieron allí Celeste y sus padres, Diego no se apartó de ellos. Como pronto sería la hora de marcharse porque al día siguiente había clases y debían levantarse pronto, Celeste se alejó de todos para ir en busca de Cirujano y tratar de hablar con él. Hacía poco lo había visto salir al jardín y lo sorprendió por la espalda.

—¿Qué tal? —pregunta la chica.

—No tan bien como tú, por lo que veo —responde sin volverse a mirarla.

—¿Por qué lo dices?

—Te veo muy bien con mi jefe, parece ser que tienes muy buena relación con él.

—Sí, cada vez nos hacemos más amigos. ¿Hay algo de malo en eso?

—No.

—¡Pues ya está! ¿Así que no entiendo por qué el sarcasmo de tus palabras?

En ese momento les interrumpió Diego que desde el interior del salón había visto a Celeste salir al jardín, no la perdía de vista.

—¿Qué hacen aquí afuera? Hace un poco de frío, mejor entren en la casa —les sugirió a los chicos. Celeste entró enseguida algo disgustada y cuando Jonathan se disponía a hacer lo mismo Echavarría lo tomó del brazo con fuerza y le susurró al oído.

—Cirujano, no sé si tengas algún interés en ella, pero desde ya te ordeno que te alejes de Celeste.

—Jefe, solo somos amigos —respondió sin mirarle a los ojos.

—¿Ah sí, y desde cuándo?

—Relativamente desde hace poco.

—Pues me da igual si son amigos o no, ya te di una orden y espero que la cumplas.

Jonathan se soltó de su mano bruscamente y entró en la casa sin responder nada dirigiéndose directamente a su habitación. Pasó por el lado de Celeste y ni siquiera la miró.

«¿Pero y a este chico qué le pasa?» pensó ella muy malhumorada por su actitud.

Les dijo a sus padres que se marcharan de inmediato, que los esperaba afuera y salió sin despedirse de nadie. Fernando y Patricia se despidieron de algunas personas y salieron rápidamente.

—¿Qué pasa, hija? —pregunta su mamá.

—Nada mami, simplemente estoy cansada. —Y sin más palabras se fueron caminando a la casa.

4

Cerca de la verdad

La verdad nunca es definitiva.

«Todos tenemos una verdad oculta que maquillamos con pequeñas mentiras».

Al día siguiente, Diego llamó a María a su trabajo para concertar una cita con ella en su casa. La invitó a cenar aquella noche con la excusa de hablar sobre su proyecto en cuanto a los jóvenes que quería otorgar becas estudiantiles. Ella aceptó. Entre tanto, Cirujano se preparaba para actuar mientras su jefe la tuviera entretenida. El plan era entrar en su casa y buscar cualquier información sobre Celeste antes de tener que utilizar la fuerza o incluso la tortura para sacarle la verdad sobre la chica. Aunque Echavarría ya tenía la certeza de que Celeste era la hija de Ana, quería saber por qué María había cambiado a los bebés y quién más lo sabía.

Aquella mañana, María tenía una reunión con Wilson como cada mes desde hacía cinco años. Se vieron en el restaurante del hotel Las Hojas. Un sitio muy acogedor y bonito en donde se solían realizar eventos públicos o privados y en donde se hospedaban visitantes de paso, tanto por viajes de negocio, como de placer. Se sentaron en un extremo del restaurante donde no pudieran ser vistos, el restaurante daba a la calle y sus puertas eran de madera con ventanillas de cristal. Wilson le entregó un sobre como hacía siempre durante sus encuentros, se tomaron un café y conversaron un rato.

—Hoy me ha invitado tu compadre a cenar con él en su casa.

—¿De verdad? ¿Y eso?

—Es que está realizando un proyecto con jóvenes del pueblo y quiere hablarme sobre el tema.

A Wilson aquello le pareció extraño. Sabía muy bien que Echavarría no hacía nada sin un interés personal de por medio y no sabía de qué forma advertirle que tuviera cuidado con él sin levantar sospechas en su contra. Solo de esa forma estaría a salvo, ignorando quién era Echavarría en realidad.

—Bueno, pues en cuanto salgas de casa de Diego me llamas. Quiero comentarte algo más sobre los planes que tenemos para Celeste, es importante que los sepas porque ella pronto se graduará y hay que empezar a planearlo todo. Ahora mismo llevo algo de prisa y no puedo quedarme más. Aunque en el sobre hay algún adelanto sobre lo planeado y ya te concreto detalles esta noche.

—¡Perfecto! Entonces te llamo en cuanto llegue a casa.

Cirujano se encontraba en frente de la casa de María Márquez ubicada en la carrera 12, en frente de la cancha de fútbol, del barrio Las Colinas. Buscaba algún punto de acceso por donde poder entrar aquella noche. María era una mujer viuda, sin hijos y que vivía sola. Eso facilitaba el allanamiento que su jefe le había ordenado que hiciera.

La noche llegó y con ella la ansiedad de Diego por hablar con María.

Por fin estaban a la mesa, lucía un mantel blanco bordado con flores rojas, adornada con centros florares y una botella de champán. Quería que se sintiera en una atmósfera cómoda para entretenerla al mismo tiempo que Jonathan hacía el trabajo sucio. Mientras cenaban y hablaban sobre aquel proyecto inventado por Echavarría, Cirujano entraba en casa de María a través del patio de la casa. Forzó la puerta trasera sin mayor inconveniente y en cuestión de segundos ya estaba en el interior de la vivienda. Era una casa de dos plantas de estilo moderno, totalmente amoblada con enseres de lujo y bastante costosos. Algo muy extraño ya que su sueldo de directora del hospital no era muy jugoso. La casa estaba limpia y ordenada. Jonathan se dirigió a la primera planta en donde estaba la habitación de la mujer, un cuarto impecable con un clóset de madera empotrado y una cama doble de cedro.

«¡Vaya! Menudo lujo» pensó Cirujano.

Empezó a revolver entre los armarios y cajones sin hallar nada importante. Miró debajo de la cama en donde había un baúl de madera cerrado con llave, lo sacó de allí y sin mayor esfuerzo logró abrirlo. En su interior había muchas fotos de Celeste y sus padres, desde su nacimiento hasta la actualidad, también una importante cantidad de sobres atados con una cinta de goma, algunos de años atrás por su aspecto degradado y otros más recientes. Abrió el primer sobre que parecía el más antiguo en donde encontró una carta.

24 de noviembre de 1991

María:

Espero que te encuentres bien al igual que mi pequeña Celeste que esta próxima a cumplir cinco añitos. Te escribo desde muy lejos esperando que recibas mi carta y algo de dinero para lo que pueda necesitar mi hija.

Me ha contado mi amigo que eres la madrina de Celeste y es por este motivo por el que me dirijo a ti por medio de esta carta, ya que formas parte de su vida y puedes acercarte sin levantar sospechas.

Estos cinco años han sido un infierno para mí por diferentes motivos, sobre todo por tener que estar alejado de mi niña. Por suerte ahora las cosas van mejorando y por eso he querido reaparecer de nuevo para saber de mi pequeño angelito.

Sé que esperabas no volver a saber de mí jamás por el bien de Celeste, pero el amor de padre no se puede matar. ¡Por favor! Cuida mucho de mi angelito y espero poder escribirte de nuevo muy pronto.

Con mucho afecto y agradecimiento.

Wilmer Conde.

Cirujano se quedó atónito por lo que acababa de leer. No entendía nada, así que abrió la siguiente carta.

24 de noviembre de 1992

María:

Ya ha pasado un año desde que te escribí la primera vez. Por cuestiones de seguridad he preferido escribirte cada año por el cumpleaños de mi niña. Sé que no has querido recibir el dinero que te envié el año pasado y tampoco quisiste responder a mi carta y lo entiendo, así como espero que tú también me entiendas a mí.

Quiero decirte que siempre estaré al pendiente de mi hija, aunque ella no sepa ni que existo. Sé que Celeste está bien, que sus padres la quieren como si fuera su propia hija y que tú sigues trabajando en el hospital.

Te agradezco enormemente que hayas dado a mi hija a personas tan buenas y nobles como Fernando y Patricia. Espero que esta vez aceptes el dinero y respondas a esta carta.

Con cariño.

Wilmer Conde.

Jonathan estaba sorprendido. Por un lado, había descubierto que Celeste era adoptada y por otro no entendía por qué su jefe estaba tan empeñado en rebuscar sobre el pasado de la chica.

«¿A lo mejor sospecha que es adoptada?» pensó. Porque Diego le había encomendado buscar cualquier documento relacionado con Celeste.

El chico deseaba seguir leyendo todas las cartas, pero no podía perder más tiempo, así que tomó la última carta de aquel montón y la leyó.

¡Querida María!

He visto a mi hija por medio de fotos en la fiesta que hicieron del colegio sobre literatura griega y romana. Estaba preciosa disfrazada de la diosa Afrodita, con su cabellera larga, rizada y clara; y con esos ojos hermosos que iluminaban aquel salón de actos. Estaba preciosa, idéntica a su madre.

Me ha dicho mi amigo que deseas verme personalmente. Hace varios años que insistes en ello, pero quiero que sepas que lo más seguro para ti y mi hija es que nos sigamos comunicando por medio de cartas. Ya llegará el momento de vernos y créeme que no está muy lejos de realizarse ese encuentro.

Mi hija en dos meses cumplirá dieciséis años y pronto se graduará. Espero hayas pensado en la propuesta que te hice para cuando Celeste termine el bachiller. ¡Piénsalo! Es lo mejor para mi hija y lo sabes.

Hasta dentro de un mes, mi querida amiga. Besos.

Wilmer Conde.

Jonathan quería llevarse aquellas cartas para leerlas, pero debía dejar todo como estaba, así que lo ordenó todo de nuevo. Bajo rápidamente a la planta baja y cuando estaba por salir de aquella casa vio un sobre encima de la mesa del comedor que llamó su atención y enseguida reconoció que era uno de los sobres del baúl, ya que todos eran del mismo color negro con un lazo rojo envuelto alrededor, así que de inmediato lo abrió y vio un fajo de billetes con una considerable suma de dinero y una carta.

¡Mi querida María!

He de decirte que me alegró mucho leer tu carta y saber que has aceptado mi propuesta de llevarte a mi hija fuera del país en cuanto se gradúe. De mí dependerá que no les falte nada, y que Fernando y Patricia sigan económicamente estables.

Hay que concretar muchos detalles, pero ya me iré encargando de poner todo en orden para el viaje. Por otro lado, me has dicho que a Celeste le haría ilusión tener una moto como regalo por su cumpleaños, pero que no crees conveniente dársela. ¡Por favor! Llevo muchos años insistiendo en que le compres todo lo que ella desee, quiero que tenga todas las comodidades posibles hasta que llegue el momento de su viaje y por fin sepa quién soy en verdad, a partir de ese día vivirá como la reina que es.

 

Sin más, me despido.

Wilmer Conde.

Cirujano tenía un lío de pensamientos, intentaba descifrar todas aquellas palabras que alguna vez su jefe le había dicho, eso de que nunca entendería el vínculo que había entre él y Celeste, que aquello iba mucho más allá de una atracción meramente física. Pensaba en si era buena idea contarle a Diego todo lo que había descubierto en aquella casa sobre la chica, ya que no tenía claras las intenciones de su jefe en cuanto a Celeste y no quería perjudicarla, pero tampoco quería traicionar a su mentor.

Entre tanto, Echavarría y María estaban teniendo una velada muy agradable que entre risas y pláticas había llegado al tema que le interesaba a él.

—Dime algo, María. ¿Cuánto hace que conoces a la familia Paz Courel?

—Desde hace muchos años. Patricia y yo estudiábamos juntas y se hizo novia de Fernando en el instituto, así que nos conocemos de siempre.

—A mí me cae muy bien su hija. Y sé de buena fuente que es muy buena estudiante y me gustaría mucho ayudarla para que fuera a la universidad. —María por poco se atraganta con el champán.

—Ah no, Diego, por eso ni te preocupes. Celeste es una excelente estudiante y lo más seguro es que con su puntación en las pruebas del ICFES pueda ir a una universidad pública, aunque yo quiero que mi ahijada vaya a una buena universidad, pero privada, así que ya me encargué de eso.

—¿De verdad? ¿Y a qué universidad la piensas llevar? ¿A alguna de Cali o Bogotá? —María sonrió.

—No. Es una sorpresa, pero como sé que tú no se lo dirás, pues ahí va... ¡Pienso llevármela fuera del país! —En ese momento fue Diego quien se ahogó con la bebida.

—¡Disculpa! ¿Fuera del país? ¿A dónde?

—Aún no estamos seguros dónde, pero la idea es llevármela de aquí.

—¿O sea que su familia está de acuerdo?

—¡Por supuesto! Es por su propio bien y su futuro.

—Perdona por lo que te voy a decir, pero ignoraba que tuvieras esas posibilidades económicas.

—Sí, es que al morir mi esposo yo heredé una pequeña fortuna por parte de su familia y con eso he estado solventando a la familia de mi ahijada. Desafortunadamente, Fernando tuvo una pequeña tienda durante muchos años, pero llegó la crisis y lo arruinó. Patricia hace trabajos de modistería, aunque con eso no hubieran sobrevivido hasta ahora, así que yo me hice cargo de todos los gastos de la familia desde hace algunos años gracias a esa herencia. —Eso fue lo que Wilmer le aconsejó que dijera por si le llegaban a preguntar de dónde sacaba tanto dinero.

Diego se quedó muy pensativo, llevaba mucho tiempo pensando en la forma de hacer que Celeste fuera a la universidad por medio de él, pero no contó con ese inconveniente.

—¡Pues qué bien, María! Aunque no veo necesario que te la lleves del país, aquí también hay muy buenas universidades.

—Lo sé, pero quiero que conozca otros lugares. Ella no nació para quedarse en este pueblo y además ya está decidido, me la voy a llevar de Colombia. —Echavarría pensaba en que eso estaba por verse, él no iba a permitir por ningún motivo que se llevaran a la chica de su lado y en todo caso si salía de allí, sería con él.

Jonathan no sabía qué hacer, pero se arriesgó robándose la carta que había sobre la mesa. Dejó el dinero dentro y metió la carta en el bolsillo interior de su cazadora, miró que todo estuviera en su sitio y salió por la misma puerta del patio por donde había entrado. Saltó el muro y en un segundo estaba en la calle. Durante el camino a su casa reflexionaba en qué hacer con toda esa información, si dársela a su jefe o callar e investigar más por su cuenta. Al llegar a casa intentó despejarse un poco para tratar de disimular su asombro por lo descubierto, así que se tardó unos minutos en entrar mientras se relajaba tomando aire. No quería que Echavarría notara su preocupación por lo menos mientras decidía qué hacer. Cuando por fin entró Diego lo invitó a que se tomase una copa con ellos y aceptó.

María, que ya estaba algo mareada por las copillas de champán que se había bebido, creyó oportuno retirarse para su casa. Sin dudarlo un segundo, Cirujano se ofreció a llevarla, ya que no se encontraba en condiciones de conducir su moto. En El Dovio la mayoría de los habitantes se transportaban en moto o bicicleta, muy pocos lo hacían en coche.

Diego, que no estaba de muy buen humor después de aquella última conversación, aceptó que fuera Jonathan y no él quien la llevara a su casa, así que se despidieron cordialmente y la acompañó hasta la puerta.

—En cuanto regreses a casa hablamos, te espero en el despacho —le dijo al chico.

Diego estaba ansioso por saber qué resultados había dado su plan de registrar la casa de María.

Durante el trayecto a la casa de la mujer, Cirujano la observaba con deseos de preguntarle sobre el tal Wilmer Conde, pero no debía hacerlo.

—¿Qué te pasa, muchacho? Te notó algo inquieto.

—No, para nada.

La mujer que estaba algo contentilla empezó a ser algo directa con el joven.

—Creó saber qué te sucede, quieres preguntarme algo sobre Celeste y no te atreves, ¿Cierto? —El chico la miró con asombro por aquella insinuación—. No te asustes ni me mires así. Simplemente, la experiencia de mis años me hace notar ciertas cosas como, por ejemplo, que a ti te gusta mi ahijada. —Jonathan respiró profundo como señal de alivio. Se imaginó que lo había descubierto, estaba algo paranoico aquella noche.

—¡Sí, señora! Es cierto, me ha descubierto. —Ambos sonrieron.

—Pero si me permites un consejo, te digo que lo mejor será que no te ilusiones con ella, porque después de que se gradúe no creó que la vuelvas a ver, me la llevaré del país; y no creo que regrese jamás a este pueblo. —Aquello no tomaba por sorpresa al chico ya que lo había descubierto esa noche.

—¿Y por qué se la quiere llevar?

—Es lo mejor para todos.

—¡No entiendo!

—No me hagas caso, creo que he bebido de más.

Jonathan intentaba sacarle más información, pero ella le respondía con evasivas.

Cuando llegaron a la casa de la mujer, la acompañó hasta la puerta. Se despidieron rápidamente y Cirujano regresó a su casa de inmediato.

Al llegar, se dirigió al despacho donde lo esperaba su jefe. La reunión fue muy breve, había tomado la decisión de investigar por su cuenta hasta asegurarse de que Celeste no corría ningún peligro. También debía cerciorarse de las verdaderas intenciones de Echavarría. No lograba entender esa obsesión de Diego por Celeste. Nunca lo había visto así.

Después de aquella noche, todo transcurría como antes. Celeste, Paula y Robinson asistían a clases normalmente y en la noche iban al novenario. Ninguno había vuelto a ver a Jonathan por el pueblo, ni en su casa. Situación que les pareció extraña. Celeste incluso llegó a preguntarle a Diego por él y muy efímeramente le respondió que «¡Por ahí estaba!» Así que Celeste pensó en qué si no lo había vuelto a ver, era porque él así lo quería y no insistió más averiguando por él.

Entre tanto, Echavarría aprovechaba cualquier oportunidad para estar al lado de ella, durante esa semana en las novenas hablaba con la joven afianzando así la confianza y creando una complicidad con ella en temas relacionados a sus obras benéficas, temas de mucha importancia para ella, ya que su mayor virtud se basaba en tratar de ayudar de una u otra forma a los demás.

Así pasaron los días hasta que llegó el domingo que era el último día del novenario. Por aquel entonces, Antonio, Ricardo y Carlos ya habían regresado de la capital, pero estuvieron unos días en la montaña donde habían sido atacados anteriormente. Se encontraban con los hombres que El Conde de Texas les había proporcionado para restaurar la fábrica de droga. El Fantasma ignoraba aquel suceso, ya que sus socios no habían parado en el pueblo ni para ver a sus esposas. Siguieron de largo su camino hasta aquel lugar en las profundidades de la montaña.