El lado oscuro y perverso del amor

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Celeste sentía culpa porque Cirujano le atraía y aquello le provocaba remordimientos y como por azares del destino decidió ir a visitar la tumba de Mauricio para pedirle perdón por lo que para ella era algo inconcebible. ¿Le empezaba a gustar Jonathan? O por lo menos eso creía ella. Nunca se había enamorado, así que no era difícil que confundiera sus sentimientos.

Salió de su casa con el propósito de despejar la mente y a lo mejor sus sentimientos, caminaba por las calles del pueblo tratando de encontrar respuestas a su confusión, pero iba tan concentrada pensando en sus tormentos que llegó sin darse cuenta. Se le había hecho corto el camino.

Ya estaba en la puerta con un ramo de claveles blancos, entró y cuando se disponía a subir por las escaleras hasta donde se encontraban enterrados Mauricio y Robert, vio una figura masculina que estaba de pie frente a una bóveda con las manos puestas en ella y la cabeza cabizbaja llorando.

—¡Pobre hombre! Cuánto sufre —decía en voz alta mientras se disponía a subir las escaleras. ¿A quién habrá perdido? —se preguntaba a la vez que lo observaba con tristeza, era muy sensible al dolor ajeno y de pronto se percató de que lo conocía.

—¿Pero ese no es Diego? Se parece mucho —decía mientras trataba de acercarse discretamente para asegurarse si era él. Cuando ya se había aproximado lo suficiente confirmó que era Echavarría, pero no sabía si avanzar hasta él o mejor dejarlo solo. No quería ser imprudente, hasta que se decidió a acercársele por lo menos para saludarlo.

—¿Diego? —preguntó la chica dudando cómo iniciar la conversación.

Echavarría estaba dando la espalda y cuando escuchó la voz de Celeste dudó si era real o simplemente se lo estaba imaginando. Se dio la vuelta y al verla allí de pie con ese ramo de claveles blancos casi como un ángel que llegaba a salvarle, no pudo contener lo que sentía y la abrazó. La pilló desprevenida y la chica no dijo nada, simplemente dejó que la abrazase mientras él lloraba desahogando su dolor y frustración.

Al cabo de unos segundos reaccionó y se separó de ella.

—¡Por Dios! Perdona, Celeste, lo siento. ¿No sé qué me pasó?

—No pasa nada, lo entiendo —Los dos se sentían algo incómodos por la situación.

—¡Gracias pequeña, por entenderlo! —Se alejó y se sentó en un banco que había cerca con la mirada puesta en aquella lápida y secó sus lágrimas con un pañuelo. Celeste le siguió y se sentó a su lado.

—¡Debe ser alguien muy importante!

—No te imaginas cuánto, era el amor de mi vida, la única mujer que he amado y cuando murió quedé sin vida.

—¡Lo siento mucho! Debía de amar mucho a su esposa. Supe que falleció hace muchos años, pero veo que su dolor sigue muy vivo.

—Bueno, la verdad es que no es mi esposa la que se encuentra ahí. —Celeste se vio sorprendida y se quedó sin palabras.

—Bueno, no sé qué decirle, creo que la he liado. ¡Discúlpeme! —Diego sonrió por lo que decía la chica.

—No, pequeña, para nada. Quien debe disculparse soy yo ¿Qué estarás pensando de mí?

—¿Yo? Nada. Su vida personal es privada y no soy quién para juzgar sus actos.

—¡Mira! Aparte de mi esposa hubo otra mujer en mi vida. Llegó como un ángel a alegrar mi existencia y fue a la única que amé de verdad, pero es una larga historia y a lo mejor te estoy aburriendo con mis cuentos de juventud.

Celeste estaba muy intrigada por lo que Diego le contaba y la curiosidad la hacía querer saber más sobre aquella historia.

—No, para nada. Si quiere contarme lo que sea yo lo escucharé, pero si no desea hablar del tema también lo entenderé.

—¿Pues sabes una cosa? ¡Sí! Sí quiero contarte mi historia. —Echavarría lo tenía todo bien atado, quería contarle la historia a la chica para llamar su atención.

—¡Como quiera! Aquí estoy para escucharle. —Diego se remontó dos décadas atrás para contarle la versión de su historia.

—Todo empezó por el mes de marzo del año 1982. Yo tenía diecisiete años y aquel año me graduaba de bachiller junto con Wilson, el padre de Robinson y otro chico llamado Wilmer, que era algo así como mi hermano adoptivo. Mi padre lo había acogido desde muy niño en nuestra casa.

—¿Así como usted con Jonathan? —pregunta Celeste.

—Sí, se podría decir que sí. En casa siempre habían tenido a una señora llamada Blanca que se encargaba de los quehaceres, pero ya estaba algo mayor y mi madre decidió contratar a otra chica más joven para que le ayudara. El sacerdote del pueblo de aquel entonces le recomendó a una chica que las monjas habían acogido, era huérfana y llevaba ayudándoles en el convento y el colegio desde muy niña. Así que mi madre la contrató sin reparo.

»Se llamaba Ana y tenía la misma edad que yo, era una mujer preciosa tanto por fuera como en su interior, era dulce, amable, paciente, humilde y buena. Daba gusto solo verla, era mi ángel. —Diego se emocionaba cada vez que hablaba de ella—. Iba a casa todos los días y aún recuerdo la primera vez que la vi. —La chica no pestañeaba de lo atenta que estaba escuchando—. Era una mañana cualquiera y me estaba preparando para ir al colegio como siempre, bajé al comedor a desayunar y ella salía de la cocina para servirme. Me quedé mirándola y ella se sonrojó, era muy tímida e inocente porque las monjas la habían educado con unas normas muy estrictas sobre los valores y la moral.

»Yo le pregunté su nombre y no pudo responder de lo nerviosa que estaba. Desde ese mismo instante la amé y nunca la olvidé, aunque en aquel momento no supe que me había enamorado, eso lo descubrí después. —A Celeste le interesaba ese detalle, ya que ella nunca se había enamorado y quería saber qué se sentía y cómo podría darse cuenta de si lo estaba o no.

—¡Entonces fue un amor a primera vista! —afirma Celeste.

—¡Sí! A primera vista y para siempre.

—¡Qué bonito! ¿Y cómo supo que estaba enamorado?

—No tardé mucho en darme cuenta porque solo deseaba estar a su lado sin importar que solo fuera como amiga. En las noches antes de dormir pensaba en ella y me imaginaba un futuro a su lado, y cuando la veía sentía un cosquilleo en el estómago, el corazón me latía tan fuerte que podía escucharlo, me temblaba todo el cuerpo y hasta la voz se me iba de los nervios. A su lado todo era diferente. Alegraba mis días por amargos y difíciles que fueran, ella era el centro de mi universo. —Celeste confirmó en ese momento que nunca se había enamorado, nunca antes había sentido nada de aquello sobre lo que Diego le hablaba.

—¿Y qué pasó después?

—Me fui solo al colegio porque Wilmer estaba en Roldanillo con mi padre, habían ido al médico porque mi hermano se había hecho daño en una rodilla jugando fútbol. Me fui pensando en ella por todo el camino, pero lo malo fue cuando llegué al colegio y tuve que disimular mis ganas de volver a casa delante de mi novia, con la que más adelante me casé.

—¡Ah! ¿Ya estaba con la madre de su hijo?

—Sí, era mi novia en aquel tiempo.

—Eso es lo que no entiendo. ¿Por qué se casó enamorado de otra mujer? —le reprochó la chica y Diego suspiró.

—Lo entenderás cuando te cuente todo lo que sucedió.

—¡Disculpe! Continúe.

—Aquella mañana estuve muy despistado y Eugenia lo notó, así que empezó a preguntarme qué me sucedía y obviamente no le dije que estaba pensando en otra mujer, le dije que estaba preocupado por mi hermano y ella me creyó.

»A mi amigo Wilson sí que se lo conté todo y él me aconsejó que tuviera cuidado de empezar a jugar a dos bandos, que eso nunca terminaba bien. Yo le respondí que ella era nuestra asistenta y que yo solo la quería para divertirme, pero qué equivocado estaba —decía mientras se acordaba de aquellos tiempos—. Wilson que siempre ha sido tan buenazo se enfadó al escuchar mi respuesta, pero yo ni caso.

»Esa tarde cuando llegué a casa, Ana se encontraba en el jardín arreglando los rosales de mi madre, parecía un ángel rodeada de rosas. Me le acerqué y le volví a preguntar su nombre, ella me respondió tímidamente sin mirarme a los ojos y en voz baja «Ana».

»Le dije que me mirase y ella levantó el rostro. Nunca en mi vida había visto unos ojos más hermosos que aquellos de color turquesa, era realmente alucinante perderse en su mirada. Sus ojos eran así, como los tuyos. —Celeste sonrió.

—¿Por eso me confundió con ella la primera vez que me vio?

«Si supieras la verdad», pensó.

—Sí, por eso me confundí. No había vuelto a ver ojos tan hermosos como los de Ana, hasta que te conocí. —Se miraron a los ojos durante unos segundos.

»Pero volviendo a la historia, en ese momento fui yo el que se quedó sin palabras, así que mejor me fui ¡Qué tonto era! —Celeste seguía atenta escuchando—. Cuando bajé a cenar solo tenía deseos de verla, pero ya no estaba, así que tuve que esperar hasta que amaneció para volver a ver aquel espectáculo de mujer. La noche se me hizo eterna y para colmo no podía dormir. Al otro día me levanté muy temprano y me puse más guapo de lo que era. —Ambos se ríen—. Quería impresionarla. Después bajé al comedor y allí estaba, quería preguntarle muchas cosas, pero no sabía cómo. Cuando por fin me armé de valor llegó mi madre y ya no pude hablar con ella. ¡Un día más de colegio sin dejar de pensar en Ana! Así que me fui a estudiar y cuando llegué se me ocurrió fingir que estaba enfermo para que me dejasen volver a casa. Ni siquiera entré a clase. —La chica se reía imaginándose la escena.

—¡Vaya flechazo le dio Cupido! Ana lo tenía loquito.

—Y tanto, pequeña, más de lo que puedas imaginar. Por ella hice de todo y estaba dispuesto a hacer mucho más.

»Esa mañana el director del colegio me devolvió para la casa y yo no veía la hora de llegar. Cuando por fin llegué la busqué por todos lados y la encontré lavando la ropa, entonces me puse a su lado y empecé a conversar con ella. Recuerdo que le pregunté aspectos de su vida y ella me los contó, estaba menos tímida ese día y hablamos durante un largo rato; después se hizo un poco tarde y ella tenía que seguir con los quehaceres de la casa y yo con mis deberes del cole, pero antes de irse recuerdo que me miró a los ojos y yo deseaba no dejar de mirarlos. Me tenía dominado con su encanto. —Le brillaban los ojos hablando de ella y automáticamente se dibujaba una sonrisa en su rostro.

 

»Se suponía que ese día llegaba mi padre con Wilmer, pero no llegaron y mi madre estaba muy preocupada, yo también desde luego. Esa noche se nos hizo eterna.

»Al día siguiente no fui al colegio, me quedé con mi madre esperando noticias de mi padre y también aprovechando para conversar con Ana. ¡Era tan cálido hablar con ella! Transmitía tranquilidad y el tiempo parecía no transcurrir. Recuerdo que alrededor del mediodía por fin llegaron. Se habían quedado un día más porque Wilmer se sentía muy mal de la rodilla y le iban a hacer unos exámenes. En aquellos tiempos no había manera de comunicarse inmediatamente, había que esperar días para recibir alguna carta, así que nos alegramos mucho cuando entraron por la puerta, era un alivio tenerlos de nuevo en casa. Ayudé a Wilmer a llegar hasta su habitación y hablamos muy poco, se veía cansado y dolorido, yo quería hablarle sobre Ana, pero no era el momento, así que lo dejé descansando. Cuando iba bajando las escaleras me encontré con Ana y yo que siempre he sido muy impulsivo sentí unos deseos enormes de besarla. No sé cómo me contuve para no hacerlo, la miré a los ojos y ella también me sostuvo la mirada, sentí un fuego que me recorrió todo el cuerpo y supe en seguida que algo fuera de lo normal pasaba con ella. Yo nunca había sentido algo así antes y estaba con Eugenia seguramente por simple atracción física, pero nunca sentí por ella lo que sentí por Ana a partir de aquel día. —Tenía a la chica totalmente concentrada en la historia.

»Recuerdo que aquel mismo día en la tarde Eugenia fue a buscarme a la casa, estaba preocupada porque no había ido a clase. Por suerte, Ana se marchó pronto porque tenía que ayudar a las monjas a preparar la iglesia para la visita al Santísimo Sacramento de los jueves y me salvé de tenerlas a ambas bajo el mismo techo. Estuve distante con ella y al final preferí decirle que nos diéramos un tiempo. Le dije que ya no estaba seguro de lo que sentía por ella y en seguida se imaginó que era por otra mujer, ya que yo tenía la mala fama de ser mujeriego. —Celeste sonrió—. Se enfadó mucho y después de discutir

durante un rato se fue muy decepcionada.

»Así pasaron muchos días. Wilmer se recuperaba de su lesión, Eugenia en el colegio ni me miraba. ¡Vamos! Me odiaba y yo feliz en casa. Ya no salía como antes y mis padres estaban sorprendidos de lo juicioso que estaba, ni se imaginaban el motivo de mi cambio. Hablaba con Ana a diario y al cabo de un par de semanas la invité a salir. Ella estaba indecisa porque nunca había salido con ningún chico, pero confiaba en mí, así que la convencí de salir por el parque a pasear. Fue un domingo después de misa del mediodía y ella estaba feliz, aunque no más que yo. Deseaba poder declararme y pedirle que fuera mi novia, pero con ella la situación era diferente, yo sabía que no era como las demás chicas y que debía ir con cuidado para no asustarla y estropearlo todo, así que esa tarde simplemente hablamos y le confesé que me gustaba. No que estaba perdidamente enamorado de ella, simplemente que me gustaba. Ella se sonrojó y me respondió que yo también le gustaba sin mirarme a la cara. ¡Imagínate! Yo también le gustaba. Para mí era algo increíble, fue el mejor día de mi vida, no sabía qué hacer, ni cómo actuar y simplemente no pude contenerme y la besé. Para mi sorpresa me correspondió y los dos temblábamos de nervios, pero con ese beso supe que ella también me amaba. Pasamos el día juntos y hablamos del futuro, yo tenía muchos planes para los dos. —Hablaba con cierta nostalgia.

»Así transcurrieron unos dos meses. Nos veíamos a escondidas porque no quería perder el trabajo en mi casa y tampoco que las monjas se enteraran, aunque yo moría de deseos por contarle a todos que estaba con ella y que era mi novia, pero Wilson y Wilmer eran los únicos que lo sabían y tenían sus reservas en cuanto al asunto, aunque no se metían en lo que yo hacía. Y de repente como suele pasar siempre la dicha no nos duró mucho.

»Un día cualquiera llegó a mi casa Eugenia en compañía de sus padres exigiendo hablar conmigo y mis papás. Yo bajé al salón y su papá estaba iracundo, me quería golpear, entonces mi padre pidió calma y que nos sentáramos a hablar. ¡Vamos! yo no tenía ni idea de qué se trataba, y su padre empezó a preguntarme la fecha en que me iba a casar con su hija, que tenía que ser pronto. Yo me reí sin saber a qué se refería y le respondí muy seguro de que nosotros ya habíamos terminado hacía tiempo. Mi papá intervino diciendo que la fecha la escogiera Eugenia e hizo como si yo no estuviera presente. Mi mamá lloraba y yo ya preocupado pregunté qué pasaba. No entendía nada. Eugenia me respondió directamente que estaba embarazada de tres meses y yo me quedé paralizado sin articular palabra. Solo pensaba en Ana en ese instante y en qué demonios le iba a decir, cómo le explicaba aquello sin herirla.

—¡Vaya! Ahora entiendo —intervino Celeste.

—Sí, fue terrible para mí aquella noticia y al principio dudé, pero yo sabía que Eugenia nunca inventaría algo así, estaba en juego su honor y por supuesto no pude negarme a responder como un verdadero hombre, mi honor también estaba en juego y mi padre nunca hubiera permitido que deshonrara a la familia no casándome con ella, así que estaba entre la espada y la pared.

»Estuvieron todo el día en mi casa planeando la boda y yo me quería morir de tristeza. Ana entraba de vez en cuando al salón para servir el café y no podía ni mirarla. Wilmer que estaba tan sorprendido como yo lo primero que me aconsejó fue que hablara con Ana aquella misma noche y le dijera lo que estaba pasando, que no permitiera que se enterara por otra persona porque sería peor, pero yo no pude hacerlo y ahí cometí el primer error que me llevó a perderla.

—¿Y ella cómo se enteró? —preguntó Celeste impaciente por llegar a ese momento de tensión absoluta.

—¡De la peor manera!

»Yo estaba esperando a que llegara el domingo de esa semana para hablar con ella, pero el sábado antes Eugenia fue a la casa a decirme que teníamos cita con el sacerdote para los cursillos prematrimoniales porque la boda sería en tres semanas, antes de que se le notará más el embarazo. Le dije que me esperara en el salón mientras yo me vestía para salir y al parecer por un descuido se dejó una de las invitaciones de la boda en casa. Supongo que Ana la encontró, porque cuando regresé, Blanca, la señora que trabajaba en casa me entregó la invitación y me dijo que Ana le había encomendado que me la entregase a mí, a nadie más. Además, Blanquita sospechaba que Ana y yo teníamos algo más que una simple amistad. Yo me quedé helado del susto. Ana lo sabía y no por mí como debía haber sido. Pensaría que yo había jugado con ella y que la había traicionado.

—Normal. ¿Qué más iba a pensar? —interviene Celeste.

—Sí, tienes razón, pero no fue así. Yo a la que amaba era a ella.

—Ya, pero la realidad para ella era otra. ¿Y la volvió a ver?

—Fui a buscarla al convento muchas veces, pero fue inútil. Mi madre también fue en su búsqueda para saber por qué había dejado el trabajo de repente y sin avisar, pero Ana simplemente le dijo que las monjas la necesitaban y que tenía que ayudarlas en el convento.

»Yo en medio de mi desesperación por hablar con ella y explicarme, le pedí a Wilmer que la buscara e intercediera por mí. Ellos se habían hecho buenos amigos durante el tiempo que trabajó en nuestra casa, así que pensé erróneamente que con él sí hablaría, pero tampoco quiso hacerlo. Yo seguí insistiendo por medio de Wilmer y lo enviaba casi a diario a buscarla, hasta que un día por fin accedió a hablar con él. Aunque había aceptado solo para pedirle que no volviera a buscarla, que le estaba causando problemas con las monjas por su insistencia y que ella no quería saber nada del tema, que la dejara en paz y ni siquiera permitió que él le explicara nada. Yo de necio seguí insistiendo en que la buscara cuando saliera de su trabajo, porque me enteré de que unos amigos de mi padre la habían contratado para que cuidara a sus hijos por las tardes, así que le pedí a mi hermano que fuera a verla y le dijera como último recurso e intento desesperado que si ella me lo pedía yo no me casaba.

—¡Por favor! ¿En serio? —preguntó la chica asombrada—. Si la decisión era suya, no de ella. Además, si era la mitad de buena como usted dice, jamás hubiera aceptado algo así.

—¡En efecto! Eso mismo fue lo que sucedió. Dijo que ese tema estaba muerto para ella al igual que yo. Palabras que me hirieron en lo más profundo, aunque lo peor estaba por venir.

»Yo me resigné a aceptar mi destino y me casé en contra de mí mismo, por imbécil y por idiota. No tuve la suficiente valentía de enfrentarme a mi padre y negarme, aunque en aquella época eso hubiera sido un acto de cobardía más que de valentía. Muchas veces me pregunto: ¿Qué hubiera pasado si yo hubiese seguido mi corazón y no mi obligación? ¡Pero lo hecho, hecho está! Ya quedaba poco para graduarnos y mi padre había decidido enviarnos a Wilmer, Eugenia y a mí para Bogotá después del grado, antes de que naciera mi hijo. Quería que fuésemos a la universidad. Durante todo ese tiempo yo seguí intentando hablar con Ana, por lo menos para despedirme y tratar de explicarle los motivos de mi decisión, pero ella no quería verme y después de graduarnos… mi supuesto hermano empezó a comportarse muy extraño.

—¿Cómo que supuesto hermano? —preguntó la chica algo sorprendida por ese comentario.

—¡A eso voy! Ya entenderás de lo que hablo.

»Wilmer ya no pasaba en casa y conmigo ya no tenía la misma relación que antes. Yo pensé que era porque me había casado y Eugenia vivía con nosotros en la misma casa, que a lo mejor se sentía aislado y por eso se comportaba así, pero ¡qué va! Yo estaba muy equivocado. Mi padre estaba organizándolo todo para que nos marcháramos cuánto antes, ya era por el mes de octubre y faltaban dos meses para que naciera el bebé, así que nuestro viaje se acercaba. Cuando de repente una tarde llegó Wilmer a casa y se encerró a hablar con mis padres en el despacho. Yo escuché que discutían y me pareció raro porque Wilmer no era de discusiones y mucho menos con mis padres. Salió muy alterado del estudio y se dirigió a mi cuarto, me dijo que necesitaba hablar conmigo y bajamos juntos al despacho donde aún se encontraban mis padres. Les pidió que nos dejaran a solas y ellos salieron muy disgustados. Yo no tenía ni idea de lo que me esperaba. Comenzó a decirme que tenía novia y que estaba muy enamorado, yo me alegré por él y lo felicité, entendí su actitud de las últimas semanas y le dije que la llevara a casa para conocerla. Me respondió que ese era el problema, que yo la conocía, así que empecé a mosquearme un poco porque ¿qué problema había en que yo la conociera? Y ahí fue cuando me soltó la noticia de que su novia era Ana.

—¡Vaya! —dijo Celeste muy sorprendida.

—Una película de imágenes pasaron por mi mente a la velocidad de la luz y no me podía creer lo que estaba escuchando, me invadió la ira y a la vez tristeza. ¿Qué? ¿De qué me estás hablando? Le pregunté. Él solo me respondió que lo perdonara, pero que estaba perdidamente enamorado de Ana y que se iba a casar con ella, que yo había salido definitivamente de su vida en el momento en que me casé y que era hora de pasar página. ¿Yo me preguntaba en qué momento pasó todo eso? ¿En qué momento Ana me había olvidado? Me parecía un mal sueño todo aquello la verdad.

»De repente reaccioné y le di un puñetazo en la cara, cayó al suelo y lo seguí golpeando. Recuerdo que los dos llorábamos y él no se defendía, pero daba igual porque ya me había dado donde más me dolía. Él sabía muy bien por qué me había casado y se aprovechó de la situación para conquistar a Ana. Finalmente, lo dejé ahí tirado y me fui de casa hecho una fiera, entré en un bar a beber hasta que tuve el valor suficiente de ir a reclamarle a Ana por haberse metido con mi hermano, el peor error que pude cometer. Me pasé de copas y fui a esperarla a que saliera de su trabajo. La esperé en la esquina de la casa donde trabajaba y cuando salió la seguí, un poco antes de que llegara al convento donde vivía la tomé por sorpresa, la sujeté fuertemente por la cintura y la besé a la fuerza. Ella se resistió, me sentí rechazado y herido, así que cometí un grave error del que me arrepiento hasta el día de hoy.

 

—¿Qué le hiciste? —pregunta Celeste algo asustada.

—Me da tanta vergüenza hablar de ello, pero creo que tengo que afrontar mis errores y sus consecuencias. —La chica estaba ansiosa por escuchar lo que seguía.

»Recuerdo haberla empujado y ella cayó al suelo, me abalancé encima de ella y empecé a besarla salvajemente. —Diego bajó la mirada—. Le rasgué el vestido y seguí besándola mientras ella gritaba y trataba de defenderse. Era tarde y por la zona donde estábamos no solía pasar nadie, era un pequeño descampado por donde Ana pasaba todas las noches al salir de su trabajo. —Celeste estaba algo sorprendida por lo que estaba escuchando, pero seguía atenta a lo que Diego contaba.

»Cuando quise darme cuenta Ana estaba casi desnuda. De repente reaccioné y me levanté del suelo totalmente desorientado, no me podía creer lo que había estado a punto de hacer. En ese momento sentí un golpe por la espalda. Caí al suelo. Cuando me di la vuelta y levanté la mirada vi a Wilmer de pie frente a mí. Después de nuestro pleito había ido a buscarla y al pasar el tiempo y ver que no llegaba al convento, fue en su búsqueda.

»Yo me levanté como pude y lo siguiente que recuerdo es que nos dimos de golpes hasta quedar exhaustos. Ella estaba aterrorizada viendo todo aquello y por supuesto por lo que yo le había hecho, la había ultrajado y herido como mujer. —Hubo un momento de silencio incómodo hasta que Celeste por fin habló.

—No sé qué decir. Estaba en una situación extrema, la verdad nunca me imaginé que me contara algo así, soy prácticamente una desconocida para usted y que me confíe algo como esto, me deja muy sorprendida.

—Es que las personas que me conocen ya juzgaron esta historia a su manera, bueno, por lo menos los que la conocen, que son muy pocas, ya que no es algo de ir contando por ahí, pero contárselo a alguien que prácticamente no te conoce es diferente, porque tú sabiendo esto de mí, me juzgarás por lo que soy hoy, no por lo que fui hace veinte años atrás.

—Muy buena teoría, en eso tiene toda la razón. Yo personalmente lo admiro por sus obras y por el bien que le ha hecho a nuestro pueblo. A lo mejor ese pasado doloroso fue lo que intervino para que ahora sea la persona que es.

—Pero dime algo sinceramente. ¿Aun sabiendo lo que hice en mi juventud cambia en algo la impresión que tienes de mí? ¿O sigues admirándome como dices?

—Como le he dicho antes, no soy quién para juzgar, así que hasta ahora lo que fue en el pasado no empaña lo que es, pero hasta donde sé la historia no termina ahí, porque una cosa es cometer un error bajo los efectos del alcohol, los celos y la decepción por así decirlo, y otra es lo que haya hecho después de aquello. Esa es la parte importante para definir si a lo mejor su pasado puede ensuciar lo que es hoy, pero ¡vamos! Que es mi humilde opinión, es lo que pienso yo nada más.

—Pues, aunque no lo creas, para mí es muy importante saber tu opinión, ya que como dices, prácticamente somos unos desconocidos y quiero saber qué opinión tendrías de mí después de saber el resto de la historia.

—¡Perfecto! Pues vamos a hacer la prueba. Continúe…

—¡Bueno! Pues después de los golpes que nos dimos yo quise pedirle perdón a Ana, pero claro ella no dejó ni que me le acercara. Estaba llorando y muy asustada cubriéndose con la chaqueta de Wilmer porque yo había roto su ropa. Sentí tanta tristeza al verla así que me sentí lo peor del mundo. Wilmer estaba fuera de control por lo que yo había hecho y se la llevó de allí de inmediato.

»Me senté en el suelo de aquel descampado a pensar y a llorar lo inimaginable. No me parecía real lo que estaba pasando en mi vida. Había pasado de ser un joven feliz y alegre a ser un hombre triste, amargado y totalmente desgraciado. —Celeste sentía pena de escucharlo hablar así. Diego continuó.

»Era ya de madrugada. Me fui caminando hasta la casa mientras reflexionaba sobre mi más grande error. Por poco y había abusado sexualmente de la mujer que amaba, eso me carcomía el alma y me sentía decepcionado de mí mismo.

»En casa estaba mi padre esperando a que Wilmer y yo llegáramos para pedirnos una explicación por nuestra pelea porque nunca antes habíamos llegado a los golpes, pero yo simplemente pasé de él. Me vio tan golpeado que se asustó y recuerdo que dijo: «Sí que estuvo dura la pelea, no pensé que hubiera sido tan brutal». Entonces me ayudó a subir hasta mi cuarto y me preguntó que si el problema había sido por Ana. Lo miré muy sorprendido y él me dijo que ya sabía sobre esa absurda relación, que Wilmer ya los había puesto al tanto a él y a mamá sobre sus planes de casarse con ella, pero que no me preocupara porque él nunca iba a permitir que Wilmer se casara con una persona tan insignificante como Ana, que seguramente iba tras de él por su posición económica y que como él era joven y estúpido se había dejado envolver por ella. Dentro de mí pensaba: ¿Si mi padre supiera la verdad? Se moriría del coraje seguro.

»Él estaba convencido de que nos habíamos peleado porque yo tampoco estaba de acuerdo con esa relación por los mismos motivos que él. El pobre no tenía ni idea de la verdadera historia que había detrás de todos esos golpes, pero yo me limité a escucharlo sin decir nada. Wilmer no llegó a dormir a casa aquella madrugada, apareció alrededor del mediodía lleno de moretones y cortes en la cara. Mi madre al verlo así se fue a apapacharlo y a curarle las heridas, cosa que no hizo conmigo. Estuvo disgustada mucho tiempo por lo de Eugenia y su embarazo, decía que nos habíamos arruinado un futuro brillante. Mi padre nos juntó a todos en el salón para hablar y empezó diciendo que a los golpes no solucionaríamos nada, que aquello se solucionaba yéndonos cuanto antes para la capital. Wilmer le respondió que él sin Ana no iría a ningún lado y que tampoco pensaba vivir bajo el mismo techo que yo, entonces mi padre muy disgustado le respondió que si esas eran sus condiciones bien sabía dónde quedaba la puerta. Wilmer ni se lo pensó, subió corriendo a su cuarto sin decir nada, empacó unas pocas cosas y salió dispuesto a marcharse y como era de esperarse mi madre lloraba pidiéndole que no se fuera, le imploró a mi padre que lo detuviera, pero fue inútil, igualmente se fue de casa. —La chica no se atrevía a decir nada y seguía atenta a tan inesperada historia.

»Pasaron los días y en casa nada era como antes, mi madre pasaba deprimida todo el tiempo y mi padre casi nunca estaba. Wilmer se había marchado del pueblo con Ana quién sabe a dónde porque nadie lo sabía. Así pasaron varias semanas hasta que nació mi hijo el 1 de diciembre de aquel año y al final nació aquí, en El Dovio, porque después de que Wilmer desapareció no quise irme y dejar a mis padres solos. Mi hijo fue como una bendición entre tanto dolor, tanto para mí como para mis padres. Los meses transcurrieron y todo parecía mejorar, aunque por mi cuenta seguía buscando a Wilmer y a Ana. Quería encontrarlos para que regresaran, no quería que mi madre siguiera sufriendo por su ausencia y mi padre, aunque parecía fuerte, también sufría por él. Wilmer siempre había sido el favorito de los dos. —Lo decía con tono de tristeza—. Pasaron tres años después de todo aquello y cuando por fin todo parecía normalizarse ocurrió una desgracia que nos devastó.