Destino Machu Picchu

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En el caso del Perú y de Machu Picchu, debemos asimismo considerar el papel de la región como parte de este proceso. Al igual que el nacionalismo, la identidad regional no es solo una creación geográfica sino también cultural y política, forjada a través de la performance y la invención (Bourdieu, 1991). Como veremos, la identidad regional del Cusco frecuentemente se formó en contraste con Lima, la capital del Perú. A medida que el poder económico y político quedaba centralizado en esta última ciudad, las élites regionales del Cusco afirmaban su identidad andina como el «auténtico» Perú. Dichos esfuerzos se vieron asistidos por el turismo y por el ascenso de Machu Picchu. Irónicamente, la falta de interés que las élites nacionales tenían por la economía del turismo dio la oportunidad a las élites regionales cusqueñas –en trabajo conjunto con contactos culturales y financieros transnacionales– de usar el turismo para afirmar su identidad regional como representación del Perú. No obstante, la dependencia del turismo generaba riesgos para el Cusco. Si bien es cierto que el turismo internacional ha popularizado el legado cusqueño, también ha obligado a la población local a crear y alterar sus narrativas, para así hacer que estas resulten atractivas para los mercados y los viajeros globales. Las fuerzas transnacionales globales del turismo –culturales y del capital– convierten cada vez más a Machu Picchu en una mercancía para que represente, no tanto al Cusco, sino una imagen del Cusco que se cree atractiva para turistas y visitantes. Al hacer esto, el simbolismo de Machu Picchu se ha transformado en lo que John L. Comaroff y Jean Comaroff (2009) llaman «Etnicidad, Inc.», esto es que la identidad queda marcada no solo por la historia, sino también por su capacidad para ser convertida en mercancía y consumida en la era de la globalización. El turismo ha vuelto a Machu Picchu un lugar famoso, pero, tal como veremos en este libro, es un lugar que cada vez más queda libre y a la deriva de las realidades sociales y culturales de la región y la nación a las que representa.

Resulta tentador identificar el ascenso y la conversión en mercancía de Machu Picchu como producto de los patrones de globalización y neoliberalismo vigentes desde las décadas de 1980 y 1990. Sin embargo, y tal como aquí se muestra, esta historia se extiende a lo largo de un siglo, y el proceso rara vez se vio motivado exclusivamente por la búsqueda de utilidades. Sostengo, en efecto, que la influencia cultural del turismo ha tenido la misma importancia en la reconfiguración de Machu Picchu, o tal vez más. Como veremos, su ascenso como símbolo nacional problemático no hace que sea menos poderoso o menos importante de entender. Resaltar el papel que el turismo ha tenido en su invención moderna nos ayuda a comprender su ascenso hasta alcanzar un renombre global. Aun más importante es que la historia de la transformación de Machu Picchu resalta el papel, antes ignorado, que el turismo en particular, y las fuerzas transnacionales en general, tuvieron en alterar las nociones de la identidad nacional peruana. El historiador Alberto Flores Galindo (2010) alguna vez anotó que los peruanos frecuentemente están «buscando un inca» para forjar los símbolos de un nuevo Perú. Tal vez sea hora de que prestemos atención a la influencia que los turistas, que también están buscando un inca, tuvieron en la construcción de Machu Picchu y de la identidad nacional peruana.

El lugar de Machu Picchu en la historia moderna

Este libro descubre la historia, antes desconocida, de la transformación de Machu Picchu en destino global de viaje y símbolo nacional del Perú. Machu Picchu ciertamente ha sido objeto de numerosas publicaciones6, las cuales tienden a caer dentro de dos categorías. El primer grupo examina su pasado arqueológico. La segunda categoría, mucho más amplia, incluye diversas publicaciones dirigidas fundamentalmente a viajeros interesados y lectores ocasionales; ellas lucen su actual belleza, atractivo y entorno ecológico. Es cierto que todas estas obras presentan información valiosa, pero ignoran la importante historia que se extiende entre el pasado precolombino de Machu Picchu y el presente. Algunos excelentes estudios académicos recientemente han vuelto a examinar el complejo legado de Bingham y las expediciones que condujo a Machu Picchu (Cox Hall, 2017; Heaney, 2010; Mould de Pease, 2003; Salvatore, 2016, pp. 75-104). Bingham ciertamente tiene un papel importante en la historia de este lugar; no obstante, concentrar nuestra atención únicamente en él, incluso de modo crítico, corre el riesgo de repetir la falsa narrativa turística que le pinta como el único protagonista en el ascenso de Machu Picchu a la fama7. Recurriendo a archivos en dos continentes que aún no se habían usado, este libro resalta el hecho de que las actividades llevadas a cabo por Bingham solo formaron parte de una narrativa histórica fascinante que se plasmó en los escenarios local, nacional y global. Aun más importante es que la historia moderna de Machu Picchu nos ayuda a rastrear giros políticos y culturales más amplios en el sur andino peruano y más allá.

Además de descubrir la historia moderna de Machu Picchu, el presente libro efectúa varias contribuciones importantes a las múltiples disciplinas que estudian temas relacionados con el turismo, el Perú y América Latina. En primer lugar, es una contribución al campo global de los estudios del turismo. Algunas de las primeras críticas académicas de este campo lo desecharon en general, caracterizándolo como un consumismo vulgar que distorsionaba y mercantilizaba la historia o que, en el mejor de los casos, era un pariente pobre de las ricas narrativas de viaje del Grand Tour del siglo XIX y temprano XX (Boorstin, 2012 [1962], pp. 77-117; Fussell, 1980). Sin embargo, a partir de la década de 1970, el sociólogo Dean MacCannell (1976) sostuvo que el consumismo del turismo no hacía que los significados que creaba fueran menos importantes. Los estudios sobre turismo afirmaban que la búsqueda de autenticidad por parte de los viajeros modernos y los esfuerzos realizados por la industria turística para presentar, crear y vender dichos deseos, eran algo crucial para la comprensión del mundo postmoderno y postindustrial (MacCanell, 1976). Los trabajos efectuados por otros sociólogos, liderados por John Urry (Urry & Larsen, 2011) y por antropólogos como Valene L. Smith (1989a), prosiguieron examinando las formas en las cuales los significados y narrativas se cuestionan, presentan e imaginan en las modernas economías del turismo. Dichos estudios hallaron que, si bien es cierto que los símbolos y narrativas del turismo son inventados, estos tienen una tremenda influencia sobre la forma en que tanto los anfitriones como los viajeros se ven a sí mismos. Considerando la creciente influencia que las economías del turismo tienen en el continente americano, no sorprende que los latinoamericanistas hayan examinado los efectos que los viajes internacionales tienen sobre la sociedad y la cultura de América Latina8. La región andina también ha brindado ricos estudios de caso etnográficos sobre los efectos locales del turismo (Gascón, 2005; Hill, 2007; Maxwell, 1992; Seligman, 2000; Silverman, 2002; Van den Berghe & Flores Ochoa, 2000; Zorn, 2004). No obstante, estos se concentran abrumadoramente en las consecuencias contemporáneas del mismo. El presente libro complementa el estudio etnográfico del turismo en los Andes porque nos brinda una perspectiva histórica más profunda.

En segundo lugar, este libro es una contribución al creciente campo de la historia del turismo en América Latina. Cuba, México y el Caribe vivieron algunos de los primeros auges turísticos significativos, y por ende captaron el grueso de la atención de quienes estudian la historia del turismo en Latinoamérica (Berger, 2006; Berger & Wood, 2010; Cocks, 2013; Fonda Taylor, 2003; Merrill, 2009; Ruiz, 2014; Schwartz, 1997; Skwiot, 2010; Strachan, 2002). De otro lado, se ha prestado escasa atención al desarrollo histórico de esta actividad en los Andes. Es más, los estudios históricos del turismo en Latinoamérica han analizado su crecimiento fundamentalmente a través del lente del Estado nación. Esto se debe principalmente a que en muchas repúblicas latinoamericanas, como México y Cuba, el turismo efectivamente apareció como un proyecto cultural o político nacional. Dichos estudios no han ignorado los factores transnacionales, en particular la creciente influencia económica y política que los Estados Unidos representan. Sin embargo, pocos trabajos académicos han analizado el desarrollo histórico y la influencia del turismo a nivel regional. Los historiadores del turismo en los Estados Unidos han sostenido la importancia que tiene el examen de cómo este influyó sobre la identidad, la política y las economías regionales (Brown, 1997; Capó, 2017; Cox, 2014; Gassan, 2008; Norkunas, 1993; Revels, 2011; Rothman, 1998). Y solo recientemente ellos comenzaron a examinar los efectos que tiene en Latinoamérica a nivel regional (Covert, 2017). Descentrando el Estado, este libro examina las conexiones existentes entre lo regional y lo global para así examinar los efectos que el turismo ha tenido en el sur andino.

Una tercera contribución de este trabajo es su examen de la relación entre regionalismo y transnacionalismo. Los investigadores han llamado nuestra atención tanto sobre la historia de la formación de la identidad regional como sobre la importancia que tiene entender la tensión existente en Latinoamérica entre región y nación (Applebaum, 2003; Romo, 2010; Vergara, 2015; Weinstein, 2015). Afortunadamente, la historia regional del Cusco hace tiempo ha captado el interés de los investigadores. Para estos, una pregunta clave es la formación de la política y la identidad regionales después de la Independencia (Glave, 2004; Walker, 1999). Los historiadores y los antropólogos históricos han investigado el estallido de movimientos culturales y proyectos folklóricos regionales en el Cusco durante el temprano siglo XX, el del indigenismo en particular (De la Cadena, 2000; López Lenci, 2007; Mendoza, 2008). El Cusco también fue un estudio de caso para el análisis de los retos del cambio político y el desarrollo en el sur andino peruano (Rénique, 1991; Tamayo Herrera, 2010). Este libro nos brinda una perspectiva regional clave de la historia de los efectos económicos y culturales del turismo, que pasaron a ser una de las fuerzas más importantes en el Cusco del siglo XX. De este modo, el libro contribuye también a un creciente campo de estudios, el cual llamó nuestra atención sobre la comprensión de la relación existente en los Andes entre las fuerzas regionales y globales9. La historia del turismo en el Cusco muestra cómo la formación de la identidad regional no es solo un proceso local, sino también transnacional.

 

Al ver más allá de las fronteras del Estado peruano, el presente libro no ignora su importancia. La última contribución que hace es usar al turismo para examinar los giros en las políticas y en la estructura del Estado nacional peruano en el siglo XX. Aunque el Estado peruano usualmente ejerció menos influencia sobre el turismo que muchos de sus pares latinoamericanos, jamás estuvo ausente de su desarrollo. En realidad, la historia del turismo en el Cusco a menudo reflejó los cambios políticos y económicos que se producían en Lima o reaccionó a ellos. En el Perú, las políticas turísticas pueden ilustrar estos giros más amplios en relación con las políticas regionales. Su examen asimismo ayuda a ampliar nuestra comprensión de la rivalidad histórica entre el Cusco y la capital nacional, librada en torno al lugar que la cultura indígena ha de tener en el Perú. El estudio de las herramientas y estrategias usadas por el Estado peruano para alentar el turismo en el Cusco puede ayudarnos también a rastrear el giro económico nacional de la ortodoxia liberal al desarrollo dirigido por el Estado y luego, en última instancia, al neoliberalismo. Además, y tal como lo mostraron las historias del turismo en Europa, el Estado frecuentemente es consciente tanto del potencial que el turismo internacional tiene para los debates en torno a la identidad nacional como de la amenaza que le presenta (Endy, 2004). El caso de Machu Picchu desarrollado en este estudio muestra la influencia que el turismo tiene sobre el nacionalismo en Latinoamérica.

Mapa 1 El Perú y la región del Cusco


Mapa 2 El Cusco y la zona de Machu Picchu


El elenco

La historia moderna de Machu Picchu es compleja e incluye un gran elenco de actores históricos. Antes de pasar a la narrativa, es importante hacer una breve presentación de algunas personas y lugares que figuran de modo prominente en esta historia.

Machu Picchu

El centro arqueológico inca al que se conoce como Machu Picchu se encuentra aproximadamente a 80 kilómetros al noroeste de la ciudad del Cusco (ver los mapas 1 y 2). Se alza a 2.430 metros por encima del nivel del mar, en la ceja de selva, ambiente de selva alta templada en la margen oriental de los Andes peruanos, entre 1.000 y 3.600 metros sobre el nivel del mar. Ocupa un nicho climático que se extiende entre los más altos y más áridos pastizales al sur y al oeste y el bosque lluvioso bajo de la cuenca amazónica, hacia el norte y el este. El río Urubamba corta la ceja de selva del Cusco y forma el fértil Valle Sagrado. El complejo arqueológico de Machu Picchu se encuentra a unos 450 metros por encima de una curva en herradura de ese río, sobre una pequeña meseta que se extiende entre dos montañas. La primera de estas se llama Huayna Picchu, que en lengua quechua quiere decir «montaña joven». Este pico, que se levanta dramáticamente al norte del sitio arqueológico, aparece en la mayoría de las fotografías de Machu Picchu. La segunda montaña, más alta, se alza al sur del complejo arqueológico y se conoce como Machu Picchu, o «pico viejo» (Wright & Valencia Zegarra, 2000). El historiador José Tamayo Herrera sostiene que Willkallaqta probablemente es el nombre quechua original de Machu Picchu. Sin embargo, en los tiempos modernos Machu Picchu tomó su denominación de la montaña vecina, puesto que hay escaso consenso en torno al nombre original del centro arqueológico (Tamayo Herrera, 2011, p. 41)10.

Muchos aspectos de la historia prehispánica de Machu Picchu son aún materia de debate. Las primeras teorías propuestas por Bingham le otorgaban un estatus casi mítico. Él creía que Machu Picchu era Tampu Tocco, el legendario lugar de origen de la civilización incaica; que era Vilcabamba, la última capital del imperio después de que sus élites huyeran del Cusco y de los españoles en 1536; y que fue el lugar en donde vivía la versión incaica de las vírgenes vestales (Bingham, 1913a, 1913b, 1915, 1916, 1922, 1930, 1948). Los arqueólogos han desmentido todas estas teorías. Creen, más bien, que las primeras construcciones se iniciaron en Machu Picchu alrededor de 1450 d. C., durante el reinado de Pachacuti, un líder que expandió enormemente el alcance económico y político de los incas. Probablemente fue una hacienda real, esto es, propiedad de un monarca inca. Parecería, a partir de su ubicación, arquitectura y traza, que Machu Picchu posiblemente tuvo un papel administrativo y ceremonial en el Imperio inca. Sigue siendo un ejemplo crucial del diseño arquitectónico y urbano incaico en una era en la cual el imperio había alcanzado el pináculo de su influencia política y cultural; y su intihuatana, un marcador ritual en piedra del movimiento del sol, es uno de los mejor conservados en el Perú. No obstante, Machu Picchu está lejos de ser el lugar históricamente más importante del reino de los incas. Siguió poblado hasta la década de 1550. Después de esto, la despoblación debida a las enfermedades y a los esfuerzos hispanos por reubicar a la población de la zona en nuevos centros poblados hizo que quedara mayormente deshabitado. Sin embargo, asentamientos rurales y el uso del lugar persistieron a lo largo de la época colonial y hasta el siglo XX (Amado Gonzales, 2016; Luciano, 2018, pp. 17-37; Reinhard, 2007; Rowe, 1990; Salazar, 2004; Wright & Valencia Zegarra, 2000, pp. 1-7).

Hiram Bingham

Son muchas las teorías formuladas por Bingham que perduran en la narrativa del turismo, no obstante los esfuerzos realizados por los arqueólogos para desvanecer los mitos sobre Machu Picchu. Otra de las afirmaciones frecuentemente repetidas por Bingham, esto es que él había descubierto Machu Picchu tras siglos de abandono, es también falsa. La zona a su alrededor estaba habitada por viejos residentes familiarizados con el lugar. Contamos con evidencias significativas de que cartógrafos y viajeros extranjeros lo habían visitado y mapeado mucho antes de que Bingham llegara allí (Greer, 2008; Heaney, 2010, pp. 83-96; Mould de Pease, 2003). Nada de esto le importó, pues su ambición personal tuvo un papel fundamental en el ascenso de Machu Picchu –y de él mismo– a la fama luego de la expedición que hiciera en 1911 a este lugar. Hiram Bingham III nació en Hawái en 1875, en el seno de una prominente familia de misioneros cristianos que había vivido en esas islas desde comienzos del siglo XIX. En 1898 se graduó de bachiller en la Universidad de Yale, donde perdió el interés por la tradición misionera de su familia y optó por las exploraciones y la historia. Hizo posgrados en las universidades de California en Berkeley y en Harvard, donde apareció como defensor de la expansión imperial estadounidense y de los ideales de una vida vigorosa. Bingham contrajo matrimonio dentro de la acaudalada familia Tiffany en 1900, y probablemente aprovechó su prominencia para conseguir un puesto como profesor en la Universidad de Yale en 1907. Al siguiente año, hizo su primer viaje a Sudamérica y asistió a la Primera Conferencia Científica Panamericana en Santiago de Chile. Bingham realizó su primera visita al Cusco en su viaje de retorno a los Estados Unidos. Esperaba entonces alcanzar la fama descubriendo Vilcabamba, la perdida capital final de los incas, a la cual la élite del imperio huyó luego de una fallida rebelión en contra de los españoles en 1536. En 1911 organizó una expedición al Perú auspiciada por Yale y financiada por un pequeño grupo de donantes privados. Fue en este viaje que Bingham llegó a Machu Picchu el 24 de julio de 1911, y rápidamente usó este descubrimiento para llamar la atención sobre el centro arqueológico y su obra. Él llegó otras dos veces al Perú con expediciones que contaban con el apoyo de Yale y de la National Geographic Society, una de ellas en 1912 y la otra en 1914-1915. Al final, Bingham partió del Perú en 1915 en medio de una serie de acusaciones delictivas, y no regresaría por más de tres décadas.

Tras su partida del país, Bingham se dedicó a otros intereses. En la Primera Guerra Mundial se alistó en el Ejército estadounidense, donde dirigió una unidad de aviación. Durante el resto de su vida se dedicó a promover el uso de la aviación en los campos militar y turístico. Entró a la política en Connecticut y con el tiempo llegó a ser senador de los Estados Unidos en 1924. En el Senado fue censurado en 1929 por tener un lobista como miembro de su personal. El incidente dañó su carrera política y en 1932 perdió la reelección. Durante el resto de su carrera, Bingham mantuvo un perfil bajo y trabajó en el sector privado. Fue solo en los años 1940, gracias a los esfuerzos por promover el turismo que tenían lugar fundamentalmente en el Perú, que comenzó a capitalizar nuevamente su vínculo con Machu Picchu. Bingham volvió a publicar acerca de los incas y sus expediciones, e incluso regresó al Perú en 1948 a promover el turismo. A su muerte, en 1956, Hiram Bingham fue cada vez más conocido por el público como el explorador que descubrió Machu Picchu11.

Cusco

Machu Picchu se encuentra en la región del Cusco, en los Andes meridionales peruanos. La ciudad capital y el área urbana más grande de la región, también llamada Cusco, está a unos 575 kilómetros al sudeste de Lima y a 3.339 metros por encima del nivel del mar. El Cusco fue la capital del Imperio inca, el cual dominó la mayor parte del territorio de las actuales repúblicas del Perú, Bolivia y Ecuador, así como una parte significativa de Argentina, Chile y Colombia. En 1533, la ciudad y el Imperio inca cayeron ante los invasores españoles. Con el establecimiento del dominio hispano, la capital política del Perú se desplazó a Lima, a orillas del Pacífico. El Cusco conservó una economía vibrante, que inició su declive solo en el tardío período colonial, en el siglo XVIII, cuando España implementó una serie de reformas administrativas y económicas que aislaron a la región de las lucrativas rutas comerciales y elevaron los impuestos. Estos cambios provocaron una masiva rebelión anticolonial que devastó la región en el decenio de 1780. El Cusco mantuvo una economía mayormente agrícola una vez que el Perú se independizó a comienzos del siglo XIX, en tanto que el poder político y económico fue concentrándose cada vez más en Lima y otras ciudades de la costa (Walker, 1999).

La mayoría de los habitantes del Cusco, a los que se conoce como cusqueños, estuvieron –y siguen así– empleados en la economía agrícola. La agricultura en las áreas semiáridas y de altiplano de las zonas central y meridional de la región está dedicada fundamentalmente al cultivo de papas, cebada y quinua. El pastoreo, en particular el de llamas, alpacas y ovejas, es también común en dichas áreas. En las zonas al norte del Cusco, a más baja altura en medio del húmedo clima de ceja de selva, surgió a finales del siglo XIX una agricultura que se especializó en la producción de coca, caña de azúcar, café y frutas. Una élite pequeña pero poderosa dominó la política regional cusqueña durante la mayor parte de los siglos XIX y XX. Ella obtenía su poder de grandes propiedades rurales, las haciendas. Frecuentemente, sus integrantes tenían casas en la ciudad del Cusco, y algunos también en Lima. Además de poseer haciendas, la élite cusqueña usaba sus recursos para invertir en otras empresas financieras y comerciales. Al comenzar el siglo XX, la mayor parte de la población del Cusco estaba conformada por indígenas hablantes de quechua. Originalmente llamados «indios», esta población indígena quechuahablante fue identificándose cada vez más como «campesina» en los años inmediatamente anteriores y posteriores a la Reforma Agraria de 1969. Estos campesinos o bien se ganaban la vida trabajando fundamentalmente como campesinos en las haciendas, o eran pequeños propietarios o habitantes de las aldeas indígenas dispersas por la región. Las condiciones en las haciendas frecuentemente eran duras para los trabajadores, en tanto que los pobladores de las aldeas indígenas y los pequeños agricultores a menudo llevaban una existencia precaria debido a los caprichos de autoridades indolentes, que frecuentemente actuaban a favor de los intereses de la élite y sus haciendas (Tamayo Herrera, 2010, pp. 1-158). La ciudad del Cusco era el centro urbano y el mercado más importante de la región. Al comenzar el siglo XX, la pequeña industria y el comercio surgieron en la ciudad. Según un censo levantado en 1912, la ciudad contaba con una población de casi 20 mil habitantes, 22% de los cuales eran blancos, 23% indígenas y 50% mestizos; y la mitad de la población seguía siendo analfabeta (Giesecke, 1913, pp. 12, 25-27). El centro urbano del Cusco creció durante el siglo XX, al igual que el de muchas otras ciudades latinoamericanas, alcanzando una población de casi 55 mil habitantes en 1940 y poco más de 350 mil en 2007. En 1940, el censo nacional peruano documentó 486.592 residentes en la región del Cusco. Para 2017, la población regional había crecido a 1.205.527 (Instituto Nacional de Estadística e Informática, s. f.). A pesar de estos cambios, que incluyen el crecimiento del turismo, las tensiones históricas entre la tradicional élite terrateniente de la región y la inmensa mayoría de habitantes rurales e indígenas siguieron siendo un factor histórico clave en el desarrollo del Cusco en el siglo XX.

 

Los turistas

A diferencia de los migrantes y otros viajeros, los turistas se ven movidos por la búsqueda del ocio y emprenden su viaje voluntariamente. Valene L. Smith identifica al turismo como un viaje definido por tres características: tiempo de ocio, ingreso discrecional y sanciones positivas locales (1989b, p. 1). Estos elementos han distinguido a los turistas en el Cusco de los viajeros llegados a la región no por motivos de esparcimiento, sino para completar escritos o a investigar. Este libro se concentra principalmente en los turistas internacionales que viajan al Cusco. Esto no quiere decir que no haya turismo doméstico. Sin embargo, se sostiene que, desde el principio mismo, el turismo cusqueño estuvo singularmente orientado a satisfacer un mercado internacional. Históricamente, los peruanos de élite y de clase media que conformaban el mercado del turismo doméstico pasaban sus vacaciones en la costa del Pacífico, a la que era más práctico llegar desde los principales centros urbanos donde la mayoría de ellos vivía y trabajaba. En consecuencia, los turistas internacionales frecuentemente han superado en número a los visitantes locales del Cusco (figura 1). Aun más importante es que la influencia del turismo internacional ha tenido un peso económico y cultural desproporcionadamente grande, a ojos tanto de los cusqueños como del Estado peruano. Muchos peruanos han viajado al Cusco y Machu Picchu, especialmente en los últimos años, a medida que la clase media crecía y que los sitios turísticos se fueron volviendo íconos nacionales. Pero el estatus de Machu Picchu y del Cusco sigue legitimado fundamentalmente por su atractivo para los viajeros internacionales. Este libro examinará por qué es esto así.

Ámbito y estilo

La narrativa de este libro abarca aproximadamente un siglo y sigue el desarrollo del turismo en Machu Picchu. Como veremos, lejos de haber sido algo predestinado, su moderna transformación siguió un largo camino histórico con muchas vueltas, que a veces terminaban en callejones sin salida. En lugar de seguir un modelo fijo, la economía del turismo cusqueño frecuentemente se vio influida por la inserción, a lo largo del tiempo, de sucesivas visiones del desarrollo y de la política cultural. Aunque improbable, este proceso no fue impredecible y a menudo reflejó las respuestas locales dadas a los cambios nacionales y globales. El presente libro sigue estos cambios para alcanzar una comprensión más amplia del turismo, de Machu Picchu y de su influencia en la identidad nacional peruana. En el Cusco, el turismo pasó por tres épocas. En la primera, de 1900 a 1948, que se examina en los capítulos uno y dos, el turismo sirvió a los intereses de la política cultural para validar la modernidad del Cusco y el folklore indigenista. En los capítulos tres y cuatro, se estudia la segunda época, entre 1948 y 1975, años en los que el turismo siguió siendo visto como una fuerza positiva y modernizadora. No obstante, la población local y el Estado central lo fueron adoptando cada vez más como una herramienta para el desarrollo y con la cual efectuar las reformas económicas necesarias en el Cusco. El período final, que corre de 1975 a 2011, se documenta en el capítulo cinco, así como en el epílogo. Machu Picchu surgió como el destino turístico y el símbolo clave del Perú. Sin embargo, en lugar de constituir una fuerza modernizadora, simbolizó cada vez más lo exótico y lo aventurero. Al mismo tiempo, el control sobre el turismo pasó de manos de la población local y el Estado a intereses privados que cada vez han sido más foráneos.

Figura 1 Arribo de turistas al Cusco, 1954-2000


Una última nota editorial. Los nombres de lugares y sitios arqueológicos del Perú han ido cambiando con el paso del tiempo. En aras de la claridad, uso el término contemporáneo más común para referirme a la ciudad del Cusco y al centro arqueológico de Machu Picchu, en lugar de otras grafías históricamente aceptadas como Cuzco o Qosqo, Machupijchu o Machu-Picchu. No obstante, en las citas directas y en las referencias he conservado la grafía original incluida en la fuente. Seguí la misma política con otros nombres en los cuales se emplean múltiples grafías, entre ellos: inca, Sacsayhuamán, Coricancha, Ollantaytambo. El pueblo al pie de Machu Picchu y sede del Gobierno local del distrito del mismo nombre también ha tenido múltiples denominaciones. Aunque la población local le conoce cada vez más como Machu Picchu Pueblo, aludo a este como Aguas Calientes para reflejar así el nombre principal usado durante la mayor parte del siglo XX y evitar confundirlo con el actual centro arqueológico. Los mismos cambios en las denominaciones valen para el estatus del Gobierno Regional del Cusco. Durante la mayor parte de su historia republicana, el Cusco fue un departamento. En la fallida reforma descentralista en las décadas de 1980 y 1990, se le fusionó con los departamentos de Madre de Dios y Apurímac para formar la Región Inka. Esta y las otras regiones del país fueron disueltas por la Constitución de 1993 y los antiguos departamentos, restaurados. Después de la creación de regiones –y gobiernos regionales– en 2002, es más común llamar al Cusco –al igual que a los otros 24 departamentos del Perú–, como Región Cusco. Entonces, mis referencias a esta corresponden a los linderos del territorio que antes se llamaba departamento y actualmente región.

4 YPEP (box 15, folder 239, «Speech copy with corrections», Washington, D. C., 11 de enero de 1913). El discurso y los eventos de la gala fueron publicados en National Geographic Magazine («Honors to Admundsen [sic] and Peary». 23, N° 1, enero de 1913, 113-130). Para más detalles de este evento, consúltese: Heaney (2010, pp. 163-166); Bingham (1989, pp. 291-292).