El valenciano Enrique Dupuy y el Japón del siglo XIX

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III. ENRIQUE DUPUY COMO OBSERVADOR COMERCIAL

9. UN HILO DE SEDA UNE VALENCIA CON JAPÓN: LOS DUPUY Y LA «BATIFORA»

En el siglo XIX la industria de la seda era floreciente en el arco territorial que va desde el Levante español, atraviesa el sur de Francia y llega hasta la Italia septentrional. En dicha área había tres centros serícolas de relevancia histórica: Valencia, Lyon y Milán. La familia Dupuy, que era originaria de Francia, se introdujo en esta tradición serícola y de ella participó también Enrique Dupuy.

En Valencia la producción de tejidos de seda tiene una antigua tradición y ha sido objeto de tantos estudios como para llenar una biblioteca.111 Ya en la Alta Edad Media la expansión árabe introdujo la producción de la seda en Sicilia y en España, y alrededor de mil trescientos documentos diversos acreditan la consolidación de esta producción. El 28 de octubre de 1477, cincuenta y seis maestros sederos «firmaban el Acta de Fundación de la “Lloable Cofraria o Almoina de l’Ofici de Velluters, sota la protecció de Sant Jerònim”».112 En 1487 Valencia contaba con «293 maestros sederos censados»,113 que operaban en estrecha relación con los comerciantes sobre todo de Pisa y Génova. Probablemente la denominación de la fábrica de los Dupuy –«Batifora», de la que aquí nos ocuparemos en la letra a– deriva del nombre de una familia de origen ligur.114

De Génova provenían también los artesanos que introdujeron en Valencia la producción del terciopelo de seda (vellut, en valenciano y velluto en italiano) y que formaron los gremios de los velluters. El actual Barri de Velluters es un barrio tradicional en el centro histórico de Valencia donde el Colegio del Arte Mayor de la Seda, por un lado, y el Palau Tamarit, por el otro, se alzan junto a la antigua Plaça del motín dels velluters, convertida hoy en Carrer de l’Actor Rivelles. El Colegio Mayor es un suntuoso palacio sede de la corporación de los sederos, que en el siglo XVII conoció un particular esplendor que ha sido documentado como «una verdadera obra maestra de la azulejería valenciana y europea del siglo XVIII»: el «pavimento de la gran Sala de la Fama»; es decir «La Fama: de “virtud moral” a “calidad textil”».115 En cambio, el Palau Tamarit fue la residencia privada «de la dinastía Tamarit», cuya trayectoria «ilustra perfectamente las oportunidades de enriquecimiento y ascenso social que proporcionaba la sedería valenciana en el siglo XVIII»,116 oportunidad que, llegando de Francia, la familia Dupuy supo aprovechar a la perfección.

La tradición no solo sigue viva en los edificios, y el viejo nombre de la plaza no es solo el recuerdo de una revuelta de los tejedores tan enérgica que tuvo que ser reprimida por el ejército: «“Anteayer aparecieron en algunos puntos de esta capital varios pasquines en que se citaba a los operarios del arte mayor de la seda para ayer a las ocho de la mañana con el fin de obligar a los fabricantes a que les aumenten el jornal”, decía el diario Mercantil Valenciano el 22 de enero de 1856».117 Aún hoy, en el mes de enero, el barrio reivindica sus peticiones sociales con la «Foguera dels velluters» en la plaza del Pilar.

Por último, el monumento civil más característico de Valencia y hoy Patrimonio de la Humanidad, la Lonja, era en origen el mercado para el comercio de la seda y se llamaba Lonja (o Llotja) de la Seda. Aquel edificio, construido a finales de 1400, daba cuenta de la solidez económica del Reino y seguramente atraía también a mercaderes de otras ciudades, para hacer frente al desequilibrio económico derivado del descubrimiento de América y del consiguiente traslado del eje comercial del Mediterráneo al Atlántico.

a) La seda en Valencia y el inicio de una tradición familiar

Con el paso de los siglos, la ciudad de Valencia fue expandiéndose hacia las «huertas» que la rodeaban. Surgieron así varias aglomeraciones agrícolas, una de las cuales fue Patraix, cuya existencia está acreditada al menos desde la época del dominio árabe y cuyo nombre aparece en el Llibre del Repartiment del siglo XIII, es decir, en el documento sobre el reparto de tierras que Jaime I de Aragón realizó después de la conquista de Valencia.118

En Patraix surgió también el convento de Santa María del Jesús, secularizado a principios del siglo XIX (en el contexto general de la «desamortización») y reconvertido en 1836 en una hilandería que se llamó la «Batifora», por el nombre de una familia de Valencia.119 Esta fábrica fue adquirida después por Santiago Dupuy de Lôme, porque el lugar era particularmente apto para sus proyectos innovadores. En efecto, este Dupuy fue el primero en Valencia en instalar una caldera a vapor en su fábrica de seda, que proporcionaba la fuerza motriz para los telares y calentaba el agua para tratar los gusanos de seda: estos se sumergen en el agua caliente hasta que se libera el hilo del que están compuestos; entonces una obrera coge un hilo y lo asegura a un instrumento para desenmarañar del capullo el hilo entero, que después se utilizará para tejer. El canal, que pasaba junto al exconvento (la «acequia de Favara»), proporcionaba el agua –que la fábrica de seda necesitaba en abundancia–, mientras que de los pueblos vecinos llegaban a diario casi trescientas obreras.

Con el tiempo la fábrica de seda se cerró y la ciudad se extendió más lejos aún, de manera que el Ayuntamiento de Patraix –que había sido un municipio independiente hasta 1870– terminó incluido dentro de Valencia, donde hoy es un barrio más. El edificio de la Batifora, que estaba también en buen estado, fue restaurado en 1999 por el municipio, que lo transformó en biblioteca pública y en centro polideportivo. Pero volvamos a la época en que la fábrica de seda se hallaba en plena actividad, y recordemos al padre de Enrique Dupuy, que llegó a ser condecorado por sus méritos empresariales y se convirtió en una figura relevante de la Real Sociedad Económica de Amigos del País.

En el área del Mediterráneo, la industria de la seda alcanzó su apogeo entre 1840 y 1850. La producción italiana de los gusanos de seda, concentrada sobre todo en el Reino de Piamonte y en el Lombardo-Véneto, era casi el doble que la francesa, mientras que España la seguía a una cierta distancia. Pero alrededor de la mitad del siglo XIX, cuando Enrique Dupuy partió para Japón, la industria europea de la seda había entrado en crisis a causa de una epidemia que diezmó los criaderos europeos de gusanos de seda, llevándolos casi hasta la extinción.

La plaga se propagó hacia la mitad del siglo XIX, coincidiendo con los problemas de inestabilidad política y económica vinculados a las revoluciones de 1848. Como la enfermedad se había iniciado en el sur de Francia, tomó el nombre de «pebrina» –por el término provenzal pebre (‘pimienta’)– porque sus síntomas producían que el cuerpo de los gusanos se cubriera de puntitos negros.120 Junto al término pebrina, parece que en Italia se usó el nombre de gattina.121 En realidad, la palabra gattina no se ha consolidado en italiano: los diccionarios que la recogen le otorgan etimologías contradictorias, haciéndola derivar, por ejemplo, de «gatta, nombre con el que en la Italia septentrional se nombra al gusano de seda».122 En verdad, más que a gatta quizá sea necesario hacer referencia a bigat, término con el que se llama al gusano de seda en piamontés.

En efecto –y esto es una prueba de la importancia de la sericicultura en la vida rural del Piamonte–, el término gattina se encuentra en piamontés junto a muchos sinónimos. El Gran Dizionario Piemontese-Italiano de 1859 dedica a la voz bigat una columna entera de fraseología, donde se puede leer, entre otros usos: «[Bigat] restà andaré o Gatiṉe: Nombre de aquellos gusanos de seda que bien por haber salido de malas semillas o por haber estado demasiado amontonados en la primera fase, se quedan casi albinos o cretinos de su especie, pequeños, tristes, y no hacen capullo o lo hacen de pésima calidad».123 Un sericultor piamontés recuerda así la difusión de la pebrina:

Los primeros indicios de la plaga aparecieron en Francia en la pequeña ciudad de Cavaillon a partir de 1840; en 1845 se manifestó en Aviñón y en Lariol; en 1846 en Nîmes; en 1849 golpeó Cevenne, Varo, Ardeche e Isère. Durante este año cuenta Quatrefages que arrasó dos mil leguas de una vez. En Piamonte, nuestra zona, los primeros indicios de la enfermedad aparecieron en 1853; en Lombardía en 1855; y después la invasión siguió golpeando con dolorosa rapidez toda Europa; después llegó hasta Asia, invadiendo las orillas del Mar Caspio, el Caucaso, Persia y hasta las costas de China, y ahora queda intacta solo una parte del Japón.124

Los gusanos de seda afectados morían o perdían la capacidad de tejer el capullo, y la enfermedad se transmitía a través de los huevos. La pebrina se difundió rápidamente también en los Pirineos y los Alpes, porque los criadores pensaban que los factores ambientales influían en la epidemia y, en consecuencia, intentaron trasplantar los gusanos supervivientes aún no infectados, contribuyendo así a la difusión de la enfermedad de forma involuntaria.

 

Mientras los mejores científicos –de Justus Liebig a Louis Pasteur– se empeñaban en encontrar una cura, los criadores no dejaban de buscar zonas donde los gusanos de seda estuvieran sanos, con el propósito de importar las simientes y salvar así sus negocios. Los «semai» italianos y los «graineurs» franceses empezaron así a extenderse hacia Oriente Medio, Uzbekistán, India, China y, por último, Japón, que se acababa de abrir al comercio con el extranjero. Pero llegar a Japón en aquella época era una empresa novelesca, y aún en nuestros días existe una célebre novela donde se narran las peripecias de uno de estos criadores en sus repetidos viajes a la «isla hecha de islas» donde, con una técnica de «mística exactitud», producían «la más bella seda del mundo»:

Una vez tuve entre mis dedos un velo tejido con hilo de seda japonesa. Era como sostener la nada entre los dedos. Y así, cuando todo parecía haberse ido al diablo por aquella historia de la pebrina y de los huevos enfermos, lo que pensó fue: «esa isla está llena de gusanos de seda. Y una isla donde durante doscientos años no ha conseguido llegar un mercader chino o un vendedor de seguros inglés es una isla donde ninguna enfermedad llegará jamás».125

La epopeya de los «semai» italianos ha sido cuidadosamente reconstruida por Claudio Zanier, cuya obra permite profundizar también en los personajes concretos, que aparecen descritos en ciento cuarenta y ocho fichas individuales.126 Entre estos no faltan los exgaribaldianos, porque ir a Japón en pleno siglo XIX para poner en práctica un comercio inicialmente ilegal requería buenas dosis de valor.

La apertura de Japón y el comercio de las «simientes de gusano» permitieron poner remedio a la extinción de los gusanos de seda europeos, pero no fue tarea sencilla. Al principio Japón no solo prohibía la exportación de las simientes de gusanos de seda, sino que mantenía en un riguroso secreto, protegido mediante la aplicación de drásticos castigos a quien lo revelara, todas las técnicas de su industria serícola. La gran disponibilidad financiera de los criadores permitía esquivar esas prohibiciones, pero en condiciones siempre riesgosas. Para «estimular a los tímidos indígenas al contrabando», se lee en una carta de 1865 del «semaio» Ulysse Pila,

había que pasar noches enteras en alta mar a la espera de un barco pesquero que, a la señal, iba entregando algunos cartones adquiridos durante la jornada. También había que anticipar sumas importantes, sin ninguna garantía, a fin de poder introducirse en el interior del país y procurarse lotes más significativos, burlar las aduanas, después quedarse un tiempo sin noticias, o perder quizás toda esperanza de recuperar las sumas arriesgadas.127

Dada la rentabilidad de este comercio para ambas partes, pronto las barreras se sustituyeron por reglas precisas y los cartones de simientes de gusano se convirtieron en uno de los principales ítems de las exportaciones del nuevo Japón. En 1864 llegaron a Japón dieciséis compradores italianos; en 1865 eran ya veinticinco. En 1864 los europeos compraron trescientas mil onzas de simientes; en 1865, tres millones. La buena calidad de las simientes japoneses compensaba la dificultad del viaje y, gracias a ellos, hacia 1870 la industria serícola europea se había recuperado, aunque solo en Italia llegó a superar la producción anterior a la pebrina. Ahora bien, la situación mundial había cambiado: el segundo productor del mundo ya no era Italia, sino Japón, que pronto superó también a China.128

La crisis serícola europea afectó también a los Dupuy, propietarios en Valencia de una industria textil. Por ello, aquí se examinará sobre todo el problema de la industria serícola española, con especial consideración de Valencia (letra a). En efecto, fue en Valencia donde se inició el impulso para confiar una singular misión a la legación diplomática de España en Yokohama, donde Enrique Dupuy era tercer secretario, a saber: el estudio de los medios para poner a salvo la crisis serícola del Levante (letra b). Para estudiar la calidad y el aprovisionamiento de las simientes de gusanos de seda, el joven secretario de legación fue autorizado por el Gobierno japonés para visitar catorce provincias de Japón, cumpliendo así una misión entonces insólita, ya que a los occidentales no les estaba permitido circular por el país. De la documentación recogida en aquellos contactos surgiría el libro de Enrique Dupuy sobre la industria japonesa de la seda, que fue impreso a cargo del Gobierno español (infra, § 10). En esta obra Dupuy recordaba que Francia e Italia lograron salvar su industria serícola gracias a las simientes importadas de Japón y, por tanto, exhortaba a España a seguir dicha vía «el día que termine la guerra civil»,129 es decir, la tercera guerra carlista.

b) El libro de Santiago Dupuy: «Poseyendo yo una fábrica de hilar y torcer la seda

El padre de Enrique, Santiago Dupuy, quería promover la producción serícola difundiendo las técnicas modernas de las que él mismo hacía uso en la Batifora y, con este fin, publicó también un libro con el propósito de que el poder político crease las condiciones para la introducción de las máquinas de vapor en las hilanderías, lo que presuponía la organización de la logística de los combustibles y un apropiado régimen fiscal. El mensaje se había confiado al ya recordado lobby de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, que en efecto aparece mencionado desde el propio título de la obra.130

La estructura del libro es más articulada de lo que sugiere el «Índice». En este aparecen una «Introducción» y doce epígrafes que se corresponden con otros tantos capítulos, que terminan con dos grandes tablas fuera del texto acerca de la «Cría de los gusanos de seda»; a esta sigue –sin que haya una «Primera parte»– una «Segunda Parte», dedicada a la industria serícola y compuesta por siete capítulos, que finalizan con una gran tabla fuera del texto acerca de la máquina de vapor en la industria serícola.

La industria de la seda era seguida con mucho interés por el mundo empresarial y por ello el libro incluye también dos escritos sobre el cultivo de la morera, considerado indispensable para aquella rama industrial. «He creído que debía incluir en esta memoria –explica Santiago Dupuy– las que han publicado dos amantes de la prosperidad de su nación, los Sres. Ronda y Carrascosa» (p. IV, n. 1). Por eso, encontraremos también en el índice una «Memoria sobre la morera de la China, multicaulis»131 y «De la morera de Filipinas, su origen, aprovechamiento y método sencillo de propagación y cultivo».132

En la «Introducción» Santiago Dupuy lanza esencialmente un mensaje positivo, porque –«a pesar de la desoladora guerra que aflige a esta desventurada nación» (p. I)– se perciben avances, a los que él quiere contribuir con un tratado sobre la producción de la seda. Quiere insistir en subrayar su posición de industrial: dado que se considera «ajeno siempre a la agricultura» (p. III), su libro no se ocupa del cultivo de la morera, al que, sin embargo, dedica dos apéndices de otros autores, porque se trata de un árbol esencial para la industria serícola.

Lo que le preocupa es la propagación de las nuevas técnicas basadas en la máquina de vapor:

Poseyendo yo una fábrica de hilar y torcer la seda, la primera que se ha establecido por medio de una máquina de vapor, parecerá a quien tenga ideas mezquinas original mi pensamiento, de querer generalizar esta importante mejora en lugar de aumentar mis beneficios, tratando de ser exclusivo ocultando lo que no era todavía conocido; probaré sin embargo que además del bien público que deseo con toda sinceridad, pues no me dirige un espíritu de egoísmo particular, mi modo de pensar es muy distinto (pp. IX y s.).

La rápida reseña de la industria serícola extranjera muestra que su interés se dirige sobre todo a Francia, con la que los Dupuy de España continuaban teniendo contactos a través de otras ramas de la familia.

Al final de su escrito subraya que el mercado español de los tejidos de seda no es particularmente atractivo: «El arte de hilar la seda à la Vocanson [i.e.: Vaucanson], es conocido en España, desde que se estableció la fábrica de Vinalesa; este fue el casi exclusivo establecimiento que se ocupó de esta fabricación que ha tenido hasta ahora muy poco consumo en el reino: las sedas que se hilaban se remitían al extranjero» (pp. 90 y s.). Sin embargo, en su opinión, solo la mejora de la técnica sería capaz de dar un giro a la situación, razón por la que confronta el uso mínimo de la máquina de vapor en la hilandería con el uso avanzado, que puede conducir a la «perfección de este arte».

A fin de contribuir en lo posible a su fomento [i.e.: de la industria de la seda] presento un estado comparativo de dos fábricas de hilar seda, montadas ambas con vapor, pero empleándolo una solamente para calentar el agua en que se hila la seda, y la otra además como motor por medio de una máquina pompe-à-feu que es como está establecida la fábrica inmediata a Valencia llamada de Batifora: este estado demuestra el coste probable y aproximado de una libra de seda comprendiendo el capullo, y los gastos de fabricación: dedicándose a estas especulaciones comerciantes, no son necesarias mayores explicaciones, cada uno antes de formar un establecimiento sabrá calcular lo que le tenga más en cuenta. Baste llamar la atención, no sobre la economía que produce una máquina de vapor sino sobre la regularidad del trabajo hecho con un movimiento igual y con un calor intenso en las perolas, graduado por la misma máquina: esta es principalmente la ventaja de este nuevo sistema que unido a la mayor ventilación posible en el local donde si hila, a fin que vaya la seda bien seca a la rueda, forma con buenos operarios la perfección de este arte.133

En otras industrias, la máquina de vapor se usa como fuerza motriz, mientras «para nada parece estar hecha una máquina de vapor de alta presión con más propiedad que para aplicarla a la hilaza de la seda que emplea su calórico y su movimiento» (p. 93). Sin embargo, la situación de guerra civil en la que se encontraba España desde hacía tiempo impedía que se difundiera el uso avanzado de esta técnica: «Es preciso pues, que solo las tristes circunstancias en que se halla España, hayan impedido hasta ahora la imitación de este sistema perfecto, concretándolo a un solo establecimiento» (p. 93), es decir la Batifora.

Como la seda española se dirigía sobre todo a los mercados internacionales, Santiago Dupuy asegura que, una vez introducidos en España los progresos técnicos por él ilustrados, «las sedas que se hilan pueden competir con las mejores conocidas» (p. 91). En cualquier caso, no sería fácil vencer a la competencia:

La calidad de la seda en España es tan buena como la primera, y de una hebra mas fuerte; hilada por el método introducido en Batifora, no puede hacerse mejor con hilandera igual; pero hay que confesar que las hilanderas de Italia y de Francia, en lo general hilan la seda con más cuidado que en España, donde todavía se necesita aprender, pero con hilanderas escogidas no hay seda mejor (p. 91, n. 1).

Santiago Dupuy tiene una visión sistemática del progreso técnico. Se da cuenta de que la difusión de las calderas de vapor no es suficiente para garantizar un progreso duradero, porque su funcionamiento requiere combustible. El combustible se obtenía entonces del árbol de algarrobo y del olivo; sin embargo, sobre todo en tiempos de guerra civil, el aumento de la demanda de combustible había llevado a la destrucción de los bosques por obtener inmediatamente del árbol aún fructífero el dinero que se podría haber extraído en tres o cuatro cosechas. Era necesario, por tanto, preparar el terreno para la importación del «carbón de piedra», que requería puertos y transportes (esto es, una infraestructura logística); por otra parte, a la vez, era necesario evitar dañar demasiado a los productores de leña. Por ello Santiago Dupuy exhorta a la Sociedad de Amigos del País, a quienes está dedicado el volumen –«lo dedico a la Sociedad de Amigos del País, como un tributo de agradecimiento por la protección que he recibido de ella», p. XIII–, a hacer presión sobre el Gobierno, con el fin de que este aboliera los aranceles sobre la importación del carbón fósil y dispusiera las infraestructuras en materia de transportes.

 

c) Un encargo para Enrique Dupuy desde Valencia al Japón

El libro de Santiago Dupuy se publicó en 1839, cuando la industria serícola prosperaba, mientras que Enrique Dupuy llegó a Japón en 1873, cuando la terrible pebrina casi había destruido por completo la industria de la seda en España, Francia e Italia. Dados los intereses de la familia Dupuy en la industria textil, no sorprende que la Sociedad Valenciana de Agricultura se dirigiese en 1874 al Gobierno español para involucrar a los representantes diplomáticos en Japón en la búsqueda de una solución para la crisis serícola. El comercio con las simientes de gusano de seda entre España y Japón ya se había puesto en marcha, pero la naturaleza extremadamente endeble de dicho bien exigía una atenta vigilancia sobre toda la cadena de abastecimiento.

El Presidente del Poder Ejecutivo de la República, acudiendo a los deseos de la Sociedad Valenciana de Agricultura, expuestos en comunicación del 30 de Abril último, cuya copia se adjunta, ha tenido bien mandar que me dirija a V.E., como de mi orden lo ejecuto, significándole la conveniencia de que por el Ministerio de su digno cargo se recomiende eficazmente al Representante de España en Yokohama, [que] preste su cooperación al comisionado de la expresada sociedad, encargado de la adquisición de semilla de gusano de seda, conforme a las instrucciones que directamente le han comunicado, ejerciendo prudente vigilancia sobre las operaciones de compra y especialmente haciendo sellar los cartones y procurando que el embarque se verifique con las precauciones y esmero indispensables. Dios guarde a V.E. muchos años.134

En una larga nota adjunta al documento ahora citado, en nombre del «Gobierno de la Provincia de Valencia, etc.», el director general escribe:

Ha llamado mi atención entre otras materias el curso que ha seguido la cosecha de la seda, desde que apareció la terrible enfermedad que amenazó destruir esta riqueza. Afortunadamente en cuanto se importó la simiente de gusanos del Japón y se efectuaron ensayos satisfactorios, se concibieron esperanzas de restablecer esta cosecha a su primitivo estado, lo cual si bien no se ha logrado por completo ha mejorado no obstante visiblemente.135

La solicitud de Valencia presentada en Madrid chocó al principio con algunos obstáculos burocráticos derivados de las competencias específicas de cada una de las oficinas, pero al final fue atendida. Que no se tratase de un encargo de interés puramente local está demostrado por el hecho de que la noticia fue recogida también en los periódicos:

El señor comisario de agricultura de esta provincia ha solicitado del gobierno que autorice a D. Enrique Dupuy y Paulín, cónsul español interino en Yokohama, para que haga un viaje de exploración al interior del Japón, con objeto de estudiar su agricultura, especialmente en el ramo de la seda, y también para hacer observaciones en ciertas industrias análogas con las que se ejercen con crédito en Valencia, como las artes cerámicas, tan adelantadas en las muestras que nos ofrecen los vasos japoneses.136

Así pues, el estudio de la situación serícola en Japón fue confiado al joven secretario, que acababa de llegar a tierras niponas: y de este modo, en aquel país en el fin del mundo, Enrique Dupuy volvía a ocuparse de un tema tradicional en su familia. Con este propósito recogió noticias y escritos, y recibió del Gobierno imperial la insólita autorización para visitar catorce provincias con objeto de estudiar la sericultura japonesa. El estudio escrito por Dupuy fue recibido favorablemente en los ámbitos diplomáticos y gubernamentales, como se desprende de la carta enviada por la legación al ministerio madrileño.

Gratísimo deber es el mío de elevar a V.E. la adjunta memoria sobre «La seda, su cultivo y su producción en el Imperio Japonés» en que ha consignado D. Enrique Dupuy de Lôme las observaciones y estudios especiales sobre esta materia a que con incansable solicitud y notable inteligencia se ha dedicado desde su llegada a este Imperio.

Penetrado de la importancia de su laborioso empeño solicité y obtuve de este Gobierno en marzo último se facilitaran a dicho funcionario pasaporte, recomendaciones oficiales a fin de recorrer y examinar personalmente los distritos serícolas de este Imperio.

Hasta qué punto ha colmado mis esperanzas el Señor Dupuy y como a sus observaciones locales ha sabido añadir el resultado de múltiples datos y de su experiencia diaria podrá V.E. apreciarlo en la Memoria adjunta.

Las dificultades de todo género con que tiene que luchar el que se dedica a descorrer el velo bajo el cual ciencias, artes, tradiciones y prácticas se ocultan al espíritu de investigación europeo; la importancia de la Memoria en cuanto se refiere a la difusión y los procedimientos japoneses entre millares de cosecheros que anualmente se dedican en nuestro país a la cría del gusano exótico, la excelencia y la minuciosidad del trabajo y por último las conocidas prendas que hacen del Señor Dupuy un más celoso e inteligente subordinado a la par que el más agradable y afectuoso compañero me impulsan a solicitar de V.E. extienda su esclarecida protección y su más venerada acogida a la interesante Memoria que tengo el honor de elevar a V.E.137

En parte gracias a esta recomendación, la memoria de Dupuy continuó con éxito su viaje burocrático, como atestigua una nota adherida a la anterior comunicación y redactada por otra persona:

La Memoria sobre la seda, su cultivo y su producción en el Imperio de Japón escrita por el 3er Secretario de la Legación de S.M. en Yokohama, Don Enrique Dupuy de Lôme, es un trabajo de gran mérito, por el esmero con que ha reunido los numerosos datos que menciona, por el método y la claridad con que los expone, por la utilidad que puede producir su lectura a las personas dedicadas en nuestra patria a ese importante ramo de industria. Debería por lo tanto remitirse al Sr. Ministro de Fomento, llamando su atención sobre lo conveniente que sería imprimirla para propagar las noticias y consejos que contiene en provecho de nuestros sericultores y hacer saber al Sr. Dupuy que su trabajo ha sido hallado digno de elogio y comunicarlo al Ministerio de Fomento con el fin indicado. V.E. resolverá. Palacio, 27 de marzo de 1875, Félix de Vejarano.138

Al final de todo este iter burocrático, la memoria de Enrique Dupuy fue confiada al Ministerio de Fomento para que este dispusiera su publicación.

De Real Orden comunicada por el Ministro de Estado participo a V.E. para conocimiento y satisfacción de Don Enrique Dupuy de Lôme que en vista del mérito de su notable Memoria sobre la seda, su cultivo y su producción en el Imperio de Japón, remitida por V.E. con un despacho del 27 de diciembre último, se ha remitido dicho trabajo al Sr. Ministro de Fomento, llamando su atención sobre lo conveniente que sería que lo mandase imprimir por cuenta del Estado a fin de propagar los interesantes datos y consejos que contiene en provecho de nuestros sericultores. Dios etc. - El Subsecretario.139

Una vez trazada la génesis de esta Memoria, conviene que hagamos una reseña de su contenido. Y ello, sobre todo, porque en el curso de la exposición técnica Enrique Dupuy evoca accidentalmente algunas de sus experiencias personales en Japón.

10. CONTINUANDO LA TRADICIÓN FAMILIAR: LA MEMORIA DE ENRIQUE DUPUY SOBRE LA SEDA NIPONA

En 1875 la biblioteca de la familia se acrecentó con un segundo libro sobre sericultura:140 se trata del fruto de las pesquisas de Enrique Dupuy, elogiadas por sus superiores por «la excelencia y la minuciosidad» con que fueron llevadas a cabo. La Memoria es el

resumen de los datos recogidos en las recientes publicaciones, tanto extranjeras como indígenas, de la conversación de todos los días con los antiguos y experimentados residentes en este país, y de lo que por nosotros mismos hemos podido observar en un viaje a través de catorce provincias, de las cuales diez producen seda en mayor o menor escala (p. 4).141

La extinción casi absoluta de los gusanos de seda en Europa como secuela de la pebrina había dado lugar a un activo comercio de simientes de gusano con Japón. Los principales importadores eran franceses e italianos «que desde el año 1865 se fijaron en Japón, como el país de que podían sacar las mejores y más sanas simientes, como el país del que sólo podía venir la regeneración de la abatida industria serícola» (p. 4). La fecha de instalación de los «semai» europeos coincide, por tanto, con el pico de la pebrina y con el paralelo riesgo de desaparición de la industria serícola europea.

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