El valenciano Enrique Dupuy y el Japón del siglo XIX

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El incidente quedaba así superado, pero la normalización de las relaciones con los estados occidentales seguía obstaculizada en Japón por las luchas internas entre los modernistas y los conservadores, así como por la fuerte aversión contra los extranjeros. A través de la legación de Estados Unidos, el Gobierno japonés envió a los representantes extranjeros la circular de 1 de mayo de 1861 sobre la limitación de las relaciones con los foráneos, dirigida a los estados sin tratado, «para hacerles saber que la exaltación de la opinión pública contra los extranjeros impide al Gobierno, a su pesar, suscribir nuevos tratados con otras potencias» (planilla 1). Esta vía indirecta de comunicación se debe al hecho de que

según nuestras leyes no nos está permitido entablar correspondencia con un gobierno extranjero cualquiera, con la excepción de aquellos gobiernos con los cuales estamos en relación de tratado; a causa de lo cual rogamos a su excelencia que tenga a bien prestarnos su asistencia de amistad y actuar en nuestro nombre, de manera que por obra de su intermediación [planillas 1-2] las traducciones auténticas de la denominada Nota Circular sean puestas en conocimiento de los gobiernos de las principales potencias del mundo.30

La circular ilustra el punto de vista japonés sobre la aversión difundida contra los extranjeros:

Nota Circular

A su Excelencia el Señor Ministro

Señor Ministro,

Durante casi tres siglos nuestro Imperio no ha mantenido relaciones con las Potencias Extranjeras.

Los productos de nuestro país eran suficientes para abastecer las necesidades del pueblo; los artículos de consumo general se obtenían a un precio moderado y casi invariable; el contento y la paz reinaban por doquier.

Sin embargo, por recomendación de Su Majestad el Presidente de los Estados Unidos, la ley relativa a la exclusión de los extranjeros fue modificada y Japón suscribió un Tratado con Su Excelencia el Comodoro Perry, Enviado Extraordinario de los Estados Unidos, el tercer día del tercer mes del primer año de la Era Ansei (31 de marzo de 1854), en el que se estipuló que la Marina de los Estados Unidos podría procurarse madera, agua y provisiones en los puertos de Simoda y Hakodaki.

Después, se adoptó otro Tratado el decimonoveno día del sexto mes del año cinco de la Era Ansei (29 de julio de 1858) con Su Excelencia el Señor Townsend Harris, Ministro Plenipotenciario de los Estados Unidos, donde se establecía el derecho de comerciar con el Japón; y más tarde se firmaron Tratados análogos con otras Cinco Potencias, que actualmente se encuentran en vías de ejecución.

Sin embargo, la operación del Comercio extranjero en los puertos abiertos a este efecto ha llevado a un resultado bien distinto de lo que nosotros esperábamos; las clases acomodadas no terminan de ver ventaja en ello, y las pobres tampoco obtienen ningún beneficio.

Los artículos de primera necesidad se vuelven más caros cada día, como consecuencia de una exportación en ascenso; y los pobres, al no estar en condiciones de abastecer sus necesidades como antaño, quedando incluso a veces expuestos al frío y al hambre, atribuyen estos problemas al Comercio extranjero y a la acción de su gobierno. Las clases altas e incluso las clases acomodadas no están a favor del Comercio con el extranjero, porque no perciben sus ventajas.

Al haberse mantenido durante tanto tiempo, el sistema de exclusión de los extranjeros se había, por así decir [4-5], identificado con el pueblo japonés, como una parte de sus costumbres establecidas; por ello, es obvio que, incluso si la dificultad que acabamos de señalar no existiera, está por completo fuera de nuestro alcance cambiar o modificar la opinión pública, y hacer desaparecer la enfermedad atribuida a la operación del Comercio extranjero.

Está fuera de duda, sin embargo, que no queda lejos el día en que nuestro pueblo reconocerá los beneficios que el Comercio con el extranjero nos aportará con seguridad; pero, dado el estado actual de la opinión pública, la conclusión de nuevos Tratados con otras Potencias tendría como resultado consecuencias muy graves y quizá, incluso la insurrección. Como en las circunstancias actuales se ha juzgado necesario retrasar la apertura al comercio de los puertos de Hiogo y Niegata, así como de las villas de Yedo y Osaka, tal y como se preveía en los Tratados, tenemos que constatar, por consiguiente, que por el momento no estamos en condiciones de acordar nuevos Tratados con otras Potencias; así pues, el objetivo de la presente es proporcionar una exposición del estado de la cuestión en nuestro país y prevenir contra el envío de agentes diplomáticos al alero de Nuestro Gobierno, con el fin de establecer nuevas relaciones extranjeras, ya que, a nuestro pesar, no podremos entablarlas.

Es deseo de Nuestro Gobierno que la exposición que acabamos de hacer sea puesta en conocimiento de los diversos Gobiernos de las Principales Potencias del Mundo.

Comunicado con respeto y educación. En Yedo, siendo el vigésimo segundo día del tercer mes del año de la Era Bunkiu (1 de mayo de 1861).

(Firmado) Koutsi Yamato no kami

Ando Isousima [Tsousima?] no kami

Ministros de Asuntos Exteriores de Su Majestad el Taicun del Japón (Conforme para traducir)

A. L. C. Portman, Intérprete de la Legación de los Estados Unidos en Japón.

Este apartado no intentará reconstruir la compleja génesis del tratado hispano-japonés, concluido efectivamente en 1868, sino que se limitará a citar algunos documentos inéditos de los diplomáticos en Asia oriental. Estos diligentes funcionarios buscaban en 1863 sacudir la inercia del lejano Gobierno madrileño, informándole sobre las posibles ventajas económicas y sobre la competencia de otras potencias en el Imperio del Sol Naciente, pero también sobre las disensiones internas y sobre la animadversión contra los extranjeros:

Las complicaciones de los extranjeros en Japón tampoco caminan a su desenlace. Allí permanece de respeto la escuadra Anglo-Francesa, a la que se agregó la de Holanda compuesta de tres fragatas y dos corbetas. Las relaciones de los Almirantes y de los Ministros extranjeros con el Taicun continúan siendo satisfactorias y los Daimios o Señores de país con el soberano el Mikado aprestándose a la guerra y fulminando contra los extranjeros edictos de exterminio. En Kanagawa había sido bárbaramente asesinado un oficial de marina francés y en Nagasaki fuera maltratado con crueldad un guardia marina inglés. En ambos puertos los autores de estos crímenes pertenecían a las milicias de los Daimios. El comercio completamente paralizado (planilla 4).31

Mientras tanto España había pedido a los astilleros franceses un acorazado, de cuya construcción dio cuenta Henry Dupuy de Lôme, como instrumento para volver a reafirmarse como gran potencia marítima: la Numancia se echó a la mar en 1864 y fue enviada de inmediato a Sudamérica para participar en la Guerra del Pacífico contra Chile y Bolivia, que tuvo lugar entre 1865 y 1866. Los primeros acorazados no estaban adaptados a largos viajes y la Numancia regresó a España pasando por Filipinas (donde llegó el 8 de septiembre de 1866) y Brasil, convirtiéndose así en el primer acorazado que había dado la vuelta al mundo en más de dos años y medio. El tratado hispano-japonés todavía no había concluido, y el diplomático Sinibaldo de Mas recuerda que desde Hong Kong

«una casa mercantil de aquella plaza quiso enviar a Yokohama un buque español, y no fue posible por la falta del tratado. Ahora se ha perdido una excelente ocasión de presentarse [planillas 2-3] por primera vez en aquella región con decoro y prestigio, pues hemos tenido durante algunos meses en Manila sin hacer nada la fragata blindada “Numancia” de 7.500 toneladas y la fragata “Berenguela” [ambas de regreso de la Guerra del Pacífico]. La primera ya salió para España y la segunda también creo tiene orden de marchar. Fuera de estos buques no hay en el archipiélago más que corbetitas pequeñas y viejas sin apariencia alguna. La “Numancia” hubiera causado un gran efecto por ser el primer [planillas 3-4] buque blindado y de ese porte que allí hubieran visto. En fin nosotros siempre hemos de hacer las cosas tarde y mal». Él pide después de decirle «con franqueza lo que vaya ocurriendo» [planilla 4] con el tratado porque considera próxima su conclusión, el que permitiría de «arreglar la emigración de Chinos para Cuba, después de lo cual, si nada me queda aquí de hacer, será muy posible que me marche» (planilla 4).32

Si el tratado llegó con retraso, comenta Sinibaldo de Mas, «no hay mal que bien no venga», porque al mismo tiempo se había abierto el puerto de Osaka, lo cual inducía a pensar en un posible cambio de las sedes diplomáticas. En este punto de su carta describe la situación de Japón en términos europeos:

Osaca está inmediato a Hiogo (o sea Miaco), lo mismo que Yokohama lo está a Yedo. En Hiogo reside el Mikado, que es el verdadero [planillas 2-3] Jefe de la Confederación Japonesa. Es una especie de Papa. En otro tiempo él gobernaba lo espiritual y temporal. Para lo último tenía un ministro especial. En la época en que los portugueses y españoles llegaron a aquel archipiélago (en donde fueron magníficamente recibidos), se encendió una guerra civil procedente de la rivalidad entre los frailes cristianos y los bonzos budistas. El Mikado era hombre débil e incapaz; y su ministro para lo temporal, que [planillas 3-4] se llamaba Taikosama, expulsó a los frailes, apaciguó a los budistas, y se arrogó el mando temporal estableciéndose en Yedo, con una especie de Constitución oligárquica a la que se ha dado el nombre de «Leyes de Taikosama», que dura aún hoy día. De todo esto es muy posible y aun probable que la residencia de los extranjeros, que hasta ahora ha estado en Yokohama con acceso a Yedo, se traslade a Osaca con acceso a Hiogo. Ya comprenderá Ud. las dificultades que tales cambios acarrean.33

 

La presencia de las fragatas y corbetas no solo tenía la misión de reforzar la imagen de las potencias occidentales, sino también la de proteger y, si fuese necesario, servir como refugio para los propios conciudadanos y para los occidentales. Por esta razón, además de apoyar la conclusión del tratado, en 1867 la legación de Yokohama volvió a solicitar que una nave de guerra española se presentase en un puerto de Japón:

«En 25 de marzo el Sr Ministro de Marina contestó a la anterior Real Orden que no había en Filipinas ningún buque con las condiciones necesarias para destinarle a la comisión indicada, pero que aún que lo hubiera sería muy costoso dedicar un buque de guerra a ese servicio por el gran consumo de combustible que necesitaría [?] y que por lo tanto cree que de todos modos más conveniente que la misión diplomática de que se trata se traslade con los vapores mercantes que hacen su servicio en esos mares». Como «no se puede demorar indefinidamente en celebrar tratados de amistad y comercio con el Japón, Cochinchina y Siam ruego a V.E. se sirva manifestar si a su juicio habría inconveniente en que la misión diplomática de que se trata fuera en un vapor mercante, pues conoce V.E. la gran importancia que tendría para el comercio de Filipinas la apertura de esos grandes mercados».34

También la marina militar declaraba no poder proporcionar una nave de guerra porque «en la actualidad no existen en aquel Apostadero más que fuerzas navales de muy corta representación, pues el único buque de alguna entidad que tenía allí, el cual era un vapor de ruedas de 330 caballos, acaba de ser desarmado» por vetusto.35 Sigue la doliente respuesta de Félix de Vejarano: «Ha habido algunos otros Plenipotenciarios que han ido en buque mercante, como el de Portugal»; pero la dignidad de España exigiría una nave de guerra, aunque en cualquier caso era mejor ir enseguida con vapor mercante, que tardar más.36 En efecto, las otras potencias europeas se presentaban de modo más solemne:

Ha llegado a este puerto la Fragata de Guerra Prusiana «Vineta»37 de 24 cañones y 400 caballos de fuerza, [y] que según noticias fidedignas se esperan dos más, para formar la Expedición que ha de tomar posesión de la Isla Formosa. Como España tiene tan cerca una de sus Mejores Colonias creo que esta noticia puede tener alguna importancia para el Gobierno de S.M.38

Sin embargo, la noticia no conmueve en absoluto a la burocracia madrileña, ocupada como estaba con los acontecimientos internos; no tiene mejor suerte el envío de «un ejemplar del tratado de amistad, comercio y navegación, últimamente concluido entre Dinamarca y Japón»;39 ni la noticia de que «el 25 de agosto último [1866] se firmó en Yokohama un tratado de paz y comercio entre Italia y Japón»,40 ni tampoco la noticia de que «el Ministro de Bélgica ha firmado el 1º de Agosto último un tratado satisfactorio con el gobierno del Japón; y que los enviados de Dinamarca y de Italia estaban concluyendo los suyos».41 Mientras tanto se estaba construyendo el Canal de Suez, que se abriría en 1869, y ya en 1866 el cónsul de España en Singapur reincidía en la exigencia del tratado con Japón, tomando en consideración la entera cuenca del Mediterráneo y comunicando la llegada de la

fragata de vapor italiana «Magenta»,42 conduciendo al negociador de su nación para aquel imperio y para los demás estados del continente asiático oriental. Hay la curiosa coincidencia que lleva también a bordo dicha fragata naturalistas y fotógrafos, como yo aconsejaba en mi citado despacho, formando los comisionados, con el estado mayor del buque, un total de 26 oficiales. Objeto de la misión italiana [1-2] es abrir a su comercio los puertos del Extremo Oriente.

Una vez roturado [?] el istmo de Suez los pueblos ribereños del Mediterráneo son los llamados principalmente al tráfico con estas regiones. Francia, sin más puerto mercantil importante sobre aquel mar que Marsella, ya lo tiene asegurado, Italia lo tendrá y es urgentemente necesario que lo tenga España, con una sucesión de excelentes puertos en el litoral que se extiende desde el golfo de San Jorge hasta la bahía de Cádiz. Esto sin contar con los intereses de Filipinas, que deben desplegarse prodigiosamente con la navegación de su matrícula al interesante grupo de islas que forman el imperio japonés.43

A principios de 1868 la conclusión del tratado de comercio y navegación se aproxima: se le encargó al plenipotenciario español en Pekín la preparación de un proyecto que se inspiraba también en los tratados ya existentes,44 y en ese mismo año se lleva a cabo la ratificación del tratado.45 Desde este momento España pudo acceder a los puertos japoneses abiertos al extranjero. Sin embargo, fueron muy pocos los comerciantes españoles o filipinos que hicieron uso de dicha posibilidad. Casi todos los escritos que aquí se examinarán percibían en esta ausencia un signo más de la imparable decadencia del sino imperial de España.

II. ENRIQUE DUPUY EN LA ERA MEIJI: «HE SENTIDO LATIR EL CORAZÓN DEL JAPÓN»

6. EL COMIENZO DE LA CARRERA DIPLOMÁTICA: DE VALENCIA A JAPÓN

Enrique Dupuy de Lôme y Paulín nació en Valencia en 1851, en el seno de una familia de origen francés46 que se había establecido en dicha ciudad a principios del siglo XIX para dedicarse a la producción de la seda. En Francia, el ingeniero naval Henri Dupuy de Lôme (1816-1885) se había hecho célebre sobre todo como constructor de buques de guerra y, en 1875, en Japón, Enrique Dupuy tuvo la oportunidad de encontrarse con sus antiguos alumnos durante una visita al Arsenal de Yokosuka, donde estos contribuían a equipar la moderna flota japonesa.47 De la rama española formaban parte Santiago Luis Dupuy de Lôme Guillemain (1819-1881), de familia noble que se trasladó a España después de la Revolución francesa, se consolidó en Valencia como político y como emprendedor con industrias de seda y de vinos (cf. infra, § 9); Carlos Dupuy de Lôme Paulín (1853-1921), hijo de Santiago, también él industrial de la seda y político valenciano, asimismo cónsul en Paraguay (1881) y en Bolivia (1882); Federico Dupuy de Lôme (1855-1924), militar y político conservador. En esta dinastía se sitúa nuestro Enrique Dupuy de Lôme y Paulín (1851-1904), primogénito de Santiago.48

a) La elección de la carrera diplomática: una vida en síntesis

Enrique Dupuy entró en la carrera diplomática jovencísimo y con óptimos apoyos: el de su padre Santiago Luis, que además de industrial fue gobernador de Cádiz y de Barcelona, mientras que Federico, militar, fue senador y gobernador de Oviedo y de Alicante. El contexto social de Enrique Dupuy está bien descrito en el periódico La Época de Madrid, del que fue también asiduo colaborador. Su regreso a la patria en 1875, durante el traslado de la sede de Japón a la de Bélgica, está documentado de la siguiente manera:

Leemos en un periódico de Cádiz: «Ayer ha salido de la ciudad, donde ha permanecido algunos días al lado de su distinguida familia, el ilustrado joven D. Enrique Dupuy, hijo del señor gobernador civil de esta provincia. Se dirige a Bruselas para desempeñar el cargo de secretario de la legación de España en aquella capital, después de haber estado en el Japón y dado la vuelta al mundo, regresando a Europa por los Estados Unidos. “La Época” ha publicado interesantes descripciones de los viajes del Sr. Dupuy, que además sabemos va á dar a la estampa sus observaciones sobre lo que ha hecho al interior del Japón, a la China y a los Estados Unidos. Honra también su ilustrada solicitud por obtener ventajosos frutos de su carrera diplomática, el folleto que ha escrito sobre la producción de la seda en el Japón, y que el Gobierno hizo publicar, apreciándolo con justicia en lo que vale. Las relevantes dotes del Sr. Dupuy le abren sin duda un gran porvenir en su carrera».

Nada tenemos que añadir a estos merecidos elogios, como no sea la confirmación de la noticia de que obran en nuestro poder unos estudios sobre el Japón, escritos por el joven Sr. Dupuy, que tendremos mucho gusto en publicar cuando dispongamos del espacio necesario para ello.49

Pocos meses después, la reseña social «Ecos de Madrid», del mismo periódico, anunciaba el matrimonio de Enrique Dupuy, donde llama la atención el hecho de que uno de los testigos fuese el político conservador más en boga de la época, Antonio Cánovas del Castillo, que a la sazón era presidente del Gobierno:

Algunas bodas para concluir. «Ayer ha debido celebrarse en Cádiz la del joven apreciable escritor y diplomático, hijo del gobernador de la provincia, D. Enrique Dupuy, con la señorita Adelaida Vidiella, hija de unos de los mas acaudalados capitalistas de la ciudad. Los padrinos habrán sido la baronesa de Cortes y el Sr. Cánovas del Castillo, representados por individuos de la familia de los contrayentes. No tardaremos a ver en Madrid a los jóvenes recién-casados, pues el Sr. Dupuy ha abandonado su puesto de tercer secretario de la legación de España en Bruselas meramente para venir a recibir la bendición nupcial, y regresará allí en seguida».50

Una vez en el Ministerio de Asuntos Exteriores después de la licenciatura en Derecho en Madrid, su primer destino fue Japón y su carrera prosiguió después –como se ve en detalle en su hoja de servicio recogida en el § 2, p. 27– en Bruselas, Montevideo, Buenos Aires, París, Washington y Roma.

En Washington se produjo un incidente que le puso en el centro de las polémicas internacionales; a la espera de volver sobre este particular con más detalle en el § 15, podemos resumirlo aquí brevemente. Mientras ejercía como embajador de España en Washington durante la época de la insurrección de Cuba, en 1898, escribió al político Canalejas una carta que fue interceptada por los insurrectos cubanos y remitida al New York Journal de la cadena Hearst. Fue publicada con un gran escándalo típico de la «prensa amarilla» de esos años: las graves críticas que dirigió con un «monstrous language» al presidente americano William McKinley le obligaron a presentar la dimisión.51 Esta carta, se dice, contribuyó al estallido de la guerra hispano-americana de 1898. Así las cosas, es comprensible que, al estudiar a Enrique Dupuy, la atención de los historiadores se haya centrado sobre todo en este suceso.52

Después de Washington y tras una permanencia en el Ministerio en Madrid, desde 1900 fue embajador en Italia durante dos breves periodos, hasta su muerte en 1904.

Dupuy fue un diplomático especialmente versado en las relaciones comerciales: seguía con atención tanto los acontecimientos políticos como los problemas específicos de los estados donde prestaba servicio. Esta curiosidad intelectual le llevó a escribir numerosos libros y artículos, de los que intentaremos dar cuenta en las páginas siguientes y, en particular, en la bibliografía de las pp. 267-315. Sin embargo, es en sus escritos sobre Japón en los que se centrarán las próximas páginas.

 

Enrique Dupuy es autor de dos libros de memorias sobre Japón. El primero, publicado en 1877, describe la vuelta al mundo que llevó a cabo para regresar a España desde Japón atravesando Estados Unidos.53 En cambio, el segundo es un estudio íntegramente dedicado a Japón y publicado en 1895,54 aunque Dupuy había proyectado este último escrito durante la elaboración del primero.55 Además, en el texto de 1895 incluyó un escrito propio que se remontaba a los años japoneses, que por su especial interés se comentará (§ 8) y se reproducirá en este volumen (pp. 171-265).

Ahora bien, cabe llamar la atención sobre el hecho de que el texto, escrito casi treinta años antes, fue revisado por Dupuy tomando como base la documentación que le habían proporcionado los diplomáticos japoneses durante su residencia en Chicago en 1893, y quizá también en el momento de la elaboración del volumen de 1895. Esto conlleva que ciertos de sus reenvíos elípticos a luchas o guerras en curso no siempre son atribuibles con seguridad a un evento preciso. Justo en el prólogo del volumen de 1895 una de sus notas confirma estas dudas, puesto que allí se lee: «Estos tres capítulos y el intitulado 27 años de Meiji [es decir, el aquí reproducido], que he escrito ahora, forma este primer tomo».56 Con toda probabilidad, el inciso «que he escrito ahora» se refiere al entero volumen de 1895, y no solamente al capítulo acerca de la época Meiji. En definitiva, es prudente concluir que el capítulo 27 años de Meiji aquí reproducido tiene como base los apuntes de los años setenta, cuando Dupuy todavía estaba en Japón, así como algunos añadidos de los años noventa en Estados Unidos y quizá también en Berlín.

A continuación, se especificarán estas sucintas menciones a la carrera diplomática de Dupuy en lo que se refiere a su estancia en Japón.

b) La asignación a la legación española de Yokohama

Enrique Dupuy se incorporó el 4 de marzo de 1869 al Ministerio de Asuntos Exteriores, como acredita un certificado del Ministerio de Asuntos Exteriores (Ministerio de Estado), al que se anexa otra hoja de servicio:57

El Subsecretario del Ministerio de Estado - Certifico: que de los antecedentes que obran en el expediente personal de Don Enrique Dupuy resulta que por orden del Ministro de Estado como Individuo del Poder Ejecutivo de 4 de marzo de 1869 fue nombrado «Agregado Diplomático» supernumerario y destinado a este Ministerio, de cuyo destino tomó posesión el día 6 siguiente; que por orden del Gobierno de la República de 17 de Abril de 1873 fue nombrado Secretario de 3a clase en el Japón [en el anexo: de la Legación de España en el Japón] con el sueldo personal de 3,000 pesetas anuales y tomó posesión el 23 de julio del mismo año; que por orden del Presidente del Poder Ejecutivo de la República de 11 de mayo de 1874 fue anulado el ascenso anterior y declarado cesante, disponiendo a la vez que figure en el escalafón de Agregados Diplomáticos con la antigüedad correspondiente, destino que desempeñó hasta el 1º de septiembre del mismo año.58

Que por orden del Presidente del Poder Ejecutivo de la República de la misma fecha que ascendió a Secretario de 3a clase en el Japón con el sueldo personal de 3,000 pesetas anuales y tomó posesión el mismo día; que por Real Orden de 24 de mayo de 1875 fue trasladado con igual sueldo y categoría a Bruselas tomando posesión de este destino el 1º de Noviembre del mismo año…

Un grupo de documentos,59 aquí citados conjuntamente en aras de la brevedad, nos permite seguir los primeros pasos de la carrera diplomática del joven Enrique Dupuy, que en 1872 pidió ser admitido «al concurso del próximo 4 de octubre»,60 superado el cual se convirtió en secretario de 3.a clase.61 Mientras tanto desarrollaba los típicos trabajos de oficina de un funcionario ministerial, escribiendo por ejemplo un largo informe sobre los sucesos ligados a la expulsión de Cuba del cónsul austriaco Emil Weyss, debido a sus contactos con los revolucionarios cubanos.62

Enrique Dupuy tenía veintidós años cuando recibió el primer nombramiento para el extranjero:

Hallándose vacante el puesto de 3er Secretario de la Legación de España en el Japón y reuniendo V. las condiciones que marcan los artículos 7 de la Ley y 17 del Reglamento orgánico de la Carrera diplomática, el Gobierno de la República se ha servido nombrar a V. para el citado destino con el sueldo personal de 3,000 pesetas anuales y 4,000 pesetas más para gastos de representación asignada a dicha plaza en el presupuesto vigente.63

El documento reproducido en la página 172, formaliza el nombramiento en Japón, y precisa que Enrique Dupuy «tomó posesión del destino» el 23 de julio de 1873.64

Al mismo tiempo, las actividades del ministerio madrileño habían sido comunicadas a la legación española en Japón, que acusa «recibo del despacho n. 14, fecha 17 de Abril [1873], comunicándome el nombramiento de D. Enrique Dupuy de Lôme para el cargo de secretario de 3.a de esta Legación»65 y, a la espera, pospone el pago de un auxiliar «hasta la llegada del Sr. Dupuy».66 Por último, en julio de 1873, «por el vapor-correo francés del 23 del corriente llegó aquí el Sr. Dupuy de Lôme, y que el mismo día tomó posesión de su destino».67 Inicia así para Enrique Dupuy una estancia en Japón que durará dos años.

c) La rutina de la legación española en Yokohama

Japón era entonces una sede diplomática particularmente incómoda, aunque interesante, porque los deberes de la legación española en Yokohama reflejaban los acontecimientos que cotidianamente marcaban la occidentalización de Japón. Las diversas comunicaciones rutinarias que se enviaban al ministerio madrileño dan cuenta de lo que despachaba día a día el joven Dupuy.68 Por ejemplo, entre los mensajes enviados a partir de 1870, es decir, tres años antes de la llegada de Dupuy, el encargado de negocios señalaba eventos marginales (como la activación del faro de Mikamoto, dado que se iba intensificando el tráfico marítimo), pero también decisiones revolucionarias para Japón, como cuando «participa haber sido abolidos los edictos de proscripción contra los cristianos, y trata extensamente la cuestión de la libertad religiosa en Japón».69 Como consecuencia de esta medida, el 4 de abril de 1873 podía comunicarse que habían sido «puestos en libertad todos los perseguidos o presos como cristianos». Un año después, una breve noticia periodística informaba de que «por el último correo de Yokohama se han recibido noticias del Japón. El Mikado ha expedido un decreto en que prohíbe dirigir a los japoneses convertidos al cristianismo el injurioso epíteto de kueits (diablos) y dispensa a los mismos de contribuir a la conservación de los templos paganos».70

Mientras tanto, Japón estaba intentando conservar o volver a ganar espacios políticos en peligro por la expansión occidental. El 9 de septiembre de 1873, «en vista del próximo regreso a este Imperio del Sr. Iwakura –es decir, de la importante misión que había examinado en Europa y América la organización del Occidente y que en parte volvía a entrar en Japón en la misma nave en la que había embarcado Enrique Dupuy– toda negociación referente a las cuestiones importantes que debe abrazar la revisión de los tratados ha sido suspendida».71 Desde el punto de vista diplomático, en efecto, la revisión de los «tratados injustos» era la medida indispensable para que Japón reconquistara la plena soberanía, parcialmente perdida con la apertura de sus puertos a los occidentales. Por otra parte, Japón luchaba también para que todo lo que quedaba de su soberanía no fuese tocado ulteriormente: por ello, el 17 de noviembre de 1873 la legación española comunicaba el fracaso de la conferencia sobre la libre circulación de extranjeros, que durante cierto tiempo habían seguido siendo confinados en algunas áreas portuarias. En el mismo año, en un voluminoso fascículo, el encargado de negocios Emilio de Ojeda daba la noticia de un «Convenio con Italia sobre circulación de extranjeros en aquel Imperio» y del «Projet d’une convention provisoire relative à la circulation des Étrangers dans l’intérieur du Japon», presentado por el ministro de Italia al Gobierno del Tenno.72

Además, la revisión de los tratados no solo presentaba dificultades intrínsecas, sino que también debía tener en cuenta los sucesos políticos generales, cuyos cambios no facilitaban las negociaciones. En España había caído la monarquía y el 29 de marzo de 1873 la legación «da cuenta de haber recibido un telegrama anunciando la proclamación de la República, y de la conferencia que con este motivo tuvo con el Ministro de Negocios Extranjeros». Pocos meses después Japón realizó una reforma política fundamental y el 26 de enero de 1874 Emilio de Ojeda informaba a su Ministerio sobre la instauración del régimen parlamentario en Japón.

Junto a estos avatares institucionales, que complicaban las negociaciones diplomáticas más importantes, se atendían a diario los asuntos menores de la legación: desde una «grave reyerta entre marineros filipinos y franceses», o «disturbios en Formosa atribuidos a un misionero español», hasta «queja del Capitán del puerto de Afra contra el comandante del buque japonés», pasando por el «incidente suscitado con motivo del traslado del asta bandera de la legación». Y todo ello sin que hubiera españoles en Japón, como da testimonio Enrique Dupuy en las páginas aquí publicadas (cf. infra, p. 186). En efecto, los marineros eran casi siempre súbditos españoles, pero filipinos, y los misioneros, aun siendo españoles, tenían a menudo el pasaporte francés, nación protectora del catolicismo en Oriente.