Cuando la hipnosis cruzó los Andes

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Este libro resulta de un proyecto realizado a cuatro manos. Si bien cada uno de nosotros estuvo a cargo de la búsqueda documental y del análisis inicial de los materiales relativos a cada región, el producto final revela el efecto de un abordaje mancomunado, hecho de repetidos intercambios y reescrituras. Tan intensa fue la colaboración entablada, que nos resulta imposible e improcedente deslindar qué fragmentos deberían llevar la firma de cada cual.

MARÍA JOSÉ CORREA16 Y MAURO VALLEJO

ENTRE SANTIAGO Y BUENOS AIRES

JULIO DE 2018

1 Sander Gilman, “The image of the hysteric”, en Sander Gilman, Helen King, Roy Porter, George Rousseau & Elaine Showalter, Hysteria beyond Freud (Berkeley: University of California Press, 1993), pp. 345-436.

2 D. Younger, The magnetic and botanic family physician, and domestic practice of natural medicine, with illustrations showing various phases of mesmeric treatment (London: E. W. Allen, 1887), p. 53.

3 La bibliografía histórica acerca de la hipnosis ha crecido de modo acelerado en los últimos años, y son cada vez más numerosas las monografías sobre su desarrollo en contextos y períodos bien recortados. Hay textos clásicos que siguen brindando un panorama general y razonado: Adam Crabtree, From Mesmer to Freud. Magnetic sleep and the roots of psychological healing (New Haven: Yale University Press, 1993); Alan Gauld, A history of hypnotism (Cambridge: Cambridge University Press, 1995); José María López Piñero, Del hipnotismo a Freud. Orígenes históricos de la psicoterapia (Madrid: Alianza Editorial, 2002); Luis Montiel & Ángel González de Pablo, En ningún lugar, en ninguna parte: estudios sobre la historia del magnetismo animal y del hipnotismo (Madrid: Frenia, 2003); Judith Pintar & Steven Jay Lynn, Hypnosis: A brief history (Chichester: Wiley-Blackwell, 2008); Alison Winter, Mesmerized: Powers of mind in Victorian Britain (Chicago: The University of Chicago Press, 1998). Entre las propuestas recientes está el dosier coordinado por Andreas-Holger Maehle & Heather Wolffram, “History of hypnotism in Europe and the significance of place”, The Royal Society Journal of the History of Science, 71(2), 2017.

4 Desde hace unas tres décadas, la propuesta de estudiar los procesos y agentes que hicieron posible la movilidad o el tránsito de la ciencia o del conocimiento ha significado una fecunda renovación en la agenda de trabajo, las hipótesis y las conclusiones de esa parcela de la labor historiográfica. Una reciente compilación de Carlos Sanhueza sirve de excelente muestrario de los alcances de dicho proyecto en lo que hace a la historia de la ciencia en nuestra región. Cf. Carlos Sanhueza (ed.), La movilidad del saber científico en América Latina. Objetos, prácticas e instituciones (siglos XVIII al XX) (Santiago: Editorial Universitaria, 2017).

5 En tal sentido, nuestro libro dialoga con las variadas investigaciones sobre “charlatanes” o “curanderos” que, amén de moverse a sus anchas en la región, fueron actores significativos en las tramas culturales o científicas que los alojaron. Cf. Jorge Márquez & Victoria Estrada, “Culebrero, tegua, farmaceuta y dentista. El Indio Rondín y la profesionalización médica en Colombia, 1912-1934”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, 45(1), 2018, pp. 79-104; Steven Palmer, “La voluntad radiante del Profesor Carbell: medicina popular y populismo médico en Costa Rica en el decenio de 1930”, en Diego Armus (ed.), Entre médicos y curanderos. Cultura, historia y enfermedad en la América Latina moderna (Buenos Aires: Editorial Norma, 2002), pp. 259-292; Irina Podgorny, Charlatanería y cultura científica en el siglo XIX (Madrid: La Catarata, 2015); Ramón Velásquez, Joaquín Crespo. El último caudillo militar del liberalismo venezolano. Andanzas caraqueñas del curandero tachirense Telmo Romero (1884-1887) (Caracas: Ediciones Teura, 2011).

6 Oliver Hochadel, “The business of experimental physics: Instrument makers and itinerant lecturers in the German Enlightenment”, Science & Education, 16(6), 2007, pp. 525-537.

7 Pese a que la historiografía médica se ha expandido considerablemente en los últimos años en Chile, aún es reducida y acotada a ciertas problemáticas. Para una entrada al estado de esta producción, cf. María Soledad Zarate & Andrea del Campo, “Curar, prevenir y asistir: Medicina y salud en la historia chilena”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos [Online], Debates, junio 2014.

8 Ricardo Cruz-Coke, Historia de la medicina chilena (Santiago: Editorial Andrés Bello, 1995). Cf. Ricardo González Leandri, Curar, persuadir, gobernar. La construcción histórica de la profesión médica en Buenos Aires, 1852-1886 (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1999).

9 Cf. Diego Armus (ed.), Entre médicos y curanderos, op. cit.; María Silvia Di Liscia, Saberes, terapias y prácticas médicas en Argentina (1750-1910) (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2003); José Allevi, Adrián Carbonetti & Paula Sedrán, “Médicos, administradores y curanderos. Tensiones y conflictos al interior del arte de curar diplomado en la Provincia de Santa Fe, Argentina (1861-1902)”, Anuario de Estudios Americanos, 75(1), 2018, pp. 295-322; Patricia Palma, “Sanadores inesperados: medicina china en la era de migración global (Lima y California, 1850-1930)”, História, Ciências, Saúde-Manguinhos, 25(1), 2018, pp. 13-31.

10 Quien probablemente ha avanzado con mayor acierto en esa dirección es Valeria Pita en su estudio de la heterogeneidad de actores sociales, representaciones e intereses que rodearon el tratamiento y la interpretación de la locura femenina en Buenos Aires en la segunda mitad del siglo XIX. Cf. Valeria Pita, La casa de las locas. Una historia social del Hospital de Mujeres Dementes, Buenos Aires, 1852-1890 (Rosario: Prohistoria, 2012).

11 Las fronteras y definiciones de la medicina y la charlatanería han sido revisadas y problematizadas desde fines de los años 80. Cf. Roy Porter, Quacks: Fakers and charlatans in English medicine (Stroud: Tempus, 2000); Waltraud Ernst (ed.), Plural medicine, tradition and modernity, 1800-2000 (Londres: Routledge, 2002); y Roger Cooter (ed.), Studies in the history of alternative medicine (Londres: Palgrave Macmillan, 1988).

12 Cf. Sofie Lachapelle, Conjuring science. A history of scientific entertainment and stage magic in modern France (Nueva York: Palgrave Macmillan, 2015); Annette Mülberger (ed.), Los límites de la ciencia. Espiritismo, hipnotismo y el estudio de los fenómenos paranormales (1850-1930) (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2016); Heather Wolffram, The stepchildren of science: Psychical research and parapsychology in Germany, c.1870-1939 (Nueva York: Editions Rodopi, 2009). Respecto de la pregunta por el cruce entre los procedimientos e instancias de la ciencia y aquellos de lo teatral, cabe recomendar la lectura de un reciente volumen que recoge ensayos históricos sobre esa temática en la región: María José Correa, Andrea Kottow & Silvana Vetö (eds.), Ciencia y espectáculo. Circulación de saberes científicos en América Latina, siglos XIX y XX (Santiago: Ocho Libros, 2016).

13 La investigación de Diego Armus acerca de la tuberculosis en Buenos Aires continúa siendo el proyecto más ambicioso y esclarecedor en lo relativo a la localización de las empresas médicas en dinámicas culturales más extensas, incluyendo el mercado. Cf. Diego Armus, La ciudad impura. Salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870-1950 (Buenos Aires: Edhasa, 2007).

14 A ese respecto, vale mencionar un volumen que compila ensayos históricos sobre la comercialización y difusión de medicamentos en la región, así como sobre los conflictos judiciales que ese proceso acarreó. Cf. Yuri Carvajal & María José Correa (eds.), Historia de los medicamentos. Apropiaciones e invenciones en Chile, Argentina y Perú (Santiago: Ocho Libros, 2016).

15 Alison Winter, “The construction of orthodoxies and heterodoxies in the Early Victorian life sciences”, en Bernard Lightman (ed.), Victorian science in context (Chicago: The University of Chicago Press, 1997), pp. 24-50.

16 Esta investigación se vincula con el proyecto Fondecyt 3130335, ejecutado entre 2013 y 2015, y con el Bakken Visiting Research Fellowship realizado durante el año 2014. Agradezco el apoyo prestado por Pablo Chávez y Nicolás Araya en el trabajo de fuentes.

CAPÍTULO 1

SONÁMBULAS VIAJERAS, PATENTES DE INVENCIÓN

Y REVISTAS DE HIPNOSIS. ALBERTO DÍAZ DE LA

QUINTANA EN BUENOS AIRES, 1889-1893

La tríada insuficiente

El último día del mes de octubre de 1892 se distribuye en la ciudad de Buenos Aires una nueva entrega del “semanario ilustrado, político y literario” La Caricatura. En su sección central, a doble página, hallamos una típica ilustración satírica de la época. Siguiendo una costumbre muy arraigada en la cultura visual de aquel entonces, se utiliza la figura de una mujer para representar la desaliñada situación política. Ella puede hacer las veces de “La Patria”, “La República” o “La Nación”. Poco nos importa en esta ocasión deslindar su rol específico. Nos interesa más bien otro detalle del cuadro. La mujer, debilitada y casi moribunda, observa cómo desde su izquierda ingresa el líder político de turno, acompañado por una comitiva de hombres de la Iglesia, encabezados por Monseñor Aneiros, arzobispo de Buenos Aires. Sabiendo que vienen a darle la extremaunción, la mujer señala con su mano derecha hacia la puerta del otro extremo de la habitación. Por allí salen, algo presurosos, dos hombres elegantemente vestidos. Un pequeño texto indica el sentido del cuadro. La enferma dice:

 

Los médicos ya se fueron,

los curanderos se van,

y tu vienes con los curas,

¿cuándo me van a enterrar?

Este enunciado parece reflejar, de modo sucinto, el destino habitual de los cuerpos enfermos a fines de siglo. Quienes precisaban auxilios para sus dolores o malestares podían dirigir su reclamo a tres actores sociales distintos: a los médicos diplomados, a los curanderos o, en menor medida, a los sacerdotes, detentadores del consuelo espiritual. Ahora bien, aquella caricatura no hace justicia a un mercado de la salud habitado por personajes mucho más numerosos o, al menos, un mercado donde las identidades o las fronteras no siempre resultaban tan nítidas. Querer trazar una divisoria de aguas entre médicos y curanderos supone un gesto sobremanera cuestionable, pues aglutina en esas dos grandes categorías agentes muy distintos entre sí. En eso que se tildaba de “curanderismo” podían convivir individuos con rostros y trayectorias muy disímiles, desde sanadores iletrados hasta espiritistas eruditos, pasando por boticarios con buenos conocimientos de sus remedios. Lo mismo podría ser señalado respecto del bando contrario, pues la medicina de la segunda mitad del siglo XIX conformaba un muestrario no menos variopinto de retratos e idearios.


La Caricatura, año II, núm. 48, 31 de octubre de 1892

En este primer capítulo nos ocuparemos de uno de los tantos agentes de sanación que parece quedar fuera de esas clasificaciones rústicas. Reconstruiremos las tareas llevadas a cabo en Buenos Aires por un médico de origen español que, a resultas de su negativa a revalidar su título (y de su posterior fracaso en el intento), fue acusado repetidas veces de ejercicio ilegal de la medicina y expulsado a ese rincón compartido con otras clases de sanadores no diplomados. Si este español, llamado Alberto Díaz de la Quintana y Sánchez-Remón (1857-1911), recibió la atención de sus colegas porteños, ello se debió mayormente a la notoriedad y éxito de sus numerosas iniciativas, muchas de las cuales tuvieron que ver con el hipnotismo. En efecto, este médico extranjero sirve como ejemplo paradigmático de una primera categoría de hipnotizador trashumante. Ilustra de modo perfecto algunos de los circuitos y procesos que estuvieron detrás de la naturaleza itinerante del universo hipnótico, valiendo como ventana de acceso, por un lado, a los mecanismos a través de los cuales ese objeto novedoso desembarcó en estas playas; por otro lado, a los descalabros que esa llegada suscitó; y, por último, a las condiciones que aquí podían favorecer o entorpecer su recepción. En su caso cobran relieve algunos de los dinamismos y conflictos que acompañaron el flujo trashumante de la hipnosis en terreno latinoamericano. El estudio de las labores porteñas de Díaz de la Quintana aporta evidencias más que valiosas sobre las estrategias que algunos de esos hipnotizadores implementaron para ganar credibilidad ante los ojos de sus colegas y de sus clientes, así como sobre los conflictos que estos agentes podían tener con las autoridades sanitarias. Veremos que en su caso, al igual que en tantos otros referidos a acusaciones de curanderismo, las medidas represivas ensayadas por las oficinas gubernamentales resultaron poco eficaces, y es por ello que los representantes de la ortodoxia debieron librar su batalla en terrenos más efectivos, sobre todo el periodismo. La prensa periódica fue utilizada no solamente por estos últimos, sino también por las víctimas de las campañas contra el curanderismo, y Díaz de la Quintana aprovechó mejor que nadie la potencialidad de ese recurso. Durante los tres años de su permanencia en la capital argentina, nuestro personaje hizo mucho más: fundó revistas y periódicos, abrió gabinetes hipno-terápicos, escribió poemas, imprimió obras teatrales, patentó inventos y no se cansó de burlarse de los médicos locales. En algunas de esas aventuras no estuvo solo: algunos doctores porteños decidieron acompañarlo en sus gestas, y de tanto en tanto contó con la ayuda de una sonámbula que ya en Madrid había exhibido sus prodigios telepáticos.

El currículum de un viajero

Alberto Díaz de la Quintana llegó a Buenos Aires a mediados de 1889, y permaneció en la ciudad algo más de tres años. Poco después de su regreso a España, en 1893, presentó ante la Universidad Complutense de Madrid una tesis para obtener el grado de Doctor en Medicina. En la portada de la edición impresa de esa disertación figura un apretado sumario biográfico del autor. Al recorrer esas líneas, tenemos la impresión de estar ante la mixtura de un aventurero, un eterno prófugo y un diplomático. La aglomeración heteróclita de títulos y reconocimientos de los puntos más distantes del globo nos trae a la memoria el hábito de otro tipo de hipnotizadores trashumantes, los ilusionistas o los expertos en ciencias ocultas, que solían llevar en su pecho recónditas condecoraciones honoríficas, y acostumbraban también enorgullecerse de su pertenencia a ignotas Academias e Institutos. Según la tapa de la tesis de 1893, Díaz de la Quintana había estado detrás de una y mil iniciativas en Filipinas, Cuba, España y Argentina.

Licenciado en Medicina y Cirugía en 1882; [...] ex-presidente del Jurado de la primera Exposición Cubana de flores, frutos y aves; ex-presidente de la Sociedad protectora de Animales y de las plantas de la Isla de Cuba; [...] fundador y ex-presidente de la Sociedad de Higiene de la isla de Cuba; [...] corresponsal de honor, en Buenos Aires, de la Sociedad Magnética de Francia; [...] ex-director propietario y fundador de las revistas científicas Higiene, Medicina y Farmacia é Hipnotismo y Sugestión; ex-director propietario del diario de Higiene de Buenos Aires y del periódico El Extranjero; fundador y ex-presidente del Círculo Científico literario y Artístico de Manila; [...] privilegiado cinco veces por el Gobierno Argentino por inventos de electricidad médica é industrial.17

La manía itinerante parece superponerse en este caso con una extraña tendencia a hacer de todo: desde desempeñarse como jurado en un concurso de flores hasta presidir sociedades protectoras de animales, pasando por fundar revistas médicas o crear inventos de electricidad. Poeta, dramaturgo, clínico e inventor, Díaz de la Quintana ejerció casi todos los oficios humanos a lo largo de su vida. Pero, ante todo, fue un viajero incansable y un obstinado hipnotizador. Y es la confluencia de esas dos pasiones lo que interesa recuperar de su paso por Buenos Aires.

Catálogos de bibliotecas y archivos nos impiden poner en duda el abigarrado listado de oficios e identidades que este español decidió colocar en la primera página de su tesis de 1893. Esas fuentes y recursos ponen en evidencia que nuestro médico efectivamente hizo de todo durante su trayectoria nómade. Sabemos que hacia 1882-1883 estuvo en La Habana, y que allí puso en acto su versatilidad.18 Por otra parte, allí obtuvo, el 5 de julio de 1882, el título de Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de La Habana. Entre 1884 y 1886 trabajó en Madrid, llevando adelante una “Consulta especial de enfermedades de los niños” ubicada en la calle Divino Pastor.19 En 1886 lo encontramos en Manila, la capital de las Islas Filipinas, dirigiendo una revista titulada Medicina y Farmacia.20 A su regreso a la Península Ibérica publicó, bajo el seudónimo de Ximeno Ximénez, un volumen con sus impresiones sobre este último viaje.21

En aquellos días madrileños, entre 1887 y 1888, se inició en el arte del hipnotismo. Si bien no hemos podido dar con escritos sobre la materia salidos de su pluma, sí contamos con múltiples fuentes que detallan sus primeras incursiones en el universo del sonambulismo artificial. Díaz de la Quintana comenzó a utilizar esta herramienta curativa en el momento en que otros colegas y compatriotas por fin se adentraban con paso firme en esos terrenos. Ya desde 1882 los médicos españoles habían comenzado a traducir las obras más importantes de sus pares franceses, pero recién en 1886 el hipnotismo se convirtió para los doctores españoles en un asunto de verdadero interés.22 Entre 1886 y 1889 se multiplicaron las publicaciones y experiencias sobre la temática.23 Las principales revistas galénicas de ese entonces contienen artículos y reseñas sobre el tópico, y en esos 3 años vieron la luz numerosos tratados de tenor eminentemente práctico: El hipnotismo en la clínica, de Juan Giné y Partagás (1887-1888); Hipnotismo y sugestión, de Eduardo Bertrán Rubio (1888); El hipnotismo y la sugestión, de Abdón Sánchez Herrero (1888); entre otros.

Alberto Díaz de la Quintana fue, en tal sentido, uno de los tantos médicos españoles que a fines de la década de 1880 se sintieron atraídos por aquella novedad curativa. Sin embargo, el tipo de acercamiento que este hipnotizador viajero tuvo para con la novedad presentó características ciertamente peculiares. En efecto, lejos de contentarse con ensayar las bondades sanadoras de la hipnosis, Díaz de la Quintana se volcó de modo insistente hacia el atractivo espectacular de la herramienta. Junto con dictar algunas conferencias destinadas a sus pares médicos, ofreció en teatros y ante públicos profanos exhibiciones de los fenómenos más curiosos del hipnotismo. En Buenos Aires, tal y como veremos más tarde, repetiría ese tipo de prácticas.

Los primeros rastros sobre las pericias hipnóticas de Díaz de la Quintana se remontan a diciembre de 1887, y tienen que ver, precisamente, con este costado espectacular o casi teatral que era mirado con recelo por algunos médicos de aquel entonces, deseosos de reforzar la cientificidad de un tópico que se prestaba fácilmente a la asimilación con el espiritismo o el curanderismo. De hecho, el día 16 de aquel mes, nuestro personaje efectuó una demostración de hipnotismo en la redacción del periódico madrileño La Correspondencia de España, a la cual asistieron algunos médicos, colegas de otros diarios y público invitado. La velada tuvo una fuerte repercusión en otros órganos de prensa, sobre todo por los fenómenos prodigiosos que allí fueron exhibidos con el auxilio de una paciente llamada Carolina del Viso y Núñez. El nombre de dicha “histérica” habrá de retornar en estas páginas, pues ella figuró en muchas de las demostraciones públicas auspiciadas por Díaz de la Quintana en España. Más aún, por algún motivo que desconocemos, ella siguió al médico en su viaje hacia Buenos Aires, y en estas latitudes figuró junto a él en más de una ocasión: en la capital argentina también prestó su cuerpo hipnotizado para exhibiciones públicas, e incluso patentó un invento en simultáneo con Díaz de la Quintana, lo cual provocó la indignación de los médicos porteños.

Bajo estos buenos auspicios se inició la incursión de Díaz de la Quintana en territorio del hipnotismo. En su “gabinete”, ubicado en el número 5 de la Plaza de Bilbao, comenzó a remediar mediante hipnosis un conjunto heterogéneo de enfermedades: hemiplejia, reumatismo, histero-epilepsia, melancolía, incontinencia de orina, insomnio, locura, y un largo etcétera.24 Por esos meses, se encargó asimismo de repetir hasta la saciedad las demostraciones junto con su paciente predilecta, y dictó ante distintos públicos —profesionales y legos— algunas conferencias o disertaciones sobre aquella novedad curativa. En todas esas exhibiciones de Díaz de la Quintana lo que se repite no es solamente la presencia de Del Viso, sino también el afán de visualizar las facetas más maravillosas o “extrañas” del automatismo nervioso. Por ejemplo, el 24 de enero de 1888, en una velada en la casa del marqués del Busto, catedrático de la Facultad de Medicina, la pareja volvió a hacer de las suyas. La hipnotizó a diez metros de distancia, para luego inducirle los accidentes más vistosos, esos mismos que eran explotados por los ilusionistas y las sonámbulas de los teatros de entonces: la anestesia inmediata, la trasposición de sentidos o la catalepsia.25 Un detalle de esa velada respalda nuestra sugerencia de buscar un estrecho parentesco entre las iniciativas de Díaz de la Quintana y las de otros actores sociales que se movían muy cerca de los márgenes del mundo académico o científico. De hecho, en la casa del marqués se cruzaron, quizá por vez primera, dos de los personajes centrales del libro que el lector tiene en sus manos. Sus nombres volverían a converger en Madrid muy poco después, y lo mismo sucedería años más tarde del otro lado del Atlántico. Según la crónica que aquí revisamos, aquella noche de enero el galeno español improvisó una suerte de interconsulta con el polémico “conde de Das”, el ocultista y charlatán que por entonces se hacía pasar por médico en los círculos más refinados de la sociedad madrileña: “El Dr. italiano Sr. Daz, a quien presentó su enferma el Sr. Díaz de la Quintana, ha quedado admirado de las condiciones notabilísimas de la Sra. del Viso, no explicándose algunos de los fenómenos que en ella ha observado”.26

 

Cabe consignar que Díaz de la Quintana optó por dirigirse a auditorios ajenos a la medicina. Por ejemplo, a fines de enero de 1888 participó, siempre junto con Del Viso, de una sesión del Ateneo Antropológico, celebrada en el Colegio de San Carlos. Según las crónicas, la concurrencia fue tan numerosa que hubo necesidad de cambiar de salón. De todas las intervenciones realizadas por Díaz de la Quintana, la que más notoriedad alcanzó fue la conferencia que el 10 de febrero de 1888 dictó, junto con otros dos colegas, Amós Calderón y Ángel Pulido, en la Sociedad Española de Higiene, ante una “concurrencia extraordinaria y distinguida, en la que figuraban muchísimas bellas y aristocráticas damas y hombres eminentes en la política, las letras y las ciencias”.27 De acuerdo con las crónicas que se hicieron eco del evento, los tres oradores insistieron en la necesidad de desligar el hipnotismo de cualquier alarde teatral o afán de entretenimiento. Su meta era poner de relieve que la hipnosis era una cuestión de ciencia y no de esparcimiento. A todas luces, el cometido de los facultativos era dejar en claro que correspondía a la medicina española la explotación de ese recurso, y no a sujetos no diplomados o extranjeros, que lo utilizaban con el objetivo de ganar popularidad o prestigio ante el público más selecto. El destinatario de esas advertencias era evidente: en las semanas previas, el conde de Das se había convertido, a los ojos de muchos madrileños, en el gran especialista en hipnotismo. Había logrado ese reconocimiento sobre todo luego de realizar, el 13 de enero de ese año, una demostración ante la ex Reina Regente Isabel, que había sido ampliamente cubierta por la prensa periódica.28

Resulta evidente la contradicción entre las cautelas pregonadas por los tres conferenciantes y las acciones que uno de ellos, Díaz de la Quintana, venía realizando desde hacía varias semanas. Este último caía en todos los vicios denunciados por los dos colegas el 10 de febrero: utilizaba la hipnosis como atractivo teatral, se dirigía a la curiosidad de los legos y no a la mirada entrenada de los profesionales, se detenía sobre todo en los fenómenos más curiosos o extraordinarios del automatismo nervioso. Esas cautelas cientificistas no solamente reñían con los hábitos de nuestro hipnotizador, sino que resultaban incluso contradictorias con el modo mismo en que los tres médicos se comportaron aquella noche. Esa extraña paradoja fue señalada de manera punzante y precisa por el autor de la reseña más extensa que ha sobrevivido de aquella velada científica. Nos referimos al artículo publicado por Lorenzo Aycart en la Revista de Sanidad Militar unos días más tarde.29

Lo que denunciaba Aycart era, por supuesto, extensivo a otros profesionales de variadas latitudes. La historia del hipnotismo estuvo desde siempre marcada por la tensión entre los afanes de monopolio de la medicina, justificados muchas veces merced al argumento de la peligrosidad del uso teatral del hipnotismo, y una realidad porosa que no se amoldaba a esos sueños y prejuicios, y en la cual, por ejemplo, los magnetizadores de teatro eran muchas veces quienes enseñaban a los doctores los fenómenos hipnóticos, o quienes los introducían en el arte de provocar el sonambulismo artificial.30 Es imposible relatar la historia de la hipnosis sin atender a este costado teatral o de exhibición, pues si silenciáramos esta faceta no tendríamos forma de saber cómo o gracias a quién los médicos se aproximaron por vez primera a esos hechos, o cómo se convencieron de la objetividad de los mismos.31

Las objeciones lanzadas por Aycart no hicieron mella en nuestro hipnotizador, que continuó con sus exhibiciones ante públicos deseosos de ver los prodigios de la hipnosis. El 18 de febrero de 1888 actuó ante la Asociación de Escritores y Artistas, en compañía del doctor Calatraveño y auxiliado, por supuesto, por Carolina del Viso. Gracias a esas apariciones, Díaz de la Quintana adquirió en Madrid un gran prestigio como especialista en hipnosis. Es probable que su origen español haya sido de ayuda. En efecto, en los meses en que el conde de Das seducía a los miembros de la nobleza y lograba pasear por los salones más reputados, su condición de extranjero despertaba sospechas e incredulidad en algunos actores del mundo letrado. Díaz de la Quintana, por el contrario, era la demostración más clara de que la ciencia española no precisaba de forasteros engreídos. Nuestro personaje era capaz de efectuar los mismos prodigios que su contrincante, y es por ello que por esos meses muchas miradas aprobatorias se depositaron sobre él. Un síntoma de esto último lo encontramos en la entrevista que mantuvo el 24 de marzo de 1888 con el obispo de Madrid-Alcalá, Ciriaco María Sancha y Hervás (1833-1909), quien hacía muy pocos días había lanzado una carta pastoral que contenía una airada diatriba contra el hipnotismo.32

Las noticias recopiladas hasta aquí ofrecen un retrato tentativo y fragmentario de este hipnotizador poco escrupuloso, que no tenía ningún pudor en pulular por Madrid con su sonámbula favorita, ni en alternar auditorios médicos con públicos menos exigentes, ávidos de ver los fenómenos más truculentos de la novedad. Alejado de los debates eruditos emprendidos por sus colegas acerca de la verdadera naturaleza de la hipnosis, Díaz de la Quintana ganó su reputación de buen hipnotizador mediante sus curaciones o conferencias, y sobre todo mediante su frecuentación de escenarios y salones. Perteneció a esa estirpe que sólo recientemente comienza a recibir la atención de los especialistas en la historia de la hipnosis, desde siempre acostumbrada a atender a los redactores de manuales o los creadores de ortodoxias doctrinales. Díaz de la Quintana debe figurar entre esos practicantes que no dejaron tras de sí documentos o folletos sobre hipnosis pero que, sin embargo, desempeñaron un rol esencial en la difusión de esta herramienta entre públicos diplomados y legos. Más aún, nuestro personaje, tan proclive a vestir los trajes del ilusionista o a apropiarse de los hábitos de los magnetizadores de feria, no debe ser tomado como una excepción apenas curiosa. No fueron pocos los médicos que tuvieron recorridos similares al de Díaz de la Quintana; que explotaron las facetas más teatrales de sus remedios y poderes, que dieron fe de un generoso eclecticismo terminológico, y que se mostraron dispuestos a prestar credibilidad a los hechos más controvertidos (como la doble vista o la telepatía). Durante su estadía en Buenos Aires, este hipnotizador inquieto no cambiaría su estilo ni renunciaría a sus placeres. Aprovecharía lo aprendido en España, le sacaría mucho rédito a un producto que sabía retener la atención de los consumidores, pero pronto deberá pagar el precio de querer comerciar en un mercado habitado por competidores celosos.

Gabinetes y revistas de hipnosis para la gran aldea

Por algún motivo que desconocemos, a comienzos de julio de 1889 Alberto Díaz de la Quintana se instaló en Buenos Aires, primero en el Hotel de la Paix y, muy pronto, en su domicilio de Lima 1092. Según las primeras repercusiones de su llegada, su presencia en la ciudad se prolongaría apenas por unos meses. El periódico más importante de la comunidad española residente en Argentina informó, el 9 de julio, que el recién llegado emprendería a fines de ese año una “excursión científica” por varios países de América Latina, para regresar luego a la Península Ibérica.33 Ese pronóstico no se cumplió, pues el médico no efectuó ninguna gira investigativa, ni mostró deseos inmediatos de retornar a su patria. Por el contrario, se quedó en el Río de la Plata todo el tiempo que pudo, pues por estas latitudes encontró condiciones muy favorables para ejercer sus múltiples oficios: el de hipnotizador, polemista, showman, inventor, publicista, poeta y dramaturgo. También se topó aquí con enemigos encarnizados —o, más bien, supo creárselos— y con resistencias aguerridas, que de todas maneras no dificultaron en lo inmediato sus labores.