La teoría de la argumentación en sus textos

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Aus der Reihe: Derecho y Argumentación #19
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El día en que se pensara más así, muchas disciplinas del espíritu humano tomarían un aspecto diferente. Una sería la Metafísica, como dijimos. Otra sería la Moral.

La Moral ha sido hecha hasta ahora por sistemas cerrados, cada uno de los cuales se ha condenado a no tener en cuenta más que uno solo de los factores posibles de conducta. Una teoría ha decretado: “El único factor que hay que tener en cuenta es la simpatía”. Otra: “No: el único factor que hay que tener en cuenta es el placer personal”. Otra todavía: “El único factor que hay que tener en cuenta es la utilidad colectiva”. Y nos ha dicho Spencer: “El factor que hay que tener en cuenta es el progreso”. Y Guyau: “El factor que hay que tener en cuenta es la expansión de la vida”. Entre tanto, todos esos factores, y otros muchos más, tienen valor; y si pensamos, no por sistemas, sino por ideas para tener en cuenta —¡vean ahora cómo se nos agrandó nuestro asunto!— entenderemos que el hombre sobre la tierra tiene que tener en cuenta el progreso, la expansión de la vida, el placer personal, la utilidad colectiva, etc., y todavía todas las hipótesis, posibilidades o esperanzas que se relacionan con lo desconocido. Ahora, ¿cómo se combina esto en la moral viva? Nadie es capaz de presentárnoslo formulado con números o con letras; pero, quien sepa pensar así, aunque sin fórmulas, será quien tenga más probabilidad de que la moral le ahonde en el alma.

Otra observación sumamente interesante es esta: el hombre se defiende tan mal de la falacia de falsa sistematización que hasta hay una especie de gloria —no la mejor gloria, pero sin duda una forma de ella: una causa de persistencia en la memoria de los hombres— que depende de esa misma falacia. Es un fenómeno muy curioso. En nuestros programas de enseñanza, o en las historias del pensamiento humano, figuran con bastante preferencia ciertos grandes sistemas de tal naturaleza que no que ha impedido su disolución —su olvido— es, podría decirse, una especie de indigestibilidad. Supongamos —ya cité este caso— que un Rousseau, por ejemplo, hubiera hecho una serie de reflexiones prácticas, sensatas, bien observadas, moderadas y exactas, sobre el papel de la voluntad en el orden de las sociedades o sobre el papel que debemos dar a la naturaleza en la educación; esas observaciones habrían sido estudiadas y utilizadas; habrían sido probablemente devueltas en acción para los hombres que las hubieran asimilado; y, —¡cosa interesante!— es posible que, entonces, el nombre de Rousseau no se recordara tanto hoy. Pero era este Rousseau un exagerador formidable; arremetía con cada idea y se llevaba todo por delante. De manera que construyó su teoría del “contrato social”, según la cual la sociedad no tiene otro origen que la voluntad humana; construyó su teoría de la educación “natural”, donde figura aquel Emilio a quien su educador prefería muerto antes que verlo entrar en la tienda de un vendedor de bujías porque no es natural la luz de estas… Pues bien, la mente de los hombres es tal que eso asegura a su autor una forma de gloria: gloria negativa, si ustedes quieren; pero el hecho es que no hay un programa en que no figuren tales teorías de Rousseau, aunque sea para hacer su “refutación”. Y la humanidad no ha podido “eliminar” esas teorías. Y ello se parece a una digestión difícil. Una sustancia alimenticia y fácilmente asimilable se convierte en el organismo en fuerza y energía, y esa fuerza y esa energía son utilizadas y la sustancia desaparece. Otras no se pueden resolver y quedan. Y, como ellas, ciertas teorías: las citadas de Rousseau, la ley de Malthus, las utopías de Fourrier y una gran cantidad de sistemas de reorganización social son, vuelvo a repetirlo, algo así como formidables bolos ideológicos que se le hubieran indigestado a la humanidad.

Habría de que resumir todo esto y el resumen es muy simple. Lo que yo procuro enseñarles, esto es, pensar con todas las ideas que se pueda, teniéndolas en cuenta todas, tomándolas como tendencias, en cada caso, equilibrándolas, adaptándolas, es muy fácil de comprender. Si es difícil de aplicar es, sobre todo, porque cuesta al espíritu humano libertarse de la impresión de abandono en que le parece encontrarse una vez que lo dejan libre.

Supónganse ustedes una generación de maestros de escuela formados única y exclusivamente con la teoría “naturalista”. Se les habría enseñado que hay un criterio absoluto: la vuelta a la naturaleza; y tendría reglas fijas, hechas, infalibles, que los llevarían, por ejemplo, hasta impedir que sus alumnos encendieran luces, porque alumbrarse con ellas no es natural. Supongamos que una persona de buen sentido aparece en esa escuela y les dice: “Señores, a ustedes los han acostumbrado a pensar mal. Indudablemente, hay que tener en cuenta la naturaleza y las indicaciones naturales; pero eso no es todo lo que hay que tener en cuenta, aunque no sea sino porque vivimos en condiciones que son en parte artificiales, en que lo que fue artificial tal vez se está convirtiendo en natural, en que no se sabe bien lo que es natural y lo que es artificial, en que tal vez estas palabras no tengan un sentido claro… y porque, a veces, lo artificial es bueno”; en fin, les enseñará a pensar: “Tengan ustedes en cuenta una y otra cosa: lo que es la naturaleza, lo que fue antes el hombre, pero también lo que puede ser, lo que debe ser y lo que quiere ser…”. Lo interesante es esto: que esos maestros se sentirían a primera vista como desamparados. “Bien, este señor nos quita nuestra regla; pero, y ahora, ¿qué hacemos?, ¿qué nos da en cambio?”. Si es difícil pensar como yo les recomiendo es porque es difícil libertarse de la impresión de que aquel a quien le quitan sistemas universales, o la costumbre de hacerlos, pierde algo. Lo importante es sentir entonces lo que se gana.

Apéndice

Ampliación y corrección al capítulo

“Pensar por sistemas y pensar por ideas

para tener en cuenta”

Creo que el texto hace efecto de que yo creyera y enseñara que pensar por sistemas es siempre malo. Debió explicarse bien en él que pensar por sistemas es malo en los casos en que no se debe pensar así. (Ese capítulo era el estudio de otro paralogismo más: “El paralogismo de falsa sistematización”; y este debió ser el subtítulo).

Hay casos en que pensar por sistemas es legítimo y conveniente. Y, sin refinar demasiado, los casos más comunes, por ejemplo, de las matemáticas o de la mecánica: para multiplicar enteros, para extraer raíces, para trazar una perpendicular o para hallar la superficie de un triángulo, se aplica una regla encontrada y establecida de antemano, y esta es precisamente la característica de pensar por sistemas, o sea aplicar en los casos particulares que se van presentando una regla de conducta general ya de antemano establecida. Razonar en cada caso, en ejemplos como esos, podrá ser útil de cuando en cuando para refrescar el razonamiento, para mejorar la comprensión, tal vez para impedir que los procedimientos se vuelvan demasiado reflejos (aun cuando esto último, desde otros puntos de vista, es en esos casos muy útil); pero ni es necesario, ni alterará el resultado. Y no solo en matemáticas y en mecánica se encontrarán los casos, sino en otras ciencias; especialmente entre las ciencias que tratan de la materia inerte; y también hasta para algunos hechos de la vida. No se puede decir de antemano cuáles sean esos casos, aunque abunden más en ciertos órdenes de conocimientos. Si en general se quisiera establecerlos, se diría que, en grueso, en esquema, se puede pensar por sistemas (esto es: es legítimo y conveniente hacer el raciocinio antes y una vez por todas, y en cada caso aplicarlo sin razonar de nuevo para ese caso), se puede pensar, digo, en esa forma allí donde, primero, se sabe todo, lo de hecho y lo de principio, esto es, cuando se poseen bien todos los datos de la cuestión, y todos los principios que han de ser aplicados; y segundo, cuando todo esto es puede combinar, integrar —diremos— en el sistema. (Podría ocurrir, entre paréntesis, lo primero sin que ocurriera lo segundo: en posesión de todos los datos y principios, podríamos ser incapaces de integrarlos, sea por la naturaleza misma de los hechos y principios, o de unos o de otros, o por impotencia especial de la nuestra). Pero esa manera de pensar por sistemas, o sea por razonamientos hechos de antemano, se va haciendo cada vez más difícil y peligrosa a medida que se trata de cosas más complejas; y en los órdenes de la moral y de la psicología, y en la literatura, en la filosofía, en lo social, y en muy amplio grado en lo práctico, entonces… lo del texto: esto es, los peligros de pensar por sistemas y la conveniencia de pensar por ideas para tener en cuenta y con ellas examinar cada cuestión y del modo más amplio.

Más completo aún lo anterior

La posibilidad de pensar convenientemente por sistemas se manifiesta en los casos en que se realizan dos condiciones: primera, saber todo, lo de hecho y lo de principio, y todavía poder integrarlo en un razonamiento general; y segunda, que los casos se repitan iguales, como ocurre, por ejemplo, en matemáticas. En esos casos es cuando puede razonarse una vez por todas y cuando hay pocos peligros, a veces ninguno, en aplicar ese razonamiento sin renovarlo para cada caso particular.

Habría el caso extremo opuesto: aquel en que los casos particulares fueran tan diferentes y contuvieran tanto de inesperado y supiéramos tan poco o nos fuera tan difícil integrar lo que sabemos que fuera imprudente todo razonamiento anticipado, y en que conviniera reservar, para cada caso particular, el razonamiento entero.

Ahora, entre esos dos extremos, está el más común en que se aplican sobre todo nuestros consejos para pensar por ideas para tener en cuenta, esto es: razonamiento previo sobre las tendencias de cada idea, ventajas e inconvenientes, etc.2; pero reservándonos siempre la complementación y corrección para cada caso particular.

 

Teniendo esto en cuenta se puede comprender y utilizar mejor el texto.

1 Estamos prescindiendo de los espejismos de la ciencia…

2 Un colega me plantea esta interesante sugestión: “pensar por sistemas para tener en cuenta”. Dejo el desarrollo al lector.

Falacias

Extractos de los caps. 1 y 8

Charles L. Hamblin

Fallacies. London: Methuen & Co., 1970. Newport News, VA: Vale Press, 2004.

Falacias. Traducción de Hubert Marraud. Lima: Palestra, 2016.

Capítulo 1

El tratamiento estándar

Habrá pocos temas más persistentes o que hayan cambiado tan poco a lo largo de los años. Después de dos mil años de estudio activo de la lógica y, en particular, transcurrida más de la mitad del más iconoclasta de los siglos —el siglo XX d. C.— las falacias siguen clasificándose, presentándose y estudiándose básicamente a la vieja usanza. La lista principal de Aristóteles de trece tipos de falacias de su Sobre las refutaciones sofísticas —el título latino de De sophisticis elenchis (del griego Περὶ tôv σοφιστικῶν ἐλέγχων) que ha hecho que a veces se las llame ‘sofismas’ y a veces ‘elencos’— sigue apareciendo, normalmente con una o dos omisiones y un puñado de añadidos, en muchos manuales de lógica. Aunque ha habido muchas propuestas de reforma, ninguna ha conseguido más que una aceptación temporal. Los contratiempos que sufrió el tratamiento de Aristóteles deben tanto a vicisitudes históricas irrelevantes como a las críticas de sus defectos. Así, aunque corriente en el mundo antiguo en Atenas, Alejandría y Roma, estuvo “perdido” en Europa occidental durante siglos del periodo monástico. Pero fue redescubierto con entusiasmo hacia el siglo XII, cuando empezó a ser parte del curriculum de lógica de las nacientes universidades. Desde entonces hasta nuestro siglo los manuales de lógica sin un breve capítulo dedicado a las falacias han sido la excepción. Y como durante la mayor parte de ese periodo todos los estudiantes cursaban lógica, el bagaje de los hombres de negocios europeos solía incluir una versión estándar de la doctrina de Aristóteles como una necesidad rutinaria en pie de igualdad con el conocimiento de la tabla de multiplicar. Bastantes, de hecho, escribieron tratamientos de las falacias: por lo menos un Papa, dos santos, multitud de arzobispos, el primer canciller de la Universidad de Oxford y un Lord Canciller de Inglaterra. La tradición ha demostrado en repetidas ocasiones ser demasiado resistente para los disidentes. En el siglo XVI Ramus encabezó un ataque contra Aristóteles negándose a considerar las falacias como un tema propio de la lógica, alegando que el estudio del razonamiento correcto bastaba por sí mismo para aclarar su naturaleza. Pero pocos años después sus seguidores ya habían reintroducido el tema y uno de ellos, Heizo Buscher, llegó a publicar un tratado titulado La historia de la solución de las falacias… deducida y explicada a partir de la lógica de P. Ramus1. Bacon y Locke también rechazaron el tratamiento aristotélico, pero solo para reemplazarlo por un tratamiento propio que a su debido tiempo se fundió con aquel. Aunque en el siglo pasado algunos de los lógicos de mentalidad más matemática, empezando por Boole, suprimieron el tema de sus libros, en aparente acuerdo con Ramus, se puede apreciar un reflujo.

¿Qué otras tradiciones hay? Constantinopla, en el intervalo que media entre la caída de Roma y su propia caída ante los turcos, continuó con la tradición griega en declive más al oeste. También algunos lógicos árabes heredaron Sobre las Refutaciones Sofísticas de Aristóteles y escribieron sus propios comentarios. Pero estas tradiciones no son sino avanzadillas de la nuestra. Más al oriente encontramos una tradición lógica aparentemente independiente en la India, que, empezando por el Nyāya Sūtra, tiene su propia doctrina de las falacias como un anexo a su propia teoría de la inferencia. Los lógicos indios mostraron el mismo interés por explorar las formas de razonamiento defectuoso y la misma incapacidad para abandonar su tradición original o prescindir de ella. El estudio de la tradición india es especialmente importante como piedra de toque para contrastar nuestras vagas generalizaciones históricas.

No deja de ser sorprendente que no haya ningún libro sobre las falacias; es decir, ningún estudio extenso del tema como un todo o del razonamiento incorrecto por sí mismo, no solo como apostilla o anexo a otra cosa. El Arte de tener razón de Schopenhauer es demasiado breve y Falacias políticas de Bentham demasiado especializado. El título Fallacies: a View of Logic from the Practical Side [Falacias: una visión de la lógica desde su lado práctico] del libro de Alfred Sidgwick miente, y el libro está consagrado en buena medida a exponer una teoría del razonamiento lógico no falaz. Aunque algunos tratados medievales son extensísimos (el de Alberto Magno, por ejemplo, tiene 90.000 palabras latinas) son meros comentarios de Aristóteles, incluso cuando no lo hacen constar en el título, como sucede con el Tratado de las falacias mayores de Pedro Hispano. Y todos los demás, incluido el prolijo tratamiento de J.S. Mill deben verse como partes breves de obras más extensas (Mill es igual de prolijo en el resto del volumen). El propio Sobre las Refutaciones Sofísticas de Aristóteles en realidad no es sino el noveno libro de sus Tópicos.

Naturalmente también hay otro tipo de obras sobre las falacias, obras menos formales como Straight and Crooked Thinking [Razonamiento recto y torcido] de Thouless, Thinking for Some Purpose [Pensar para algo] de Stebbing, y quizá Critique of Poor Reason [Crítica de la razón pobre] de Kamiat y Tyrany of Words [La tiranía de las palabras] y Guides to Straight Thinking [Guía del razonamiento recto] de Stuart Chase, que tratan de hacer que el lector distinga y reconozca el razonamiento defectuoso fundamentalmente por medio de la discusión de ejemplos. Algunos de esos libros —no diré cuáles— son buenos, pero no cubren las necesidades de un examen teórico crítico. En la misma categoría —o quizá en el intersticio entre ellos— puede citarse el libro titulado Fallacy — the Counterfeit of Argument [Falacia: la falsificación del argumento] de W. Ward Fearnside y William B. Holther. En la contraportada se describe como “51 falacias nombradas, explicadas e ilustradas”. Esa amplia colección de falacias se dispone en un sistema de categorías que en parte se parecen a las tradicionales, sin pretender, al parecer, ser exhaustivas ni mutuamente excluyentes. Estos libros tienen su lugar, pero no es este. Lo que se necesita, sobre todo, es una discusión de varias cuestiones teóricas sin resolver que esos libros no incluyen entre sus términos de referencia.

Lo cierto es que hoy en día nadie está satisfecho con este rincón de la lógica. El tratamiento tradicional es demasiado asistemático para el gusto moderno. Al mismo tiempo prescindir de él, como hacen algunos, es dejar un hueco que nadie sabe cómo colmar. No disponemos de ninguna teoría de las falacias, en el sentido en el que disponemos de teorías del razonamiento y la inferencia correctas. Sin embargo, tenemos necesidad de etiquetar y tabular ciertos tipos de procesos inferenciales falaces que remiten a consideraciones que van más allá del resto de tópicos de nuestros libros de lógica. A ciertos respectos, como argumentaré después, estamos como los lógicos medievales antes del siglo XII: hemos perdido la doctrina de las falacias y tenemos que redescubrirla. Pero todo es más complicado porque hoy en día nos exigimos unos niveles de rigor teórico mayores, y no nos conformamos con una teoría menos ramificada y sistemática que aquellas a las que estamos acostumbrados en otras áreas de la lógica. Además, podemos encontrarnos con que el tipo de teoría que necesitamos no se puede construir aisladamente. Lo que quiero sugerir es que el interés por las falacias siempre ha estado, en parte, fuera de lugar porque se estudiaban para recordar al estudiante (y también al profesor) el alcance y las limitaciones de las demás partes de la lógica. Lo que los lógicos de los siglos XIII y XIV hicieron del estudio de las falacias es especialmente interesante a este respecto.

Queda, sin embargo, para capítulos posteriores. Para empezar, sentemos las bases de una explicación, no de lo que sucedió en el siglo XIII o de lo que escribió Aristóteles, sino del tratamiento típico o medio tal y como aparece en el breve capítulo típico o apéndice del manual corriente moderno. Hay que reconocer que lo que nos encontramos muchas veces es un tratamiento tan degradado, gastado y dogmático como quepa imaginar; increíblemente aferrado a la tradición, carente por igual de sentido lógico e histórico, y casi sin conexión alguna con cualquier otro tema de la lógica moderna. Es la parte del libro en la que el autor se olvida de la lógica y capta la atención del lector, o lo intenta, solo con el menudeo de juegos de palabras tradicionales, anécdotas y ejemplos estúpidos heredados. “Todo lo que corre tiene pies; el río corre; por tanto el río tiene pies” es un ejemplo medieval, pero los modernos tampoco son mejores. En su conjunto el campo ejerce cierta fascinación en el entendido, sin que pueda decirse nada más a su favor.

Un argumento falaz, como dicen prácticamente todas las exposiciones desde Aristóteles, es un argumento que parece válido pero no lo es. Inmediatamente pensamos en dos maneras distintas de clasificar las falacias. Primero, y dando por sentado que hay argumentos que parecen válidos, podemos clasificarlas en función de lo que hace que no lo sean; o segundo, dando por sentado que no son válidos, podemos clasificarlas en función de lo que hace que parezcan válidos. Muchas exposiciones no adoptan ninguno de estos fáciles planteamientos. La clasificación original de Aristóteles intenta hacer las dos cosas a la vez, y hay autores que incluso hoy en día la adoptan acríticamente. Entre quienes inventan su propia clasificación muchos comparten esta carencia de propósito, y en muchos casos su característica más notable es que discrepan no solo con los aristotélicos, sino también entre sí, y no consiguen establecer una exposición que perdure más de lo que tarda un libro en salir de la imprenta. De hecho, aunque cada cual tiene su propia clasificación, se suele alegar que es imposible clasificar las falacias. De Morgan (Formal Logic [Lógica formal], p. 276) escribe:

No hay una clasificación de los modos en los que los hombres pueden caer en el error; y es muy dudoso que pueda haberla siquiera.

Por su parte Joseph (Introduction to Logic [Introducción a la lógica], p. 569) dice:

La verdad puede tener sus normas, pero el error es infinito en sus aberraciones, y estas no pueden plegarse a ninguna clasificación.

Pero incluso ellos suelen dudar. Cohen y Nagel (Introducción a la lógica y el método científico, p. 382) dicen:

Sería imposible enumerar todos los abusos de los principios lógicos que se dan en las diversas materias que interesan a los hombres

Y se dedican a considerar “ciertos abusos notorios”.

Pese a divergencias en la disposición, hay un solapamiento considerable en la materia prima con la que tratan unos autores y otros: los tipos individuales de falacias coinciden en buena medida, incluso en sus nombres. Haremos bien, por tanto, en olvidarnos de la disposición y describir la materia prima. Empezaré recorriendo la lista tradicional y después discutiré algunos añadidos. Me interesan sobre todo las exposiciones recientes2, pero de vez en cuando mencionaré las antiguas.

[…]

1 Buscherus, De ratione solvendi sophismata (3ª ed. 1594).

2 Los libros recientes que he consultado para la ocasión son: Cohen y Nagel, Introducción a la lógica y el método científico; Black, Critical Thinking [Pensamiento crítico]; Oesterle, Logic: The Art of Defining and Reasoning [Lógica: el arte de definir y razonar]; Schipper y Schuh, A First Course in Modern Logic [Curso de introducción a la lógica moderna]; Copi, Introducción a la Lógica; Salmon, Logic [Lógica]. Podría haber incluido dos docenas más. Oesterle es un estricto traditionalista y todos los demás se inventan en parte sus propias clasificaciones.