Cartas al general Melo: guerra, política y sociedad en la Nueva Granada, 1854

Текст
Из серии: Ciencias Humanas
0
Отзывы
Читать фрагмент
Отметить прочитанной
Как читать книгу после покупки
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

21 La expresión golpe de Estado (coup d’État) tuvo sus orígenes en Francia durante la monarquía absoluta, y desde allí se extendió a otros países y mantuvo un significado preciso hasta comienzos del siglo XIX. Tal concepto formaba parte de la teoría de la razón de Estado y “se usaba para referirse a ciertas medidas extraordinarias y violentas, que el monarca o su ministro de confianza tomaban en forma sorpresiva o inesperada, sin respetar el derecho común ni la legislación ordinaria, y haciéndose evidente la violación de la moral tradicional cuando consideraba necesarias esas medidas por existir una amenaza a la seguridad del Estado, o por el bien o la utilidad pública que de ellas se derivaría”. En sus inicios la noción no implicaba el reemplazo violento de un gobernante era más bien el instrumento que usaba para deshacerse de enemigos políticos o de cualquier obstáculo en su ejercicio de poder, por medios extralegales. A partir del siglo XX, con la aparición de la obra Técnica del golpe de Estado (1931) de Curzio Malaparte, se reconoció que dicha acción podía ser emprendida por otras personas o grupos no pertenecientes a los salones del poder. El objetivo era una acción audaz y repentina que buscaba reducir al mínimo la acción armada para deponer al gobierno. Este carácter lo diferencia de la guerra civil o las revoluciones: Édgar Velásquez Rivera, Historia comparada de la doctrina de seguridad nacional: Chile-Colombia (Bogotá: Ediciones Ántropos, 2009), 129-130.

22 Hace ya casi tres décadas la tesis de una dictadura exclusivamente para el golpe de Melo fue cuestionada. Véase: Hans-Joachim König, En el camino hacia la nación…, 493-495. Sobre los actos de gobierno de Melo en: María Teresa Uribe de Hincapié, Liliana María López Lopera, Palabras de la Guerra…, 370-371; Venancio Ortiz, Historia de la Revolución…, 149; Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia…, 67-82; José Manuel Restrepo, Historia de la Nueva Granada…, 323-324.

23 Sobre esta campaña, véase: Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VII…, 146-151, 165-168, 195-199.

24 Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VII..., sobre Barriga: 78, 90-91, 93-94 y de Arboleda, sobre la ocupación de La Mesa: 173, 207-208.

25 Es necesaria una investigación profunda para explicar por qué fue tan precario el control del occidente de la sabana por parte del melismo. Una explicación inicial y provisional, es que esta región en ese momento se podía considerar una “frontera agraria”, que empezaban a roturar algunos empresarios bogotanos, gracias a la demanda internacional de productos tropicales, que como sabemos empezó a despegar en el país justamente a finales de la década del cuarenta. Era, pues, un territorio de haciendas de frontera, pertenecientes a las principales familias capitalinas, que no solo se negaron a apoyar al general Melo, sino que además le hicieron fuerte oposición. No fue gratuito que uno de sus principales opositores en esta región fuese el hacendado Manuel María Ardila, dueño de la hacienda El Corito en jurisdicción de Facatativá, quien logró constituir una guerrilla que hostilizó en repetidas ocasiones a las guarniciones aledañas a La Mesa. Además, el territorio era cercano al Alto Magdalena. No debemos olvidar que las provincias de Mariquita y Neiva fueron bastiones constitucionales y si hubo melistas, estos tuvieron poca oportunidad de jugar una función hegemónica.

26 Sobre estos personajes, véase: Luis Ervin Prado Arellano, David Fernando Prado Valencia y Laura Helena Ramírez Tobar, Diarios de las guerras, 40-45.

27 Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VII, 82.

28 Luis Ervin Prado Arellano, David Fernando Prado Valencia y Laura Helena Ramírez Tobar, Diarios de las guerras…, 83-105; Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia…, 101-106.

29 Al respecto, consultar un opúsculo de la época: Ramón Mercado, Memorias sobre los acontecimientos del sur de la Nueva Granada durante la administración del 7 de marzo de 1849 (Cali: Centro de Estudios Históricos y Sociales “Santiago de Cali”, Gerencia para el Desarrollo Cultural de la Gobernación del Valle del Cauca, 1996). También a Margarita Pacheco, La fiesta liberal en Cali (Cali: Universidad del Valle, 1992).

30 Sobre los orígenes de la resistencia constitucional en Caloto y la columna Torres: Mariano Sendoya, Caloto ante la historia, tomo I (Cali: Imprenta Departamental, 1975), 73-77, sobre la acción de San Julián en las páginas 165-166.

31 Sobre la mediación de Mateus Garay en el paso de Navarro, véase: Mariano Sendoya, Caloto ante la historia, tomo I, 169-170; Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VII, 156-159.

32 Sobre la represión, ver en contemporáneo de los hechos: Manuel Joaquín Bosch, Reseña histórica de los principales acontecimientos políticos de la ciudad de Cali, desde el año de 1848 hasta el de 1855 inclusive. [Imprenta Echevarría & Hermanos, Bogotá, 1856] (Cali: Imprenta Departamental, Centro de Estudios Históricos y Sociales “Santiago de Cali”, 1996), 82-98; Alonso Valencia Llano, Dentro de la ley, fuera de la ley…, 239-245.

33 Manuel Joaquín Bosch, Reseña Histórica de los principales acontecimientos, 93-104. Un análisis sobre el periodo posterior de 1854 y el intento de restablecer el control social y la movilización plebeya que el liberalismo había promovido especialmente en el valle del Cauca en: James Sanders, Contentious Republicans. Popular politics, race and class in nineteenth century Colombia (Duke University Press, 2004), 109-111.

34 Los hechos son narrados por Gustavo Arboleda, quien señaló haber seguido la versión más aceptada, la de Venancio Ortiz y de Tomás C. Mosquera. Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VII, 138-141; Venancio Ortiz, Historia de la revolución del 17, 152-154.

35 Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VII, 110-114. Compartimos la tesis de Eduardo Lemaitre quien expone que el gobierno constitucional terminó creyendo la versión de Tomás Cipriano de Mosquera a la de Nieto. Sin duda, una revisión de los archivos aclararía mejor los hechos sobre este tema: Eduardo Lemaitre, Historia general de Cartagena, tomo IV (Bogotá: Banco de la República, 1983), 183-189.

36 Sobre el levantamiento melista en Supía y el trasegar de Federico Urrea, véase: Luis Fernando González Escobar, Ocupación, poblamiento y territorialidades en la Vega de Supía, 1810-1950 (Bogotá, Ministerio de Cultura, 2002), 97; Daniel Zarama, Don Julio Arboleda en el sur de Colombia. Documentos para la historia (Pasto, Imprenta Departamental, 1917), 166; ACC. AM. 1851. Comunicaciones con diferentes autoridades civiles.

37 Sobre la existencia de un plan previo a nivel nacional, véase: Venancio Ortiz, Historia de la revolución del 17, 152-154 y Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VII, 110-114. A consecuencia de la estrepitosa derrota electoral de los liberales para las elecciones de gobernador a finales de 1853, Lorenzo María Lleras y Francisco Antonio Obregón reinstalaron la Sociedad Democrática capitalina para trabajar contra la “reacción ultramontana”. El 8 de enero acordaron constituir una junta directiva con 21 ciudadanos para restablecer la unidad del Partido Liberal y ponerse en comunicación con las demás sociedades democráticas del país para constituir juntas y sociedades donde se creyese conveniente; la idea era formar un bloque de oposición en el todo el territorio contra los “conservadores fanáticos” que ocuparan cargos. Respecto a las reuniones hechas por los militares y el malestar que tenían contra la Constitución de 1853, según Arboleda, entre julio y agosto de 1853 en Bogotá, Popayán y Pasto se hicieron reuniones para discutir un futuro golpe. Por ejemplo, en el acta de Bogotá, de la cual se enviaron copias a Cali, Popayán y Pasto, se instaba a suspender la Constitución y autorizar a Obando a convocar una convención para regenerar el país. Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VII, 2, 49-50.

38 La noción de jefe natural se puede consultar en: Luis Ervin Prado Arellano, “El jefe natural: poder y autoridad en el Valle del Patía, 1810-1850”, Historia y Sociedad, n.° 23 (2012), 243-265.

39 Luis Ervin Prado Arellano, “El jefe natural: poder y autoridad…”, 243-265. Sobre Santiago Valencia de La Sierra: ACC. AM. 1851. Paquete 50, legajo 50; Representación de los vecinos de la Sierra, enero 28 de 1851: ACC. AM. 1851. Paquete 51, legajo 62. Juan B. Sandoval de la Sierra y La Horqueta: ACC. AM. 1851. Paquete 50, legajo 50; ACC. AM. 1851. Paquete 51, legajo 63; ACC. AM. 1851. Paquete 51, legajo 67.

40 Desconocemos estudios regionales sobre cómo estas divisiones del liberalismo de medio siglo se reflejaron a nivel local. La división existió, como lo indican los trabajos de Margarita Pacheco para Cali; Aims McGuinness, para Panamá; James Sanders, para el suroccidente neogranadino; Jorge Conde, para el Caribe colombiano; y David Church Johnson, para Santander, entre otros. Pero es necesario distanciarnos de las interpretaciones homogéneas de los partidos; simplemente pensemos que buena parte de lo que los liberales radicales de las provincias del nororiente promovían (liberar los esclavos, dividir los resguardos, entre otras medidas) para sus copartidarios caucanos no era fácil de compartir, en tanto tocaba fuertes intereses y resistencias que en el nororiente no existían. Estos matices son centrales para comprender la forma como se delinean las divisiones políticas en las regiones.

41 Melo era consciente de la falta de legitimidad de su golpe, al no aceptar Obando tomar las riendas del poder. Frente a esto, publicó boletines donde señalaba que José Hilario López se había pronunciado en La Plata, lo mismo en Mariquita, Tundama, Cartagena, Riohacha y Panamá. Buscó promover juntas de padres para legitimar los hechos, pero no fueron satisfactorias. De ahí la necesidad de tener en su círculo a figuras emblemáticas como al general Matilla, a quien llamó el 23 de abril y, finalmente, el 4 de mayo aceptó la comandancia de la 1.ª División del Ejército melista. Esto era un acto simbólico, ya que Mantilla hacía años estaba retirado en una hacienda en la jurisdicción de Chipaque. Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VII, 72-74.

 

42 Como lo sostiene Aims McGuinness, para Panamá, las reformas liberales de medio siglo, en especial el derecho al voto universal masculino, debilitaron las estructuras patriarcales y horizontalizaron las relaciones sociales entre plebeyos y notables, haciendo más compleja la sumisión y la deferencia de los primeros sobre los segundos. Tales reformas ampliaron el espacio popular para deliberar y reclamar sus derechos, como se expresó en los sucesos del 15 de abril de 1855, conocidos como “la tajada de la sandía”. Este último evento lo considera McGuinness como un momento de ruptura de la deferencia plebeya sobre los notables, y una demostración de autonomía popular que, gracias a la ampliación de los derechos políticos, hizo más complejo controlarlos. Por este temor, inhibió la promoción de la ciudadanía armada, a pesar de las peticiones de los habitantes del arrabal de la ciudad de Panamá de formar compañías de guardias nacionales. Similar situación la expone James Sanders para el Valle del Cauca a mediados del siglo XIX. Aims McGuinness, Path of empire. Panamá and the California gold rush (Ithaca: Cornell University Press, 2008), 115-118 y 143-145; James Sanders, Contentious Republicans. Popular, 58-70.

43 Margarita Pacheco, La fiesta liberal en Cali…, 79-80; James Sanders, Contentious Republicans. Popular, 82-84. Para Panamá, una facción del liberalismo promovió la movilización popular que, al igual que en Cali, tuvo un fuerte componente racial, combinado con el temor del filibusterismo (por los sucesos acaecidos en Nicaragua con William Walker) y la presencia del ferrocarril manejado por una compañía que cuestionaba la soberanía neogranadina sobre la vía. Aims McGuinness, Path of empire…, 55-151. En Bogotá, se suscitaron varios enfrentamientos entre los guaches y cachacos: Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo V, 186-188, 194-195; Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VI, 187-192, 196-198, 238-239.

44 Según Arboleda, esta sociedad fue la crisálida del radicalismo liberal; muchos se autoproclamaban socialistas y hablaban con tanto entusiasmo que alarmaban al presidente José Hilario López y a todos los antiguos liberales. Según José María Samper, uno de los promotores de la sociedad, fue debido a él, en un discurso hecho a favor de las ideas socialistas e igualadoras a las del mártir gólgota, que posteriormente esta agrupación vino a ser identificada como los gólgotas o radicales, para distinguirlos de una generación más vieja de liberales: los draconianos, quienes, en su mayoría, eran veteranos de las guerras de Independencia y de las filas del Ejército. Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo V, 157-158; José María Samper, Historia de un alma…, 267-269.

45 En las provincias del Cauca varios conflictos evidenciaron ser raciales, como el levantamiento de John Runner (1819), el del coronel venezolano de ascendencia afrodescendiente Francisco Osses en el valle (1831) y en la guerra de los Supremos (1839-1842). En el Caribe neogranadino varios autores han señalado cómo los conflictos se expresaron en términos racializados y, en muchos casos, se usaron los términos de pardo o mulato, de incitar a la guerra de castas o de promover proyectos políticos similares a Haití para deslegitimar a los adversarios. Luis Ervin Prado Arellano, David Fernando Prado Valencia, Laura Helena Ramírez Tobar, Diarios de las guerras…, 20-21; Jorge Conde Calderón, Buscando la nación. Ciudadanía, clase y tensión racial…; Edwin Monsalvo Mendoza y Jorge Conde Calderón, “La conspiración como arma política. El plan sedicioso del 14 de agosto de 1833 en Cartagena”, Revista Complutense de Historia de América, vol. 37 (2011), 73-92; Marixa Lasso, Myths of Harmony: race and republicanism during the age of revolution, Colombia, 1795-1831 (Pittsburgh: University Pittsburgh Press, 2007); Aline Helg, Libertad e igualdad en el Caribe colombiano, 1770-1835 (Bogotá: Banco de la República, Fondo Editorial de la Universidad Eafit, 2011). Ramón Mercado afirmó que los ataques de los flageladores de Cali a mediados de siglo se dieron por resentimientos de las gentes del común contra algunas personalidades notables: Ramón Mercado, Memorias sobre los acontecimientos del sur…, LXVII.

46 Sobre la lucha de la población “negra”, parda y mulata por liberarse de la esclavitud en el suroccidente colombiano, consultar: María Camila Díaz Casas, Salteadores y cuadrillas de malhechores. Una aproximación a la acción colectiva de la “población negra” en el suroccidente de la Nueva Granada, 1840-1851 (Popayán: Universidad del Cauca, 2014); también es útil: Mateo Mina (seudónimo) Esclavitud y libertad en el valle del río Cauca (Bogotá: Publicaciones La Rosca, 1975), 43-59; para el Caribe se sugiere revisar el trabajo de Aline Helg, Libertad e igualdad en el Caribe…, 287-455. En el suroccidente había una fuerte actividad clandestina plebeya de defraudar los estancos de tabaco y aguardiente, expresada en la proliferación del cultivo ilícito de la hoja, lo mismo que de alambiques para la producción artesanal del licor sin patente de permiso. Al respecto, véase: Ángela Rocío Sevilla Zúñiga, “ ‘Miserables’, ‘infelices’, ‘pobres delincuentes’: una representación jurídica de la mujer contrabandista en las provincias del Cauca, 1830-1850” (Popayán, Tesis de pregrado en Historia, Universidad del Cauca, 2018). Sobre la deferencia social, véase: James Sanders, Contentious Republicans. Popular Politics, 47, 64-65.

47 Peter Guardino, en su investigación en Oaxaca, demostró cómo el marco hegemónico mutó en las primeras décadas del siglo XIX y adoptó los principios republicanos, y cómo los grupos plebeyos los instrumentalizaron para sus intereses y beneficios. En el caso colombiano, Angie Guerrero Zamora, en su estudio sobre las demandas de pensiones por parte de las viudas de oficiales fallecidos en servicio en la Nueva Granada, muestra cómo, en las primeras décadas de vida republicana dichas demandas estaban modeladas por el marco hegemónico colonial, pues las mujeres, al verse desamparadas, las expresaban como peticiones en un tono de súplicas y gracia. Pero desde los años cincuenta en adelante este discurso cambió por el de los derechos, dado que era un deber del Estado otorgarles pensión a ellas y a sus hijos por los servicios que prestó su marido a la patria. Ambos autores muestran, desde ángulos y problemáticas diferentes, cómo el nuevo marco hegemónico sirvió para interpretar los viejos conflictos o peticiones, para retar al sistema o para reclamar sus derechos. Peter Guardino, The time of liberty. Popular political culture in Oaxaca, 1750-1850 (Durham: Duke University Press, 2005), 275-291; Angie Guerrero Zamora, “Miserables, indigentes y desgraciadas: del luto de la supervivencia en periodos de guerra. República de la Nueva Granada (1820-1860)” (Popayán, tesis de pregrado en Historia, Universidad del Cauca, 2018).

48 Hasta ahora, el mejor trabajo sobre el tema para el Cauca es el de James Sanders, Contentious Republicans. Popular…, 23. Para México: Peter Guardino, The Time of liberty…, 223-274; en este libro se describe cómo las comunidades rurales resignificaron las elecciones y cuestionaron el sistema de cargos, una estructura de autoridad típica del México colonial que pervivió en el siglo XIX, pero que a la luz de las ideas republicanas fue objeto de disputas. También, véase: Michael T. Ducey, Una nación de pueblos. Revueltas y rebeliones en la Huasteca mexicana, 1750-1850 (Xalapa: Universidad Veracruzana, 2015), 171-213; Cecilia Méndez, La República plebeya. Huanta y la formación del Estado peruano, 1820-1850 (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2014); con esta misma temática, se recomienda: Cecilia Méndez, “Pactos sin tributo. Caudillos y campesinos en el Perú post independiente: en el caso de Ayacucho”, en: Leticia Reina (Coord.), La reedianización de América, siglo XIX (México: Siglo XXI Editores, Ciesas, 1997), 163-185.

49 Los estudios de las rebeliones en las sociedades preindustriales señalan la importancia de la participación de nobles y otras figuras de prestigio en los levantamientos porque, debido a la autoridad que encarnaban, le otorgaban legitimidad a los rebeldes. Pérez Zagorín, Revueltas y rebeliones en la edad moderna. II. Guerras revolucionarias (Madrid: Cátedra, 1986), 70-71.

50 Esta tesis fue pioneramente señalada por: David Sowell “La sociedad democrática de artesanos de Bogotá”, German Rodrigo Mejía Pavony, Michel Larosa y Mauricio Nieto Olarte, Eds. Colombia en el siglo XIX (Bogotá, Editorial Planeta, 1999), 189-216.

51 Sobre la forma como los gólgotas publicitaron ser los transformadores de la sociedad neogranadina, según Germán Colmenares, Florentino González lo sintetizó en dos artículos aparecidos en el semanario El Día, en el cual afirmó que la transición del régimen colonial al republicano, gracias a la Independencia: “[…] sólo significó un cambio de nombre de los funcionarios y la adopción de un gobierno republicano representativo que se encargó de la dirección y el manejo de los negocios públicos, pero que dejó subsistente la mayoría de las instituciones coloniales”. Este argumento fue ampliamente difundido por diversos miembros de dicha ala política. Germán Colmenares, Partidos políticos y clases sociales (Medellín: La Carreta Histórica, 4.ª edición, 20089), 54, y 124-124; Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, 1849-1914, tomo I (Bogotá: Tercer Mundo Editores, duodécima edición, 1988), 35-38. Sobre las transformaciones inscritas en las revoluciones atlánticas, la reciente historiografía sobre la Independencia escrita en los años noventa del siglo XX empezó a enfatizar en este proceso de la adopción de los principios republicanos. Uno de los primeros trabajos que señaló esta perspectiva fue: Francois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas (México: Editorial Mapfre, Fondo de Cultura Económica, 1.ª reimpresión, 2001).

52 Roberto Luis Jaramillo y Adolfo Meisel Roca, “Más allá de la retórica de la reacción, análisis económico de la desamortización en Colombia, 1861-1888”, Cuadernos de Historia Económica y Empresarial, n.° 22 (2008); José Antonio Ocampo, Colombia y la economía mundial, 1830-1910 (Bogotá: Siglo XXI Editores, Fedesarrollo, 1984).

53 Gerardo Molina, Las ideas liberales en Colombia, 17-52; sobre la cuestión religiosa ver: Fernán E. González, Poderes enfrentados. Iglesia y Estado en Colombia (Bogotá: Cinep, 1997), 140-165

54 Sobre la descentralización administrativa, véase Robert Louis Gilmore, El federalismo en Colombia, 1810-1858, tomo I (Bogotá: Sociedad Santanderista de Colombia, Universidad Externado de Colombia, 1995), 161-224. La ciudadanía armada era una noción que consideraba que el mejor defensor de las libertades públicas y de la tiranía era el ciudadano, quien debía organizarse en milicias para defender la patria de cualquier agresión, tanto interna como externa. También comprometía el sagrado derecho a la rebelión de los ciudadanos si su levantamiento era contra un régimen tiránico. Véase: Marta Irurozqui, Ciudadanos armados de ley. A propósito de la violencia en Bolivia, 1839-1875 (La Paz: IFEA, Plural Ediciones, 2018); Flavia Macías, “El deber de enrolarse y el derecho a votar. Reflexiones en torno a la ciudadanía armada y el sufragio en Argentina, 1863-1877”, Revista de Indias, vol. LXXVI, n.º 266 (2016), 233-258; Flavia Macías, “Guardia Nacional, ciudadanía y poder en Tucumán, Argentina (1850-1880)”, Revista Complutense de Historia, n.º 27 (2001), 131-161.

55 No hay estudios sobre los intereses políticos y económicos de los grupos plebeyos, pero sí muchos indicios de esta aspiración y la poca o ninguna voluntad de los liberales de conceder estos reclamos. Por ejemplo, el reclamo airado de las tierras ejidales ocupadas por los hacendados de Cali por parte de los democráticos que desencadenó el movimiento del perrero o el zurriago y que tuvo sus extensiones en la región de Bolo en Palmira. También, en las mismas sociedades democráticas del Valle se discutió abiertamente la idea del “comunismo territorial”, si bien no es muy claro en qué consistía dicha noción, hay evidencias de que muchos sectores plebeyos aspiraban a que se les repartieran las tierras de las haciendas, más cuando, después de 1851, contribuyeron como guardias nacionales a que el gobierno liberal triunfara. Al respecto, hay un pasaje de unas memorias decimonónicas que señala que en las sociedades democráticas de Cali las ideas radicales difundidas por algunos de sus líderes, como David Peña, “producían en ellos tan excelentes efectos, que en sus bacanales i lucubraciones se repartían ya la tierra i hasta la casa de la plaza y principales de la ciudad; habiendo un negro tenido la desvergüenza de pedirle al general José María Obando que le diera de una vez su tierra: el general le mostró las montañas azules de los baldíos, i le dijo que fuera a trabajar a ellas. Esta respuesta le produjo sumo desconcierto, porque en la presidencia de Obando tenían torpemente fundadas sus esperanzas”: Manuel Joaquín Bosch, Reseña histórica de los principales acontecimientos, 50-51. Sobre las esperanzas y frustraciones tempranas de los plebeyos con respecto a los liberales se puede revisar: Ramón Mercado, Memorias sobre los acontecimientos del sur, LII, LVII, LXVII, entre otras. James Sanders dice que el aliciente para ir a la guerra por parte de los plebeyos era el botín, pero también afirma el deseo del liberalismo popular por quebrar el control de las tierras por parte de los hacendados, al punto de tener intenciones, después de las guerras federales, de repartir las haciendas conservadoras de los Arboleda de Caloto. Así mismo, en la costa del Pacífico, en Barbacoas, el liberalismo buscó atraer a los afrocolombianos con la abolición de la esclavitud, además de luchar por reconocer que las tierras aledañas a las minas no pertenecían a los propietarios, sino a la nación y que, por lo tanto, no debían pagar rentas por el usufructo de ellas. Véase James Sanders, Contentious Republicans. Popular Politics, 122, 77-78. Para este periodo fue común la resistencia de los manumitidos de pagar arriendo a los propietarios de las minas porque consideraban que les pertenecía. Véase: Jefatura política del cantón de Caldas, Almaguer 10 de agosto de 1852, en: Archivo Central del Cauca. Archivo Muerto. 1852. Paquete 53, legajo 77: sobre la mina de Gelima perteneciente al convento El Carmen de Popayán y las dificultades de organizar el trabajo afrodescendiente: Alcaldía parroquial, Tunía, 6 de febrero de 1852: ACC. AM. 1852. Paquete 53, legajo 78.

 

56 Robert Louis Gilmore, El federalismo en Colombia, 1810-1858, tomo II, 3-32; sobre Azuero (1854), Valledupar (1855) Ocaña (1854-1855): Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VIII, 133-134, 156-159; 285-286, 333-334; para Azuero, que fue una lucha por el control de la provincia entre las familias, véase: Goítia, Chiari y la Guardia: Aims McGuinness, Path of empire…, 112-113.

57 James Sanders señala que el temor de los indígenas del sur (provincia de Pasto) a los liberales por sus intentos de dividir los resguardos los hizo aliarse con los conservadores, y no tuvieron los primeros ninguna intención por negociar con las comunidades indias, pues su visión del ciudadano universal le era más cómoda con otros grupos plebeyos que con las estructuras comunales de los resguardos y sus habitantes, a quienes los consideraban ignorantes y demasiado piadosos. De esta forma, los indígenas de Pasto resignificaron los idearios conservadores y constituyeron lo que el historiador norteamericano denominó conservatismo popular indígena. James Sanders, Contentious Republicans. Popular politics…, 33-43 y 102-103. Para el caso de Tierradentro, el modelo de Sanders no se aplica; los conflictos que estas comunidades mantenían con la familia Arboleda y otras parentelas conservadoras de Popayán y Caloto por las tierras y los bosques quineros los llevó a aliarse con los liberales en la década de los cincuenta. Luis Ervin Prado Arellano, “Indígenas, guerras civiles y participación política. El caso Páez en la provincia de Popayán, 1830-1860”, James Sanders, Ishita Banerjee, Saurabh Dube et al., Cultura política y subalternidad en América Latina (Tunja: Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, 2019), 125-148.

58 Samuel P. Huntington, The soldier anf the State. The theory and politics of civil-military relations (Nueva York: Caravelle Editions / Vintage Books, 1964), 80-85.

59 Luis Ervin Prado Arellano, La organización de los ejércitos republicanos en la Nueva Granada: provincias del Cauca (1830-1855) (Quito, tesis de doctorado en Historia Latinoamericana, Universidad Andina Simón Bolívar-Ecuador, 2019), 81-162. Los antecedentes de esta política se pueden consultar en: Juan Carlos Chaparro Rodríguez, Las relaciones político-militares en el marco de la transición política en Colombia, 1810-1830 (Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 2010).

60 Edmund S. Morgan, La invención del pueblo. El surgimiento de la soberanía popular en Inglaterra y Estados Unidos (Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2006), 160-169. Sobre estos principios en la Constitución gaditana, véase: Armando Martínez Garnica, “En defensa del honor militar…”, 5.

61 Juan Carlos Chaparro Rodríguez, ¡Desmilitarizar las repúblicas! Ideario y proyectos políticos de los civilistas neogranadinos y venezolanos (Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2017), 71-150.

62 Armando Martínez Garnica, Historia de la Guardia colombiana (Bucaramanga: Ediciones UIS, 2012), 13-14.

63 Armando Martínez Garnica, “En defensa del honor militar…”, 1.

64 Armando Martínez expone la siguiente lista de los generales, jefes y oficiales comprometidos con el golpe de Melo, que sin duda es incompleta e imprecisa: “cuatro generales (José María Mantilla, Martiniano Collazos, José María Gaitán y al propio Melo), cinco coroneles (Rafael Peña y Ramón Acevedo, Manuel Martínez Munive, Manuel Jiménez y Fernando Campos), ocho tenientes coroneles (Antonio María Echeverría, José Manuel Lasprilla, Mariano Posse, Juan Nepomuceno Prieto, José Valerio Carazo, Alejandro Gaitán, Santos García y José Antonio Sánchez), diez sargentos mayores, 27 capitanes, 23 tenientes (entre ellos José María Vargas Vila, Habacuc Franco y José Gabriel Tatis) y 54 alféreces...”. Armando Martínez Garnica, “En defensa del honor militar…”, 14.

65 Mantilla era para el melismo un militar de propaganda, ante la falta de apoyo de generales y políticos de talla nacional como López, Obando, Mosquera, París, Ortega, entre otros. Sobre los datos del general Mantilla, véase: José María Restrepo Sáenz, “la provincia del Socorro y sus gobernantes”, Boletín de Historia y Antigüedades, vol. XLI, n.° 476 (1954), 339; José María Restrepo Sáenz, “Gobernadores de Pamplona”, Boletín de Historia y Antigüedades, vol. XXXVI, n.° 411-413, (1949), 107; Oswaldo Díaz, La reconquista española, tomo 2. Contribución de las guerrillas a la campaña libertadora, 1817-1819 (Bogotá: Ediciones Lerner, 1967), 391-393; Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo IV, 7-8 y 100; Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo V, 118-119, 129-130, 152-169; Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VII, 34, 73, 276, 291; Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo VIII, 61, 99-100; Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo IX, 379-380; Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, tomo X, 210.