Íntimamente, Julia

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

—Voy preparando la ensalada —comenta Tono.



—Vale.





Ya preparados para comer, Julia se quita el delantal y se queda desnuda. Se sienta junto a Tono, que aún porta la toalla. Otra vez la toalla se levanta, revelando un evidente bulto entre las piernas de Tono.





—¡Joder…! Es que no lo puedo evitar. Mira lo que provocas en mí y ni siquiera me has rozado.



—Tono, no seas tonto y quítate la toalla, que no pasa nada —le dice Julia mirándole a los ojos a la vez que baja su mirada hacia el bulto de Tono.



—Está bien.





Tono se quita la toalla y… el empalme que lleva es considerable. Julia se ríe.





—Ja, ja, ja, ja. ¡Dios, Tono! Ja, ja, ja…





Durante lo que dura la comida, Tono no puede quitarle ojo al cuerpo de Julia. Desde que han empezado a comer no le ha bajado la erección.





—Ummm… Disculpa si te pido perdón, pero… perdona. Esta toalla que me has dado es de un local de ambiente liberal, ¿no? —pregunta Tono sabiendo perfectamente qué local es.



—Ja, ja, ja, ja. Sí, Tono, sí —le contesta Julia mientras le entra la risa—. Ahora está cerrado, pero antes iba mucho. Era el mejor local de Valencia. Ahora creo que lo vuelven a abrir.



—¿Ibas sola? ¿Con pareja?



—Iba con un amigo, pero conoció a una chica, se casó y… la cagó. Ja, ja, ja, ja. Ahora me busca, pero no quiero ir con una persona que no tiene claro lo que quiere ni lo que no quiere; así que ahora si encuentro un amigo para ir, voy. Y a veces voy sola. Depende del día y de cómo me encuentre de ganas.





Al terminar de comer, Julia saca las fresas con plátanos de postre, sumergidos en azúcar y bañados con un chorrito de vino.





—Prueba esto, a ver si te gusta.



—¡Ummm…! ¡Está buenísimo…! Sencillo y práctico —exclama Tono.





Terminan el postre y…





—¿Quieres café?



—Sí, gracias —contesta Tono.





Mientras toman el café, Tono no se quita de la cabeza la conversación.





—Vamos a ver… No sé cómo plantearte esto. Eres más o menos asidua a locales de ambiente swinger. Como no hemos hablado mucho hasta ahora, he de decirte que soy un hombre libremente casado.



—Ja, ja, ja… ¿Cómo que libremente casado?



—Sí, así es. Mi mujer y yo vivimos en la filosofía liberal. Ahora no está en Valencia porque está de viaje con mis hijos y a mí me ha tocado quedarme por trabajo. Ella puede hacer lo que quiera, lo mismo que yo, y luego nos lo contamos. En cuanto venga del viaje le contaré esto que está pasando. No nos ocultamos nada. Al contrario, nos gusta contarnos estas cosas y después echar unos polvos hablando de ello. Es algo muy excitante, te lo prometo.



—Entonces… ¿qué me quieres decir? ¿Que cuando venga tu mujer vais a echar un polvo a mi salud? Ja, ja, ja, ja —pregunta Julia entre risas.



—Sí. Y seguro que será de los mejores.



—¡Ufff! —suspira Julia al tiempo que le coge la mano a Tono y se la pone en su coño—. Mira, mira cómo me estás poniendo. Solo de imaginar lo que me estás contando… Mmm…





Y así era. El coño de Julia estaba chorreando; de hecho, había mojado hasta el sofá. Tono pasa los dedos por la raja de Julia y así comprueba que sus flujos eran abundantes. Sin quitar la mano de su coño, Tono la toma por la cintura y acerca su cuerpo hacia él. La besa en el cuello y a Julia se le escapa un gemido incontrolado.





—¡Ahhh…! Tono. ¡Ummm!





Tono va introduciendo los dedos dentro con mucha facilidad, llenándose la palma de los líquidos que salen del cuerpo de Julia, mientras la besa y le da pequeños chupetones en el cuello. Julia gira la cabeza y se besan. Se besan apasionadamente, se besan con ardor, con vicio. Sus lenguas intentan penetrar en lo más profundo de sus bocas mientras se entrelazan buscando sentir la lengua del otro.





Julia está tan excitada que parece que esté a la merced de Tono y así se lo hace saber.





—Hazme tuya. Fóllame. Hazme gritar, cabrón —susurra Julia.





Tono, no muy acostumbrado a que le digan cabrón o cosas por el estilo, sigue jugando con el coño de Julia.





—Paciencia, cielo. Déjame hacer a mí.



—Nunca le digas a una mujer cielo cuando está cachonda, ¡joder! ¡Dime puta, zorra, perra! ¡Lo que quieras, pero no cielo, por Dios! —exclama Julia.





A Tono no le salen esas palabras, así que mantiene el silencio mientras sigue acariciando a Julia, la cual está disfrutando de las manos de Tono.





—Vamos a la cama. Estaremos más cómodos.





Se levantan del sofá. Julia lo coge de la mano y lo lleva como si fuera un perrito, arrastrándolo por el pasillo hasta llegar a la habitación. Una habitación pequeña, con un armario empotrado y espejos en sus puertas. Tono, sin saber muy bien por qué, empuja a Julia hacia la cama, en la que cae de espaldas. Julia se queda un poco perpleja por el acto, pero rápidamente le sonríe y le dice con una voz medio susurrante:





—Vas aprendiendo, ¿eh?



—Ahora cállate tú y déjate hacer —le insta Tono.





Julia, tumbada, mirando expectante a Tono para ver qué es lo próximo, sin salirle las palabras, guarda silencio. Tono sube a Julia hacia la almohada, le abre las piernas y empieza a acariciárselas. Desde los pies, lentamente, va subiendo sus manos hacia sus muslos sin dejar un centímetro de piel por recorrer. Una mano en cada pierna, arrodillado entre ellas y mirando fijamente a Julia.





—Ahora soy yo el que va a tomar el mando de la situación.





Julia cierra los ojos. Solo quiere sentir, disfrutar de las manos de Tono, que habilidosamente masajean sus muslos. Las manos de Tono van ejerciendo presión sobre ellos y cuando llega a las ingles sus dedos pulgares se acercan, rozando los labios de Julia. Suben hacia el pubis, pero no buscan su clítoris; solo se pasean por sus alrededores. Julia, cada vez que los dedos de Tono se acercan a su secreto, suspira con más profundidad y su respiración cada vez es más agitada.





—¡Ufff! —suspira Julia—. Mmm…





Las sabias manos de Tono van recorriendo el cuerpo de Julia y una vez más se acercan al secreto, pero esta vez acarician el clítoris, ante lo que se le escapa un gemido casi en forma de grito.





—¡Ahhh!





Pero pasan de largo y suben hacia los pechos, rodeando su cintura (Tono sabe muy bien cómo hacer gozar a una mujer). Arrodillado frente a Julia, totalmente erecto, acariciando sus pechos, jugando con sus pezones, pellizcándolos y sacando de la boca de Julia gemidos y sollozos de placer, apoya sus manos junto a ella y comienza a besarle el cuello.





—¡Ummm! Sííí… No pares. Me estás derritiendo. Ufff… —susurra Julia al oído de Tono.





Tono se arrima a Julia y, sin ningún esfuerzo, la polla de Tono entra en el coño de Julia. De repente se oye un suspiro y un gemido de los dos al unísono.





—¡Ummm!





Tono empieza a bombear despacio, muy despacio, tomándose su tiempo, mientras mira la cara de lujuria que pone Julia, con los ojos cerrados y disfrutando del momento.





—¡Sííí, Tono! ¡Fóllame! ¡Así…! —suplica Julia.





Tono va subiendo cada vez más la intensidad del bombeo, entrando y saliendo de Julia, mirando su cara, sus muecas, oyendo sus súplicas entre gemidos de «¡no pares!», «¡sigue, por Dios!», «cómo me gusta, Tono», «¡la vida!»…



Sabiendo que a su lado, en el armario, las puertas son de espejo (no había caído en ello; estaba muy en la faena como para mirar), sale de Julia y se tumba a su lado, de manera que los dos se quedan frente al espejo. Tono, a espaldas de Julia, levanta su pierna y la penetra. Está tan mojada que entra sola, sin ayuda de ninguno de los dos.





—Mira. Mírate en el espejo, Julia. —En el espejo se ve perfectamente cómo la polla de Tono entra y sale de un coño totalmente mojado, lubricado. Tanta es la energía que pone Tono y los movimientos del culo de Julia que a veces se le sale, pero con mucho tino la vuelve a penetrar—. ¡Sííí! Mueve ese culo. No dejes de moverte así, que estoy a punto —dice Tono mientras se miran en el espejo, dando un morbo añadido a la situación.



—¡Así, Tono! Sigue, que yo también voy a correrme.



—Ummm… ¡Vamos! Muévete, que me corro —grita Tono mientras Julia, con movimientos salvajes, también empieza a gritar.



—¡Sí…! Yo también me corro… Ummm… Ufff… ¡Dios…!





Así, gritando al mismo tiempo, los dos llegan al orgasmo. Exhaustos, cansados, sudorosos, chorreantes y con la respiración más que agitada, llenando sus pulmones de aire y recuperando el aliento, se quedan tumbados, abrazados y los dos tienen la necesidad de cerrar los ojos para no olvidar el momento que acaban de pasar. Sin abrir los ojos, dice Julia:





—Prométeme que el próximo, a tres. Con tu mujer. Me apetece mucho conocerla y… comerle el coño.



—Por supuesto. Eso está hecho, pero… hasta que no venga mi mujer de viaje… ¿no podremos tener otra siesta de estas?



—Mmm… Me lo pensaré. Que sepas que no sé por qué he dejado que me folles sin condón. Siempre, siempre que estoy con alguien o condón o nada. Pero no sé por qué contigo es distinto.



—Pues fíjate que a mí me pasa lo mismo. Cierto es que no esperaba esto cuando he salido de casa para comprar, pero al empezar supuse que tú tendrías. Porque siempre uso preservativo. Y contigo… no sé.

 





Perdidos en el tiempo y sin darse cuenta de la hora que es, se quedan dormidos, el uno abrazado al otro. Tono boca arriba y con un brazo en la nuca de Julia. Julia con la cabeza apoyada en el hombro, una mano sobre el pecho de Tono y la pierna subida en su cintura.



De repente Tono abre los ojos y… ¡Hostias! Al mirar su reloj de pulsera se da cuenta de la hora que es. No quiere despertar a Julia, pero es que son las 3:45 de la madrugada, así que se levanta despacio, intentando hacer el menor movimiento de cama y no hacer ruido. Julia está totalmente dormida. Busca la ropa para vestirse, pero no encuentra los calzoncillos. «¡Joder! En las películas siempre es la mujer la que se deja las bragas en casa del chico. Vaya, hombre. Y tengo que ser yo el que no encuentre sus gayumbos…», piensa Tono.



Al no encontrarlos se viste sin ellos. Se pone el pantalón, la camisa y busca un boli o similar y un papel para dejarle una nota a Julia, pero no encuentra más que un lápiz y escribe en una servilleta de cocina:





«Julia, no he querido despertarte, pero tenía que irme a casa. Mañana haré lo posible por contactar contigo, ya que no nos hemos dado los números de teléfono. Ha sido una velada espectacular. Muchos besos donde más te gusten.





P. D.: No he encontrado mis calzoncillos».





Tono deja la nota pegada en la nevera con un imán y, con mucho cuidado, sale del piso y cierra la puerta.






CAPÍTULO 4

 En la soledad de Nati



Los días están pasando con normalidad para Nati. Excursiones con sus hijos, playa, chiringuitos y por la tarde un poco de siesta. Luego, a pasear por las calles llenas de tiendas de souvenirs. Ya solo les quedan tres días para dejar el hotel y volver a casa. Ciertamente, Nati tiene ganas de llegar; ya está un poco agobiada. Aunque sean vacaciones y con sus hijos, se están volviendo unos días muy monótonos. Pasa las noches sola, aunque sí sale después de cenar con sus hijos a tomar un cubata. Luego ellos se van a la discoteca y ella regresa al hotel. Se pone la televisión y busca algún canal en el que pongan algo de interés, pero, como siempre, acaba cogiendo un libro y, como de costumbre, se queda dormida leyendo.



Como siempre, cena en el bufé del hotel. Sentados, ya cenando, le pregunta su hija:





—Mamá, en todo este tiempo solo has salido una noche y con nosotros. ¿Por qué no has salido ningún día sola?



—Eso, mamá, que ya somos mayores y si un día llegas más tarde que nosotros no pasa nada. No te vamos a castigar. ¡Ja, ja, ja, ja! —le dice su hijo entre risas.



—Sí, tenéis razón, pero es que sin papá no estoy acostumbrada a salir.



—¡Mamá! De verdad. ¿Te estás oyendo? Sé que has salido a veces sin papá en Valencia, cuando está trabajando —le comenta su hija, que es la mayor y la más adulta.



—A ver, Marta, sí. Pero en Valencia salgo con nuestros amigos y aquí no conozco a nadie.



—Porque no has querido conocer a nadie, mamá —le puntualiza su hijo.



—Toni, pero ¿a quién voy a conocer aquí si siempre estamos juntos? Y ojo, que me encanta pasar estos días con vosotros, ¿eh? No seáis mal pensados —les tranquiliza—. Ojalá estuviera tu padre como antes, cuando salíamos los cuatro. Vosotros salid y divertíos, que tenéis que aprovechar las vacaciones. Cuando lleguemos a Valencia ya nos tomaremos unos días papá y yo. Además, ya quedan pocos días. Aprovechadlos y llegad tarde. Si yo tuviera vuestra edad… Ay, mare…





Como siempre, al terminar la cena, Marta y Toni invitan a Nati a un cubata. Cerca del hotel hay un pub junto al mar, muy tranquilo, donde los tres cada noche se toman esa copa antes de que Nati se vaya a la habitación del hotel y ellos, a la discoteca.



Marta, la hija de Nati, como cada noche, le mete pullas a su madre cuando pasa un hombre de buen ver y, como siempre, a Toni no le hace mucha gracia esa broma de su hermana hacia su madre.





—Pues mira, Marta. Esta noche en vez de irme a la habitación me voy a ir al pub que hay detrás del hotel, que me han dicho que es para gente más de mi edad. Ja, ja, ja, ja —le dice Nati mientras se ríe.



—¡Claro que sí! Esta noche te vas de picos pardos —la anima Marta.



—Pero con cuidado, mamá. ¿Vale? —le pide Toni con voz de responsable.



—¡Ja, ja, ja, ja! Nooo. Voy a hacer lo mismo de siempre: tomarme esta copa con vosotros y leer un poco, que me relaja y así me duermo pronto.





Como de costumbre, así lo hace. Toni y Marta se van a la discoteca y Nati hacia el hotel.



Al entrar en el hotel y dirigirse hacia los ascensores, Nati ve en recepción a un hombre más joven que ella. Tendría unos cuarenta o algo menos. Es de físico normal, pero se nota que se cuida. Delgado, moreno de piel y castaño de cabello. Lleva unos vaqueros, una camiseta con una estampación que no llega distinguir con claridad y zapatos (a Nati no es algo que le incomode que un hombre sea más joven que ella).



En lo que tarda en llegar el ascensor, el hombre del mostrador de recepción ya se ha registrado en el hotel y se dirige hacia los ascensores. Se para a su lado y…





—Buenas noches —le dice este hombre desconocido.



—Buenas noches —contesta Nati.





Suena un timbre y se abren las puertas del ascensor. Con un gesto de caballero, invita a Nati a pasar primero al interior del ascensor.





—¿A qué planta va? —pregunta el desconocido.



—Séptima planta.





El desconocido caballeroso pulsa los botones 6 y 7.





—¡Vaya! Yo bajo antes.



—Eso parece.



—Disculpe si le pregunto, pero… acabo de llegar y necesito tomarme una copa. ¿Sabe de algún lugar tranquilo donde tomarme esa copa y relajarme?



—Pues hay uno junto al hotel y me han dicho que detrás hay otro, pero para gente más de mi edad.



—¿De su edad? O sea, para gente joven.



—Ja, ja, ja, ja —ríe Nati—. ¿Pero qué edad piensas que tengo?



—No lo sé, pero…





Antes de terminar la frase se abre la puerta del ascensor y suena una voz femenina y robótica que dice: «Está usted en planta 6. Le deseamos una buena estancia».





—¡Vaya! Llegué a mi planta. Supongo que nos veremos algún día de estos —le dice el desconocido.





Sale del ascensor y se dirige a la derecha del pasillo. Nati asoma la cabeza para ver en qué puerta se para, pero las puertas se cierran antes de poder ver dónde para el desconocido. El ascensor sube una planta más y vuelve a sonar esa voz: «Está usted en planta 7. Le deseamos una buena estancia».



Entra en la habitación, deja el bolso en la cómoda, se quita los zapatos y se tumba en la cama. En la mesita tiene el libro que está leyendo, Ambiente «swinger» o liberal, un libro que le regaló Tono y que habla sobre algo que ya conoce, pero no está de más conocer otras perspectivas de lo que el mundo liberal es en sí. Pone la televisión y coge el libro para seguir leyendo. Va por el capítulo 6: «Otra experiencia vivida». Es un capítulo en el que el autor cuenta una experiencia que tuvo con una pareja y de la cual salió una gran amistad.





Nati no está concentrada ni en la tele ni en el libro. Se levanta, se desnuda y se mete en la ducha. Mientras cae el agua en su cara, cierra los ojos e intenta poner su mente en blanco, pero no puede. Piensa lo que piensa y… «¡Qué coño! Hoy voy a salir». Así que se enrolla en una toalla, busca en su neceser los utensilios de belleza y saca una maquinilla de afeitar. Se depila su parte íntima, se arregla sus axilas y al mirarse en el espejo ve un pelillo rebelde que tiene en la areola de uno de sus pezones. Coge unas pinzas de cosmética y se lo quita. Se vuelve a meter en la ducha y termina lo que había empezado. A la hora de enjabonarse pasea las manos por su cuerpo. Al pasar por sus pechos los pezones se le erizan. Nati se estremece y su mano derecha baja hasta su pubis. «¡Ufff!», suspira Nati, pero no quiere masturbarse ahora, así que sigue con su ducha.



Al terminar coge la toalla, se seca y se enrolla otra toalla de menor tamaño en la cabeza para secarse un poco el pelo. Mientras la toalla de su cabeza empapa el pelo, se maquilla un poco. No mucho; no le gusta llamar mucho la atención en lo que al maquillaje se refiere. Así que un poco de polvos, la raya de los ojos y un pintalabios de color rojo mate.



Abre las puertas del armario y ve qué se va a poner. Saca varias prendas, pero ninguna le convence, así que… «Mira, esta blusa estampada y esta falda», piensa Nati. Se pone la blusa y se abrocha solo dos botones, lo suficiente para que no se le salga un pecho, pero que a su vez se los tapa. Se ven, pero ocultando los pezones. Coge la minifalda vaquera y, una vez puesta, se mira en el espejo: de un costado, del otro y… perfecta. Se ve el canalillo, pero no los pezones. Insinúa, pero no muestra. De frente al espejo, se agacha con la espalda recta y ve reflejada la ausencia de ropa interior. Se va a la mesita de noche y coge un tanga, que seguidamente mete dentro del bolso de mano que llevará esta noche.



Sale de la habitación y al dirigirse al ascensor piensa: «Ummm. Este hombre que ha subido en el ascensor conmigo ha dicho que iría a tomarse una copa. No me importaría acompañarlo». Al pulsar el botón del ascensor las puertas se abren al instante. No ha tenido que esperar. Entra y pulsa el botón del hall. El ascensor se pone en movimiento y de pronto se para. Se abren las puertas y… ¡Vaya! El hombre desconocido.





—¡Hola de nuevo! —dice el desconocido.



—¡Hola!



—Creí que iría a dormir ya.



—Sí, esa era la idea, pero he pensado que ya queda poco y me apetecía salir.



—¿Poco? ¿Poco para qué?



—Para regresar a casa.



—Ah. Y… ¿ha quedado con alguien? —pregunta el desconocido.



—Pues no. Pero, por favor, no me hables de usted. Puedes tutearme.



—Vale. Pues si no has quedado con nadie, ¿aceptas que te invite a una copa?



—Pero si no nos conocemos —responde Nati.



—Bueno, eso tiene arreglo. Me llamo Marcos. Ahora que ya sabes quién soy, ¿me aceptas esa copa?



—Ja, ja, ja, ja. Encantada. Yo soy Nati y, sí, te acepto esa copa.



—Bueno, tú que ya llevas más tiempo aquí sabrás dónde está el pub…



—Pues la verdad es que no. No he llegado a ir. Hasta ahora solo he ido con mis hijos a tomar una copa antes de ir a la habitación y que ellos se fueran de discoteca. Y la terraza donde he ido con ellos no es un pub. Es una terraza en el paseo.



—Entonces lo descubriremos juntos.





Salen del hotel y se dirigen hacia el pub que le dijo en su día la recepcionista. Justo detrás del hotel se vislumbra un cartel de neón verde que dice: «SENSACIONES PUB».





—Sensaciones… A ver qué tipo de música ponen ahí. El nombre no da muchas pistas —comenta Marcos—. Yo soy muy de rock y rock alternativo, aunque puedo escuchar cualquier tipo de música.





Se paran en la puerta y Marcos abre una de las hojas de las puertas de madera para que pase Nati. En su interior no hay mucha gente. Más bien diríamos que casi está vacío. La música no está muy alta, por lo que se puede hablar, y el estilo musical es más bien música comercial.



La barra queda en la parte izquierda y, a la derecha, una especie de reservados divididos por unos biombos de mimbre hacen que haya cierta intimidad. Marcos invita a Nati a sentarse en uno de los reservados. Nati acepta la invitación y se sienta sobre unos sofás de obra, acolchados por unos cojines realmente cómodos.





—¿Qué quieres tomar, Nati?



—Mmm… Un vodka rojo con naranja y una pajita, por favor —contesta Nati.





Marcos se acerca a la barra para pedir sus consumiciones.





—¡Buenas noches! ¿Qué desea tomar? —pregunta la camarera, una chica joven, de veintipocos años, delgadita, con pechos pequeños y cinturita de avispa, con el pelo cortito, estilo chico, y con el clásico acento de la zona.



—¡Buenas noches, guapa! Un vodka con naranja y una pajita y un gin-tonic cortito de ginebra, por favor. ¿Me espero o me los acercas a la mesa? —pregunta Marcos.



—Tranquilo, señor. Yo se los llevo.





Marcos se da media vuelta y se acerca hacia la mesa donde está Nati. Las luces del pub van y vienen, creando sombras y luces. Una de las luces móviles hace una ráfaga, enfocando sobre las piernas de Nati, y a Marcos le ha parecido ver… Más bien le ha parecido no ver ropa interior entre las piernas de Nati. Con esa minifalda vaquera no se puede ocultar lo evidente al estar sentada. Marcos suspira: «Ufff». No quiere pensar más allá y se sienta junto a Nati.

 





—Ahora nos los trae la chica —dice Marcos—. Bueno, cuéntame. Sé que te llamas Nati y… tienes hijos. Y, por lo que me ha parecido entender, estás de vacaciones y solo te quedan tres días.



—Así es. Estoy de vacaciones con mis hijos.



—Pero, a ver… ¿Qué edad tienen tus hijos, que se van de discoteca? ¿No son muy jóvenes?



—¡Nooo! Qué va… Ya superan los veinte años los dos. Una chica y un chico. Se llevan bien y salen juntos de fiesta, aunque en casa sí tienen grupos de amigos distintos. Y del resto, has entendido bien. Estamos de vacaciones y ya solo nos quedan tres días para volvernos a Valencia.



—¿Valencia? ¡Vaya! Yo soy de Valencia. Qué casualidad, ¿no?



—¡Anda! Pues sí. Sí lo es. ¿Eres de la capital?



—No. Vivo en un chalé en Náquera. ¿Vosotros vivís en la capital?



—No, cerca. Somos de Valencia, pero vivimos en Alfafar.



—Separada, supongo…



—Ja, ja, ja, ja. No, para nada. Casada y bien avenida.



—¡Perdón! Creí…



—¿Perdón por qué? No hay nada que perdonar, Marcos. Pero entiendo: mujer sola de vacaciones con los hijos. Es fácil pensar que estuviera separada. Más bien, hoy en día sería lo normal, pero no es mi caso. Tono, mi marido, está trabajando; por eso no nos ha podido acompañar en esta ocasión. ¡Huy!, te has puesto rojo, Marcos. Ja, ja, ja, ja.



—Ya, pero…



—No hay peros, Marcos. Oye, que si no te apetece mi compañía no pasa nada, ¿eh?



—No, no, no. Sí me apetece, sí —aclara Marcos mientras piensa en las piernas de Nati—. Es que no estoy acostumbrado a estar con una mujer casada de esta manera, tan tranquilamente aquí, tomando una copa.



—Pero vamos a ver, Marcos. No sé qué edad tendrás, pero creo que más joven que yo seguro. ¡Abre la mente, hombre! Tomémonos esta copa y quizás haya otra copa más. Que en breve me vuelvo y quiero pasarlo bien una noche —comenta Nati con una sonrisa—. Además, ni nos hemos presentado como Dios manda. Mi nombre es Nati —le dice a la vez que se acerca para darle un beso a Marcos.



—Tienes razón. Soy Marcos. —Le extiende la mano a la vez que le devuelve el beso en la mejilla.





Nati aprovecha que la chica de la barra está recogiendo copas vacías de las mesas para levantar la mano y atraer su atención.





—Por favor, ¿nos harías una foto a mi amigo y a mí? —le pregunta Nati a la camarera.



—¡Claro! —contesta la joven.





Nati saca el móvil del bolso, pone la cámara y se lo da a la chica. Mientras la camarera enfoca para hacer la foto, Nati le pasa el brazo por el hombro a Marcos, arrima su cara y sube una pierna sobre la pierna de Marcos, de manera que se ve perfectamente la ausencia de ropa interior. Marcos posa su mano en la pierna de Nati, justamente en la rodilla, y la sube un poco hasta pararse en el muslo. En esa postura se quedan parados hasta que se ve el flash de la cámara y la camarera les indica:





—¡Ya! He hecho tres por si acaso.



—Gracias. Muy amable.





La camarera sigue con sus labores y Marcos le dice:





—A ver esa foto. Me la tendrás que pasar. —Nati le enseña la foto—. ¡Guau! —exclama Marcos con cara de sorpresa—. ¿Esta foto me la vas a pasar? No llevas…



—Claro que sí. Ja, ja, ja, ja. ¿O es que no te gusta? — pregunta Nati mientras se ríe.



—Sí, por Dios. Claro que me gusta. ¿Cómo no me va a gustar? Nunca me había hecho una foto así.



—Vale, ahora me das tu número de teléfono y te la paso por WhatsApp. Pero primero voy a mandársela a Tono.



—¿A Tono? ¿A tu marido? ¿Qué va a pensar? Ay, Dios… —dice Marcos con incredulidad y sorpresa.



—¡Claro! A mi marido le encanta que le envíe estas fotos. Es un juego que tenemos los dos.





Después de la primera copa, Marcos ya se ha desinhibido totalmente, ya se le ha ido la vergüenza del joven adolescente que parece ser a pesar de su edad. Se queda mirando el escote de Nati y, al levantar la mirada, la ve mirándolo a los ojos.



Nati le pasa la mano por la nuca, entrelazando sus dedos entre el pelo de Marcos, y hace un poco de fuerza para que la cara de Marcos se acerque a la suya mientras Marcos hace lo propio con Nati. Acercan sus caras y sus bocas y se besan en los labios. Nati entreabre sus labios para sentir el beso de Marcos con más pasión. Es un beso suave, sin lengua, pero gratificante. Marcos, por su parte, sube la mano que tiene en el muslo de Nati y pasea el dedo índice por su entrepierna. Nota suavidad y humedad. Con los cuatro dedos juntos acaricia muy despacio el coño de Nati. Sube y baja la mano hasta el momento en el que el dedo corazón se pasea por la raja y el clítoris de Nati.





—¡Ummm! —suspira Nati a la vez que posa su mano libre en el pantalón de Marcos, notando un excelente bulto en él—. Ufff… Cómo estás, Marcos.



—Ni que lo digas.





De repente vibra el bolso de Nati a la vez que suena una melodía de Star Wars.





—Espera, Marcos. Es Tono.



—Vale —responde Marcos parando las caricias.





Nati saca el móvil del bolso y ve que es un mensaje de Tono: «Qué guarra eres… Quiero más», dice el mensaje.





—Ja, ja, ja, ja. Mira lo que me dice mi marido —le comenta Nati mientras le enseña el mensaje a Marcos.



—¿Pero vosotros qué sois? ¿Una pareja abierta?



—Sí, más o menos. Ahora te cuento, pero me apetece otra copa. ¿A ti no?



—Sí, claro —contesta Marcos.





Alzando la mano derecha, Marcos le hace una seña a la camarera. Al acercarse la chica, Marcos le pregunta:





—Perdona, ¿cuál es tu nombre? Es para no estar diciendo: «Oye, camarera» —le pregunta Marcos.



—Sofí. Mi nombre es Sofí.



—Pues Sofí, nos traes otras dos copas de lo mismo que antes, por favor.



—Enseguida —contesta la camarera con una picarona sonrisa.





En lo que Sofí tarda en traer las copas, Marcos está intentando digerir lo que Nati le estaba contando.





—A ver, Nati. Explícame eso que tenéis tu marido y tú.



—Pues hay poco que contar. Tono y yo tenemos una relación abierta, es decir, vivimos en una filosofía de vida basada en la libertad del otro. Estamos juntos porque queremos estar juntos, no porque lo diga la Iglesia o la sociedad. Tono es libre igual que yo. Nos respetamos muchísimo y, aunque parezca paradójico, el respeto que nos tenemos hace que tengamos libertad de actos y sentimientos. Nos amamos muchísimo y son cosas que esta sociedad no llega a entender. Sin ir más lejos, Tono hace poco me regaló un libro que lo explica bastante bien, el cual, si te gusta leer, te recomiendo —le explica Nati.



—La verdad, sí me gusta leer y lo que me cuentas parece interesante. ¿Cómo se llama el libro?



—Ambiente «swinger» o liberal.



—Perdón, las copas —dice Sofí interrumpiendo la conversación.



—¡Gracias!





La camarera deja las copas en la mesa y retira las copas vacías. Pasa un paño y limpia la mesa del agua dejada por la condensación de las copas anteriores.



Tono, a su manera y sin darse cuenta, ha cortado la situación que estaba viviendo Nati justo en el momento en que Marcos estaba descubriendo lo húmeda que está. Marcos coge la copa para pegar un sorbo, se la acerca a la boca y…





—¡Ufff! ¿Sabes lo que me acaba de pasar?



—Soy toda oídos —dice Nati sonriendo pícaramente.



—Al acercarme la copa a la boca para beber me ha subido el aroma de tu sexo, que tengo impregnado en los dedos, y… ¡Bufff! Qué bien hueles, Nati.



—Ja, ja, ja, ja —ríe Nati—. Mmm… ¿Me dejas hacer una cosa que puede pare

Sie haben die kostenlose Leseprobe beendet. Möchten Sie mehr lesen?