¿Te va a sustituir un algoritmo?

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Y estarás replicándome que las cajeras y las telefonistas están ahora sin trabajo. Pero estos son ejemplos donde la persona ha sido o podrá ser desplazada de su trabajo, pero no obligatoriamente despedida. Creo que es útil entender este matiz de cara a nuestras angustias tecnológicas. Es decir, nuestro trabajo cambia, pero no necesariamente va a peor. Lo que hay que hacer es garantizar que esa persona trabajadora tiene una alternativa cuando sus tareas cambien y que cuenta con las habilidades digitales necesarias para desenvolverse en este nuevo mundo híbrido en vez de verse expulsada del mercado laboral con difícil reciclaje.

Es verdad que la digitalización y sobre todo la automatización van a afectar a las tareas repetitivas y básicas. Pero no solo. Como toda revolución, implica cierto grado de incomodidad y reajuste ante el cambio. Así pasó en las revoluciones industriales anteriores. Sin embargo, a diferencia de estas, creo que ahora tenemos la oportunidad de mitigar el sufrimiento social que supusieron las otras grandes transformaciones tecnológicas. Y no podemos ignorar que no lo estamos haciendo bien.

La automatización seguirá avanzando y cada vez serán más las tareas que se vean afectadas. También serán más complejas porque las máquinas cada vez hacen más cosas. ¿Os imaginabais que un programa como Google Translate podría sustituir a traductores?, ¿o que habría una máquina que hiciera diagnósticos médicos acertando más veces que un médico y sin cansarse? Así seguirá pasando en casi todos los ámbitos de nuestra vida. Llegará un robot barato y las hará. Va a pasar.

Conocemos tres grandes transformaciones que trae la tecnología y que debemos tener en cuenta por su impacto: en primer lugar, la automatización de procesos, que hace que muchas de las tareas simples y repetitivas que hacemos los humanos ahora las pueda hacer una máquina. Como las cajeras de la tienda de deportes. En segundo lugar, el boom de las plataformas digitales que sustituyen la interacción física por la virtual y no siempre con personas al otro lado. Aquí están los que pedalean con mochilas llenas de comida por nuestras calles, el alquiler de casas en Airbnb o la compra en un marketplace como Amazon. En tercer lugar, la digitalización masiva de procesos, bienes y servicios que da lugar a nuevos modelos de negocio y de organización laboral. El programa informático que están probando en el periódico para hacer noticias y que a Luna le impide no temer por su futuro.

Sabemos que, a lo largo de la historia, las innovaciones tecnológicas han revolucionado los métodos de producción, aumentando la productividad y, en general, el bienestar. Solo hay que imaginarse cuando se descubre la máquina de vapor y la fuerza manual es sustituida por máquinas. Aquello supuso un verdadero cambio en la vida de muchas personas que, de hecho, dejaron el campo y se fueron a la ciudad. Se podía producir más y se podía producir mejor. Igual pasó con la electricidad o internet. Fueron cambios que, simplificando mucho, sumando lo bueno y restando lo malo, han dado un saldo positivo. No obstante, deberíamos aspirar a reducir el coste social que suele conllevar la introducción de bruscos cambios en el sistema sin una planificación. La historia nos invita a pensar que es probable que ocurra lo mismo con la nueva oleada de tecnología en la que vivimos. Esta vez tiene forma de robotización, uso masivo de datos, machine learning e inteligencia artificial, pero es la misma idea. Por eso debería interesarnos cómo impacta la digitalización en el mundo laboral, porque como en tantas otras ocasiones, nos va a afectar. No por igual, pero sí en general. Y añado que, por primera vez, podemos estar preparados.

ansiedad tecnológica y tecnofobia

En el diseño de nuestro Estado del bienestar y nuestro contrato social no había tecnología, y los lugares de trabajo eran prácticamente tres: fábrica, campo o empresa. El sistema se basaba en la localización física y el modelo era básicamente trabajar para el sector público o para la empresa con sus diferentes modalidades contractuales: indefinido, temporal o a tiempo parcial, todas ellas con limitaciones claras que buscaban garantizar que las personas trabajadoras tenían acceso a trabajos de por vida.

La vida de los padres de Luna fue así. Su padre entró a trabajar en una promotora inmobiliaria y lleva en ella más de veinte años. Su familia es de un pueblo de Extremadura y le tocó empezar a trabajar pronto en la obra, que era lo que había. A los años decidió irse a Madrid a probar suerte y consiguió trabajo en la cafetería de un ministerio en el que estuvo casi quince años y donde conoció a la madre de Luna. Después, ya pensando en la familia, decidió cambiar y le contrataron en una empresa del sector de la construcción. Un grupo muy conocido en España. Siempre cuenta que las ha visto de todos los colores. La época dorada del euro, del boom y también la de la crisis, cuando se despidió a mucha gente.

También la más reciente de la digitalización. Le cuesta mucho. A él se le dan bien las personas. Cuando trabajaba en la cafetería estaba todo el día dándole conversación a la clientela. Por eso acabó siendo después uno de los mejores en la promotora. Es de la vieja escuela, de las comidas donde se cierran los tratos y de conocer a la gente, de patearse los sitios y de saber detalles de la vida de las personas con las que trata. Ahora su día a día ha cambiado. Tiene que hacer muchas cosas en la web porque la mayoría de los clientes entran a través de un portal donde están anunciados sus pisos. Va todo muy rápido. Le llega una petición de información y tiene que agendar la visita lo antes posible en una aplicación interna para optimizar los procesos de alquiler y venta. No estamos para perder oportunidades. No lo lleva bien, se siente torpe y además no entiende por qué tiene que ir todo tan rápido: contestar, concertar las visitas, actualizar fotos, mirar los precios de la competencia, ver si salen bien en términos de posicionamiento online, si está vendiendo menos que sus compañeros o no, decidir si necesita meter más publicidad para que sus casas tengan más visibilidad… Siente que está en una competición y que cada vez se tiene que poner más grande el tamaño de la letra del móvil porque se está quedando ciego de tanto mirarlo. Le llegan correos, whats­apps y notificaciones de la web que es incapaz de gestionar al mismo tiempo. Antes eran un equipo, cada uno hacía lo suyo y la parte administrativa la llevaba una compañera. Prácticamente se han convertido sin querer en inmobiliarias individuales. Hace tiempo que con la aplicación y el resto de herramientas de marketing online se prescindió de la ayuda administrativa, se redujo a la mitad el personal y los que quedaron asumieron individualmente muchas más funciones además de un portafolio completo de principio a fin. Ha notado mucho el cambio en los últimos cinco años, aunque se consuela pensando que ya le queda poco para jubilarse. Gracias a una carrera estable en la que ha llegado a ser responsable territorial de la promotora, ha podido tener una familia de tres hijos, una casa comprada en Madrid, dos coches y un apartamento cerca de Torrevieja, donde hicieron una promoción y le salió prácticamente a precio de coste. Después de cuarenta años cotizados sabe que va a tener la pensión íntegra.

Este era el plan inicial del que hablábamos antes. El Estado redistribuía para reducir la desigualdad a cambio de impuestos provenientes de una parte de los salarios. Sector público y privado darían formación educativa y profesional, se crearían empleos dignos con salarios que permitirían progresar. Los que tuvieran mala fortuna o se hicieran mayores serían protegidos mediante los subsidios, las pensiones y la sanidad. No habría pobreza. Los números salían si las personas trabajaban de media una serie de años, con un salario mínimo que previsiblemente se incrementaría con el tiempo. Todo más o menos estaba pensado. Hasta que llega la digitalización y hace que se tambaleen los cimientos de aquel diseño del siglo pasado. Nos lo cambia prácticamente todo. Y se ven afectadas: productividad, competencia, fiscalidad, educación y, por supuesto, trabajo.

A muchas personas les preocupa. En febrero de 2021, la consultora PwC encargó una encuesta en la que participaron más de treinta mil personas representativas de todos los estados laborales posibles y de dieciocho países.5 ¿Conclusión? Casi el 40% cree que su trabajo quedará obsoleto en cinco años y a seis de cada diez les preocupa que las máquinas les sustituyan. Es lo que muchos llaman “ansiedad tecnológica”. El miedo a un futuro digital donde no hay espacio para las personas. Después de un tiempo crítico con gran impacto en el mundo del trabajo, y en el que ciento catorce millones de personas han perdido su empleo, es normal que las preocupaciones se hagan más presentes.

Cuando Luna se pregunta “¿me va a sustituir un algoritmo?”, está sintiendo sin saberlo esa tecnofobia. No sabe cómo debería actuar ante una realidad amenazante con la que convive desde que empezó a trabajar. Quiere probar cómo pueden ayudar los algoritmos a hacer mejor su trabajo, a dedicarle más tiempo al trabajo de fondo y a los contenidos de calidad, pero no sabe si eso tendrá consecuencias negativas para algunos compañeros. Cada vez las redacciones son más pequeñas.

La realidad de Luna la viven miles de personas. Más que una respuesta individual, requiere de un plan común. Dar respuesta a los temores que tanta incertidumbre están generando debe ser el punto de partida para aquellos a los que hemos encargado gestionar nuestro presente y prepararnos para el futuro.

menos mal que estamos en europa

Como en anteriores revoluciones, los beneficios que se supone que traerá la digitalización, no son automáticos. Tenemos que hacer todo un proceso de conversión primero. Hay que adaptar nuestros mercados laborales, la educación o la formación, además de los sistemas de protección social para garantizar que la transición sea mutuamente beneficiosa. Los Gobiernos nacionales tienen un papel crucial que desempeñar, garantizando que las condiciones con las que parten los trabajadores permitan aprovechar las oportunidades. Necesitamos ordenadores, buena conexión, saber usar la tecnología e inglés para entenderla. Tenemos que prepararnos a fondo y rápido. Por desgracia, en España ha faltado una conciencia común sobre el impacto que la digitalización va a tener y eso nos hace salir desde más atrás que el resto.

 

No todos los territorios viven igual la digitalización, no todos tienen la capacidad de decidir el tipo de transición digital que quieren. De hecho, hay algunos que deciden mantener unas condiciones laborales tan precarias que les sigue compensando contratar en lugar de usar la tecnología. Es lo que pasa principalmente en la industria textil del Sudeste Asiático, donde por ahora sale más a cuenta pagar noventa euros al mes que automatizar partes de la cadena de producción de ropa. Lo creamos o no, hay lugares del mundo donde las personas son más baratas que las máquinas. Tengamos en cuenta que digitalizar una industria no es solo incorporar máquinas, también es promover la economía digital y la inclusión financiera, por ejemplo, mediante la incorporación de pago de salarios electrónicos a monederos personales.6 Y hablando de inclusión financiera, seguramente aquí no podamos entender lo importante que es para el empoderamiento de la mujer en los países en los que no tienen derechos y están sometidas al control patriarcal del dinero. Por suerte, nosotros en Europa sí tenemos los medios para aprovechar las oportunidades y la determinación de garantizar la inclusión y los derechos fundamentales.

Por situarnos en el punto en el que estamos, en 2019 se nombró una nueva Comisión Europea, que, simplificando, es el equivalente a nuestro Gobierno en Europa. Su presidenta, Ursula von der Leyen, ha puesto la transición digital como una de sus prioridades estratégicas, junto con la ecológica; ambas son los pilares de la estrategia europea de crecimiento que determinará nuestros años venideros. Tras la pandemia, nos hemos dado cuenta de que la digitalización es un aspecto además estratégico a nivel geopolítico. No solo tenemos que adaptarnos y avanzar, sino que también tenemos que reforzar la soberanía digital para garantizar que tenemos autonomía para depender cada vez menos de otros países en estos temas tan importantes. Un ejemplo de lo que sería la soberanía digital ha sido la polémica europea por usar tecnología 5G creada por europeos. A Luna le tocó escribir en el periódico sobre este tema precisamente cuando Estados Unidos dijo que Huawei podría ser utilizado por China para espiar, a través de su tecnología 5G, y después Reino Unido decidió prohibirla directamente.

La tecnología tiene muchas formas de ser desarrollada y nosotros queremos una que promueva nuestros valores, respetando las libertades, incluyendo la protección de datos, la privacidad o la seguridad. Es verdad que esta carrera nos pilla algo atrasados y todo el mundo lo sabe: los fuertes son Estados Unidos y China. Por diferentes razones el Viejo Continente ya venía rezagado en lo digital y ponerse al día no es fácil. Cuando uno se plantea un reto de esta magnitud hay que entender que no solo se trata de cómo usar tecnología y sus reglas, sino que ha de analizarse desde una perspectiva holística: datos, ciberseguridad, derechos digitales, competencias digitales, competitividad empresarial, estrategia industrial digital y, sobre todo, estar muy atentos a que no se agranden más las brechas de nuestro sistema.

Dicho esto, la cosa ha avanzado bastante y la Comisión Europea ha creado la Brújula Digital con ambiciones digitales concretas para 2030. ¿En qué nos vamos a centrar a nivel europeo? Principalmente en una regulación sobre plataformas y en las condiciones laborales de las personas que trabajen en ellas; en desarrollar la economía de los datos con una estrategia europea de datos y una ley de gobernanza de datos; en aumentar la inversión en inteligencia artificial; en el desarrollo de computación en nube, tecnologías cuánticas e informática de alto rendimiento; además de una conexión rápida y una ciberseguridad a la altura.

La digitalización de la economía es un tema multifacético con grandes implicaciones para todos. Trae beneficios sí, pero hay que saber hacerlo. Con las estrategias adecuadas, puede conducir a más y mejor empleo, pero para ello es necesario que la ciudadanía tenga las habilidades digitales que demanda el mercado. No hay que tenerle miedo. La transición conlleva una adaptación forzosa y tenemos que asumir que algunas tareas desaparecerán o cambiarán. Hemos visto cómo le sucedía a la compañera del padre de Luna que hacía toda la parte administrativa.

Para no acabar teniendo un país de personas desempleadas y sin competencias para encontrar un nuevo empleo, tenemos que anticiparnos al cambio y darles la oportunidad para que se puedan ir formando. Solo así podremos tener éxito en la era digital. Se deben tener en cuenta muchos aspectos en este cambio de mentalidad. Tenemos que pensar en nuevas formas de organización, en que las condiciones laborales han cambiado o en la importancia de la conciliación. La tecnología debe ser accesible en toda la economía y todos los territorios. Nuestro país además necesita enfoques específicos para que las pymes, que suponen más del 90% del tejido productivo, puedan aprovechar esta oleada digital. ¿Creéis que alguien ha enseñado al padre de Luna algo sobre apps, marketing digital, SEO, gestión de agenda o multitasking? ¿Alguien se ha preocupado de formar a la administrativa-recepcionista-teleoperadora-secretaria que llevaba diez años en la inmobiliaria, para que encontrara trabajo en un mundo donde su labor está prácticamente automatizada? ¿Cómo se espera que hagan frente a estos cambios?

1 NEWMAN, Nic (2021): “Periodismo, medios y tecnología: tendencias y predicciones para 2021”, Reuters Institute for the Study of Journalism. Disponible en https://reutersinstitute.politics.ox.ac.uk/periodismo-medios-y-tecnologia-tendencias-y-predicciones-para-2021 [consultado el 30/09/21].

2 MLITZ, Kimberly (2021): Global digital transformation spending, 2017-2024, Statista (web). Disponible en https://www.statista.com/statistics/870924/worldwide-digital-transformation-market-size/ [consultado el 30/09/21].

3 Kenneth Cukier y Viktor Mayer-Schöenberger introdujeron el término dataficación, que es la transformación de la acción social en datos cuantificados en línea, lo que permite el seguimiento en tiempo real y el análisis predictivo. En pocas palabras, se trata de tomar un proceso/actividad que antes era invisible y convertirlo en datos, que pueden ser supervisados, rastreados, analizados y optimizados.

4 LIN, Jin (2020): 10 Artificial Intelligence Statistics You Need To Know in 2021, Oberlo (blog). Disponible en https://www.oberlo.com/blog/artificial-intelligence-statistics [consultado el 30/09/21].

5 Alemania, Australia, Canadá, China, Francia, la India, Japón, Kuwait, Malasia, Países Bajos, Polonia, Qatar, Arabia Saudí, Singapur, Sudáfrica, España, Emiratos Árabes Unidos y Reino Unido.

6 Según el Banco Mundial, la inclusión financiera significa, para personas físicas y empresas, tener acceso a productos financieros útiles y asequibles que satisfagan sus necesidades –transacciones, pagos, ahorros, crédito y seguro– prestados de manera responsable y sostenible.

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El mercado laboral global está cambiando

La pandemia no ha hecho más que acelerar una serie de perturbaciones que estaba experimentando el mundo del trabajo y en las que la tecnología tiene mucho que ver. Con el despliegue masivo de internet, la mejora de la velocidad de conexión, el avance tecnológico en cuanto a procesamiento de datos y de dispositivos, podemos decir que a partir de 2010 hubo un verdadero salto cualitativo en este terreno. Empezamos a vivir mucho más en el mundo online, incluso a diseñar negocios pensados por y para esa dimensión. Es el tiempo de las pantallas led, de las impresoras 3D, del grafeno, de la geolocalización de Google Maps o del bluetooth. Hay toda una generación que crece sintiendo que estamos ante un territorio inexplorado en el que se puede emprender sin temor. La digitalización no es solo la automatización de tareas, sino que también trae consigo nuevos modelos de negocio y nuevas realidades laborales. Irrumpen las plataformas, que convierten en obsoletos muchos de los modelos de negocio existentes. Pensemos en Uber o en Cabify, que apenas tienen una década de edad y que han traído una propuesta completamente novedosa (contratar viajes inmediatamente a través de una aplicación móvil teniendo toda la información del viaje en sí, incluido su precio) y una nueva realidad para las personas que trabajan en ese sector. ¿Algún conductor se imaginaba hace diez años que estaría recibiendo indicaciones de un algoritmo? Pensemos en Coursera, la plataforma educativa. Los microcursos y la educación online han hecho que se repiense el modelo de formación actual, especialmente la de los cursos de especialización. Os diré que la economía de las plataformas está siendo una de las mayores disrupciones en el mundo del trabajo que podamos recordar.

Sabemos que ya en el siglo pasado las cosas empezaron a cambiar. Con la globalización se deslocalizó gran parte de la producción industrial que tenían en su territorio los países como el nuestro. Estados Unidos se quedó sin parte de sus fábricas al igual que muchos otros, que se las llevaron al otro lado del planeta, donde los salarios eran más baratos y las regulaciones menos exigentes. Salía más rentable traerte los productos hechos desde allí que hacerlos aquí. Con la llegada de la era del diseño, y con Apple liderándola, se conservaron las fases de diseño de alto valor añadido y el resto de las tareas de producción y ensamblaje se enviaron entre otros sitios a China por ejemplo. Se vivió un doble golpe al trabajador medio: por un lado, una oleada de desindustrialización y, por el otro, la incorporación de los robots a las fábricas que se quedaron. Por tanto, aunque hubiera una fábrica en tu territorio, no necesariamente contrataría a más personas. Al contrario, cada vez necesitaría menos, porque un operario asistido por máquinas sería mucho más productivo y haría el trabajo de varias personas. Comenzó a darse lo que se conoce como la polarización laboral.

La distribución de los puestos de trabajo es una de las características más importantes de un mercado laboral. Cuando el empleo en una economía se caracteriza por trabajos bien pagados y estables, se tienen más facilidades para construir un proyecto vital y, en general, las personas son más felices. A principios de siglo, varios autores con los que he coincidido en grupos de trabajo asesorando a la Comisión Europea (Goos, Manning, Autor, Levy, Murnane y unos cuantos más) empezaron a investigar lo que había estado pasando con los empleos durante los últimos veinte/treinta años. Los países que estudiaron principalmente fueron Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Suecia o Canadá. Todos fueron demostrando que la proporción de empleos con los sueldos más altos había aumentado. También la proporción de empleos con los sueldos más bajos. Se estaba polarizando el mercado laboral. Había más personas en trabajos poco cualificados y mal remunerados, al mismo tiempo que también había más trabajos de alta cualificación. Lo que iba menguando era ese centro donde debía estar la clase media y con ella, el ascensor social. El lugar que debían ocupar Luna y, en general, todos los jóvenes nacidos a partir de los ochenta, en su carrera. Como prácticamente se terminó el empleo industrial y no se generaron nuevos espacios laborales equivalentes, se produjo un vaciamiento del espacio para trabajar. Las oportunidades laborales se concentraron en las grandes ciudades. Por un lado, estaban los trabajos de mayor cualificación, alta gestión, innovación, tecnología o en el sector financiero y, por otro, se empezaron a crear más empleos precarios en el sector servicios. Al mismo tiempo surge la economía de las plataformas que genera un mercado laboral secundario, fuera del radar regulatorio y, por tanto, sin normas.

 

El vaciamiento de ese centro es muy preocupante y afecta a elementos que son claves de nuestro contrato social. Por un lado, aquellos con un nivel de estudios medio ahora tienen peores empleos porque hay un efecto empuje hacia abajo y se han perdido en muchos casos elementos de protección como son los contratos indefinidos, la representación sindical y los subsidios. Como los nuevos empleos que se generan para las personas con poca cualificación son de falso autónomo, contratos de pocas horas y sin protección; aquellos que quieren contratar con calidad ven difícil mantener el coste que le supone pagar los impuestos para que esos trabajadores estén cubiertos por contratos indefinidos. Es un círculo vicioso: como la competencia contrata peor, pueden ofrecer precios más bajos y para bajarlos tienes que contratar peor.

Como hemos venido explicando, debido a las cuatro D (demografía, desglobalización, descarbonización y digitalización) el mercado laboral está cambiando y lo vivimos cada día. El tío de Luna trabajaba en una fábrica de coches en Valencia. Durante muchos años se dedicó a la pintura en la cadena de producción. Después llegaron los brazos mecánicos y en los trabajos manuales típicos de la industria se empezó a tener menos lugar para los humanos. Le cambiaron de puesto para controlar el acabado de la pintura, pero la verdad es que había poco que controlar porque las máquinas no fallaban. A eso se añadía que no era el único que estaba en esta situación porque más compañeros habían sido desplazados por esas patas de araña metálicas y supervisarlas no requería más de una persona. Aquella situación tenía complicada salida porque no podía ser recolocado en la sección de vehículo eléctrico por falta de conocimientos. El resto de la producción estaba en otros países más baratos y finalmente la empresa optó por hacer un ajuste de plantilla a nivel europeo para amortizar aquellos puestos. Le dieron un dinero para que se volviera a su casa y las gracias por treinta años de trabajo en los que no recordaba haber faltado un día.

La historia del tío de Luna es la de muchos hombres que trabajaban en las fábricas cuando la globalización y la tecnología irrumpieron en nuestras vidas. Como muchos otros, entró en una depresión al verse inútil y sin tener que ir a ningún lado por las mañanas. No podía evitar levantarse a las seis como llevaba haciendo toda su vida y le costaba dormir por las noches porque el sueño no le llegaba y su cabeza no callaba. Tuvo que empezar a tomar pastillas y su mujer, viendo que aquello lo llevaba por un camino oscuro, decidió que debían dejar atrás los recuerdos de tantos años. Siendo realistas, ambos sabían que no iba a encontrar trabajo en su sector y que allí no se iba a abrir ninguna oportunidad en el corto plazo para un perfil como el suyo. Ellos eran una familia de las de antes y ella no trabajaba fuera de casa porque con el trabajo de él vivían todos. Esa circunstancia le permitió empezar a empaquetar con determinación una noche de desvelo. A los dos días estaban en Extremadura.

Hicieron lo que se hacía antes: pedir favores para ver si alguien conocía a alguien que diera trabajo. Tuvieron suerte. Un familiar hizo que le contrataran en la finca de un marqués para manejar unas máquinas en el campo, aprovechando que había trabajado en la automoción. Le pusieron como condición hacerse unos cursos para darle el trabajo y eso le tuvo muy estresado porque no recordaba que nunca hubiera tenido que estudiar como tal. Estuvo un tiempo en aquella especie de tractor gigante, pero con la pandemia la cosa empeoró en la finca, que ya venía de pasar penurias por asuntos del agua. El dueño pidió un ERTE aprovechando el escudo social que había lanzado el Gobierno, pero todos saben que no saldrán de él. Al tío de Luna le volvieron los males de madrugar y no tener a donde ir. De no estar cansado por la noche y, sobre todo, de sentirse perdido en un mundo en el que siente que no encaja.

Vive con mucha angustia porque ha pasado de tener un trabajo para toda la vida a no saber ni cómo se prepara un CV para buscar. Siente que quedan pocos trabajos que pueda hacer porque se le da fatal lo de los cacharros, como él los llama. No es capaz de hacer ni una gestión con el banco y siempre se ha puesto muy nervioso cuando iba al ayuntamiento y le decían que el trámite ahora era por la web. No tenía competencias digitales. Nunca hasta la pandemia había hecho una videollamada y en su casa no tenían ordenador ni él ni su mujer. Los chavales habían compartido uno hasta que la cosa se había puesto imposible, que fue cuando el pequeño empezó teleco. El nuevo lo pagaron a plazos con la tarjeta de El Corte Inglés durante un año. Ya le pareció por aquel entonces que había demasiado cacharro en casa.

Además de la deslocalización, la precarización y la polarización del mercado laboral que venía sucediendo, tenemos nuevos elementos de desestabilización. Por un lado, vemos que la crisis económica destruye empleo. Por otro, la digitalización de determinados procesos y servicios aumenta la productividad y reduce la necesidad de mano de obra. Según el FEM, el 43% de las empresas van a reducir su plantilla debido a la integración de la tecnología. Se espera que el ritmo de adopción de la tecnología no decaiga. Se destruye empleo y se crea menos empleo. Las empresas se han puesto las pilas con la digitalización porque saben que no es una opción y precisamente por eso, prescindirán de aquellos que aporten menos valor al proce­so y contratarán a especialistas tecnológicos para poder aprovechar todo ese potencial. Las previsiones apuntan a que las empresas van a reducir su número de empleados porque se va a subcontratar más y se van a incorporar más perfiles tecnológicos. A nivel agregado se creará más empleo, pero hay que comprender las transformaciones que se van a producir en él para estar en el lado de los ganadores de oportunidades. Lo que es importante entender es que aunque el número de puestos de trabajo destruidos previsiblemente será superado por el número de “puestos de trabajo del mañana” creados, a diferencia de años anteriores la creación de empleo se está ralentizando mientras la destrucción de puestos de trabajo se acelera. Las estimaciones hablan de ochenta y cinco millones de puestos de trabajo desplazados por un cambio en la división del trabajo entre humanos y máquinas, mientras que pueden surgir noventa y siete millones; esto va a pasar en los próximos cuatro años.

Pero no todo es tecnología. También la situación geopolítica o el cambio climático harán que una parte importante de las empresas cambien sus ubicaciones, sus cadenas de valor y el tamaño de su plantilla alterando el mapa del empleo en cada país. En ausencia de esfuerzos proactivos, es probable que la desigualdad se incremente por el doble impacto de la tecnología y la recesión pandémica. Sabemos que en la primera fase de contracción económica que provocaron los confinamientos, se vieron más afectados los puestos de trabajo con salarios más bajos, las mujeres y los más jóvenes. Si se compara el impacto de la crisis de 2008 y el de la COVID-19, este último es mucho más significativo y tiene más probabilidades de profundizar las desigualdades entre las personas con niveles educativos más bajos.

Para hacernos una idea podemos mirar el siguiente gráfico donde aparecen los datos de seguimiento de las tendencias de empleo en Estados Unidos entre 2007 y 2018. Como vemos, casi 2,6 millones de puestos de trabajo fueron desplazados en una década. ¿Qué roles están siendo automatizados? Teleoperadores, administrativos, archiveros, carteros y otros empleos que dependen de tecnologías o procesos de trabajo que se están volviendo rápidamente obsoletos. ¿Cuántos de ellos son mujeres? Hablaremos más adelante del futuro del trabajo para las mujeres.

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