Aprendiendo con Freud

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Aus der Reihe: Logoi #16
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Alfred Adler a Lou Andreas-Salomé
(Viena, 6 de agosto de 1912)

Tanto su carta como la perspectiva de poder conversar con Vd. en octubre, aquí en Viena, están para mí tan íntimamente unidas que se las agradezco conjuntamente... Comparto su apreciación de la importancia científica de Freud incluso en cada uno de los aspectos en que más me aparto de él. Su esquema heurístico es importante y útil como esquema, puesto que se reflejan en él todas las líneas de un sistema psíquico. Pero a ello se añade el que la escuela freudiana tome el ornamento sexual como esencia de las cosas. Es posible que Freud, como persona, me haya incitado a tomar una posición crítica. No puedo arrepentirme de ello.

VISITA A ALFRED ADLER
(lunes, 28 de octubre de 1912)

Primera visita a Adler.5 Hasta bien entrada la noche. Es amable y muy razonable. Tan sólo me molestaron dos cosas: el que hablara de un modo excesivamente personal de las actuales disputas, y también, el que parezca un botón. Como si se hubiera quedado sentado en algún lugar de sí mismo.

Le dije que no había llegado a él a través del psicoanálisis sino por los trabajos de psicología de la religión6 que en su libro (Über den nervösen Charakter) [Acerca del carácter nervioso] llevan a ricas confirmaciones y a conceptos emparentados con los míos en lo tocante a la formación de la ficción. Pero en cuestiones prácticas no pudimos avanzar casi nada. Tampoco cuando, después de cenar, discutimos vivamente sobre cuestiones psicoanalíticas. Considero poco fructífero el que, para conservar la terminología7 de «arriba» y «abajo» y de la «protesta masculina», tan sólo pueda dar un carácter negativo a lo «femenino», mientras que algo pasivo (y actuante como tal, en lo sexual o de modo general) descansa como fundamento positivo del yo. En él, toda entrega se ve desprovista de su positividad y realidad, simplemente porque la califica de «medio femenino para fines masculinos», cosa que halla muy pronto su venganza en la teoría de las neurosis, donde, como consecuencia, no se constituye el concepto de compromiso. Por el contrario, Freud ha considerado siempre el compromiso, incluso cuando concebía anteriormente el fundamento de las neurosis de un modo más uniteralmente sexual,8 como lo esencial, es decir, como la perturbación mutua entre dos partes. Adler tan sólo en apariencia llega a desprenderse de ello, puesto que en sus seguros «secundarios» (que contienen justamente lo opuesto a las sobrecompensaciones del sentimiento de inferioridad gracias a los seguros primarios) la vida instintiva reprimida resurge de nuevo enmascarada, sólo que entonces es considerada como un artificio de la psique.

Toda neurosis me parece una confluencia de yo y de sexo; en lugar de estimularse recíprocamente, abusan mutuamente de sí: el yo se «limita» con tendencias sexuales, y éstas hacen lo propio con el yo. La pulsión del yo se sexualiza, por ejemplo en la crueldad (sadismo), y lo sexual salta, en el masoquismo, por encima de las barreras impuestas por el yo. Me fue muy antipático lo que Adler relató sobre Stekel, y lo que espera para sí de su publicación periódica, a pesar de que sabe muy bien de qué medios se ha valido Stekel para hacerse con ella. Considera que Stekel es a pesar de todo, una buena persona; ciertamente que no es tan profundamente malo, cuanto que no es capaz de imponer su pensamiento de modo dominante. Lo que más me ha gustado de él es su movilidad, que le impulsa a interrelacionar muchas cosas; sólo que resulta superficial y poco fiable, dando saltos en lugar de recorrer paso a paso grandes distancias. Ahora, por ejemplo, se convierte en símbolo yoico sexual (Sexuelles ich symbol) en sentido adleriano, todo aquello que no era antes más que símbolo sexual en forma aparentemente yoica, y sobrepasa a Freud allí donde admite una causa orgánica y no un origen psicosexual.

Al acompañarme a casa, Adler me invitó a asistir a las discusiones de los jueves por la tarde, cosa de la que no quiero hablar francamente con Freud.9 Acepté con satisfacción.

Alfred Adler a Lou Andreas-Salomé
(29 de octubre de 1912)

Le quedaría muy agradecido si silenciara aún por unos días lo que le he confiado sobre el asunto Stekel-Freud-Zentralblatt. Su silencio no perjudicará a nadie y evitará me vea inmiscuido en la lucha en que se hallan empeñados Stekel y Freud. Considere que no deseo pronunciarme a favor de ninguno de los dos.

CARÁCTER DEL CASTIGO

Mi habitación, cuya amplia ventana da a numerosos jardines y en la que no me despierta por la mañana más que el piar de los pájaros, parece concebida para el trabajo. Pero todavía no he conseguido iniciarlo. Hoy he leído el último número de Imago donde ha publicado Freud el más bello de sus artículos sobre los salvajes y los neuróticos.10 Me parece muy interesante comprobar como, en otros tiempos, la contravención de la moral era considerada una intromisión en las relaciones universales positivas, de modo análogo a como ocurre con las realidades científicas en el sentido que les damos hoy en día. Por ello, y aunque no pudiera apreciarse un castigo inmediato, recurrían a él en defensa propia (del mismo modo quizás a como se aísla a personas con enfermedades contagiosas o se queman objetos infectados). Freud ve ahí el origen del castigo y me parece a mí que es algo también presente en la venganza, en lo que impulsa a realizarla (lo que puede explicar igualmente por qué el vengador puede convertirse a continuación en el niño de la casa, concediéndosele el derecho a besar el pecho de la madre de familia). Creo que si insistimos más sobre el motivo que sobre la acción, es decir sobre lo que se considera su superior valor ético a posteriori, ello no nos revelará más que en apariencia el hecho ético en sí; a decir verdad, dicho valor surge de la contracción del carácter sagrado de las relaciones universales, de la necesidad práctica de contemplarlas de forma objetiva. Ahora se destaca al menos la nobleza humana. Y sin embargo, mientras que eso tiene lugar de modo creciente hasta alcanzar las mayores sutilezas morales, se relaja la unión con el auténtico sustrato vital, no subsistiendo más que bajo la forma de esa hijastra de la moral que es la higiene. Y tan sólo en éxtasis tan opuestos a la moral, como los que acompañan los más nobles egoísmos, es cuando, desbordados de entusiasmo, alcanzamos una vaga intuición de lo que los hombres más primitivos supieron siempre, que tan sólo debemos obedecer al imperativo de la vida y que la «alegría es perfección»11 (Spinoza).

COLOQUIO VESPERTINO
Naturaleza de la neurosis. La concepción de Adler
(miércoles, 30 de octubre de 1912)

Llegué muy temprano; tan sólo había una persona, un rubio testarudo (Dr. Tausk).12 Conversación sobre Buber.13 No sé qué observación suya despertó una resistencia en mí, pero lo olvidé en seguida y no pude expresarlo.

Freud me hizo sentar a su lado y dijo algo muy cariñoso. Él mismo tenía a su cargo la conferencia.14 Durante la discusión intercambiamos observaciones en voz baja. Me sorprendió ver hasta qué punto subrayaba una concepción de las neurosis como perturbaciones entre la libido y el yo, y no como algo proveniente exclusivamente de la libido; cuando le hice la observación de que en sus libros se expresaba de otro modo, me contestó: «es mi última formulación». Mi impresión general es que la teoría no se halla aún sólidamente cimentada, sino que evoluciona según las experiencias, y que la grandeza de este hombre está en que personifica al investigador, en que avanza en silencio trabajando sin reposo. Quizás el «dogmatismo» que se le reprocha no haya surgido más que de la necesidad, en este avance sin pausa, de establecer en algún lugar límites orientadores para aquellos que, trabajando como él, le acompañan en su camino.

Durante el descanso, he discutido con él y con el Dr. Federn15 que defendía la teoría de Adler de la inferioridad en el niño.16 En este punto di toda la razón a Freud: es precisamente por el sentimiento de su valor total, mejor aún, de su sobrevaloración, que el niño «lo quiere todo», porque todo «sale a su encuentro», no porque esté «compensando» de este modo un sentimiento de inferioridad. Este «no tener» y su «derecho a todo» no suscitan todavía un dilema en él. Tan solo en el niño con disposición neurótica, y entonces, incluso sin que aparezca la más mínima postergación social, aparece ese supuesto derecho a todo como compensación. Queda abierto el interrogante de si ese niño con predisposición neurótica debe ser orgánicamente inferior, tal como pretende Adler, y niega Freud, quien cita entonces la existencia de niños muy delicados de salud, con una alegre seguridad en sí mismos, tan frecuente como la aparición de neuróticos «sanos». Naturalmente que toda psíquica es, a su vez, una enfermedad orgánica, pero el problema es qué podemos considerar y definir como orgánicamente enfermo. Adler tiene razón únicamente en la idea, en sí evidente, de que en último término, resulta una identidad entre lo psíquico y lo físico, mientras que se equivoca en lo concerniente a atribuir por principio, a cada proceso psíquico, una lesión orgánica determinada; claro que para él, los procesos psíquicos tienen lugar únicamente en el plano consciente, y hallan así un fundamento en lo orgánico, sin necesidad de recurrir a los mecanismos freudianos del inconsciente. Su libro sobre Minderwertigkeit von Organen [La inferioridad de los órganos], que no se ocupa todavía de las consecuencias últimas de su teoría, tuvo para mí un carácter enormemente estimulante.

 

Después de todo esto no me veo con ánimos de asistir mañana a su coloquio; acabo de telefonearle.

CURSO (II)
Inconsciente, complejo, pulsión
(sábado, 2 de noviembre de 1912)

De nuevo, una introducción; ésta sobre el concepto de inconsciente17 examinado desde tres distintas vertientes (descriptiva, dinámica y sistemática). Me pareció nuevo en sus labios el que afirmara que el material del inconsciente no tiene por qué estar exclusivamente formado por lo reprimido,18 sino también por aquello que, llegado muy cerca de la conciencia y ya a sus puertas, ha sido inmediatamente excluido de ella. Esta concesión pudiera tener grandes consecuencias.

Las controversias del momento se ven estimuladas por el hecho de que Freud no pierde oportunidad de pronunciarse sobre los disidentes. En esta ocasión se refirió con toda claridad a la defección de C. G. Jung.19 Había una línea y refinada maldad en sus esfuerzos por hacer (terminológicamente) superfluo el concepto de «complejo»:20 esta expresión había sido introducida por comodidad como término, sin asentar sobre terreno psicoanalítico, del mismo modo como el exótico dios Dionisos se vio elevado artificialmente a la dignidad de hijo de Zeus. (Llegados a este punto, Tausk, que vestía todavía su bata blanca, pues acababa de llegar de la Clínica Psiquiátrica, y que ocupaba un lugar junto a Freud, no pudo evitar una sonrisa).

El concepto de complejo se referiría a la sustancia, al contenido (como lo concibe la escuela de Zúrich sobre la base de las reacciones asociativas a estímulos verbales), pero sin significar nada en cuanto a su efecto o morbilidad, puesto que cada uno posee su complejo de padre y de madre, etcétera. No menciona Freud el hecho de que esta palabra se adecua perfectamente a su representación de una energía succionante que atrae hacia sí todo cuanto es análogo de un estado de cosas inconscientes determinadas, y lo útil que es por afirmar un carácter intermedio entre la salud y la enfermedad. Todo el mundo tiene complejos, pero su particular intensidad constituye si no una enfermedad, por lo menos una predisposición a ella, porque ejerce fatalmente su atracción compitiendo con una elaboración consciente de las cosas. En cuanto al concepto de pulsión,21 Freud se sirve de la definición habitual según la cual «asienta sobre lo orgánico». Pero mientras la teoría de la pulsión se limite a ser aquello que opone a fisiólogos y psicólogos o incluso el objeto de muchos reproches, su sentido se mantendrá sin clarificar, incluso en Freud. También en él permanece como una expresión nacida de la confusión existente entre las ciencias de la naturaleza y del espíritu. Quizá sea por esta especial situación que Adler no haya podido colocar la vida pulsional más que entre los signos simbólicos de sus reglas del juego psíquicas. Pues si la pulsión no es, hasta cierto punto, más que una noción límite examinada desde dos perspectivas distintas, el contenido específico que se le atribuye no sería sino resultado de un doble error óptico.

Pero aquí aparece nuevamente la grandeza de Freud en la forma como trata estas cuestiones, atendiendo tan sólo a sus efectos e ignorando tan filosóficas preocupaciones. Partiendo de estos terrenos, y antes de conocer en qué dominios penetraba, supo trazar su mapa con la única ayuda de aquellos perdidos tránsfugas cuya propia necesidad había conducido a ignorar las fronteras existentes. En las enfermedades psíquicas alcanzó a coger al vuelo aquella vida que se hallaba atrapada e indefensa en el quicio de una puerta entreabierta hacia nosotros y sin conseguir evadirse hacia lo meramente orgánico (a donde todo se evade, es decir, donde se convierte en «físico» para nosotros; lo que, entiendo, no podemos acompañar de nuestra comprensión psíquica), obligándola a hablar y a responder. No puede describirse de mejor manera el gran descubrimiento de Freud que afirmando que ha convertido la inquietud de la vida psíquica en la serenidad de la ciencia; precisamente allí donde la imagen psíquica amenaza con salirse fuera del marco del examinador, porque la enfermedad ha deformado sus normales contornos, Freud ha conseguido acercársele por los dos lados: tanto desde el lado de la vitalidad imposible de aprehender, y que en condiciones normales no es accesible a la ciencia, como desde la descomposición en elementos que no se conocía hasta ahora más que como manifestaciones de degradación psíquica. Por ello no es casual que haya sido un médico quien tuviera que descubrir el huevo de Colón, pues él es quien descubrió que la solución estaba en apoyarlo por el lado roto.

Sigmund Freud a Lou Andreas-Salomé
(4 de noviembre de 1912)

Ya que me ha hecho partícipe de su intención de asistir a las reuniones de la Agrupación Adleriana, me tomo la libertad de ponerla al corriente, aún sin haber sido consultado, de las poco agradables circunstancias del momento. Entre las dos agrupaciones no reinan las relaciones que debiera esperarse entre dos esfuerzos análogos, aunque divergentes. Estas personas, además de ocuparse del ψα tratan también otros problemas. Nos hemos visto obligados a suspender cualquier relación entre la escisión adleriana y nuestro grupo, e invitamos a los médicos que acuden a visitarnos a escoger entre uno u otro. Esto no está bien, pero la conducta personal de los disidentes no nos ha dejado lugar donde elegir.

No me ha pasado por la mente, estimada señora, el imponerle a Vd. semejantes condiciones. Tan sólo solicito de Vd. que, teniendo en cuenta la situación, haga suya una división psíquica artificial y no mencione allí su presencia entre nosotros, y a la inversa.

COLOQUIO VESPERTINO
Sadomasoquismo
(Miércoles, 6 de noviembre de 1912)

Declaración oficial de Freud sobre la defección de Stekel (como si no concerniera más que al grupo local de Viena, mientras que sé por Adler cuáles son las intenciones de Stekel, y Freud comienza a entreverlas. Sin embargo, me he visto obligada a callar).

Conferencia de Sadger sobre el sadomasoquismo.22 Freud no ha dicho gran cosa como conclusión al aburrimiento. Con razón pensaba que si la repulsión no despertaba resistencia, el aburrimiento paralizaría el interés profesional por culpa de un material que no estaba coherentemente ordenado. En Sadger hay indudablemente algo que despierta la impresión de que le falta menos la capacidad que el deseo de elevar el material, expuesto mediante una mayor penetración espiritual, por encima de la inapetencia de la pura y simple exposición fáctica; como si el recurso al análisis molestara su contemplación silenciosa y beatífica. Probablemente disfruta más con sus pacientes que no les ayuda o aprende de ellos.

Conversación con Freud sobre su amable carta, que conservaré como un regalo.

Regreso a casa con Tausk y Federn, conversando sobre Adler, respecto a quien creo que se muestra más justo Federn que Tausk; pero a Adler le beneficiaría más el apoyo del segundo.

Tausk realizará un curso sobre Freud23 al que me gustaría asistir.

EN EL CÍRCULO DE ADLER
(jueves, 7 de noviembre de 1912)

En el momento de mi llegada a casa de Adler, éste hablaba telefónicamente con Stekel, de tal modo que pude oír la conversación (sobre la inminente «defección» de Stekel con respecto a Freud). En mi entrevista con Adler se me han aclarado muchas cosas en función de la evolución que ha experimentado. No deja de tener consecuencias que sea discípulo de Marx y que parta de sus intereses por la economía política y las especulaciones filosóficas. Al igual que se mantiene en el proletariado la utopía social apoyándola en la envidia y el odio, así también, según Adler, surge en el niño, como resultado de las comparaciones sociales, un ideal de personalidad elevado hasta lo utópico. Se trata pues de una teoría del medio de carácter racionalista, y entre ella y la inferioridad orgánica sobre la que se asienta desde un punto de vista fisiológico, se derrumba el inconsciente freudiano, por decirlo así, entre defectos orgánicos y formación ideal. Esta circunstancia permitirá a Adler encontrar más fácilmente eco entre fisiólogos y psicólogos teóricos que a Freud, pero sacrifica así el problema central, no siendo por ello la suya una auténtica solución: esto se dilucidará probablemente en la práctica.

En la medida en que basa toda inferioridad en el plano de lo corporal y todo lo corporal sobre lo genital, subraya su separación de Freud con demasiada fuerza. Dado que una debilidad corporal ulterior no le resultará suficiente como explicación, concibe la teoría de la libido tan sólo «como jerga corporal».24

Con Adler en la conferencia de Oppenheim25 sobre Fausto II (segunda conferencia). Buena e interesante. Estimulante también la discusión dirigida por Furtmüller25 (¿hasta qué punto es Fausto ese ser inferior en busca de compensación a quien no satisface más que lo inalcanzable?); en ella pudieron verse con gran claridad las desdibujadas líneas divisorias entre lo creativo y lo neurótico, ese problema tan poco definido. Habría muchas cosas sugestivas en el círculo de Adler si se mantuviera fuera del psicoanálisis.

C. G. JUNG, LIBIDO

He leído su último y desastroso trabajo;26 el doctor Tausk me trajo al hotel el Jahrbuch [Anales] para que pudiera tenerlo un día. Desgraciadamente, por culpa de Harden,27 que venía insistiendo en que nos viéramos, he decidido perderme una clase de Freud.

En mi veloz repaso del largo trabajo de Jung, he llegado a la siguiente conclusión: su principal error coincide con el de Adler; la síntesis prematura y consiguientemente estéril. Sólo que Adler no está embaucado por la teoría de la evolución y la verborrea del monismo y de la energética, y procede más filosóficamente, es decir, parte del hecho consciente en sí. Jung procede a la inversa: quiere explicar la libido genéticamente, y para que pueda abarcarlo todo en su interior diluye sus extremos según le conviene. Así, se le adjudica un estadio presexual, al que pertenecen ya pulsiones yoicas como el hambre, etcétera, y se sublima en forma postsexual dando lugar a todas las potencias del alma. No es posible apreciar con mayor claridad que en esta verborrea pseudofilosófica que el auténtico monista, es decir, el pensador unitario, es precisamente aquel que, empíricamente hablando, permite la subsistencia de cualquier dualismo, es decir, la polaridad dada de toda manifestación a fin y efecto de no desposeerla de la vida por necesidades de una sistemática árida y subjetiva.

Me han complacido las consideraciones de Jung sobre los pensamientos incestuosos y su extensión a la «añoranza del seno materno».28 Las simbolizaciones sexuales hallarían aquí un lugar adecuado para ser formuladas, presuponiendo que no las haga resaltar con el único objeto de debilitar el término prohibido de incesto. A veces llega uno a sospechar que la disputa terminológica desembocará en otra mucho más profunda y en absoluto ceñida a las palabras.