Pensar en escuelas de pensamiento

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En concreto, nuestra Universidad de La Salle no es ajena a tales escenarios que desafían las mejores previsiones de futuro, ya que nos encontramos inmersos en un ambiente creciente de competencia proveniente de las diferentes propuestas universitarias, sean las propias de nuestro país, centenarias algunas, otras de más reciente creación y, sin duda alguna, las que se originan de las universidades virtuales o de las universidades corporativas globales. La historia enseña que solo han pervivido en el tiempo aquellas que lograron implementar las mejores estrategias para la invención y la originalidad en nichos específicos de las ciencias y profesiones. No sobra recordar que, tal como ocurrió en los inicios de las primeras universidades, los estudiantes de hoy y de mañana ingresarán a aquellas universidades donde se encuentren con la frontera del pensamiento, con las creaciones más ingeniosas del pensamiento humano, donde puedan intercambiar cara a cara con los mejores maestros para escucharlos y aprender con ellos.

Pensar las escuelas de pensamiento

Suena redundante, pero hay que empezar por ahí. Esta segunda etapa en cierta manera no es operativa, sino imaginativa. Pensemos en términos de idearios. ¿Qué significa hablar de escuelas de pensamiento en la Universidad? Lo evidente salta a la vista, alguien habla mucho de algo cuando carece de él, pongamos como ejemplos la paz en Colombia o el no tener dinero. Tras el hablar y hablar de paz y de cómo conseguir dinero, lo que se oculta es un anhelo inconsciente de esperanza de que algún día sí se obtendrán. Nos reunimos nuevamente para hablar de escuelas de pensamiento, la conclusión es meridiana, atravesamos por unos tiempos de su escasez, pero debemos mirar hacia adelante, imaginar formas distintas y preguntarnos: ¿qué queremos y por qué lo queremos? ¿Qué alternativas tenemos? ¿Qué hacer? Ya que deseamos que en el futuro las escuelas de pensamiento sean una realidad.

Pero hay más. Por el mero hecho de plantearnos la posibilidad de su existencia y sentido, se renueva la conversación académica, oxigenando rutinas y somnolencias; se suscita el deseo de una sana emulación con aquellas universidades que ya lo lograron. A propósito, ser generadora de escuelas de pensamiento es ser universidad de verdad. Entonces, se trata de recuperar algo que le es connatural, ser hábitat de ámbitos de creación, de los cuales otros se han apropiado tales como empresas, corporaciones, por citar algunos ejemplos. No sería otra cosa que subirnos en el tren del futuro correcto, el expreso de lo nuevo. Si bien la universidad es patrimonio de una nación, en cuanto hace parte de su memoria y tradición, pensar para ella en nuevas posibilidades, caso que nos ocupa, las escuelas de pensamiento, es una inversión de largo plazo, de la cual usufructuarán las generaciones futuras.

Pensar las escuelas de pensamiento en la Universidad es de entrada no confundir dos planos diversos pero complementarios. De un lado la investigación y del otro las escuelas de pensamiento. Son dos ámbitos de acción igualmente potenciadores del hábitat universitario, en especial de eso que todos conocemos como el espíritu científico, es decir, la búsqueda del saber con método riguroso, el estudio sistemático de la naturaleza, de la sociedad y del humanismo, el desarrollo de la inteligencia y la creatividad en su grado más alto. Desde otro punto de vista, la gestión de la investigación y de las escuelas de pensamiento son también dos campos de intervención dinamizadores del campus universitario en cuanto a eso que todos denominamos como espíritu innovador, a saber, ese ambiente permeado de inventiva permanente, donde las personas se destacan por su talento descubridor y su competencia para ser originales en las ideas, los productos y los procesos, ese clima donde los equipos fomentan el ingenio y la imaginación sin límites de ninguna naturaleza. En este mismo orden de ideas, entre investigación y escuelas de pensamiento se da una convergencia e imbricación en torno al espíritu de emprendimiento, propio de quienes logran traducir una idea o una invención en una empresa productiva y generadora de empleos, de quienes hacen de la transferencia del conocimiento la oportunidad de creación de nuevas industrias.

La frontera se delimita si comprendemos desde el inicio que la investigación es uno de los medios para llegar a la generación de escuelas de pensamiento; el músico no siempre investiga en música, crea música; el administrador no siempre pesquisa teorías y estrategias, gerencia con un estilo particular una empresa. Hacen escuela. En consecuencia, ¿además de fomentar la investigación, de cuáles otros medios podríamos disponer? La respuesta es múltiple pues depende de cada profesión y disciplina, no es lo mismo el camino que se transita en el cine, en la literatura, en la ingeniería o en la economía para llegar a hacer escuela. Más aún, se puede llegar a ser un virtuoso del piano como intérprete de las sonatas más famosas, y nunca llegar a ser capaz de componer una nueva. El aserto es válido para todas las carreras y ciencias. De todas maneras les proponemos como un primer ejercicio de diálogo interdisciplinar, el que desde cada profesión se reflexione cómo desde esa área del conocimiento se crean escuelas de pensamiento, vale la pena compartir informalmente tales disquisiciones. Entre tanto, para enriquecer la discusión, exponemos a continuación tres posibles caminos que son rutas comunes a todos en el empeño de sentar las bases para hacer emerger escuelas de pensamiento en la Universidad.

El primero es convertir la experiencia profesional acumulada en teoría. En las construcciones el uso del ladrillo o la piedra, después de muchos años de trabajar con ellos, de experimentar sus múltiples posibilidades, puede aportar a quienes han hecho de ese material su referente principal toda una sabiduría, que incluso ha podido ser llevada al nivel de arte y maestría de excelencia. Como en la Antigüedad, ese saber valioso acumulado puede pasarse de un equipo a otros por simple práctica cotidiana en el terreno. Pero, como ocurre muchas veces, desaparecen los maestros de tal pericia, y con ellos se van para siempre esos saberes. No forjaron escuela si de sus aprendices no hicieron discípulos, o si no llevaron todo ello a la teoría vertida en ejercicios escriturales o publicaciones. Los saberes populares se tornan en ciencia si alguien los vuelve escuela de pensamiento, es decir, saber nuevo, que queda registrado para la posteridad, y que puede ser transmitido a otros. El avance científico se ha dado, entre otras razones, gracias a que los nuevos científicos pueden incursionar en nuevas posibilidades a partir de lo que sus predecesores encontraron y registraron. En síntesis, una experiencia profesional adecuadamente sistematizada y compartida puede dar origen a una escuela de pensamiento nueva.

El segundo camino es el uso de la inteligencia emocional. Una ruta alterna y bien diversa a lo cognitivo específicamente. Si no hay tal, podemos arriesgar la hipótesis, de que nunca habrá escuelas de pensamiento en ningún dominio del conocimiento. Se trata de poner la cuestión más que en la cabeza, en el corazón y en las entrañas. No es la razón la que nos lleva a la acción, sino la emoción. Cuando el asunto se vuelve visceral, conlleva pasión y compromiso, se vibra por la cuestión. Es cuando las personas encuentran placer, emoción y realización plena en la tarea que tienen entre manos. Los sentimientos positivos y las altas expectativas de logro son detonantes y disparadores que ningún otro elemento puede remplazar. Basta con ir a la biografía de cualquiera de los grandes creadores en su aporte a la humanidad, no comenzaron tanto por una idea, sino por una pasión, algo que les embargaba el alma, todo su ser, hasta el punto de sacrificar todo en aras de un descubrimiento, de una invención, del desarrollo de una escuela de pensamiento. Emoción y razón siempre van de la mano, pues solamente aquellos fines con los cuales las personas tienen una actitud emocional positiva pueden motivar una actividad creadora.

El tercero es recorrer el itinerario de todo creador. En él se atraviesa por cuatro etapas que no tienen tiempos fijos para pasar de una a otra, son completamente flexibles; se podría decir que varían de acuerdo con las personas, el área de desempeño y a su mayor o menor disponibilidad de recursos en determinado momento. A modo de ilustración, pensemos en un artista. La etapa inicial es aquella en la cual el futuro creador escoge un arte específico y comienza a incursionar en él, su meta es salir de la ignorancia, que no sería otra cosa que llegar a dominar las técnicas y los saberes ya existentes; es una etapa de estudio de todos los saberes acumulados por la humanidad a lo largo de los siglos en el área específica elegida. Pasa luego a una etapa que podríamos llamar intermedia, acá el artista se dedica a imitar a los otros en su estilo, en sus técnicas, en sus formas plásticas; copia, reproduce para llegar por imitación a la perfección de lo que otros ya lograron. Ahora, alcanza la siguiente etapa, digamos de performance, de nivel de excelencia en su arte, conoce y domina a la perfección técnicas, saberes y estilos, en este momento está suficientemente bien equipado para crear su propio estilo, ser originalidad, inventivo y nuevo. Supongamos, que tal artista, logró salirse de los cánones y de las escuelas consagradas por la crítica, ha aportado novedad y original a su arte, se vuelve famoso. Entonces, llega la última etapa, la de formar seguidores, hacer discípulos, generar escuela de pensamiento distinta. Cuatro etapas de un itinerario que conlleva toda una vida consagrada a una ciencia, arte u oficio. Se atraviesan cuatro momentos existenciales, la del estudioso, la del copista, la del creador y la del generador de seguidores dentro de una nueva escuela.

 

Espíritu científico

Retomemos el hilo de la reflexión ahondando sobre los tres espíritus mencionados atrás. Con la expresión espíritu científico también nos referimos al ambiente, al contexto propio de una universidad que “supone la curiosidad intelectual y las virtudes intelectuales de perseverancia paciente y tesonera, de actitud obj etiva y crítica, de comprensión y, en no pocos casos, de tolerancia ante el pensar ajeno” (Borrero, 2008, p. 234); los jóvenes al sumergirse en él forjan, según la profesión escogida, los particulares espíritus científicos. Al hábitat universitario le es connatural el espíritu científico; a las personas los espíritus científicos, pues son ellas quienes los encarnan, los hacen vida.

En el ejercicio de las profesiones, los colombianos lo hacen de manera sobresaliente, no hay que recurrir a las estadísticas o a las encuestas. Basta con una mirada atenta y crítica al recorrer el país y fácilmente se puede comprobar que hay excelentes pilotos, rectores, profesores, médicos, ingenieros, administradores de empresas, sacerdotes, abogados, que llevan a cabo su tarea con proficiencia. Podríamos agregar más ejemplos a la lista, pero estos son suficientes. Son profesionales que ejecutan sus tareas con calidad. Sin embargo, al mismo tiempo no ha sido igualmente relevante el fomento del espíritu científico propio de cada profesión, que las lleva a desarrollarse y a inventar. No son muchos los compatriotas que han descollado en tales dominios. Al respecto, Colombia es más proyecto de futuro que fortaleza en el aquí y ahora.

A medida que cada uno de nosotros avanza en eso que podríamos denominar “doctorado en colombianidad”, es decir, el conocimiento de nuestro ethos nacional tras recorrer el país y hablar con sus gentes, con mayor fuerza podemos aseverar que la condición de habitantes del trópico en algo ha influido para no haber logrado mejores y más altos estándares de producción científica y de nuevo conocimiento. A diferencia de los países de estaciones, cuyas condiciones climáticas los ha obligado durante siglos a la previsión, al ingenio para sobrevivir en medio de rigurosos inviernos, al orden y la organización para subsistir y progresar; nuestro país, con el clima propio del trópico, el de la eterna primavera o el eterno verano, con abundante biodiversidad y riquezas, como que nos han hecho falta dosis de escasez y de condiciones adversas que nos hayan habituado a administrar bien tanta prodigalidad de la naturaleza. Pareciera que el único factor que nos ha modificado el ethos tropical ha sido las décadas y décadas de guerras y violencias sin fin, haciéndonos más agresivos y destruyendo lo poco que hemos logrado construir como nación.

Así las cosas, “la universidad necesita hacer un gran esfuerzo para que los colombianos nos demos cuenta de que tenemos la misma capacidad de pensar, de producir, de interpretar y de crear que cualquier otra sociedad del mundo” (Páramo, 2008, p. 79). Pero, ¿por qué no hemos logrado formar espíritus científicos? Una primera causa real ha sido la falta de oportunidades de formación de alto nivel para todos los jóvenes talentosos. De ello dan cuenta las estadísticas, por ejemplo, del escaso número de doctores del país: “Según el Observatorio de la Universidad Colombiana, existen 111.253 docentes que se desempeñan en 343 instituciones de educación superior que atienden una población estudiantil de 1.674.420 estudiantes en todas las modalidades y niveles, distribuidos en jornada diurna, nocturna y a distancia. De estos docentes, solamente 4065 tienen el título de doctorado y 21.800 lograron el título de maestría, 37.958 ostentan el título de especialista, mientras 47.430 solamente tienen el título de pregrado” (Tamayo, 2013, p. 29).

Sin colectivos de doctores fuertes, vana es nuestra esperanza. Se han desperdiciado a través de décadas muchas inteligencias por falta de educación para desarrollarlas. Una segunda causa, la podemos atribuir a nuestra natural tendencia a la indisciplina intelectual. La reflexión profunda, el estudio riguroso, el trabajo arduo, la investigación exigente y la argumentación documentada no han sido nuestros fuertes, somos anórmicos por naturaleza. Prácticamente si un talento joven no logra pasar un par de años en Alemania, Francia, Inglaterra o Estados Unidos, por nombrar algunos lugares, inmerso en ambientes universitarios de por sí exigentes, rigurosos y disciplinados, este talento tiene pocas posibilidades de cultivarse y desarrollarse. En Colombia nuestros ambientes universitarios son demasiado flexibles, poco exigentes, light. Se pasa chévere, pero no se sale científico. En eso somos demasiado tropicales. A no dudar, cada lector podrá señalar cuáles son las honrosas excepciones.

Una tercera causa es que en Colombia los posgrados, entiéndase maestrías y doctorados, no son fuertes investigativamente hablando, les falta más trayectoria en el tiempo y más generación de conocimiento nuevo. Y allí es donde se forjan los espíritus científicos. En los posgrados se cultivan las futuras estrellas, son ellos los que jalonan los pregrados, y en estos se inicia el cultivo de las vocaciones científicas.{3} Aterricemos la reflexión a nivel individual, a cada uno de nosotros. A manera de termómetro, midamos nuestra temperatura: ¿cómo está nuestro espíritu científico?, ¿alto o bajo? El espíritu tropical es de mínimos y no de máximos. He ahí la tarea educadora de la universidad, la generación de unas pedagogías tropicales, que sin dejar de lado nuestro espíritu jacarandoso, vital y fiestero, del gozo de la vida, forjen en las futuras generaciones el espíritu científico hecho de disciplina, rigurosidad y exigencia. No poca razón tenía Gastón Bachelard al hablar de los hábitos intelectuales: “Balzac decía que los solterones reemplazan los sentimientos por hábitos. Igualmente, los profesores reemplazan los descubrimientos por lecciones. En contra de esta indolencia intelectual que nos priva poco a poco de nuestro sentido de las novedades espirituales, la enseñanza de los descubrimientos realizados en el transcurso de la historia científica es un precioso auxiliar. Para enseñar a los alumnos a inventar, es bueno darles la sensación de que ellos hubieran podido descubrir” (2010, p. 291).

Es como un círculo vicioso. Sin espíritu científico no hay espíritus científicos, y sin estos no hay escuelas de pensamiento. O al revés: una universidad que no promueva escuelas de pensamiento jamás va a tener un auténtico espíritu científico y mucho menos va a contar con egresados que se destaquen en los distintos espíritus científicos de hoy y del futuro.

Espíritu innovador

En asuntos de innovación los colombianos hemos tenido mejor suerte. Como todo comienza con el adaptar lo foráneo, en ello somos magistrales. Nos sobra ingenio y habilidad. Nuestra versatilidad para asumir y mejorar los saberes y tecnologías de otros es proverbial. Importamos y usamos máquinas, procedimientos y cuanto artilugio puede ser necesario para domar y poner a producir nuestra agreste geografía. Hemos modificado nuestro paisaje geográfico y lo hemos interconectado con aeropuertos y medios de comunicación para que nuestras cordilleras no fueran un obstáculo para el progreso.

Sin embargo, no contamos con unas élites suficientemente numerosas, cualificadas y creativas que puedan competir con las élites de otros países en igualdad de condiciones en los asuntos propios de la generación de innovaciones. La causa fundamental está en que en nuestro inconsciente colectivo valoramos más lo venido del extranjero que lo propio, por tanto, no hay un clima cultural favorable desde la infancia y la juventud, proclive a estimular a las personas creativas, a los productos creativos y a los procesos creativos. Requerimos de una educación que premie a los innovadores y que no los frustre para siempre, una educación que motive la creatividad, la imaginación y el ensayo de nuevas ideas.

Ciertas regiones de Colombia han comenzado a dar pasos significativos en reorientar tal ethos nacional. Destacan en ello Bucaramanga, y el núcleo santandereano, y Medellín, y el núcleo paisa. De estos últimos subrayaría su lema “SI LO IMAGINAS, ES POSIBLE”. “Esta frase se ha convertido en la inspiración de la Ruta N, el Centro de Innovación y Negocios de Medellín que hoy hace parte del pensamiento colectivo de la ciudad. Creado por la Alcaldía de Medellín, UNE y EPM, Ruta N cree fielmente que el apoyo de las ideas innovadoras es el principio que hace realidad los sueños y que lleva a cualquier ciudad por el camino del progreso y el desarrollo”. Gracias a entidades como esta, y a un amplio portafolio de innovaciones sostenido durante una década con “la continuidad en las políticas de tres alcaldes, las alianzas entre los sectores público y privado, los proyectos de inclusión social en las zonas más deprimidas y el gran impulso a la educación”, la ciudad de Medellín recibió en este año 2013 el reconocimiento a “la ciudad más innovadora del mundo”.{4} Los paisas son emprendedores y echaos p’alante por cultura. Por el contrario, los habitantes de otras regiones no son por cultura como los paisas. Les toca aprender, como dice el refrán: “los muchos tropezones enseñan a caminar”. En este sentido, para todos los colombianos nos resulta muy inspiradora la publicidad de Apple:

“Para ‘Los Locos’

Brindamos por los inconformes,

los polémicos,

los rebeldes.

Por quienes causan controversia.

Por las esferas en un mundo de cuadrados.

Por los que ven las cosas diferentes.

Que no siguen las reglas, ni respetan el statu quo.

Usted puede alabarlos, estar en desacuerdo con ellos, citarlos,

glorificarlos o satanizarlos.

Lo único que no puede hacer es ignorarlos.

Porque ellos son los que cambian las cosas.

Ellos inventan. Ellos imaginan. Ellos curan.

Ellos exploran. Ellos crean. Ellos inspiran.

E impulsan a la humanidad hacia adelante.

A lo mejor ellos tienen que estar locos.

Si no cómo se puede observar un lienzo vacío y ver una obra de arte.

O sentarse en silencio

y escuchar una canción que nunca se ha escrito.

O mirar un planeta rojo y ver un laboratorio andante.

Nosotros hacemos herramientas para esta clase de gente.

Y mientras que algunos los ven como ‘los locos’

Nosotros vemos en ellos genios.

Porque los que están suficientemente locos

como para creer que pueden cambiar el mundo, son quienes lo cambian”.{5}

Detrás de las escuelas de pensamiento lo que existe es una pléyade de intelectuales que han aportado con su obra al mundo del pensamiento y el arte. Son científicos, humanistas y artistas, cuya característica común es el espíritu innovador. Los expertos en innovación nos dicen que “detrás de cada proyecto innovador existe una persona concreta que lo ha sabido impulsar y liderar con su particular visión de cómo mejorar las cosas, y con su energía y su pasión por sacarlo adelante costase lo que costase, como si se tratara de una cuestión personal” (Cornella, 2011, p. 5).

En otras palabras, no hay innovación sin liderazgo, no hay escuelas de pensamiento sin liderazgo tanto individual como colectivo. Al inicio de la segunda etapa resulta muy pertinente recordar las cuatro estrategias propias del liderazgo efectivo caracterizadas por Bennis y Nanus (1985): “la primera es la capacidad de estructurar claramente una visión. Los líderes deben saber cuáles son sus objetivos y dirigir los esfuerzos hacia ellos. La segunda estrategia es la habilidad para comunicar su visión a su grupo de trabajo, de manera que se forme una especie de sentido compartido de la misma. La tercera requiere que el líder desarrolle y demuestre un alto grado de confiabilidad y compromiso con la visión, de forma que su equipo perciba que se muestra firme y dispuesto a llevar a cabo las actividades. Finalmente, los líderes son capaces de hacer el mejor uso de sus recursos intelectuales y personales: esto incluye una alta confianza en ellos mismos y optimismo frente a la posibilidad de alcanzar los objetivos planteados” (citado por Soler et al., 2011, pp. 57-58).

Interroguémonos otra vez: ¿cómo está nuestro liderazgo innovador? ¿En qué medida la universidad promueve un fuerte espíritu innovador? ¿Cuáles han sido sus descubrimientos y aportes al saber? Desde la cienciometría y sus indicadores de producción científica son oportunas estas otras preguntas: ¿cuántas patentes registramos por lustro? ¿Cuántos artículos publicamos en revistas indexadas? ¿Cuál es el número de ponencias internacionales y nacionales? ¿Cuántos libros nuevos producimos por año?

 

Espíritu de emprendimiento

Reducir el concepto de universidad emprendedora a una institución formadora de empleadores y no de empleados es empobrecer el concepto. Imaginar el hábitat universitario como el lugar en exclusiva donde se fraguan las futuras empresas, industrias o spin off (aquellas surgidas de la aplicación del conocimiento nuevo), es desdibujar completamente la idea misma de universidad. Recordemos que la misión de toda universidad tiene un doble cometido, debe ser pertinente y debe ser impertinente.

En cuanto a lo primero, pertinente, debe formar profesionales competentes y expertos que sepan ejercer las tareas que la sociedad requiere. Buen ejemplo de esto queda expresado en la publicidad del Programa de Urbanismo de la Universidad de La Salle, único programa de pregrado de tal naturaleza en el país:

“COLOMBIA NECESITA DE URBANISTAS

que hagan ciudades HABITABLES donde la gente viva FELIZ

Profesionales que PIENSEN, IMAGINEN,

PLANIFIQUEN Y DISEÑEN sus ciudades y

municipios con criterios de SOSTENIBILIDAD.

Funcionarios formados para interpretar y hacer realidad

LA IMAGEN DE CIUDAD que anhelan sus habitantes.

LÍDERES que transformen sus municipios y ciudades y los

conduzcan hacia un desarrollo integral del TERRITORIO.

Visionarios que anticipen el futuro de sus ciudades y municipios y los planifiquen estratégicamente para mejorar la CALIDAD DE VIDA de las COMUNIDADES que los habitan”.{6}

En Colombia contamos actualmente con 1102 municipios, la mayoría de ellos, por no decir todos, carecen de personal calificado que piense sus problemáticas y prospectivas como asentamientos urbanos. Es una realidad que se palpa cada vez que tenemos la oportunidad de dejar las ciudades capitales para trabajar o visitar las localidades más remotas. Solucionar este tipo de carencias, como tantas otras del país, es lo que hace verdaderamente pertinente a una universidad.

En cuanto lo segundo, impertinente, debe ser adalid de la formación del amplio espectro de los emprendimientos humanos transformadores, los cuales son siempre visionarios, se adelantan a su tiempo, son impertinentes en tanto molestan, inquietan, desacomodan. Ilustremos la cuestión. A nadie se le oculta que donde más se requeriría una escuela de pensamiento nuevo, sería en el ámbito de los emprendimientos políticos. Todos los colombianos requerimos del rescate de la majestad de la política en cuanto administración de la cosa pública. Si hay crisis mundial a nivel del estilo de gobierno de las naciones es porque nuestro tiempo aún no ha sido capaz de inventar el reemplazo de las formas de gobierno caducas por lo inoperantes y no pertinentes a las nuevas realidades y escenarios mundiales. Se impone, por tanto, la creación de nuevas ideologías y nuevos sistemas que las concreticen, mejorando las conquistas que ya son patrimonio de la humanidad.

Otro ejemplo de emprendedurismo impertinente surge de la tensión que afrontan hoy las universidades, posicionarse como instituciones exclusivamente de corte empresarial (donde se aprende cómo obtener ganancias materiales y cómo ser más eficientes en el mercado mundial), o enrutarse como universidades humanistas (donde se forma para pensar y actuar para el bien común). Pareciera que la promoción de la primera va en detrimento de la segunda. Se requiere, en consecuencia, emprendimientos humanistas a favor del reposicionamiento del talante humanista de los universitarios, de los políticos y de todos aquellos líderes de la sociedad para que cuestionen y desafíen el pensar solo en sus propios intereses, en el lucro y la rentabilidad.

Las humanidades (arte, literatura, idiomas, historia y filosofía, entre otras) se necesitan hoy más que nunca como parte esencial de la educación universitaria para un mundo cada vez más cosmopolita que requiere de líderes altruistas que más que pensar en sus propios intereses —cómo obtener ganancias materiales y cómo ser más eficientes en el mercado mundial— piensen en el bien común.

Un buen parámetro para medir nuestro talante de espíritu de emprendimiento lo constituiría la mayor o menor capacidad que mostremos tras el propósito de sentar las bases para que en un futuro contemos con numerosas escuelas de pensamiento. Es un propósito que demanda grados altos de iniciativa y de capacidad ejecutiva para ir más allá de las limitaciones presupuestales, de la necesidad de competir en escenarios internacionales, de las presiones que nos llegan por posicionarse en los rankings internacionales, o de la aspiración a emular las universidades de clase mundial. De cierta manera, espejismos y tentaciones que nos desvían de trabajar en pro de una agenda propia, de escuelas de pensamiento que respondan a las necesidades y problemáticas del país. Es impertinente, a todas luces, restarle energías a tales demandas internacionales, pero es más pertinente una universidad cuya agenda de escuelas de pensamiento no se posicione de espaldas al país. Colombia requiere de sus universidades emprendimientos que contribuyan a su desarrollo y progreso.

Visión compleja y transdisciplinaria

Los tres espíritus a los cuales hemos hecho referencia, el espíritu científico, el espíritu innovador y el espíritu de emprendimiento, son también condiciones previas para que emerjan en una universidad las escuelas de pensamiento. En el trasfondo de lo planteado hasta el momento, al menos en Colombia y específicamente en la Universidad de La Salle, desde finales del siglo pasado, es decir, en los últimos quince años, se ha propuesto para la Universidad un modo esencial de pensamiento y acción que entrevera dos temas de tal manera imbricados que son una sola visión integradora, ellos son el tema de la complejidad y el tema de la transdisciplinariedad.{7}

La complejidad de la naturaleza y de la sociedad, la cual se nos descubre como conformada por niveles de realidad diferentes, pero a su vez estructurados como totalidad. Y la transdisciplinariedad{8} es concebida como un nuevo modo de producir conocimiento y de solucionar problemas en grupos colaborativos para abordar lo contextual, lo global, lo multidimensional y el complejo de la realidad.{9}

Que una universidad como estrategia de futuro opte por trabajar con la complejidad y la transdisciplinariedad como perspectiva, conlleva que se piense administrativamente como organización compleja{10} y recree su institucionalidad cocreando y coconstruyendo metamodelos que respondan, entre otras, la siguiente pregunta: ¿qué tipo de universidad queremos y qué clase de acuerdos estamos dispuestos a tolerar para instaurarla?

Por fortuna nos corresponde transitar por una época en que ya no se pierde tiempo en debates sobre si lo disciplinar debe ser reemplazado por lo interdisciplinar y este, a su vez, por lo transdisciplinar. Ya aprendimos que los ladrillos del edificio interdisciplinar son las disciplinas, y las bases de lo transdisciplinar es lo interdisciplinar. Seguiremos necesitando de buenos médicos y músicos, pero como el mundo se ha hecho cada vez más interdisciplinario, se requiere que todos los profesionales aprendan a trabajar en equipo, colaborativa y cooperativamente, interdisciplinarmente. Y una universidad que no posea una fuerte cultura interdisciplinaria ni de riesgo puede asomarse a cultivar procesos transdisciplinarios.{11}

También somos privilegiados al vivir tiempos donde ya no se discute si el ideal para producir conocimiento nuevo es el modo 1, el modo 2 o el modo 3. El uno es prerrequisito del otro, son complementarios. Es tan compleja la realidad que si aspiramos a la unidad del saber, la riqueza de la pluridiversidad epistemológica y metodológica es más que bienvenida.{12}