Un paraíso sospechoso

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Aus der Reihe: Opera Eximia
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JOSÉ EUSTASIO RIVERA Y EL BRASIL

O homem, ali, ainda é um intruso impertinente. Chegou, sem ser esperado nem querido —quando a natureza ainda estava arrumando o seu mais vasto e luxuoso salão.

Euclides da Cunha

Nuestra intención en este capítulo es presentar una faceta de la vida de José Eustasio Rivera que aún no había sido examinada en detalle: su contacto con la Amazonía brasileña y con la literatura del Brasil. Aunque hoy en día se admita que el viaje del novelista, en 1922-1923, por la Amazonía tiene una relación significativa con La vorágine, poca cosa se sabe del real impacto que causó la experiencia que tuvo con el Brasil sobre su novela. Observaremos, aquí, que Rivera fue un ávido lector de la literatura de viajes relativa al territorio amazónico y que él también leyó ficción sobre la selva del llamado repertorio novela de la selva, un género literario que “no se volvió independiente sino después de la publicación de La vorágine”.1 De este repertorio, Rivera debe haber leído Green Mansions (Verdes moradas, 1904), del escritor angloargentino William Henry Hudson, un libro que, junto con otras novelas y cuentos latinoamericanos del inicio del siglo XX, estableció lo que constituye actualmente un corpus admirable.2

No se puede controvertir la importancia de ese corpus, capitaneado históricamente por los títulos brasileños, en especial por aquellos que anteceden a La vorágine. En general, son dejados fuera de ese conjunto, por ejemplo, el libro Cenas da vida amazónica (1886), de José Veríssimo, y otros textos ficcionales como los del Inglês de Souza, con excepción de su novela más popular, O missionário (1888).3 Aparentemente, Rivera no tenía familiaridad ni con la ficción de Inglês de Souza ni con la antología de cuentos de José Veríssimo. No obstante, basta un examen superficial de la biblioteca del autor para percibir que él adquirió la História da literatura brasileira de Veríssimo y seleccionó obras de escritores que tenían íntima relación con la Amazonía: Mário Guedes, Alberto Rangel y Euclides da Cunha.

El viaje de Rivera a la Amazonía brasileña en 1923 le dio forma a La vorágine. Su odisea comenzó en Bogotá, el 19 de septiembre de 1922, y su retorno a esa ciudad ocurrió el 11 de octubre de 1923. El escritor colombiano, bajando por el río Orinoco y prosiguiendo después por el río Negro, cruzando la frontera entre Venezuela y Brasil en Cucuy, el 29 de junio de 1923, entró al Brasil por el estado de Amazonas y llegó hasta São Gabriel da Cachoeira el 1.° de julio; continuó hacia Santa Isabel, en donde desembarcó cinco días después. El 7 de julio partió de esa localidad hacia Manaos en el vapor Inca, de la empresa Compañía Nacional de Transportes (Companhia Nacional de Transportes).4 Después, usó el nombre de ese barco en La vorágine: es la embarcación en la cual “el cónsul de Colombia subirá, a fines de la semana, en el vapor Inca, que hace el recorrido entre Manaos y Santa Isabel”.5

Rivera llegó a Manaos el 13 de julio de 1923 y encontró la ciudad de la belle époque, y otrora próspera, en rápido deterioro.6 Él y Melitón Escobar Larrazábal, ingeniero jefe de la Segunda Comisión Colombiana Demarcadora de los Límites entre Colombia y Venezuela, pasaron una semana en encuentros con la comisión venezolana y con miembros de la comisión suiza que servía de árbitro para las otras dos. También fue en Manaos que Rivera y Larrazábal escribieron un respetado informe oficial para el ministro de Relaciones Exteriores de Colombia (Informe de la Comisión), condenando los abusos en contra de los derechos humanos y los crímenes practicados en las caucherías. La prensa local dio la noticia de la presencia de las comisiones en Manaos y, más tarde, hizo lo mismo en Belém. Algunos relatos sobre ellas fueron publicados en los diarios Jornal do Commercio, Gazeta da Tarde, Folha do Norte y Estado do Pará.7 En Manaos, la comisión colombiana se encontró con su cónsul, Demetrio Salamanca Torres, quien ofreció un banquete en homenaje a la comisión suiza.8 Un examen de su biblioteca y de los cuños y sellos de las librerías estampados en sus libros revelan que Rivera tal vez haya adquirido en Manaos, en la librería A Mascote, de Amâncio Mendonça, la colección Obras posthumas, de A. Gonçalves Dias, en seis volúmenes; Chanaan, de Graça Aranha, y Compendio de História da Literatura Brasileira, de Sylvio Romero y João Ribeiro. Es posible que, en la librería Acadêmica, Rivera también haya comprado As primaveras, de Casimiro de Abreu y Poesías completas, de Castro Alves. En esta misma ciudad, el escritor colombiano incluso visitó la tumba del excónsul colombiano, general Luis María Terán, fallecido en 1921,9 y partió de esta ciudad el 19 de julio, a bordo del vapor Sobralense, para llegar a Belém seis días después.

Durante los días que pasó en el Grande Hotel de Belém, Rivera exploró la ciudad, trabajó y asistió a actividades sociales. En esos paseos, tal vez haya adquirido algunos libros en la librería Maranhense, entre ellos Iracema, de José de Alencar; História da literatura brasileira, de José Veríssimo; Poesias, de Olavo Bilac; Poesias completas, de Machado de Assis; Contrastes e confrontos, de Euclides da Cunha; Poemas, de Raimundo Correa; Páginas de crítica e pontos de vista, de Medeiros e Albuquerque, y Poesías (1915-1917), de Gilka Machado. De esa importante colección de autores brasileños, libros que tal vez Rivera haya llevado consigo a su regreso a Colombia, formaba parte un ítem precioso: Os seringaes (1914), de Mario Guedes, una obra que para Rivera se tornaría indispensable.10 En una de las últimas páginas de Os seringaes y en varias otras de Pontos de vista, de Medeiros e Albuquerque, Rivera registró datos en su diario de viaje, anotando los nombres de cada barco (Orange Nassau, Venezuela, Inca, Sobralense y Camoens) que tomó, la fecha de cada viaje y varios lugares por donde pasó. Carmen Millán de Benavides es quien nos suministra una lista completa de esas fechas y de esos lugares:

“Antillian”, alta mar, sept. 1923 [Pontos de vista, 62]

Alta mar, 11 sept. 1923 [Pontos de vista, 84]

La Guaira, 14 sept. 1923 [Pontos de vista, 74]

Pto. Cabello, 15 sept. 1923 [Pontos de vista, 184, 190, 196, 207, 336]

Alta mar, 17 sept. 1923 [Pontos de vista, 213, 220, 229]

Curazao, 18 sept. 1923 [Pontos de vista, 240, 249, 270]

Alta mar, 19 sept. 1923 [Pontos de vista, 279, 290, 311, 321, 329]

Puerto Colombia, 19 sept. 1923 [Pontos de vista, 366]11

Después de la partida de Belém, Rivera leyó tres libros que se convirtieron fundamentales para la escritura de La vorágine: Inferno verde, de Alberto Rangel, À margem da história, de Euclides da Cunha, y Os seringaes, de Mário Guedes.12 Rivera terminó de leer Os seringaes el 19 de agosto de 1923, en altamar13 y, en la última página del libro, escribió algunas notas sobre el sistema de endeudamiento de los peones (peonaje), que constituía una terrible trampa para los caucheros:

Estas leyes, que garantizan el abuso, fueron creadas para evitar otro menos grave: Esto por razón de que14 es muy frecuente “el sonsaque”15 de personal entre los16 patrones […] Muchos salían a contratar en distintos pueblos17 las cuadrillas correspondientes; mas18 los peones, recién llegados al siringal, se burlaban del contratista, enganchándose en otra empresa19. Hoy el caso es rarísimo. En20 S. F. del At. [San Fernando de Atabapo] crearon una práctica detestable, un reglamento21 que les ofrecía mejores prebendas. Era un simple fraude entre22 los patrones, pero vino la ley a reconocerles la propiedad sobre los gomeros, a garantizarles [este “derecho” de propiedad] para solucionar la dificultad. En S. F. del A. [San Fernando de Atabapo] basta un acreedor matricular en los registros de la Alcaldía los nombres de los deudores, pagando veinte cs por la inscripción, pª tener derecho23 a exigirle a la autoridad que los persiga y los encarcele, hasta que le paguen al acreedor en trabajo y solo en trabajo.24

Uno de los principales personajes de la novela, el experimentado cauchero Clemente Silva, confirma esa práctica malévola, explicándola también en detalle en la novela.25

La vorágine presenta datos históricos de una forma realista y, como tal, comparte diversas características con otras narrativas de la selva.26 La sección amazónica de esa narrativa, como intentaremos demostrarlo en este capítulo, depende significativamente de los libros brasileños citados arriba (i. e., Inferno verde, À margem da historia y Os seringaes), así como también otros textos de ficción o no. Como dijimos anteriormente, el papel que esos intertextos brasileños desempeñaron en La vorágine no recibió hasta ahora la debida atención por parte de los críticos. En este capítulo y en todo este libro pretendemos cerrar esa laguna, haciendo un examen de tales influencias. Sería el caso de observar también que la intertextualidad entre Da Cunha y Rivera extrapola los escritos del autor brasileño sobre la Amazonía. Como veremos en las comparaciones textuales más adelante, la influencia de Os sertões (1902) es notable. Aunque sea un libro que se preocupa más por las regiones brasileñas asoladas por las sequías y, por ende, no establece una relación directa con la selva tropical, su presencia es visible, predominantemente en la primera parte de La vorágine, en las escenas de manejo de ganado que suceden en los llanos.

 

LA ANGUSTIA DE LA INFLUENCIA DE RIVERA

A pesar de las diferencias de edad, de país y de idioma entre ellos, Euclides da Cunha y Rivera comparten un profundo compromiso ideológico y al mismo tiempo expresan fuertes sentimientos patrióticos por sus respectivos países. Las coincidencias no terminan aquí. Ambos autores comenzaron sus carreras de escritores con la poesía, antes de que se concentraran en el género de la prosa. Mostraron verdadera pasión por sus respectivas lenguas maternas, el portugués y el español, en cada caso, pasión que se manifestó en los estilos literarios, la precisión y el perfeccionismo revelados acerca del lenguaje que emplearon. También sus vidas denotan curiosas semejanzas: ambos ocuparon cargos oficiales casi idénticos (miembros de comisiones de demarcación de fronteras en la Amazonía) en sus respectivos ministerios de Relaciones Exteriores. Ingeniero y cartógrafo, en 1905 Da Cunha viajó al Alto Purus con el fin de encontrar pruebas para apoyar el deseo de su jefe (el Barón de Rio Branco, ministro de Relaciones Exteriores de la época) de reclamar definitivamente para el Brasil la parte del territorio que entonces se decía peruano. En 1923, la tarea de Rivera era semejante: establecer demarcaciones precisas de la frontera entre Colombia y Venezuela. Da Cunha y Rivera eran tenaces, valientes y sinceros, pero también excesivamente cautelosos e ingenuamente honestos. En el ejercicio de esas comisiones, ambos experimentaron atrasos exasperantes de parte de sus gobiernos cuando las expediciones solicitaban equipamientos y provisiones. Antes de embarcarse en su expedición al río Purus, Da Cunha, como jefe de la Comisión, pasó tres meses en Manaos luchando contra la burocracia. Fue mucho peor la experiencia de Rivera con su gobierno, que nunca cumplió la promesa hecha de proveer barcos, equipamiento y provisiones.27 Los dos autores permanecieron en la Amazonía por más o menos un año y encararon los desafíos comunes de una expedición de ese tipo. Durante su viaje por el Purús, Da Cunha tuvo que enfrentarse a un naufragio de su barcaza, la partida de un médico enfermo de la Comisión y la insubordinación de algunos tripulantes. Por otro lado, en determinado punto de su viaje, Rivera se perdió y pasó algunos días deambulando por la selva en compañía de dos indios.28 Los dos escritores regresaron a sus respectivos hogares débiles y enfermos de malaria, y también psicológicamente transformados. Los dos tuvieron vidas cortas, pero intensas, y compartieron un patriotismo sincero, una integridad moral y un compromiso social poco comunes.

Da Cunha y Rivera compartieron también el deseo de combinar la realización artística con la crítica social. Dominados por un espíritu aventurero, arriesgaron la vida en viajes a lugares en donde la existencia era precaria y peligrosa. Para tener una percepción de hasta qué punto Da Cunha comprometió su vida, basta imaginar su retorno a Río de Janeiro en 1897, de regreso de la guerra de Canudos, sintiéndose fatigado y enfermo. Años más tarde, en 1906, después de contraer malaria durante la expedición a la Amazonía, regresó a casa con la salud aún más debilitada. Rivera sufrió idénticos achaques de salud durante su viaje a los llanos y a la selva tropical. Lo más importante e irónico, sin embargo, es que los dos escritores fueron víctimas de su propia rectitud, en lo tocante al carácter moral y a la ética del trabajo. Sintiéndose individualmente siempre desplazados en sus arenas políticas nacionales, pobladas de oligarcas corruptos y políticos deshonestos, Da Cunha y Rivera acabaron por sucumbir al cinismo y a la indiferencia del sistema. A pesar del desencanto que sentían en relación con la política nacional, ambos alcanzaron la fama antes de morir jóvenes, tan solo con la edad de 43 y 40 años, respectivamente.

La salud y las consecuencias psicológicas del viaje de Da Cunha a la Amazonía posiblemente sean dos de las razones por las cuales él se vio impedido de escribir su próximo, bastante anticipado y nunca realizado libro, Um paraíso perdido. Del mismo modo, la muerte repentina de Rivera tal vez haya interrumpido la escritura de su última novela, La mancha negra.29 Este nuevo libro habría reafirmado el continuo compromiso del escritor colombiano de escribir sobre cuestiones sociales que le interesaban mucho. Si Um paraíso perdido, de Da Cunha, hubiera sido realmente su segundo “libro vengador”, como él mismo había dicho en correspondencia a sus amigos, La mancha negra, de Rivera, también podría haber sido exactamente lo que indican sus siguientes palabras:

[A]llí denuncio las arbitrariedades de los magnates en los campos petrolíferos, la explotación inicial del trabajador, (a la “los de abajo”)30, que dijo Mariano Azuela; la forma sucia como se han hecho algunos contratos que más han enriquecido a unos cuantos bribones que a la nación. Cuando asistía a la Cámara de los Representantes tuve ocasión de documentarme lo suficiente. Además, aproveché mi posición oficial de entonces para conseguir en otras fuentes datos preciosísimos que ignora la mayoría de los colombianos.31

El sentido de indignación de Rivera es comprensible. Siguiendo sus principios morales y guiado por su misión social, él estaría imitando, en La mancha negra, al escritor mexicano postrevolución, Azuela, el autor de Los de abajo. Es verdad que nuestro novelista, cuando sirvió en la Cámara de Representantes como suplente, sustituyendo a su tío Pedro Rivera, tuvo acceso a documentos confidenciales realmente valiosos para que entendiera lo que representaba para la Amazonía la política de extracción de petróleo en Colombia.32

A mediados de la década de 1920, Colombia ya permitía que compañías multinacionales extrajeran petróleo y gas de reservas ubicadas en sus territorios amazónicos. Hoy, sabemos que ese país y otros vecinos, que seguían una política semejante, contribuyeron, en alarmantes índices, a la destrucción ambiental de la selva tropical. Rivera tenía suficiente consciencia de esa amenaza y quería, de nuevo, denunciar la ganancia insaciable de los magnates internacionales del petróleo.33

Sintiendo igual indignación que la que sintió Rivera, la rabia y la malevolencia de Da Cunha para con los barones del caucho o dueños de las caucherías —que esclavizaban, torturaban y mataban indios y migrantes— con seguridad habrían quedado estampadas permanentemente en su Um paraíso perdido; es decir, si hubiera logrado escribirlo: “Intentaré vengar la Hileia maravillosa de todas las brutalidades de las gentes imprudentes que la ensucian desde el siglo XVIII”.34

En su viaje por la selva tropical en territorios colombianos, venezolanos y brasileños, Rivera experimentó fenómenos semejantes a aquellos que Da Cunha había enfrentado en su expedición a la Amazonía en 1905 por las fronteras brasileñas y peruanas. Al comienzo de sus jornadas, ambos quedaron fascinados con la naturaleza tropical. Más tarde, se desencantaron profundamente de la selva. No es una sorpresa que las experiencias de los dos autores no combinen con las descripciones romantizadas que leyeron en La Condamine, Humboldt, Martius, Wallace, Crévaux y Bates. Para Da Cunha y para Rivera, la realidad era infinitamente más inhumana que aquella que los exploradores habían retratado. En consecuencia, describen la sensación de un infierno verde/paraíso perdido de la cual otros viajeros también hablaron. ¿Y cómo narran esos viajeros sus experiencias en ese ambiente tropical? Pedro Maligo describe tres etapas posibles de la representación de la Naturaleza en la Amazonía:

Al principio, a partir de un punto de observación neutro, la tierra es vista como placentera, en especial cuando es percibida visualmente como si fuera un espectáculo. En un segundo caso, cuando el narrador debe observarla de cerca y confrontarla, la tierra se vuelve hostil. Y finalmente, la tierra se vuelve de nuevo un espectáculo, solo que ahora incorporando una referencia a la participación del narrador deleitándose en ella.35

Desde el punto de vista de Maligo, y esto puede ser más importante, esa tercera etapa está motivada por la relación amistosa de un viajero con los indígenas amazónicos. Tal relación se crea, comúnmente, por la dependencia que el viajero pasa a tener de los indios, que le sirven de guías, transportadores, remadores, recolectores de alimentos y cazadores. Ni el texto de Da Cunha ni el de Rivera alcanzan esa etapa plenamente.

En 1905, Da Cunha pasó cerca de un año en la Amazonía, mientras que Rivera permaneció en la región por más o menos diez meses, en el periodo de 1922 a 1923.36 Los dos autores se esforzaron por describir de forma totalizante la monumentalidad y complejidad de la selva tropical, y es evidente que ambos sacaron enorme provecho de las narrativas de viaje escritas por otros exploradores. Sin embargo, conciliar los relatos de otros viajeros con sus propias observaciones empíricas no era nada fácil. En una carta al amigo Arthur Lemos, Da Cunha establece una analogía espacial entre Paradise Lost (Paraíso perdido, 1667), de John Milton, y la Amazonía: esta “nos recuerda la genial definición del espacio de Milton: se esconde en sí misma. El extranjero la contempla sin verla a través de un vértigo. Ella solo se le aparece poco a poco, lentamente, tormentosamente”.37

En su descripción de la Amazonía, Da Cunha se esfuerza por armonizar “un proceso obligatoriamente analítico”38 con una visión artística de ese gran territorio. Intenta conciliar una descripción científica de la naturaleza con una apreciación estética del paisaje tropical. Su tarea es compatibilizar la sensibilidad del artista/poeta y la visión objetiva del científico.

Interpretar la visión que esos dos escritores tuvieron de la Amazonía puede ser una tarea arrojada, porque, si solo miramos a Da Cunha como un ingeniero y a Rivera como un abogado, perdemos de vista al poeta extremadamente imaginativo que vivió en cada uno de ellos. Por otro lado, si consideramos a Da Cunha y a Rivera solo como poetas, será muy difícil fiarnos de sus ideas, puesto que están basadas en observaciones personales, impresiones subjetivas y menos en evidencias históricas. La mirada de Da Cunha, más que la de Rivera, oscila de la naturaleza al paisaje representado; de cuando en cuando él nos da la impresión de examinarla bajo un microscopio, y algunas veces parece volver a su paleta, en busca de los mejores colores para el esbozo que traza en su “lienzo”. En su caso, es imposible separar el hombre de ciencia del artista, ya que su modo de razonar, esencialmente aristotélico, es producto de esa dualidad.

No es fácil aplicar a la majestuosa selva, simplemente, las categorías estéticas de lo bello y lo feo. Por ejemplo, si el cuadro que él está describiendo es un tipo de naturaleza muerta, también se encontrará agitación en él; si su intención es representar la duplicidad de un componente de la selva, eso solamente puede ser hecho en forma de una paradoja: “el infierno florido de las caucherías”.39 Francisco Foot Hardman explica con argucia ese movimiento: “Y subrayando siempre la fantasía y el sueño como componentes esenciales del trabajo técnico del relato científico, vuelve la inversión de perspectivas del poeta cuando se depara con lo real maravilloso como manifiesto en el mundo amazónico”.40

Da Cunha hace varios intentos de comprender ese inmenso territorio. Su tamaño es tan grande y excepcional que

… la conocemos por fragmentos […] en la medida en que las [infinitas caras de la Amazonía] distinguimos mejor, se nos va nublando, más y más, el aspecto de la fisonomía general. Nos quedan muchos trazos vigorosos y nítidos, pero ampliamente desunidos. Se nos escapa del todo la enormidad, que solo se puede medir, repartida; la amplitud, que debe disminuir para ser evaluada; la grandeza, que solo se deja ver, achicándola, a través de los microscopios.41

Las palabras de Da Cunha parecen hacerle eco a las de Thomas Whiffen, que también se familiarizó, en 1908-1909, con ese escenario natural: “El todo se nos presenta en una escala tan gigantesca, la inmensa selva, los grandes ríos, que los detalles se pierden en las vastas extensiones, y el efecto total es de una absoluta mismidad”.42 Así, la naturaleza portentosa deja mucho que desear. Según la lógica aristotélica que Euclides da Cunha aquí parece seguir, este territorio:

[…] no podría ser bello, pues la visión es confusa cuando se mira por un tiempo casi imperceptible, y tampoco sería bello siendo enorme, porque faltaría la visión de conjunto, escapando la unidad y la totalidad a la vista de los espectadores…43

 

Además de esto, bajo el concepto estrictamente artístico, es decir, como un trecho de la tierra desabrochándose en imágenes capaces de fundirse armoniosamente en la síntesis de una impresión cautivante, es de todo en todo inferior a un sinnúmero de otros lugares de nuestro país.44

Era difícil para Euclides da Cunha admitir que los “fragmentos” y “aspectos parcelados”45 de la Amazonía pudieran armonizarse como un todo. Y él, que siempre pensó de modo paradójico, desafía una vez más nuestra inteligencia con una violencia lingüística, aunque correctísima, al describir la Amazonía en términos heideggerianos: “la tierra […] es nueva. Está en ser”46. Según la lógica de Da Cunha, la existencia actual de la Amazonía estaría evolucionando continuamente, creciendo, y siempre postergando su completitud. Es una tierra “naturalmente desgraciada y triste”, mal formada, cuya obra todavía está en progreso47. La Amazonía es un territorio que está siempre y eternamente en transmutación, gozando de su vida anfibia, en el proceso de ser. En las palabras sugerentes de Da Cunha, ella “es la última página, todavía por escribirse, del Génesis”48. Con certeza, se puede elaborar una hipótesis sobre las implicaciones de llamar la Amazonía de “paraíso tenebroso”, o, incluso peor, de “paraíso diabólico”, de “paraje maldito”, inclusive doscientos años después de que Cristóbal de Acuña (1639) estableció que el gran río Amazonas, “a no tener la plaga de los mosquitos, de que abunda en muchos parajes, se pudiera llamar a boca llena un dilatado Paraíso”.49

El retrato que Rivera pinta de la Amazonía es semejante al de Da Cunha. Tan pronto puso los pies en la región, “entendió como la realidad era diferente de aquella que había imaginado” y que antes había descrito en su poesía. Neale-Silva resume el encuentro:

¿No había escrito en otro tiempo con el embeleso de un Kipling sobre la selva “de anchas cúpulas”, en que los vientos “preludian grandiosos maitines”, imaginándose oír “mansas voces” y “moribundos flautines”? Al recordar sus versos, sentíase molesto y hasta un poco ridículo. Nada de esto había hallado en la floresta del Orinoco. “¿Cuál es aquí la poesía de los retiros? —se preguntaba a sí mismo—, ¿dónde están las mariposas que parecen flores translúcidas, los pájaros mágicos, el arroyo cantor? ¡Pobre fantasía de los poetas que solo conocen las soledades domesticadas!”50

Neale-Silva captura muy bien dos temas importantes de la obra de Rivera. El primero tiene que ver con la idealización que el autor hace de los trópicos, cuyo potencial utópico es celebrado en Tierra de promisión. El segundo tema, sin embargo, es el desencanto del autor colombiano con la selva tropical, un desencanto que lo sitúa al lado de Da Cunha. Tanto Rivera como Da Cunha escriben sobre la “lucha” entre el hombre y la naturaleza en la región. De hecho, ese embate es como el escritor brasileño explica su relación personal con la selva: “De ahí mis deseos de partir, buscando la fuerte diversión de mi duelo con el desierto, en la majestuosa arena de quinientas leguas que nos da el Purús”.51

En la carta a Henry Ford, que escribió en 1928, Rivera observa que

[t]rascendental batalla van a reñir el dólar avasallador y la naturaleza omnipotente, y será vencedor el que resista mayor tiempo. La selva tropical es como la hidra mitológica; una vez derribada, hay que descabezarla de continuo, porque de lo contrario resucita con mayor pujanza…52

Para el novelista, no se trata de una simple descripción imaginativa de esa pugna, sino una definición real y objetiva, con rasgos poéticos, con un valor figurativo que se puede nombrar y sentir. Joaquín Rocha así la sintetiza:

En el territorio del Caquetá la naturaleza, semejante a la diosa Kali de los hindúes, se ostenta a la vez en toda la grandiosidad de su belleza y en toda su potencia homicida y traidora. Allí el hombre, en perpetuo contacto con esa naturaleza salvaje, llega a ser tan salvaje como ella, y lejos de las sanciones morales y sociales, cede al imperio de las pasiones, las cuales se hacen tan formidables en su desborde como aquella en sus energías de muerte y exterminio.53

Según Rivera, la relación entre los seres humanos y la naturaleza en la Amazonía no es exclusivamente un tema literario. Es también una cuestión moral. La representación artística de la naturaleza tropical presentada por él no es ni política ni históricamente inocente. Aún más: si esa representación podría parecernos demasiado retórica o inauténtica, como en el apóstrofe de Cova a la selva,54 nuestra confianza en las creencias del novelista compensa cualquier tipo de imperfecciones en su obra, pese a que consideremos que el intérprete de Rivera sea Cova, pero un Cova, lógicamente, que no es una imagen especular del autor.

Como vimos en el primer capítulo, Rivera, siendo un escritor políticamente comprometido, habría podido hacer denuncias públicas contra la PAC, en la forma como discutió con Hermes García. En ese debate, el novelista defendió sus tesis con pasión y autoridad, bien informado por especialistas como Humboldt, Crévaux, Michelena y Rojas, Chaffanjon y Hamilton Rice. Sin embargo, como novelista Rivera estaba más preocupado por el destino del pueblo amazónico y sabía cómo transformar su libro en un arma sociopolítica.

El escritor uruguayo Horacio Quiroga también reconoció el “valor singular” de Rivera en su ataque al sindicato del caucho, “que en desquite podía sofocarlo sin el menor esfuerzo”.55 Teniendo igualmente interés por la selva tropical, los cuentos de Quiroga comparten con el método de Rivera la representación de la naturaleza. La familiaridad que los dos escritores tenían con ese ecosistema, adquirida por medio de las narrativas de viaje y de la experiencia personal, los ayudaron a volverse narradores extremadamente exitosos sobre ese medio natural. Quiroga y Rivera también tenían una tendencia a crear escenas trágicas de lucha del hombre contra la naturaleza.

Rivera y el Brasil tenían un fuerte vínculo entre sí, como se puede notar a través del modo en el cual la prensa de Río de Janeiro expresó admiración por La vorágine. Sin embargo, en su país, al defenderse de la crítica de Luis Trigueros, justo en seguida de la publicación de la novela, Rivera respondió que “en el Brasil despertó este libro gran interés, y el Congreso brasileño medita actualmente un proyecto de redención indígena en el Caquetá cauchero; por su parte, la prensa del Brasil ha estado excitando al parlamento en tal sentido...”.56 Es obvio que el autor colombiano quería mostrar que entre los intelectuales brasileños había más que simpatía, porque en realidad existía también un verdadero reconocimiento a su trabajo.

Además de recibir reseñas del libro muy positivas, publicadas en los periódicos brasileños A Illustração Brasileira, A Vanguarda y Revista da Semana, La vorágine, como ya vimos, fue aplaudida por Maximiliano Grillo, poeta y diplomático colombiano que en la época vivía en Río de Janeiro y que le escribió a Rivera una elocuente carta, en la cual entreteje elogios a su novela. Las reseñas brasileñas del libro comparan La vorágine al Inferno verde, de Alberto Rangel, y a los ensayos de Euclides da Cunha sobre la Amazonía. El crítico anónimo de A Vanguarda elogia, en particular, el papel de Rivera y de Da Cunha en la denuncia de las atrocidades perpetradas en las caucherías amazónicas.57 Rangel, Da Cunha y Rivera comparten entre sí temas, tonos y estilos semejantes, pero, como lo indica Maligo, cuando los críticos resaltan el estilo del autor de Os sertões y su influencia sobre la literatura brasileña que usó la Amazonía como su escenario, tienden a ignorar

[…] las fuentes literarias en las que puede haber ido a buscar sus imágenes de la región. Al mismo tiempo, esa actitud pasa por alto las raíces de esas imágenes en Os sertões, y cómo estas fueron moldeadas en metáforas originales para la Amazonía en los últimos ensayos [de Da Cunha].58