Méfeso

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Hallie, ¡Despierta! ¡Hallie Despierta! —Gritaba fuera de la habitación su madre— se te hará muy tarde para llegar a clases.

Hallie despertó abrazada a su almohada, observó el reloj y se dio cuenta que el insomnio había traído repercusiones obvias a la hora de despertar.

—Otra vez, ¿qué rayos pasa conmigo? —Se preguntó así misma — Ya voy mamá saldré enseguida.

Al levantarse observó a través de su ventana a lo lejos los esbozos una casa de dos pisos, bañada con el áspero retoque negruzco que dejan las llamas en su exagerada forma destructiva, lo que parecía ser. El techo perduraba sigilosamente destrozado y poco estable sobre estructuras y paredes consumidas por el terror de aquella noche. Las ventanas rotas dejaban escapar nostalgia, cual prisionera de las vidas que se apagaron. Los recuerdos inundaron su mente, poco a poco su corazón comenzó a agitarse, las imágenes no tan claras de lo que había experimentado hace un mes volvía a despertar en ella episodios de exasperación y paranoia. Nunca se logró saber a ciencia cierta lo que había ocasionado el incendio de la casa de los Petrovsky, pero especulaciones racionalizaban el hecho como un intento de suicidio que había cobrado las vidas de toda la familia.

En aquella casa vivía una familia muy apreciada por la vecindad, Peter y Anie Petrovsky con sus hijos Adam y Paul. Adam era el mayor, un adolescente de extraordinaria personalidad que degustaba de leer a la vieja guardia, Edgar Alan Poe era su favorito. Asistía a un instituto cerca al de Hallie. Deportista nato, jugaba basquetbol para aquel instituto. Un día aquel muchacho de ojos celestes como el cielo de primavera se convertiría en su amigo, luego de vivir un suceso poco inusual donde se conocieron.

Durante una fiesta en una casa de una chica del instituto, un muchacho que se había fijado en Hallie había tratado de propasarse con ella, así que Hallie le dio un gran rodillazo en la entrepierna, lo que hizo que el chico se enojara mucho y la insultara, todas las personas la quedaron viendo y ella decidió salir corriendo, corrió tanto como pudo hasta alejarse de las miradas y el sonido de esa fiesta, en medio del llanto buscó soledad y decidió entrar a una casa de campo abandonada, entró apresurada pero no estaba tan abandonada como pensaba. Adam se hallaba sobre un banco con una pesada cuerda sobre su cuello, en cuanto Hallie entró sin imprevisto ambos se dieron un impresionante susto haciendo que Adam perdiera el equilibrio y cayera quedando colgado del cuello, Hallie tomó enseguida un pedazo de vidrio e intentó cortar la cuerda, pero por fortuna ésta se rompió por su mala condición. Ambos hicieron silencio por un momento hasta que Adam soltó sus primeras palabras.

—Casi me has matado…

—¿Qué yo casi te he matado? si te he salvado la vida, malagradecido —respondió Hallie muy enojada— ¿En qué rayos has estado pensando?

—Yo solo quería ver que se siente estar en medio de ese gran dilema, vivir o morir, pero tú por poco y no me dejas decidir — respondió aquel chico de mirada apacible mientras le soltaba una gran sonrisa.

—¿Y qué has decidido entonces?

—Tú lo has hecho por mí —respondió muy agradecido.

Durante algunos meses comenzaron a salir hasta que no tardaron mucho en enamorarse y convertirse en novios.

Ambos parecían una pareja única y afortunada. Se amaban por encima de todas sus imperfecciones y defectos. Pasaron un par de años juntos desde entonces hasta que algo extraño comenzó a suceder en Adam. Una tarde lluviosa Anie llamó a Hallie muy preocupada, le dijo que hace varios días su personalidad poco a poco había cambiado, se tornaba cada vez más agresivo e iracundo, no permitía que entrase a su cuarto, habría jurado que se escuchaban voces durante la noche, salía durante las tardes rumbo al cementerio y siempre llegaba con los jeanes destrozados y muy sucios. Se puso más frío e insensible y la furia le golpeaba varios episodios al día.

Hallie también especulaba algo extraño pues hace varios días que se habrían dejado de ver por una discusión tonta, pero siempre le huía cada vez que ella quería hablarle, así que había sido difícil averiguar lo que sucedía.

Una tarde Hallie se armó de valor y lo siguió, se tornaba desesperado y meditabundo en cuanto llegó al cementerio tal y como se lo había contado Anie. No parecía ser el, llevaba en sus manos un pergamino muy viejo, se paró frente a un viejo mausoleo y entró. Cerró la cripta incompletamente. Hallie se coló por un hueco, no pudo observar nada pero escuchó pronunciar unas palabras extrañas, después escuchó una segunda voz más grave y grotesca, pronto un frío le recorrió la espina, sus rodillas comenzaron a temblar. Se escuchaba como si ambos cavaban algo, esperó un momento y en cuanto vio salir a Adam se escondió para ver quien más se hallaba dentro, pero pasaron los minutos y nadie más salía, entonces Hallie decidió averiguarlo, entró por un esbozo de apertura y únicamente halló una tumba, no había rastro de algún hoyo cavado o de alguien más, pudo sentir que alguien le observaba desde el techo, un par de ojos afilados se abalanzaron sobre la chica de risos, pero una fuerza invisible los lanzó a la penumbra y desaparecieron.

Hallie salió rápidamente del lugar, decidió buscar a Adam y pedirle una explicación, lo encontró afuera de su casa intentando entrar. Se veía muy extraño, llevaba un galón de gasolina en sus manos y estas sangraban, la empujo por las gradas haciendo que se golpease la cabeza quedando inconsciente al momento, al despertarse escuchó los gritos que provenían de la vivienda y entonces las llamas comenzaron a hacer lo suyo. Los vecinos intentaron apartarla del lugar, los gritos comenzaron a apagarse poco a poco mientras el fuego consumía el lugar. Al día siguiente los periódicos hablaban de un suicidio, el de Adam. Se había prendido fuego consumiendo junto a él la vida de su familia. La familia Petrovsky fue enterrada en el cementerio de la ciudad, excepto su hijo, quien yacía en las afueras por motivos eclesiásticos, a las personas que se suicidaban no les permitían ser sepultadas dentro del terreno santo.

Un pájaro golpeó con su pico la ventana, esto hizo que Hallie despertara enseguida del trance.

La chica de rizos dorados tomó una ducha apresuradamente, vistió su esbelto cuerpo con aquel uniforme azul del instituto y bajó a prisa las escaleras hasta llegar al comedor.

—Lo siento mamá, me he quedado estudiando hasta muy tarde —dijo Hallie llevando un vaso grande de jugo de naranja a su boca— debo irme, ¡deséame suerte mamá!, adiós.

—Miente, no ha podido dormir porque una anciana muy extraña le ha dicho que la muerte de Adam ha sido su culpa. — Soltó Kobe quien se hallaba sentado mezclando su cereal.

—Dije que no se lo contaras a nadie, eres un…

Amanda interrumpió.

—Aguarda un momento señorita. Últimamente te he visto demasiado deprimida y nostálgica, hoy te tengo algo que te hará sentir mejor.

—No te preocupes mamá, trato de salir adelante y no dejar que su recuerdo me haga sentir triste. Solo que esa anciana…

—Lo se cariño, nada de eso ha sido tu culpa, no les hagas caso. Tengo algo que te hará recordar lo fuerte que podemos llegar a ser.

Amanda sacó de su bolsillo un anillo plateado con una inscripción en un idioma que jamás había visto. El anillo brillaba tentadoramente ocasionando que Hallie lanzara una hipnótica sonrisa.

—¿Qué es eso mamá?

—El anillo de tu abuela, ha pasado de generación en generación, se dice que ha dado a la familia el valor en momentos difíciles, nos ayuda a recordar lo infinito que puede llegar a ser la fuerza y la voluntad humana.

—No puedo aceptarlo, es muy hermoso

—Tú lo necesitas más que nadie cariño.

—Te lo agradezco mucho mamá —respondió Hallie colocándose el anillo en su dedo anular.

—Se te ve hermoso mi niña, cuídalo mucho.

—Lo haré mamá, gracias pero debo irme, se me hace tarde.

—Cuídate cariño, que te vaya bien. —Respondió su mamá mientras la veía apretar carrera.

Amanda regresó a ver a Kobe

—En cuanto a ti, deberías darte prisa si no quieres ir caminando a la escuela pequeñín.

—No mamá, pasar junto a esa casa me da mucho miedo.

—Entonces apresúrate que te dejará el autobús si no lo haces.

—Está bien mamá.

Hallie vivía a pocas cuadras del instituto, y sabía muy bien que quizás tardaba más tiempo en conseguir un taxi que en correr hasta el.

Sin pensarlo dos veces, empezó a correr. Su bolso beige columpiaba sobre uno de sus delicados hombros. Acariciando aquella falda a cuadros.

A tan solo a una cuadra de llegar al instituto, giró bruscamente en la esquina de un edificio, chocando contra un anciano de aspecto desesperado y temeroso. Tenía larga cabellera blanca. Vestía de traje, aunque parecía que su fachada le importaba poco, había muchas arrugas en el mismo, como si hubiese dormido con el traje puesto.

Ambos cayeron al suelo, arrojando las cosas que llevaban consigo.

—Lo siento mucho señor, llevo mucha prisa, espero no haberle hecho daño —le suplicó Hallie tratando de ayudar a recoger sus cosas.

El hombre enmudeció al ver el anillo que brillaba en su mano, se levantó desesperadamente juntando sus papeles dentro del portafolio y se alejó de ella a gran velocidad como si hubiese visto un fantasma.

Hallie se quedó desconcertada por tal reacción descortés de aquel extraño. Pronto un objeto llamó su atención desde el oscuro asfalto; aquel extraño había olvidado en el piso, un libro forrado de cuero color negro, sus esquinas estaban protegidas por metal con unas inscripciones extrañas. Hallie se agachó para recogerlo y en cuando sus delicadas manos blancas lo tocaron, el número ciento dos apareció en su portada por unos segundos, luego desapareció, solamente quedando el título del libro que simplemente decía.

 

“NAITSAB”

Muy temerosa lo soltó, pero la curiosidad le fue más atractiva, pues enseguida lo guardo dentro de su bolso. Volteando a ver si alguien más la había visto recogerlo, emprendió la carrera nuevamente.

Cuando llegó ante aquellas exuberantes puertas de madera tallada, le aguardaba Sor Mary; una monja de carácter severo y mirada penetrante. Parecía averiguarlo todo en cuando te miraba con esos grandes ojos cafés, no tenías otra opción más que decirle la verdad.

—Has llegado tarde Hallie, ¿Sabes lo que significa cierto? —Manifestó aquella religiosa.

—Lo sé, pero no ha sido mi culpa he tenido un incidente… — Contestó Hallie.

—¡Basta! no tienes ninguna excusa, ¡ya sabes cuál es tu castigo! —Espetó la monja cuarentona— la bodega del instituto necesita ser ordenada; ésta semana llegarás una hora más temprano y así podrás ordenarla, dirígete a clases, empezarás mañana ¿lo has oído bien?

—Si Sor Mary, con su permiso me retiro a mi clase.

Hallie caminó con los brazos caídos sujetando el bolso. Al llegar ante la puerta que la separaba del aula, golpeó la exuberante puerta de madera e interrumpiendo la clase de una monja rechoncha. En cuanto fue abierta, asomó su cabeza pidiendo disculpas a la dueña de la cátedra. Las miradas de sus compañeros no se hicieron esperar acribillándola de indiferencias y burlas entre dientes. Al recibir pauta para complacer su pedido, caminó recelosa hasta su pupitre azul. Sintió el helado metal tocar el remanente desnudo de sus pantorrillas pronto dirigió su atención hacia la pizarra blanca para intentar concentrarse sin éxito alguno.

Esa mañana, no dejaba de pensar en el misterioso suceso que había presenciado durante su trayecto al instituto y sobre todo en aquel libro de piel negra.


Algo agotado por el vil trabajo de mensajero de la muerte Driss se detuvo a divagar un momento por un instituto educativo religioso, sus puertas eran gigantes barrocos descansando sobre un pórtico de cemento y roca, dentro había un seductor jardín que brindaba encanto al exuberante edificio marrón de roca artísticamente forjada. Observó a los muchos alumnos que caminaban y paseaban por sus pasillos y corredores; pronto era momento de entrar a clases.

—Son criaturas vulnerables y orgullosas, sus almas tendrían fortaleza si quisieran, pero sus cuerpos débiles condicionan oportunidad para que pueda arrebatarles la vida. —Pensó en voz alta Driss.

De pronto sintió una extrema e intensa atracción hacía un ser humano en particular, como si hambriento se dejara seducir por el aroma más fascinante de vida. Se deslizó a través de los estudiantes, caminó cual espectro en medio de la multitud abriéndose paso hacia una criatura de cabellos dorados que reposaba sentada junto a la fuente del jardín.

La chica observaba sobre el agua su reflejo disiparse tembloroso como un manto delicado innato de aquella fuente, mientras lo acariciaba con sus delicadas manos. Driss no dejaba de observarla y preguntarse, ¿cómo un ser humano puede aferrarse demasiado a la vida? ¿Habrían comprendido todo su significado y valor como aquel ser?

Aquella muchacha se hallaba sentada al borde de la fuente, y sus piernas colgaban cual péndulo una a la vez, haciendo que su falda a cuadros desnude seductoramente sus blancas rodillas; los largos rizos dorados que vertían de aquella cabellera de oro acariciaban suavemente la piel de su rostro juntamente con la de sus delicados hombros. Su mirada se hallaba perdida pues aquellos ojos verde castaños agudizaban encanto e imaginación, invitaban a contemplar todo un hermoso universo desconocido; invitaban y retaban a la vez.

Driss se colocó junto a ella tratando de tomar su mano, sin embargo intimidado, sintió que el reflejo cristalino en el agua parecía observarle, pronto se percató que las pupilas de aquel reflejo se abrían al miedo, su blanco rostro palidecía; y al voltear con agresividad, se desmayó sin siquiera poder gritar. Hallie cayó al suelo inconsciente.

Muy extraño en realidad, pues ningún humano lo había podido ver.

—¡Qué rayos pasa! —Exclamó Driss llenándose de incertidumbre y asombro.

Se quedó perplejo y muy exasperado, por primera vez en su vida no quiso arrebatar la vida de un ser así. Soltándole la mano sopló con fuerza sobre su rostro. Inmediatamente Hallie comenzó a respirar nuevamente y su corazón a latir otra vez. Pero aún seguía inconsciente, los alumnos corrían presurosos hacia la chica desmayada. La llevaron a la estación de enfermería para que descansase un momento.

—No es nada serio —dijo la enfermera del instituto—seguramente se ha desmayado por el estrés. Estará bien.

Pero no era cierto. Driss se dio cuenta que, al tocarla sin querer habría deseado apoderarse de aquella alma. Sus deseos más profundos sentían esa atracción de gran magnitud hacia aquel ser. A tal punto que con un ligero roce, capturaría su alma.

A lo lejos miraba la escena muy cuidadosamente un ángel. Tenía el cabello corto de color blanco y un par de alas impresionantemente bellas. Su aspecto reflejaba juventud eterna, menospreciaba la paciencia para resolver las cosas por las buenas, eso le distinguía de los demás ángeles, y solo se enorgullecía de hacer su trabajo de forma impecable, quizá por el hecho de opacar cierta confusión que le brincaba a la escasa memoria de su pasado. Lo miraba desde lo alto del instituto. Sus ojos engalanados de turquesa brillaban en medio de las sombras

—¿Acaso puede suceder eso? —Meditaba aquel ser, siguiéndolo sigilosamente hasta observar más detalladamente lo que acontecía.

Driss se quedó en la blanca habitación esperando ver si la chica despertaba, de pronto se oyó un susurro, como acariciando sutil y débilmente al silencio.

—Puedo verte… ¿lo sabías? —Pronunciaron aquellos pétalos de rosa que resultaron ser los labios de Hallie despertando de un viaje quizá más, quizá menos eterno de lo que había soñado alguna vez. La muerte. Pero nadie más lo adivinaba, solamente ella y Driss obviamente.

Driss descendió levemente del techo en dónde se hallaba y colocándose frente a ella, la miró suspicaz.

—¿Eres un ángel? —Preguntó la chica mientras recuperaba el aliento

Driss había impactado dudas y más dudas en su mente, ¿acaso ella no le temía? ¿Qué hizo que le otorgue un disfraz tan inocente y puro dado su esencia?

—Lo soy —mintió, sabiendo que esto no traería nada bueno.

—¿Acaso morí? —supuso la chica de rizos dorados.

—La vida es un espejismo que se borra en cuanto mueres, pero me temo que tú aún no lo has hecho.

—Te equivocas, la muerte es el espejismo, crees desaparecer pero no lo haces, seguirás ahí por siempre.

—¿Te atrevas a refutarme?, se mucho más sobre la muerte que tú.

—Y al parecer yo mucho más de la vida que tú.

Driss le sonrió, y no era la típica sonrisa después de ver agonizar a sus víctimas, más bien era una bella sonrisa coqueta y desnuda, ésta vez la única víctima en aquella habitación era él, lo único que podía hacer en defensa propia era sonreír, nada más que sonreír. Y evadir esa mirada penetrante o de otra forma sabría que nunca había explorado ese campo de la humanidad y tendría que admitirlo, pero no quería hacer eso, eso jamás se lo permitiría así que le dio la espalda.

—¿Tienes un nombre? El mío es Hallie —preguntó aquella chica que reposaba sobre una camilla blanca.

—Soy Driss, ahora debo marcharme, me dio mucho gusto conocerte Hallie —respondió Driss sujetando una fruta que al mismo tiempo se iba pudriendo, rápidamente lo arrojó al basurero antes que Hallie se diese cuenta

—¿Te volveré a ver pronto?

—Espero que no —respondió Driss giñando uno de sus brillantes ojos que ésta vez se habían puesto celestes.

Driss sintió palpitar algo en su fornido pecho, intentó evadir ese confuso sentimiento, pues sabía que no quería irse, aun así haciendo gala de su coraje se marchó. Jamás le habían explicado que también había otro tipo de batallas y en esta vez, ese fulgor prevalecía fuertemente sobre él.

Al terminar las clases, Hallie caminó aun débilmente junto a sus amigas. Éstas le invitaron a almorzar pero ella se negó.

Al llegar a casa encontró a su madre y a su hermanito menor en la cocina.

—Cariño la comida está lista, lávate las manos y siéntate en la mesa. —Dijo su madre viéndola entrar.

—Lo siento mamá, muchas gracias pero no tengo hambre, subiré a mi habitación, tengo mucha tarea —contestó Hallie, mientras subía rápidamente las gradas sin esperar respuesta de su madre.

—Debe estar en sus días —pronunció Kobe.

—¿Dónde has escuchado esos términos jovencito? —Le respondió Amanda muy asombrada.

—La hermana de Rod es muy rara, cada fin de mes se pone irritante y Rod siempre dice que es porque está en sus días. Debe ser lo mismo que le ocurre a Hallie.

—Espero que lo sea cariño, ahora ve a hacer tu tarea.

Hallie entró en su habitación, le puso seguro a la puerta y se acostó sobre la cama con el libro en sus manos.

Al instante escuchó tocar la puerta de su habitación.

—Cariño ¿podemos hablar un momento? —Dijo Amanda algo nostálgica por el hecho de que Hall, su esposo era al que le hacía más fácil poder hacer ese tipo de cosas.

—Está bien, puedes pasar. —Respondió Hallie, ocultando el libro bajo la cama y apresurándose a abrirle la puerta.

—¿Está todo bien?

—Lo está mamá —dijo ella pintando una sonrisa falsa sobre su rostro pálido.

—Cariño, sé que te has vuelto algo iracunda últimamente, si tienes algo que debería saberlo dímelo por favor, sabes que te quiero mucho y que siempre estaré aquí para apoyarte en todo, pero no te aísles.

—Siento haberte preocupado, solo que con lo que pasó con Adam aún no he podido ser yo misma. Siento que debí haber hecho algo más, siento que…

—Hiciste todo lo que podías haber hecho cariño, muchas veces hay situaciones que no tienen explicación solo debes abrazar con sabiduría la experiencia y aprender de ella.

—Aun no comprendo cómo podré aprender sobre la decisión de alguien para tener el deseo egoísta de matarse y llevar consigo a su familia.

—Quizá algo lo empujó a hacerlo, no podíamos saberlo ¿cierto?

—Es verdad no podíamos saberlo.

—Es por eso que no debes aislarte, de otra forma las personas que en verdad te aman no podrían saber cómo ayudarte.

—Entiendo mamá, no lo haré más, te lo prometo.

—Te quiero Hallie.

—Y yo a ti.

Amanda abandonó la habitación con la seguridad que ésta vez lo hizo bien, abrazó la idea de saber que había aprendido de su esposo a manejar tal situación hace mucho tiempo, solo que no intentaba hacerlo por miedo a fracasar en el intento. Quien mejor que él para arreglar las cosas con sus hijos. Hizo una sonrisa al cielo y recordó su rostro haciéndole saber que todo estaría bien.

Hallie extendió el brazo hasta debajo de su cama y extrajo el libro de la oscuridad. Lo examinó cuidadosamente. Parecía antiguo, algunas de sus páginas ya estaban deterioradas, y le faltaba una página, como si se hubiese arrancado Lo comenzó a leer en voz alta.

Lo abrió para leerlo, pero de simple vista no había nada escrito, luego lo volvió a cerrar y pronunció el nombre de la portada:

Naitsab

Lo abrió de nuevo y se percató que unas letras comenzaban a formarse con un resplandor dorado, esperó que se formase el texto completo y lo leyó:

“Te imagino a la distancia, llena de suspiros de amor y sosiego.

Te imagino sincera, sin el remanente crudo del olvido.

Te imagino bella, sin la nostalgia que apuñala la duda y el recuerdo.

Te imagino con el alma, con el cielo,

con el dulce beso que desea escapar y retar al destino.

Te imagino en el silencio de tu esencia, lleno de armonía inagotable y frases que acarician la realidad del que te oye.

Te imagino noble y versátil, saboreando la intriga, los sentimientos y emociones de la decisión que aún no has tomado.

 

Te imagino libre, risueña y coqueta,

porque la vida te ha saciado de pureza.

Te imagino sin siquiera imaginarlo.

Te imagino aún por encima de la ausencia y la tristeza.

Te imagino, porque no podría imaginar a nadie más, que a ti, Lili.”

Al terminar de leerlo las letras cambiaban de posición formando el rostro de una mujer muy hermosa, que sonreía, luego desaparecía de nuevo y toda la página quedaba en blanco.

Hallie, se quedó impresionada, nunca antes había contemplado la belleza de las palabras y lo que escondían tras ellas.

Entendió que se trataba de un libro mágico, que guardaba una historia, quizá una leyenda.

***

Zadrac intentó averiguar a qué misión había sido enviado Driss, así que se escabulló por un gran corredor que daba al templo de la muerte, una especie de biblioteca donde se hallaba papiros antiguos sobre la historia de la humanidad y sobre la deidad en los cielos.

El cuarto no era muy concurrido, rara vez lo utilizaban para enseñarnos nuestras raíces y el labor que tenemos que cumplir en el universo. Pero últimamente ha visto reunirse en secreto a Caín y a Zidras un demonio muy detestable que se había convertido en su mano derecha.

Al intentar entrar notó que la cera de las velas aún seguían suaves, alguien había estado no hace mucho allí. Siguió su rastro hasta una sección que apuntaba a unos pergaminos que hablaban sobre los libros más poderosos del universo, muchas veces se creía que aquellas historias no eran más que mitos. Intentó seguir leyendo más, pero escucho una voz sollozando a lo lejos. Le dio curiosidad, pues no se escuchaba del mismo tono que la mayoría de los demonios, ésta era un poco más apacible pero a la vez agresiva. Miró a través de un espacio entre la biblioteca y el corredor y vislumbró de dónde provenía. Era de las catacumbas donde se hallaba el calabozo prohibido. Se detuvo a pensarlo por un momento, pero la idea de explorarlo le parecía muy tentador, se animó a proseguir pero una voz gutural le interrumpió antes de ser atrapado dentro de la biblioteca.

—¿Qué rayos haces aquí sí se puede saber?

Era Zidras, tenía en sus manos una bolsa de mirra, seguramente lo estaba llevando hasta Caín.

—Nada, es que se me ha quitado el sueño y pensé que sería buena idea leer un poco.

—Si no te marchas de aquí enseguida, haré que no solamente te dé sueño sino que no vuelvas a despertar jamás.

Al escucharlo, Zadrac salió apresuradamente llevándose consigo una hoja de papel muy arrugada que estaba junto a la vela recién apagada.

Al llegar a su aposento, sacó de sus ropajes aquella hoja e intentó descifrarla. Era una carta a alguien llamado Bastian. Parecía ser una despedida pero no estaba clara, la tinta se había escurrido con el agua y desfiguraba todas las letras. Además parecía que habían intentado deshacerse de aquella carta.