Feminismo para América Latina

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La viva llama de la amistad entre Clara y Ofelia fue su manera de reconocer que estaban unidas en el lanzamiento de una nueva fase del feminismo americano, una que buscaba metas más radicales y justicia social. Sus resoluciones internacionales por los derechos de la mujer en el Congreso de Panamá se sumaron a importantes innovaciones en las leyes internacionales y las organizaciones feministas. Los grupos internacionales euroestadounidenses más conocidos —IWSA, ICW y la Liga Internacional de las Mujeres por la Paz y la Libertad (wilpf, por las siglas de Women’s International League for Peace and Freedom)— habían abogado por los derechos de la mujer e intercambiado información a través de las fronteras nacionales. Sin embargo, ningún grupo había elevado estas demandas a una ley internacional por los derechos de la mujer como lo habían hecho Domínguez y González.

La colaboración entre ambas durante 1926 inspiró un nuevo activismo en América Latina. Más tarde, Ofelia apuntó que “sirvió para promover la inquietud de las mujeres del continente y para lograr que se iniciaran en sus respectivos países movimientos femeninos”.52 La presidenta del Club Femenino llevó sus resoluciones a un Congreso Internacional de Mujeres en Santiago de Chile, donde demandó a los gobiernos de América que “se concedan los derechos políticos a la mujer [...] sin privilegios ni distingos, tal como los ejercita el hombre”, así como “los mismos derechos civiles que al hombre, igualándose ante la ley, para el correcto desarrollo de una civilización ecuánime y justa”.53 Al año siguiente, en Cuba, Machado accedió a incorporar una propuesta por el sufragio de las mujeres a la asamblea constitucional; las feministas sentían que estaban a punto de obtener sus derechos políticos.54

Mientras tanto, Clara González recibía con gran satisfacción la noticia de que la Comisión Internacional de Juristas, celebrada en Rio de Janeiro en 1927, había propuesto enviar una legislación común para América a la Conferencia de La Habana, siguiendo el decreto de Máximo Soto Hall de 1923. En esa legislación se encontraba la completa eliminación de cualquier tipo de incapacidad legal de las mujeres en todo el continente.55 Pero lo que en realidad alimentó la esperanza de Clara respecto a este enfoque legal fueron las noticias sobre el activismo feminista que se anunciaba en la sexta Conferencia Panamericana de La Habana, que se celebraría en enero de 1928. Allí, feministas de Cuba y Estados Unidos, incluyendo a su amiga Ofelia, se preparaban para transformar estas demandas en leyes interamericanas. El 18 de enero, González les escribió una cuidadosa carta a dos delegados panameños a la conferencia, Ricardo J. Alfaro y Eduardo Chiari —ambos amigos suyos y sus ex profesores en la Facultad de Derecho del Instituto Nacional—, para presionarlos a fin de que apoyaran el Tratado Internacional sobre Derechos de las Mujeres por el que estaban luchando las feministas en La Habana. Destacando el trabajo que ella había llevado a cabo a favor de una medida similar en el Congreso Interamericano de Mujeres de Panamá de 1926, las urgía a poner “todo vuestro empeño en que de la vi Conferencia [...] resulte un acuerdo sobre los derechos civiles y políticos de la mujer, dado en forma tal que los gobiernos [de América] se sientan realmente comprometidos a hacer mérito de él”.56

ANTIIMPERIALISMO, DERECHOS DE LA MUJER Y DORIS STEVENS EN LA CONFERENCIA DE LA HABANA DE 1928

La víspera de la sexta Conferencia Internacional Panamericana, celebrada en La Habana en 1928, un periodista afirmó que las relaciones entre Estados Unidos y América Latina estaban en el punto más crítico de la historia del hemisferio.57 Desde diciembre de 1926, los marines habían invadido e incrementado su número de efectivos en Nicaragua. En junio de 1927, el ejército estadounidense bombardeó una ciudad para derrotar al grupo rebelde de Augusto César Sandino. Muchos describían las acciones de Estados Unidos en Nicaragua como el crimen de guerra internacional más importante de la época. Delegados de diversos países asistieron a la conferencia armados con propuestas contra la intervención de Estados Unidos.58 En este contexto, las asociaciones entre derechos igualitarios de las naciones y derechos igualitarios de la mujer se volvieron aún más poderosas. El feminismo panamericano antiimperialista articulado por González y Domínguez en 1926 recibió un impulso en la Conferencia de La Habana, gracias al trabajo de Domínguez, de centenares de otras feministas cubanas y, aunque parezca sorprendente, de un grupo de feministas estadounidenses del National Woman’s Party (NWP), que se sumaron de improviso a la refriega diplomática.

La feminista estadounidense Doris Stevens era la líder de estos miembros del NWP. Nacida en Omaha, Nebraska, Doris se había hecho sufragista en sus épocas de estudiante universitaria en el Oberlin College. Después de haberse desempañado como organizadora de tiempo completo en la NAWSA, fue cofundadora de la Congressional Union for Woman Suffrage [Unión del Congreso por el Sufragio Femenino] (CUWS) para promover la enmienda relacionada con el sufragio federal. Oradora con un carisma brillante y hábil organizadora, Stevens era famosa en Estados Unidos por su activismo sufragista, que la había llevado a la cárcel, experiencia inmortalizada en su libro Jailed for Freedom [Encarcelada por la libertad].59

El 24 de enero de 1928, ella y el resto de las feministas estaban conmocionadas ante las cerca de 200 mujeres que se apretujaban en el salón de actos de la Asociación de Reporters de La Habana. Allí, feministas cubanas anunciaron el nacimiento de un nuevo movimiento por los derechos de la mujer y denunciaron las ideas de superioridad de Estados Unidos. La líder del Club Femenino, Pilar Jorge de Tella, rechazó la idea de que las mujeres latinoamericanas eran incapaces de ejercer sus derechos políticos: “Entraña esa clasificación una diferencia subalterna, inmerecida y no justificable”, exclamó. “El criterio de una civilización superior en la del Norte e inferior en la del Sur es absurdo.”60 A pesar de que Jorge de Tella no mencionó a Carrie Chapman Catt, la alusión fue evidente para todas las presentes en la sala. Sin embargo, Stevens y el resto de las feministas del NWP que había en La Habana marcaban un contraste con Catt. Jorge de Tella aseguró al público que las militantes del NWP estaban “hermanadas” con las mujeres cubanas y que se presentaban “unidas, hermanadas, en un concepto común” para combatir cualquier noción de inferioridad latinoamericana. Estas feministas estadounidenses habían ido a La Habana, exclamó, “en un gesto de altruismo constructivo” para apoyar la resolución internacional por derechos igualitarios para todas y por una Panamérica más justa.61 El público entero se puso de pie para aplaudirle.


FIGURA 6. Parte de la asamblea de feministas cubanas en el paraninfo de la Asociación de Reporters de La Habana, Cuba, 24 de enero de 1928. De pie frente a la ventana, de izquierda a derecha: Plintha Woss y Gil (República Dominicana), Helen Winters (Estados Unidos), Muna Lee de Muñoz Marín (Estados Unidos), Doris Stevens (Estados Unidos), María Montalvo de Soto Navarro (Cuba), Jane Norman Smith (Estados Unidos), Serafina R. de Rosado (Costa Rica) y Julia Martínez (Cuba). Sentada ante la mesa (sin sombrero): María Collado (Cuba). Cortesía de la Schlesinger Library, Radcliffe Institute, Universidad de Harvard.

Al día siguiente, Doris Stevens escribió una carta a casa en la que contaba cómo había casi enloquecido con la pura emoción que sintió por ese triunfo. Decía que el encuentro había sido electrizante, que la prensa no había dado cuenta ni por asomo del entusiasmo vivido por un auditorio que desbordaba la sala.62 Más tarde recordaría el momento comparándolo con un gran incendio forestal que la hubiera quemado, dejándola como un árbol chamuscado. Agregaba que, aunque se suponía que ellas estaban al mando, en realidad eran las demás quienes las habían devorado por completo.63

El movimiento feminista en Cuba estaba creciendo, en parte gracias al activismo de líderes como Ofelia Domínguez. Como consecuencia del rechazo de Machado a promover el sufragio, estas feministas buscaron ejercer presión internacional. A pesar de que el presidente había prometido defender el sufragio femenino ante la asamblea constitucional de 1927, no cumplió su promesa (el voto no se consiguió en Cuba sino hasta 1934).64 Las feministas veían el trabajo que había llevado a cabo Domínguez en el Congreso de Panamá de 1926 como un paso importante hacia lo que esperaban conseguir en la Conferencia Panamericana de La Habana de 1928: un compromiso interamericano por los derechos de la mujer que presionara a Machado a hacerlos realidad.

De hecho, la Conferencia de La Habana de 1928 estaba en el radar del NWP sólo porque el año anterior Flora Díaz Parrado, una joven abogada amiga de Domínguez y fundadora de la filial del Club Femenino en Camagüey, les había hablado a miembros del NWP sobre él. En diciembre de 1927, Díaz Parrado asistió a la oficina central del NWP en una visita a Washington para impartir una serie de conferencias profesionales. En ese momento se reunió con la presidenta Alice Paul y con Katharine Ward Fisher, editora de Equal Rights, el periódico del NWP, para alentar a que algunos miembros del partido asistieran a la conferencia panamericana.

Para entonces, el Club Femenino y el NWP ya habían establecido lazos sólidos. A principios de los años veinte, una mujer estadounidense que vivía en La Habana con su marido, un hombre de negocios, estableció contacto con las feministas cubanas en representación del NWP y distribuyó Equal Rights en Cuba.65 Ambos grupos se consideraban aliados en el uso de tácticas radicales que desafiaban a sus respectivos gobiernos. Durante la primera Guerra Mundial, el NWP atacó al presidente Wilson y rechazó apoyar la entrada de Estados Unidos en la guerra.66 Después del sufragio, la organización se volvió mucho más conservadora. En 1923, el NWP decidió que su objetivo nacional sería la Enmienda de Igualdad de Derechos (ERA, por las siglas de Equal Rights Amendment), la cual afirmaba que hombres y mujeres debían tener derechos igualitarios en todo Estados Unidos y en cualquier lugar sujeto a su jurisdicción. Este enfoque, que hacía hincapié únicamente en la igualdad legal, era un anatema para las mujeres trabajadoras de la industria y para las reformistas progresistas, que le temían a la ERA por su llamamiento a tener leyes idénticas para hombres y mujeres, que podían acabar con años de dura lucha por conseguir una legislación específica para las mujeres trabajadoras. Además, hacía que el grupo fuera inaceptable para la mayoría de las reformistas afroamericanas, en especial desde que el NWP rechazara apoyar la legislación contra linchamientos y se opusiera al impuesto al sufragio y otras formas de discriminación racial, aliándose más tarde con senadores del sur de Estados Unidos que habían prometido apoyar la ERA. Sin embargo, en 1927 y 1928, el NWP aún tenía en Cuba fama de ser radical y de vanguardia, además de considerársele mucho más progresista que la LWV, grupo estadounidense más grande y con el que las mujeres cubanas estaban más familiarizadas. En las páginas de Equal Rights, el NWP celebraba el feminismo cubano y señalaba paralelismos entre el Club Femenino y su propia militancia.67

 

Estas conexiones precipitaron el viaje de Díaz Parrado a la sede del NWP a finales de 1927.68 Allí le explicó en detalle a la presidenta del partido, Alice Paul, que, a pesar de que la resolución de Máximo Soto Hall de 1923 garantizaba que las futuras conferencias panamericanas incluirían a las mujeres y estudiarían y promoverían sus derechos políticos y sociales, y a pesar de la constante presión que ejercían las feministas cubanas, los derechos de la mujer no se incluían en el programa de la conferencia de 1928. Aunque ella y otras integrantes del Club Femenino habían solicitado al ministro del Interior cubano que nombrara como delegadas a algunas mujeres, sus peticiones no habían sido atendidas.69 Con la convicción de que las mujeres estadounidenses podrían ser útiles desde un punto de vista político para alcanzar su meta de hacer efectivo el sufragio a escala nacional, Díaz Parrado le pidió al NWP que enviara a algún representante a la conferencia para presionar por los derechos interamericanos de la mujer.

Así como el deseo del Club Femenino de contar con mujeres estadounidenses en La Habana respondía a un carácter instrumental, Alice Paul tenía un interés particular en la conferencia. Después de su reunión con Díaz Parrado, Paul se dio cuenta de que la conferencia panamericana sería una oportunidad perfecta que no debían dejar pasar para reavivar la campaña nacional del NWP a favor de la ERA.70 Ésta había sido paralizada en el Congreso desde su presentación a finales de 1923. Luego de 1925, el Woman’s Party había buscado las vías internacionales para promover su enmienda nacional. Ese año, Paul y Alva Belmont, una heredera que aportaba gran parte del apoyo financiero que recibía el NWP, formaron el International Advisory Committee [Comité de Asesoramiento Internacional], un grupo de presión compuesto por mujeres en alguna posición de liderazgo, provenientes en su mayoría de Inglaterra y Europa Occidental, el cual promovería los “derechos igualitarios” en la Sociedad de Naciones. Paul y muchas otras mujeres del comité también impulsaron una resolución, sobe la igualdad total de hombres y mujeres en todas las naciones, durante una reunión de representantes parlamentarios de diversos países: la Interparliamentary Union [Unión Interparlamentaria], celebrada en Washington en 1925.71

Este éxito, combinado con las noticias que había traído Díaz Parrado sobre la resolución de Santiago de 1923, hicieron que Alice Paul considerara el ámbito panamericano como un campo más productivo para el feminismo que el de Europa Occidental. En el encuentro de la Interparliamentary Union, los delegados latinoamericanos, que conformaban una parte importante del total, fueron quienes apoyaron con más entusiasmo los derechos de la mujer.72 A pesar de que la Sociedad de Naciones incluía a algunas mujeres en el Comité Consultivo sobre la Trata de Mujeres y Niñas y en la Organización Internacional del Trabajo (OIT), no habilitaba formalmente la participación de las mujeres ni la discusión explícita sobre sus derechos, como sí hacía la Unión Panamericana.73 Además, las repercusiones internacionales de los derechos igualitarios en el ámbito local frente al debate sobre la legislación protectora en Estados Unidos mermaban las posibilidades del NWP de garantizar su presencia en los grupos de Ginebra. Al igual que la OIT y los grupos internacionales de mujeres, tanto europeos como estadounidenses, la Alianza Internacional de Mujeres de Catt promovía una legislación laboral protectora para las mujeres trabajadoras, quienes temían que la ERA pudiera eliminarla. Los miembros de la alianza se oponían con vehemencia al Woman’s Party y a su enmienda. En su encuentro en París, en 1926, la IWSA de Catt, renombrada Alianza Internacional de Mujeres por el Sufragio y la Igualdad Ciudadana, rechazó la solicitud de membresía del NWP, dejándolo huérfano de posibilidades para consolidarse a escala internacional. La autoridad sin igual de Estados Unidos sobre América Latina, en contraste con su tibia relación con la Sociedad de Naciones, de la cual ni siquiera era miembro, también contribuyó a que Paul contemplara el ámbito panamericano como más propicio. En su opinión, la Conferencia de La Habana era una oportunidad maravillosa para comenzar un trabajo internacional serio, ya que no encontrarían los obstáculos a los que deberían enfrentarse en Ginebra.74

A principios de enero de 1928, el Woman’s Party aún no había conseguido convencer a Leo Rowe, director de la Unión Panamericana, de nombrar delegadas a la conferencia o de cambiar el programa para incluir los derechos de la mujer. Sin embargo, Paul decidió enviar una delegación no oficial encabezada por Doris Stevens, que acababa de ser nombrada presidenta del Comité de Relaciones Internacionales del NWP.75

Su misión era sentar las bases para un tratado internacional sobre derechos de la mujer. Paul, que había comenzado sus estudios en legislación internacional después de licenciarse en la Washington College of Law en 1922, creía que un tratado internacional garantizaría los derechos igualitarios de todas las mujeres del continente americano de manera más rápida que si se conquistaban en cada país uno a uno.76 Su visión estaba profundamente influida por las innovaciones interamericanas en derecho internacional. Paul había estudiado la resolución de Santiago de 1923 y las publicaciones del Instituto Americano de Derecho Internacional, organización creada por el jurista chileno Alejandro Álvarez y el estadounidense James Brown Scott, defensores del panamericanismo que buscaban codificar el derecho interamericano. Ella sabía que este grupo había patrocinado la Comisión Internacional de Juristas de 1927 en Rio de Janeiro, que trajo avances en la utilización de tratados en derecho privado internacional, entre ellos la situación civil de las mujeres. Puede también que Díaz Parrado le comentase a Paul la propuesta de González y Domínguez referente a un tratado sobre derechos de la mujer en el congreso de Panamá de 1926.77

En la víspera de su viaje a La Habana, Paul les envió a Doris Stevens y Jane Norman Smith, presidenta del órgano ejecutivo del NWP, una serie de documentos jurídicos en defensa del método del tratado. Todas ellas sabían que un tratado representaría un giro importante en la estrategia feminista. La Décima Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, que garantiza los derechos reservados a cada uno de sus estados, complicaba la aprobación de un tratado internacional que buscara intervenir en la jurisdicción estatal y nacional. Sin embargo, Paul encontró un precedente legal federal de un tratado internacional en “Missouri v. Holland”, un caso de la Corte Suprema de 1929 diseñado para proteger a las aves migratorias en Canadá y Estados Unidos. Este caso concluía que aplicar un tratado contra los intereses de un estado individual no constituía una violación de la Décima Enmienda.78 Tal como les había subrayado Paul a Stevens y Smith, un tratado sobre derechos de la mujer era constitucional, aunque el Departamento de Estado dijera lo contrario. Paul escribió que podía significar una revolución ideológica, pero desde luego era una constitucional.79

Armada con planes sobre lo que ella consideraba el primer tratado propuesto por mujeres para mujeres, Doris Stevens, junto con Jane Norman Smith y Alice Paul, reconocía que su éxito en La Habana no sólo impulsaría la ERA en Estados Unidos, sino que también minaría los esfuerzos internacionales de Carrie Champan Catt, con quien el NWP mantenía una relación antagónica.80 Todas ellas tenían plena conciencia de que la virulencia contra Catt en América Latina estaba motivada por sus arrogantes aires de superioridad. A pesar de que estaban de acuerdo con Catt en que el feminismo estadounidense era más avanzado que el de América Latina, decidieron no repetir el error de reivindicar su liderazgo sobre las mujeres latinoamericanas. Smith reconocía que el NWP, durante los últimos cinco años, parecía haberse dormido frente a la resolución de 1923, mientras que los miembros del Club Femenino impulsaban un apoyo activo a la resolución. Por lo tanto, consideraba que decirles a esas mujeres qué debían hacer sería un atrevimiento y hasta una ofensa.81 Katharine Ward Fisher instó a Smith a funcionar en los mismos términos que las mujeres latinoamericanas y a entender su punto de vista. Esto, le decía, sería muy beneficioso con vistas al futuro.82

Al llegar, Stevens, Smith y otras representantes del Woman’s Party realizaron denodados esfuerzos por presentarse como hermanas de las mujeres cubanas más que como maestras o misioneras a quienes enaltecer.83 Marcaron un contraste deliberado con la posición de Catt de cuestionar la aptitud de las mujeres latinoamericanas para la igualdad y proclamaron que las mujeres de América Latina y Estados Unidos merecían los mismos derechos civiles y políticos. Enviaron una carta a organizaciones feministas cubanas en la que argumentaron que la opresión de las mujeres era un asunto internacional. En ella explicaban que no había ningún país de Norte o Sudamérica en que hombres y mujeres disfrutaran de una igualdad de derechos ante la ley. No dejaron de hacer énfasis en que las mujeres estadounidenses estaban en el mismo barco, igual de subyugadas, si no es que más, que las latinoamericanas. En lugar de acentuar el derecho de la mujer al sufragio, la carta hacía una lista de los muchos estados de Estados Unidos donde los sueldos de las mujeres casadas les pertenecían a sus maridos, donde el ordenamiento jurídico en cuestiones de herencia, guarda y custodia era desigual y donde una mujer no podía firmar un contrato ni participar en empresas sin el consentimiento de su marido. Invirtiendo el orden jerárquico estándar, destacaban que las mujeres estadounidenses necesitaban el apoyo de las feministas cubanas para ayudarlas a obtener derechos igualitarios.84 En un primer momento, las mujeres del Woman’s Party recibieron una tibia respuesta. Pero a medida que las mujeres cubanas leían y hacían circular la carta, las colaboraciones comenzaron a florecer.85

Además de poner en duda el feminismo imperial de Estados Unidos, estas integrantes del NWP se presentaban cada vez más como contrarias al imperialismo estadounidense, de un modo más amplio. Su estrategia se había precipitado gracias a la oposición del Departamento de Estado a sus metas. Cuando Stevens y Smith solicitaron una audiencia en la conferencia al enviado y ex secretario de Estado, Charles E. Hughes, Smith contó que las había tratado como si fueran niñas pequeñas.86 Hughes había ido a La Habana a defender el statu quo en América Latina y a oponerse a cualquier política que cuestionara la estrecha definición de derecho internacional del Departamento de Estado. Estas políticas incluían propuestas de las delegaciones de América Latina para presionar contra la intervención estadounidense y a favor de relaciones más multilaterales. Su argumento —que los derechos de la mujer caían dentro de la jurisdicción nacional y no internacional— se transformaría en un estribillo que se repetiría en futuros debates panamericanos.87 Hoy continúa como una justificación habitual para la resistencia de Estados Unidos a firmar tratados internacionales por los derechos humanos.88

 

En el contexto de la intervención armada de Estados Unidos en Nicaragua, cualquier idea formulada por el Departamento de Estado sobre la importancia de la soberanía para muchos no era más que una contradicción absurda. Justo antes de la conferencia, Augusto César Sandino había logrado una serie de importantes victorias militares contra Estados Unidos, aunando esfuerzos oficiales para conseguir el compromiso de este país de no intervenir en América Latina.89 Estados Unidos le prohibió a Sandino asistir a la conferencia. Las mujeres del NWP se manifestaban cada vez más a favor de Sandino, estableciendo un paralelismo entre este posicionamiento y sus demandas por los derechos de la mujer como un objetivo por la justicia social. Una de las delegadas del NWP, la abiertamente antiimperialista Alice Park, señaló la hipocresía en la manera supuestamente ética en que Hughes se oponía a la imposición sobre otras naciones, teniendo en cuenta que defendía la intervención de su país en América Latina.90


FIGURA 7. Doris Stevens, 1928. Cortesía de la Schlesinger Library, Radcliffe Institute, Universidad de Harvard.

Doris Stevens se transformó en la estratega clave detrás de estos argumentos antiimperialistas. De hecho, antes de la conferencia se había anticipado que trabajara con (y no contra) el Departamento de Estado, al predecir que Estados Unidos sería el país más avanzado del congreso en relación con los derechos de la mujer, ya que era el único que había garantizado el sufragio femenino.91 Cuando Hughes y otros juristas internacionales, como el abogado estadounidense James Brown Scott y el cubano Antonio Sánchez de Bustamante y Sirvén, cuestionaron la validez de un tratado internacional, Stevens le escribió a Alice Paul. Estos políticos aceptaban que las aves migratorias estuvieran sujetas a una jurisdicción internacional, pero no así un asunto de relevancia nacional como los derechos de la mujer. Como respuesta, Paul instó a Stevens a jugar la carta antiimperialista. El hecho de que los derechos individuales fueran una materia apta para la acción internacional, le advirtió Paul a Stevens, era una cuestión de opinión, de la misma manera que lo era considerar sus actuaciones bajo la Doctrina Monroe o sus actividades actuales en Nicaragua como materia apta para una acción internacional.92 Paul y Stevens no eran antiimperialistas. (De hecho, según la feminista chilena Marta Vergara, Paul creía que “si alguna vez desembarcó su infantería de marina [de Estados Unidos] en alguna tierra más allá del río Grande, lo fue para bien del país así protegido”.)93 Sin embargo, ambas sabían que el antiimperialismo era la clave de la conferencia y que muchos delegados de América Latina estaban presionando por un tratado de no intervención. Las dos mujeres eran hábiles camaleones políticos, por no decir poco escrupulosas. Paul le dio a Stevens una estrategia que ella asumiría con presteza durante los próximos años: usar el antiimperialismo como argumento por los derechos internacionales de la mujer.

Paul le otorgó a Stevens más munición para estos argumentos cuando, después de unas semanas de viaje, le envió una propuesta para un tratado sobre igualdad de derechos entre hombres y mujeres. El marcado entusiasmo de los delegados de América Latina ante la idea impulsó a Paul a escribir un borrador de lo que sería el Tratado de Igualdad de Derechos. Con base en el lenguaje que el NWP había utilizado para presionar en la reunión de la Unión Interparlamentaria de 1925 y en la ERA, decía que los Estados contratantes acordarían que, una vez ratificado ese documento, hombres y mujeres tendrían derechos igualitarios en todo el territorio sujeto a sus respectivas jurisdicciones.94

Cuando Stevens presentó este tratado en el debate público que tuvo lugar en La Habana, fortaleció su reputación como luchadora por la justicia panamericana, con la exigencia al gobierno estadounidense de que hiciera un compromiso internacional con los derechos igualitarios. Los periódicos de La Habana alabaron a Stevens como líder de un nuevo tipo de feminismo y la elogiaron como “la vanguardia intelectual de las mujeres norteamericanas”.95 Gracias a Stevens, el NWP emergió como un grupo altruista, separado de las fuerzas más perjudiciales del capitalismo y el imperialismo estadounidenses representados por el Departamento de Estado.96 Su historia como militante sufragista acrecentó su credibilidad por rebelarse contra el gobierno de su país. Diversos artículos alabaron con entusiasmo su libro Jailed for Freedom, interpretado por uno de ellos como un documento sobre sus esfuerzos en la “campaña por la liberación de la mujer y por la paz”.97 Un largo y detallado perfil de Stevens publicado en El País describía la improvisada sede del NWP en el Hotel Sevilla como un cambio sustancial respecto de la corrupción de la conferencia panamericana. Las actividades que se sucedían en otras partes del hotel eran una metáfora de los procedimientos de la conferencia: banales, comerciales y, sobre todo, un reflejo del imperio estadounidense. “Los waiters corren de un lado a otro, llevando las enormes maletas o descorchando las botellas de champaña o de ron. Risas, comentarios insustanciales, humo de Pall Mall y de Chesterfield [...] pueblan el ambiente donde su majestad el dólar impone su imperio formidable.” Sin embargo, explicaba el autor, al subir al ascensor para ir a la recámara de Stevens, la habitación 312, “todo cambia súbitamente”. Ésta servía como “oficina” de campaña del NWP; allí, Stevens y demás miembros del partido recibían a las mujeres cubanas, a la prensa y a otros visitantes.98 La puerta de la habitación estaba flanqueada por las banderas cubana y estadounidense, mientras que la bandera lila, blanca y dorada del NWP ondeaba desde el balcón. En la recámara, mujeres cubanas y estadounidenses trabajaban juntas con fervor y “entusiasmo”, escribía el autor del artículo, ensalzando la amplitud de la concepción de “la libertad y [...] la igualdad humana” de las feministas y lamentando que no hubiera un equivalente en los demás procedimientos de la conferencia.99

Stevens celebró esta cobertura mediática cuando le escribió a su compañero sentimental, el escritor de The New Republic Jonathan Mitchell, sobre lo maravilloso que era trabajar en un país donde las mujeres eran una noticia tan importante. Le contaba que no había día en que no salieran en los titulares y en las columnas más importantes de cada uno de los seis periódicos en español, y agregaba que los hombres latinoamericanos eran más ágiles y mucho más sensibles que los estadounidenses, tanto que las mujeres tenían más esperanzas en ellos que en sus compatriotas. Finalizaba sosteniendo que, tanto si apoyaban o no el tratado, los hombres latinoamericanos estaban seducidos con la idea.100


FIGURA 8. Diapositiva en que se anuncia la “Gran Asamblea de Mujeres en pro de la igualdad de derechos en la Asociación de Reporters”. La publicación se mostró en películas proyectadas en el Teatro Fausto de La Habana, en 1928. Cortesía de la Schlesinger Library, Radcliffe Institute, Universidad de Harvard.