Feminismo para América Latina

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

FEMINISMO IMPERIAL PANAMERICANO

La PAAAW, surgida durante la Conferencia de Baltimore en 1922, se transformó en una nueva fuerza. Como la primera organización panamericana en exigir derechos para las mujeres, presentó y reunió a una gran cantidad de líderes de América, lo que llevó a constituir un aparato institucional crítico para el posterior florecimiento del movimiento. Diversas delegadas latinoamericanas que asistieron a la Conferencia de Baltimore en 1922 (de Panamá, Chile, Costa Rica, México y otros países) lanzaron nuevas organizaciones feministas afiliadas a la asociación matriz al regresar a sus países.108

Sin embargo, Bertha Lutz y Carrie Chapman Catt fracasaron en sus intentos de establecer lazos fuertes entre las feministas latinoamericanas. La convicción de Lutz del excepcionalismo de Brasil y Estados Unidos le impidió comunicarse con sus homólogas. En 1923, la feminista mexicana Elena Torres, nombrada vicepresidenta para Norteamérica del nuevo grupo, le escribió a Lutz una larga carta llena de esperanza por la asociación. Torres fue anfitriona de una conferencia panamericana en México que reunió a cientos de participantes, quienes exigían el voto y una organización continental de mujeres.109 Le explicó a Lutz que ella y otras mujeres que habían asistido a Baltimore “somos coscientes [sic] de la responsabilidad que hemos contraído para el movimiento feminista de América”.110 Torres urgió a Lutz para que le escribiera con asiduidad. Pero Lutz no respondió ni tampoco contactó a ninguna otra feminista hispanohablante. Torres volvió a escribirle justo un año más tarde. Lutz le contestó de manera escueta, animándola sin mucho entusiasmo.111 Lutz tenía más interés en impulsar el feminismo en Brasil y en fortalecer sus propias afinidades con el ICW y la IWSA en Europa que en cultivar conexiones con feministas hispanohablantes, a quienes consideraba racial y culturalmente inferiores. Como contrapartida, muchas feministas hispanohablantes pronto se sintieron desilusionadas con su liderazgo y el de Catt. Su decepción alcanzó un punto álgido en 1923, cuando, después de haber viajado por América Latina, Catt publicó una serie de opiniones denigrantes sobre el feminismo latinoamericano.

Después de la Conferencia de Baltimore, Catt inició un viaje de varios meses por Latinoamérica, en el que visitó Brasil, Argentina, Uruguay, Chile, Perú y Panamá para conocer la situación de las mujeres y apoyar a la asociación panamericana. La primera parada de Catt fue Brasil, donde junto con Lutz ayudó a lanzar la Federação Brasileira pelo Progresso Feminino [Federación Brasileña por el Progreso Femenino], que habría de convertirse en el grupo por los derechos de la mujer más grande de Brasil y definiría al feminismo brasileño de los siguientes 20 años.

Sin embargo, Catt se sintió desilusionada con casi todos los países que visitó, excepto Uruguay, donde encontró cierto ímpetu sufragista. En un informe privado a la LWV, Catt señaló que Sudamérica tenía las organizaciones de mujeres menos modernas de los seis continentes. Señaló que no había encontrado a nadie con el discernimiento, la energía y la firmeza como para encabezar un movimiento de mujeres, aunque hizo una excepción con Lutz, a la que consideraba ajena a la América hispana.112 Los discursos públicos de Catt en América Latina y las reflexiones que publicó concluían que el movimiento de las mujeres en la región se hallaba 40 años atrasado en relación con Estados Unidos. Atribuía esa lentitud a un clima más cálido y al arraigo de las tradiciones católicas. De manera aún más perniciosa, cuestionaba la aptitud de las mujeres latinoamericanas para la organización política y la lucha por los derechos.113 Los periódicos de habla hispana reprodujeron los comentarios de Catt, que se ganó un profundo desprecio, lo que hizo añicos las esperanzas de muchas latinoamericanas en un feminismo panamericano basado en la igualdad. Cuando Elena Torres renunció a su puesto en una reunión del grupo panamericano en Nueva York, en 1925, explicó que la tremenda condescendencia de la América anglosajona hacia Hispanoamérica había hecho “imposible” para “las mujeres hispanoamericanas” trabajar con las estadounidenses.114

Por otro lado, Paulina Luisi sentía una profunda preocupación por el liderazgo de Catt y Lutz. A pesar de que muchas feministas en la Conferencia de Baltimore reconocían a Luisi como líder espiritual, ni Lutz ni Catt le habían informado sobre su vicepresidencia honoraria.115 En 1923, Celia Paladino de Vitale le escribió a Lutz para manifestar su alarma y la de Luisi ante este silencio, sobre todo teniendo en cuenta que las uruguayas eran responsables de la creación del grupo.116

Sin embargo, Luisi ya no confiaba en Catt ni en Lutz para forjar vínculos panamericanos: había encontrado una salida para una rama diferente de feminismo panhispánico. En 1923 fue nombrada vicepresidenta de un nuevo grupo, la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanoamericanas, fundada por la feminista mexicana Elena Arizmendi. Incluso antes de la Conferencia de Baltimore de 1922, Arizmendi había contactado a Catt y la LWV para afiliarse a la nueva organización, pero el resultado de la conferencia y los consiguientes comentarios peyorativos de Catt sobre las mujeres latinoamericanas enfadaron a Arizmendi, que publicó una evaluación crítica de Catt en las páginas del boletín de la liga.117 Luisi y Arizmendi impulsaron a muchas otras feministas de la región a unirse alrededor de un feminismo panhispánico antiimperialista. A pesar de que los posteriores conflictos interpersonales hicieron que Luisi y Arizmendi se distanciaran, y que Luisi abandonara la liga, el grupo fue un importante estímulo para el feminismo panhispánico en Costa Rica, Colombia, Puerto Rico, Ecuador, Perú, Nicaragua y República Dominicana, entre otros países.118

Luisi se sintió reconfortada cuando vio que el feminismo interamericano que había imaginado como contrapeso al imperio estadounidense empezaba a situarse en el discurso regional oficial. En la quinta Conferencia Internacional de Estados Americanos de 1923, celebrada en Santiago de Chile, un grupo de delegados hombres de Argentina y Chile insistió, en un gesto sin precedentes, en tener en cuenta los derechos de la mujer en los procedimientos oficiales. Hasta entonces, esos derechos de la mujer se habían discutido sólo en encuentros de mujeres. Inspirados por el creciente movimiento feminista panamericano y presionados por algunas de las asistentes a la Conferencia de Baltimore, algunos hombres de Estado asumieron compromisos con la Unión Panamericana para estudiar e informar sobre derechos civiles y políticos de las mujeres en las futuras conferencias panamericanas. La propuesta de Máximo Soto Hall, novelista guatemalteco y delegado por Argentina, puso énfasis en la centralidad de la cuestión de la mujer para el progreso de la civilización. Las conferencias panamericanas oficiales ya incluían discusiones sobre la educación, la paz y el trabajo. Él sostuvo que los derechos de la mujer también deberían incluirse, como un imperativo cultural que ayudaría a traer la democracia a América Latina, sobre todo a la luz de los triunfos del sufragismo en Estados Unidos y Europa.119 El delegado chileno Manuel Rivas Vicuña respaldó la propuesta, calificándola “una obra de justicia social, reclamada por la opinión pública en todos los pueblos”.120 El delegado de Costa Rica, Alejandro Alvarado Quirós, destacó “la importancia y trascendencia” de la propuesta. “La mujer americana no es ni puede ser inferior a la europea”, aseguró.121 Esta propuesta, que también ponía énfasis en la inclusión de las mujeres en las delegaciones gubernamentales de futuras conferencias, fue aprobada por unanimidad.122


FIGURA 3. Delegadas ante el noveno Congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio Femenino en Roma, 1923. Bertha Lutz marcó con una tilde a Carrie Chapman Catt, ubicada en la fila de atrás, y dibujó una línea vertical sobre sí misma. Paulina Luisi está sentada justo a la derecha de Lutz, luciendo un gran sombrero. Cortesía del Arquivo Nacional, Rio de Janeiro, Brasil.

Las demandas que había formulado Luisi años atrás en el Congreso Americano del Niño de 1916 y en la Conferencia Panamericana de Baltimore de 1922 habían abierto el camino a esta resolución.123 Su espíritu antiimperialista panhispánico también había influido en la resolución. Soto Hall era bien conocido por sus escritos, en los que criticaba abiertamente el imperialismo estadounidense. En la conferencia panamericana de 1923, su resolución fue parte de un proyecto más amplio que algunos diplomáticos latinoamericanos estaban desarrollando para luchar contra la hegemonía de Estados Unidos en América.124 Esta conferencia en Santiago de Chile representó un punto de inflexión en las conferencias panamericanas; a partir de entonces, los delegados latinoamericanos las utilizaban de manera explícita como oportunidades para “avergonzar a Washington”, en palabras de Alan McPherson.125

Las feministas de América celebraron que se aprobara la resolución por los derechos de la mujer.126 Durante la conferencia, Lutz le envió un telegrama de apoyo a Rivas Vicuña en nombre de la organización de mujeres panamericanas que ella encabezaba.127 Posteriormente, señaló que América se estaba abriendo a las corrientes del pensamiento moderno, en el sentido de equiparar los derechos entre los dos sexos. Se congratuló por la auspiciosa marcha de la igualdad de derechos políticos y civiles de la mujer en toda América, como evidencia de una ética excepcional: el repudio a los preconceptos y los prejuicios de cualquier clase.128

 

A pesar de todo, esos preconceptos y esos prejuicios seguían vigentes en el feminismo panamericano. El chauvinismo nacional y la discriminación basada en la geografía, la raza, el idioma y el imperio desempeñaron un papel fundamental en los diseños feministas mundiales que atestiguaron el afianzamiento de los vínculos entre Lutz y Catt, a medida que se enfriaban los lazos que tenían con Paulina Luisi. Estos conflictos sufrieron una escalada meses después de la conferencia en Santiago de Chile, durante el congreso de la Alianza Internacional para el Sufragio Femenino, realizado en Roma en 1923. Este encuentro sería la primera y única vez que las tres mujeres estarían juntas en la misma habitación. A pesar de que Lutz y Luisi mantuvieron la cortesía en el trato, se enfrentaron en las reuniones cuando la segunda se opuso a la propuesta de fundir la IWSA con su predecesor, el ICW, de tendencia más conservadora. Para entonces, Luisi ya había roto su relación con la Conamu (ligada al ICW), la primera organización que ella había fundado en Uruguay y que ya no tenía al sufragio como una de sus metas. Se dio cuenta de que la unión entre los dos grupos internacionales distanciaría a muchas de las integrantes de su Alianza Uruguaya (ligada a la IWSA), que continuaba luchando por el derecho al sufragio. Sin embargo, inmediatamente después de que Luisi manifestara su desacuerdo, Lutz apoyó de manera abierta la fusión, argumentando que en Brasil no había tensión entre ambos grupos.129

Finalmente, la IWSA y el ICW permanecieron separados, pero este debate enmascaró la fisura más profunda entre Bertha y Paulina en relación con el feminismo panamericano. Luisi reconocía la importancia de la resolución de Santiago de 1923, pero tenía dudas de que la asociación encabezada por Lutz y Catt capitalizara estas oportunidades. No había asumido el programa activo en defensa de los derechos de la mujer anhelado por Luisi; en lugar de representar una ruptura con las nociones de superioridad europeas, se apoyaba sobre todo en conexiones con grupos de ese continente, en especial con los más conservadores, ligados al ICW.130 En Roma, en una conversación con Catt mediada por un traductor, Luisi aireó estas desavenencias, reiterando su irritación con Catt por no haberle notificado la creación del grupo ni su vicepresidencia honoraria. Catt, al informarle a Lutz sobre este cara a cara, escribió que Luisi era, a su parecer, una mujer peligrosa por su indiscreción y porque tenía ideas muy claras sobre lo que debía hacerse.131

Lutz estuvo de acuerdo con esta descripción. Estaba profundamente afectada por lo que consideraba una maniobra de Luisi para hacerse con el liderazgo. Bertha exhibió su antipatía por Paulina de manera descarnada cuando Catt sugirió que Luisi podría aliviarlas a ambas de sus obligaciones en torno al feminismo panamericano. Hacia 1923, Catt se había cansado de la organización panamericana, que consideraba poco efectiva y con unas necesidades de financiamiento que no eran realistas. En la creencia de que Lutz tampoco tenía interés, dado su escaso contacto con feministas latinoamericanas, Catt propuso dividir la entonces llamada Inter-American Union of Women [Unión Interamericana de Mujeres] en dos federaciones separadas: una para América Central y México, y otra para Sudamérica. Luisi podría hacerse cargo de esta última y Lutz, según le escribió Catt, podría librarse así de las responsabilidades panamericanas.132

Bertha discutió este plan con vehemencia. Según le escribió a Catt, se sentía muy dolida por la sugerencia de abandonar el liderazgo en favor de Uruguay. Aunque prometió a regañadientes dar su conformidad si Catt consideraba que eso sería lo mejor para el movimiento, aclaró que ella no se sometería al liderazgo de ciertas personas. Con claras señales de su antipatía por Luisi, escribió que había cedido un continente a “esa señora” y que, si necesitaba otro, entonces abandonaría la asociación para trabajar en su propio panamericanismo, no en la organización de Luisi, sino por medio de canales oficiales. Acababa implorando perdón por ser una mala hija, confesando que no lo soportaba.133

Los comentarios de Bertha revelan un choque de personalidades con Paulina, aunque sus conflictos también eran políticos. Su discordia aumentó hasta transformarse en una rivalidad profundamente arraigada (quizá más por parte de Lutz que de Luisi) en relación con el feminismo panamericano. Esta lucha de poder reflejaba sobre todo una visión imperial del feminismo internacional que dividía el mundo en regiones de poder, alardeando del liderazgo individual sobre ellas. Lutz codiciaba el prestigio que Luisi había adquirido en Europa. En 1922, Luisi se convirtió en la primera mujer latinoamericana nombrada por la Sociedad de Naciones para actuar como representante uruguaya en la conferencia de la Organización Internacional del Trabajo y su Comité Consultivo sobre la Trata de Mujeres y Niñas.134 Si Luisi tenía el dominio de Europa, Lutz decidió que ella controlaría América, donde veía cómo se consolidaba el poder mundial después de la primera Guerra Mundial. Lutz se aficionó a decir que la Pax Romana y la Pax Britannica habían dado paso a la Pax Americana. Con esta expresión se refería tanto a un periodo de paz en el hemisferio occidental como a un imperio colonial liderado por Brasil y Estados Unidos que reemplazaría a los imperios romano y británico.135 Ella veía a Estados Unidos como el líder misionero del mundo, con un poder global sin precedentes, y a Brasil como su mejor aliado. Los derechos liberales del feminismo, que Lutz consideraba una contribución angloestadounidense, eran vitales para este imperio, como lo era su propio liderazgo. A pesar de que en 1921 Lutz había halagado a Luisi al decirle que era la vanguardia de Uruguay, cuando ella y Catt crearon la Federação Brasileira pelo Progresso Feminino en 1923, Lutz anunció al público brasileño que Brasil tendría ahora que asumir la vanguardia de los países latinoamericanos.136

Catt respondió que estaría encantada de que Lutz continuara como presidenta del grupo panamericano y la animó a concertar un encuentro para reunir a todas las mujeres. Sin embargo, le advirtió que Luisi aún sería una piedra en el zapato. Catt le informó que Paulina, cuyo liderazgo Bertha despreciaba y de quien decía que le había cedido un continente, había regresado a Uruguay. También le comentó que Luisi le había dicho a una de las mujeres europeas que había agitado bastante las cosas en su viaje por Europa, pero que ahora ya no tendrían problemas con ella porque había regresado a Sudamérica y no volvería al Viejo Continente en tres años. Y añadió que, en su opinión, Luisi era una mujer muy difícil.137

Luisi sería realmente una mujer difícil para Catt y Lutz. De regreso en Sudamérica, había acumulado corresponsales y partidarias de toda la región que la buscaban de manera activa como mentora. Su visión de un feminismo americano que cuestionara la hegemonía de Estados Unidos y privilegiara el liderazgo hispanohablante estimularía el surgimiento de un movimiento en las décadas posteriores. En un sentido más inmediato, su rama del feminismo panamericano ayudaría a impulsar una exigencia sin precedentes: una ley internacional por los derechos de la mujer.

2. Los orígenes antiimperialistas de los derechos internacionales de la mujer

En junio de 1926, en el Congreso Interamericano de Mujeres, la panameña Clara González, de 26 años, llamó a las mujeres de América a fundar un nuevo feminismo marcado por el orgullo y la unidad hispanoamericanos. En la majestuosa aula magna del Instituto Nacional de Panamá, frente a varios cientos de mujeres y unos cuantos hombres, urgió a las mujeres americanas a organizarse “en una sola agrupación, armonizadora de los ideales femeninos y que las capacite para llegar, mediante una acción conjunta y única, a la anhelada meta de su liberación económica, social y política”.1 En ese momento, González propuso una innovación sorprendente: invocó un acuerdo internacional que trascendiera las leyes nacionales, en un solo gesto que garantizara derechos civiles y políticos igualitarios para la mujer en todo el hemisferio occidental.

González había decidido presentar esta exigencia gracias a la amistad forjada con la joven feminista cubana Ofelia Domínguez Navarro, quien sería la principal defensora de la propuesta. Clara había conocido a Ofelia, de 31 años, sólo unos días antes, pero sus conversaciones habían hecho que ambas albergaran grandes esperanzas. Las dos eran en sus países unas jóvenes abogadas excepcionales, modernas y rebeldes. Habían llegado a la conferencia con planes para lanzar un nuevo movimiento por los derechos de la mujer y la soberanía nacional, y en contra del imperio estadounidense.

En su búsqueda explícita de una alternativa feminista interamericana al grupo encabezado por Carrie Chapman Catt y Bertha Lutz, González y Domínguez rechazaban toda insinuación sobre la inmadurez de las mujeres latinoamericanas para votar. Mantenían viva la llama de Paulina Luisi, quien años atrás había propuesto el sufragio femenino como un reclamo panamericano impulsado por mujeres hispanohablantes. Las dos abrazaban también un feminismo hemisférico que, a diferencia de sus predecesoras, rechazaba ensalzar el liderazgo de las naciones “mejor constituidas” —los países del Pacto ABC (Argentina, Brasil y Chile), Uruguay o Estados Unidos—. Clara y Ofelia provenían de protectorados de Estados Unidos (Panamá y Cuba) y participaban en movimientos antiimperialistas. Consideraban los derechos de la mujer ligados de manera explícita a las exigencias nacionales por la soberanía. Ambas creían que organizarse de manera colectiva por los derechos internacionales de la mujer cimentaría un feminismo panamericano que enfrentaría al imperio estadounidense en América, con lo que se conseguiría que los derechos igualitarios nacionales y los de la mujer fueran metas complementarias entre sí.

En un periodo en que las intervenciones de Estados Unidos en el resto de América y los movimientos antiimperialistas estaban en auge, esta rama del feminismo panamericano llegaría a ejercer una profunda influencia, lo que le dio forma a un nuevo activismo por los derechos internacionales de la mujer en la Conferencia Panamericana de 1928 de La Habana. Allí, Ofelia Domínguez Navarro y cientos de feministas cubanas colaboraron con feministas estadounidenses que no estaban en la LWV de Catt (que por ese entonces tenía mala reputación en muchos lugares de La Habana), sino en el Women’s Party. En la conferencia, Doris Stevens, líder de este partido, clamó por un feminismo panamericano muy similar al de González y Domínguez (uno que prometía la soberanía de las mujeres y la del continente) e insistió en un tratado sobre igualdad de derechos. Interacciones posteriores con Stevens revelarían que su antiimperialismo era más estratégico que genuino. Sin embargo, en 1928 los esfuerzos combinados de las mujeres por un feminismo panamericano antiimperialista movieron a la acción a cientos de cubanas, lo que culminó en la primera organización intergubernamental de mujeres del mundo: la Comisión Interamericana de Mujeres (CIM). Los cambios en la legislación internacional que González y Domínguez habían planteado dos años antes en Panamá definirían al feminismo panamericano de los siguientes 20 años.