Los irreductibles I

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Aus der Reihe: Los irreductibles #1
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XI

—Su cita de las siete, Sr. Lázaro.

—Gracias, Isidoro.

Isidoro inclinó la cabeza, y mientras Kino entraba caminando con mucha parsimonia y las manos todavía en los bolsillos de su chaquetón, salió en silencio del despacho cerrando la puerta tras de sí, con la cabeza todavía inclinada.

El despacho de Raúl era una habitación rectangular el doble de grande que el piso de Kino, y con techos el triple de altos. A ambos lados de las puertas de entrada había colocadas dos filas de tres sillas que se soportaban sobre una única pata. Las paredes estaban decoradas con los pósteres de las producciones de más éxito de lo que había sido primero Estudios y luego Industrias Lázaro. La mayoría de esos pósteres eran de las películas de Ricardo, cine de aventuras, suspense, histórico, negro, comedia… y un largo etcétera. A la hora de definir a Ricardo Lázaro decir versátil era quedarse corto, la verdad. También había algunos pósteres de las senseries que más éxito habían tenido desde que Raúl estaba al frente, pero comparar la relevancia de estas con la que en su día tuvieron las películas de su padre, a los ojos de Kino, era ridículo.

En el extremo opuesto a la entrada del despacho no había pared, sino una pieza única de vidrio de veinte centímetros de grosor, y delante de este ventanal, la mesa de Raúl.

Raúl bordeó la mesa mientras se abrochaba la chaqueta, moviéndose sin mucha seguridad en lo referente a cómo proceder a continuación. Raúl era cinco años mayor que Kino, pero ya antes de cumplir los años que ahora tenía su hermano pequeño, había empezado a quedarse calvo, lo que supuso una herida irreparable en su orgullo. Siempre había sido un ejemplo de vida sana, y Kino estaba convencido de que ese era el motivo por el que, con tal de conservar la apariencia de que podía mantener el control sobre su cuerpo, Raúl se afeitó la cabeza entera, menos la barba. En una ocasión, Kino le había soltado que no engañaba a nadie, que no era él quien decidía dónde crecía el pelo y dónde no. Cosas de hermanos.

Raúl iba vestido elegante y con gusto, como era habitual. Llevaba una chaqueta añil encima de una camisa color vainilla, y unos pantalones blancos relucientes. Cuando Kino llegó hasta él, los dos se quedaron un momento sin saber qué hacer, hasta que al final Raúl le echó valor y le dio un muy incómodo abrazo a su hermano.

—Me alegro de verte, Joaquín.

—Ya, ya…

—¿Qué tal el trabajo?

—Pues como siempre. ¿Y tú qué? ¿El trabajo bien? ¿La familia bien?

Raúl captó al instante el sarcasmo en la voz de su hermano, y pareció irritarse.

—Todo sigue como siempre. Así que sí, supongo que bien.

Kino asintió repetidas veces ante la respuesta de su hermano.

—Pues nada, tú dirás. ¿Qué hay de nuevo?

—¿Leíste mi correo?

—Estoy aquí, ¿no? Lo que no entiendo es en qué puedes querer tú mi ayuda.

—Pues verás, es algo complicado. No sé si lo sabes, pero el mercado de las senseries está en recesión.

—Yo paso de las senseries.

—Y a mí me parece genial, pero ¿quieres que te explique por qué quería hablar contigo?

—Pues sí. Y si puede ser explícame también por qué necesitabas que viniese aquí en persona.

—Porque el asunto del que vamos a hablar es máximo secreto. De hecho, si después de que te lo cuente dijeras que estás interesado, deberías de firmar un contrato de confidencialidad.

Kino se aguantó y consiguió reprimir una carcajada.

—Que sí, que te firmo lo que quieras, pero dime para qué coño he venido aquí.

Raúl hizo una pausa. Parecía como si empezase a arrepentirse de haber convocado a su hermano.

—Tengo una oferta de trabajo.

—¿Para hacer qué?

—Para un proyecto de I+D.

—¿I+D? —Aquello descolocó a Kino—. Tío, tú ya sabes que yo de informática no tengo ni idea.

—Ya, pero tampoco es necesario. Lo cierto es que eres tú el único que puede llevar a cabo el trabajo.

—¿Y de qué trabajo se trata?

—No te lo puedo decir hasta que firmes el contrato de confidencialidad.

—Ajá. Pues lo siento, Raúl, pero como entenderás, con la información que me das no te voy a decir que sí a nada. Principalmente porque no me hace falta curro. Así que…

—Te puedo decir cuánto cobra un responsable de contenidos sénior.

Kino levantó una ceja mientras inclinaba la cabeza.

—Pues no te cortes.

—Trescientos mil euros.

Kino sintió un vacío en el estómago, pero mantuvo su cara de póker. Con lo que ganaba un ejecutivo de esos al año, él podría sobrevivir diez. O cinco, si se consentía unos cuantos caprichos.

—¿Y me puedes decir también cuánto duraría dicho trabajo?

—Te puedo decir una estimación. —Kino le hizo un gesto de impaciencia—. No deberíamos de tardar más de seis meses en tener un prototipo listo.

Kino se lo pensó un momento, por el simple motivo de que toda aquella situación parecía demasiado buena y aleatoria. En algún lado tenía que haber una pega. No tenía ni idea de qué le iba a pedir, y que le mataran si se le ocurría algo que solo pudiese hacer él en todo el mundo. Aunque, por otra parte, una vocecilla en el interior de su cabeza le decía que dejase de pensárselo y aceptase. Con esa cantidad de dinero podría dejar su trabajo y centrarse por fin en su novela. Y hasta en la secuela.

—A ver si lo entiendo —empezó a decir Kino—, desde el momento en el que diga que sí al dinero es cuando estaré sujeto a la confidencialidad, ¿no es así?

—Es una forma de decirlo, sí.

—¿Y no me vas a decir qué es lo que quieres que haga?

—No. Hasta que aceptes. Y no te preocupes —dijo Raúl con una media sonrisa burlona—, no va a ser traficar con drogas ni nada parecido.

—Qué gilipollas eres…

—¿Y bien?

Hubo un silencio tenso entre los dos. Tenso porque los dos sabían qué iba a pasar a continuación, y Kino hubiese querido decir que no por orgullo, pero ese dinero le vendría muy bien.

—Solo una cosa.

—Dime.

—Si después de que me hayas explicado qué coño quieres que haga, me quiero echar atrás, ¿puedo hacerlo?

—Bueno, siempre que no incumplas el contrato de confidencialidad…

—Ya, ya… ¿Podría echarme atrás?

—Sí… aunque no cobrarías.

—Chachi. Pues entonces firmo, Capitán Obvio.

Kino extendió la mano, y Raúl le aceptó el gesto después de mirarlo a los ojos con resignación.

—Hablando de capitanes, ¿dónde está tu gorrita?

—¿Qué gorrita?

—La de marinero. Pareces el capitán del Titanic antes de que le salieran canas, con esa ropa.

Raúl le soltó la mano, lamentando a dónde se había visto obligado a recurrir.

XII

Raúl tomó aire, pensando por dónde empezar.

—¿Quieres sentarte? —le ofreció a su hermano mientras rodeaba su mesa.

Kino aceptó, y Raúl pulsó un botón transparente de su mesa de cristal. Acto seguido, una de las sillas que había a los lados de la puerta de entrada empezó a moverse sola y se acercó zumbando sobre su única pata hasta ponerse enfrente de la mesa de Raúl, y Kino se sentó en ella.

—Como te decía antes, el mercado de las senseries está decayendo. Estamos perdiendo muchos suscriptores y nuestros inversores no están contentos.

—Pobrecitos.

—Por suerte —siguió Raúl, ignorando a su hermano—, nuestro padre ya previno este devenir de los acontecimientos hace tiempo.

—Qué bien hablas, jodío. ¿Y en qué pensó Ricardo para seguir vendiendo cada vez más?

—En una nueva forma de plantearles las alternativas de las narrativas a los usuarios. Tenemos la esperanza de que, si aprovechan al máximo las narrativas, el feedback negativo que llevamos recibiendo las últimas temporadas se corregirá. Tenemos la intención de volver a generar hype por nuestro producto.

—¿Y ya está? Eso me acuerdo que se lo oí comentar alguna vez a papá, y de hecho me acuerdo que intentasteis varias veces reescribir los disparadores2 de las tramas.

—Y ahí estuvo el problema. Bueno, más bien uno de los problemas.

—¿Dónde?

—Pues en que nuestros usuarios no son ni los más sutiles ni los más perspicaces, por lo que los disparadores se les acaban pasando por alto.

—Nos ha jodido mayo con las flores. Pues claro que no lo son, pero porque vosotros los habéis hecho así.

—Ah, claro. ¿Y cómo les he hecho yo así?

—Pues con vuestra mierda de mind-mallows. Les disteis más alternativas y poder de decisión de las que podían asimilar.

—Claro, porque es mejor limitar el acceso a la tecnología de la gente.

—Yo no estoy diciendo eso, yo lo que digo es que antes de haber sacado al mercado una tecnología como las mind-mallows, que permite recrear las fantasías más perversas de los usuarios, deberíais haberlos educado de alguna manera.

—Mira, a pesar de lo pedante que suenas, en cierta manera estamos de acuerdo.

—¿En cierta manera?

—En cierta manera —repitió con una leve variación Raúl—. Verás, sí que tienes razón en que la forma de usar el contenido que nosotros generamos no es la adecuada. Eso es un hecho, y un hecho del que ninguno de los que estamos aquí nos sentimos orgullosos. Y por eso lo queremos arreglar.

—¿Y cómo lo pensáis arreglar? ¿Papá tuvo algo que ver con esto?

 

—Más bien fue idea suya. Joaquín, ¿por qué dirías tú que nuestros usuarios usan nuestro producto de la manera en que lo usan?

—Porque son unos cabrones enfermos y retorcidos. La mayoría, claro, hay excepciones.

—En serio, Kino.

Kino soltó un suspiro mientras sonreía y se quedó mirando a su hermano con una expresión torcida apoyado en el respaldo de su silla.

—Porque están reprimidos. Tienen vidas grises y anodinas, y cuando llegan a casa necesitan aliviar sus frustraciones.

—Tienes razón. En parte. La parte clave de lo que has dicho ahí, es la palabra «reprimido». En efecto, están reprimidos. La monotonía de su día a día les impide expresarse por sí mismos, así que cuando se les plantean más decisiones de las que pueden procesar, se bloquean. Ahora bien, yo pienso, igual que nuestro padre e igual que tú (estoy convencido), que la necesidad de descargar tensiones está ahí, pero que hay formas más constructivas de hacerlo, y por eso es por lo que aparece el campo del entretenimiento.

—A ver, creo que entiendo lo que dices y sí, es verdad, aunque no entiendo a dónde quieres llegar. Desde las tramas y narrativas de las senseries se puede canalizar mejor la catarsis que llevando a cabo fantasías de depravación en la vida real, vale.

—Exacto. Al fin y al cabo, cualquier obra de ficción cumple ese propósito. Guiarte hasta una catarsis y que o bien aprendas algo o bien solo te sirva para pasar un rato agradable y entretenido.

—Bueno, y se te olvida un propósito.

—¿Cuál?

—El que a ti te mola. El que un proyecto sea rentable.

—Es que no puedes contenerte, ¿verdad? —Kino negó con la cabeza lentamente y con una sonrisa torva—. En fin… el caso es que nuestro padre desarrolló una teoría, por la cual no solo pretende que se exploten las tramas y narrativas que se ponen al alcance de los usuarios, sino también dar con la forma de ofrecérselas de forma sutil y personalizada para que no la rechacen.

—Hace un rato hablabas de la falta de sutileza en tus clientes, pero antes, ¿cómo pretendes que la oferta sea personalizada?

—No solo eso, sino que también pretendo hallar la forma de escoger previamente cuáles serán las alternativas narrativas más satisfactorias para cada usuario.

—Eso es imposible. No existe una base de datos con semejante cantidad de información, ni siquiera con todas vuestras redes sociales espiando las privacidades y los gustos de la gente.

—Es cierto eso que dices, hay que tener en cuenta que, al fin y al cabo, el avatar digital de las redes sociales que tiene cada usuario es la proyección que hacen de sí mismos, y no reflejan necesariamente su personalidad real.

Kino puso los ojos en blanco, sorprendido aún hoy en día de que a su hermano se le hubiese pasado por alto una crítica a su falta de escrúpulos a la hora del data mining.

—¿Entonces? —preguntó Kino encogiéndose de hombros, empezando a impacientarse.

—Creemos que hemos dado con la llave al subconsciente.

Kino necesitó una pausa para asimilar esto. Y tras la pausa solo fue capaz de articular una palabra:

—¿Perdona?

—Lo que oyes. Tenemos fundamentos teóricos sólidos y un plan de acción.

—Es imposible acceder al subconsciente… a no ser… Si me habéis traído aquí para que me drogue, haber empezado por ahí. Y aún encima me van a pagar… —dijo para sí mismo.

—¡Que no! No es eso.

—Y entonces, ¿cómo pretendes acceder a algo intangible?

—No es tanto acceder, sino cartografiarlo.

Kino puso cara de confusión.

—¿Piensas hacer un mapa del subconsciente? —Raúl chasqueó los dedos, y se quedó señalándole a Kino con el índice como si fuera una pistola—. ¿Cómo?

—Averiguando antes cómo funcionan los recuerdos.

—Explícate.

—Hacer un mapa de los recuerdos que nos sirva de mapa del subconsciente. A ver, ¿tú qué dirías que es, con tus propias palabras, el subconsciente?

Kino cruzó los brazos sobre su pecho suspirando de nuevo, tomándose su tiempo para contestar.

—El subconsciente es la parte de nuestro cerebro que toma una decisión antes de que nosotros seamos conscientes de que la hemos tomado.

—Vale. ¿Por qué dirías tú que se toma esa decisión?

—Pues depende de cada uno.

—Explícate.

—Pues a ver, no sé. Depende de las experiencias personales de cada persona, cada uno puede tener una reacción instintiva diferente ante la misma situación. Por ejemplo, un veterano de guerra no podría ir a las Fallas porque todos los petardos le darían flashbacks, pero los valencianos se lo pasan pipa.

—Claro, dependiendo de nuestras vivencias nuestra personalidad se va formando de una manera u otra. «Yo soy yo y mis circunstancias». Así que, por decirlo de otra forma, ¿tú dirías que son nuestros recuerdos lo que marcan quiénes somos? Fíjate que digo recuerdos —siguió Raúl sin darle tiempo a contestar a su hermano—, no vivencias, porque las vivencias son objetivas y la manera que cada uno tiene de recordar el mismo suceso puede ser subjetiva.

—Vale, bien —asintió Kino sin saber qué más decir—. Te lo compro. Pero vamos a ver una cosa. ¿Me estás intentando decir que has inventado una máquina que te permite leer los recuerdos de la mente de alguien?

—No exactamente.

—¿Entonces?

—Hemos inventado una máquina que es capaz de analizar las reacciones químicas que desencadenan las emociones y los sentimientos dentro del cerebro al ir repasando una serie de recuerdos.

—Eso es increíble.

—Gracias. Estamos muy orgullosos…

—No, es que todavía no me lo creo. No lo entiendo. Suena a ciencia-ficción.

—A ver, no es leerle los recuerdos a una persona exactamente.

—¿Y cómo es posible analizar la memoria de alguien?

—Pues descargando la consciencia de una persona en una máquina. Y luego conectando unas mind-mallows.

Kino tenía los ojos abiertos de par en par, pensando en las implicaciones de lo que su hermano le acababa de decir pudiese ser real.

—¿Descargar la consciencia de una persona? ¿Cómo?

—Verás, Joaquín, como te decía antes, este proyecto es uno en el que ya llevamos trabajando bastante tiempo con el máximo secreto…

—Sí, sí, sí… máximo secreto y la idea fue de nuestro padre. ¿Pero cómo es posible eso? Tú te estás quedando conmigo.

—Que no, que intento llegar a esa parte. En los últimos años, hemos sido capaces de pasar una consciencia a una máquina a través de innumerables sesiones de escaneo.

—¿Escaneo?

—Sí. Hemos escaneado un cerebro y observado sus reacciones y sinapsis durante todos los procesos cognitivos conocidos, y la manera de conseguir esto fue revivir los eventos de su vida una vez, y otra, y otra. A raíz de ahí empezamos a extraer patrones de personalidad después de grabar los recuerdos usando las mind-mallows. Durante años los modelos de los patrones de personalidad salían erróneos y no obteníamos los resultados esperados, pero a base de pura repetición fuimos capaces de dar con los algoritmos adecuados para analizar la forma en la que determinados recuerdos influyen en la personalidad, o del rastro que dejan en el cerebro determinados recuerdos clave, así como las características que definen a un recuerdo clave. —Había ilusión en la voz de Raúl, y hablaba con la efusividad de quien persigue una meta durante años y se sabe cercano a alcanzarla por fin—. Estábamos haciendo progresos, los suficientes como para empezar a crear un Mapa de los Recuerdos.

—¿Y qué pasó?

Raúl dio un largo suspiro y su rostro se ensombreció, y toda la efusividad y la emoción de su discurso se desvanecieron en cuestión de segundos.

—Pues que nos quedamos a medias. El sujeto murió. Pero no te preocupes —dijo Raúl al ver la expresión en el rostro de Kino—, fue de vejez. La máquina no tuvo nada que ver. Obviamente, era mejor tener un sujeto anciano del que extraer los recuerdos por el simple hecho de que ha habido más tiempo para recabar información en ese cerebro.

—¿Entonces qué pasa? ¿Cómo pensáis terminar el trabajo? ¿Vais a volver a empezar con otro sujeto? ¿Yo soy el nuevo sujeto?

—No exactamente, verás… a ver cómo te lo explico. La información de sus recuerdos está ahí, ya la tenemos. Pero aún nos faltan los datos para poder interpretarla. Y ahí es donde entrarías tú. Tú nos podrías ayudar a interpretarla. Serías nuestra piedra Rosetta particular.

Kino guardó un largo silencio y se recostó en la silla una vez más, cavilando en silencio. No le hacía ninguna gracia adentrarse en los recuerdos de otro, a saber lo que encontraría allí. Ya tenía bastante con lo suyo. Además, la situación era muy bizarra por sí misma, parecía algo antinatural el adentrarse en la mente de otra persona. Y de una persona que ya estaba muerta, para más inri. Eso era una invasión de la privacidad que lo desagradaba mucho, pero el sueldo prometido revoloteaba por encima de su cabeza y le impedía negarse rotundamente, como le hubiera gustado hacer.

—No me parece bien, Raúl. Esto está mal.

—¿El qué?

—No entiendo por qué me vienes a mí con esto, más sabiendo lo que pienso de vuestras senseries y vuestras redes supuestamente sociales. ¿Por qué me vienes a mí para pedirme que me meta en la cabeza de otra persona? ¿Es por esa tontería de la confidencialidad? ¿Me vas a decir que no te podías fiar de ninguna otra persona?

—Más bien diría que no nos fiábamos de otra persona.

—¿Qué quieres decir?

—Verás, Joaquín, es más complejo de lo que crees. Para cartografiar la parte que nos queda inexplorada de su psique, no solo necesitamos a alguien que nos guíe desde el interior. Debido a la complejidad que tiene la ecuación con la que se representa la personalidad de cualquier individuo, no puede entrar cualquier persona.

—¿Por qué?

—Se necesita previa afinidad existente entre las dos mentes.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Kino con su rostro ensombrecido por una sospecha que aún no era capaz de identificar.

—Necesitamos que las dos personas se conozcan para poder interpretar los datos. Tiene que haber experiencias en común con las que ambos os podáis relacionar, para que, a partir de ahí, nosotros seamos capaces de establecer los lazos de conducta.

—¿De quién son los recuerdos que quieres que espíe…? —Ya se temía la respuesta.

—El sujeto de quien extrajimos los recuerdos, Joaquín, como supongo que ya te imaginarás, es la persona que inició este trabajo y de quien nació la idea. Te estoy pidiendo que nos ayudes a descifrar cómo funciona la memoria, explorando los recuerdos de la vida de nuestro padre.

2 Los disparadores de las tramas es la manera que tiene la gente del «mundillo» a referirse a los eventos dentro de las simulaciones que activaban las acciones que desencadenaban en una narrativa u otra.

XIII

“Siéntate una tarde, haz un plan de qué es lo que quieres hacer, aclara tus metas y organiza tus actividades para lograr tus objetivos, y cuando empieces a ver los resultados vas a empezar a sentirte mejor contigo misme y empezarás a verte más atractive.

Existe una parte del cerebro donde se segregan hormonas, endorfinas y dopamina, esta última conocida como la hormona del amor. Cuando estás enamorade, segregas esas hormonas igual que cuando estás feliz o cumples objetivos vitales. Cuando liberas estas hormonas tu piel se ve más bonita y tu pelo brilla más, como tus ojos, lo que te vuelve más atractive para los demás.

Si llevas años buscando a tu pareja ideal y no le encuentras lo que estás haciendo mal es desesperarte. Estar desesperado es el principal error que cometemos al buscar a alguien con quien compartir nuestra felicidad. A nadie le gusta estar con alguien ansioso, desesperado o aprensivo. Lo mejor en estos casos es centrarte en algo que te apasione de verdad, algo que te provoque las mismas mariposas en el estómago. Tú sabes que esas mariposas las puedes encontrar de mil maneras y en miles de cosas que te motiven, no solo en el amor.”

Una canción sucedía a otra aleatoriamente y sin cesar, y solo unos pocos segundos sonaban de cada una en los auriculares de Kino antes de que este la cambiara. Llevaba ya más de cinco minutos dándole al botón de próxima canción compulsivamente mientras releía las palabras proyectadas ante él, intentando darles algún significado o, en su defecto, sentido. Ninguna de las canciones era la apropiada para inspirarle en aquel momento. Se encontraba sentado en la mesa de su cubículo, y mirando a la pantalla la estupidez del texto que él mismo había escrito le dejaba anonadado.

 

Desde que Ronnie le había dado el tirón de orejas por el contenido de sus artículos, Kino se había empezado a aplicar en lo que hacía. Cuando quería era bueno, y eso era precisamente lo que le desagradaba. El ser bueno y con relativamente poco esfuerzo en algo que él detestaba tanto. Talento para el mal.

La mayoría de los compañeros de Kino se valían del data-fishing en las redes sociales para ver qué contenido era el que el público podría querer comprar, y recurrían a complejos algoritmos para establecer patrones de conducta. Pero Kino tenía otra forma de actuar. Sencillamente, Kino se dedicaba a analizar qué era lo que vendía 5 Minutos, y a partir de ahí él creaba el tipo de texto que sus patrones deseaban que le llegase al público.

Al fin y al cabo, la revista era un medio consolidado y perteneciente al grupo «Hush», el principal gigante mediático del país. Mientras que Industrias Lázaro había centrado sus actividades en campos específicos, Hush movía hilos en entretenimiento, prensa, música y trabajos sociales, y era una de las corporaciones referente dentro del Ibex45.

Entonces, ¿cuál era el mensaje que le convenía dar al grupo Hush? Pues al parecer de Kino perpetuar el statu quo. Así que, ¿cuál era la mejor manera que tenía una revista como 5 Minutos para contribuir a que todo siguiera igual? Kino pensaba que la mejor opción era seguir alimentando los miedos. Después de ocurrírsele el tema para esta noticia: «10 motivos por los que la gente con pareja resulta más atractiva que la gente soltera», Kino había elegido centrarse en tres características que él veía en los medios de comunicación y, por consiguiente, en la sociedad: narcisismo, hedonismo y egoísmo.

Su texto era una falsa receta para la felicidad, prometiendo alcanzarla en cuanto se encuentre pareja, y al mismo tiempo emborronando los conceptos de amor y atractivo físico, haciéndolos casi indistinguibles. A Kino se le ocurrió la idea de este tema cuando a mitad del porro de media mañana (que él siempre decía que era el mejor del día) pensaba en cómo todas las empresas de seguros, inmobiliarias, etc., cada vez que hablaban de futuro y felicidad usaban la imagen de una feliz pareja en sus trípticos corporativos. Pero no solo eso, sino que cuando te enamoras aún encima te vuelves más guapo o guapa. «¡La hostia, vamos!» pensaría el lector «¡Qué cosas descubren…!». Al fin y al cabo, Kino estaba convencido de que hoy en día ya nadie creía que tener pareja se trataba de vivir para alguien más, sino de que esa otra persona sirva para lidiar con las inseguridades de uno.

Pero como bien había aprendido trabajando en el mundo de la prensa, hay que aprovecharse de los miedos e inseguridades de la audiencia si se quiere vender el producto, arrojando por el medio algunos inventados datos pseudocientíficos de universidades también inventadas. De manera que al final el lector llega a la conclusión lógica, si no tienes pareja es porque eres feo. Y si eres feo es porque algo estás haciendo mal, porque no estás consiguiendo tus objetivos vitales. ¿Y no era uno de tus objetivos vitales, encontrar el amor y, por tanto, la felicidad?

¿Ves cómo funciona este círculo vicioso?

Así, para rematar la faena, se le presenta al consumidor una manera de escapar del círculo: alcanza tus otros objetivos vitales. Y como Kino bien sabía, él habitaba dentro de una sociedad alarmantemente superficial, y una sociedad superficial valora el éxito en el dinero. Y ya está, todo conectado y bien hilado. Sigue trabajando, sigue esforzándote y la recompensa llegará. Mantén tu vista en el premio, la buena vida, igual que un caballo mantiene su vista en la zanahoria que pende sobre su cabeza.

Kino sabía que aquel artículo iba a tener buena acogida entre sus superiores. No pensaba en Ronnie, de hecho, estaba seguro de que a su editor se le escaparían las sutilezas del auténtico mensaje de la revista, el que importaba. Si a Ronnie le gustaba aquel artículo era porque, al igual que le pasaría al público más adelante, aquel artículo generaría en él las inseguridades suficientes para aceptar con los brazos abiertos el tono ñoño y positivo a lo Mr. Wonderful de la moraleja con la que acostumbraban a terminar los artículos de la revista. Pero no, no pensaba en Ronnie, Kino pensaba en los jefes de verdad. Los Jefazos.

Pero, aunque sabía que estaba ante un buen trabajo, acorde a los estándares de sus superiores, se encontraba ante un problema: solo había encontrado siete motivos por los que la gente con pareja es más guapa, y aquello se suponía que era un Top 10.

Instinto animal, proyección de confianza, muestra capacidad de compromiso, pura competición con otros pretendientes, proyección de familia, desapego emocional (la persona comprometida puede resultar atractiva para alguien que no está listo para el compromiso) y, por último, el dinero y el éxito. Ahí era donde Kino se había quedado bloqueado.

Las canciones seguían pasando, pero ninguna le parecía adecuada todavía. Todos los grupos, todos los géneros y todos los estilos se iban sucediendo hasta que de pronto, algo conectó con él. Una canción de sonido vasto que supo acallar el barullo de melodías que llevaba sonando en los cascos tanto tiempo. Un ritmo seco de percusión y palmadas, y luego entraba la voz rasgada del Hombre de Negro. Y de repente, Kino asumió la verdad y recordó que aquel artículo no tenía ningún sentido, ni nada de lo que había en las oficinas que le rodeaban. Aquel texto era ridículo y solo tenía el sentido que una persona ridícula podría darle. Pero una voz dentro de su cabeza ajena a todo le preguntaba, ¿qué estaba haciendo él allí?

«¿Yo?» decía otra voz. «Esto es un paso intermedio. Solo estoy trabajando aquí mientras termino mi libro». Pero el estribillo de la canción decía: «Sooner or later God’s gonna cut you down»3.

«Oh, pero si lo más importante es el libro… ¿qué haces aquí, Joaquín?». Kino sabía que se engañaba, que aquel trabajo le dejaba demasiado cansado para seguir escribiendo al llegar a casa. Cansado de la pantalla y del teclado, e incluso cansado de las letras. Le daba vergüenza aspirar a convertirse en escritor y estar cansado de las letras, y aún encima Johnny Cash insistía: «Sooner or later God’s gonna cut you down».

«Pero no puedo aceptar la propuesta de Raúl».

«Trescientos mil euros».

«Lo que me pide es inmoral».

«Lo que tienes es miedo, miedo de lo que te puedas encontrar en la mente de papá». Y Johnny Cash repetía: «Sooner or later God’s gonna put you down».

«En la mente de Ricardo».

Y como si con esa frase diese por finalizada la discusión interna que acababa de tener lugar dentro de él, Kino desplegó el menú de llamada de su holo-pulsera y buscó el contacto de su hermano mientras la canción se acercaba a su final. Kino paró la música, necesitaba hablar con su hermano. Aunque no fue su hermano quien apareció flotando sobre la palma de su mano en la pantalla holográfica de su HSB.

—Despacho del Sr. Lázaro.

—Isidoro, ponme con mi hermano.

—En estos momentos está ocupado, señor…

—Que me lo pongas de una vez. O si no, la próxima vez que vaya por allí te enteras.

Hubo un leve silencio, en el que Isidoro se quedó inmóvil y con los ojos muy abiertos. No estaba acostumbrado a que le hablasen así, como si él no fuera el acceso directo a la persona más importante de la compañía. Finalmente bajó la mirada avergonzado y pulsó un botón del teclado que había encima de su mesilla, con lo que sonó un zumbido.

—Ahora lo atiende.

—Gracias, Isidoro.

La pantalla se volvió negra durante los pocos segundos que tardó en aparecer Raúl en imagen, sentado detrás de su mesa de cristal.

—Buenos días, Joaquín. Dime, ¿has…?

—Sí.

—¿Perdón?

—Acepto.

Ya estaba. No era necesario decir más nada, a partir de ahí la conversación solo iba a tratar de formalidades. Los dos hermanos hicieron los preparativos para quedar esa misma semana. El viernes de nuevo, solo que esta vez antes. Kino quedó con su hermano en que se dirigiría a Industrias Lázaro en cuanto saliera de la redacción, así que para el viernes intentaría tener todo el trabajo de la semana no solo terminado, sino dado el visto bueno. Odiaría tener que llevarse trabajo a casa un fin de semana.