La inteligencia y el talento se desarrollan

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Aus der Reihe: Pedagogía dialogante #1
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En Colombia, según las pruebas ICFES, sólo dos de cada cien jóvenes de grado once alcanzan un buen nivel en competencias interpretativas. Sólo tres de cada cien jóvenes logran un buen nivel en procesos deductivos –denominados por el ICFES como competencias propositivas–; y sólo cuatro de cada cien alcanzan un buen nivel en competencias argumentativas (ICFES, 2006). Lo anterior nos indica que los niveles que están alcanzando los jóvenes en procesos cognitivos complejos siguen siendo en extremo bajos. Un niño llega hasta donde la sociedad, el maestro y la escuela le permitan. Y hoy por hoy, la escuela sigue sin cumplir el papel desarrollante que ha debido asumir décadas atrás.



Concebido, pues, inicialmente como una institución de educación especial, el Instituto Alberto Merani llevó a cabo un conjunto de tareas innovadoras para favorecer el desarrollo del talento de los jóvenes. Y esto nos permitió generar una profunda transformación curricular, adelantar programas sistemáticos de seguimiento a la población atendida y ser catalogados por el Ministerio de Educación Nacional como innovación pedagógica en la que se pondrían en práctica procesos pedagógicos y didácticos diferentes a los implementados en general en la escuela de la época. Esto nos obligó a crear nuestro propio currículo, nuestros propios textos escolares y nuestros propios programas de capacitación. Éste fue el principal logro de la educación especial inicialmente implementada en la institución: que permitió gestar y realizar los seguimientos que la innovación pedagógica nos demandaba.



Sin embargo, desde un principio, el interés de los creadores del Instituto no se limitó a constituirse en una alternativa exclusiva para un pequeño grupo de niñas y niños con capacidades cognitivas especiales. Por el contrario, el modelo pedagógico creado pretende atender a las necesidades fundamentales de la educación de nuestro tiempo, como son el desarrollo del pensamiento, las competencias interpretativas, el interés por el conocimiento, la creatividad y la autonomía, prioridades que competen a toda la población.






La educación especial entra en crisis







Desde sus inicios se vislumbraron serias limitaciones de la educación especial implementada en el IAM y soportada en la selección de niños mediante pruebas psicométricas, y de los impactos de la educación especial sobre la percepción que tenían los estudiantes de sí mismos y la que sus familias tenían de ellos.



De un lado, fueron evidentes los niveles de fracaso que presentaba una gran parte de la población seleccionada mediante la aplicación de pruebas de capacidad intelectual. Niños y jóvenes que cumplían con la condición de presentar un CI muy superior, muy rápidamente evidenciaban un rendimiento académico muy bajo y balances actitudinales preocupantes. Pese a presentar supuestamente capacidades cognitivas muy destacadas, dichas capacidades no se convertían propiamente en procesos de pensamiento, no se aprehendían instrumentos del conocimiento verdaderos, jerárquicos y diferenciados; ni sus capacidades se transformaban en potentes operaciones intelectuales para clasificar, inducir, deducir o argumentar. El problema es que esto sucedía con un número muy amplio de estudiantes, cercano al 80% de los niños previamente seleccionados por obtener un percentil superior al 98% en pruebas de CI. La reflexión era sencilla: Si esta prueba selecciona a los niños “más inteligentes”, ¿por qué eran tan altos sus niveles de fracaso académico? ¿Por qué cuatro de cada cinco de estos niños respondían inadecuadamente a los retos cognitivos innovadores que les planteaba la innovación?



Desde los primeros años de la innovación fue evidente que las pruebas de CI tenían una capacidad predictiva muy baja sobre el rendimiento académico y que éste dependía en mayor medida del apoyo, el diálogo y la resonancia familiar en las edades iniciales, y de variables como la autonomía, el interés por el conocimiento, la creatividad o la calidad educativa, en edades mayores (De Zubiría, Villamil y Ruge, 1998). Pero si ello era así, esto significaba que variables de tipo actitudinal tenían un peso claramente mayor al que tenían las variables cognitivas sobre el rendimiento académico. Esta conclusión contradecía lo obtenido de manera más o menos generalizada en el siglo XX.



El segundo problema que para nosotros evidenciaron las pruebas de CI es que las continuas reaplicaciones indicaban unos niveles muy altos de modificabilidad en los resultados obtenidos por los niños y jóvenes en los test. Y si los resultados de las pruebas son muy variables, pierden confiabilidad, porque ello significa que sólo tendría interés de ser conocido su resultado en un momento coyuntural dado, pero que ello no nos informaría nada pertinente hacia el futuro. La variabilidad tan alta encontrada en los resultados de las reaplicaciones de pruebas de CI evidenciaba que el puntaje por ella arrojado era poco confiable, que dependía de las circunstancias, el medio ambiente y el evaluador. Lo más complejo es que las variaciones se daban en cualquiera de las direcciones: algunos niños mejoraban los resultados inicialmente obtenidos en pruebas de CI, otros disminuían en sus resultados, y otros permanecían constantes. Para complejizar aun más, no existía ninguna coherencia en dichas tendencias; es decir, no existía ningún tipo de motivo asociado a dichas variaciones. Los niños con mejor balance académico o actitudinal no mejoraban sistemáticamente su CI, y los niños con peor balance académico o actitudinal, tampoco deterioraban su CI inicial. Lo único claro es que la prueba arrojaba un resultado muy variable, poco coherente y poco confiable.



El tercer problema de las pruebas de CI fue que encontramos muy bajos niveles de correlación entre los resultados de las pruebas de CI y los resultados académicos del estudiante. Esta conclusión también era totalmente contraria a la hallada por Terman, quien había estimado las correlaciones en 0.5. Las correlaciones por nosotros encontradas fueron significativamente más bajas. Y cuando las hallamos para todos los estudiantes, en todos los cursos y durante un periodo de tiempo amplio (cuatro años), las correlaciones fueron nulas. Es así como, entre el año 2000 y el año 2003 (después del ingreso de niños de diversas capacidades intelectuales), el 95% de las correlaciones realizadas entre rendimiento académico y CI fueron nulas (De Zubiría & Ramírez, 2004).



Adicionalmente a los problemas encontrados con las pruebas de CI, el mismo sistema de la educación especial generó serias dificultades en la formación de los autoconceptos y en las expectativas de los padres y los estudiantes. Éste fue un problema previsto inicialmente, pero en el cual terminamos por sobrevalorar nuestra capacidad de mediación y por subvalorar el impacto que sobre él presentaba la mediación constantemente realizada por los medios de comunicación.



Algunos de los padres que ingresaron a sus hijos a la institución en los primeros años comenzaron a sentirse “progenitor de genios” tal como temía Alberto Merani (1983) y a considerar que independientemente del esfuerzo, de las lecturas, de las actitudes de sus hijos o de la calidad de la educación que ellos recibieran, sus hijos triunfarían en la vida porque poseían unas “capacidades intelectuales especiales”. Capacidades que, obviamente –suponían– habían heredado de ellos. Esto fue especialmente marcado en los padres de género masculino, quienes comenzaron a ver a sus hijos “muy dotados” como una proyección de lo que ellos habían sido, pero que desafortunadamente nadie había reconocido en su tiempo. Esta percepción sobre ellos y sobre sí mismos generó expectativas y presiones muy inadecuadas en los hijos y en la propia institución. La identificación de su hijo como un niño de “capacidades intelectuales muy superiores” les generó a algunos de sus progenitores expectativas por lo general desproporcionadas y los condujo a creer y pensar que sus descendientes cambiarían la ciencia, la tecnología o la sociedad en relativamente poco tiempo. Precisamente estas expectativas generaron efectos negativos sobre el desarrollo de la personalidad de sus hijos; en especial, porque terminaron por bloquear a algunos estudiantes, y porque a otros les hizo confiar en extremo en sus capacidades y talentos.



Y aunque nosotros fuimos desde el inicio conscientes de estos riesgos y mediamos constantemente sobre los jóvenes y sus familias para evitar que el autoconcepto se elevara, no contamos con que esos niños y esas familias recibían todo el tiempo un mensaje contrario por parte de los medios masivos de comunicación. Y tampoco fuimos conscientes de que dicho impacto tenía incluso un efecto más importante que el que teníamos nosotros mismos. Es así como aunque nosotros nunca usamos el concepto de “genio” para referirnos a un niño y aunque siempre dijimos que la capacidad no tendría ninguna pertinencia si no era acompañada de esfuerzo, tenacidad, lectura, autonomía, interés y calidad educativa, de todas maneras, algunos padres y estudiantes se quedaron escuchando el mensaje de los medios de comunicación, los cuales hipervaloraban las capacidades independientemente del trabajo, las actitudes, la resonancia o la mediación.



Por lo anterior, la primera medida que adoptamos una vez nos independizamos de la Fundación de Pedagogía Conceptual en 1987 fue preparar el terreno para abrir el Merani a niños y jóvenes de todas las capacidades, decisión que pudimos llevar a cabo plenamente desde el año 2000.





Ocho años después, ¿los resultados validan la decisión de convertir la innovación en una escuela inclusora?



La institución realiza seguimientos e investigación de diverso orden para validar sus decisiones anteriores y para evaluar el impacto de sus políticas. Compartimos la tesis de Restrepo en el sentido de que “aislada, la innovación marcha hacia el deterioro; monitoreada se renueva, se potencia” (Restrepo, 1994). Esto nos ha conducido a evaluar áreas, ciclos, estudiantes y docentes; y a evaluarlos desde diversas perspectivas y con multiplicidad de instrumentos y mecanismos. El seguimiento y la investigación han marchado paralelamente con las decisiones esenciales en la institución y acompañan de manera permanente sus políticas.

 



Hasta el momento no tenemos dudas de la conveniencia de haber abierto la institución a niños y niñas de todas las capacidades intelectuales. Los niños se sienten menos presionados, las expectativas de los padres sobre ellos son más realistas, el clima institucional es menos endogámico y más tolerante y respetuoso de la diferencia. Uno de los mayores impactos se encuentra precisamente en el clima institucional, el cual ha ganado en afecto, respeto, apoyo e inclusión. En los años iniciales fueron más frecuentes altos niveles de competitividad entre los estudiantes, mayor tensión entre los docentes y mayor aislamiento de la institución del contexto social del país. Hoy es mucho más claro encontrar individuos más sensibles y más preocupados por los otros. Como dice un docente del Merani, “hoy hay más tú y un poco menos yo”. Y el impacto ha podido ser evaluado mediante múltiples pruebas internas y externas, y mediante algunos programas de seguimiento varios años atrás implementados. Un dato sencillo pero muy diciente: Entre 1988 y 1996, casi sin excepción, los maestros abandonaban la institución, hasta el punto que para el periodo sólo alcanzamos un tiempo promedio de los docentes de 1,6 años de permanencia. Por el contrario, hoy el 70% de los docentes tiene una estabilidad superior a los diez años en la Institución. Eso nos permitió conformar un equipo mucho más estable, capacitado y dialogante de maestros, condición sine qua non del éxito de cualquier innovación pedagógica.



Los egresados de la institución cumplen un papel destacado en los campos de la investigación, la docencia, la práctica social y las artes; de manera continua han recibido becas académicas en diversas universidades del exterior, en la Universidad de los Andes y en la Universidad Nacional durante los últimos años. Diversos estudios de seguimiento destacan su papel configurador a nivel académico en el medio universitario, sus promedios superiores y su positivo nivel de adaptación social al medio (De Zubiría & Soto, 1998; en De Zubiría et al, 2003). Estos resultados son mejores después del año 2000 (Ruiz & Vera, 2003; en De Zubiría et al, 2003).



Los resultados obtenidos en las pruebas de competencias SABER de la Secretaría de Educación de Bogotá para los cursos séptimo y noveno, nos ubican, sin excepción, en uno de los primeros lugares entre los colegios del Distrito entre el año de 1999 y el año 2005 (último año socializado); para este último año, para el grado quinto de primaria, obtenemos el primer lugar en Bogotá en las pruebas de competencias.



Diversos estudios internos, utilizando pruebas de área y pruebas de docentes, han verificado niveles altos de aprehendizaje y de retención de conocimientos en la institución; en particular en las áreas de pensamiento y lenguaje (De Zubiría, Clivio & Giraldo, 2004; en De Zubiría et al, 2003; De Zubiría, Sarmiento & Torres, 2006). Así mismo, diversos estudios de caracterización de los estilos cognitivos encuentran estilos significativamente más independientes en los estudiantes del Merani frente al país y estilos más independientes a los presentados por sus docentes (Páez & Peña, 2006 y Kim & Martínez, 2003; en De Zubiría et al, 2003).



De otro lado, estudios de comparación en el desarrollo moral de individuos de similares estratos socioeconómicos, pero con procesos educativos diversos y utilizando pruebas de desarrollo moral basadas en Piaget y estandarizadas para el país, encuentran que los niveles de desarrollo moral de los estudiantes del Instituto Alberto Merani son significativamente mayores a los niveles de desarrollo moral de los estudiantes de los grupos control (Durán & Calderón, 2007).



Para culminar, en noviembre del 2007, la revista Dinero divulgó los resultados de los colegios en las pruebas ICFES correspondientes al periodo comprendido entre el año 2000 y el 2007. Según el reporte, el Instituto Alberto Merani quedaba ubicado en el Primer Lugar Nacional entre las 10.200 instituciones educativas que habían presentado las pruebas de Estado en el acumulado entre el año 2000 y el 2007 de los dos calendarios. Así mismo, ocupamos el Primer Lugar Nacional del calendario A en el año 2000 y en el Primer Lugar Nacional de los calendarios A y B para los años 2003, 2005, 2006 y 2007 (Revista Dinero, abril de 2004, noviembre de 2006 y noviembre de 2007). Para una institución que trabaja con un currículo profundamente innovador, en el cual más del 60% de las asignaturas son diferentes a las señaladas por el Ministerio de Educación Nacional en sus estándares y lineamientos curriculares, en la que sus textos han sido elaborados en la propia institución y cuyas prioridades han estado centradas en formar individuos con mayor independencia de criterio, con muy altos niveles de interés por el conocimiento, autonomía, capacidad investigativa y libertad de pensamiento, resulta un motivo de profundo orgullo saber que ocupa un lugar tan destacado en las nuevas pruebas diseñadas por el ICFES para la educación regular.



Indudablemente las pruebas de Estado únicamente representan un tipo de evaluación de las instituciones educativas y dejan de lado aspectos valorativos y prácticos, tan importantes como las propias competencias cognitivas, actualmente evaluadas por el ICFES. Es cierto que el ICFES no puede evaluar los niveles alcanzados por los estudiantes en investigación, desarrollo valorativo, autonomía, interés por el conocimiento, solidaridad, equilibrio socio-afectivo o inteligencia práxica, entre muchos otros. Pese a ello, su significado es muy importante en la medición de la calidad educativa. De allí que el IAM quiere que lo que ha logrado a nivel pedagógico sirva a muchos más niños y jóvenes colombianos y, por ello, se ratifica como una innovación pedagógica orientada por una Pedagogía Dialogante, que seguirá buscando mayores niveles de calidad para la educación colombiana en general. Y desde hace ocho años lo estamos haciendo en una institución que recibe a niños y jóvenes de todas las capacidades intelectuales. Y lo seguiremos haciendo en todas las instituciones que consideren que la función esencial de la escuela no es el aprendizaje sino el desarrollo.






Referencias







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De Zubiría M., y J. (1986). Fundamentos de Pedagogía Conceptual. Bogotá: Plaza y Janés.



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De Zubiría & Ramírez (2005). Estudio de correlaciones entre la capacidad intelectual y el rendimiento académico en el Instituto Alberto Merani entre el año 2000 y el 2004. Material de circulación interna. Bogotá: Instituto Alberto Merani.



Durán, G. & Calderón, A. (2007). Incidencia del modelo pedagógico y las condiciones socio-económicas en el nivel de desarrollo moral en tres colegios de Bogotá. Instituto Alberto Merani. Tesis de grado.



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Feuerstein, R. et al (1997). ¿Es modificable la inteligencia? Congresos AEMC de Madrid (1995), Utrecht (1996) y París (1997). Editorial Bruño. Madrid.



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