El pueblo judío en la historia

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Sean cuales sean las decisiones que adopten unos u otros, podemos extraer nuevas consecuencias de los datos demográficos que hemos indicado. Por su extensión, Israel tiene aún gran potencial de crecimiento de población aunque, de aquí a unas décadas, las posibilidades de residencia en el país de todos sus ciudadanos judíos y árabes son limitadas, tanto para unos como para otros. Además, si bien se piensa que la natalidad de los árabes israelíes experimentará un declive progresivo, a medio plazo su crecimiento natural seguirá siendo bastante mayor que el de los judíos. Uno de los efectos de esta circunstancia es la reducción de la proporción de judíos en Israel. Si en el 2000 los judíos representaban el 81% de la población israelí, las proyecciones para el 2050 reducen tal representación al 74%, excluyendo los Territorios Ocupados y considerando un descenso de la natalidad de los árabes israelíes hasta igualar ese año el ritmo de la natalidad judía.



A la vista de los datos de población más relevantes, Sergio Della Pergola considera que el principal reto demográfico de Israel es preservar su mayoría judía y que el gran desafío de las minorías de la diáspora es preservar su cohesión, importancia espiritual y creatividad cultural, al tiempo que disfrutan de las oportunidades de un mundo abierto. Según el demógrafo israelí ―algo intranquilo por los datos y tendencias demográficos judíos― la comunidad judía mundial debe procurar mejorar la interacción entre Israel y la diáspora. Della Pergola sostiene que cualquier plan de futuro de los dirigentes judíos ha de tener en cuenta, entre otros, los siguientes objetivos: estimular nuevos modos de migración y absorción de población judía en Israel, ayudar a las familias numerosas, tratar de eliminar en los matrimonios mixtos los «efectos erosivos» (con estas palabras probablemente Della Pergola se refiere a la posibilidad del contrayente judío de ser asimilado), reforzar los aspectos positivos de la de identidad judía en Israel y en la diáspora, así como promover la conversión al judaísmo de las familias con miembros judíos.



Las ventajas de Israel pueden tornarse inconvenientes si no se aprovechan adecuadamente. La durante siglos añorada patria es hoy una realidad. Ya existe un «hogar nacional», se han hecho grandes esfuerzos para «amueblarlo» bien y aunque, por culpa de todo el «vecindario» (Israel incluido), quedan por solucionar problemas en la «comunidad», por fin van camino de un arreglo pacífico. Pero encerrarse en «casa» no sería una buena decisión porque una de las principales fuentes de enriquecimiento humano del pueblo judío ha sido precisamente su gran capacidad para convivir con pueblos muy distintos, adaptándose a modos de vida muy variados. La asimilación, que algunos consideran un peligro y otros una consecuencia natural de la vida misma, es una cuestión objetiva pero a la vez subjetiva, como también lo es para cualquier judío conservar su identidad. Y la propia subjetividad, por el mero hecho de ser real, tiene una parte objetiva.



Israel, gran diversidad a pequeña escala



Israel tiene una superficie de 20.770 kilómetros cuadrados, sin contar los territorios ocupados en 1967. Gracias a su condición de encrucijada entre Asia, África y Europa, este pequeño país se encuentra situado en una zona estratégica mundial. Linda al norte con Líbano y Siria, al este con Jordania, al oeste con el mar Mediterráneo y al suroeste con Egipto; también limita al este con Cisjordania y al oeste con la Franja de Gaza, regiones administradas por la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y Hamás, respectivamente. La ANP, como vimos, sigue reivindicando el control total de sus tierras y el desalojo de los asentamientos judíos aún instalados en ellas; Hamás, por su parte, pretende hacer desaparecer el estado de Israel.



En términos generales, Israel está dividido en dos grandes unidades geográficas: al sur, el desierto de Néguev; en la zona septentrional la variedad es mayor, al sucederse una estrecha y larga llanura costera occidental, un conjunto de montes y colinas de norte a sur y un valle oriental recorrido por el río Jordán. El clima de Israel es principalmente mediterráneo, con cerca de 700 mm. de precipitaciones al norte, que disminuyen conforme se avanza al centro del país. Escasean las lluvias en la zona septentrional del desierto de Néguev, siendo casi nulas al sur.



Desde el punto de vista demográfico, aquella primera comunidad judía de seiscientas mil personas del Israel de los comienzos tuvo los brazos abiertos para recibir a todos los judíos que quisieran entrar. Muchos familiares, amigos y conocidos de estos descansaban hechos cenizas en las lejanas tierras de Europa central y oriental, donde millones de judíos acababan de ser asesinados durante el Holocausto. A pesar de ello, tanto los primeros israelíes como los recién llegados al nuevo país eran conscientes de que había que tratar de superar los traumas. La propia urgencia de las nuevas tareas favorecieron mirar adelante: durante los tres primeros años de la historia de Israel llegaron al país setecientos mil inmigrantes judíos procedentes del resto del mundo, duplicándose con creces la población judía inicial.



Y es que, junto con el crecimiento natural, la inmigración ha contribuido especialmente al aumento de la sociedad israelí: en concreto, según la OCE, en el periodo 1948-2012 el número de inmigrantes llegados a Israel ―judíos, la práctica totalidad― fue de 3.108.760 personas. Gracias a ello, la variación experimentada por los distintos grupos religiosos a lo largo de más de medio siglo confirma en 2013 la consolidación de los judíos como primera mayoría del país. También es destacable la importancia numérica de la población musulmana, muy superior al tercer grupo, compuesto principalmente por familiares no judíos de inmigrantes judíos.



Ofreceremos en adelante diversos datos estadísticos relativos a significativos parámetros demográficos y económicos del estado de Israel. Aunque las cifras varían de un año a otro (en 2013, por ejemplo, la población alcanzó los 8,05 millones de personas) en circunstancias normales los datos que mostramos están sujetos a cambios no excesivamente grandes y, por tanto, proporcionan una visión realista y duradera de las magnitudes básicas de Israel. En concreto, la próxima tabla clasifica la población israelí a 31 de diciembre de 2011, según la OCE, en función de los grupos religiosos más numerosos o, en su caso, otras opciones de vida (incluidas estas en las cifras totales). Como puede observarse, la población judía es mayoritaria (algo más de las tres cuartas partes del total) pero existe una importante minoría árabe musulmana (casi el 21%) a la que, muy por detrás, siguen los cristianos árabes y los drusos.




Año

Grupos religiosos

Drusos

Cristianos

Musulmanes

Judíos

Total

1949

14,5

34

111,5

1.013,9

1.173,9

1995

92,2

120,6

811,2

4.522,3

5.612,3

2011

129,8

155,1

1.354,3

5.907,5

7.836,6

2013(1)

318

1.658

6.042

8.018

(1) Abril de dicho año.



Israel es, en comparación con muchos otros, un país densamente poblado (387 habitantes por kilómetro cuadrado en 2013). Sigue aumentando además su población, tanto por su crecimiento natural interno como por el incremento de judíos llegados de otros lugares del mundo. Así ha ocurrido especialmente en los últimos lustros gracias a la descomposición de la Unión Soviética y a la apertura a la emigración de los nuevos países surgidos de ella, que ha provocado un éxodo masivo hacia Israel de judíos ―muchos auténticos y otros no― de esas tierras. De hecho, el periodo 1990-1999 (la URSS se disolvió entre el 11 de marzo de 1990 y el 25 de diciembre de 1991) ha sido hasta 2013 el de mayor inmigración en la historia de Israel: 956.319 inmigrantes según la OCE y el 30,8% del total en la historia de inmigración a Israel (por comparación, el segundo periodo fue 1948-1951 con 687.624 inmigrantes y un 22,1% del total).



Como reproducimos en la tabla siguiente, a 31 de diciembre de 2011 la población israelí se distribuía en unos pocos núcleos de cierta importancia y, especialmente, en ciudades de tamaño mediano y pequeño, destacando igualmente una población residente en núcleos rurales superior a la media de los países desarrollados, entre los que se encuentra Israel.




Población (en miles)

Núcleos urbanos

7.165,5

Núcleos rurales (moshavim, kibbutzim y otros)

671,1

Jerusalén

804,4

Tel Aviv-Yafo

404,8

Haifa

270,3

Rishon LeZion

232,4

Petah Tiqwa

210,4

Ashdod

212,3

Población de los núcleos urbanos de 100.000 a 199.999 habitantes

1.243,6

Población de los núcleos urbanos de 50.000 a 99.999 habitantes

970,2

Población de los núcleos urbanos de 20.000 a 49.999 habitantes

1.579,7

Población de los núcleos urbanos de 10.000 a 19.999 habitantes

673,3

Población de los núcleos urbanos de 5.000 a 9.999 habitantes

372,9

Población de los núcleos urbanos de 2.000 a 4.999 habitantes

191,3

Localidades rurales

671,1



Ya indicamos que una parte considerable de estas personas procede del exterior. Además de favorecer el crecimiento de población judía, los inmigrantes (olé en singular, olim en plural) han enriquecido culturalmente el país, que se ha beneficiado de la entrada de centenares de miles de personas de costumbres muy variadas, muchas con alto grado de especialización profesional. Sobre la preexistente variedad étnica y religiosa los inmigrantes han trasplantado sus propias lenguas y tradiciones, contribuyendo a crear una sociedad multicultural.

 



La próxima tabla que ofrecemos a partir de los datos de la OCE muestra la procedencia de la población hebrea israelí según grandes áreas geográficas, especificándose los principales países de origen de cada zona y considerando en el mismo grupo a los nacidos en países extranjeros y a sus hijos, aunque sean ya nativos de Israel (año 2011). A pesar de la caída de la inmigración de los últimos años, las cifras revelan que la inmensa mayoría de los judíos israelíes extienden sus raíces por los cinco continentes y por numerosas naciones de estos territorios.



Además, aunque no falten las excepciones, puede afirmarse que la permanencia en Israel de esos grupos de población judía inmigrante ―llegada a veces por razones culturales o espirituales y, muchas otras también, por deseo de escapar de una situación crítica en su lugar de origen― demuestra un alto grado de integración. También lo prueba el progresivo aumento de los matrimonios entre parejas judías procedentes de distintos continentes y entornos culturales, en particular los originarios de Europa o Norteamérica con los oriundos de África o Asia.




Población (en miles)SUMA FINAL

Año 20115.855,2

Asia – totalTurquíaIraqYemenIránIndia y PaquistánSiria y LíbanoOtros

691,877,7234,1138,6141,446,735,517,9

África – totalMarruecosArgelia y TúnezLibiaEgiptoEtiopíaOtros

890,8492,2134,468,857,0115,023,5

Europa, América y Oceanía – totalAntigua Unión SoviéticaPoloniaRumaniaBulgaria y GreciaAlemania y AustriaRepública Checa, Eslovaquia y HungríaFranciaReino UnidoOtros países de EuropaAmérica del Norte y OceaníaArgentinaOtros países de América Latina

1.930,9893,1199,8212,048,574,764,270,442,158,1160,762,145,1

Nacidos en Israel – padre nacido en Israel

2.341,6



En la tabla anterior podemos observar que la generación nacida en Israel, de padres oriundos también de allí, no alcanza un tercio de la población judía total. Todos los demás son inmigrantes de otros países o hijos de estos nacidos en Israel. La aportación de la diáspora es, por tanto, imprescindible para explicar la consolidación de Israel como hogar nacional judío. Otros datos destacables son la gran cantidad de judíos procedentes de Europa, América y Oceanía, en su mayoría bien instruidos y capaces de contribuir con sus conocimientos al salto de calidad que Israel necesitaba con urgencia durante sus primeras décadas de existencia. Por países, puede apreciarse la masiva llegada de inmigrantes de la ex-Unión Soviética. La siguiente nación de origen es Marruecos y, como se observa en la tabla, otras comunidades judías israelíes numéricamente importantes son de origen iraquí, rumano, polaco, yemení, iraní, norteamericano, argelino, tunecino, etíope, alemán, austriaco...



Es frecuente describir Israel como un «crisol de diásporas». Sabemos ya qué indica en el contexto judío esa última palabra y nos detendremos de nuevo en su contenido más adelante. Respecto al término «crisol», la primera definición que ofrece el Diccionario de la lengua española publicado por la Real Academia Española es «recipiente hecho de material refractario, que se emplea para fundir alguna materia a temperatura muy elevada»; su segundo significado es «cavidad que en la parte inferior de los hornos sirve para recibir el metal fundido». La comparación de Israel con un crisol parece referirse más a la primera acepción que a la segunda, y más al uso del vaso (fundir materia a muchos grados centígrados) que a sus restantes características. La imagen, pues, representa Israel como un país en el que se funde lo que entra, se uniformiza lo diverso, se unifica lo plural.



La comparación es, sin embargo, en parte acertada y en parte inadecuada. Acertada porque los miembros de las comunidades judías de la diáspora establecidos en Israel han desarrollado una nueva forma de vida que ha reforzado sus lazos comunes. Si mantener la propia identidad estando aislado es un modo costoso, pero eficaz, de reforzar los vínculos con los demás miembros de la comunidad, el mero hecho de vivir con quienes comparten intereses, objetivos, costumbres o historia contribuye a fortalecer ese patrimonio. Los judíos que vivían en Israel antes de la formación del estado (el Yishuv), los inmigrantes (olim) llegados durante décadas y quienes siguen haciéndolo, así como los descendientes de unos y otros nacidos en Israel (sabras) comparten ciudadanía y todo lo que conlleva (tierra, derechos y deberes, idioma, bandera, escudo, moneda, himno e identidad distinta a los nacionales de otros estados) y participan de un proyecto que, en buena medida, ya es realidad.



ISRAEL



Bandera



Inspirada en el taled (manto de oraciones judío), tiene en el centro la estrella de David azul.



Escudo



La menorá o candelabro de siete brazos que, desde su uso ritual en el Templo de Salomón, ha simbolizado muchas veces la tradición del pueblo judío; las ramas de olivo que lo rodean expresan deseo de paz.



Moneda



El nuevo shékel (siclo), nombre de gran tradición histórica.



Himno



Hatikva (La Esperanza).



A pesar de la pluralidad de interpretaciones del credo judío, y de las desavenencias que tales diferencias generan, los israelíes que practican el judaísmo comparten vínculos más profundos que los demás, por fundamentar su vida en idénticas convicciones religiosas. Igual ocurre con los pocos israelíes cristianos de ascendencia hebrea que, como veremos, tanta herencia comparten con los anteriores. El retorno a la tierra de los orígenes, la vida en escenarios que evocan tiempos de patriarcas y profetas, la cercanía al solar donde se levantaban los grandes templos y los restos arqueológicos que se conservan o se siguen descubriendo, la abundancia de sinagogas, las facilidades para descansar el sábado y para comprar comida conforme a los preceptos religiosos del judaísmo son circunstancias especialmente valoradas por muchos creyentes. Incluso los ultraortodoxos extremistas, contrarios al estado de Israel ―que debe esperar, según ellos, a la llegada del Mesías―, no paran de beneficiarse de su existencia.



En general, la condición de ciudadano israelí también contribuye a fortalecer la unidad entre los judíos no practicantes, los agnósticos, los ateos y los judíos devotos. Los primeros legitiman la existencia de su país por motivos históricos, culturales o ambos a la vez, y los segundos añaden a los argumentos anteriores razones de carácter religioso. En cierto sentido cualquier estado medianamente vertebrado constituye un crisol, o un denominador común, por generar intereses colectivos y específicos.



De forma natural, los judíos llegados a Israel procedentes de países muy distintos empiezan a participar de los intereses, objetivos, preocupaciones y circunstancias de quienes ya viven allí. Además de sus esfuerzos para conseguirlo, las exigencias de la vida misma ayudan a integrarles, pues los olim precisan vivienda, trabajo, colegio los jóvenes en edad escolar o universidad los estudiantes que desean especializarse... Cuestiones internas como la amenaza del terrorismo, el proceso de paz con los palestinos y las relaciones con los estados árabes limítrofes, la seguridad nacional, la obligatoriedad del servicio militar, la calidad de la educación o la coyuntura económica pronto empiezan a interesar a esos judíos procedentes del extranjero.



Participar en la vida política votando en elecciones, pagar impuestos, recibir información a través de medios de comunicación, disfrutar con otros las bondades del clima o sufrir sus rigores, pasear por las mismas ciudades o ser consciente de compartir una historia milenaria con más de las tres cuartas partes de los compatriotas son factores que, indudablemente, generan nuevas relaciones de grupo y fortalecen las ya existentes. Por ello la ciudadanía israelí refuerza en los judíos su identidad judía y, en condiciones de paz, facilita su desarrollo.



Hace casi treinta años el Nobel de literatura Saul Bellow aprovechó una peculiar cita ajena ―con la que, evidentemente, se puede estar o no de acuerdo― para exponer sus propias conclusiones sobre algunas de las ventajas que a su juicio tiene, para un judío, vivir en Israel. En relación a una de las funciones que el estado de Israel puede ejercer respecto a la identidad judía merece la pena conocer el punto de vista de estos dos prolíficos escritores judíos.



«El brillante y joven escritor israelí A. B. Yehoshúa ha estremecido a sus lectores al sugerir que hay en los judíos algo que despierta la demencia en otros pueblos. La crueldad de los alemanes para con los judíos fue una singular manifestación de esa demencia. Yehoshúa detecta una insania similar entre los árabes, como también empieza a crecer en Rusia. “Tal vez hay algo excepcional en nuestra condición de judíos ―escribe―, en todos los riesgos que asumimos, en el hecho de vivir al filo de un abismo y saber además cómo hacerlo. Para nosotros, nuestra naturaleza judía es clara, la sentimos como tal, pero cuesta decir que el mundo también la entiende, y debido a cierta clase de lógica uno puede justificar incluso esa falta de entendimiento, porque cuando uno se topa de lleno con el fenómeno del “judío” resulta que es algo no por cierto fácil de entender. Para las naciones que se han encontrado con nosotros en determinadas circunstancias históricas, como es el caso de los alemanes y los árabes, nuestra propia existencia y la incertidumbre que a sus ojos causa nuestra naturaleza bien podría constituir la chispa que encienda cualquier clase de demencia que ya les afecte en ese momento.” No hace falta estremecerse ante tales especulaciones en torno a uno de los grandes crímenes de nuestro tiempo: un crimen como ese bien podría darse de nuevo. Descártese la posibilidad de que un poder de las tinieblas o un espíritu del mal cause todo esto, y uno se verá obligado a pensar que algunos de nosotros, sin saber cómo, tal vez provoquemos en otros la locura y el ánimo homicida.



«Es esa “incertidumbre que causa nuestra naturaleza” lo que los judíos se han propuesto dejar atrás en Israel, renunciando al “misterio” y convirtiéndose en hombres sencillos, en prosaicos agricultores, obreros, mecánicos y soldados, en parte por rechazar el carácter que habían adquirido en el exilio, en parte por evitar prender esa chispa “que encienda cualquier clase de demencia que ya afecte” a sus enemigos potenciales. Los judíos que conocen bien la historia judía no pueden evitar ver brotes de demencia por todas partes. La experiencia nos lleva a pensar que la cordura no es algo sólido, estable, fiable. De ahí el énfasis de los israelíes en la normalidad. Yehoshúa habla de “normalización” de los judíos en su propio país. De no haber tenido que combatir contra los árabes, opina que esa ―que es la tarea principal del sionismo― se hubiera alcanzado.»



Nacimiento, residencia o naturalización son las vías para obtener la ciudadanía israelí. Pero también puede accederse a ella en virtud de la Ley del retorno, aprobada en 1950 y directamente relacionada con los objetivos de creación del estado. Según esta norma, tantas veces mencionada ya en esta obra, tiene derecho a entrar en Israel y a obtener de inmediato la ciudadanía cualquier judío que responda a la definición confesional que en ella se incluye ―«“judío” es todo aquél nacido de madre judía o quien se ha convertido al judaísmo y no es miembro de otra religión»― y a los posteriores añadidos a esa definición (extensión de los beneficios al cónyuge, hijos y nietos). Tras décadas de historia, el número de sabras o nacidos en el país es cada vez mayor; pero, como hemos visto, la aportación demográfica de los inmigrantes sigue siendo muy importante.



El profesor y rabino británico Nicholas de Lange escribió que Israel es un caso único en el mundo judío, ya que su autodefinición como «estado judío» constituye un concepto «nuevo y en gran medida experimental». Tal peculiaridad, entendida más como identidad nacional que como carácter religioso, no tiene porqué ser nociva y merecedora de rechazo. ¿Quién diría que el Vaticano no es también un estado original, diferente, especial o peculiar? Sin embargo, dado que Israel se considera además una democracia, no resulta extraño que su carácter «judío» genere escepticismo sobre la autenticidad de su sistema democrático o despierte cuanto menos curiosidad.

 



A una pregunta en 2001 sobre cómo pueden los no-judíos reconocerse ciudadanos de pleno derecho en un estado judío, el ex ministro de Exteriores israelí Shlomo Ben-Ami respondió distinguiendo ―como hizo por vez primera el fallecido primer ministro israelí Isaac Rabin― entre «estado judío» y «estado de los ciudadanos»:



«Pueden reconocerse como ciudadanos de pleno derecho porque el estado judío también debe ser un estado de todos los ciudadanos.



«Eso significa que todos los ciudadanos, sea cual sea su confesión religiosa, deben tener acceso a las instituciones, a los derechos, a las funciones públicas, a una educación, etc. Para comprenderlo hay que disociar derechos y obligaciones. Los derechos no dependen de las obligaciones. Todos los ciudadanos deben tener derechos idénticos, incluso aunque sus obligaciones sean diferentes.



«El debate sobre los derechos y los deberes fue uno de los más importantes de la Revolución Francesa en 1789. La opinión elegida en la época fue la de una separación de los derechos y los deberes. Los derechos que cada individuo tiene como ciudadano en el estado son independientes de las obligaciones de pagar impuestos, de hacer el servicio militar, etc. Son derechos del ciudadano como tal, sin otra determinación. Esta dimensión es la del estado de los ciudadanos. Ahí reside el elemento ciudadano del estado judío.



«Por consiguiente, todos los ciudadanos, musulmanes, cristianos o judíos deben tener un acceso igual a las instituciones, a las funciones políticas, a las posibilidades económicas, a las formaciones pedagógicas. Ese debe ser el aspecto del estado de Israel como estado de los ciudadanos, de todos los ciudadanos. Ahora bien, hoy en día el veinte por ciento de árabes que viven en este país está a una distancia astronómica de esta realidad.



«Pero al mismo tiempo es necesario que se perpetúe el otro aspecto: el estado de Israel como estado judío. Esta última expresión designa el estado al que los judíos, tras una historia larga y trágica, han decidido volver para reencontrar su herencia, convertirlo en el lugar de su memoria histórica, desplegar su energía, su capacidad de realizar su civilización y su visión de futuro. Continuará habiendo judíos en Estados Unidos y en otras partes, pero no se sabe cuál será la suerte de las comunidades dispersas en el mundo, ni siquiera en los próximos cien años. La existencia de un estado judío es consecuencia de un deber histórico del pueblo judío.



«La cuestión de la especificidad de este estado judío es muy importante. Adin Steinsaltz, que es un gran rabino, un gran lector del Talmud y un gran hombre, decía que Israel no debía ser simplemente un Singapur en el que se habla hebreo. ¡No necesitamos un estado así!»



Desde este punto de vista, la preferencia que Israel reconoce a los judíos se circunscribe al derecho de estos a obtener la ciudadanía, según las condiciones establecidas en la Ley del retorno. Consideramos que no podría considerarse tal privilegio una discriminación contraria a los derechos humanos si, realmente, esa prerrogativa se extendiera ―como hemos visto, no es el caso― a todos los judíos del mundo con independencia de su opción política o religiosa. La gran mayoría de los países del mundo, por ejemplo, también regulan su poder para conceder la ciudadanía de forma restrictiva e incluso limitan sus permisos de residencia a un período de tiempo.



Quienes ya son ciudadanos israelíes gozan en teoría de iguales derechos aunque, ciertamente, durante décadas han carecido de los mismos deberes. Tal situación en parte acabó. El 31 de julio de 2012 el Tribunal Supremo de Israel juzgó anticonstitucional la llamada Ley Tal, reprobada por muchos judíos israelíes laicos y otros muchos practicantes de un judaísmo tradicional por discriminar en el reparto entre ciudadanos de la pesada carga de la defensa del país. La Ley Tal, aprobada en 2002, garantizaba la situación existente hasta entonces y posibilitaba el retraso del servicio militar a los judíos ultraortodoxos ―les bastaba con declarar su completa dedicación a estudiar la Torá―, ofreciendo incorporarse al ejército en condiciones favorables a quienes, acabados los estudios religiosos básicos, no quisieran seguir en las yeshivot (escuelas de formación en el judaísmo).



El retraso antes mencionado constituía en realidad una exención de incorporarse a filas pues, acabados los estudios religiosos básicos, la inmensa mayoría de los ultraortodoxos continuaban ―y continúan― cultivando y meditando la Torá, se casan y tienen hijos ―causa de exclusión del servicio militar― o, de entrar en el mercado laboral, cumplían un servicio simbólico de cuatro meses y un año de servicio civil. Tras el pronunciamiento del Tribunal Supremo de Israel, desde el 1 de agosto de 2012 los judíos ultraortodoxos deben incorporarse al ejército (las mujeres ultraortodoxas podrán hacer el servicio civil). Por lo que respecta a los árabes musulmanes y cristianos, pocos se alistan voluntariamente (aunque la proporción aumenta entre los árabes beduinos); sin embargo, desde el nuevo «reparto de cargas» estatales decidido en 2012, todos los jóvenes deben realizar un servicio civil obligatorio. En cuanto a los drusos, desde 1949, meses después de la fundación de Israel ―y a petición propia― prestan servicio en el ejército.



Volviendo a la entrevista realizada a Ben-Ami, dejando entrever su laicismo al principio de la respuesta, el diplomático explicó a su interlocutor un modo de incorporar a los ciudadanos israelíes no judíos en un proyecto nacional, afirmó que la paz es imprescindible para conseguirlo y recordó que, según los sondeos, la inmensa mayoría de los árabes israelíes no desea renunciar a su nacionalidad:



«Usted planteaba la cuestión del estatuto de los ciudadanos que no son judíos. Pienso que para ellos será evidentemente difícil asumir la mitología judía o, lo que es lo mismo, nuestra memoria colectiva. Por ello la próxima etapa de la vida del estado de Israel debe ser lo que se ha llamado el patriotismo constitucional. Este es el tipo de patriotismo que hay que desarrollar. Es evidente que en nuestros días los ciudadanos árabes de Israel no tienen ninguna razón para aceptar el patriotismo israelí, puesto que de momento sólo existe un patriotismo judío. Se comprende el difícil dilema de los árabes. Por lo tanto, hay que desarrollar una nueva forma de patriotismo, el de la Constitución, aunque sin abandonar el carácter judío del estado.



«Dos personas de la derecha han formulado la idea de cambiar el himno nacional o, más exactamente, de añadirle una estrofa que exprese ese elemento de participación igualitaria de los judíos y los árabes en un estado de derecho constitucional. Es una buena propuesta, es ahí donde hay que buscar el punto de equilibrio.



«Pero entonces reaparece la cuestión del estatuto de los árabes israelíes, que obliga a considerar otro aspecto. A los árabes les resulta muy difícil llegar a una reconciliación total de su ciudadanía israelí cuando su estado está en guerra con su propio pueblo. Su estado es Israel, su pueblo es el palestino. Es una tragedia. La reconciliación sólo podrá tener lugar cuando haya terminado la guerra de su estado contra su pueblo. Es importante recalcar que en los últimos años, e incluso durante los períodos de graves crisis entre judíos y árabes en este país, todos los sondeos realizados entre los palestinos que viven en Israel han indicado que más del noventa por ciento de los árabes prefieren seguir siendo ciudadanos israelíes que atravesar la frontera y convertirse en ciudadanos de un estado palestino.»



El escritor israelí Ariel Schiller, por su parte, considera peligroso hacer de Israel una realidad supeditada exclusivamente a definiciones étnicas o religiosas pues, como bien afirma, «el estado moderno no admite pueblos elegidos», aunque ―añadimos nosotros― deba respetar las opciones vitales de sus ciudadanos.



«Cualquier intento de añadirle categorías metafísicas o religiosas al estado de Israel ―aparte de las históricas que ya tiene― transformaría a esa sociedad no en un grupo cívico interclasista, sino en un gueto étnico y religioso excluyente guiado por leyes rabínicas, sometido a presiones de la diáspora judía mundial con

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