El pueblo judío en la historia

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El pago de indemnizaciones a título de compensación a los refugiados palestinos que renunciaran a volver a sus hogares ya se contempló en la Resolución 194 (III), aprobada por la Asamblea General de la ONU el 11 de diciembre de 1948. Reiterada numerosas veces por la ONU, dicha resolución afirma en su apartado 11 que

«los refugiados que deseen regresar a sus hogares y vivir en paz con sus vecinos que lo hagan así lo antes posible, y que deberán pagarse indemnizaciones compensatorias por los bienes de los que decidan no regresar a sus hogares y por todo bien perdido o dañado cuando, en virtud de los principios del derecho internacional o por razones de equidad, esta pérdida o este daño deba ser reparado por los gobiernos o autoridades responsables».

¿Quién pagaría tamaña operación? Puesto que esta opción favorece a Israel, parece evidente que al estado judío correspondería aportar una buena parte del desembolso de las indemnizaciones. Pero la suma necesaria es tan grande que conseguirla requiere la colaboración internacional. Convendría que los países desarrollados ―Estados Unidos, Canadá, los estados miembros de la Unión Europea, Japón y Australia, entre otros― adoptaran un compromiso sobre este tema, pues la tranquilidad en Oriente Próximo favorece la paz mundial. Conviene también tener en cuenta que uno de los factores de la estabilidad en los precios del petróleo, que tanto beneficia a las economías más avanzadas del mundo, guarda relación con la situación en Oriente Próximo.

De optarse por indemnizar a los refugiados a cambio de su renuncia voluntaria a volver a su hogar o al de sus antepasados, es de esperar también una generosa aportación de las naciones musulmanas más ricas. A todos extrañaría que estos países, que tan altas rentas disfrutan procedentes de las exportaciones de petróleo y de las inversiones realizadas gracias a esas ventas, no fueran más magnánimos con el pueblo palestino, con quien mantienen estrechos vínculos culturales y en muchos casos también religiosos.

A pesar de los problemas que suscita el conflicto árabe-israelí, en las últimas décadas han mejorado mucho las relaciones entre las partes directamente implicadas: Yasser Arafat, quien durante tantos años dirigió la OLP (1969-2004), reconoció en 1986 el derecho a existir de Israel, al igual que hizo de hecho el Consejo Nacional Palestino en julio de 1988 al aceptar las resoluciones 242 (1967) y 338 (1973) del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. El reconocimiento mutuo oficial se alcanzó en septiembre de 1993. En 2005 se produjo un avance significativo en la resolución del conflicto palestino-israelí: el ejército de Israel se retiró de Gaza y se desmantelaron los asentamientos judíos que se establecieron desde su conquista en la guerra de 1967. Aun con altibajos ―frenar el aumento de los asentamientos israelíes en Cisjordania y abandonar los existentes, por ejemplo, constituye una exigencia palestina clave―, el curso de los acontecimientos induce a la esperanza.

II. Los judíos en la actualidad

El número de judíos

Contar los judíos que hay en el mundo es tarea difícil. Los cálculos que recogemos en estas páginas son siempre estimaciones y, como afirman algunos demógrafos, están sujetos a una valoración «permanentemente provisional». Dicha provisionalidad afecta también a los datos facilitados por las instituciones oficiales más fiables, incluidas las del estado de Israel, por varias razones. Entre ellas, aplicables más a tiempos pasados que a los actuales, la dispersión geográfica de las personas que se pretenden contar (que ha retardado o dificultado la realización de estadísticas en países poco desarrollados donde vivían comunidades judías) y las migraciones internacionales de bastantes miembros.

También complica la elaboración de estadísticas el proceso de identificación del conjunto de la población judía de un país. Como afirmamos en anteriores ocasiones, incluso ajustándose a la ley religiosa ortodoxa, que reconoce la condición judía a los descendientes de madre judía (y así sucesivamente, siempre que se conserve la línea materna), hay personas que desconocen ese aspecto de su identidad ―ignorado también por la comunidad judía del país en cuestión― y en consecuencia no lo declaran cuando se hacen los cómputos, quedando por tanto fuera de ellos.

Otros, sabiéndose judíos, no desean hacerlo público ni revelarlo a terceros ni a instituciones oficiales porque no lo juzgan conveniente ―por ejemplo, por prudencia― o por prejuicios personales o sociales, o por respeto a miembros de la propia familia que no quieren darlo a conocer. En estos casos, si tal identidad judía es desconocida por quienes hacen los censos ―y no es extraño que falte información sobre este aspecto― los miembros de esa familia tampoco quedan incluidos en ellos. ¿Aportan pistas fiables los apellidos para determinar la identidad judía?

A veces ciertos apellidos proporcionan indicios sobre la procedencia de una persona y su posible pertenencia al pueblo judío (por ejemplo los de origen hebreo Levy, Cohen, etc.). De todos modos, no siempre quienes los llevan se consideran judíos ni tienen porqué serlo. Ocurre igualmente que apellidos que podrían revelar alguna información se han cambiado o figurarían en segundo, tercero, cuarto u otro lugar. Determinados documentos históricos ―por ejemplo, los censos de las juderías y los condenados por judaizar en los juicios de la Inquisición española― constituyen fuentes de información que, para el caso que nos ocupa, además de tener que contrastarse tienen la desventaja de retrotraerse demasiados siglos atrás para poder seguirles la pista hasta la actualidad. Por otro lado, también es habitual hallar judíos con apellidos comunes entre sus compatriotas.

Como ocurría con frecuencia entre griegos y romanos, los apellidos judíos más antiguos son patronímicos. En concreto, el nombre paterno iba precedido según los casos de las palabras hebreas «ben» («hijo de») o «bat» («hija de») y, en el caso de los judíos de lengua árabe, «ibn» («hijo de»). En Sefarad los apellidos hereditarios (con frecuencia, como los cristianos, topónimos o derivados de los oficios desempeñados) comenzaron a usarse ―por influencia de los judíos de lengua árabe― en torno a los siglos IX y X. Desde Sefarad se extendió una diáspora de judíos con apellidos originada por la expulsión de quienes permanecieron en el judaísmo de los territorios de las coronas de Castilla y Aragón (1492) y de los reinos de Portugal (1496) y Navarra (1498). Algunos de esos apellidos cambiaron en función de las características fonéticas de las lenguas de los nuevos lugares de acogida. En la Sefarad posterior a 1492 tanto los judeoconversos verdaderos como los marranos adoptaron con frecuencia los apellidos de sus padrinos de bautismo.

En el Sacro Imperio Romano Germánico los asquenazíes, más aislados, tuvieron que adoptar un apellido desde 1788 ―que hasta entonces, en Europa oriental, solo era usado habitualmente por la comunidad judía de Praga― como consecuencia de un decreto firmado el año anterior por el emperador José II de Habsburgo. A dicho texto siguió en 1805 otro para ser aplicado en la parte de Galitzia anexionada por el imperio tras la tercera partición de Polonia. Aunque la redacción de ambas normas es similar, la diferencia principal es que en el primer caso los judíos se daban el apellido que querían mientras en el segundo se les asignaba uno de forma arbitraria, según el parecer del funcionario de turno. Durante los siglos XVIII y XIX la conveniencia de facilitar la recaudación de impuestos y el reclutamiento militar dio lugar a normas sobre la adopción obligatoria de apellidos para los judíos en los estados alemanes (según los casos, entre 1790 y 1852), en el Imperio ruso (1804), en el francés (1808) y en el llamado reino de Polonia (1821).

Como afirma Alexander Beider, especialista ruso-francés en etimología judía, los apellidos adoptados por los judíos asquenazíes ―muchos coincidentes con apellidos cristianos― tuvieron orígenes muy variados: aunque no faltaron los de origen hebreo descendientes de linajes (Levi) asociados a veces a oficios (Cohen, sacerdote), muchos otros son patronímicos, designan oficios, cualidades personales, plantas, animales, metales, piedras, fenómenos naturales, alimentos y utensilios domésticos. Si bien hay apellidos despectivos, en general designan realidades positivas o neutras. En cualquier caso, la adopción de apellidos ―en las respectivas lenguas nativas, además― contribuyó a la integración de las minorías judías europeo-orientales. Muchos de estos apellidos serían después cambiados en Israel, en unos casos «hebreizando» los que se tenían y en otros inventando nuevos en hebreo.

Si escasa información sobre la identidad aportan los apellidos, otra dificultad para contar el número de judíos que hay en el mundo es encontrar una definición adecuada sobre el particular. ¿Quién es judío y debe incluirse en los recuentos? ¿Quién no lo es y tiene por tanto que ser excluido? En los últimos lustros, por ejemplo, durante la emigración masiva desde la antigua Unión Soviética hacia Israel, se ha reconocido la identidad judía a quien se ha declarado como tal. Lógicamente, la diversidad de criterios que se use para determinar la identidad judía producirá resultados estadísticos distintos.

El texto actual de la Ley del retorno de Israel, que implica la consideración del estado como “hogar nacional judío” ―no judío, sino de sionistas con kipá, según los rabinos ultraortodoxos contrarios a la existencia del mismo― reconoce el derecho a emigrar a ese país a cualquier persona nacida de madre judía o que se haya convertido al judaísmo. La ley mencionada especifica además que tales derechos «serán otorgados también al hijo y al nieto de un judío, al cónyuge de un judío, al cónyuge del hijo de un judío y al cónyuge del nieto de un judío, exceptuando quien era judío y cambió de religión por voluntad propia». ¿Habría que incluir a algunos de ellos o a todos en los censos de población judía? ¿O quizá a ninguno?

 

Hay quienes consideran que el margen de la Ley del retorno es amplio, al reconocer el derecho a inmigrar a Israel no solo a quienes tienen vínculo de consanguinidad con un judío hasta el tercer grado, sino también a la relación conyugal hasta ese mismo grado. Sin embargo, como pudo comprobarse en el caso del carmelita hebreo Daniel Rufeisen, el Tribunal Supremo de Israel consideró en un principio que la Ley del retorno excluía a los judíos convertidos a una religión distinta del judaísmo. Finalmente Rufeisen logró la nacionalidad israelí, tras declararle el principal órgano judicial del país «ciudadano hebreo (no judío) del estado de Israel» pero «de religión cristiana». Así, la sentencia medio-solucionó (no del todo, pues sigue vigente el texto de la Ley del retorno sobre el cambio de religión) un complejo y vergonzoso problema jurídico israelí y, a la postre, sentó precedente para casos análogos que surgieron después. Si Rufeisen siguiera vivo, ¿habría que incluirle en el censo de judíos?

El caso Rufeisen

Hijo de judíos polacos, Oswald Rufeisen (1921-1998) perteneció en su juventud al movimiento sionista Akiva. Huyendo de los nazis, en 1941 acabó en la actual ciudad bielorrusa de Mir, adonde llegó con una falsa documentación que le permitió trabajar como traductor para la policía local. Ello le posibilitó recabar información sobre los planes policiales, dando a conocer a los judíos del gueto de Mir la pretensión nazi de deportarles a campos de concentración, facilitándoles además el suministro de armas. Gracias a sus servicios escaparon del gueto de Mir unos 200 judíos.

Liquidado el gueto los nazis acabaron descubriendo la verdadera identidad de Rufeisen quien, a pesar de ser detenido, logró escapar y esconderse en un cercano monasterio de monjas, donde permaneció de agosto de 1942 a noviembre de 1943 y donde también decidió convertirse al cristianismo. A continuación se unió a los partisanos, debiendo ser protegido por los escapados del gueto de Mir tras las acusaciones que le hicieron algunos soviéticos de haber colaborado con los nazis.

Acabada la guerra Rufeisen volvió a Polonia y, tras convertirse al cristianismo, ingresó en la orden de los Carmelitas y se ordenó sacerdote.

Después de llegar en 1958 al monasterio carmelita Stella Maris, en la ciudad costera de Haifa, el hermano Daniel (como pasó a llamarse Rufeisen) pidió la nacionalidad israelí, pero le fue denegada por el ministerio de Interior. A pesar de recurrir a la justicia, en 1962 el Tribunal Supremo apoyó la decisión administrativa por cuatro votos contra uno. Finalmente el hermano Daniel obtuvo la nacionalidad israelí en 1963, gracias a las disposiciones generales sobre naturalización contenidas en la Ley de Ciudadanía y permaneció hasta la muerte en el monasterio carmelita Stella maris, en la ciudad costera de Haifa.

Tras el caso Rufeisen, otros problemas han surgido después en relación con la cuestión acerca de quién es judío y los derechos que puede por tanto alegar ante el estado de Israel.

Pensando en la decisión inicial de las autoridades israelíes ―avalada por los magistrados del tribunal supremo― de negar al hermano Daniel la nacionalidad israelí, nos preguntamos: ¿habrían los secuaces de Hitler respetado su integridad por ser cristiano? ¿Quedaron o quedarían libres de las matanzas de los Einsatzgruppen nazis los judíos que expresamente renegaron del judaísmo, los judíos ateos, agnósticos, cristianos, musulmanes o budistas? ¿Se librarían de las cámaras de gas los hijos y nietos cristianos de madre, abuela o bisabuela judías? ¿Habrían obtenido pasaporte israelí y sido admitidos en Israel si este estado hubiera existido durante el Holocausto o se les habría aplicado la excepción sobre la conversión religiosa incluida en la Ley del retorno? Y si la situación actual empeora en otros países, ¿cuál sería el criterio del gobierno y de los tribunales israelíes sobre este tema?, ¿cuál sería el juicio de los rabinos?

El criterio identitario ―al menos, el usado para reconocer derechos específicos― de la Ley del retorno de Israel no suele ser empleado por la mayoría de los demógrafos dedicados a calcular la población judía mundial, que prefieren estudios basados en la ascendencia familiar (algunos se limitan a contar las generaciones directas y cercanas y otros incluyen antepasados más lejanos) y/o en el vínculo religioso. Sin embargo, las controversias religiosas sobre el concepto «judío», tan relacionadas a su vez con la Ley del retorno de Israel, han llevado a algunos autores a obviar este criterio como fuente estadística y a preferir el más subjetivo de «población judía nuclear», que comprende a quienes se reconocen como tales y a los que así son reconocidos por sus familiares más directos. Estos recuentos excluyen tanto a los descendientes de judíos convertidos a otras religiones como a quienes niegan su identidad judía. Desde esta perspectiva, ser judío es cuestión de elección.

De todos modos, para acercarse con mayor exactitud a la realidad, esos mismos demógrafos se sirven de los conceptos de «población judía extendida» y «población judía ampliada». La población judía extendida incluye la suma de (a) la población judía nuclear y (b) de todas aquellas personas de familia judía que actualmente no son judíos (o durante el tiempo en que se realizó la investigación). En función de dichos criterios estos no-judíos con antecedentes judíos, hasta donde puedan calcularse, incluyen: (a) personas que se han convertido a otras religiones, aunque continúan afirmando ser judíos desde el punto de vista étnico; (b) otras personas con familia judía que niegan ser judíos.

Por su parte, la población judía ampliada, como indica el israelí Sergio Della Pergola ―probablemente el mayor especialista en demografía judía― «además de los que conforman la población judía extendida, incluye también a todos los miembros no judíos de sus hogares (esposas, hijos, etc.). Tanto por razones conceptuales como prácticas esta definición no incluye cualquier otro pariente no judío que viva en otra parte, en hogares exclusivamente no judíos». La población judía ampliada se extiende, pues, no solo a quienes tienen lazos de consanguinidad (los hijos) sino también al cónyuge.

La primera de las tablas que ofrecemos a continuación, incluida en el Resumen estadístico de Israel (Nº 63, 2012) publicado por la Oficina Central de Estadística de Israel (en adelante, OCE), muestra la población judía en Israel y en el mundo a lo largo de una serie de años. Las cifras del número de judíos que pueblan el mundo (columna derecha) incluyen a quienes se definen a sí mismos como tales. Los datos no reflejan por tanto el total de población judía, pues hay judíos ajenos e incluso contrarios al compromiso que puede suponer, fundamentalmente en la diáspora, reconocer la propia identidad. Sin embargo, las cifras que mostramos constituyen casi con seguridad los datos más fiables en que apoyarse; al fin y al cabo ser judío tiene, para quien asume dicha identidad, mucho de opción personal.


POBLACIÓN JUDÍA EN EL MUNDO Y EN ISRAEL
AñoEn IsraelEn el mundo (en millones)
Porcentajes (1)Miles
1882190019141916-191823-X-1922 (2)192518-XI-1931 (3)193915-V-1948195519701975198019851990199520002003200420052006200720092011011——1—3613202325273035384040414141424324508556841361754496501.5902.5822.9593.2833.5173.9474.5224.9555.1655.2385.3145.3935.4785.7045.9087.80010.60013.500—14.40014.80015.70016.60011.50011.80012.63012.74012.84012.87012.87012.89212.91412.98613.03313.09013.15513.23213.42113.746
Del total (2011)
En Estados Unidos5.425
En Francia0.480
En Australia0.112
En Alemania0.119
En Argentina0.182
En la Federac. Rusa0.194
En Reino Unido0.291
En Canadá0.375
(1) Porcentaje de judíos en Israel respecto al total de la población judía mundial(2) Censo durante el período de Mandato Británico(3) Idem

Mentes brillantes al servicio del pueblo judío

El Instituto de Planificación de Política Judía (IPPJ) es una organización sin carácter lucrativo con sede en Jerusalén, fundada en 2002 por la Agencia Judía para Israel. Fue establecido «como un cuerpo de análisis independiente cuya misión es contribuir a la continuidad del pueblo judío, del judaísmo y su futura prosperidad».

Como afirma en su presentación, el IPPJ «pretende ensamblar algunas de las mentes judías más brillantes en el mundo para dedicarse a la planificación de política orientada hacia la acción, que le permita a las instituciones judías y al liderazgo comunitario anticipar los cambios en la dinámica global y apuntar a las necesidades contemporáneas y futuras.

Su función es identificar oportunidades que promuevan la prosperidad del pueblo judío y evadir catástrofes latentes.» Sus actividades «están dirigidas a contribuir al avance del liderazgo judío, tanto presente como futuro y la promoción del discurso efectivo preparando materiales de trasfondo y documentos de posición para los encargados de la toma de decisiones.»

Estos datos se complementan con otras cifras de gran interés publicadas por el Instituto de Planificación de Política Judía (en adelante IPPJ) en su Evaluación anual 2011-2012, que ofrecemos a continuación en dos partes. La primera especifica los países y grandes áreas geográficas y económicas donde han residido y residen las mayores comunidades judías, indicando las cifras de los años 1970 y 2010, así como la proyección de población judía para el 2020 en esos estados y áreas. Siguiendo el mismo orden, la segunda tabla refleja en cifras aspectos socioeconómicos relevantes sobre la vida de las comunidades judías en Israel y en el resto del mundo.


POBLACIÓN JUDÍA EN EL MUNDO Y EN ISRAEL (Principales comunidades, por países y grandes áreas geográficas)
PaísPoblación judía (definición nuclear)
19702010Proyección 2020
MUNDO12.633.00013.647.50013.917.000
Israel2.582.0005.912.6006.543.000
América del Norte5.686.0005.650.0005.581.000
Estados Unidos5.400.0005.275.0005.200.000
Canadá286.000375.000381.000
América Latina514.000389.600364.000
Argentina282.000182.300162.000
Brasil90.00095.60090.000
México35.00039.40042.000
Otros países107.00072.30070.000
Europa (no países ex-URSS)1.331.0001.158.8001.070.000
Francia530.000483.500482.000
Reino Unido390.000292.000278.000
Alemania30.000119.000108.000
Rumania-9.700-
Bulgaria-2.000-
Hungría70.00048.60034.000
Otros países UE171.000163.200134.000
Otros países no-UE140.00040.80034.000
Ex-URSS2.151.000330.000173.000
Rusia808.000205.000130.000
Ucrania777.00071.50025.000
Resto de países ex-URSS europeos312.00034.90015.000
Ex-URSS en Asia254.00018.6003.000
Asia (resto)104.00019.20021.000
África195.00076.20060.000
Etiopía-100-
Rep. Suráfrica118.00070.80057.000
Marruecos-2.700-
Otros-2.600-
Oceanía70.000110.000101.000
Australia65.000103.00095.000
Nueva Zelanda y otros5.0007.6008.000


INDICADORES SOBRE LA POBLACIÓN JUDÍA MUNDIAL
PaísIDH (1) Puesto mundialÍndice de matrimonios mixtos (%)Alguna visita a Israel (% judíos)Aliá (emigración a Israel)
2011Más recienteMás reciente2011
MUNDO---16.845 (2)
Israel175100-
América del Norte---2.551
Estados Unidos454>352.339
Canadá635>65212
América Latina---894
Argentina4545>50220
Brasil8445>50157
México5710>70-
Otros países-15-95>50-
Europa (no ex-URSS)---2.910
Francia2040-45>701.619
Reino Unido2840-45>75464
Alemania9>60>5097
Rumania50--41
Bulgaria55--33
Hungría3860-128
Otros países UE-33-75>50-
Otros países no-UE-50-80--
Ex-URSS---7.225
Rusia6680-3.678
Ucrania7680-2.051
Resto europeos-65-75-625
Ex-URSS Asia-50-75-871
Asia (resto)---233
África---2.933
Etiopía174--2.666
Rep. Suráfrica12320>75173
Marruecos130---
Otros---94
Oceanía---97
Australia222>65-
N. Zelanda y otros----
(1) IDH: Índice de desarrollo humano(2) Incluyendo los países no especificados

Además de los anteriores, ¿qué otros datos relevantes conciernen a la población judía? ¿Y cuáles son las principales conclusiones que se derivan de la información demográfica disponible? De entrada, conviene resaltar que la población judía actual continúa siendo claramente inferior a la existente antes de las grandes matanzas perpetradas durante el Holocausto (16,6 millones en 1939). Incluso las proyecciones realizadas para el año 2020 (en torno a 13,83 millones de judíos) y 2050 (14,5 millones) siguen mostrando el descalabro demográfico que provocó el Holocausto, no solo por los asesinados sino por aquellos que pudieron haber nacido y no lo hicieron.

 

Otro aspecto relevante es que, desde hace décadas, disminuye la población judía respecto a la mundial. En 1945, por ejemplo, los casi 11 millones de judíos representaban en torno al 5 por mil de la población mundial, mientras en 2012 los 13,75 millones de judíos constituían menos del 2 por mil del total mundial. Además, fuera de Israel continúan en aumento los matrimonios mixtos o de cónyuge no judío (más de la mitad en la mayoría de las comunidades) proclives a perder su identidad psicológica judía y a trasladar a los hijos su propia asimilación a la cultura del entorno.

En cuanto a la distribución demográfica por países destacan Israel y Estados Unidos, con más del 80% de la población judía total y en ambos casos con propensión al crecimiento demográfico judío, seguidos de lejos por otras estables y ricas democracias (Francia, Canadá, Gran Bretaña, Australia y Alemania). En general, la tendencia demográfica desde la creación del estado de Israel ha sido un espectacular aumento de la población en dicho país y un progresivo descenso y envejecimiento en la diáspora, donde todas las comunidades judías nacionales son minoritarias. Sin embargo, tanto Norteamérica como Europa occidental han mantenido su población judía, mientras han experimentado fuertes descensos de la misma ―hasta perderla en ciertos casos― los países islámicos de Asia y África así como Europa oriental, tras la desintegración de la URSS.

Según Della Pergola, desde 1880 a 2008 ―incluso hasta 2013, añadimos nosotros, año en que escribimos― las migraciones internacionales judías han experimentado tres grandes picos de crecimiento: los masivos traslados desde Europa oriental a Norteamérica antes de la Primera Guerra Mundial, frenados por las cuotas migratorias impuestas a comienzos de los años veinte; la segunda etapa coincide con el fin de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto (1945), la liquidación del imperio británico y el nacimiento del estado de Israel (1948); la última gran migración comenzó tras la caída del Muro de Berlín (1989) y la posterior desintegración de la URSS. Otro acontecimiento destacable que suscitó una ola migratoria fue el colapso del imperio norteafricano francés.

Puesto que en epígrafes posteriores prestaremos especial atención a Israel, nos detendremos aunque sea brevemente para exponer algunas características de la segunda potencia demográfica judía del mundo. El informe Población judía en Estados Unidos, 2012 publicado por el Instituto Berman, de la Universidad de Connecticut, eleva la cifra de judíos estadounidenses en 2012 a 6,72 millones de judíos (más alta que el cálculo de la OCE, realizado con metodología distinta) ―el 2,2% de los ciudadanos del país― y afirma que, en dicho año, el mayor número de ellos vivían en el noroeste (el estado de Nueva York, por ejemplo, concentraba el 26,2% del total), el suroeste (18,2% en California) y el sureste (9,5% en Florida), territorios que se encuentran entre los económicamente más dinámicos del país.

Es indudable que algunos cambios producidos desde la fundación de Israel son muy positivos. Para un pueblo que tanto ha sufrido a lo largo de la historia, especialmente en el siglo XX, un “hogar nacional” ofrece una confianza que no han disfrutado las generaciones judías durante dos mil años. La especial situación creada tras el Holocausto o hitos históricos como el derrumbe y desintegración de la Unión Soviética han contribuido de forma especial a llenar Israel de judíos, convirtiéndolo en determinados períodos en un potente imán. Si no ejemplar, el modo en que se ha hecho y sigue realizándose la absorción de inmigrantes de la diáspora ha sido al menos muy correcto. Pocos países del mundo, si es que hay alguno, han tenido que enfrentarse con un proceso de tal magnitud proporcional.

Sin embargo, también es cierto que conviene tener en cuenta las tendencias demográficas actuales al pensar en el futuro. Cualquier estado, grupo humano o comunidad cultural debe atender al comportamiento demográfico de sus integrantes si en ello se juega algo, como así ocurre en entidades formadas por seres con un tiempo de vida. En este sentido, no es lo mismo una asociación deportiva o musical que un grupo más complejo y dependiente del ciclo vital y reproductivo de sus miembros. Así sucede en las familias, cuyas posibilidades demográficas son crecer (cuando nacen más de los que mueren), estancarse (nacen tantos como mueren) o decrecer (mueren más que nacen). En este último caso, si la reducción es prolongada, la familia en cuestión puede desaparecer. Los estados desarrollados consiguen defenderse de su progresivo declive demográfico interno recurriendo a la inmigración de jóvenes procedentes de otros países, aumentando la población al incorporar en su ciudadanía a estos y a sus hijos.

Como los demás grupos humanos, también el pueblo judío tiene tres posibilidades demográficas: crecer, estancarse o decrecer. Y puestos a hacer comparaciones, el pueblo judío es más parecido a una familia que a un estado, ya que no puede crecer recurriendo a la inmigración, medio que sí puede emplear Israel. El pueblo judío e Israel no son por tanto realidades idénticas, por mucho que Israel se considere un «estado judío». Y ello no solo porque en Israel vive una numerosa comunidad árabe, sino porque la incorporación al pueblo judío no depende de la voluntad política de admitir a cierto número de inmigrantes, como sí sucede en Israel. Dicha estrategia puede facilitar el crecimiento del pueblo judío, pero no la asegura.

Tanto en la diáspora como en Israel los cónyuges no judíos de una mujer o un varón judíos pueden convertirse al judaísmo o no hacerlo, solidarizarse intensamente con la cultura e historia judías o rechazarlas, decidir la educación judía de su prole de acuerdo con sus consortes o negarse a ello. De todos modos, ¿qué grado de adhesión debe considerarse un éxito? ¿Quién puede erigirse en representante de los demás judíos para valorar la cuestión, en el caso de que alguien deba hacerlo? ¿Quizá los rabinos? Y si es así, ¿qué rabinos? Ya veremos que las corrientes del judaísmo son muy variadas y que esa religión carece de una autoridad superior reconocida por la mayoría de sus fieles.

¿Acaso deben juzgar las decisiones personales y familiares los gobernantes de Israel? ¿Y los dirigentes de las organizaciones judías más importantes? Es indudable que unos y otros, como todos los demás, pueden analizar la situación del pueblo judío desde el punto de vista de la asimilación de no judíos. ¿Pero qué criterios determinan que un proceso de este tipo sea calificado de forma positiva o negativa? ¿Tal vez el cumplimiento de algunas normas religiosas, o la adhesión a determinados valores culturales, o la asunción de ciertos principios políticos? ¿Acaso dos de los argumentos anteriores o los tres a la vez? De nuevo, la pluralidad de pareceres sobre la identidad judía tiene mucho que ver en este tema.

Otra cuestión estrechamente relacionada con la anterior es la disparidad de criterios para contar o descontar no ya a los cónyuges de judíos, sino a quienes pueden serlo según ciertos criterios y no serlo según otros. La variedad de situaciones que se dan en la actualidad, tanto en la diáspora como entre centenares de miles de inmigrantes llegados a Israel en las últimas décadas, requiere gran flexibilidad mental al determinar quién es judío y quién no lo es.

La definición halájica (basada en el judaísmo) amplía la identidad judía a muchos que no se saben o no se consideran judíos y la niega, en cambio, a otros que se identifican como tales pero que no están dispuestos a someter su idea de sí mismos al criterio de la mayoría de los rabinos, bien porque han elegido otro credo o porque los han rechazado todos. Puesto que la propia realidad impone la diversidad, ¿no sería mejor alejarse de posturas rígidas, más cuanto tanto cuesta a tantos asumir en la diáspora la propia identidad? Los resultados cambian mucho si se aplican unos criterios u otros y también varían, aunque menos, las tendencias demográficas.