La máquina de la conciencia

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¿Pero esto podría ser verdad? No estábamos a 28 de diciembre, ¿verdad? (día de los Santos Inocentes). Había escuchado algo sobre algunas máquinas que detectaban mensajes del cerebro, pero nunca había pensado en que se llegara a este avance tan crucial.

Ese mismo día cambié mis objetivos de volver a iniciar negocios y me propuse intentar conocer un poco mejor los mundillos estos con los que ya había tenido contacto en México y que elevaban la conciencia.


CAPÍTULO ٣

MIGUEL (TIPOS DE YOGA, PRINCIPIOS HERMÉTICOS Y MEDITACIÓN CON MIS HIJAS)

Me sentía como un remolino dando vueltas en busca de algún lugar donde pudiera ir aprendiendo cosas. Recordaba algunas historias de mi estancia en Cancún pero, después de tanto tiempo, descubrí que habían quedado más sensaciones que prácticas concretas.

No era yo solo. Había muchísima gente buscando y hablando sobre cierto tipo de yoga y de meditación. Que si nuevo chamanismo, que si budismo, que si metafísica, curso de milagros, radiestesia, aromaterapia, constelaciones familiares, reiki, registros akáshicos, temazcales, ayahuasca, meditación vipassana, biodanza, trabajos con mantras, palabras de poder, etc. Vamos, un sinfín de alternativas diferentes para aprender y avanzar en ese camino de conciencia que se había avivado tan rápidamente. Parecía que era el momento ideal para subir unos escalones en esa dirección… A ver que nos encontrábamos.

Estando en Albacete, escuché sobre un sitio de yoga, así que me apunté. Cuando fui a preguntar, la chica de recepción me dijo que podía probar una clase gratis y justo en 15 minutos empezaba una. Me animé y entré, no era momento para dudas y pensamientos. Ya en la sala, observé todo como si fuera el primer día de colegio de un niño: no sabía qué usar, qué hacer ni dónde ponerme, así que «Sobre la marcha los planos», como decía un dicho de mi pueblo manchego.

Cogían una esterilla y la ponían en el suelo, yo también. Empezaban a hacer unos calentamientos, yo también (ahí me di cuenta de que la ropa que llevaba no era muy elástica que dijéramos). Noté que éramos como veinte personas y el único hombre era yo. Bueno, mi parte masculina se ponía contenta… En fin. Entró la profesora, era alta y muy delgada, con una larga cabellera morena y una sonrisa agradable.

—Buenas tardes, bienvenidos, mi nombre es Azucena. Empecemos la clase recordando conceptos. El yoga que hacemos es tipo Hatha cuyo objetivo es que, a través de ejercicios concretos y respiraciones, estiremos y oxigenemos todo el cuerpo a la vez que conseguimos una paz y relajación que equilibre nuestras vidas dela vida estresante diaria, la del mundo exterior.

De momento sonaba bien, aunque me seguía sintiendo muy raro. Era muy diferente del típico gimnasio de llegar y machacar. La profesora nos iba explicando acerca de la respiración, así como ejercicios paso a paso para estirar los músculos pero, por mucho que intentara llegar a las posturas, parecía casi imposible. La profesora tuvo que venir a decirme:

—No te esfuerces tanto, intenta llegar a donde veas, pero sin sufrir, ya tu cuerpo irá avanzando a su ritmo.

Mientras, ella me iba retocando la postura hasta el punto en que debería estar correctamente colocado. Después de varias posturas y algún consejo, dijo:

—Prestad atención a las zonas del cuerpo en donde notéis una molestia o que se resientan, o estad centrados en la postura sin otros entretenimientos.

Después de un rato con los ejercicios, nos mandó tumbarnos bocarriba, con los ojos cerraditos, en posición relajada y nos tapamos con una manta (yo pensé: «Aquí me duermo») y con palabras suaves, fue dirigiendo lo que era el inicio de meditación.

—Sed conscientes de cada ruido de la sala —comenzó a decir—, de cada ruido exterior. Respirad por la nariz y sed conscientes de cómo entra aire por las fosas nasales y de cómo sale el aire de nuevo por la nariz. Ahora imaginad que cuando inhalamos el aire que entra es de color blanco y lleva energía pura; y cuando exhalamos, el aire que sale es de color negro y va limpiando nuestra energía interior… Una vez más… No os identifiquéis con los pensamientos, dejadlos pasar. Ahora decidimos estar con nosotros mismos, ya habrá tiempo para esos pensamientos. Ahora nosotros somos lo más importante… Respirad…

Al rato de esta práctica, nos dejó unos minutos en silencio. Un silencio que hablaba, solo que en ese momento aún no sabía qué me estaba diciendo. Me puse a pensar si los demás estarían sintiendo algo parecido.

Terminamos la clase, hablé con un par de compañeras, me parecieron diferentes a la mayoría de las chicas que solía conocer en las salidas durante el fin de semana. No sé, como más calmadas o con las cosas más claras; aún no tenía suficiente información para poder ver exactamente qué era. Después de hablar con la profesora, decidí apuntarme al curso de yoga Hatha. Eso sí, la próxima vez iría con ropa un pelín más elástica.

Tenía dos clases semanales, los martes y viernes por la tarde. Mientras, aprovechaba para ir informándome por internet de los tipos de yoga. Descubrí que el yoga estilo Hatha era el más físico; luego estaba el estilo kundalini, que se trabaja con mudras (posturas de las manos), pranayamas (respiraciones concretas) y con trabajos de fuego interior y voluntad. También existe el estilo Nidra, que es totalmente relajado, mediante la escucha de palabras y sintiendo emociones. Y otro más que me llamó la atención, el estilo Rajha, que se utiliza para el desarrollo mental. Vaya, pensaba que este tipo de actividades no estaba tan expandido y resulta que había detrás todo un mundo lleno de misterios por conocer.

El siguiente día de clase, ya más concienciado, presté atención a la decoración del centro, en especial, a los cuadros con dibujos. La mayoría resultó que eran mandalas (círculo o rueda) y signos tibetanos de palabras con ciertos significados, como el OM (que tenía un dibujo que ya había visto anteriormente) o el Bodhi (rueda del Dharma), que significaba iluminación, así como algunas figuras de diferentes religiones o filosofías. Le pregunté a Azucena por qué había tantas cosas en el aula.

—Sobre todo ayudan a que haya una vibración acorde con lo que trabajamos —empezó a decir—. Por ejemplo, el OM significa compasión o ese mandala que está detrás de ti, redondo y con predominio del color amarillo, se creó con una intención, algo así como «desde mi verdadero yo, tengo y envío simpatía y luz». Luego, las imágenes y figuras reflejan un tipo de intención, dependiendo de la religión a la que pertenezcan. Por ejemplo, la madre divina, que es la virgen María en el cristianismo, Isis en el antiguo Egipto, Ixchel o Tonantzin en la cultura maya o Guan Yin del taoísmo, por mencionar algunas, dan un significado de amor sin límites y de ayuda a la transformación interior.

—Imagino que, dependiendo de lo que quieras transmitir en tus clases, pones unos mandalas o figuras concretas —le dije.

—Sí, claro. Sobre todo ahora buscamos armonía, pero sin olvidar ese sacrificio que físicamente hay que hacer para ir mejorando con esfuerzo y voluntad.

—Azucena, una cosa, con el tema de la vibración individual de cada cosa o del conjunto de las cosas que tienes, ¿a qué te refieres?

—Es uno de los siete principios universales de Hermes Trimegisto.

—¿Hermes? ¡Ah! Ese nombre me suena de la metafísica, de cuando vivía en México. —Recordé al instante.

—Sí, Trimegisto significaba algo así como el tres veces grande y Hermes, se dice, era un gran maestro de la antigüedad. De ahí viene la palabra «hermético», ya que en su día solo se comunicaba la información crucial de boca a oído a otras personas que pudieran entender este lenguaje de la vida. Ha habido tiempos en los que el desconocimiento y el poder hacían que se castigara incluso con la muerte solo por hablar de estas cosas, porque siempre han existido personas a las que no les interesaba o les daba miedo que la gente supiera cosas transcendentes para el ser humano. Y fíjate que se remonta a más de tres mil años pero, aunque para muchos esta información está olvidada, sigue estando presente, queramos o no.

—Vaya, chica, pues sí que me has despertado la curiosidad. ¿Y ese Hermes es el que hablaba de la vibración?

—Sí, la sinergia. Ha sido uno de los grandes maestros que han compartido este saber. Más o menos dice que todo en su principio es energía. Por ejemplo, un átomo tiene positivo, negativo y neutro y está en continuo movimiento. Muchos átomos crean más energía y esta, al estar en movimiento, vibra. Al vibrar, produce unas ondas que, si estás muy sensitivo, puedes sentirlas, y si no lo estás, te llegan, pero como no las ves ni las entiendes, te pueden afectar para bien o para mal sin ni siquiera darte cuenta. A esto lo llamamos tener despierto el sexto sentido, que es el emocional.

—Jolín, pues sí que hay tema para aprender, ¡madre! Muchas gracias por tu tiempo, Azucena, mil gracias.

—Nada, hombre, gracias a ti por interesarte por este conocimiento y prácticas. Es bastante raro que los hombres presten atención a estas cosas, parece que la necesidad de la conciencia gracias a la máquina va a ser de grandes proporciones. —Sonrió con cierta ironía afable.

En los siguientes días, leí cosas sobre Hermes. Descubrí que había un libro que hablaba de los siete principios universales que se llamaba Kybalión, de los tres iniciados. Aunque era muy resumido, la información provenía a su vez de una tal Tabla esmeralda, que a su vez se basaba en principios de alquimia y de la Gran Obra, conceptos fascinantes que descubriría más adelante conforme fui adquiriendo más conocimiento y comprensión.

 

Los siete principios (que a su vez tienen subprincipios) son:

1.º Principio del mentalismo: Todo es mente, el universo es mental. Uno de los subprincipios es la famosa ley de atracción de la que tanto se habla en relación con el libro El secreto.

2.º Principio de correspondencia: Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba y como es adentro es afuera. Esto, a su vez, tiene siete planos de influencia entre los que están el físico, el mental y el espiritual (emocional).

3.º Principio de vibración: todo está en movimiento, todo vibra.

4.º Principio de polaridad: Cada cosa tiene dos polos, un par de opuestos, que en realidad son 2 extremos de la misma cosa, idénticos en naturaleza pero diferentes en grado, los extremos se tocan. (Cuando entendí este principio y lo empecé aplicar en mí, me cambió la vida).

5.º Principio del ritmo: Todo se mueve como un péndulo, el ritmo es la compensación.

6.º Principio de causa y efecto: La suerte solo es un nombre que se le da al principio no identificado, hay muchas causalidades, pero nada escapa a este principio.

7.º Principio de género: Todos los planos tienen parte masculina y parte femenina en diferentes grados, en el plano físico es la sexualidad.

Otro día de clase, y con la confianza aumentada en Azucena, quedamos para tomar algo y aproveché para preguntarle más cosas; a la vez, «el roce hace el cariño». Salió el tema de la meditación.

—Mira, Miguel, los tipos de respiración y las visualizaciones son solo, digamos, un 5 % de una verdadera meditación. El objetivo final es observar los pensamientos y las emociones y educar a la mente a pensar cuando la necesitemos y no cuando ella quiera para vibrar y focalizar correctamente, ya que toda la vida le hemos dado ese poder y ahora parece que no tenemos la capacidad de parar los pensamientos y evitar que lleguen a un grado en el que podemos somatizar, como dicen los médicos, y enfermar. De esa manera, no solo podemos evitar un proceso de depresión (ansiedad, pérdida del apetito, insomnio, cambios de estado de ánimo, etc.), si no tener la capacidad de dedicarle el tiempo que queramos a las soluciones y decisiones, y parar y dedicarnos a otras cosas cuando vemos que se ponen muy densas.

—Oye, chica, eso me lo tendrás que repetir, que tú lo dices como de carrerilla y esa forma de meditar no es la que nos enseñas o, por lo menos yo, aunque sí veo que me sienta muy bien, no soy capaz de parar la mente a voluntad.

—Claro, hombre, para eso hace falta mucha práctica. De momento, que por lo menos entiendas que poder, se puede. Cada vez que te pones a ello, avanzas un pasito más. Es como el que quiere correr una maratón, que debe ponerse a correr casi a diario y aun así le costará meses de entrenamiento, pero cada día que sale a correr, avanza un poco en su objetivo. Bueno, de todas formas, de momento, si quieres saber más, lee sobre los tipos de meditación, que hay muchos, y seguimos con este tema, que es bastante profundito…

—Sí, profundo, profundo…

Pues allí estaba yo de nuevo esa noche leyendo sobre tipos de meditación. Había de tipo «contemplativo», en la que no hace falta abrir los ojos sino ser consciente de cada sentido físico. La «budista», basada en mandar amor y compasión a todo el mundo. De tipo «mantralizada», donde se usan palabras de poder y mantras para usar la vibración para realizar cambios. De tipo «activa», en la que se medita en movimiento, como los sufíes con sus vueltas y vueltas. La de tipo «vipassana de goenka», que se basa en ser conscientes de cada parte del cuerpo y, mediante las sensaciones en la piel, descubrir qué tenemos adormecido o, al contrario, demasiado movido. Aunque la que más me llamó la atención era la «transcendental». Se supone que mediante una especie de autohipnosis somos capaces de entrar en unos niveles bajos de hercios de la mente y, a su vez, más cercanos a los sentimientos donde se producen los cambios más profundos y duraderos (transcendentales) de comprensión, conexión y apertura del sexto sentido. Con este conecté mucho ya que mi problema era ser demasiado mental y, aunque me había leído algunos libros que me ayudaron bastante, como El caballero de la armadura oxidada, El principito o El monje que vendió su Ferrari, podría ser la clave para terminar totalmente con ese autocontrol y llegar a un equilibrio más verdadero.

En una de las webs, vi un tipo de meditación de conexión con los ángeles protectores y me vino a la mente un recuerdo de México, donde existen los «llamadores de ángeles», que son como bolas de metal muy bien decoradas con otra bolita dentro que suena al moverla y que usan para llamarlos cuando quieren proteger la casa o algún viaje concreto (vamos, para cualquier cosa que se pudiera pedir protección). Me decidí a probarla en mis dos hijas, por supuesto. Mis mujercitas maravillosas que más quería proteger en esta vida.

Mari Nieves fue la primera en nacer. Ya tenía 18 años y era alta, guapa, femenina y bailarina de hip-hop con varios premios reconocidos; era la más parecida a mí en sentimientos y con la que había tenido mucho apego desde pequeña. Luego estaba Noelia, la segunda, ahora con 16 años, rubia, ojos azules, alta, deportista, su pasión era el fútbol y varios equipos la querían fichar, aunque se le daban bien todos los deportes. Tenía una sincronía física muy elevada y estaba dos o tres años por delante de sus congéneres en el deporte que se pusiera; era la más parecida a mí en gustos, nos encantaba compartir los videojuegos y las series manga. Era más reservada que su hermana, pero con un potencial que, cuando ella misma se reconozca, se sorprenderá.

Uno de los fines de semana que iba a verlas, se lo propuse. La grande me ayudó a convencer a la pequeña y, en la habitación que compartían con dos camas, nos propusimos tener la experiencia. Las dos se acostaron y, con intentos iniciales de relajación, empecé a leer la meditación guiada. Tenía a mi favor que de pequeñas les leía mucho y siempre me decían que mi voz las tranquilizaba bastante y se quedaban dormidas en poco tiempo, así que igual me ayudaba a crear un estado de relajación más rápido, aunque esperaba que no demasiado y me quedara hablando solo.

El proceso de la meditación comenzaba con unas respiraciones y un conteo del 1 al 10. Después, una visualización en la que se está en una playa sintiendo viento, escuchando el mar, el agua que les acariciaba los pies… Hacían una llamada a su ángel de la guarda para recibirlo, abrirle la puerta de su vida y pedirle protección desde el amor. Entonces, llegaba alguien rodeado de luz y les decía algo al oído y terminaba despidiéndose con un abrazo; todo ello creado en un ambiente de mucho cariño y amor.

Una vez terminada la meditación, Mari Nieves dijo que al final lo vio, pero que le había costado mucho y no escuchó nada, si es que le dijo algo. Noelia se levantó muy sorprendida y contenta porque lo había visto perfectamente, que se había sentido muy bien, que le había hablado, que parecía muy real. Vamos, que a pesar de parecer ser una persona con más corazas, había conectado más en ese proceso de meditación y de desconexión mental. Nos quedamos contentos con lo que había compartido.

Con el tiempo, meditaron alguna vez más y me acompañaron a algún curso, pero ellas tenían su propio proceso; sobre todo, adherido a su edad y solo con el paso de tiempo y múltiples experiencias, despertarían su curiosidad para conocer más cositas de este tipo.

Volviendo al tema del curso de Azucena, y después de compartir temas profundos, llegó un momento en que este tipo de yoga no me llenaba bastante y seguí buscando en Albacete. Descubrí que, aunque relativamente pequeña, cuando uno conecta con esa fe interior, las cosas simplemente llegan cuando uno está preparado para recibirlas.


CAPÍTULO ٤

MIGUEL (MEDITACIÓN PROGGA Y CAMINOS HORIZONTAL Y VERTICAL)

Es increíble cómo las personas a veces nos vamos a los extremos. En algunas conversaciones se hablaba mal de la maquinita, en plan: «eso no es real», «seguro es otra forma de controlarnos manejando de alguna forma los datos que saca por pantalla» o «los cursos que están sacando para que la gente amplíe esa conciencia son manipulados por empresas que les interesa abrir mercados nuevos de ingresos».

Entiendo que muchas veces es difícil comprender las situaciones, a veces es incluso imposible, al no tener la información suficiente para poder definirlas, aunque lo que sí estaba claro eran los precios de las clases. Muchos de ellos solo pedían una donación para gastos del local y aun así había gente que decía que era «señal de que alguien los patrocina porque les interesa tenernos aquí controlados».

También los impedimentos que ponían políticos, bancos o algunos empresarios eran señales inequívocas de que a muchas personas de las que suelen mentir, no les interesaba . Como decía un buen amigo: «La mejor mentira es la que está escondida entre dos verdades». Lo llamaba el sándwich de la mentira escondida. Supongo que era parte de un proceso que se tenía que recorrer ya que, a mayor nivel de sociedad corrompida, mayor grado de compensación era necesario para equilibrarlo, como dice el principio del ritmo de nuestro amiguete Hermes.

Poco tiempo después, tuve la oportunidad de una nueva experiencia. Solo habían pasado diez días y leí de un curso de meditación tipo transcendental llamado La Casa Mental que se impartía de manera gratuita en el centro de Albacete capital. Pedí plaza por internet y, aunque ponía plazas limitadas a ciento veinte, parece que estaba completo. Al final, alguna plaza les quedó libre porque me confirmaron que podía asistir al curso. Tenía que ser mi momento, todo pasa por algo.

El curso se impartía durante cuatro sábados por la tarde, con sesiones de cuatro horas que hacían dieciséis horas en total. Eso sí, en el correo que me mandaron ponía que si fallase un día, no podría continuar con los restantes, aunque sí me valía como adelanto para otro curso que se impartiría después.

Era un edificio antiguo. La asociación estaba en la primera planta, en la entrada confirmaban nuestros datos y señalaban la asistencia. Ya en la sala principal había múltiples filas de sillas. Al fondo, una mesa elevada pero sencilla y velas e incienso colocados encima de ella. Aquel lugar se llenó hasta tal punto que algunas personas se sentaron en esterillas por el suelo apoyados en la pared. Una mujer de unos sesenta años muy delgadita se me acerco y me dijo con una voz muy cálida:

—No te preocupes por nada, ya has encontrado tu lugar. Lo que estabas buscando está aquí.

—Pero ¿nos conocemos? —contesté como acto reflejo.

—Aún no. Voy a seguir preparándome, disfruta del curso.

Y me dejó con la incertidumbre. De todos modos, me fui fijando a ver si hablaba con alguien más, pero los que hablaban con ella se le acercaban, no era ella la que iba a su encuentro. En fin, ya sabría más.

Pusieron las luces más suaves y en la mesa del centro se sentó ¡justo la mujer que me había dicho aquellas palabras! Dijo que se llamaba Pepi, una de las cinco guías del centro, y presentó a las otras cuatro personas. En total eran cuatro mujeres y un hombre. Explicaron que era la última clase que daban juntos porque se tenían que repartir por varias provincias de España tras la magnitud de solicitudes de nuevas aperturas de esta meditación que les habían pedido. Explicó que el curso se basaba en la experiencia de un hindú que desde muy pequeño había vivido en un templo de su país, que allí la llamaban la «meditación del monje» y que en un momento de su vida decidió viajar a otros países, se quedó en España a trabajar y de paso compartir esta meditación con otras personas.

Allí estaba yo, colocado en primera fila (también es verdad que me sentí allí porque de oído no iba muy fino) y esta mujer, en este primer día del curso, iba explicando cosas como que la meditación no era parte de ninguna religión, sino que valía independientemente de la creencia de cada uno, que era una forma de detener la mente y de entrar en contacto con esa parte pura de nuestro interior y que el corre, corre diario no nos dejaba prestarle la atención necesaria para encontrar armonía, equilibrio, paz y, en definitiva, la felicidad que todos internamente tenemos, y que cuando observemos y comprendamos estas emociones, podremos ampliar más todas ellas.

También hablaba de los tipos de respiración y lo importante de usar los pulmones en su totalidad porque el oxígeno pasa por ellos, de ahí a la sangre y a todas las partes de nuestro cuerpo, incluido el cerebro. Por eso, cuando uno tiene un ataque de ansiedad, lo primero que te dicen es cómo respirar: coger aire por la nariz, soltarlo por la boca y esa atención que ponemos en la respiración correcta, además de mejorar la oxigenación, no deja que la ansiedad crezca y la frena en gran medida. Ellos trabajan con dos tipos de respiración, la primera es la de nariz-boca, para descargar tensiones, y la segunda es la que llamaban «respiración consciente», que es la de nariz-nariz para ir bajando los megahercios de actividad mental hasta un nivel llamado «Alfa».

 

Luego hicimos unos ejercicios de respiraciones, otro de relajación recorriendo todo el cuerpo y sus sensaciones y una meditación que trabajaba el equilibrio de los dos lados del cerebro, derecho e izquierdo, para activarlos mejor. Hubo un descanso a las dos horas y tuve la oportunidad de conocer a un compañero, Paco, muy buena gente. Terminamos siendo buenos amigos por muchos años.

Después del descanso, explicó que esta meditación se basaba en una casa mental que íbamos a crear del tamaño, modelo o en el lugar que quisiéramos. Solo debía tener unas habitaciones y sitios concretos definidos para poder trabajar en ellos una vez nos pusiéramos a meditar y donde se observarían y comprenderían las emociones físicas, mentales y emocionales de todos los niveles que fuéramos detectando. De esta forma, una vez conociéramos las herramientas, no necesitaríamos a nadie para guiarnos en la meditación para que en cualquier momento pudiéramos ponernos a observar lo que nos pasaba y mejorarlo con cada meditación que realizáramos de forma autosuficiente. Teníamos que crearnos como tarea para el próximo sábado una idea de cómo queríamos esa casa mental y crearla en meditación con las respiraciones y visualizaciones. Con el tiempo, aprendí que además es un buen test para saber la capacidad personal de cada uno de visualizar.

Al terminar, me quedé hasta el final y hablé con Pepi. Aunque no me dejó claro por qué me había mandado ese mensaje a la entrada, sí sentía que era una mujer muy especial.

El sábado siguiente fui tempranito para sentarme de nuevo en la primera fila. El curso lo dio una compañera, María José, y fue preguntando uno por uno sobre la creación de la casa mental. Era importante que todo el mundo pudiera tenerla para así tener acceso a las herramientas que allí se iban a practicar. La sala seguía estando llena. Si había faltado gente ese segundo día, no era perceptible a primera vista. María José explicó el proceso de la meditación:

—Nos colocamos en posición cómoda con las manos encima de las piernas. Empezamos haciendo tres respiraciones nariz-boca y luego un mínimo de siete respiraciones nariz-nariz. Luego, visualizamos que estamos bajo una catarata y sentimos cómo el agua fresca recorre nuestro cuerpo. Seguidamente, nos metemos en un ascensor de luz y hacemos un conteo del diecinueve al uno con parada en el diez y una respiración consciente. Una vez lleguemos al uno, estaremos más abajo del nivel de onda cerebral aproximado Alfa y llegaríamos al nivel Theta, que es donde hay que intentar mantenerse. En ese momento, hacemos otra respiración y entramos a nuestra casa mental o templo personal. Tenemos una gran sala con una fuente de agua en el centro y una claraboya por donde pasan rayos del sol. En el lado derecho de la sala, hay un ascensor desde donde se accede al centro de ayuda y es donde se hará el trabajo más profundo de toda la meditación, justo situado al lado del centro de salud, para concentrar la energía focalizada en el punto que queremos curar, con ayuda de un médico personal que tenemos dentro. En el lado izquierdo, vamos a situar la sala de proyección mental, desde donde usaremos la ley de atracción a un nivel intenso para pedir cosas, más bien de necesidad material, y al fondo tenemos acceso a nuestro jardín, desde donde se abrirán los siguientes niveles de acceso, un poco más adelante. Hoy vamos a trabajar con el centro de salud y la sala de proyección mental.

Hicimos la parte práctica de la meditación, todos con los ojos cerrados y siendo guiados por María José. Vivimos esta experiencia, que me resultó fascinante y enriquecedora. En el centro de salud se nos debía aparecer una persona que iba a ser el médico. A mí se me apareció una mujer, pero la cara y las manos eran como de luz, no tenía rasgos definidos e hicimos una serie de pasos para focalizar sobre el estado de salud que queríamos mejorar. Me encantó la parte donde la médica recogía energía y, junto con mis manos, posábamos las cuatro en el punto que quería mejorar y realmente sentí una sensación… difícil de explicar con palabras.

La parte de la proyección mental era muy parecida a la forma de focalizarlo que usa el principio de la ley del mentalismo de Hermes. Se pedía siempre en positivo, visualizando lo que queríamos tener como si ya lo disfrutáramos y se terminaba con un «en armonía con todo el universo» y dando las gracias a lo que cada uno sintiera. Personalmente, daba gracias a la energía suprema. Esta herramienta se debería usar con lo que pidiéramos todos los días y cuarenta días seguidos (a menos que se consiguiera antes, claro) y, si en algún momento falláramos un día, había que comenzar desde el principio ya que se perdería esa continuidad de la energía necesaria para la conexión.

Realmente, era como la famosa ley de atracción, solo que entendiéndola desde la raíz, menos superficial. Yo estaba encantado, ya que me gustaba saber el origen de todo.

El tercer sábado, volvió Pepi a darnos la clase. Explicó una meditación para hacer antes de dormir, para poder conciliar mejor el sueño, hasta algunos ronquidos llegué a escuchar de fondo. Yo me quedé dormido un breve tiempo, o sea que funcionaba.

Después explicó la meditación usando el centro de ayuda. Una vez más todos, meditando y tras pasar las fases iniciales y el conteo, llegamos a la sala central y nos acercamos al ascensor para bajar al centro de ayuda. Pepi explicó que en este lugar se realizan los trabajos más profundos del tipo emocional, como quitar los vicios, fobias, adelantar la fase de los duelos. Allí nos esperaría una persona que sería el enlace con nuestro ser. Íbamos a bajar unas plantas para intentar llegar a la onda cerebral Delta, que es justo la frecuencia más cercana al sueño y donde se pueden realizar los cambios más profundos y duraderos. Pasamos a este ascensor y bajamos siete plantas y, en mi experiencia, al salir del ascensor, me encontré con una persona que era yo mismo pero veinte o treinta años mayor, pelo y barba blanca y muy arreglado, tipo caballero inglés. Nos dimos un abrazo y, continuando con la meditación, pasamos a una sala donde había tres pantallas. En la primera, y siempre acompañados de esta persona, vimos y observamos la situación que queríamos cambiar tal y como era en el pasado. En la pantalla del centro, después veríamos cómo está en el presente y en la última pantalla, al final, veríamos cómo queremos vivir realmente esa situación en el futuro. Después, se intentaba compartir la experiencia con esta persona o acompañante y salíamos por el ascensor de nuevo a la sala tras una despedida cariñosa.

Por último, antes de salir de la meditación, había cinco o seis frases que trabajaban emociones concretas y que, pronunciadas interiormente, reforzaban esos estados por lo que salíamos, si cabe, con más fuerza y seguridad de la meditación. Siempre había que salir despacio, para que el cambio de frecuencia no fuera brusco, porque podría ocasionar malestar o mareos.

Impresionante esta meditación fabulosa, notaba agradecimiento interno.

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