Universos en expansión

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Universos en expansión
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa




Colección Investigaciones

Universos en expansión. Antología crítica de la ciencia ficción peruana: siglos XIX-XXI

Primera edición digital: abril, 2019

© Universidad de Lima

Fondo Editorial

Av. Javier Prado Este 4600,

Urb. Fundo Monterrico Chico, Lima 33

Apartado postal 852, Lima 100

Teléfono: 437-6767, anexo 30131

fondoeditorial@ulima.edu.pe

www.ulima.edu.pe

Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima

Ilustración de carátula: Imágenes utilizadas conforme a la licencia de Shutterstock.com

Versión e-book 2019

Digitalizado y distribuido por Saxo.com Perú S. A. C.

https://yopublico.saxo.com/

Teléfono: 51-1-221-9998

Avenida Dos de Mayo 534, Of. 404, Miraflores

Lima - Perú

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio, sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN 978-9972-45-489-9

Índice

Introducción

Capítulo 1. Ciencia ficción: ¿hacia una teoría unificada?

Preámbulos

¿Es posible la teoría unificada?

La utopía: elemento transversal de la ciencia ficción (CF)

Capítulo 2. Un panorama tentativo de la ciencia ficción peruana

Los primeros tramos

La ciencia ficción peruana: un desafío a las previsiones

El siglo XIX: el horizonte formativo

Modernismo: la conciencia de lo nuevo

Vanguardia: ampliación del horizonte

Década de 1950: la conexión hacia el futuro

La Edad de Oro: 1968 a 1977

De los turbulentos ochenta hasta nuestros días

Capítulo 3. Antología crítica de la ciencia ficción peruana

Nota introductoria

Ciencia ficción peruana: ¿blanda o dura?

Tematología

Siglo XIX

Julián del Portillo

Modernismo

Clemente Palma

Abraham Valdelomar

Vanguardia

Manuel A. Bedoya

César Vallejo

Década de 1950

Héctor Velarde

Eugenio Alarco

Década de 1960

José B. Adolph

Década de 1970

Juan Rivera Saavedra

Harry Belevan

Década de 1980 hasta nuestros días

Adriana Alarco de Zadra

Luis Freire Sarria

Aland Bisso

Enrique Prochazka

Carlos Herrera

Jorge Valenzuela Garcés

Tanya Tynjälaä

José Donayre Hoefken

Daniel Salvo

César Anglas Rabines

Luis Arbaiza

Alexis Iparraguirre

Pedro Novoa Castillo

Carlos Vera Scamarone

Giancarlo Stagnaro

Yelinna Pulliti Carrasco

Carlos Saldívar

Carlos de La Torre Paredes

Alejandra P. Demarini

Referencias

Introducción

En los últimos veinte años, se han producido recomposiciones significativas en el sistema literario del Perú. Géneros que experimentaron largo tiempo una suerte de invisibilidad por parte de los agentes oficiales y pontífices de opinión —encargados de moldear el canon a la medida de sus intereses— se desarrollaron por vías alternas y establecieron su propia dinámica, sometida a las búsquedas de autores no integrados a las corrientes principales o que decidieron instalarse por cuenta y riesgo en terrenos fronterizos. La crítica convirtió a estas tradiciones ocultas en apenas una curiosidad, o en una práctica evasiva o escapista sin mayor relevancia en el panorama general.

El discurso hegemónico u oficial orientado desde la academia, que elevó a las escrituras realistas a una especie de sitial excluyente respecto de cualquier otra poética, petrificó a la literatura del país en un limbo donde solo el realismo y su mímesis constituirían la marca genética de la narrativa, lo que no ocurrió con la poesía, que acusó un desarrollo acorde con los modelos de Occidente y atravesó por casi todas las etapas, graficando así un diálogo fructífero y hasta original con los centros metropolitanos de la creación.

A fines del siglo XIX, desde las esferas del poder político, se intentaba construir una representación ideológica de sujetos también invisibles o estigmatizados como un obstáculo para la inserción de los ideales del progreso: los indígenas. Mediante esta visión paternalista, la vieja oligarquía se propone un rescate o una asimilación de lo que se considera un problema para sus aspiraciones de adscripción a un orbe civilizado.

Por su parte, el modernismo, primera corriente estética genuinamente hispanoamericana (Paz afirmó en Los hijos del limo que fue “nuestro Romanticismo”), se interesó no solo por el exotismo alrededor del incomprendido universo indígena, sino también por lo macabro, lo gótico, lo onírico, la ciencia y el ocultismo. Lo anterior fue precisamente germen de lo que más tarde desembocaría en las primeras muestras de narrativas no realistas: la fantástica y la de ciencia ficción. La segunda de estas prácticas será el núcleo de la presente aproximación a modos apartados de las líneas convencionales en la historia de la narrativa peruana.

En las dos vertientes destacaron creadores cuya genealogía corresponde al modernismo como sustrato formativo e identidad temprana: Clemente Palma, Ventura García Calderón, Abraham Valdelomar y César Vallejo. Son escritores de intereses múltiples y cosmopolitas, interesados por el cultivo de diversos registros. Esta inquietud intelectual y expresiva los lleva a explorar mundos alternativos, extraños e insólitos, con reminiscencias de Poe y sus discípulos franceses parnasianos o simbolistas —Baudelaire, Rimbaud y Mallarmé—. Las razones de por qué la tradición emergente que parecían estar edificando no prosperó o se prolongó sin intermitencias aún son materia de abordaje en estudios contemporáneos, como los efectuados por Elton Honores o Audrey Louyer.

 

La presente antología crítica se plantea, como objetivo primordial, dar cuenta de la ciencia ficción escrita en el Perú desde el periodo aludido líneas arriba hasta nuestros días. Las razones de esta elección pueden resumirse en una sola: se trata de una corriente anómala en una literatura marcada por la estética realista y producida en una sociedad alejada de las metrópolis culturales.

Desde que Julián del Portillo publicara por entregas una novela atípica titulada Lima de aquí a cien años (1843), en el diario El Comercio, sonó la primera campanada paradójica que caracterizaría al género en nuestro país por más de ciento cincuenta años. Solo habían pasado veintiún años desde la ruptura política con España y un escritor del cual existen pocos datos fehacientes asumía la tarea de apostar por el futuro en un contexto anárquico devastado por el caudillismo. El acontecimiento, mucho más tarde reivindicado por especialistas como Daniel Salvo —voz contemporánea de la ciencia ficción (CF) nacional—, debió enfrentar posteriormente el olvido, en un país que parecía exigir apego a la realidad en cantidades torrenciales.

Cuando la obra de Portillo apareció, aún se encontraban a gran distancia en el tiempo los primeros textos de Julio Verne y de H. G. Wells. ¿Cómo en un país atrasado que no era sino prolongación de una antigua metrópoli expoliadora e insertó en las colonias su ideología de castas feudales se generaba una obra semejante? Los protagonistas, merced a un ingenuo recurso —la intervención de un hechicero— despiertan un siglo después en una ciudad apenas reconocible, donde la transformación operada por la tecnología ha hecho de la urbe un espacio organizado bajo patrones de funcionalidad racionalista.

Es precisamente una narración utópica inusual, y en apariencia imposible para un medio donde la ciencia estaba en una fase primigenia, germinal, de escaso interés para gobiernos y élites dominantes, que no veían en ella un instrumento de desarrollo en la búsqueda de esa República superior en la que sí creía Portillo. La Ilustración, que sirvió de base filosófica e ideológica a la secesión de España, no logró que las disciplinas experimentales formaran parte de un proyecto a largo plazo, con visión de país. Pero sí la hizo esa naciente literatura, precisamente en un territorio paupérrimo, cuya sociedad estamental y racista prolongaba todos los modelos imperantes durante trescientos años de presencia española.

Salvando las distancias, con Portillo y Lima de aquí a cien años ocurrió algo similar a lo que sucedió con algunos autores iniciadores de la modernidad poética: no es fácil explicar cómo pudieron surgir en una periferia cultural. Los casos de Eguren o Vallejo son, en ese sentido, muy ilustrativos. Se convierten en figuras anómalas, fuera de lugar: creadores de una dimensión semejante o paralela a la de los portavoces de las grandes vanguardias europeas —aquella que se consolidará en 1922, cuando aparecen Ulises de Joyce, La tierra baldía de Eliot y, por supuesto, Trilce, un poemario que quiebra por completo el horizonte de expectativas y coloca a su autor en la plana mayor de la literatura de su época—.

Esa misma crítica esclerotizada a la que ya hemos aludido no solo se encargó de satanizar a Clemente Palma (otro de los padres fundadores de la CF peruana) y de casi eliminarlo de la historia —luego del maltrato a Vallejo—, sino que además colocó a la gran producción narrativa del poeta nacido en Santiago de Chuco en un lugar bastante secundario, sin reparar en el hecho de que colecciones como Escalas o Contra el secreto profesional también estaban inaugurando otro momento para la prosa en el Perú.

A efectos de una aproximación objetiva y coherente al asunto, se ha dividido el libro en tres capítulos. El primero, “Ciencia ficción: ¿hacia una teoría unificada?”, es un recorrido necesariamente detallado a lo largo de los principales planteamientos teóricos en torno del género. Se ha recurrido a la bibliografía clásica y de mayor prestigio en el mundo académico de la actualidad. Todos estos materiales cuentan con una traducción española bastante correcta. Dada la naturaleza del trabajo, centrada en el desarrollo de la ciencia ficción en el Perú, hemos creído conveniente utilizar estas versiones, a pesar del origen indudablemente extranjero —en especial, anglosajón, de gran parte de los documentos—. Es el caso de los libros de Suvin, Jameson, Ferrini y Amis, varios de ellos pioneros en las investigaciones sobre el tema. Todos aportan incuestionables instrumentos en la caracterización de la CF, en la cual destacan como ejes conceptuales el extrañamiento cognoscitivo, el novum (desarrollado por Suvin) y la utopía, presentes en la mayoría de los estudiosos del tema.

El segundo capítulo, “Un panorama tentativo de la ciencia ficción peruana”, recorre la historia del género del Perú a partir del siglo XIX, hasta llegar a los autores contemporáneos. Se lleva a cabo una evaluación de los principales cultores mediante referencias críticas a sus obras más destacadas. La mayor parte de ellos figura en la antología que cierra el volumen. Los periodos abordados son modernismo, vanguardismo, generaciones del 50, 60 y 70 y, finalmente, la producción desde 1980 en adelante. Se presta especial énfasis a aquellos escritores que han realizado una auténtica contribución a esta práctica literaria en cada uno de los periodos mencionados.

El panorama no intenta agotar, obviamente, un canon o establecer líneas definitivas o tendencias inamovibles. Se trata de un mapeo, de un estado de cosas susceptible de modificaciones importantes, a medida que nuevos escritores y tendencias consoliden su posición en el sistema. De ahí que al final se incluya una lista amplia de narradores en actividad, muchos de ellos bastante jóvenes, llamados a ocupar un lugar protagónico en el futuro cercano. Por ahora, se trata de proyectos en construcción que se irán enriqueciendo, tanto en el plano de la forma como en el de los contenidos.

Y, en último término, figura la antología propiamente dicha. Esta se ha configurado de acuerdo con la periodificación ya aludida, siguiendo un estricto criterio valorativo de la contribución del autor; sea este recurrente cultor de la CF, o bien visitante eventual. Un ejemplo del primer caso es José B. Adolph; del segundo, Luis Freire. No se ha seguido un criterio generacional, pues varios autores llegaron a este campo muy tardíamente, como lo ilustra la escritora Adriana Alarco de Zadra, perteneciente a la generación del 50 y quien, sin embargo, empieza a publicar relatos de ciencia ficción junto a escritores surgidos en las décadas de 1990 y 2000.

Antes de la antología, se incluye una justificación de las elecciones y una concisa propuesta de tematología (es decir, las predilecciones de los autores peruanos acerca de grandes temas del género). Es obvio que también influye, como en todo ejercicio semejante, el gusto personal del que articula el conjunto. No obstante, el tamiz de aquello que debe de ser considerado como propuesta original o innovadora ha sido también afinado con los consabidos riesgos de las exclusiones.

Cada autor partícipe cuenta con una ficha crítica que antecede al cuento seleccionado, con el objetivo de especificar con detalles más precisos los contornos del creador y de la obra, atendiendo especialmente a la tradición a la que se adscribe. Uno de los parámetros en esta determinación es la oposición entre ciencia ficción dura y blanda (aclaramos para la segunda de estas que no es en absoluto peyorativa respecto de la primera). La diferencia radica en el enfoque: una construye universos en los cuales los detalles técnicos y científicos se exponen con rigurosidad y afán de exactitud; la otra se interesa en los efectos y en las consecuencias socioculturales que provoca la ciencia y sus alcances. Eso no significa que la ciencia ficción dura sea documentalista u objetiva, ni que la segunda no se interese por el rigor. Son modalidades de construcción que no se excluyen mutuamente, sino que pueden compartir elementos o instalarse en territorios híbridos.

A diferencia de otras tentativas similares, nuestra antología es la primera en plantear una visión integradora de la ciencia ficción escrita en el Perú como reflejo de su complejidad en tanto nación en proceso. Ninguno de los pocos precedentes ha tomado en cuenta ni la teoría sobre el género ni su dinámica. No es una muestra, cuestión aclarada por el escritor y estudioso José Donayre Hoefken, en el sentido que no supone una fotografía del momento. Por el contrario, Universos en expansión. Antología crítica de la ciencia ficción peruana: siglos XIX-XXI intenta un abordaje teórico que permita dilucidar, finalmente, el proceso de construcción de este género en nuestro país. También, establece marcas distintas a las exploradas por el crítico Elton Honores, quien es autor de la valiosísima Historia de la ciencia ficción peruana (tesis para optar el grado de doctor en Literatura por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos [UNMSM], aún inédita), que no incluye una selección de textos.

Los destinatarios naturales son los estudiantes de diversas áreas de las ciencias humanas y sociales, en general; y, en particular, los alumnos de literatura interesados cada vez con más entusiasmo en la CF peruana —en difícil pero ahora sostenida emergencia, y mejor atendida en la actualidad por los agentes del sistema literario—. Además, por supuesto, se orienta al público no especializado que también ha centrado su atención en estas prácticas culturales alternativas, en un escenario donde el realismo aún es vigoroso en sus distintas vertientes. Se espera que el libro se convierta en una referencia durante las próximas décadas para todos los investigadores peruanos, hispanoamericanos y extranjeros que se decidan a recorrer estos planetas.

Es de lamentar que, por un asunto de cesión de derechos, no puedan figurar textos de Alberto Hidalgo, José Estremadoyro y Enrique Congrains Martin. No ha sido posible localizar a los herederos de estos importantes autores, ya fallecidos. Aun así, su presencia en el panorama está debidamente argumentada.

Para concluir, es indispensable mencionar y agradecer a los autores que aceptaron generosa y amablemente integrar esta antología, lo cual se materializó en el permiso escrito para reproducir sus obras. En lo que respecta al gran autor y estudioso Daniel Salvo, la gratitud se afianza en el hecho de haber facilitado el acceso a importante bibliografía. Casos especiales son los de José B. Adolph y Héctor Velarde: sus deudos también se sumaron a la iniciativa y facilitaron las gestiones de un modo encomiable. Por último, un agradecimiento al Instituto de Investigación Científica (IDIC) de la Universidad de Lima por su permanente apoyo al proyecto que hoy se hace realidad en este volumen.

Capítulo 1

Ciencia ficción: ¿hacia una teoría unificada?

Preámbulos

Una delimitación teórica de lo que hoy denominamos ciencia ficción o ficción científica requerirá de un inevitable recorrido previo por el tiempo, pues solo de ese modo será factible cumplir con un objetivo primario: precisar los contornos de esta particular modalidad narrativa y despejar las variables de su naturaleza frente, por ejemplo, a la llamada literatura fantástica, problema que en la actualidad carece de una solución concreta, como bien sugiere Lorca (2010). Este argentino brinda una propuesta eficaz en torno del tema de la historicidad de la CF relacionada con el desarrollo tecnológico; a él volveremos en otras partes del presente trabajo.

Para Pringle (1995), la solución es más práctica y está asociada a una visión más integradora de los géneros: “Ciencia ficción es una forma narrativa fantástica que explota las perspectivas imaginativas de la ciencia moderna” (p. 11). No debe descartarse un punto de vista que parece deshacerse del problema fácilmente, puesto que representa la mirada de más de un estudioso con prestigio.

 

Ferrini (1971) también parece ubicar el género en un casillero semejante: “Toda historia de ciencia ficción contiene, por lo menos, un prodigio que parece no admitir más clave que el símbolo o la alucinación. Después, mediante un singular postulado, fantástico, pero no sobrenatural, improbable e imposible, acaba descifrándolo” (p. 6).

En diversos periodos, la narrativa de varias latitudes se ha interesado por la edificación de ficciones especulativas acerca de otras realidades o de otros mundos, tanto ubicados en la Tierra como en regiones alejadas de ella. El primer escollo es, obviamente, el hecho de que la ciencia, como teoría y praxis —en su fase premoderna—, apenas habría sido capaz de proporcionar elementos de apoyo o inspiración a relatos que, más bien, apuntaban a ejercer los poderes de la imaginación o la fantasía sin freno, cuando el conocimiento de la realidad aún distaba mucho del que, en siglos posteriores, sustentaría el inicio del género propiamente dicho.

En otras, palabras, el discurso y el método científico no se habían convertido aún en un paradigma modelador de las sociedades o de sus aspiraciones a otras posibles formas de organización o de interacción en el seno de las comunidades humanas. Lo que se produce, al parecer en abundancia, son construcciones que, por temática e inclinaciones, han sido destacadas por muchos especialistas como parte del edificio aludido: una especie de proto-ciencia-ficción, cuyos orígenes se remontarían a la Antigüedad. Ello aunque la ciencia, tal como se concibe desde la Era Moderna y la Ilustración, no sirva de impulso a las figuraciones de esta larga y primera fase, puesto que, como tal, no existía sino en estado embrionario.

Investigadores reconocidos por sus grandes aportes, como Suvin (1984), gustan de defender esta postura inclusiva, que suele partir de Luciano de Samosata (siglo I d. C.), autor de la Historia verdadera, libro en el cual se narra un delirante viaje a la Luna. En ese texto quedan planteadas diversas tentativas acerca de cómo podrían ser los habitantes selenitas y cuáles serían sus costumbres; por otro lado, también es cierto que los escritores producen sus historias desde los parámetros sicológicos y culturales impuestos por la época en que vivieron. Luciano no habría logrado escribir de otro modo, pues era un hombre de su tiempo y, como uno de ellos, su visión solo llega a lo que las coordenadas intelectuales le permiten.

En su indispensable Metamorfosis de la ciencia ficción, el croata Suvin perfila una trayectoria hiperbólica iniciada por Luciano, que se extenderá por casi dos mil años de continuidad hasta Tomás Moro, Rabelais, Cyrano de Bergerac (también gestor de un increíble periplo lunar) o Swift, con sus Viajes de Gulliver. Si algo de ciencia aparece en estas ficciones como elemento articulador, está supeditada a los lentísimos avances que había experimentado por oleadas desde su emergencia en Jonia, hacia el siglo V a. C., pero que no transformaría la vida de la humanidad sino hasta muchos siglos después.

El inglés Kingsley Amis (1966) es más enfático al respecto, cuando afirma que las imágenes del autor griego no pasan de “extravagancias acumuladas unas sobre otras”, sin ninguna base objetiva. Las observaciones de Amis son dignas de tomarse en cuenta, puesto que su obra El universo de la ciencia ficción constituye uno de los primeros intentos sistemáticos por despejar los terrenos del género y ubicarlo dentro de las expresiones artísticas contemporáneas, frente a una serie de prejuicios académicos que, por aquel entonces, hace medio siglo, y aún en los años siguientes, colocaban a la CF en una zona marginal o periférica de la literatura universal. Muchas de sus ideas están vigentes y han sido retomadas por otros estudiosos, especialmente en el asunto de la utopía, tema que parece recurrente, tanto en los mejores exponentes de la CF como en la perspectiva asumida por los estudiosos posteriores; tales como Ketterer (1976), Jameson (2009) y el mismo Suvin, quienes destinan varias páginas a lo que parece convertirse en un motivo central.

A Tomas Moro, autor de Utopía —que brindaría su nombre a una serie de narraciones que postulaban una humanidad evolucionada e ideal—, se le recuerda como el consecuente consejero de Enrique VIII que fue enviado al suplicio por oponerse al divorcio del monarca. Y es especialmente evocado por haber inaugurado una tradición narrativa que se ramificaría en varias direcciones, a partir de sus reflexiones acerca de un modelo político ideal entrevisto como posibilidad en el futuro, que no correspondía a un lugar o tiempo particulares. En su momento volveremos a las concepciones de Moro.

En cuanto a Rabelais y a Swift, Suvin (1984) los considera piedras angulares afines a Moro, con el añadido de que tanto Gargantúa y Pantagruel como Viajes de Gulliver parecen ser más bien antiutópicas y satíricas, pues ambas piezas, escritas con una diferencia de doscientos años, se dedican a fustigar a la sociedad francesa y británica, respectivamente, contra las que sus autores esgrimen las armas de la crítica de impronta renacentista, en el caso de Rabelais, y liberal, tratándose de Swift. Ambos, a través de viajes a dimensiones fantásticas, donde la exageración es el norte, sacuden las bases morales sobre las que se habitan sus contemporáneos.

En todo caso, la aspiración al progreso de la humanidad se aprecia con matices implícitos en Rabelais; este se basa en una reivindicación de los mecanismos pedagógicos que hagan del sujeto un ser libre y con discernimiento propio, frente al desgastado método escolástico que había entrado en crisis durante el siglo XVI. En el caso de Swift, el asunto de la superación del hombre queda mucho más velado, pues los tonos son escépticos y sombríos, nada alentadores con respecto a sus congéneres más primarios. Congéneres a quienes satiriza en la isla donde habitan los caballos sabios, hounnhyms, que han esclavizado a humanos degenerados, yahoo, bestias irracionales que desempeñan un rol inverso en un mundo dominado por una especie que ha evolucionado en dirección precisamente contraria a la humana.

En la visión de un buen número de especialistas, este componente ha sido inseparable de la CF hasta la actualidad; aunque, al igual que en el caso de Luciano de Samosata, el término ni siquiera existía. El ya citado Ketterer (1976) alude a una “imaginación apocalíptica” también inherente a este tipo de narraciones, coincidiendo en alguna medida con los conceptos sumamente inclusivos de Savin. Para Ketterer, que no usa los términos en un sentido catastrófico, la clave del enfoque reside en el hecho de que la CF nace de una inquietud prospectiva a propósito de “un final de los tiempos” o, en un registro más contemporáneo, una proyección hacia lo que vendrá (parafraseando una novela de Wells llevada al cine por William Cameron Menzies). A esto retornaremos luego.

No obstante, eso no impide aceptar que también muchas piezas magistrales han abordado el lado destructivo y oscuro de esa posteridad, un efecto exclusivo de las miserias humanas y de su capacidad como especie para fagocitarse a sí misma. Y aunque no toda la literatura de ciencia ficción se inscribe dentro de lo que calza bajo el rótulo de anticipación, ese aspecto visionario es uno de los más frecuentados por los autores capitales y por los menos dotados, o por quienes la cultivan dentro de fórmulas estereotipadas y poco profundas. De ello se infiere fácilmente que, como en todo campo literario, la CF también está sometida a los patrones de producción y consumo que, junto a los textos canónicos, determinan la existencia de obras menores y superficiales.

A pesar de todas las aproximaciones, justificables en diversos grados, no es sino hasta comienzos del siglo XIX cuando el movimiento romántico avanza por Europa, desde Alemania e Inglaterra, que es factible datar el nacimiento de la ciencia ficción en su acepción propiamente dicha. La razón como paradigma había entrado en crisis en el arte y en las sensibilidades. El neoclasicismo, precepto oficial de la Ilustración en terrenos estéticos, ya poco tenía que hacer frente a la agresiva embestida del irracionalismo; que redescubre, en las perspectivas de ilustrados como Rousseau y Goethe, a la naturaleza como fuente de misterio e inspiración. La narración gótica, aquella que transcurre en atmósferas viciadas por lo sobrenatural y en escenarios lúgubres, se genera en el seno de un agotamiento del modelo instalado en el siglo precedente, que había pretendido someter cada resquicio de la actividad humana a las implacables leyes de la razón.

Es una época de grandes contradicciones y anhelos libertarios que ve al hombre como un potencial sustituto de Dios, en tanto este ya sería capaz de manipular las leyes naturales. Sin embargo, dada la fuerte impronta de las pasiones y de la intuición, también existe una preocupación por un orden secreto e invisible que, de ser vulnerado, acarrearía un descontrol de inimaginables resultados. E. T. Hoffmann, uno de los pioneros, hizo eco de aquellos conceptos en una narración considerada hoy canónica, “El hombre de arena”, en la cual introduce la figura de una autómata, Olimpia. Estas inquietudes no habían pasado el marco de una mera curiosidad de feria y de exhibiciones en los salones de las clases dominantes. Con Hoffmann hace su aparición en la literatura uno de los motivos esenciales del género, extendido hasta nuestra época: el ser artificial con aspecto humano, capaz de parecerse a él en todos sus detalles.

No obstante, quien propiciará un giro definitivo hacia la modernidad será una escritora inglesa, consorte del poeta Percy B. Shelley. Como resultado de un desafío, en el cual la leyenda incluye a Lord Byron y a su propio esposo, Mary W. Shelley (1797-1851) publicó en 1818 Frankenstein o el moderno Prometeo. Para la mayoría de expertos, esta novela, ubicada aún dentro de los predios del terror gótico y de la narración fantástica, debe ser considerada una suerte de año cero respecto al surgimiento de la ciencia ficción. Su influencia a lo largo de casi doscientos años ha sido determinante para el proceso que implicaría construir la identidad de un tipo de ficciones, cuyo motor son los avances científicos en tanto fuente de inspiración, con el aditivo de que, según Scholes/Rabkin (1982), al ser humano “le resultaba concebible un futuro diferente, un futuro, concretamente, en el que los nuevos conocimientos, los nuevos hallazgos, las nuevas aventuras y mutaciones, conformarían una vida radicalmente alejada de los esquemas familiares el pasado y del presente” (p. 17). Para estos autores, el periodo en el cual se inscribe la novela de Mary Shelley ya es capaz de abordar los conceptos tanto de lo natural como de lo sobrenatural, dentro de una mutabilidad histórica.

Víctor Frankenstein, médico obsesionado por crear vida en el laboratorio, empleará una fuerza ya aceptada por la comunidad científica de su tiempo: la electricidad. Con ella logrará que una criatura fabricada sobre la base de retazos (diversas partes de cadáveres de ajusticiados) despierte y adquiera conciencia de sí misma, y se rebele posteriormente contra su padre-creador, a quien buscará destruir en una persecución hasta los confines del planeta. La poderosa imagen, inspirada en el mito del titán Prometeo (quien concede el fuego del conocimiento a los mortales y se granjea el castigo de los dioses), inaugura la manipulación de la naturaleza y, además, los riesgos de que el hombre desafíe con su soberbia a aquello que debería conducirse con normalidad.