Historias del hecho religioso en Colombia

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El santo y el pecador: los modelos a seguir y rechazar



Si tuviéramos que clasificar los modelos a seguir y rechazar para los católicos de todos los tiempos podemos decir que los primeros están definidos por el ideal del “santo”, que representa virtudes como la castidad, la obediencia y tantas otras más que le aseguran el privilegio de la salvación del alma; del lado opuesto, el modelo a rechazar es el del “pecador condenado”, el receptáculo de vicios que lo alejan de la gracia divina y lo condenan al infierno. A lo largo de sus vidas, los feligreses se debatían entre alejarse de uno de estos extremos comportamentales, que los conduciría a una eternidad de tormentos, y seguir las acciones del otro, para poder disfrutar ellos también de la gloria eterna.



Teniendo en cuenta lo anterior, es prudente aclarar que ha sido un interés puntual del catolicismo definir claramente la línea entre el bien y el mal o, dicho de otro modo, entre la virtud y el pecado. Teólogos como San Agustín de Hipona (354-430) y Santo Tomás de Aquino (1224/25-1274) definieron lo que se puede considerar pecaminoso, como todo acto que no se ajuste a la ley de Dios

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, entre los que podemos encontrar las faltas veniales, para cuyo perdón solo basta con un arrepentimiento sincero, y las faltas mortales —especialmente los siete vicios capitales y el incumplimiento de los Mandamientos de la Ley de Dios—, que requieren de la intervención de un sacerdote y de la Iglesia para purificar el alma a través del sacramento de la confesión. Esta última práctica se convirtió en uno de los más eficaces mecanismos coactivos de la Iglesia, al permitir el control de la mente de los feligreses de una forma personal por parte de los sacerdotes, quienes debían ayudar a los fieles en la búsqueda de la perfección e imponer la penitencia que debían cumplir según la falta cometida; todo con el fin de reconciliar al pecador con Dios y con la Iglesia.



Todo lo anterior tiene como fin garantizar, desde el punto de vista de la fe, que si los individuos morían en gracia divina, es decir, sin ningún pecado cometido, irían directamente al Paraíso a disfrutar de “la felicidad de los bienaventurados” que “consiste en la visión de Dios y en el disfrute de Su belleza, que es la fuente y principio de toda bondad y perfección”

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. En cambio, si cometieron actos pecaminosos pero pudieron arrepentirse de ellos, deberían pasar un tiempo determinado en el Purgatorio, donde sufrirían algunos tormentos a fin de borrar definitivamente sus impurezas para ser dignos de estar en presencia de Dios. Pero si morían en pecado mortal, sin haberse confesado, o si lo hicieron sin un arrepentimiento sincero, serían condenados irremediablemente al Infierno, en donde estarían a merced de Satanás, padeciendo torturas eternas y sin posibilidad de redención.



En este sentido, a fin de que los individuos tuvieran lo anterior como una verdad ineludible, la Iglesia dispuso una serie de elementos pedagógicos que tenían como fin aleccionar a los feligreses sobre las prácticas que eran aceptables ante los ojos de la Iglesia y las que no. De esta forma, era común ver en las iglesias imágenes que representaban la vida de los santos, la virgen María o escenas representando a Cristo; sin embargo, sería en la predicación donde los principales patrones de conducta y premios y castigos de justos y pecadores eran dados a los católicos. De ahí que podamos establecer que esta era una práctica pedagógica constante a lo largo de la vida de los sujetos, pues se iniciaba en la infancia y se repetía en cada acto litúrgico al que asistían, sin importar el lugar de la cristiandad en el que se encontraran.



Posiblemente en ninguno de los otros discursos hagiográficos se pueda observar lo anterior con tanto detalle como en los sermones; textos en los que se ofrecía una idea clara del destino que en la eternidad tendrían el justo y el pecador; de boca del predicador se ponía de manifiesto ante el auditorio la condena eterna del pecador, cuyo mensaje no solo estaba encaminado a quienes hubiesen cometido una falta, sino también a los posibles culpables, es decir a todos aquellos que en un momento de debilidad pudiesen sucumbir a la tentación. Es en esos textos en los que se representa la lucha del pecador y del santo en cada ser humano, que no es otra cosa que el dilema entre el cuerpo y el alma, a los que se les augura, según la ocasión, el infierno o el paraíso.



A modo de ejemplo de lo anterior tomaremos apartes del exemplum titulado: “Reduce uno a mejor vida con la representación de las penas del infierno”, originalmente de Enrique Gram; texto que cuenta la historia de un novicio de la orden cisterciense que pretende dejar los hábitos y, por intercesión de la oración de los demás monjes, se le concede ver el premio que obtienen después de la muerte los virtuosos y la condena que reciben los pecadores, cuando el arcángel San Rafael



le llevó al paraíso cuya riqueza y hermosura no hay lengua q la pueda contar por q los muros eran de finísimo oro adornados de rica pedrería labrados a las mil maravillas con tal arte y disposición q no había más q pedir ni pudiera el deseo negar a su ejecución y si el muro era tal la joya q guardaba qual seria, entraron por las puertas labradas de inestimables margaritas; la vista de su amenidad robaba la atención a todo lo criado, la fragancia q exhalaba vencía a la de todos los aromas y suaves olores del mundo, los árboles, las flores, las yerbas, los frutos, la disposición, hermosura y variedad excedía con mil quilates a todo quanto se puede decir; una fuente tenía en medio como la que pinta el sagrado texto en medio del paraíso q le fertilizaba y vertía de toda aquella riqueza y hermosura de los moradores.

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Posteriormente, el arcángel lleva al novicio al infierno, descrito de la siguiente forma:



Llegaron a un lugar obscuro y tenebroso q antes de verle envió sus mensajeros de pestilencial hedor voces aullidos y griterías q le causaron igual temor y amargura y por estos precursores dignos de tal anuncio quisiera volverse sin verle pero no fue posible por q el arcángel le metió dentro // primero con un hombre sentado en una silla de fuego, abrasan d el en vivas llamas y rodeado por todas partes de mujeres más fieras q las fieras, las quales con hachas encendidas le estaban atormentando metiéndose las unas veces /boca/ otras por los dos costados y muchas por el vientre, abrasándole con indecible dolor aquellos miembros en q había tenido mayores deleites. Este tormento repetido continuamente sin darle un momento de tregua; cerca d este vieron a otro a quien unos fierísimos demonios desollaban y le echaban sal y vinagre aumentando su dolor y luego vivo y desollado para cura de sus llagas le tendían en unas parrillas ardiendo y le asaban con increíble tormento. Miraba el novicio este espectáculo con igual espanto y miedo quando el ángel abrió la boca le declaró su enigma diciendo los dos q ves son personas nobles q corieron desenfrenadamente a los vicios, el primero de sensualidad con mujeres y por eso es atormentado d ellas mismas, labrándole el vestido de la pena del mismo paño de la culpa; el segundo fue señor de vasallos a quienes trató inhumanamente y por este delito es atormentado con tan inhumana crueldad, haciendo carnicería los demonios en el por lo q hizo en sus vasallos. Pasaron adelante y vieron un hombre sobre un caballo de fuego de cuya cola pendía un hábito de un fraile y de su cuello una cabra y del propio ayo un pesado arnés de fuego, discurriendo a todas partes con muestras de gran tormento, este dixo el ángel es un soldado q vivió de hurtar, robando a quantos podía aquella cabra q hurto a una mujer q era toda su riqueza le da la pena de su delito y aquel habito q ves atrás, por ignominia y afrenta por q en la hora de la muerte le pidió no con intención de ser religioso sino de vanidad y con deseo de cubrir sus faltas a los ojos de los hombres Caminaron adelante por aql tenebroso lugar y vieron un número gran de religiosos y monjas despojados de los hábitos, unos entretenidos en palabras celosas, otros en risas, otros en actos torpes, otros en comer y beber, pero todos estos exercicios le causaba gravísimo tormento y para alivio del salían del profundo de rato en rato los demonios y con unos palos nudosos les molían los huesos y les hacían pedazos las cabezas, hasta q los dejaban como muertos y tornando a juntar los pedazos volvían a su primer entereza y exercicios y a empezar de nuevo sus tormentos, repitiendo una y muchas veces sin tener algún descanso aquí no le dixo nada el ángel por q entendió bien sus culpas por las quales pagaba aquellas personas q era su relaxación. Pasaron delante y oyó un estruendo y gritería de voces y unos golpes q parecía q el mundo se venía abajo; alzó los ojos y vio una rueda grandísima toda sembrada de navajas y espinas agudísimas echas ascuas de fuego en q estaba extendido un solo hombre, movíase con tal velocidad y fuerza q hacía estremecer el infierno y parecía q se venía abajo el cielo quando llegaba a lo profundo todos los demonios y condenados maldecían y blasfemaban con rabia y furor al miserable q en ella padecía, el qual entendí ser Judas uno de los doce apóstoles de Christo q le vendió alevosamente, cuyo pecado por ser tan horendo y detestable aborecen y vengan todas las criaturas.

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Así se mostraba a los feligreses que la vida terrenal era efímera, mientras que “la muerte es segura y se trata de salvar el alma”

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, versus el cuerpo, que, si bien era el receptáculo de esta última, para la Iglesia Tridentina, heredera de la Edad Media, era entendido como la prisión pecaminosa del espíritu que debe ser corregida mediante la oración, la martirización de la carne y la castidad

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. El cuerpo, a partir de esta definición, es la barrera más grande para alcanzar la gloria de Dios, es decir que siempre debe ser rechazado por su banalidad y finitud; en este sentido, el hombre debe perfeccionar y alimentar el alma antes que el cuerpo, puesto que, mientras este último perece, la primera sobrevive y se hace eterna.

 



Sin embargo, aunque una eternidad en el paraíso es el objetivo de todo cristiano, no basta únicamente con desear la salvación eterna, pues, para obtenerla cada una de las acciones realizadas por los seres humanos a lo largo de su vida, en el crisol católico, son tenidas en cuenta al momento de juzgar el alma después de la muerte. Es decir, que llevar una vida virtuosa y acorde con las enseñanzas de la Iglesia debe ser el fin de todo católico, quien a lo largo de su existencia siempre estará “hostigado por el demonio y por sus tentaciones”

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, estas últimas encaminadas a hacer que el hombre peque de diversas formas, que incluyen el pensamiento, la palabra, la obra y la omisión de determinada acción.



En este punto, debemos resaltar que probablemente uno de los aspectos más interesantes que rodean las prácticas pecaminosas es que estas transgreden el plano de lo público y se incrustan en la intimidad de los sujetos cuando están alejados de la vista de sus congéneres. Es decir que, a diferencia de otros sistemas de control, la Iglesia católica, al menos en lo que a la teoría se refiere, emplea una vigilancia no solo terrenal sino espiritual, es decir, opera de forma omnipresente, pues Dios es visto como el “ojo perfecto al cual nada se sustrae y centro hacia el cual están vueltas todas las miradas”

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, que no solo se limita a ver las acciones de sus fieles, sino que también observa sus sentimientos y pensamientos; esta idea busca crear en el fiel católico un sentimiento de observancia constante de modo que, aun en la más profunda soledad sienta la vigilancia sobre su cuerpo y su alma, haciendo que reprima sus acciones o practique otras que le lleven al buen camino; en otras palabras, que sea permanentemente un individuo disciplinado, que no sea objeto de castigo por quebrantar la ley de Dios.





Tipificación del demonio



Expuesto lo anterior, es evidente que el catolicismo dejaba claro, a través de elementos como los sermones, que quienes no se ajustaran a los parámetros morales y sociales del cristianismo, de no arrepentirse sinceramente, podían ser objeto de grandes castigos para toda la eternidad en el Infierno, pues el pecado implicaba no solo un acto de desobediencia a Dios, sino también sucumbir a la tentación ofrecida por Satanás; significaba darse por vencido ante los impulsos pecaminosos. Esta situación, que era inevitable y además frecuente para los feligreses a lo largo de sus vidas, puesto que pecar era lo que los hacía humanos e imperfectos, pretendía ser contrarrestada, para el caso de la predicación, por medio de la exposición de diversos tipos de penas y de demonios que podían presentarse para llevarlas a cabo, las formas que adoptaban para engañar a los seres humanos y las promesas que hacían a cambio de poder conducir las almas al infierno.



En este sentido, la imaginería barroca en torno al demonio, heredada del medioevo, hacía alusión a un ser de tipo espiritual que se podía manifestar como un ente físico, ya fuera materializado como un ser deforme y repulsivo, en representantes de la raza negra

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, en forma humana o de animal. Además de lo anterior, las tentaciones podían acechar a través de los peligros del siglo, por medio de vanidades y lujos, plagas y desastres naturales, puesto que, para el periodo trabajado en la presente investigación, estos representaban la siguiente dualidad: o eran considerados como pruebas de Dios para verificar la fidelidad de los hombres en momentos de dificultad o como castigos por caer en relajamientos de la moral y las buenas costumbres.



Para el caso de la predicación en la iglesia del Colegio de Misiones Nuestra Señora de las Gracias, encontramos que en los sermones panegíricos usados en las fiestas religiosas no se hace mayor alusión al demonio ni al infierno, puesto que, como ya se mencionó, estos buscaban exaltar la virtud de los santos y la virgen; sin embargo, este panorama cambia ante el compilado de exempla del Colegio de las Gracias, donde los entes malignos se presentan de varias formas. Para el caso de los demonios que se hacían corpóreos, sin importar la forma que tomaran, estos tenían la facultad de asediar a los sujetos a lo largo de su vida, o llegar a la hora de la muerte para llevar su alma, y en ocasiones también su cuerpo, al infierno; así, las apariciones de este tipo de seres en el manuscrito en cuestión se manifiestan a través de las siguientes representaciones:



FIGURA 2. Representaciones del demonio en los Exempla








FUENTE: elaborado por la autora según datos extraídos de Fray Juan Antonio del Rosario Gutiérrez, Sermones. Popayán. Centro de Investigaciones Históricas José María Arboleda Llorente (CIHJMAL). Fondo Colegio de Misiones Nuestra Señora de las Gracias, circa 1780).



Acorde con lo anterior, a los payaneses de fines del siglo XVIII y principios del XIX se les presentaba, a través del sermón, la idea del demonio como un ser que atacaría a través de múltiples formas, ya fuera zoomorfa o antropomórficamente. Ejemplos de lo anterior podemos encontrarlos en el sermón titulado “Un provisor se condena recibidos los sacramentos”, que narra cómo un jesuita había alcanzado en Logroño los cargos de “provisor general y gobernador del obispado”, pero “el demonio en todo envidioso de su virtud le armó un lazo en que cayó aficionándose a una mujer con la cual tuvo mal trato”; finalmente cae enfermo pero, “no queriendo hacer cama no tanto por no curarse, cuanto por no privarse de aquella mala amistad”, se agravó su dolencia, durante la cual no se arrepintió de sus pecados, por lo que “cinco o seis disformes arañas mayores cada una que la palma de la mano” le arrancaron el alma

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, con lo cual se hacía énfasis en su pecado, pues estos animales eran tenidos por “traicioneros e hipócritas”

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, como evidencia de la infidelidad del sacerdote con sus votos de castidad. En “Cómo un demonio en forma de perro despedazó a un mozo deshonesto” se habla de un hombre “de ruines costumbres”, que pretendía a una mujer virtuosa con intención de corromperla. En otros sermones, donde el demonio toma una forma similar a la adoptada en el texto anterior, los verdugos eran “fieros mastines” o “mastines negros”, que tienen como misión ejecutar la justicia divina despedazando a los pecadores

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. Por otra parte, en “Cómo se llevaron los Demonios a un hombre q pr cédula se había entregado a su príncipe pr las riqzas”, se pone de manifiesto el relato de un hombre que vendió su alma a Satanás a cambio de fortuna, por lo que al momento de su muerte varios monos, que los bestiarios medievales homologan con el diablo

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, se acercaron “con saltos y meneos” alrededor del cuerpo y andaban “como regalándose con él” hasta que “dando muchos saltos y brincos se llegaron al cuerpo difunto y puesto cada qual en su lado lo arrebataron y llevaron con grande estruendo y vocería dexando el aposento lleno de su pestilencial hedor”

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, condenando al pecador en cuerpo y alma al infierno.



Por otra parte, en los textos de los franciscanos de Popayán también aparecen en varios casos las serpientes, símbolo inequívoco de Satanás en la mentalidad judeocristiana, por incitar a los hombres a cometer el pecado original; en los textos analizados en esta investigación, se enroscan en el cuello de los pecadores hasta ahogarlos, ya sea por murmurar en contra del prójimo o como signo evidente de las vanidades a las que sucumbió el cuerpo en vida, al asirse como “collarejos en la garganta”

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, en correspondencia con las joyas que se lucieron públicamente entre el vecindario. Así mismo, el dragón, tenido por “la más perniciosa y maligna de todas las serpientes”

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, en “Condénase una mujer por callar un pecado en la confesión”, o en “Una mujer condena por fata de propósito de la enmienda en la confesión”, o en “Condénase un mancebo por q después de confesado reiteró en la culpa”, los pecadores fueron atados al lomo de dicha bestia y llevados al infierno a cumplir condena eterna

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.



Además de lo ya expuesto, tal como se observa en el gráfico relativo a las representaciones del demonio en los sermones en los textos aquí referenciados, un buen porcentaje corresponde a figuras antropomorfas, que podían adoptar apariencias como las del ser amado —con quien generalmente se cometían pecados relacionados con la gula y la lujuria—, pues en el lecho de un enfermo moribundo podía suceder que, ante los ruegos del sacerdote que busca la confesión final del pecador, este contestara, haciendo alusión a su manceba:



Padre, no ve a fulana… qué hermosa y agraciada está que me ha venido a ver y regalar a la cama; diciendo esto le echó los brazos y el padre acudió con agua bendita y santas palabras a desengañarle y detenerle pero n