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Agente Cero

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CAPÍTULO CINCO

Reid se puso de pie con tal fuerza que su silla casi se cayó. Su mano inmediatamente se envolvió alrededor del mango texturizado de la Beretta, caliente por estar en su espalda. Su mente le gritó frenéticamente. Este es un lugar público. Hay gente aquí. Nunca he disparado un arma antes.

Antes de que Reid sacara su pistola, el extraño saco una billetera de su bolsillo trasero. Sonrió a Reid, aparentemente entretenido por su naturaleza nerviosa. Nadie más en el bar parece haberse dado cuenta, excepto por la camarera con el pelo de nido de rata, quién simplemente levantó una ceja.

El extraño se aproximó a la barra, deslizó un billete sobre la mesa y le murmuró algo al bartender. Luego se dirigió a la mesa de Reid. Estuvo detrás de una silla vacía por un largo momento, con una sonrisa delgada en sus labios.

Era joven, treinta a lo mucho, con el cabello muy corto y una barba de dos días. Era algo larguirucho y su rostro estaba demacrado, haciendo que sus afilados pómulos y su barbilla sobresaliente parecieran casi caricaturescos. Lo más encantador eran las gafas negra con montura de cuerno que llevaba, buscando por todo el mundo como si Buddy Holly hubiese crecido en los ochenta y descubierto la cocaína.

Reid pudo notar que él era diestro; él sostuvo su codo izquierdo cerca de su cuerpo, lo que probablemente significaba que tenía una pistola colgada en una funda de hombro en su axila, así que podría sacarla con su derecha, si era necesario. Su brazo izquierdo sujetaba su chaqueta negra de gamuza cerca de él para esconder el arma.

“¿Mogu sjediti?” el hombre preguntó finalmente.

¿Mogu…? Reid no entendió inmediatamente como lo había hecho con el Árabe y el Francés. No era Ruso, pero estaba lo suficientemente cerca para que él pudiera deducir el significado del contexto. El hombre estaba preguntando si podía sentarse.

Reid hizo un gesto a la silla vacía en frente de él y el hombre se sentó, manteniendo metido su codo izquierdo todo el tiempo.

Tan pronto como se sentó, la camarera trajo un vaso de cerveza color ámbar oscuro y la puso delante de él. “Merci”, dijo él. Sonrió hacia Reid. “¿Tu Serbio no es muy bueno?”

Reid negó con la cabeza. “No”. ¿Serbio? Él había asumido que el hombre con el que se reuniría era Árabe, como sus captores y el interrogador.

“En Inglés, ¿entonces? ¿Ou francais?”

“A elección del negociante”. Reid se sorprendió de lo calmado que estaba e incluso de cómo sonó su voz. Su corazón casi brotaba de su pecho del miedo… y si estaba siendo honesto, tenía al menos una pizca de emoción ansiosa.

La sonrisa del Serbio se ensanchó. “Disfruto este lugar. Es oscuro. Está tranquilo. Es el único bar que conozco en este distrito que sirve Franziskaner. Es mi favorita”. Tomó un largo sorbo de su vaso, sus ojos se cerraron y un gruñido de placer se escapó de su garganta. “Qué delicioso”. Él abrió sus ojos y añadió: “No eres lo que esperaba”.

Una oleada de pánico aumentó en las extrañas de Reid. Él lo sabe, su mente le gritó. Sabe que no eres con quien se supone que debía encontrarse y, tiene una pistola.

Relájate, dijo el otro lado, el nuevo. Puedes manejar esto.

Reid tragó saliva, pero de algún modo logró mantener su actitud helada. “Tú tampoco lo eres”, replicó.

El Serbio se rió entre dientes. “Eso es justo. Pero somos muchos, ¿sí? Y tú… ¿tú eres Estadounidense?”

“Expatriado”, Reid respondió.

“¿Qué no lo somos todos?” Otra risita. “Antes de ti, conocí solo a otro Estadounidense en nuestro, um… cuál es la palabra… ¿conglomerado? Sí. Así que para mí, esto no es tan extraño”. El hombre guiñó el ojo.

Reid se puso tenso. No sabía si era una broma o no. ¿Qué pasaría si supiera que Reid era un impostor y lo estaba guiando o haciendo tiempo? Puso sus manos en su regazo para esconder sus dedos temblorosos.

“Puedes llamarme Yuri. ¿Cómo te puedo llamar?”

“Ben”. Fue el primer nombre que vino a su mente, el nombre de un mentor de sus días como profesor asistente.

“Ben. ¿Cómo lograste trabajar para los Iraníes?”

“Con”, Reid corrigió. Entrecerró sus ojos para darle efecto. “Trabajo con ellos”.

El hombre, este Yuri, tomó otro sorbo de su cerveza. “Seguro. Con. ¿Cómo ocurrió eso? A pesar de nuestro intereses mutuos, ellos tienden a ser, uh… un grupo cerrado”.

“Soy de confianza”, dijo Reid sin pestañear. No tenía idea de dónde venían estas palabras, tampoco de la convicción con la que venían. Él las dijo tan fácilmente como si lo hubiera ensayado.

“¿Y dónde está Amad?” preguntó Yuri casualmente.

“No lo pudo lograr”, replicó Reid igualmente. “Envía sus saludos”.

“Está bien, Ben. Dices que el trabajo está hecho”.

“Sí”.

Yuri se inclinó hacia adelante, sus ojos se entrecerraron. Reid pudo oler la malta en su aliento. “Necesito escucharte decirlo, Ben. Dime, ¿el hombre de la CIA está muerto?”

Reid se congeló por un momento. ¿CIA? Como en, ¿la CIA? Repentinamente, todo lo que se habló de los agentes en el campo y las visiones deteniendo terroristas en aeródromos y hoteles tuvieron más sentido, incluso si la totalidad del asunto no lo tenía. Entonces, recordó la gravedad de su situación y esperó que no hubiese dado ninguna señal para traicionar su farsa.

Se inclinó hacia adelante también y dijo lentamente, “Sí Yuri. El hombre de la CIA está muerto”.

Yuri se recostó casualmente y sonrió de nuevo. “Bien”. Levantó su vaso. “¿Y la información? ¿La tienes?”

“Nos dio todo lo que sabía”, le dijo Reid. No pudo evitar notar que sus dedos ya no temblaban debajo de la mesa. Era como si ahora alguien más estuviera en control, como si Reid Lawson estuviera tomando el asiento trasero de su propio cerebro. Decidió no luchar contra eso.

“¿La ubicación de Mustafar?” preguntó Yuri. “¿Y todo lo que les dijo?”

Reid asintió.

Yuri pestañeo varias veces expectante. “Estoy esperando”.

Una realización golpeó a Reid como un peso pesado mientras su mente juntaba el poco conocimiento que tenía. La CIA estaba involucrada. Había algún tipo de plan que podría hacer que muchas personas murieran. El jeque lo sabía y les dijo — le dijo — todo. Estos hombres, necesitaban conocer lo que sabía el jeque. Eso es lo que Yuri quería saber. Sea lo que fuera, se sentía grande, y Reid había tropezado en el medio… aunque ciertamente él sentía como si esta no fuera la primera vez.

No habló por un largo momento, lo suficientemente largo para que la sonrisa se evaporara de los labios de Yuri en una expectante mirada de labios delgados. “No te conozco”, dijo Reid. “No sé a quién representas. ¿Esperas que te de todo lo que sé, y me vaya y confíe que llegue al lugar correcto?”

“Sí”, dijo Yuri, “eso es exactamente lo que espero y precisamente es la razón de este encuentro”.

Reid negó con la cabeza. “No. Verás Yuri, se me ocurre que esta información es demasiado importante para jugar a ‘susurro por el callejón’ y esperar a que llegue a los oídos adecuados en el orden correcto. Es más, en lo que respecta a ti, sólo existe un lugar donde existe — aquí”. Golpeó ligeramente su propia sien izquierda. Era verdad; la información que buscaban estaba, presuntamente, en alguna parte de lo más recóndito de su mente, esperando ser desbloqueada. “También se me ocurre”, continuó, “que ahora que ellos tienen esta información, nuestros planes deben cambiar. Estoy cansado de ser el mensajero. Quiero entrar. Quiero un rol verdadero”.

Yuri sólo se quedo mirando fijamente. Luego dejó salir una risa aguda y al mismo tiempo golpeó la mesa con tal fuerza que sacudió a varios clientes cercanos. “¡Tú!” exclamó, moviendo un dedo. “¡Quizás seas un expatriado, pero aún tienes esa ambición Estadounidense!” se rió de nuevo, sonando muy parecido a un burro. “¿Qué es lo que quieres saber, Ben?”

“Comencemos con a quién representas en esto”.

“¿Cómo sabes que represento a alguien? Por lo que sabes, podría ser el jefe. ¡El cerebro detrás plan maestro!” Levantó ambas manos en un gran gesto y volvió a reír.

Reid sonrió. “No lo creo. Pienso que estás en la misma posición que yo, transportando información, intercambiando secretos, teniendo encuentros en bares de mierda”. Táctica de interrogación — relaciónate con ellos en su nivel. Yuri era claramente un políglota, y parecía carecer del mismo comportamiento endurecido de sus captores. Pero incluso si estuviera en un bajo nivel, sabía incluso más que Reid. “¿Qué tal si hacemos un trato? Me dices lo que sabes y te diré lo que yo sé”. Bajo su voz a casi un susurro. “Y confía en mí. Quieres saber lo que yo sé”.

Yuri acarició su barba descuidada, pensativo. “Me caes bien, Ben. Lo cual es, cómo se dice, um… conflictivo, porque los Estadounidenses usualmente me enferman”. Él sonrió. “Lamentablemente para ti, no puedo decirte lo que no sé”.

“Entonces llévame a quién pueda”. Las palabras salían de él como si pasaran por alto su cerebro y fueran directamente a su garganta. La parte lógica de él (o más apropiadamente, la parte de Lawson de él) gritó en protesta. ¡¿Qué estás haciendo?! ¡Obtén lo que puedas y sal de ahí!

“¿Te importaría dar un paseo conmigo?” los ojos de Yuri brillaron. “Te llevaré para que veas a mi jefe. Allí, puedes decirle lo que sabes”.

Reid titubeó. Sabía que no debía. Sabía que no quería hacerlo. Pero había un extraño sentido de obligación, y había una reserva de acero en el fondo de su mente que le decía de nuevo: Relájate. Tenía un arma. Tenía un conjunto de habilidades de algún tipo. Había llegado tan lejos y juzgando por lo que ahora sabía, esto iba más allá de unos cuantos hombres Iraníes en un sótano Parisino. Había un plan y la participación de la CIA, y de algún modo él sabía que el final del juego era mucha gente herida o peor.

 

Asintió una vez, su quijada se apretó fuertemente.

“Genial”. Yuri drenó su vaso y se levantó, aun manteniendo metido el codo izquierdo. “Au revoir”. Saludó al bartender. Luego el Serbio guió el camino hacia la parte trasera de Féline, a través de una cocina pequeña y sucia, y salieron por una puerta de acero que daba a un callejón empedrado.

Reid lo siguió en la noche, sorprendido de ver que había oscurecido tan rápido mientras él estaba en el bar. En la boca del callejón había un todoterreno negro, al ralentí, con ventanas teñidas casi tan oscuras como el trabajo de pintura. La puerta trasera se abrió antes de que Yuri la alcanzara, y dos matones salieron. Reid no supo que más pensar de ellos; cada uno era de hombros anchos, imponentes y sin tratar de ocultar las pistolas automáticas TEC-9 que se balanceaban de los arneses en sus axilas.

“Relájense, amigos míos”, dijo Yuri. “Este es Ben. Lo llevaremos a ver a Otets”.

Otets. Ruso fonético para “padre”. O, en el nivel más técnico, “creador”.

“Ven”, dijo Yuri agradablemente. Dio una palmada en el hombro de Reid. “Es un paseo muy agradable. Beberemos champagne en el camino. Ven”.

Las piernas de Reid no querían funcionar. Era arriesgado — muy arriesgado. Si iba en el carro con estos hombres y ellos descubrían quiera era él, o incluso que no era quien dijo que era, bien podría ser un hombre muerto. Sus hijas serían huérfanas y probablemente nunca sabrían que fue de él.

¿Pero qué otra opción tenía? No podía actuar muy bien como si hubiera cambiado de opinión repentinamente; eso sería demasiado sospechoso. Era probable que ya hubiera dado dos pasos más allá del punto de no retorno simplemente al seguir a Yuri hasta afuera. Y si quería mantenerse la farsa lo suficiente, él podría encontrar la fuente — y descubrir que estaba sucediendo en su propia cabeza.

Dió un paso adelante hacia el todoterreno.

“¡Ah! Un momento, por favor”, Yuri agitó un dedo a sus musculosos escoltas. Uno de ellos forzó los brazos de Reid a sus costados, mientras que el otro lo revisó. Primero él encontró la Beretta, metida en la parte trasera de sus jeans. Luego hurgó en los bolsillos de Reid con dos dedos, sacó el fajo de euros y el teléfono desechable, y le entregó los tres a Yuri.

“Esto te lo puedes quedar”, el Serbio le devolvió el dinero. “Estos, sin embargo, nos aferraremos a ellos. Seguridad. Tú entiendes”. Yuri metió el celular y la pistola en el bolsillo interior de su chaqueta de gamuza, y por un breve momento, Reid vió la empuñadura marrón de una pistola.

“Entiendo”, dijo Reid. Ahora estaba desarmado y sin ninguna forma de pedir ayuda si lo necesitaba. Debería correr, él pensó. Sólo comienza a correr y no mires atrás…

Uno de los matones forzó su cabeza baja y la empujó hacia adelante, dentro de la parte trasera del todoterreno. Ambos entraron luego de él y Yuri los siguió, tirando la puerta detrás de él. Se sentó junto a Reid, mientras que los matones encorvados, casi hombro con hombro, se sentaron en un asiento orientado hacia atrás opuesto a ellos, justo detrás del conductor. Una partición de color oscuro los separaba del asiento delantero del auto.

Uno del par tocó la partición del conductor con dos nudillos. “Otets”, dijo bruscamente.

Un pesado y revelador clic cerró las puertas traseras, y con ello llegó la compresión de que lo Reid había hecho. Se había metido en un carro con tres hombres armados sin idea a donde iba y con muy poca idea de quién se suponía que era. Engañar a Yuri no había sido del todo difícil, pero ahora estaba siendo llevado a algún jefe… ¿acaso ellos sabían que él no era quién decía que era? Luchó contra el impulso de saltar hacia adelante, abrir la puerta y salir del auto. No había escape de esto, al menos no por el momento; tendría que esperar hasta que llegaran a su destino y esperar que pudiera salir en una pieza.

El todoterreno rodó hacia adelante por las calles de París.

CAPÍTULO SEIS

Yuri, quién había sido muy hablador y animado en el bar Francés, estuvo inusualmente silencioso durante el paseo en automóvil. Abrió un compartimiento junto a su asiento y sacó un libro muy gastado con una tapa desgarrada — El Príncipe Maquiavelo. El profesor en Reid quería burlarse en voz alta.

Ambos matones se sentaron silenciosamente en frente de él, con los ojos dirigidos hacia adelante como si trataran de mirar agujeros a través de Reid. Él rápidamente memorizó sus características: El hombre en su izquierda era calvo, blanco, con un oscuro bigote de manubrio y ojos pequeños y brillantes. Tenía una TEC-9 debajo de su hombro y una Glock 27 metida en una funda de tobillo. Una cicatriz pálida dentada sobre su pestaña izquierda sugería un mal trabajo de parche (no del todo diferente de lo que Reid tenía que hacer una vez que su intervención de súper pegamento se curara). No podía sabe la nacionalidad del hombre.

El segundo matón era unos tonos más oscuro, con una barba descuidada, llena y una considerable panza. Su hombro izquierdo parecía estar ligeramente hundido, como si estuviese favoreciendo su cadera opuesta. Él también tenía una pistola automática medida en un brazo, pero ninguna otra arma que Reid pudiera notar.

El pudo, sin embargo, ver la marca en su cuello. La piel de ahí estaba arrugada y rosada, levantada ligeramente por ser quemada. Era la misma marca que había visto en el bruto Árabe en el sótano de París. Un glifo de algún tipo, estaba seguro, pero ninguno que reconociera. El hombre con el mostacho no parecía tener una, aunque su cuello estaba oculto mayormente por su camisa.

Yuri no tenía una marca tampoco — al menos no una que Reid pudiera ver. El cuello de la chaqueta de gamuza del Serbio surcaba alto. Podría ser un símbolo de estatus, pensó. Algo que debía ser ganado.

El conductor guió el vehículo a la A4, dejando atrás París y dirigiéndose al noreste hacia Reims. Las ventanas teñidas hicieron la noche toda más oscura; una vez dejaron la Ciudad de las Luces, a Reid le resultó difícil distinguir puntos de referencia. Tenía que confiar en los letreros y señales para saber a dónde se estaban dirigiendo. El paisaje cambio lentamente de un brillo urbano local a una topografía vaga y buhólica, la carretera con una pendiente suave, con la disposición de la tierra y las granjas que se extendían en ambos lados.

Después de una hora de manejo en completo silencio, Reid aclaró su garganta. “¿Está mucho más lejos?” preguntó.

Yuri puso un dedo en sus labios y luego sonrió. “Oui”.

Las fosas nasales de Reid se ensancharon, pero no dijo nada más. Él debió preguntar qué tan lejos lo llevarían; por todo lo que sabía, iban claramente a Bélgica.

La ruta A4 se volvió A334, que a su vez se convirtió en A304 mientras subían cada vez más al norte. Los arboles que marcaban el campo pastoral se hacían más gruesos y cercanos, abetos anchos como paraguas que tragaban las tierras de cultivo abiertas y se convertían en bosques indistinguibles. La inclinación del camino incrementó a medida que las colinas inclinadas se convirtieron en pequeñas montañas.

Él conocía este lugar. Mejor dicho, conocía la región y no por ninguna visión destellante o memoria implantada. Nunca había estado aquí, pero lo sabía por sus estudios que había llegado a las Ardenas, un estrecho montañoso boscoso compartido entre el noreste de Francia, el sur de Bélgica y el noreste de Luxemburgo. Fue en las Ardenas donde el ejército Alemán, en 1944, trató de lanzar sus divisiones armadas a través de la región densamente forestada en un intento de capturar la ciudad de Amberes. Fueron frustrados por fuerzas Estadounidenses y Británicas cerca del río Mosa. El conflicto que siguió fue apodado la Batalla del Bulge, y fue la última gran ofensiva de los Alemanes en la Segunda Guerra Mundial.

Por alguna razón, a pesar de lo grave que era o podría llegar a ser su situación, él encontró algo de consuelo pensando sobre la historia, su vida anterior, y sus estudiantes. Pero luego sus pensamientos transitaron de nuevo a sus niñas solas y asustadas sin tener ninguna idea de dónde estaba o en qué se había metido.

Bastante seguro, Reid pronto vio una señal que advirtió el acercamiento a la frontera. Belgique, se lee en el letrero, y debajo de eso, Belgien, België, Belgium. A menos de dos millas más tarde, el todoterreno redujo la velocidad hasta detenerse en un pequeño puesto con un toldo de concreto en lo alto. Un hombre en un saco grueso y una gorra tejida de lana miró hacia el vehículo. La seguridad fronteriza entre Francia y Bélgica estaba muy lejos de lo que la mayoría de los Estadounidenses estaban acostumbrados. El conductor bajó la ventana y le habló al hombre, pero las palabras fueron silenciadas por la partición cerrada y las ventanas. Reid echó un vistazo a través del tinte y vio que el brazo del conductor se extendía, pasándole algo al oficial fronterizo — un billete. Un soborno.

El hombre con el gorro les hizo señas.

A solo unas pocas millas por la N5, el todoterreno salió de la carretera y entró a un camino estrecho paralelo a la vía principal. No había señal de salida y la carretera estaba apenas pavimentada; era un camino de acceso, probablemente uno creado para vehículos madereros. El coche empujó sobre los surcos profundos de tierra. Los dos matones chocaron uno contra otro en frente de Reid, pero todavía continuaban mirando fijamente hacía él.

Comprobó el reloj barato que había comprado en la farmacia. Habían estado viajando por dos horas y cuarenta y seis minutos. La noche anterior había estado en los Estados Unidos, luego se despertó en París, y ahora estaba en Bélgica. Relájate, su subconsciente lo persuadió. En ningún lugar que no hayas estado antes. Sólo presta atención y mantén tu boca cerrada.

Ambos lados del camino parecían ser nada más que árboles gruesos. El todoterreno continuó, subiendo por la ladera de una montaña curva y bajando nuevamente. Mientras tanto, Reid miró por la ventana, pretendiendo estar inactivo, pero mirando cualquier tipo de referencia o señal que pudiera decirle dónde estaban — idealmente algo que pudiera contar más tarde a las autoridades, si era necesario.

Había luces adelante, aunque desde su ángulo no podía ver la fuente. El todoterreno redujo la velocidad de nuevo y se detuvo lentamente. Reid vio una cerca de hierro negro forjado, cada poste coronado por una espiga peligrosa, que se extendía a cada lado y que desaparecía en la oscuridad. Junto a su vehículo había una pequeña cabina de guardia hecha de vidrio y ladrillos oscuros, una luz fluorescente iluminaba el interior. Un hombre emergió. Llevaba unos pantalones y un abrigo de guisante, con el collar levantado alrededor de su cuello y una bufanda gris abrazada en su garganta. No hizo ningún intento de ocultar su MP7 silenciadora que colgaba de una correa sobre su hombro derecho. De hecho, mientras se acercó al automóvil, agarró la pistola automática, aunque no la levantó.

Heckler & Koch, variante de producción mp7A1, dijo la voz en la cabeza de Reid. Supresor de siete punto un pulgadas. Mira de reflejo Elcan. Cargador de treinta balas.

El conductor bajó su ventana y le habló al hombre por pocos segundos. Luego el guarda rodeó el todoterreno y abrió la puerta del lado de Yuri. Se inclinó y miró dentro del coche. Reid captó el olor del whiskey de centeno y sintió el aguijón de la gélida ráfaga de aire que vino con él. El hombre miró a cada uno de ellos a su vez, su mirada se detuvo en Reid.

“Kommunikator”, dijo Yuri. “Chtoby uvidet’ nachal’nika”. Ruso. Mensajero, para ver al jefe.

El guardia no dijo nada. Cerró la puerta de nuevo y regresó a su poste, presionando un botón en una pequeña consola. La puerta negra de hierro zumbó mientras se hizo a un lado, y el todoterreno se abrió paso.

La garganta de Reid se apretó cuando la completa gravedad de la situación lo presionó. Él había ido al encuentro con la intención de obtener información sobre lo que sea que estuviera pasando — no sólo para él, sino con todas las charlas de los planes, jeques y ciudades extranjeras. Se había metido al auto con Yuri y los dos matones en el calor de encontrar una fuente. Había dejado que se lo llevaran fuera del País y al medio de una densa región boscosa, y ahora ellos estaban detrás un portón alto, resguardado y vigilado. No tenía idea de que cómo iba a salir de esto si algo salía mal.

 

Relájate. Ya has hecho esto antes.

¡No lo he hecho! Pensó desesperadamente. Soy un profesor universitario de Nueva York. No sé lo que estoy haciendo. ¿Por qué lo hice? Mis niñas...

Sólo déjate llevar. Tú sabes que hacer.

Reid respiró profundo, pero esto hizo poco para calmar sus nervios. Sacó la vista de la ventana. En la oscuridad, apenas podía ver sus alrededores. No había árboles detrás de la reja, sino que había filas sobre filas de viñas, trepando y tejiendo a través de celosías a la altura de la cintura… Era un viñedo. Si era en realidad un viñedo o simplemente un frente, no estaba seguro, pero al menos era algo reconocible, algo que pudiera ser visto por el sobrevuelo de un helicóptero o un dron.

Bien. Eso será útil más tarde.

Si es que hay un más tarde.

El todoterreno condujo lentamente sobre el camino de grave durante aproximadamente una milla más o menos antes de que terminara el viñedo. Ante ellos se encontraba una propiedad palaciega, prácticamente un castillo, construida en piedra gris con ventanas arqueadas y hiedra que subía por la fachada sur. Por un breve momento, Reid apreció la hermosa arquitectura; probablemente tenía como doscientos años, quizás más. Pero no se detuvieron allí, en cambio, el carro dio una vuelta alrededor de la gran casa y detrás de ella. Después de otra media milla, se detuvieron en un pequeño terreno y el conductor apagó el motor.

Habían llegado. Pero a dónde habían llegado, él no tenía ni idea.

Los matones salieron primero, y luego salió Reid, seguido por Yuri. El frío lo dejó sin aliento. Apretó la mandíbula para evitar que sus dientes chasquearan. Sus dos grandes escoltas no parecían molestarse por ello en absoluto.

A unas cuarenta yardas de ellos había una amplia y baja estructura, de dos pisos de altura y varias veces más ancha; sin ventanas y hecha de acero corrugado pintado en beige. Una especie de instalación, razonó Reid — tal vez para la elaboración de vino. Pero lo dudaba.

Yuri gruñó mientras estiraba sus extremidades. Luego le sonrío a Reid. “Ben, comprendo que ahora somos muy buenos amigos, pero aún así…” Él sacó una pequeña tela negra del bolsillo de su chaqueta. “Debo insistir”.

Reid asintió una vez, firmemente. ¿Qué opción tenía? Se volteó, así Yuri podría atar la venda sobre sus ojos. Una fuerte mano carnosa agarró su brazo — uno de los matones, sin duda.

“Ahora entonces”, dijo Yuri. “Adelante hacia Otets”. Una fuerte mano tiró de él hacia adelante y lo guió mientras caminaban en dirección de la estructura de acero. Sintió que otro hombro se frotaba contra el suyo en el lado opuesto; los dos grandes matones lo tenían flanqueado.

Reid respiró uniformemente por la nariz, haciendo lo mejor para mantener la calma. Escucha, su mente le dijo.

Estoy escuchando.

No, escucha. Escucha, y déjate llevar.

Alguien golpeó tres veces una puerta. El sonido era apagado y vacío como el bajo de un tambor. Aunque no pudiera ver, Reid imaginaba en el ojo de su mente a Yuri golpeando con el plano de su puño la pesada puerta de acero.

Chasquido. Un cerrojo deslizándose a un lado. Un silbido, una ráfaga de aire cálido mientras la puerta se abría. De repente, una mezcla de sonidos — vasos que tintinean, líquidos que gotean, cinturones zumbando. El equipo de un vinatero, por su sonido. Extraño; no ha escuchado nada de afuera. Las paredes del interior del edificio son a prueba de ruidos.

La pesada mano lo guió hacia adentro. La puerta se cerró de nuevo y el cerrojo se deslizó de regreso a su lugar. El suelo debajo de él se sentía como concreto liso. Sus zapatos golpeaban contra un pequeño charco. El olor acético de la fermentación era más fuerte, y justo debajo de eso, el aroma más dulce y familiar del jugo de uva. Ellos realmente hacen vino aquí.

Reid contó sus pasos por la suelo de la instalación. Pasaron a través de otro conjunto de puertas y con ello llegó una variedad de nuevos sonidos. Maquinaria — presión hidráulica. Taladro neumático. El tintineo de la cadena de un transportador. El olor a fermentación dio paso a la grasa, al aceite de motor y a la… Pólvora. Estaban fabricando algo aquí; más probablemente municiones. Había algo más, algo familiar, más allá del aceite y la pólvora. Era algo dulce, como almendras… Dinitrolueno. Estaban haciendo explosivos.

“Escaleras”, dijo la voz de Yuri, cerca de su oído, cuando la espinilla de Reid chocó contra el escalón más bajo. La mano pesada continuó guiándolo mientras cuatro series de pisadas subían las escaleras de acero. Trece pasos. Quién haya construido este lugar no debe ser supersticioso.

Al final había otra puerta de acero. Una vez que se cerró detrás de ellos, los sonidos de la maquinaría se ahogaron — otra habitación a prueba de ruidos. Música de piano clásica tocada desde cerca. Brahms. Variaciones sobre un Tema de Paganini. La melodía no era suficientemente rica como para provenir de un piano real; un estéreo de algún tipo.

“Yuri”. La nueva voz era un barítono severo, ligeramente ronco por gritar a menudo o por muchos cigarros. A juzgar por el olor de la habitación, era la última. Posiblemente ambos.

“Otets”, dijo Yuri servicialmente. Él habló rápidamente en Ruso. Reid hizo su mejor esfuerzo para seguir el acento de Yuri. “Te traigo buenas noticias de Francia…”

“¿Quién es este hombre?” demandó el barítono. Por la forma en la que hablaba, el ruso parecía su lengua nativa. Reid no pudo evitar preguntarse cuál podría ser la conexión entre los Iraníes y este hombre Ruso — o entre los matones en el todoterreno, si venía al caso, e incluso el Serbio Yuri. Un trato de armas, quizás, dijo la voz en su cabeza. O algo peor.

“Este es el mensajero de los Iraníes”, respondió Yuri. “Tiene la información que estamos buscando…”

“¿Lo trajiste aquí?” intervino el hombre. Su voz profunda se elevó a un rugido. “¡Se suponía que irías a Francia y te reunirías con los Iraníes, no arrastrar a ‘sus hombres’ hacia mí! ¡Estás comprometiendo todo con tu estupidez!” Hubo un fuerte chasquido — un sólido revés sobre una cara — y un jadeo de Yuri. “¡¿Debo escribir la descripción de tu trabajo en una bala para atravesarla en tu grueso cráneo?!”

“Otets, por favor…” balbuceó Yuri.

“¡No me llames así!” gritó el hombre ferozmente. Una pistola amartillada — una pistola pesada, por su sonido. “¡No me llames por ningún nombre en la presencia de este extraño!”

“¡No es ningún extraño!” gritó Yuri. “¡Él es el Agente Cero! ¡Te he traído a Kent Steele!”