Del umbral de la piel a la intimidad del ser

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ASPECTOS HISTÓRICOS GENERALES

A PROPÓSITO DEL TEMA

La materia contiene en esencia la naturaleza de todas las cosas como potencialidad, por medio de la forma, la esencia se convierte en real y se actualiza, (entelequia) y solo puede ser separada mediante la abstracción.

Aristóteles

Sabemos que, tanto científicos como eruditos, buscaron desde tiempos pretéritos, sin mucho éxito, dónde ubicar de forma concreta el sentido del equilibrio humano. Partimos de René Descartes (1664), que, en su tratado del hombre, escribió que las leyes de la mecánica no se aplican sólo a los cuerpos celestes, sino también al cuerpo del hombre; describió, además, que en este había una res extensa y una res cogitans diferenciadas. Esto abrió nuevos horizontes al respecto del cuerpo y la mente y de las ciencias en general, pero la reinterpretación progresiva que de ello sucedió marcó el comienzo de un sesgo dualista que aún perdura de forma profunda en la mayoría de mentes y proyectos.

En el siglo xviii, un pensador ilustre, I. Kant, nos simplifica de forma espléndida una concepción del cuerpo integrado. Las partes existen por medio de las otras, en el sentido de producirse entre sí. Debemos ver cada parte como un órgano, que produce otras partes: el organismo es a la vez un ser organizado y autoorganizador.

Con respecto a la postura en concreto y más ligado a la medicina, Charles Bell (1835)1 fue de los primeros en plantear, de forma clara, interrogantes en el ámbito de la medicina y, a principios del siglo xix, uno de ellos era cuestionarse cómo nos podíamos mantener de pie y en equilibrio con los requerimientos diversos a los que está sometido el cuerpo humano. Bell afirma que es evidente que el hombre posee un sentido por el cual conoce la inclinación de su cuerpo y que posee la aptitud para reajustarla y corregir toda separación con relación a la vertical. Pierre Florens publica sus experiencias sobre el estudio de los canales semicirculares del oído interno en los animales mamíferos y de alguna forma sus influencias en la postura.

Son ejemplos, pero si fuéramos citando veríamos que se buscaba un sentido, pero no se sabía con exactitud cuál, ni su ubicación en el cuerpo (la idea de base que imperaba era que una función era sostenida por un órgano concreto); pero lo que se fue viendo de forma progresiva no era así, la realidad era que en los diferentes procesos orgánicos participaban varios órganos y se interrelacionaban en una función común.

Siguiendo con las grandes aportaciones que se produjeron en el siglo xix, Longet (1845) nos muestra estudios sobre sentido muscular, publicando sobre las alteraciones que se manifiestan en el equilibrio, la estática y la locomoción de los animales después de seccionar los músculos nucales.

Romberg (1851) publica aspectos relacionados con la visión, y Heyd (1860) sobre la piel de la planta de los pies. Aún en el siglo xix, E. Cyon (1880) publica a propósito de las relaciones de los oculomotores y presenta el oído como órgano de orientación espaciotemporal. Vierordt (1860)2 pensó que había una interacción sensorial, y se aproximó mucho con algunas de sus experiencias a lo que conocemos como las oscilaciones posturales, pero no pudo ir más allá, dada la falta de medios y conocimientos.

El pensamiento sistémico integrado, que creo interesante para el tema, igual que ya lo hizo Kant, aporta las relaciones e interrelaciones de las partes cuya conectividad desaparece al diseccionarlas (Paul Weis).

La Gestalt nos propone también una teoría sistémica, en la que el organismo funciona como un patrón perceptual integrado organizado y dotado de significado, cuyas cualidades están ausentes en sus partes; por tanto, el organismo se regula como una Gestalt.

La posturología, por tanto, nace desde un contexto sistémico y perceptual integrado; en este contexto, el estudio de las partes por separado, carece de sentido

Esto es solo una pequeña muestra de lo que se suele citar a nivel histórico; pero como vemos, en el terreno médico se avanza a veces con una diferencia notable a las corrientes de pensamiento, hay demasiados hándicaps y protocolos, algunos lógicos y otros erróneos, los diferentes investigadores de la época preposturológica estaban impulsados por el afán de ubicar una función en un órgano determinado. De hecho, lo hicieron y fueron concretando en el oído interno, que desde entonces se convirtió en la sede desde la que gestionábamos el equilibrio.

Esta idea cambió con la aparición de un libro que tiene un tema central integrador y novedoso, Cybernetics, publicado por Wiener3 en 1948, en el que se afirma que varios órganos pueden colaborar en una sola y misma función. Como consecuencia, van apareciendo, ya unidos y por primera vez, pie, ojo y vestíbulo, con un único comando motriz de base y de cuya resultante nace la posición equilibrada del cuerpo.

Podríamos decir que desde ese momento se gesta el nacimiento de la posturología; de todas formas, a estas ideas iniciales se irían añadiendo otros aspectos importantes: vestíbulo-oculares, de la musculatura suboccipital y sus relaciones, el sentido muscular propioceptivo y un largo etc. Se estudiarían más adelante las vías subcorticales y corticales (Kavounoudias, 2010) que comandan, controlan y regulan la postura, dotando al conjunto corporal de unas funciones neurofisiológicas concretas que nos equilibran en la estática y en el movimiento y que contribuyen al mismo tiempo a la estabilidad de la cabeza. Horak (1994) presenta un trabajo en el que concluye que los músculos intrínsecos del pie y la pierna actúan respondiendo a perturbaciones de baja velocidad y estabilizan la cabeza en el espacio.

Podemos citar siguiendo la histórica a muchos científicos y estudiosos del tema postural, pero aun así parece que, a pesar de la amplitud histórica del tema y sus evidencias, todo ello remitiría a un relativo reduccionismo si es contemplado por partes y autores de forma separada. Pero si lo desubicamos y lo expandimos según las nuevas teorías de sistemas (Bertalanffy, 1976) (pese a que el original se publicó una década antes), nos dicen que los sistemas vivos son totalidades integradas cuyas propiedades no pueden ser reducidas a sus partes, que son sistémicas, y cuyo conjunto emerge de las relaciones organizadas entre las partes y se pierde cuando se separan.4

Los nuevos conocimientos sobre el equilibrio se prestan a amplias discusiones e incertezas por resolver, pero también a posibles aplicaciones. La realidad que vamos conociendo en relación con el binomio postura/equilibrio va dejando atrás el tópico clásico: un órgano, una función, y va remitiéndonos a un conjunto de fenómenos complejos multifuncionales e interdependientes, con variadas ubicaciones tanto en el propio cuerpo, entendido este fuera de la dualidad cuerpo-mente, como incluso en la extensión del yo al nosotros, la relación persona/ ambiente, las percepciones particulares, las cosmovisiones personales y un vasto universo de relaciones, algunas de las cuales iremos desarrollando.

Entre estas relaciones encontramos las aportaciones de las teorías cuánticas, que son para nosotros de enorme importancia y nos sirven de plataforma en un amplio imaginario que permite nuevos constructos. Entre un enorme abanico de citas, algunas ya antiguas, según las cuales los objetos materiales sólidos se disuelven a su nivel subatómico en probabilidades de ondas, o más bien en interconexiones. «El mundo aparece como un complicado tejido de acontecimientos, en el que conexiones de distinta índole alternan, se superponen o combinan determinando así la textura del conjunto». W. Heisenberg (1927).

Creo que al menos en algunos niveles, y no solo de pensamiento, es importante plantearse la solidez de las cosas, de las estructuras, de los cuerpos, y plantearse nuevos escenarios en los que la relatividad de las texturas tome un protagonismo en la realidad corporal de la que parece que huyamos, dejando las probabilísticas, las ondas y las partículas para la física y los físicos, y sus aplicaciones para la meteorología y sus previsiones y la bolsa y sus oscilaciones, pero no para la medicina.

Desde esta perspectiva que invita a percibir de forma diferente la fenomenología de cualquier acontecimiento, podemos ver las múltiples variables posibles y el rapidísimo trasiego de información que se condiciona entre ellas. La génesis de toda una miríada de fenómenos compuestos que giran alrededor de lo que podríamos denominar un ecosistema circundante a la persona, con un orden implícito particular, que condicionaría que cuerpo y circunstancias de todo tipo fueran generadores continuos de una multiplicidad de manifestaciones contingentes, cuya simplificación a solo una ubicación y forma concreta, con una geometría o biomecánica fija, nos alejaría mucho de las posibilidades que otorga una nueva comprensión del conjunto, del cual depende el equilibrio personal, ligado al global.

Pensamos que bien pudiera servir, a modo de ejemplo, una metáfora, o más bien una reflexión adaptada, que nos aproxima a una de las ideas de contingencia a desarrollar. Tomamos como ejemplo una campana, pero podrían ser variadísimos objetos o hechos. Si observamos esta campana, veremos que contiene un badajo que suena al golpear con él las paredes internas de la misma, condicionando un impacto y así el consiguiente sonido. Si analizamos de forma detallada el fenómeno, vemos que para que suene una campanada son necesarios sus diferentes componentes estructurales (aleación de metales, forma, badajo). Tiene que haber un impacto con el sonido, el ambiente donde suena y el oído que escucha sus matices y las diferentes percepciones y cogniciones de quien lo escucha, y la mano que lo condiciona. Es también evidente que hay un momento temporal en el que se produce la escucha y, al final, hay que tener conceptualizada toda la fenomenología como correspondiente al sonido de una campana al ser golpeada. Por lo tanto, la campana con sus elementos, el sonido e incluso el que escucha, son realidades a su vez compuestas, interdependientes, condicionadas por una extensa variedad de elementos, integraciones y hechos perceptivos que podríamos, a su vez, ir descomponiendo cada vez más. Si lo hacemos, llegaríamos en extremo a una escala incluso subatómica, que haría que la ubicación originaria de sonido y materiales que lo produjeron, e incluso el yo que lo percibió, fueran inconsistentes. Eso sí, una pequeña variación lo modificaría todo en su manifestación, para volver de nuevo al ciclo de la relativa inconsistencia.

 

Esto que es válido para un objeto, en buena lógica lo sería también para el sujeto, sobre el que podríamos aplicar las mismas premisas. Por lo que, si el objeto se puede descomponer en una interdependencia infinitesimal, también puede serlo el sujeto, de lo que podríamos inferir que, en realidad y desde la relatividad profunda del tema, nada existe en su concepto, pero aparece a nuestros sentidos. No se trata de caer en un nihilismo ni mucho menos, sino que la idea es más bien dejarnos llevar hacia la relatividad de los fenómenos y el hecho de que son siempre compuestos y contingentes. Creo que con el ejemplo acabamos estructurando una idea de interdependencia, de no separación entre sujeto y objeto, que nos ayuda a mirar desde otras perspectivas que nos aparten de conceptualizaciones, rígidas y limitantes, sin caer en un flotar en lo fantástico. Como en un juego de polaridades, hemos de hallar el punto de encuentro.

Vuelvo a citar, y me remito y apoyo en teorías sobre la relatividad, el principio de incertidumbre, el orden implícito, que postularon tanto Einstein como Heisenberg, Bohm, y otros científicos, que ha tenido aplicaciones prácticas en muchos aspectos de la física y que creemos son extrapolables a la biología y otras ciencias. Más adelante F. Capra, físico, publicó The Tao of physics (1975), este libro (que puede que en el ámbito científico no tuviera demasiada repercusión), por sus vivencias y desarrollo del tema, hizo reflexionar sobre la concepción del universo y la persona a toda una generación.

Pero no sería razonable ni respetuoso olvidar que de manera previa y con otras sensibilidades y palabras, fueron enunciadas en otros formatos por filósofos, eruditos y sabios de todos los tiempos, que mostraron lo que es y crearon con ellas diferentes cosmovisiones, destacando el budismo mahayana*.

Por lo tanto, con el equilibrio y sus manifestaciones posturales en la persona y la piel del constructo, creo que se podrían establecer ciertas analogías muy interesantes, como ya lo expresaron en otros contextos, desde la sabiduría perenne, y que aquí, con mucha osadía de confrontación por mi parte, pretendo que estén también incluidas en este texto, mezcladas entre tramas y encrucijadas de muchos caminos. Destacando el que da título al libro con respecto al umbral de la piel.

Por lo que, sin querer llegar a extremos volátiles, sí creo interesante poder salir de algunas limitaciones, o de muchas de las que tenemos, y reiterar la idea de dejar que, como fondo, los clásicos de la erudición nos ayuden a hacer un análisis diferente de los elementos que aquí vamos a tratar.

Con esta idea me propongo ir entrando y saliendo de lo concreto y pragmático hacia aspectos algo más difusos o sutiles, pero valorables para el equilibrio, la estabilización y la percepción humana; haciendo tránsitos desde la mecánica newtoniana a la física cuántica, e incluso hacia aspectos de la espiritualidad no específicamente religiosos, que nos ayuden a encontrar un punto desde el que espero (aunque no creo que sea lo más importante) poder concretar aspectos aplicativos en psicoterapia en la medida de lo posible.

Es evidente, que estará limitada la exposición precisa en algunos dichos aspectos prácticos que trataremos, de entrada porque son experienciales y con cierta escasez de teorías, pero espero que con el trabajo que se muestra podamos intuir grandes posibilidades y, en todo caso, estas me parecen muy motivadoras para seguir investigando entre otros aspectos lo que denominamos la postura oscilatoria de la persona como emisora de frecuenciales y la piel como una gran receptora (lo iremos desarrollando en algunos de sus aspectos en otros apartados específicos).

Por otra parte, pienso que el hecho de conjuntarlo todo, incluido lo antropológico, médico, filosófico, psicológico, etc., no nos dispersa ni aleja de lo aplicativo, específico y científico, sino que más bien nos abriga desde un marco teórico humanista, con un sustrato motivador que puede contribuir como nexo de unión a unas ciencias que bien pudieran ser más integradoras.

En experiencias más terapéuticas, muchos pacientes comentan sentirse mejor, y no solo de lo que les duele, sino en la percepción que tienen del sufrimiento y lo que les rodea, y ven las posibles perspectivas de cambio. En cuanto a los niños, los padres nos dicen verlos más felices, tranquilos y atentos, e implicados en los lazos afectivos del grupo familiar, de amigos y en la escuela.

Y los alumnos están en general muy atentos, cambian el tipo de reflexiones y aprehenden, y cambian sus conceptualizaciones desde las experiencias que proporciona la casi obligatoria autoindagación durante el proceso de formación. Produciéndose también puentes afectivos importantes entre ellos en este período, que crean cohesión del grupo. Creo que es similar a la que se produce en los grupos de terapia que llevan tiempo trabajando juntos.

Ni que decir que para mí, ahora ya en un proyecto de retiro de la docencia en la Universidad después de tantos años, ha sido y sigue siendo un aprendizaje vital en la relación y en mi propio discurso, que creo que se tornó espontáneo, fluido y natural. Ya no miro otras dialécticas, no por prepotencia —ni mucho menos—, es por congruencia con la propia fluidez y el contínuum de los fenómenos, y creo que por una integración de una parte notable de lo aprehendido y vivido. Es decir, el profesor pasó a ser un alumno más escuchando su propio discurso. Un agradecimiento inexpresable en palabras a todos mis alumnos que, durante tiempo, vinieron a aprender y resultó que, al final de esta etapa, me enseñaron a mí tanto más.

También, el agradecimiento es para todos los que no estuvieron de acuerdo, se mostraron hostiles, confrontaron y me ayudaron a reflexionar; eso me mantuvo humilde, en la tierra, hasta tal punto que me era más grato bajar a su lado, estar entre ellos e identificar que todos llevábamos el mismo rumbo en el viaje.

De alguna manera, el tratamiento de la postura nos equilibra y cambia nuestra percepción, y nos cambia a nosotros, con lo que parece evidente que la transformación de nuestra mirada en el sentido más amplio tiene unas consecuencias en la navegación por la amplitud inconmensurable que produce atravesar el umbral de la propia piel como constructo de lo humano.

Antes citamos a profesionales de la salud y científicos, a propósito de las afirmaciones reduccionistas; habría que añadir que, por el contrario, en los terrenos llamados humanistas, y desde una óptica algo más amplia e intersubjetiva, se busca entender las amplias relaciones que se deducen del equilibrio y posicionamiento postural humano, pero en este caso de forma más libre, ya que están desconectados, al menos en parte, de parámetros estructurales exclusivistas o reduccionistas, solo nutridos desde la fisiología humana, anatomía, medicina y ciencia en general. Lo hacen incluyendo la gran diversidad de variables que se establecen dentro de la estabilización, equilibrio o posicionamiento de una persona, de un yo mismo, con sus introyectos y sus múltiples contactos con la alteridad y, cómo no, también con su entorno relacional afectivo y dentro de un compartido ecosistema envolvente.

Basándonos en estas variables, podremos estar también en equilibrio o desequilibrio, tanto físico como psicológico. Y aunque como resultante esta visión es en apariencia más global, también se corre el riesgo evidente de acabar en reduccionismos, en este caso un tanto discursivos, sobre las diferentes formas de entender la postura, sesgados desde los diferentes modelos, desde las cogniciones y percepciones particulares, etc., a partir de las que se dificulta poder encontrar un punto de partida adecuado.

El modelo al que se refiere la posturología en su aspecto posicionamiento, requiere un consenso tan equilibrado y estabilizado como el que se pretende desplegar para el tratamiento global de la persona y estar en un continuo ser y aprender del otro, prescindiendo de los egos personales.

Como cuando se analiza por qué un guiso era mejor si tenía ingredientes idénticos a otro que no lo era tanto, la respuesta de la persona que lo hizo es: está hecho con todo eso y con amor, como Esquibel describe en su libro Como agua para chocolate.Puede que a algunos les parezca una simpleza desubicada, pero en un equipo multidisciplinar, eso, unido a la ausencia de egos inflados de ciencia, pudiera ser la piedra angular de un grupo de trabajo. Lo digo desde el corazón y desde mi propia experiencia con «los ingredientes del guiso». Sea del tipo que sea, se hace casi solo, un empujoncito del equipo conjuntado y el sistema no lineal por el que viajamos, guía y cambia todo de forma exponencial.

Por el momento, aquí en este texto, espero, en la medida de lo posible, trabajar desde ese ligamen intermedio formado por las ciencias humanas, y que este actúe a modo de facilitador. Creo que la inflexión se produce en el desarrollo de nuevos imaginarios y en las conexiones intrapersonales, las colectivas y las propias, unidas a las peculiares de la fisiología y piscología humanas, y sus percepciones, puesto que, en definitiva, todo se expresa, como hemos apuntado, en la postura y el posicionamiento oscilante que, a modo de frecuenciales emitidos y recibidos, buscan de modo constante un tono de equilibrio con respecto al momento y a la persona. Lo llamaremos, desde esta perspectiva, sistema oscilatorio tónico posicional, desde el cual sabemos que se equilibra o estabiliza en permanencia el individuo y se armoniza en sus aspectos relacionales esenciales, no solo con el mismo y su colectividad, sino también con algo más universalizador. Y aquí abrimos complejos interrogantes que creo que invitan a su exploración y experimentación.

Puede que, a modo de ejemplo, fuera útil para entender la idea que pretendo expresar desde una vertiente más antropológica y humanista, el hecho de haber leído estudios de muchos colegas y haber observado diferentes tipos de danzas (algunas de ellas iniciáticas) mientras se producen recitaciones de mantras5, en las se llega a un clímax parecido al que se da en manifestaciones peculiares que se producen en algunos ritos tribales, o también en los cánticos multitudinarios que surgen de la profundidad del ser.

En estos rituales, los individuos participantes acaban conectando en conjunto con una determinada sintonía y un imaginario perceptivo. Lo podemos ver también en comunidades espirituales, o de otro tipo, cuando se unen para determinados objetivos en sus prácticas, comparándolo de forma simplista con una melodía y un ritmo, que une y armoniza al conjunto de gente que la baila. A semejanza, y con una cierta dosis de utopía, si llegáramos a aprender a armonizarnos todos en unos frecuenciales oscilatorios concretos (al menos para algunas cosas), es muy probable que se produjera un mayor equilibrio global en las comunidades, y bien pudieran suceder cambios interesantes que, de alguna forma, vemos cuando nos unimos en objetivos que son altruistas y en los que parece haber una congruencia entre los imaginarios tanto afectivos como emocionales, e incluso corporales; podemos practicar algunas de las propuestas que el psiquiatra C. Naranjo describe en su libro Entre meditación y psicoterapia (2009). O de forma más integrada en las personas, propuestas no dogmáticas, que están en el núcleo de las diferentes cosmovisiones.

De hecho, a veces decimos que nos ponemos en la piel del otro. Pienso que al menos lo hacemos en sus aspectos antropológicos y sociológicos, y diría que también humanos, es un aspecto importante a tener en cuenta, aunque de momento sea muy difícil demostrar como funcionaría a nivel colectivo, a nivel individual creo que ya lo sabemos en parte.

En definitiva, el resultado expresado en forma de metáfora sería como el hecho de poder afinar el «receptor de radio personal», buscando una emisora que emita desde el corazón-mente, y poder hacerlo en la misma frecuencia de onda, todas ubicadas en la misma sintonía. Parece fantasioso, pero desde lo que justo empezamos a exponer, puede ser también una realidad a la que grupos y culturas pueden aspirar de forma diferente. El hecho concreto es que, en cierta medida, podemos afinar el frecuencial de las oscilaciones hacia unas cotas de equilibrio unipersonales que nos ayuden en el proceso de verticalización que soñamos desde los albores del proceso de hominización y que han culminado en lo que somos. Ahora, estos procesos de oscilación son mensurables, y sabemos que modulan los aspectos biomecánicos y sensoriales de la fisiología, pareciendo que estos influyen de alguna forma en multiplicidad de aspectos globales de la persona, entre ellos en una parte interesante de las percepciones, cogniciones y sentimientos, con lo cual parece necesario no demorar más y seguir estudiándolos y aplicándolos.

 

Aun sustrayéndonos de esta parte que puede parecer más etérea, aunque no es esta la intención, sigue quedando un sistema aplicativo fiable, medible con plataformas informatizadas de estabilometría, que es de gran eficacia. Tenemos nuestras manos y el tacto, que son aspectos claves a nivel informacional, y tenemos multiplicidad de test y pruebas. De todo ello deriva que tenemos una terapia que nos puede ayudar a mantenernos en equilibrio estático y dinámico, verticalizarnos y ofrecernos nuevas perspectivas, estabilizarnos como personas o llevarnos a muchos lugares de nuestro interior a los que nunca habíamos viajado; creo que observando el conjunto fenoménico y adentrándose en él, las ciencias pueden, basándose en ello, hacer grandes cambios paradigmáticos.

Siempre con la colaboración de todos los elementos participantes del conjunto postural descrito, que a la vez son compuestos de captores interdependientes, factores biomecánicos, fisiológicos, psicológicos, mentales, energéticos y también transpersonales, todo ello ubicado en un lugar y un momento concreto. Acontece que en un continuo frecuencial, resulta paradójico el hecho de podernos mantener de pie, erguidos, y, de alguna forma, ir casi cayéndonos a cada paso mientras nos estabilizamos y desequilibramos de forma constante para reequilibrarnos. Es toda una alegoría manifiesta de la condición humana y sus polaridades, que añora una estabilidad y un equilibrio que parecen difíciles en algunas ocasiones, tanto de forma física como psicológica.

Pero esta es la marcha humana, que empezó hace millones de años, y evolucionó y engramó en nuestro impulso vital la esperanza de ir hacia algún lugar diferente, unido a la vez a la tristeza de dejar paraísos efímeros, pero también sufrimientos. Esos abandonos o renuncias condicionan que desde los pinchazos de la culpa endógena, inyectada por nuestros sesgos culturales en la conciencia, hacen que nuestros espíritus temerosos creen con cierta frecuencia un imaginario nada natural, que tenga que ver con el equilibrio hipotético del paraíso perdido de la postura original. Ello nos hace buscarlo de formas muy variopintas, a veces, como es el caso, hurgando entre ciencia y espíritu humano y contemplando en detalle sus coberturas, pero el paraíso original ya no existe, se extinguió en la historia, en la inmensidad del cosmos, y ahora pudiéramos poner esa energía, no en construir nuevos paraísos, sino en cuidar el jardín interior y facilitar que con otros jardines diferentes se pueda construir un espacio amable en el que habitar y crecer como humanos.

Fuera de lo metafórico, pienso que es interesante en el trabajo que presento mostrar aspectos ignotos de la postura, del cuerpo en general y de la piel en particular, estudiado en el contexto de un sistema oscilatorio muy particular, a partir del cual podemos ver múltiples aplicaciones prácticas en diferentes niveles del individuo y no caer, al menos en la finalidad primordial, en una dialéctica estéril que nos acabe conduciendo, a pesar de la novedad del tema con sus planteamientos y propuestas, a no ver sus aplicaciones y volver a buscar en las posibles soluciones ya clásicas, que dicho de paso, no son cuestiones incompatibles. Me gustaría que no se deslizara lo propuesto por otro camino que el propuesto en el texto, que en este sentido pretende alejarse de meros ensayos tintados con aspectos de neurofisiología o psicología o con discursos un tanto filosóficos y etéreos. Tampoco querría caer en nuevas metodologías, desleídas de alejadas de lo que las humaniza. Pero sé que casi siempre, cuando se realiza un largo recorrido, en algún momento resbalas o tropiezas; me hago cargo del riesgo.

El desarrollo del trabajo me hace estar convencido de que si la relación postura-equilibrio, como he citado, la desubicamos del reducto individualizado de los sentidos concebidos desde una taxonomía clásica y además escindida, y unimos su fisiología a las posibilidades de un cambio, aunque sea parcial, de las percepciones en el individuo, la nueva visión de la realidad que ello conlleva por el mero hecho de integrarlos en una bioinformación renovada y aplicar microestímulos sobre los captores sensoriales, veremos aparecer de forma paulatina para la persona un nuevo universo de comunicación, con una muy amplia red de relaciones, que creo que puede ser de enorme importancia, y en las que hay que seguir indagando a pesar de las dificultades individuales que aparezcan.

Pretendemos converger en un nuevo imaginario que pueda llevarnos, al menos, a rozar las posibles nuevas fronteras y explorarlas y atravesarlas, en lo que esperamos pueda ser un nuevo paradigma en ciencia. Aportamos con modestia la experiencia de varias décadas de trabajo hospitalario y extrahospitalario, que nos ha dado buenos resultados; la fuerza de nuestros remos y espíritus, y algunas aportaciones metodológicas de valoración y terapias que ayudan a sanar o a mitigar desequilibrios, dolor y sufrimiento.

Hoy sabemos que nuestro cuerpo utiliza, en su integración, un sistema como es el postural, que trabaja dentro de la lógica de los sistemas no lineales de tipo caótico, y que en él, además del equilibrio y estabilidad, se está calibrando en permanencia el medio interno y el externo y todas sus relaciones. Para ello actúa como un sistema de receptor-emisor, a modo de módem interno, adecua y armoniza el conjunto en una homeostasis especial, desde unos referenciales de base a través de centros y vías sensomotrices y procesos mentales, que dotan en todo momento a la postura corporal del equilibrio necesario para posicionarse (Weber, 2010). Eso no tiene que ver solo con las posiciones de los diferentes segmentos corporales en el espacio, sino con una multiplicidad de aspectos que calibran exterocepción, interocepción, propiocepción y cognición, equilibrándolas, y es para ello que oscilamos y nos movemos, y así nos notamos a nosotros mismos uniéndonos a emoción, tono, visión, cogniciones, percepciones y otros aspectos (Simon, 1994; Roll, 2010) que constituyen una forma de sentirnos vivos (Lowen, 1990, 1994).

Nos encontramos en condiciones de normalidad, de forma acorde a la situación que se presenta y la vivencia de la misma, tanto en la acción como en el reposo y en tensión como en relajación. Sería una especie de afinación basal a la que se añaden otros motivos tonales y actitudes corporales, individualizadas, cargadas a su vez con la visión particular del universo, tanto cognitiva como perceptual o emocional, en un vehículo psicomorfotípico al que añadimos la forma peculiar de conceptualizar y conceptualizarnos, la personalidad (Perls, 1976). Entramos, por lo tanto, en el entramado de una compleja y fluida corriente de redes de interdependencias que emergen en la conciencia del individuo, pero que, en desequilibrio, que es lo que pretendemos tratar, formarían parte de un tono individual y también colectivo, a modo de consciente colectivo en línea, por asemejarlo con la terminología que utilizara desde su sabiduría Jung (1969)6 para lo que él denominaba inconsciente colectivo.