Trazos y rostros de la Fe

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“Ningún discípulo es más que su maestro, aunque un discípulo bien preparado podría igualar a su maestro. ¿Por qué miras la brizna que tiene tu hermano en su ojo y no te fijas en el tronco que tú mismo tienes en el tuyo? ¿Cómo podrás decirle a tu hermano: “¿Hermano, deja que te saque la brizna que tienes en el ojo”, cuando no ves el tronco que tienes en el tuyo? ¡Hipócrita, saca primero el tronco de tu ojo, y entonces podrás ver con claridad para sacar la brizna del ojo de tu hermano!”.
(Lucas 6: 40-42)

Nos preguntamos hoy:

Ante ciertas formas de religiosidad legalista, implacable y crítica hacia los demás. Preguntémonos: ¿cuáles son algunos errores y fallas personales que tratamos de ocultar cuando juzgamos tan implacablemente las fallas y errores de los demás?

Juan Crisóstomo

(347 - 407)

Dijo Juan Crisóstomo:

“Si no logras encontrar a Cristo en el mendigo a las puertas de la iglesia, no lo encontrarás en el cáliz”.

Semblanza personal:

El apelativo de Crisóstomo proviene de su reconocido talento como gran predicador de los primeros siglos del cristianismo. En griego, ese nombre significa “boca de oro” o “pico de oro” (jrysostomos) y fue llamado así poco después de su muerte. Nació en Antioquía (por lo que se le conoce también como Juan de Antioquía). Fue Obispo de Constantinopla y es considerado uno de los grandes padres de la Iglesia junto con Agustín de Hipona, Gregorio Magno, Ambrosio de Milán y Jerónimo de Estridón.

Antes de adoptar la vida religiosa había estudiado filosofía y retórica, esta última disciplina bajo la guía de Libanius quien era, por aquel entonces, uno de los retóricos más elocuentes de habla griega durante el Bajo Imperio romano (conocido como el pequeño Demóstenes). A partir del año 373 se hizo monje ermitaño y, como tal, se retiró a las montañas cercanas a Antioquía, aunque solo por seis años: dos con la guía de un viejo monje sirio y cuatro en una cueva. Por razones de salud regresó a Antioquía y allí fue nombrado diácono (381) y sacerdote (386). Entonces, recibió el encargo de ser el predicador en la catedral de su ciudad. Lo fue durante doce años y se ganó la fama de predicador, maestro y santo servidor de su pueblo. En sus sermones y discursos públicos denunció los abusos de las autoridades imperiales, así como el libertinaje del clero bizantino. Trabajó a favor de las personas más necesitadas y reivindicó sus derechos.

No fue, entonces, solo un mero predicador elocuente, sino también, y esto es lo más destacable, un predicador valiente que asumió el encargo de la predicación con la fuerza profética que se necesitaba en aquel entonces. Esto le ganó aplausos, reconocimientos, pero también persecuciones y muchas aflicciones. Se enfrentó al emperador Arcadio, a la emperatriz Eudoxia y a encumbrados clérigos. Como resultado de esas denuncias fue enviado al destierro. Le condenaron por treinta y nueve cargos, uno de ellos como enemigo de la fe y contradictor de la sana doctrina (hereje).

Murió en Comana, Ponto, a consecuencia de uno de los viajes forzados que se le habían impuesto como escarmiento. Hoy se conservan la mayoría de sus cartas y sermones, incluidas varias homilías acerca del bautismo, descubiertas no hace muchos años. Después de Agustín de Hipona, Crisóstomo es uno de los grandes Padres de la Iglesia que ha gozado de mayor prestigio como reformador de la fe.

De su cofre de joyas espirituales:

¡No te ordenó Dios que al pobre le echaras en cara su pereza, sino que le remediaras su necesidad! ¡No te hizo acusador de la perversidad, sino que te constituyó remedio y médico de su desgracia! ¡Y no para que lo reprendieses por su desidia, sino para que tendieras la mano al caído! ¡No para que condenaras sus costumbres, sino para que aliviaras su hambre!

Nosotros procedemos al revés. No nos dignamos consolar con la limosna de algunos dineros a quienes se nos acercan, pero en cambio les refregamos sus llagas con nuestras reprensiones… Porque dice la Escritura: Inclina hacia el pobre tu oído y con mansedumbre respóndele palabras amables. Plata y oro no tengo. Lo que tengo, eso te doy. En el nombre de Cristo levántate y anda…

¿No puedes sanar una mano árida? Pero puedes extender la tuya a la que la crueldad ha secado, mediante la benevolencia…”1.

Enseña la Biblia:

“Al ver que Pedro y Juan iban a entrar, les pidió una limosna. Pedro y Juan clavaron su mirada en él, y Pedro le dijo: — Míranos. El cojo los miró con atención, esperando que le dieran algo. Pedro entonces le dijo: — No tengo plata ni oro, pero te daré lo que poseo: en nombre de Jesús de Nazaret, comienza a andar. Y, tomándolo de la mano derecha, hizo que se incorporase. Al instante se fortalecieron sus piernas y sus tobillos, se puso en pie de un salto y comenzó a andar”.
(Hechos 3:3-7)

Nos preguntamos hoy:

La crisis de la predicación tiene poco que ver con la elocuencia. Hay predicadores(as) grandilocuentes, sin embargo, falta la integración de la palabra locuaz con la acción eficaz. Preguntémonos: ¿cómo lograr que nuestras comunidades de fe no solo prediquen bien, sino que demuestren el Evangelio con acciones de servicio a las personas más necesitadas?

Benito de Nursia

(480 - 547)

Dijo Benito:

“Escucha, hijo, los preceptos del Maestro, e inclina el oído de tu corazón”1.

Semblanza personal:

Benito (Benedictus) nació en Nursia, Italia, a finales del siglo V. Después de todos estos siglos, su vida y enseñanzas siguen siendo tenidas en cuenta como una de las fuentes de espiritualidad cristiana más vigentes para la actualidad. Joan Chittister, periodista, monja y escritora señala en uno de sus libros que “la espiritualidad benedictina es la espiritualidad del siglo XXI, porque aborda los problemas que afrontamos hoy: servicio, relaciones, autoridad, comunidad… y desarrollo espiritual y psicológico”2.

Nació en una familia de la pequeña burguesía rural y fue enviado a Roma para estudiar. Al ver la vida disoluta que caracterizaba a la ciudad, decidió irse al campo y vivir en una cueva como ermitaño. Huyó para vivir en Effide en una pequeña comunidad bajo la guía espiritual de un sabio sacerdote. Poco tiempo después se dirigió hacia el monte Subiaco, cerca de Roma, donde vivió como ermitaño. Muchas personas acudían a él para buscar aliento espiritual. Allí fundó doce pequeñas comunidades monásticas, cada una con doce monjes y un abad que los dirigía.

En el 529 abandonó los grupos y se trasladó hacia el Montecasino, a casi 130 kilómetros de Roma, donde estableció un monasterio que dio origen a la orden benedictina. También fundó un monasterio para su hermana Escolástica, dirigido para mujeres con la misma vocación de vida retirada. Benito vivió en Montecasino hasta su muerte, en el año 547.

Teniendo en cuenta las Reglas monacales escritas por Juan Caisiano (360-435) y Basilio de Cesaréa (330-379), Benito redactó su propia Regla, la que gozó de amplia difusión y aseguró su fama como “Patriarca del monaquismo occidental”. Ese es uno de los documentos más importantes de la historia de la espiritualidad cristiana.

La historia del santo de Nursia se conserva gracias a la biografía teológica escrita en la segunda parte de Diálogos, obra del papa Gregorio el Grande (540-604).

De su cofre de joyas espirituales:

No hagas en el monasterio discriminación de personas. No amarás más a uno que a otro, de no ser al que hallare mejor en las buenas obras y en la obediencia. Si uno que ha sido esclavo entra en el monasterio, no sea propuesto ante el que ha sido libre, de no mediar otra causa razonable. Más cuando, por exigirlo así la justicia, crea el abad que debe proceder de otra manera, aplique el mismo criterio con cualquier otro rango. Pero, si no, conserven toda la precedencia que les corresponde, porque «tanto esclavos como libres, todos somos en Cristo una sola cosa» y bajo un mismo Señor todos cumplimos un mismo servicio, «pues Dios no tiene favoritismos». Lo único que ante él nos diferencia es que nos encuentre mejores que los demás en buenas obras y en humildad. Tenga, por tanto, igual caridad para con todos y a todos aplique la misma norma según los méritos de cada cual3.

Enseña la Biblia:

“Pero ahora, una vez que la fe ha llegado, ya no estamos bajo el dominio de ningún acompañante. En efecto, todos vosotros, los que creéis en Cristo Jesús, sois hijos de Dios, pues todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo habéis sido revestidos. Ya no hay distinción entre judío y no judío, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer. En Cristo Jesús, todos sois uno. Y si sois de Cristo, también sois descendientes de Abrahán y herederos según la promesa”.
(Gálatas 3:25-29)

Nos preguntamos hoy:

Vivimos en una sociedad jerarquizada, no solo en el mundo del trabajo, sino también en otros ámbitos del diario vivir. Las jerarquías, por necesarias que sean, no deberían llevarnos a olvidar lo que nos recuerda la Biblia y reiteró Benito: ante Dios, somos iguales. Preguntémonos: ¿Qué significa en la práctica vivir la igualdad entre todas las personas en el trabajo, la familia, la escuela y la comunidad?

Juan Clímaco

 

(575 - 649)

Dijo Juan Clímaco:

“El alma sosegada es un trono de sencillez; el espíritu colérico es creador de maldad”1.

Semblanza personal:

Juan Clímaco, también conocido como Juan el Sinaíta o Juan Escolástico nació en Palestina y fue un monje del Sinaí que decidió vivir en lugar apartado y dedicado por entero a la oración, el silencio y el ayuno (cristiano anacoreta). Fue maestro de la vida espiritual entre los siglos sexto y séptimo. Sus más preciosas enseñanzas quedaron registradas en su obra llamada La escalera del divino ascenso o, Escala espiritual. A este título se debe también su apellido, Clímaco (klimax: escalera para ascender).

Inició su práctica espiritual siendo muy joven, cuando tenía dieciséis años de edad; entonces se fue al Monte Sinaí después de cuatro años de intensa formación. Durante ese tiempo trató de encontrar respuestas a la pregunta que lo acompañó durante toda su vida: ¿cómo escalar en la fe y en la total consagración al Señor? En sus años juveniles aprendió que lo que debía hacer era dedicar tiempo a la oración, en lugar de las conversaciones inútiles, así como también estar cerca de un director espiritual que lo ayudara a reconocer sus imperfecciones y lo encaminara por las sendas de la fe. Los libros de Gregorio Nacianceno (329-389) lo guiaron en ese camino.

Por más de cuatro décadas vivió dedicado a la lectura de las Escrituras, a la oración y, como la mayoría de los monjes, al trabajo manual. Sus contemporáneos admiraban su consagración y el rigor de su moralidad, pero él, apegado a sus más caros valores de la sencillez (simplicidad) y la humildad, intentaba ocultar sus virtudes y parecer un monje más.

En la Escala divina se presentan treinta escalones (la edad de Cristo cuando fue bautizado); cada uno de ellos expone las virtudes que se deben cultivar y los vicios que se deben evitar en el arduo camino hacia la vida que agrada al Señor. Clímaco, basado en su propia experiencia, enseña cómo lograr esas virtudes y soslayar las tentaciones. En el último escalón, el número treinta, se resume en tres palabras todo lo dicho hasta entonces: Fe, esperanza y amor (1 Corintios 13:13).

De su cofre de joyas espirituales:

“Después de todo lo que hemos dicho, solo nos queda esta triada: fe, esperanza y caridad, que abrazan y aseguran la unión de todas las virtudes… La fe la comparo con un rayo; la esperanza con la luz y el amor con una esfera, juntas forman una sola claridad, un solo esplendor… Quien desee hablar de amor está ya hablando de Dios mismo, pero es peligroso hablar de Dios y podrías ser peligroso para los incautos. Los ángeles saben cómo hablar del amor, pero ellos hablan solo en la medida que reciben luz. Dios es amor (1 Juan 4:8,16). Pero el que tenga deseos de definirlo es un ciego que se empeña en contar la arena del mar2.

Enseña la Biblia:

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