Salto de tigre blanco

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Yo creo que es factible reparar en el vertiginoso incremento de la teatralización. Mutación ligada con la multidiversidad de papeles sociales asignados a las mujeres y a los hombres urbanos contemporáneos. La conciencia de estas máscaras también se ha vuelto aguda, ya que desde el siglo pasado ella misma ha comenzado a presentarse como encubridora, disfraz y revelación a la vez. La teatralidad es una fórmula de uso universal para el hombre. Sin embargo, no es a este proceso histórico y antropológico al que habremos de referirnos, sino a su situación límite dentro de la época que ya se asoma a la hegemonía-planetaria-urbana…

Yo estoy de regreso. Luego de una cena espléndida en un restorán italiano decorado como si fuera un bosque, con Cornelius van Dam y una chica directora de Fotogramas, una revista de moda. Cornelius tiene dos días sin dormir pintando el decorado para una obra de teatro que se llama algo así como Adolescente desnudo delante de todas las inquisiciones. Me regala dos libros con litografías suyas y cuenta chismes e historias. La chica me confiesa ser hija de familia, de una familia dueña de ocho revistas, dos estaciones de televisión, cuatro hoteles y la mayor distribuidora de publicaciones periódicas. Frente al restorán había otro muy animado llamado Flash Flash, decorado escandalosamente con siluetas en alto contraste de fotógrafos cuyos flashes eran las luces del sitio, siempre apagándose y encendiéndose. Fotógrafos en exagerada pose oportunista, claro, muy artificiales. En fin, comienza el día y comienzan mis aprehensiones. Pisaré Madrid, el aeropuerto Barajas adonde han muerto tantos amigos míos, cruzaré el oceáno, y Montreal, y luego ciudad de México. Y allí dormir abrazado a mi deliciosamente dulce Juliette desnuda. Todo esto antes de que nuevamente sean las cero horas y comience de nuevo el día 27. Cornelius conviene en pasar por mí a las diez, supongo que a arreglar la cuenta del hotel y a llevarme al aeropuerto, y yo estoy por llamar y pedir que me despierten a las siete de la mañana, hora en que debo llamar a Juliette…

Yo después del café padecí un terrible dolor de cabeza. Se acentuó más al llegar a la oficina y me acabo de tomar una naranjada. La gata pasó la noche fuera de casa y volvió en la mañana como escaldada, no quiso ni comer y caminó titubeante hasta ver a sus gatitos. Mi esposa llevó a las niñas a comprar una chamarra para la mayor. La pequeña quería una igual, pero costaban demasiado y nada más no la hacemos. Depresión definitiva. Me gustaría poder comprar todo lo que quieren. Fracaso total. Ahora sí que el sueldo equivocado en el trabajo equivocado en el país equivocado. Y lo más horrible es que si no la hago aquí tampoco la hago en México. ¿Entonces? Me acaloro mucho. ¿O tendré fiebre? Llama mi esposa y me recomienda trabajar con la puerta abierta. Lo hago, pero esto me pone ligeramente nervioso, me impide concentrarme. Siento los ojos cansados, estoy desacostumbrado a cernirme sobre la computadora durante tantas horas, la pantalla me lastima, las muñecas, el dorso de las manos, las falanges de los dedos, la espalda, la base de la columna vertebral. Estoy tenso. Dentro de un par de horas volveré a ingerir algún analgésico.

“Yo soy Cristo, Napoleón, el Todopoderoso.” Lo primero que hay que oír en un enunciado de este tipo es la negación que se afirma en el mismo. El alcance esencial y oculto en este mensaje es un “Yo no soy Yo”, “Yo no soy conforme a su identificación”. Por esta razón Cristo, Napoleón, el Todopoderoso pueden servirnos muy bien como ejemplos. Lo esencial es la afirmación que clama: “Yo no soy ese Yo que usted ve, no soy ese Yo que usted puede encerrar, excluir, internar, castigar. Yo soy un identificante al cual le han puesto una identificación que no es” (Piera Aulangnier: Les destins du plaisir 85).

Yo tuve un insomnio terrible. Dieron las dos, las tres de la mañana y me levanté a tomar un té amansalocos. Hicimos el amor nueve veces entre el sábado y el domingo. Armonía es verdaderamente insaciable y por lo visto yo no me quedo atrás. Nombro un buen número de asesores, estudio presupuestos, vigilo la redacción de varios proyectos, me mareo con el organigrama, repaso una y otra vez la lista de mis empleados más cercanos, sus fichas biográficas, sus antecedentes. Quiero conocer a todos por su nombre. El viernes estaba diseñando un proyecto y se me presentó Armonía medio dormida. ¿Qué haces? Le digo que escribir al ritmo de la música. Un texto tan árido que sólo así consigo hacerlo llevadero. No es cierto, dice, porque te he visto escribir otras cosas y nunca pones ese tipo de música. Ay, sus ganas de pelear, su necesidad de discutir, de medir fuerzas, su propensión a adoptar el papel de esposa engañada. Revisa cajones, papeles, abre cartas, analiza el contenido de mi cartera, huele mis camisas cuando me las quito, pregunta con frecuencia en qué estoy pensando, o en quién, entre posesiva y feroz. Teatral. Decido que los próximos fines de semana no la invitaré, o que la despediré de inmediato después del extravío erótico. No sabe qué hacer mientras escribo o hablo por teléfono. Con el nuevo nombramiento se me acabó la soledad. Y de qué manera. Y Armonía se desespera enajenada realmente.

Yo no he visto mi nacimiento, nunca, y quiero verlo. Quiero que me hablen de mi nacimiento. Así como quiero ver mi muerte. Quiero que me digan cuándo y cómo voy a morir. Me hubiera gustado ver mi nacimiento. Que lo hubieran filmado, digamos, y así yo podría verlo ahora cuantas veces quisiera. La primera vez que abrí los ojos. El primer berrido. Ahora me angustia no poder resolver cómo puedo filmar mi muerte. Sobre su tumba, decía Ibsen muy desilusionado, reverdecerían la declamación y la falsa piedad de los supervivientes, esto es, de los asesinos… Para empezar necesitaría saber cómo y cuándo voy a morir. Quiero estar preparado…

Yo me defino a mí misma como un ejército de deseos, antojos, apetitos, un mar de caprichos y fantasías que se agitan bajo mi cráneo…

Yo creo que al fondo de la identidad hay un no ser, una inexistencia…

Yo soñé que fui a París y vi todos mis objetos sentimentales que guardo allí en una vieja casa adonde alguna vez pensé que viviríamos juntos mi marido y yo… Pero esta vez iba en viaje de negocios… Regresé a México y mi marido iba llegando de una fiesta… Necesito ver su boleto de avión pues está a punto de partir y con la ayuda de la sirvienta lo buscamos entre sus cosas… Lo encontramos con un seguro de viaje a favor de otra mujer, pero no me importa… Sólo me despierta curiosidad… La sirvienta me pregunta si no me importa y le digo que no… Yo he hecho lo mismo… Nos encontraremos en París mañana, pues los dos vamos en viaje de negocios… Sueño también que tengo que hacer un viaje por una carretera abandonada y llego a una tienda sucia y llena de telarañas y polvo de años… Otro sueño: nos mudamos de casa y se tienen que mandar componer muchas cosas… Uno más: mi marido rompe una circular del nuevo Club Francés que lo invita a hacerse socio mediante un pago de inscripción y unas cuotas mensuales, en la parte alta de las Lomas, por la carretera a Toluca… No seas tonto, le digo, es una buena oportunidad, puedes caminar tus cinco kilómetros diarios en el campo de golf y les gustará mucho a los chicos… Su secretaria une los pedazos… Me pregunto ¿por qué en el sueño mi marido es más joven y es un hombre de negocios? Me pregunto ¿para qué quiero ser socia de un club?… Es una bella ilusión… Pienso que se podría comprar un terreno y construir una casa cerca del Club… Hoy tengo que ver pasto… Necesito ver pasto, caminar sobre el pasto, acostarme en el pasto, tocar el pasto, oler el pasto recién cortado, revolcarme en el pasto…

Yo me paré, te fijaste, y conmigo se paró ese Rolls. Era de ese tono verdoso, el que no es negro ¿sabes?, o quizás era color vino. No consigo recordarlo, tan excitado estaba por el perfume de rosas y nubes de su escape. Un chofer importado y elegido personalmente adornaba el volante. Él también era un Ser Humano. En el asiento trasero, enclaustrado en la soledad royal que de veras merecía, reclinado en un cojín, Petit point. Fonde de Amarillo imperial. Orillas de rojo, del rojo más rojo. El Rojo de lo Rojo. No una estrecha línea roja, ni un ancha línea roja. Simplemente lo rojo exacto, lo justo de lo rojo. Perfecto. En bodoni de color naranja una inscripción que no conseguimos leer, alguna cursilería sin duda. ¿Es tiempo para el coctel Molotov?, ironizó el Velero Bergantín, y yo le contesté que el bordado era un pasatiempo honorable como cualquier otro. En eso la luz del semáforo cambió, el coche dobló hacia la izquierda, tronaron sus velocidades al entrar una después de la otra, y allí estábamos nosotros parados como Demasiado Aturdidos como para movernos.

Yo me siento excitado por los acontecimientos. Para empezar no me pagan por mis asesorías. Compro un bello libro sobre L’Ermitage para Armonía. Fui a mi oficina y me presentaron a dos nuevas secretarias supuestamente hipereficientes, una de ellas bellísima, coqueta, realmente excepcional, y a dos nuevos mensajeros. Subí a saludar al ministro y pasé a presentar mi solidaridad y respetos a los otros subsecretarios. Mandé comprar pequeños regalos para cada uno de mis empleados de confianza, doce en total, sin contar a los asesores. Caminé hasta el estacionamiento y saludé a un tipo que confundí con un publicista y resultó ser el esposo de Bucólica, y además químico. Fui a mi departamento y saludé a mi vecina que bajaba de su auto y me sonrió con picardía, como si tuviéramos un pasado común. Me estacioné y tropecé con Armonía frente al Tándem. La invité a subir y la besé, acaricié sus senos sobre la ropa, la oprimí contra mi cuerpo, metí mis manos entre sus cabellos, le mordí el cuello con suavidad, el lóbulo de las orejas, y la invité a comer. Nos tomó un par de canciones volver a cierto equilibrio y salimos hacia La Pérgola. Hablamos animadamente de que ella no sabe decir que no, de que por lo tanto es un objeto que hace todo lo que los demás quieren. Una marioneta, digamos. Después de la comida rodeamos un par de manzanas de la Zona Rosa mirando aparadores y perdiendo tiempo, hasta que nos detuvimos a comprar unas muñequitas para mis nuevas secretarias. Las compramos, volvimos a casa, las envolvimos, comenzamos a besarnos y a jugar, y caminamos abrazados hasta la recámara. Desvestí parsimoniosamente a Armonía. Es bellísima y se excita con facilidad. La derribo en la cama y busco con la lengua su palacio rosado, el estuche pálido, ese pozo deshecho por esa alegría húmeda, los labios múltiples. Ella se reacomoda. Atrapa mi sexo con su boca mientras yo desenredaba con la lengua los rizos de su pubis. Hicimos el amor poco después sudando como condenados, sus senos henchidos de besos. Prolongamos la llegada del final hasta no poder más y llegar al mismo tiempo a un orgasmo intenso, profundo, enorme, cósmico y plenamente satisfactorio. Nos sorprendió sentir o creer sentir en su estómago, algo así como el eco de los latidos de su corazón enamorado. Mi biblioteca alrededor de su belleza. Estuvimos acostados así, desnudos y exhaustos, un par de horas. Luego nos vestimos y me ofrecí a acompañarla a su coche.

 

Yo grito para hacer oír lo que no puede verse. Para hacer legible mi algarabía, mi no poder más, al filo de la erupción, para subrayar eso que no sé bien cómo precisar de tan intenso, de tan placentero, de tan súbito… Emito un gran alarido tan violento como desgarrado, anterior al lenguaje, o ajeno al lenguaje, o distinto al lenguaje articulado, sin disciplina aparente. Grito para conjurar la amenaza de lo indeterminado. Grito por placer, pero también grito para que me escuches y sepas que estoy gozando contigo, que he empezado a sentir el advenimiento de un alivio convulso y repentino de mi angustia… Mi grito permite el regreso de mi voluptuosidad a los límites de la representación… Voy a gritar…

Yo no estoy diciendo que el loco sea libre de elegir… De hecho, y en tanto que psicótico, son los demás los que eligen por él… De lo que el loco está libre es de tener que elegir, eso a lo que nos obliga el Discurso a todos los demás, los que sabemos que no se puede elegir sin perder, sin renunciar a una parcela del goce…

Yo estaré escrito, dijo Malte Laurids Brigge. La vida y la individualidad han sido consignadas al rigor mortis de la página inmutable.

Yo soy el escritor del intervalo y de la omisión, de lo no dicho y la pausa. En lugar de abandonarme al caos, me confío a mi escritura, a ese género de resistencia y ese arte del callar que constituyen en gran parte la realidad de la vigilia…

Yo realmente creo que soy un caso patológico. Vi a Alguno. Estaba contenta de verlo, pero a la vez sentía cierta incomodidad. Era como si no supiese muy bien por qué lo veía, por qué estaba ahí, en su departamento, ante la posibilidad de hacer el amor con él. Esto es claro si analizo lo que sucedió. Llegué antes que él a su departamento. Habíamos quedado de vernos a una hora determinada y yo llegué cinco minutos antes. Toqué el timbre, esperé unos segundos y advertí que no estaba. Sentí una especie de alivio que, sin embargo, no llegaba a serlo. El impulso de huir llegó de nuevo. Podía irme y decirle que creí que no llegaría, entonces no me culparía a mí. Realmente la culpa había sido suya… Me encontraba pensando todo esto cuando me descubrí a mí misma. ¿Por qué quería huir? Si no quería ver más a Alguno, lo más sano que podía hacer era confesármelo a mí misma y aceptarlo. Entonces advertí que sí quería verlo, pero al mismo tiempo, no sabía para qué. ¿No es horrendo? ¿Para qué quiero ver a Alguno? Me siento tan absurda ¿de qué se trata? ¿No puedo aceptar que quiero ver a Alguno sólo porque quiero verlo? ¿Por qué quiero oírlo, besarlo, tocarlo, acariciarlo, sentirlo cerca de mí? ¿No puedo aceptar que me gusta estar cerca de él? Me preocupo a veces, siento que soy un ser anormal, paranoico, y lo que es peor, inexistente. No, eso no es lo peor, lo absolutamente terrorífico y alarmante es que me siento poco inteligente. Y ésta es la sensación más horrenda que pueda tener ser humano alguno. Pero esto se complica aún más cuando en mi interior surge otra voz, otro yo que me trata de convencer por todos los medios de que no lo soy, que no soy tonta, que lo que me sucede es una crisis temporal, temporal. Esta palabra es tan dulce para mi espíritu. Quiere decir que no estoy condenada a ser eternamente tonta, o eternamente conflictiva, o eternamente solitaria y triste. “Es temporal”, eso me dice mi otro yo. Y, ¡por todos los santos cielos!, cómo me gustaría creerle. ¿Hasta cuándo se acabará esta lucha interna? Un yo que me repite que soy inteligente, que debo superar el temor de no serlo, pues si no ese temor acabará aniquilándome. Que debo actuar. Existir. Ser. Y otro yo que se pregunta incansablemente ¿para qué? ¿Con qué objeto? Un yo que habla de lo inútil de cualquier esfuerzo, pues todo está irremediablemente condenado al fracaso… Y de nuevo —ahora lo escucho—, el yo que se rebela contra eso y me exige seguir adelante… Día tras día la misma lucha sorda… En fin, creo que la única solución está en decidirme ya sobre el papel que debo desempeñar. Esta solución me parece tan increíblemente difícil… ¿Lo lograré?

Yo creo que ese accidente no fue importante. En la vida hay que tener accidentes. Son ritos de iniciación… Dios es alguien muy extraño… A veces es un hombre y a veces no. Otras fuerzas obraban contra él y parece que lo vencieron. Ya no puede actuar más. No puede ayudarme. Tenía un agujero en el tobillo, un agujero que se agrandaba, crecía, hubiera podido pasar un puño por ese agujero. Casi tan grande como el agujero que tengo en la cabeza. Alguien ha empezado a desarticularme los huesos de las muñecas. Me clavaron agujas de diversos tamaños bajo las uñas. Buscan algo. Quieren quitarme un secreto que guardo en mi interior… Son muchos…

Yo empiezo por traducir el epígrafe de Henry James que encabeza El obsceno pájaro de la noche. “Todos y cada uno de los hombres que pisan el umbral de sus mocedades intelectuales sospechan que la vida no es una farsa, que tampoco es una gentil comedia que, por el contrario, florece y fructifica desde las profundidades más trágicas de la carestía esencial en la que están sumergidas las raíces del sujeto. La herencia natural de aquel capaz de alcanzar una vida espiritual, es un bosque indomable donde el lobo aúlla y el obsceno pájaro de la noche parlotea…”

Yo tengo un terrible dolor de cabeza aun quince minutos después de tomarme un puño de analgésicos. La conferencia de prensa fluyó bien. Les entregué sus regalos a las secretarias y me presenté y medio entré en conflicto con los representantes del sindicato. Armonía no vino e invité a Alegoría a comer. Me contó que se aburre de trabajar en la unam, que le gustaría unirse al sector público. Comimos en mi departamento y discutimos. Se fue azotando la puerta, pero regresó pronto. Me dijo que había oído una conversación de Sinonimia en la que ella contó que yo la amarraba en la cabecera de mi cama, que no la dejaba ir. Me reclama porque le digo muchas mentiras. Llora. No acepta trabajar en ningún lugar pero tampoco quiere no trabajar. Me acusa de agredirla. A pesar de todo consigo mantenerme calmado. Me descubro pensando que no debo exasperarme. En eso tocan y son dos corresponsales extranjeros a quienes prometí tratar de manera especial. Me hacen preguntas sobre el futuro de México. Me recuerdan que Monsiváis dijo que lo bueno de nuestra crisis era que ya no teníamos que preocuparnos por el futuro. Vino un japonesito para entregarme una invitación para una cena con el nuevo embajador del Japón. Se fue Alegoría un poco más calmada. Llamó cuando todavía estaba a media entrevista, que estaba en casa de su mamá, que no iba a ir a la Universidad, que se regresaría a su departamento, que la llame allí, si es que puedo. En cuanto quedé libre, me desnudé, me bañé y acosté. Dormí un poco más de una hora. Me despertó el timbre. Era Anáfora, que pasó dieciocho días en la playa y que si puede venir a copiar mi disco de Fruko el Grande, y que si luego la puedo llevar a su casa. Me pide dinero para pagar su renta, habla por teléfono, me regala una serigrafía. Suena el teléfono y es un asunto oficial. Suena de nuevo y es otro. Me gustaría centralizar esas llamadas en mi oficina. Me llaman de Industria y Comercio, al ministro le gustaría comer conmigo. Persiste mi dolor de cabeza y tengo sueño, algo así como un cansancio de la especie. Es como si la realidad se dispersara en direcciones incontrolables. Enorme desilusión de Alegoría. Fuerte disgusto por no expresar mi exasperación, por quedarme callado en las discusiones y acusaciones. Como si todo se me viniera encima. De pronto hasta algo parecido a ganas de gritar…

Yo despierto de muy buen humor, aunque Guayaba está chillando allí afuera y me gustaría abrazarla… Me baño y me lavo el pelo… Creo que quiero vivir… Por lo menos hoy me gusta la idea… Tengo ganas de salir a decirle a Guayaba que ya se calle, pero cuando he llorado nadie me ha dicho que me calle… Bueno, ya se lo dije… Cállate, ya cállate, pobre gatita lastimada… Cállate… Ya sanarás… Con el tiempo… Me dijo oh, vieja chingada, tu puta madre, y nadie me ayuda, nadie me quiere, y soy puta puta puta… Me enfurece y mi furia se queda conmigo hasta el desayuno… Me gustaría romper toda esa vajilla azul que está en el aparador, me gustaría quemar el árbol de Navidad seco y ridículo que está junto a la ventana, me gustaría coger esa imitación de armadura que está encima de la chimenea y la bola con picos, ¿maza?, y darme de guamazos con alguien… Cuido mi dieta… No quiero más dolores de estómago, más vientre distendido… Pero como mucho… Medio vaso de jugo de naranja, huevos revueltos con queso y tocino, atole de avena, una manzana… De repente y desde muy lejos me llegan oleadas de dolor de todos esos años que pasé al lado de mi marido gastando mi vida, mi tiempo, mi energía peleando, discutiendo, cuando en realidad necesitaba ayuda… Ayuda… ¡A-y-u-d-a!… Ayúdeme alguien por favor… Alguien ayúdeme por lo que más quieran…

Yo debería olvidarme de todo. Verdaderamente me gustaría, pero no puedo… Nunca podré olvidar. Haría falta que yo fuera allá, que muriera allá, que regresara. Aunque antes debo escribir un libro. Me han hecho encefalogramas. Es una lástima que los encefalogramas sólo sean signos, gráficas, líneas, puntas, picos que no revelan lo que uno piensa. Si el encefalograma pudiera representar lo que pienso, mostraría cómo reacciona mi cerebro. Ando a un metro ochenta y cinco de la realidad, pero tengo conciencia de que todo lo que nos rodea es sólo una fabricación. Somos todos marionetas. Algunos sin hilos. Otros bajo el dominio de titiriteros irascibles. Entidades electro-biológicas creadas inútilmente. Por ello yo soy también Adán, y soy también Tom Cruise, y sobre todo además soy el Diablo, el que no tiene padre, el curioso, el tentador, el terrible…

Yo, bueno, al salir de la Universidad fui a tomar un café. Fui con Primavera, Tormenta Tropical, Semana Santa y otras dos niñas que ni caso tiene mencionarlas por la poca relevancia que tienen en mi vida. No teníamos más de media hora en el lugar y yo sentía unos irrefrenables deseos de irme. Contaban chistes, se reían, hablaban de estupideces como el billar y el squash y cosas así, y yo me veía ahí, rodeada por ellas y absolutamente incapaz de establecer una comunicación… Nada de lo que platicaban lograba despertar mi interés. Sólo sentía que estaba perdiendo mi tiempo miserablemente. No lo soporté y me fui. Así de simple. Me fui. Pero esto me angustia, siento que cada vez estoy más sola, más alejada. Todo es extraño a mí. ¿Qué voy a hacer? (Paradoja ¿o Parajoda?: estudio Ciencias de la Comunicación.) Ay…

Yo les traje un epígrafe de Proema, uno de los textos más recientes de Octavio Paz:

…la idolatría al yo y la execración al yo y la disipación del yo;

la degollación de los epítetos, el entierro de los espejos;

la recolección de los pronombres acabados de cortar

en el jardín de Epicuro y en el de Netzahualcoyotl…

Yo tengo los labios resecos y me siento deshidratado y lleno. Renuncié a mis asesorías y a mi puesto en la Universidad. Comida con mis viejos ayudantes que dio oportunidad a Sinonimia de acercarse y susurrarme nuevas disculpas, me puso la mano en los genitales, sonrió con picardía y hasta cierta lujuria. La veo muy bonita. Regresé a mi oficina y tenía los ojos más sanguinolentos que nunca y el estómago inflamado. Parecía que iba a reventar. Por la noche ya en casa redacté el editorial con inusitada violencia y traté de dormir, pero estaba demasiado inquieto, como asustado. ¿Qué haría la sirvienta si me encontrara muerto? Hoy vendrá Gerundio por la mañana y en cuanto llegue el chofer me iré a la oficina y asumiré mis nuevas responsabilidades. Al mediodía reunión de subsecretarios. El ministro desbordante de optimismo. Hablo por teléfono sin parar mientras firmo acuerdos que ni siquiera tengo tiempo de leer. Dicto cartas a gran velocidad. La secretaria les hace la entrada y la despedida. Sufragio efectivo no reelección. Primeros problemas verdaderamente gordos y primeras soluciones definitivas. Ojalá y todo siguiera así. Como con Armonía en la ostería Romana. Volví a la oficina por la tarde y me extrañó que todo empieza a marchar como sobre ruedas. Ningún conflicto a la vista. Llego a casa y toca mi vecina. ¿Que cuándo podemos salir juntos? La invito a pasar. ¿Qué hace un subsecretario?, pregunta y cruza la pierna y alza la falda en vez de estirarla hacia abajo como todas las mujeres, o casi todas…

 

Yo invité a los Barcos de Vela para que nos acompañaran a visitar Necrópolis. La Tétrica Mofeta estaba ocupada, actuando en un papel principal. Fuimos de todas maneras. Había muchísima gente ahí, tapados hasta los mentones y más arriba, solamente las cabeceras de los lechos de piedra se metían por los tallos de hierba. Como fichas de dominó tiznadas, dijo uno de los Barcos de Vela. Absurdo, contestó el otro. Y cada quien en el ghetto de sus preferencias. Huesos judíos contra huesos judíos, no conformistas con no conformistas, anabaptistas neutrales, Discípulos del Perro de la Luna, revolucionarios institucionalizados, discípulos de Hutter y Hitler, adventistas del 7º día, mujeres que daban a luz cada semana, los que comieron grasa de puerco en salmuera, Esclavos del Loto, buscadores de Klingsor y Adoradores del Plátano Blando. ¿Reverenciaremos a los muertos?, pregunté ingenuamente. ¿Para qué?, respondió uno. Son un grupo ingrato, respondió otro. Partimos una pastilla de Día de Lluvia. No estaba a punto de llover. Así se llamaba la pastilla. No pasó mucho, a menos que les contara las telas de neón de hilo de liana y el Sol, cuyos destellos nerviosamente los apretaron y agarraron durante más o menos ocho horas, una granizada o dos, siete manojos de relámpagos, el comestible muñeco de la Goodyear. Nos aliviamos con mierda de ovejas envuelta en gelatina de una transparencia emocionante. En fin, un viaje bastante aburrido. ¿Tal vez mejor que Lo que el viento se llevó? No comparen, los regañé. Oh, wow, hombre, cuando gritas —y casi nunca lo haces—, me acuerdo de Escrito sobre el viento y yo lo soy: Dorothy Malone, Daddy muriéndose, Rock Hudson y Robert Stack, las grúas de petróleo y todo eso. Todo eso. Crunch dijo el otro. Sacamos un poquito del Alto Sagrado Hachich y la pipa de espuma de mar —su taza: un busto de William Tell—, y fumamos. La luz de la luna se filtraba en el cuarto por entre las franjas de las persianas.

Yo estuve en la tarde con Alguno. Pasados mis primeros titubeos y turbaciones hicimos el amor. Experimenté el orgasmo más prolongado e intenso que he sentido en mi vida, y además en una posición que no podía mantener con comodidad, pues me dolía ligeramente, pero me gustó mucho y me relajó. (También había tenido siempre dudas de ser capaz de conseguir placer en cualquier posición aparte de la horizontal; por ello, pues, me tranquilicé y me dio mucho gusto.) Pero hubo dos cosas que me preocuparon y me preocupan. Primero: él no eyaculó dentro de mí y no llegó al orgasmo (todo esto porque no quería embarazarme).Esto me causó cierta culpa. Y segundo: trató de masturbarse después y se desinteresó muy pronto o no pudo. Yo no quería que me viera la espalda absolutamente consciente porque tengo dos que tres granos. No son enormes ni mucho menos, pero yo, en mi imaginación, los siento amplificados como 8 497 veces. Y cuando él no pudo lograr su orgasmo yo pensé que era porque había visto mis granos… Me sentí, y aún me siento tan mal… Lo más extraño de todo fue que hablé sobre ello y le dije que uno en particular me molestaba mucho. Entonces él fue por una pomada y me puso, y me dijo que tal vez fueran nerviosos. Yo estoy convencida de eso… Me avergüenza terriblemente tener granitos en la espalda… Tal vez Alguno sintió asco… Me siento tan mal… Pero me sorprende que me haya puesto la pomada… En fin, un poco después le dije, un tanto para calmar mi angustia: ¿Y si me quedo así para siempre? Tengo este temor, continué, que todos mis males duren para siempre, que siempre seré histérica, que siempre estaré titubeando, que siempre tendré granitos… Entonces contestó que todos mis problemas tenían un solo origen, mi falta de identidad… Cuando asumas el rol que te corresponda, tus histerias, tus incertidumbres y tus granitos desaparecerán… Y yo lo amé, lo amé por intentar comprender lo que me ocurre, por su capacidad de comprensión, por la solidaridad y la paciencia que demuestra conmigo… Yo cada vez pienso que decidirá no verme más, y por una magia que no alcanzo a comprender, no sucede y vuelve a buscarme… Lo único que me anima es que no tengo granitos en la cara. Todos me salen en la espalda… ¿Qué son los granitos? En verdad, creo que al menos en mi caso, son resultado de un problema psicológico. Pero ¿cuál? Tal vez la culpa que me ocasionaba masturbarme cuando tenía 12 años, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19 y aún hasta hace poco… En verdad me sentía tan mal… Me sentía casi un monstruo… Quería dejar de hacerlo, pero el deseo era más fuerte, y cada vez me juraba a mí misma que sería la última… Me sentía indecente, sucia, y sólo hasta que se lo confesé a Alguno —jamás se lo había dicho a nadie— empecé a darme cuenta de lo natural que era esta práctica… O sea, hace menos de dos meses que empiezo a aceptarlo ¿no es increíble? ¿Será esa culpa tan espantosa la causante de mis granos? Si es así, muy pronto deberé curarme…

Yo he estado leyendo a Browning… Leo unos versos y su biografía… No me gusta, ni él ni ellos… Viene a la memoria aquella vieja película en que Charles Laughton hace el papel de padre cruel, posesivo, autoritario, y de Lew Ayres o Louis Young o quién sabe quién haciéndole de Browning, joven romántico que salva a la bella Elizabeth de las garras de su padre… Pero Browning ahora me ayuda a matar el tiempo… Un tiempo que pasa lento, que pesa, que no termina nunca de pasar… ¿Y si me dañé el cerebro de tal manera que puede funcionar en algunas áreas con cierta inteligencia, y no en áreas que requieren rapidez, agilidad, precisión?… ¿Qué haré en ese caso?… Me da miedo volverme a matar… Pero no me gustaría vivir con un cerebro dañado, y peor, dañado por mí… Creo que en ese caso optaría por morir, aunque me costará mucho trabajo encontrar la forma y el valor para matarme otra vez… Pensé en ponerme un traje de baño, pero hace un poco de frío… Observo que desde que estoy aquí leo en voz alta… No puedo o no quiero leer en silencio… Repito hasta las palabras que voy escribiendo… Despacio, laboriosamente, enuncio las palabras a medida que las escribo… Me pregunto: ¿de veras quise morirme?… ¿Dejé mi último mensaje por si me moría de veras?… ¿Habría tomado una dosis más fuerte si de veras hubiera querido morir?… Acaba de llegar Lexotan… Me preguntó qué sentí, qué hice… Me sugirió que me relacionara más con los chicos y ejerciera más autodisciplina… Pero se mostró amable y cariñoso y me sentí apoyada… Me pidió que caminara de espaldas a él primero, y que luego regresara pisando con los talones, luego de puntas… Que cerrara los ojos y echara la cabeza para atrás, que me tocara la nariz con la punta de los dedos… Dice que tengo una ligera descoordinación pero que probablemente desaparecerá dentro de poco… Cuando salga de aquí me hará más pruebas y, si quiero, un encefalograma… Lexotan piensa que no tomé las pastillas de un golpe, y que por eso no morí… Ya dieron de alta a Empanada y en enfermería le están explicando qué medicinas debe seguir tomando… Su esposo le hace una broma pesada… “Si no cumples tu promesa de tomar las medicinas, te dejo aquí”… No seas chistoso, dice ella, y se siente angustia en su voz… Hablo con el doctor Tylenol de la química del cuerpo y cómo afecta a la conducta… ¿Mi decisión de matarme vino de algún desequilibrio químico?… Bah… No me estaba gustando la vida, debía mucho dinero, no quería trabajar, me sentía deprimida, ¿qué carajos de química vamos a buscar?… Mermelada insiste en que ya no tiene por qué estar aquí, pero no para de hablar de la heroína y de las demás porquerías que se toma o se inyecta, y de la prostitución de los hombres y el harikrishna… Me cansó la paciencia y se lo dije… Me contestó que estoy loca y que soy mujer promiscua y que me gusta la sexualidad… Y le dije sí, sí, sí, las tres cosas, sí, gozosa, sí, orgullosa, sí, casi cínica, sí… Loca, Promiscua y Sexual…

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