Memoria sobre la Primera Escuadra Nacional

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Prosiguiendo con el sub-género biográfico, la figura del vicealmirante Juan José Latorre también puede considerarse bien estudiada en las últimas décadas.40 Análoga atención ha recibido la figura de Patricio Lynch, aunque en este último caso se eche de menos estudios más recientes41, en cuanto a otras figuras, como Luis Uribe y Carlos Condell, siguen esperando a un biógrafo con una obra que les sea especialmente dedicada.

El vicealmirante Lord Thomas Cochrane ha recibido una atención que puede considerarse como relativa, especialmente si se considera la abundante bibliografía existente en lengua inglesa. En primer lugar, cabe mencionar la publicación parcial de las Memorias de este jefe naval,42 en lo relativo a su servicio en Chile, seguida de obras centradas tanto en su figura como en sus campañas.43 Hacia fines del siglo XX destacan la publicación de un importante corpus documental a cargo de la Armada44 y la biografía de Carlos López Urrutia con nuevos antecedentes.45

Menor ha sido el estudio del vicealmirante Manuel Blanco Encalada, otra de las figuras fundacionales de la Marina, siendo las obras principales una biografía de carácter general escrita por uno de sus descendientes46, una obra de recopilación de diversos trabajos escritos por Benjamín Vicuña Mackenna47 sobre su figura y la edición de su epistolario.48

En general, el interés por estudiar los aspectos navales de la Guerra de Independencia aparece bastante desmedrado en comparación a la Guerra del Pacífico, salvo excepciones.49

También cabe hacer mención a la historiografía naval chilena del siglo XX como un campo parcialmente cubierto, con temas que sólo en épocas recientes han recibido atención, como es el caso de la actuación de la Armada durante la Primera50 y la Segunda Guerra Mundial51, resguardando una difícil neutralidad. Asimismo, ha habido reticencia en abordar un episodio singularmente doloroso como lo fue el motín de las tripulaciones de 1931, aunque existen trabajos tanto retrospectivos52 como testimonios de protagonistas53.

Otro episodio de la pasada centuria es el diferendo con Argentina por el Canal Beagle, que en 1978 llevó a ambos países al borde de la guerra, tal como había ocurrido exactamente un siglo atrás. La obra más centrada en su aspecto naval hasta ahora existente, se basa fuertemente en documentación como historiales de buques, y entrevistas a personal naval.54

Ya en la penúltima década del siglo XX, la Revista de Marina realizó una publicación que, si bien estaba claramente vertebrada en torno a la historia naval y el rol de la Marina en la historia nacional, implicó el esfuerzo de ampliar la mirada. La obra en dos tomos El Poder Naval Chileno, de autoría colectiva, ponía a disposición del lector una visión integral y abarcadora del tema que le servía de título, incluyendo aspectos relativos a la política internacional, una visión de la historia nacional, la proyección marítima, los intereses marítimos y la situación estratégica naval de Chile en el tiempo.55

Hacia la última década del siglo XX comenzaron a proliferar los trabajos sobre especialidades y planteles de la Armada, generados, como es fácil suponer, dentro de la Institución y que, pese a las limitaciones de difusión ya señaladas, tienen el mérito de crear un conocimiento sobre aspectos cada vez más puntuales y específicos. Esta tendencia dio la vuelta hacia principios del siglo XXI, con obras dedicadas a la Aviación Naval (1987)56, la Ingeniería Naval (1989)57, Abastecimientos58, la especialidad de Armamentos (1992)59, la Escuadra (1995)60, la Sanidad Naval61, la Autoridad Marítima62, la Escuela Naval (2000)63, la Ingeniería Electrónica (2003)64, la Infantería de Marina (2002-2012)65, las Telecomunicaciones (2014)66, la Artillería Naval (2015)67 y la Navegación (2016)68.

A modo de complemento de estos trabajos sobre especialidades, otro autor salido de las filas navales, el contralmirante Renato Valenzuela Ugarte, ha trabajado una línea de pensamiento marítimo en Chile y su evolución. Primeramente, centrándose en las concepciones de Bernardo O’Higgins sobre la importancia del mar y el poder naval nacional, y el rol de este último en las luchas por la emancipación continental69 y, en segundo término, una obra de carácter más general sobre el desarrollo del pensamiento marítimo en el país70. En cierta forma complementaria con la anterior, otra obra del comandante Carlos Tromben, tiene un carácter general y a la vez centrado en las relaciones entre la Armada y su contribución la sociedad chilena71.

El ex comandante en jefe de la Armada, almirante Jorge Martínez Busch, también desarrolló una faceta de historiador naval, trabajando temas o rincones hasta entonces poco frecuentados en esta parcela de nuestra historia. A su publicación sobre la Armada en la Segunda Guerra Mundial ya citada, siguió una investigación centrada en la influencia de los adelantos de la tecnología naval en el desarrollo de la Institución72, y un trabajo centrado en un buque en particular: el acorazado Capitán Prat73. De este último es digno de destacar no sólo el que dicha unidad sea puesta en su contexto de época, tanto tecnológico como histórico, sino también por la escasez de trabajos monográficos de este tipo en Chile.

Otra de las escasas obras dedicadas a un buque en particular, es el paciente trabajo realizado por el comandante Enrique Merlet sobre el buque Escuela Esmeralda (6°), actualmente en servicio, reseñando cada uno de sus cruceros de instrucción74. Emparentada de algún modo con la anterior, es el trabajo realizado por investigadores del Museo Naval y Marítimo (actual Museo Marítimo Nacional), en torno a los cruceros de instrucción realizados por buques escuela del período de transición entre la salida del servicio de la corbeta Baquedano y la entrada en servicio del bergantín goleta Esmeralda. Obra de interés indudable por el tema y el período poco estudiado que trata75.

Acercándonos en esta exposición a la época en que Chile conmemoró su bicentenario, también merece una mención especial, por su erudición, la obra del comandante Guillermo Concha acerca de los buques de la Escuadra en su momento de máxima expansión, hacia principios del siglo XX76. En este reciente arco de tiempo, en que también el patrimonio histórico de la Armada ha tenido una paulatina pero creciente valorización, cabe mencionar a una obra gestada por iniciativas y apoyos privados, dedicada al acervo del Museo Marítimo Nacional y Archivo Histórico de la Armada.77

Paralelamente, el interés por la Guerra del Pacífico, siempre constante y renovado, se ha reflejado en años recientes, ya en pleno siglo XXI, en una nueva oleada de publicaciones, varias de las cuales están referidas al aspecto naval. Dentro de este tema, el abanico es amplio. Los títulos publicados en los últimos quince años incluyen documentación inédita referida al blindado Huáscar bajo bandera Chilena78; una investigación sobre la tripulación de la Esmeralda, hombre por hombre79; el rescate del legado del corresponsal de guerra Eloy Caviedes en sus relatos del Combate de Iquique en particular80 y la Campaña Naval de 1879 en general81 y estudios sobre la corbeta Esmeralda82. Sin olvidar recientes trabajos monográficos sobre los combates de Iquique y Punta Gruesa83 y Angamos84.

Dentro de la órbita de la Guerra del Pacífico, pero en estricto sentido ajena a ella, se halla la investigación sobre la misión del comandante Arturo Prat como agente confidencial a Montevideo y Buenos Aires, en el marco de la crisis con Argentina de finales de 1878, obra que trabaja incluso con escenarios bélicos hipotéticos85.

Una obra de carácter general y específico a la vez, rescata un aspecto fundamental para la Armada como sus buques, mostrando las unidades más relevantes hasta 1950, recogiendo información dispersa, escrita y gráfica86. Cabe mencionar también un intento de realizar una obra de carácter general, de un equipo encabezado por la historiadora Patricia Arancibia Clavel, obra de la cual se publicó sólo un tomo87. En este período también apareció una obra de carácter misceláneo, con el objetivo de divulgar y recoger, en un solo volumen, el variado mundo de las tradiciones y costumbres navales, tanto en Chile como en general88.

En un aspecto específico, la aproximación a la historia naval desde una perspectiva distinta, como es la regional, todavía es incipiente, aunque merece citarse una obra relacionada con la Armada y la región austral que podría marcar una tendencia futura.89

Carlos Tromben Corbalán, autor de buena parte de los trabajos monográficos sobre especialidades ya mencionados, tornó a aproximarse a la historiografía naval “generalista”. Primero, para realizar un quinto tomo, que completase la obra ya clásica de Fuenzalida Bade90 y luego, más de una generación después de la publicación de ésta, para asumir el desafío de realizar una historia general de la Armada.

El primer tomo de su obra apareció en 201791, abarcando desde la colonia hasta la Guerra del Pacífico. Es decir, tiene la particularidad de no comenzar con el período independentista, sino que se remonta a épocas anteriores, incluyendo información sobre los pueblos originarios y el mar, el descubrimiento, la conquista y el período hispano, poco tratado en obras anteriores92. Además, destaca en otras obras generales de historia naval nacional por incluir también aspectos que la exceden en su sentido estricto, tratando temas como el comercio marítimo y los viajes de expediciones científicas a nuestras costas. En lo propiamente naval, se destaca el amplio espacio dedicado a tratar las campañas de la emancipación. El segundo tomo se halla en preparación al momento de escribirse estas líneas.

El más reciente esfuerzo institucional se halla en pleno curso, con ocasión del Bicentenario de la Armada. Consiste en la publicación de libros sobre sus diversas especialidades, que al momento de escribirse estas líneas se hallan en pleno proceso de publicación: Submarinos, Aviación Naval, Abastecimientos, Infantería de Marina y Escuadra.

 

En la segunda década del siglo XXI, cuando Chile ha vivido varios aniversarios bicentenarios relativos al proceso independentista, ha sido una ocasión propicia, aunque no tan aprovechada como ameritaba, para revisar dicho período con una mirada actual. Ocasión que los editores de esta obra quisimos aprovechar en una obra que recogiera dichas campañas, así como el tratamiento de los almirantes Cochrane y Blanco, en un solo volumen.93 En la elaboración del mismo, la Memoria de la Primera Escuadra Nacional de Antonio García Reyes fue un descubrimiento que se transformó en compañía constante a lo largo del trabajo de elaboración.

A él quisimos volver y, como una suerte de gratitud que atraviesa las generaciones, cerrar con la presente reedición, el camino por él iniciado.


I

INTRODUCCIÓN DE ANTONIO GARCÍA REYES

Excelentísimo señor:

No en vano la providencia ha colocado el pueblo que estáis encargado de dirigir, a la falda pendiente de una montaña cuyo pie baja al océano.

Estos accidentes sobre los que pasa desapercibido el ojo del vulgo, marcan de ordinario el destino de las naciones, y en ellos se encierra el secreto de su porvenir.

La divinidad no habla en nuestros días como lo hizo en otro tiempo sobre el monte Sinaí para dar sus leyes al pueblo escogido y encaminarlo a la tierra prometida. Empero, ella tiene siempre el lenguaje elocuente de sus obras, y ha dejado el cuidado de interpretar por ellas sus altos designios, a aquellos que elije para elevarlos al puesto augusto en que vuestra excelencia se encuentra constituido.

Las naciones no existen sobre la tierra como granos de arena desparramados al acaso. La providencia ha regulado desde el principio su nacimiento, su marcha y su destino, y en el gran concierto de la creación, estas están llamadas, sin duda a desempeñar algún especial oficio.

Cada una tiene su organización propia, su manera de existir, medios singulares para desarrollar sus elementos de ventura; y en conocer las peculiaridades de aquella en que vivimos, está cifrada en gran parte la ciencia de gobernarla. ¡Desgraciado el pueblo que no comprenda cuáles son sus destinos, y qué indolente no cuide de encaminarse a ellos desde temprano!

Los designios de la providencia con relación a nuestro país, no necesitan de mucha investigación para ser comprendidos. Échese la vista en torno de su horizonte, recójase a contemplar los fenómenos que se obran en su seno, y en todas partes encontraremos una voz que nos dice: ¡el mar! De no, ¿qué significa esa eterna e impenetrable cortina que cierra nuestro oriente, y que oculta entre sus pliegues el peligro y aun la muerte bajo mil diferentes formas?

¿Qué importa al norte la esterilidad de un desierto en donde el caminante no encuentra refrigerio ni guía? Nada otra cosa, sino que en aquellos puntos no tienen cabida nuestras esperanzas, ni es aquel el sendero por donde debemos ir en busca de la riqueza y de la prosperidad.

Lejos de eso, los raudales que en tan pródiga abundancia están esparcidos en el territorio, en su bulliciosa carrera nos van indicando que el objeto de nuestros conatos debe, como ellos, dirigirse al mar. Efectivamente, allí está la ancha puerta por donde la gran comarca que habitamos se pone en contacto con los pueblos de la tierra; allí es donde tienen su natural salida los frutos de nuestro suelo; por allí la industria extranjera viene a derramar sus artefactos; por allí, en fin, las fuerzas vitales de la República, constreñidas por las barreras que la circundan en otros costados, se expanden adquiriendo un manifiesto desarrollo.

¿Será una casualidad estéril, en consecuencia, esa serie de caletas y de grandes bahías, que desde el norte al sur forman una no interrumpida cadena? ¿En balde se habrá dado a cada distrito un puerto, y colocándose de trecho en trecho, anchos ríos que van a vaciar en ellos sus caudales? Sería preciso abjurar de la razón, si este conjunto armonioso de circunstancias no revelase el destino a que está llamado el pueblo a cuya disposición se han puesto los ríos, los puertos y los mares.

Si se quiere formar idea de lo que vale para nosotros la vecindad del océano, supóngase corrida en esa parte una barrera, y pregúntese: ¿que sería entonces de Chile? ¿Qué recursos le quedaban en sus comunicaciones terrestres para vivificar la industria, y sacudir el letargo que acompaña su primera animación? Fértiles valles producen en abundancia los frutos necesarios a la vida, y encierran los gérmenes de mil variadas producciones; pero esos frutos son los mismos en todas latitudes, y desde Atacama hasta Chiloé, no se sabría qué objetos podían destinarse entre las provincias a un cambio recíprocamente ventajoso. ¿Los pueblos vecinos qué podrían traernos que no fuese lo mismo que tenemos nosotros en nuestro propio seno?

¿Ni como sostener un tráfico entre poblaciones separadas por masas enormes de montañas, o colocadas a lo largo de una faja de tierra cuyos términos se prolongan hasta tocar los círculos de la esfera?

Imposible, para Chile el mar es todo, allí está cifrado el cuerpo entero de sus esperanzas: de allí tan solo debe esperarse su futuro engrandecimiento.

Angosto es nuestro territorio, y contando el número de leguas que comprenden sus valles, se puede predecir desde ahora el no muy grande incremento a que puede llegar su población; pero qué importa esa estrechez que tal vez pudiera mirarse como una mengua comparada con la extensión inmensa que ha cabido a las demás naciones del continente, si en nuestras manos está cortar los montes, y añadir a nuestra escasa dotación de terrenos millares de buques, que como otras porciones flotantes de nuestros dominios cubren los mares, y extiendan el imperio de nuestras leyes y de nuestros intereses en todas las regiones del globo. ¡Singular privilegio de los pueblos marítimos! Ellos pueden desbordarse fuera de su territorio, y en vez de ir a mendigar a otros pueblos una triste acogida, llevar la protección de sus armas, y el abrigo consolador de sus banderas.

Chile, señor, no ha mirado con indiferencia esta preciosa cualidad con que la favoreció el cielo. Los hombres pensadores que de cuando en cuando han venido a dar una dirección marcada a los negocios públicos, se han apercibido de que la suerte de la nación está ligada al aprovechamiento de sus facilidades marítimas, y en esta parte es en donde con sus trabajos han levantado los monumentos de su gloria. En la paz y en la guerra, todo lo concerniente a la Marina ha tenido una influencia bienhechora. Ella puso el complemento a nuestra independencia política; después nos dio una honrosa importancia entre las repúblicas del continente, y en el día de hoy es la fuente más copiosa de donde fluyen al tesoro nacional sus rentas. Correrá el tiempo, y a proporción que sean más conocidos los intereses nacionales, la Marina llegará a ser el objeto primordial de las vigilias del estadista, de los cálculos del negociante, y el teatro en que ha de lucir el valor guerrero de los hijos de Chile.

Nuestros estatutos universitarios disponen que el cuerpo celebre todos los años en conmemoración del gran día de la independencia, una reunión solemne destinada exclusivamente a recordar algún hecho ilustre de la historia nacional. Habiéndoseme concedido en esta vez la palabra, no he trepidado en elegir por tema los servicios que la República debe a su Primera Escuadra. ¿Ni que otra materia podría haber más digna de la atención de este ilustre cuerpo, que una que toca muy principalmente al más importante de todos los ramos de los intereses públicos?

Yo tenía a mi disposición, en los hechos aún no tocados por mis predecesores, un gran caudal de hazañas brillantes ejecutadas en los campos de batalla; de sufrimientos que hacen honor al pueblo que los padece por sostener una causa santa; y de victorias espléndidas que tanto halagan el orgullo nacional. Podía haber referido las persecuciones, confiscaciones y destierros con que los generales Osorio y Marcó del Pont afligieron a los patriotas en la época aciaga de la reconquista: podía haber manifestado los resultados que produjo el sistema de terror y la erección de tribunales de sangre, inventados entonces para abatir el ánimo del pueblo: podía haber contado las cuitas de la emigración chilena en las Provincias Unidas del Río de la Plata, y los trabajos que emprendió una gran parte de ella para restituir la libertad al suelo patrio; o bien regocijarme en los triunfos espléndidos obtenidos en la campaña de la restauración.

Todos estos asuntos merecen, sin duda, ser narrados en nuestras reuniones anuales, sea para pagar un merecido tributo de agradecimiento a los esforzados varones a quienes debemos esta patria; sea para sacar útiles lecciones de gobierno, estudiando la índole de nuestro pueblo, las ideas que en él predominan y el fruto de los diferentes sistemas tentados para conducirlo; sea en fin para recrearnos contemplando cuán acreedores somos por nuestros afanes y sacrificios a la independencia que hemos alcanzado.

Pero he querido llamar con preferencia vuestra atención a un magnífico episodio de nuestra historia, tan brillante como el que más, tan proficuo en resultados para el continente americano como ninguno de los que se han obrado en nuestro suelo: un episodio que es la peculiaridad de Chile, y que, si hasta aquí ocupa una parte de las páginas de su historia, está llamado a ensanchar sus dimensiones y abarcarla toda entera.

En efecto, la Escuadra Nacional, por desgracia poco conocida entre nosotros mismos, es uno de los asuntos más dignos de merecer en este día un recuerdo. Ella paseó en triunfo el pabellón chileno en toda la extensión del Pacífico; ella difundió el pavor en los enemigos, alentó la esperanza de los americanos, y contribuyó de una manera singular a la emancipación del Nuevo Mundo. Grande desde su nacimiento, como un gigante acometió en sus primeros días famosos hechos, y puso a la República en una altura tal que quedó a la expectación de las naciones europeas.

Pero aun este asunto tiene, a mi juicio, un interés de circunstancias que lo ha recomendado a mis ojos, y no sé si pueda recomendarlo también a los del Gobierno y del pueblo. La Escuadra Nacional y los intereses de nuestra marina mercante, tan estrechamente ligados con ella, han merecido poco a los cuidados del Gobierno. Estimables opúsculos se han dado a luz para esclarecer tan importante materia, y las Cámaras Legislativas han expedido leyes bien acordadas que parecen iniciar una nueva era de protección para aquel interesante ramo. Empero, no bien se comenzaron a dar algunos pasos, cuando las cosas han vuelto a caer, sino me engaño, en su antigua situación. Parece que las convicciones faltan, y que un frio desaliento paraliza la prosecución de las medidas comenzadas. Tengo para mí que este inconveniente nace del olvido en que han caído los acontecimientos de años anteriores, y he creído que, refrescando su memoria, podía hacerse algún servicio a la causa pública y ayudar, aunque bien débilmente a los laudables propósitos de vuestra excelencia.

Los trabajos históricos no tienen el día de hoy por único objeto satisfacer la natural curiosidad del espíritu humano por los hechos pasados. Hay algo más importante, de más trascendencia, que la buena filosofía pide al que se encarga de ellos; porque, en efecto, la historia es el espejo en que se retratan las naciones, y dejan señalado el curso de sus instituciones y de sus obras. En ella la verdad de las cosas habla con un imperio que en vano querría encontrarse en las reflexiones abstractas; tocamos la realidad con nuestras propias manos, pesamos los acontecimientos en nuestra propia balanza, y nos rendimos con tanta mayor satisfacción a sus consejos, cuanto que no podemos sospechar ni el artificio de la dialéctica, ni las mafiosas instigaciones del interés.

Refiriendo, pues, la historia de nuestra Marina, he debido buscar la solución de varios de los problemas que con relación a ella se agitan. Hay todavía en Chile quien se permite dudar de la necesidad de la Marina; hay quien quisiera ver borrada del cuadro de la administración la pequeña y barata oficina creada durante el Gobierno de vuestra excelencia para atender a sus multiplicadas necesidades y estudiar sus intereses no bien comprendidos aún. Estas opiniones divergentes siembran dificultades en la ejecución de los proyectos de mejora, y alejan para un tiempo más remoto la realización de los importantes fines que se andan buscando.

 

Sin duda que no es un trabajo histórico lugar aparente para dilucidar proyectos de organización, ni he podido pensar en descarriarme hasta ese punto, de mi natural sendero. Pero la historia de las hazañas y de los combates es simpática, y puede que este trabajo despierte por la Marina el interés a que se ha hecho acreedora por sus esclarecidos hechos y sus glorias. Con estas miras he debido hacer notar la situación de la República cuando aún se carecía de Escuadra, y mostrar los peligros que por su falta amagaban instantáneamente la causa de la independencia.

No ha sido preciso forzar los hechos para dar a conocer que la iniciación y prosecución de la guerra en el primer período de la revolución, se debió en gran parte a la carencia de todo elemento marítimo para repeler las expediciones que enviaba el Virrey del Perú; y que las victorias de Chacabuco y Maipú, generalmente miradas como grandes acontecimientos que pusieron el sello a la libertad de la República, no fueron más que pasos avanzados hacia la consecución de aquel grandioso objeto, pero que no bastaban por sí mismos para su total realización, necesitando el complemento indispensable de la Escuadra. Temeroso de dejarme llevar en este punto de mi predilección por la Marina, y exagerar la genuina noción de los sucesos, me he acercado a las personas que, fueron en aquel tiempo iniciadas en los secretos del Gobierno, y puedo ofrecer noticias fidedignas del juicio que sobre aquel particular hicieron formar los flagrantes acontecimientos a los hábiles y experimentados caudillos que dirigían entonces los destinos del país.

Ni que tendrá de extraño aquel aserto, si reflexionamos que no bien ha venido algún acontecimiento a perturbar la calma habitual de nuestro suelo, cuando la fuerza de las cosas ha obligado a apelar por primer recurso a la Escuadra. ¿Qué época de nuestra historia desde 1818 en adelante, no está sembrada de ocurrencias marítimas? ¿En qué tiempo, por más profunda que haya sido la paz de la República, las simples atenciones ordinarias del servicio no han requerido la concurrencia de las naves?

Vuestra excelencia, aleccionado por una larga experiencia, sabe muy bien que la Escuadra está vinculada con la protección de las personas y de las propiedades chilenas en el extranjero, el cumplimiento de las ordenanzas fiscales que regulan el comercio de las costas, y la acción expedita del Gobierno en todo el litoral de la República. Si, pues, en los días de plácida bonanza que han cabido a la administración de vuestra excelencia ha sido indispensable la existencia de algunos buques de guerra, cuán cierto no será que en aquellos tiempos difíciles en que el brazo poderoso de la España flagelaba sin cesar nuestro costado, la Marina fue la que salió a la vanguardia a sostener nuestros derechos, y quebrantó el cuello de la opresión. Ello es que desde el momento en que el pabellón nacional fluctuante en las campañas de tierra, se desplegó sobre el océano, desde entonces la independencia de la República quedó asegurada para siempre.

El mismo curso de los acontecimientos me ha llevado a reflexionar sobre los inconvenientes de todo género que erizan de dificultades la improvisación de una Escuadra. Véase en el lugar correspondiente los sacrificios inmensos que costó al erario y a la nación entera reunir los primeros elementos de la nuestra, la incoherencia de estos mismos elementos, la impericia de los que fueron llamados a tripular los buques, la completa anarquía de su régimen, el derroche de los caudales, la indisciplina en fin que amagaba a cada instante la dislocación de aquel embrión indigesto. Piénsese por algunos que la República puede pasarse sin un pie de Escuadra y que cuando llegue alguna de aquellas vicisitudes que suelen perturbar la paz de las naciones, será fácil echar al mar una flota de que ha esperarse los mismos felices resultados que se obtuvieron en los primeros tiempos de nuestra existencia política.

Los que así creen, verán en este trabajo el desengaño de aquella falaz ilusión. La Escuadra de Chile, señor, tuvo la fortuna de estar colocada bajo la dirección de un Cochrane, y de reunir a su bordo varios hábiles y experimentados marinos que circunstancias rarísimas habían hecho dejar los buques británicos. Ellos trajeron la preparación que da una excelente escuela, la pericia en las operaciones náuticas, la inteligencia en el mando militar, y el conocimiento de las ordenanzas y reglamentos que gobiernan la Escuadra de aquella nación; de manera que se trasplantó, por decirlo así, a los buques chilenos una sección organizada de la oficialidad inglesa. Si hubiéramos de contar siempre con tan ilustres jefes, si la providencia hubiera de depararnos en todas circunstancias los recursos extraordinarios con que se contó entonces, podríamos resolvernos a dormir en la confianza; pero si esta confianza es una quimera, si en las cosas humanas todo lo que descansa en la eventualidad de los sucesos es una solemne imprudencia, jamás el ejemplo de la primera Escuadra podrá citarse como argumento para echarnos en brazos de la imprevisión y del descuido.

Los que emprendieron la formación de la primera Escuadra tuvieron inmensas dificultades que superar: fue preciso comprar a peso de oro buques inaparentes para el servicio, eligiendo en el apuro de las circunstancias los primeros que se ofrecieron en venta, fue preciso confiar los destinos de la patria a hombres que en su mayor parte no tenían por ella el interés del corazón; fue preciso verter a torrentes los caudales públicos para acallar la grita de un gran número de aventureros hambrientos; fue preciso, en fin, correr los azares que debía traer consigo para el caso de combate una tripulación bisoña, descontenta, compuesta de hombres de todos los países y de todas condiciones, y engreída además por el convencimiento que tenía de que el Gobierno había de solicitar sus servicios. ¿Es acaso tan lisonjera esta posición para que se aconseje que nos volvamos a colocar en ella?

Si por fruto de la presente Memoria yo no lograse más que hacer parar la consideración sobre lo que importa para un país cualquiera un servicio naval hecho por voluntarios extranjeros, yo me habría dado el parabién por las tareas que me ha costado. La defensa de la patria, excelentísimo señor, no debe estar confiada sino a sus propios hijos. Ellos solo pueden sobrellevar en paciencia las penurias que de ordinario acompañan al soldado: ellos solo pueden sentirse sostenidos en medio de los peligros y de las privaciones, por los sentimientos vivificantes del corazón: ellos solo pertenecen real y efectivamente a la causa a cuya defensa están consagrados. Buen testigo de ello es la historia de nuestra primera Escuadra. Apurantes reclamaciones hizo llover sobre el Gobierno hasta abrumarlo con el peso de sus exigencias. Exhaustas quedaban las arcas del erario cada vez que abordaba a nuestros puertos, y ni siquiera dejaba saborear sus victorias, cuando ponía a prueba la generosidad del pueblo en cuyo favor cedían.

El curso de los acontecimientos, empero, llegó a ponerla contacto con un Gobierno más abundante en recursos o más pródigo de los tesoros de la nación, y desde ese momento la Escuadra, sostenida a tanta costa por nosotros, se disipó como la niebla bajo la acción de los rayos del sol. Nuestros buques quedaron vacíos, oficiales y marineros abandonaron a un tiempo el servicio, y apenas quedaron a su bordo aquellos miserables reclutas que poco antes habían salido intonsos de los campos de Chile.

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