Aquiles... un hetero curioso

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Capítulo 4
Noche de sábado

Aquiles llegó a su departamento, metió dentro del lavarropas la ropa sucia que tenía en su bolso, se quitó las zapatillas y las medias y se dirigió hacia su cuarto, con la intención de dormir un rato antes del horario de la cena.

Encontró a Marina tirada sobre la cama viendo TV.

–Hola, amor, lo pasaste bien –dijo Marina.

–Sí, muy bien, pero estoy muerto –respondió Aquiles.

–Huy, pensé que íbamos a continuar con lo del bebé –dijo Marina, en tono de burla.

Aquiles la miró a los ojos, se acercó y le dio un beso en los labios.

–Ni lo sueñes... si estás caliente, agarrá un juguetito y entretenerte sola; despertame mañana antes del almuerzo –dijo sarcásticamente.

–Hablé con las chicas mientras ustedes jugaban y tipo nueve estarán por acá... nos juntamos a comer algo... Vienen Marcos con Paula, Adrián con Inés. Félix y Sofía no, por el tema de los nenes y del bebé.

–¡Noooo! –exclamó Aquiles.

No porque no le gustara reunirse con sus amigos y con sus mujeres, sino, porque estaba realmente cansado y en sus planes para lo que quedaba del sábado, solo estaba la idea de quedarse en calzones, tirado en la cama y dormir o boludear viendo la TV; pero claramente, mientras ellos jugaban al fútbol, ellas se habían ocupado de planificar la noche, sin importar lo que sus maridos pensaran o quisieran hacer.

Aquiles apoyó la cabeza en la almohada y cayó en un profundo sueño; no supo más nada, hasta que escuchó conversaciones en el estar y sintió el almohadón arrojado por Adrián desde los pies de la cama, que hacía blanco sobre su cabeza.

–Dale bello durmiente, levántate y vestite que Inés está con Marina en la cocina y Marcos está subiendo con Paula –dijo Adrián.

–Huy boludo... estaba profundamente dormido y a estas turras se les ocurrió organizar para juntarnos... –dijo Aquiles.

–Pensé lo mismo... Llegué a casa con la idea de tirarme y de no moverme más, y salió Inés con la noticia de que ya habían organizado para la noche –dijo Adrián.

Se escuchó el timbre de la puerta. Marina fue a abrir y Marcos y Paula se unieron al grupo.

Se lo escuchó a Marcos preguntando “¿Dónde están las bestias...?” refiriéndose a Adrián y a Aquiles. En menos de un minuto, ingresaba al cuarto de Aquiles, se zambullía sobre la cama y lo abrazaba...

Tenían esa confianza, esos códigos de una amistad que había surgido en la infancia y que permanecía hasta ahora.

–¿Y potrillo? ¿te atacó nuevamente Marina? –preguntó Marcos, sonriendo.

–Ja ja ja... me lo insinuó, pero creo que fue en broma... de todas maneras, apoyé la cabeza en la almohada y me quedé frito –respondió Aquiles, que se levantó y se puso una bermuda.

Se dirigieron los tres hacia el estar, donde estaba sus mujeres conversando acaloradamente.

–Hola, chicas –dijo Aquiles.

Aquiles y Adrián se acercaron para saludar a Paula.

–Qué cara de dormido el señor –dijo Inés.

–Y... si... estaba profundamente dormido... mucho trabajo, mucho deporte, mucha actividad –contestó Aquiles.

–Nena, dale un poco de respiro que lo vas a matar –comentó burlonamente Paula, dirigiéndose a Marina.

Todos sonrieron.

Aquiles se quedó pensando si Marina ya les había contado sobre la decisión de comenzar con el intento de quedar embarazados, tema sobre el que habían vuelto a hablar recién a la mañana.

Lo que sí tenía claro, es que entre ellas hablaban sin tapujos sobre sus vidas sexuales, por lo que, obviamente, hablaban sobre los gustos y preferencias de sus respectivos maridos.

¿Vino o cerveza? –preguntó Aquiles.

–Depende de que pidamos para comer... –respondió Adrián.

–¿Sushi, pizza, empanadas? –planteó Marcos.

La mayoría votó por empanadas, que decidieron acompañar con cerveza.

–En la cocina dejé una tabla de quesos y de fiambres –dijo Marcos.

Los hombres fueron hacia la cocina a buscar cervezas y a abrir la picada que había traído Marcos, mientras que las mujeres se quedaron en el estar, chusmeando y haciendo el pedido de empanadas. Ya sabían de memoria que quería cada quien. Años de reunirse y de compartir diversos momentos de la vida.

–Che, contale a Adrián lo que pasó en la oficina con Alejandro –dijo Aquiles, dirigiéndose a Marcos.

– ¿Quién es Alejandro? –preguntó Adrián.

–Un empleado que tenemos –contestó Aquiles.

–Nada... Salí de mi oficina y vi que estaba con una videoconferencia y que del otro lado había un flaco desnudo... va, en ropa interior... Pero después lo cuento bien delante de las chicas a ver qué opinan –dijo Marcos.

–Pero ¿es puto? –preguntó Adrián.

–No, va, que sé yo si es puto o no –dijo Marcos.

–Pero pará... ¿Es el mismo Alejandro que alguna vez vino a jugar fútbol con nosotros? –preguntó Adrián.

–El mismo –respondió Aquiles.

–Pero ese flaco de puto cero... va... al menos cero amanerado. Me acuerdo que las veces que vino a jugar con nosotros, casi me arranca las piernas de las faltas que me hizo y peleaba la pelota cuerpo a cuerpo como una fiera; incluso, alguna vez se quedó a tomar algo después del partido y muy buena onda, me pareció bien macho el flaco –comentó Adrián.

–Sí, es así, quizá aún estemos con la cabeza medio cerrada y creemos que solo los hombres amanerados sienten atracción por otros hombres –dijo Marcos.

–Eso es cierto... en el edificio en el que vivíamos, teníamos vecinos que no sabíamos si eran hermanos o que, hasta que nos enteramos por el encargado de que eran pareja. Lo habíamos pensado, pero nos despistaba la actitud tan masculina... Incluso, uno de ellos jugaba al rugby –comentó Adrián.

–Cambiando de tema, ¿cómo andan las cosas en la náutica? –preguntó Marcos.

Adrián había estudiado ingeniería naval. Más allá de continuar con la tradición de sus ancestros, era una actividad que disfrutaba y que le permitía llevar un excelente nivel de vida.

–La verdad es que bien, dejando de lado los vaivenes de este país y de la economía, el target que se mueve en el ambiente náutico, mejor o peor, es un público de alto poder adquisitivo, por lo que siempre hay trabajo –respondió Adrián, que agregó riendo– más o menos como lo que les sucede a Uds., que haya o no haya dinero, malditos abogados y contadores necesitamos todos.

–Claro, es cierto –dijo Marcos.

Marcos era abogado y se había especializado en el área penal, más allá de que en el estudio también se manejaba el área civil.

Aquiles se había especializado en la parte tributaria, por lo que habían logrado conformar una buena dupla de trabajo y encima, acompañada por una amistad de años.

La charla fue interrumpida por el sonido del portero eléctrico. El delivery de empanadas estaba abajo.

–Voy yo –dijo Aquiles, que agarró su billetera y se puso zapatillas para bajar.

Marcos y Adrián cargaron sobre una bandeja la picada, vasos y bebidas y fueron hacia el estar. Era raro que se sentaran a la mesa para compartir una comida, salvo que fuese algún especial. Por lo general, se reunían en torno a la mesa ratona del estar y comían allí, estuviesen en la casa de quien fuese.

Aquiles abrió la puerta e ingresó cargando dos cajas.

–Acá está la comida para alimentar a las fieras –dijo.

Depositó las cajas sobre la mesa y comenzaron con la repartija de empanadas, según los sabores que cada quien había elegido.

–Qué pena que Félix y Sofi no pudieron venir –dijo Marina.

–Sí, es cierto... Están en una etapa en la que, si no pueden arreglar con tiempo para dejar a los nenes a cargo de alguien, se les hace complicado salir; más, con el bebé de un mes –dijo Paula.

–Claro, Uds. ya no tienen problema porque tuvieron a sus hijos muy jóvenes y ya son adolescentes –dijo Inés.

–Es cierto... aunque todo tiene sus pros y sus contras. Por un lado, estuvo bueno tenerlos de jóvenes, pero también tuvimos que delegar muchas cosas que Uds. sí pudieron hacer, especialmente yo, porque Marcos continuó con su carrera –dijo Paula.

Se generó un segundo de silencio un tanto incómodo, porque no quedaba claro si el comentario de Paula estaba cargado con un dejo de reproche hacia Marcos, o si simplemente, había sido una descripción de lo que vivieron.

–Ojo, que no se entienda mal; no lo digo como reproche, porque fue una decisión tomada de a dos –agregó Paula, que se acercó a Marcos y le dio un beso en los labios.

Paula era arquitecta y trabajaba de manera independiente. Lo hacía por placer y solo cuando lograba enganchar un cliente a través de algún contacto de su círculo de amistades. Claramente, no lo hacía por necesidad económica.

–Hablando de hijos... ¿Ustedes piensan esperar mucho más o tomaron la decisión de no procrear? –preguntó Marcos, dirigiéndose a las otras dos parejas.

–Justamente, el señor me acaba de plantear ese tema esta mañana y enseguida pusimos manos a la obra –dijo Marina, refiriéndose a Aquiles.

–Ahora entiendo, por eso te arrastrabas en la cancha –dijo Adrián, más allá de que Aquiles, luego del partido, ya les había contado lo acontecido con Marina.

Todos rieron.

– ¡Ah... mirá vos! ¿No pensaban contar nada? –dijo Paula.

–Les estamos contando ahora –respondió Marina –de todas maneras, tengo que ir al ginecólogo para que me saque el DIU, porque, de lo contrario, va a ser un poco difícil que quede embarazada –agregó.

–Ah... bueno amigo, entonces a comenzar a alimentarse bien, a tomar vitaminas... te aguarda una etapa de dale que te dale. Recuerdo que, cuando nosotros comenzamos a buscar para quedar embarazados, nos generó un morbo total la situación y fue una etapa en la que lo hacíamos casi todos los días –dijo Marcos.

 

–Ahora entiendo, fue la etapa en la que se te caían los papeles en la oficina y que te encontraba durmiendo con la cabeza apoyada sobre el escritorio –dijo Aquiles riendo y bromeando.

Todos rieron nuevamente.

–¿Y Uds.? –preguntó Aquiles, dirigiéndose a Adrián y a Inés.

–También lo estuvimos conversando –dijo Adrián, que, sin poder continuar, fue interrumpido por Marcos que, brutalmente y sin filtro, como era su costumbre, dijo:

–¡Más que hablarlo, hay que ponerla amigo!

Todos rieron a las carcajadas.

–Fuera de broma, estamos con ganas; Inés termina su posgrado en un par de meses, así que, en cualquier momento, supongo que tendremos novedades –continuó Adrián.

Inés era ingeniera en sistemas y estaba haciendo una especialización en robótica.

–Bueno, parece que se viene una etapa de mucho sexo y de lujuria extrema –comentó Marcos.

–Hablando de sexo y de lujuria, contale a las chicas lo que sucedió en la oficina –dijo Aquiles.

Las tres miraron fijamente a Marcos, aguardando por quitarse la intriga instalada por Aquiles.

–Nada... sucede que el viernes al mediodía, salí de mi oficina y vi que Alejandro estaba con una ventana de videoconferencia y que del otro lado había un tipo en ropa interior... me resultó una situación incómoda, y sin que se diera cuenta, volví a entrar a mi despacho y ahí quedo todo. Esta tarde se lo comenté a Aquiles y ahora tiramos el tema acá, para ver qué opinan Uds. como mujeres –dijo Marcos.

–Quien es Alejandro –preguntó Inés.

–Un empleado de los chicos que alguna vez vino a jugar fútbol con nosotros –dijo Adrián.

–¿Es gay? –pregunto nuevamente Inés.

–No lo sabemos, al menos, no lo parece, quizá fue algo que no tiene nada que ver con lo que imaginamos. Puede que solo estuviese curioseando –comentó Marcos.

–Ponele que fuese así, pero que lo haga en su casa, no en la oficina –dijo Paula.

–Es cierto y justamente, eso fue lo que pensamos con Marcos; no sabemos si encararlo directamente o si esperar a ver si sucede nuevamente –dijo Aquiles.

–La verdad, más allá de cuál sea su preferencia sexual, como bien dice Paula, no corresponde que lo haga en la oficina. No estaba jugando al Candy Crash, estaba en videoconferencia, y del otro lado había un flaco en bolas –dijo Inés.

–No estaba en bolas, estaba con el torso descubierto y en calzones –dijo Marcos.

–Da igual, no es algo para hacer en la oficina –acotó Marina, y agregó– o Uds. ¿también están chateando en videoconferencia con minas en bolas... o con tipos...? no sé...

–Todo el tiempo –contestó Marcos, largando una carcajada.

La verdad es que ninguno de los cuatro, incluido Félix, había tenido un desliz luego de haberse casado. Solían hablar sobre mujeres y sobre situaciones en las que tuvieron la posibilidad de hacerlo, pero los cuatro se habían mantenido fieles.

Seguramente, entre otras cuestiones, sus mujeres habían sabido como mantenerlos satisfechos.

Félix y Sofía llevaban una vida sexual bastante tradicional. Ella cedía a los deseos de Félix cuando él le pedía practicar sexo anal, pero no mucho más que eso.

Marcos y Paula eran los que más años llevaban de casados y los únicos que tenían hijos ya adolescentes. Cuando aún estaban solos, Paula había cedido al deseo de Marcos de hacer un trío y de incorporar a otra mujer.

Marcos estaba exultante y feliz con la experiencia vivida; nos la había relatado con lujo de detalles y nos martirizó durante mucho tiempo con esa historia.

Pasado un tiempo de aquel episodio, nos convocó a reunirnos porque necesitaba contarnos algo. Marcos se sentía perturbado y apesadumbrado ante el planteo que le había hecho Paula sobre repetir el trío, ya que, esta vez, su deseo era el de incorporar a un hombre, planteo que Marcos jamás hubiese esperado.

Esa situación lo había perturbado enormemente y en aquel momento, fue tema de conversación casi a diario.

Finalmente, luego de haber vivido la experiencia, nos había contado que, si bien había tenido su lado morboso el hecho de estar con su mujer en la cama junto a otro hombre, poseyéndola simultáneamente y viéndola gozar como perra en celo, su costado machista, había hecho que su ego se viera mancillado. Como aditivo, fue la primera y única vez en la que había estado en la misma cama con otro hombre.

Adrián le había preguntado directamente y sin rodeos, si se habían tocado con el otro tipo, si entre ellos había existido algo, algún roce, besos, algo... y Marcos había contestado que no. Hasta allí se había animado a contar, o quizá fue realmente lo que sucedió.

En ambas ocasiones, y acordado mutuamente, tanto mujer como hombre, fueron elegidos por catálogos en páginas web de escorts. Lo habían hablado mucho y solo querían experimentar sin involucrar ni involucrase afectivamente con nadie.

La vida sexual de Adrián y de Inés era plena y despojada de tapujos. Usaban juguetes, practicaban sexo oral hasta el final. Jugaban con el esperma de Adrián, pasándolo de una boca a la otra, Adrián eyaculaba en la vagina de Inés y luego la lamía hasta dejarla seca. Con los años, Adrián había permitido que Inés jugara con los dedos en torno a su ano, hasta que llegó el día en el que lo penetró y encontró su próstata; fue un viaje sin retorno. Cuando Adrián descubrió el placer que le generaba que su próstata fuese masajeada mientras su mujer le practicaba una felatio, no pudo parar de hacerlo.

La primera vez que contó su experiencia en el grupo chico de los cuatro, con lujo de detalles y sin ruborizarse, hizo que todos terminaran con el pene erecto y mojado.

La vida sexual de Aquiles era similar a la de Adrián; despojada de inhibiciones... Incluso, ante la insistencia de Marina y luego de haberse animado a experimentar los masajes prostáticos, empujado por las experiencias relatadas por Adrián, se había animado a permitir que ella lo penetrara con un juguete no muy grande, cosa que le había provocado extremo placer.

Esta experiencia jamás se animó a compartirla con sus amigos. Seguramente, lo inhibían los mandatos culturales y sociales, más su propio orgullo machista. Claramente, en su grupo chico, nadie se hubiese horrorizado, menos, después de lo contado por Adrián; incluso, quizá hubiese dado pie para que Marcos o Félix confesaran que también lo hacían o que alguna vez lo había intentado, pero nunca se los había podido contar.

–Che, ¿pedimos helado? –preguntó Aquiles, dando por cerrado el tema.

Todos dieron el OK y cada uno fue proponiendo sabores. Aquiles llamó a la heladería y quedaron a la espera del delivery.

Las mujeres comenzaron a poner las cosas sobre las bandejas para despejar la mesa y fueron hacia la cocina, donde se quedaron conversando mientras preparaban café.

Ellos permanecieron en el estar, encendieron la TV y se engancharon con un partido de tenis, hasta que sonó el timbre del portero, anunciando que el helado estaba esperando abajo.

–Dame las llaves que bajo yo –dijo Adrián.

–Están puestas en la puerta, ya sabés cuales son las de arriba y las de abajo –contestó Aquiles.

Mientras Adrián bajaba a buscar el helado, volvieron las chicas desde la cocina, trayendo los bowls y el humeante café recién preparado, que había inundado el ambiente con ese exquisito y característico aroma.

Regresó Adrián y dejó los potes sobre la mesa.

–Autoservicio, acá tiene las cucharas, cada uno sírvase lo que quiera –dijo Marina.

Paula se ocupó de servir café, en medio de conversaciones entrecruzadas.

–Parece que mañana va a ser un día estupendo como el de hoy; la noche está estrellada, ¿tienen ganas de que vayamos a navegar? –preguntó Adrián.

–Yo paso amigo, si te parece, dejémoslo para el domingo próximo; la verdad, es que quiero despertarme cuando mi cuerpo lo decida y quedarme haciendo fiaca, por más que sea un día estupendo –contestó rápidamente Aquiles.

–Nosotros nos comprometimos con los chicos para llevarlos al cine, así que tampoco podemos –dijo Paula.

–OK, entendido; podemos arreglar para el domingo próximo y podemos avisarle a Félix para ver si quieren venir con los chicos o si los dejan con alguien y vienen solos; estaría divertido si vienen todos los chicos –dijo Adrián.

–¿Tienen algo planificado para las próximas vacaciones de verano? –preguntó Paula.

–Seguramente playa, pero aún no hablamos sobre el tema, si Brasil, el Caribe, Punta del Este o Cariló –respondió Marina.

–Nosotros suponemos que local, seguramente Cariló. Con los chicos adolescentes que ya planifican con amigos, comienzan a atarte un poco... Quizá, arreglemos con Félix y con Sofía; sospecho que, con el tema de los chicos, no irán muy lejos, si es que deciden ir a algún lado –dijo Paula y preguntó– ¿Ustedes?, dirigiéndose a Inés y a Adrián.

–Viste que a Adrián le gusta salir con el velero... si no nos vamos muy lejos, la opción es Punta del Este, porque acá, salvo Mar del Plata, no hay puertos alternativos... aún no lo hemos hablado –dijo Inés.

Continuaron con el helado y el café, hablando de temas nada trascendentales.

Se habían hecho las dos de la madrugada. Cada quien tomó sus pertenencias, saludaron a Marina y salieron a tomar el ascensor junto a Aquiles, que los acompañó hasta el hall de PB para abrirles la puerta y despedirlos.

Aquiles regresó a su departamento, se metió en el baño, orinó, se higienizó los dientes, revoleó sus zapatillas en el camino hacia la cama, se quitó la remera, las bermudas, la ropa interior y cayó rendido, con el deseo de no ser perturbado por nada ni por nadie.

Capítulo 5
Mañana picante

Aquiles comenzó a salir lentamente del profundo sueño en el que había caído y en el que había permanecido sin interrupciones durante toda la noche. Miró el despertador; eran las once. Se sorprendió porque había pensado que, a menos que fuese molestado, dormiría hasta pasado el mediodía.

Marina se había levantado temprano, como solía hacerlo, más allá de la hora en la que se hubiese acostado.

Caminó hacia el baño y luego de hacer sus necesidades y de higienizarse los dientes, tomó una rápida ducha, fue al vestidor y se puso un bóxer estampado suelto y una remera.

Se dirigió a la cocina y vio que Marina estaba en el comedor diario, sentada al lado de la ventada por la que ingresaban rayos de sol, desayunando y leyendo el periódico. Se podía ver el cielo celeste y completamente diáfano. Pintaba un domingo con clima espectacular. Por un instante, pensó en la propuesta que había hecho Adrián la noche anterior, pero no se arrepintió de haberse quedado durmiendo y recuperando energías.

Se acercó a Marina y le dio un tierno beso en los labios.

Marina respondió con un húmedo beso que explotaba de sabor a café y agarrando con una mano el paquete de Aquiles.

–Paz... dame una tregua –dijo Aquiles.

–Si te dejé dormir toda la noche sin molestarte –contestó Marina.

Sin responder, Aquiles agarró una taza y se sirvió café, que cortó con un chorro de leche y se sirvió una medialuna que se veía increíblemente tentadora.

–Lo pasamos bien anoche –dijo.

–Sí, lo pasamos lindo –contestó Marina y agregó– quedé medio sorprendida por las cosas que nos contó ayer en la cocina Inés... después de tantos años, no sé por qué se le dio contarnos semejantes intimidades.

–¿Qué les contó? –preguntó Aquiles, entre intrigado y preocupado por lo que pudiese haber contado Marina.

–Nos contó con lujo de detalles las cosas que hacen con Adrián, los juegos orales con semen, los masajes prostáticos... En verdad, no sé por qué, pero siempre imaginé que Adrián debía ser medio chanchito en todo lo relacionado al sexo, quizá por lo fachero que es y por la cara de pícaro que tiene; pero a Inés, siempre la vi cómo tan recatada, que no me daba por ese lado... Quizá, la movilizó el tema de hablar sobre los embarazos y ahí se largó a contar –dijo Marina.

Aquiles, que casi escupió el sorbo de café que estaba tomando dijo:

Ah... bue... a ver... vamos por partes, ¿así que Adrián te parece fachero? espero que no le hayas contado lo que hacemos nosotros, o al menos, no todo lo que hacemos.

–Me parece fachero, si... ¿Nunca te lo dije? Es un tipo atractivo, como lo son Félix y Marcos... la verdad es que son un lindo cuarteto; estoy casada, pero no soy ciega –contestó Marina.

 

–Ah bueno... espero no tener que cuidarme de mis mejores amigos –dijo Aquiles sarcásticamente.

–No seas tonto... Además, por todas las veces en los que los he visto en short, a nadie se le marca el paquete como a vos –dijo Marina riendo.

–Ah, ¡pero vos sos una atorrante descarada! ¡Les estuviste marcando los paquetes a mis amigos! –dijo Aquiles.

–¿Y qué tiene de malo? !Seguramente vos no te fijaste en las tetas y en los culos de sus mujeres...! –dijo Marina sonriendo.

Si bien las mujeres de los amigos se habían convertido en amigas sagradas e intocables, era cierto que Aquiles tenía bien estudiados sus culos y sus tetas. Incluso, durante los embarazos y lactancias de Paula y de Sofía, el ítem “Tetas” había sido tema de conversación entre ellos; más allá de remarcar el aumento de tamaño que habían experimentado sus pechos, habían contado sobre el morbo que les había producido a ambos el hecho de chuparles las tetas y que les saliese leche, experiencia que Adrián y Aquiles aún no habían tenido.

–¡Jamás,! Las mujeres de mis amigos son sagradas y nunca se me hubiese ocurrido observarles sus culos ni sus tetas –respondió Aquiles riendo.

–Claro.... ponele –dijo Marina.

De pronto, sin proponérselo y luego de varios años de matrimonio, Aquiles acababa de descubrir una faceta nueva de su mujer. Si bien no estaba horrorizado, mínimamente, se quedó tocado con la idea de que ella hubiese estado pispiando los paquetes de sus tres mejores amigos.

–Espero que no hayas estado ventilando nuestra intimidad con ellas –dijo Aquiles.

–Ay dale... ¿Me vas a decir que entre Uds. no se cuentan que hacen o dejan de hacer? Si se conocen desde los cuatro años y se cuentan todo –dijo Marina.

–Lo de Adrián e Inés, lo sabía, como también se una cuantas cosas de Félix y de Marcos, pero nunca les conté que nosotros tenemos juguetitos sexuales –respondió Aquiles.

–¿Te da vergüenza? ¿Podés ser tan troglodita de pensar que porque disfrutes con algún juguete masajeándote la próstata tu masculinidad se verá afectada en algo? ¿Pensás que tus amigos no lo hacen? –dijo de manera contundente Marina.

Aquiles casi se atraganta nuevamente.... Jamás imaginó que, lo que había sido un tranquilo despertar dominical y que se proyectaba como un día apacible, se hubiese convertido en un desayuno repleto de sorpresas un tanto perturbadoras.

–¿Las chicas te contaron algo? –preguntó Aquiles, sumamente intrigado.

–No, nada sobre eso y yo tampoco llegué al extremo de contarle lo que hacemos nosotros, pero sacate de la cabeza esa mentalidad de Homo erectus –contestó Marina.

Aquiles era consciente de que, más allá de su apertura mental, mantenía una estructura machista y que estaba condicionado por la educación que había recibido, sumado al entorno social en el que se movía.

Le parecía espectacular que Marina tuviera esa manera de pensar y se sentía muy afortunado de tenerla como compañera; no obstante, si llegase el día en el que decidiera contarle a sus amigos sobre el tipo de prácticas sexuales de las que, por cierto, disfrutaba enormemente, quería ser él quien lo hiciera y no que se enteraran por sus respectivas mujeres.

–Creo que me voy a ir a nadar un rato antes de almorzar –dijo Aquiles, saliendo de la conversación que, en algún punto, lo había incomodado.

–OK. andá y después salimos a comer algo por ahí –respondió Marina.

Aquiles fue al vestidor, se puso un speedo negro y un short de baño encima.; preparó una mochila con ropa para cambiarse, un toallón, buscó sus ojotas y bajó hacia la piscina.

Como de costumbre, se cruzó con una o dos personas a las que saludó, se quitó el short, que dejó sobre una reposera, se puso las antiparras y se zambulló en el agua templada, donde permaneció media hora nadando.

Regresó al departamento y fue directo a agarrar ropa para cambiarse, ya que se había duchado en el vestuario de la piscina. Buscó una bermuda azul, que combinó con una chomba color rosa viejo y con zapatos estilo náuticos.

Marina ya estaba lista, lo aguardaba en el comedor diario, con la tapa de su notebook abierta. Se la veía realmente hermosa, con los pelos largos y húmedos, apenas maquillada. Se había puesto un solero muy colorido, que dejaban al descubierto sus hombros y brazos firmes; completaba su look con sandalias blancas.

Era el tipo de mujer que no necesitaba de mucha producción como para lucir hermosa. Su estilo era muy sencillo; solo su personalidad le alcanzaba para marcar presencia, por lo que no necesitaba de muchos artilugios como para llamar la atención.

Salvo que, por cuestiones laborales, tuviese la necesidad de lucir un look más formal, su estilo era el de zapatos bajos, sin tacos, ni suplementos excesivos.

–Vamos –dijo Aquiles.

–Vamos –respondió Marina.

Se dirigieron a la cochera y salieron en busca de algún restaurante cerca del río.

Pasaron el resto de la tarde al aire libre, disfrutando del buen clima y conversando sobre lo planteado por Aquiles el sábado por la mañana.

La decisión ya estaba tomada. Marina utilizó la app de su prepaga que tenía instalada en su celular para sacar turno con su ginecólogo. Sorprendentemente, había encontrado uno para el día siguiente, cosa nada frecuente que sucediera. Para acelerar los trámites, Aquiles hizo lo propio como para ver a su médico clínico, ya que, seguramente, a ambos les pedirían los estudios clínicos de rutina antes de quedar embarazados.

Ya anocheciendo, regresaron al departamento, picotearon algo que quedaba de la noche del sábado en la heladera, se dieron una ducha y fueron a la cama, donde permanecieron abrazados tiernamente viendo TV, hasta que quedaron dormidos.

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