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Diario de un viage a Salinas Grandes, en los campos del sud de Buenos Aires

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14, MIERCOLES

A las 7 de la mañana mandé comparecer á los troperos para que reconociesen la laguna y viesen el medio de proporcionar la carga, sin embargo de hallarse tan llena, como nunca se habia observado, por las muchas aguas del año, y haberle entrado un derrame de agua de otra laguna dulce no conocida: para lo cual cada uno sacaria las carretas que pudiese cargar al dia, dejando las demas en la línea que formaban para estrechar las distancias en caso de invasion, y quedar siempre atrincherados: reponiendo las que se cargasen á su lugar, hasta que por este órden quedasen todos prontos. En lo cual convinieron, pero unanimente espusieron que consideraban imposible sacar sal segun la altura del agua: mas sin embargo iban á hacer la prueba, y reconocer por diferentes puntos la dicha laguna. En efecto habiéndolo egecutado, resultó que, despues de muy mortificada y estropeada la gente, solo se pudieron sacar como 6 fanegas de sal: cuyo reconocimiento inspiró una desconfianza de que en esta parte se rendiria inutil el viage, sin embargo de que el mucho viento contribuia á formar olas, y estas estorbaban el trabajo, tanto ó mas que lo crecido de las aguas. Recibí chasqui del cacique Victoriano, anunciando su próxima llegada al campamento, que la egecutó con su hermano Quinteleu, y los caciques Payllatur, Payllain, Guaquinil, Quilan, y Millapue, que fueron recibidos en el modo ordinario. Todos por su órden hicieron su parlamento, y manifestaron las noticias que les habian comunicado, de venir la expedicion con ánimo de hacer hostilidades y poblar la laguna y otros puntos; pero que los caciques Victoriano y Quinteleu habian tranquilizado sus ánimos, disipando los recelos, asegurando que ellos salian garantes de la paz y buena fé de los españoles, y que en efecto los habian creido, y estaban bien persuadidos de que no se les faltaria, ni tampoco invadiriamos con nuestras armas. No así lo creian otros caciques de la comarca, antes bien tenian por sospechosos á Quinteleu y Victoriano, por amigos de los españoles. En este estado el cacique Victoriano y Quinteleu espusieron que su amistad se estendia á permanecer en aquel destino mientras la expedicion no retornase, para reparar cualquiera hostilidad que intentasen hacer los caciques Ranqueles y demas descontentos; á cuyo fin tenian prontos 1,000 indios, y pidieron estos dos hermanos alojar inmediatos al campamento: lo que les fué otorgado. Inmediatamente ordenè se diese á la tropa racion de pan, tabaco y agí, que recibieron los oficiales por medio de sus sargentos. En este dia se observó el sol, y resultó hallarse la laguna en 37 grados 14 minutos de latitud sur, situacion ó altura de polo del punto medio de ella: sin que en este dia hubiese ocurrido mas novedad.

15, JUEVES

En este dia llegó un chasqui de los caciques Ranqueles ó del Monte, solicitando aguardiente, yerba y tabaco; y expresó que estos y el cacique Carrupilun estaban opuestos á la expedicion, y venian con ánimo de declarar la guerra, para cuyo efecto tenian como 600 hombres armados de coletos, cotas de malla y lanzas, como á distancia de 2 leguas del campamento, en unos médanos altos: que la causa entre otras era el tenor entendido que veniamos á hacer poblaciones en sus terrenos y á degollarlos. Enterado de la relacion del chasqui, le disuadí de la equivocacion en que estaban los caciques, y mandé al cacique Victoriano viniese, y se cerciorase de la ocurrencia: como en efecto lo hizo, y por si mismo satisfizo al enviado, manifestándole que la expedicion venia á cargar de sal, como lo acostumbrabamos á hacer de paz y buena amistad: que él estaba cierto de ello, y se mantenia en mi compañia para hacerlo entender á todos los indios; y para oponerse con sus gentes y armas, si alguno tenia el descomedimiento de injuriar la expedicion, ni ofenderla en lo mas leve: y que así se lo hiciese entender á los caciques que lo mandaban, si no querian como amigos venir á tratar. A esta generosa contestacion de Victoriano añadí, que en el momento me iba á poner sobre las armas, que no necesitaba de auxilio alguno, y que en el caso de querer pelear, no me moveria de aquel punto donde los esperaba, y mandaria venir 2,000 hombres armados de la frontera, y que no perdonaria vida de ningun Ranquel ni de sus amigos; y que entonces verian cumplido y realizado lo que ahora no se imaginaba. En efecto mandé aprestar toda la gente, y que los dueños, capataces y peones de carretas se pusiesen sobre las armas, recogiendo las haciendas sobre la laguna, resguardada de la línea que formaba y amparaba la artillería. Este movimiento alarmó á los indios del campamento, y especialmente al cacique Victoriano y sus parciales, que vinieron muy cuidadosos á asegurarme de nuevo su amistad: y en consecuencia de ella les espuse, que retirasen sus familias para que ni se confundiesen con los enemigos, ni sufriesen los estragos de la guerra, que eran consiguientes en el ardor de la batalla, si no se ponian anticipadamente en lugar determinado y cierto, sin separarse de él. Esta resolucion dobló su empeño, y causó los buenos efectos de destacarse algunos indios respetables à prevenir á los caciques armados que desistiesen de su empresa y entrasen de paz, antes que aventurar el perder la tierra, por cuanto á ellos constaba la fuerza que yo habia dejado en la frontera, quienes al menor aviso talarian los campos, y degollarian á todos los indios que faltaban á la buena fé, parlamentos hechos, y paces ajustadas en la laguna, como constaba á algunos caciques que las habian presenciado. Estos razonamientos oficiosos, sin duda arredraron á Carrupilun, motor de esta ocurrencia, y resolviéron con doble intencion entrar al campamento sin lanzas, dejándolas en los médanos. El resultado fué mandar nuevos chasquis, diciendo que ellos acostumbraban hacer sus marchas con las armas, pero que si se les daba licencia, entrarian sin ellas á tratar: cuya respuesta fuè con la misma firmeza que la anterior, mirando con desprecio sus amenazas, y que los esperaba con las armas en la mano. En efecto toda la noche estuvimos con la mayor vigilancia, haciendo candeladas para evitar una sorpresa, á favor de las nieblas, aumentadas con la tormenta y lluvia que sobrevino. Amaneció el 16 sin mas novedad, que haberseme dado parte de la alta de 4 enfermos que tomaron las armas.

16, VIERNES

A las 8 de la mañana de este dia llegó al campamento un chasqui del cacique Quinteleu, que en el dia de su llegada á la laguna se retiró á buscar su familia, avisando, que habia tenido noticia de las incomodidades sufridas con algunos caciques, pero que nos tranquilizasemos: que al momento se ponia en marcha, que aquietaria y conduciria al campamento á los caciques que se decian enemigos, y les haria entender sus deberes. En efecto llegó como á las 2 de la tarde con los caciques Ranqueles, menos Carrupilun, Curritipai, Coronado y otros, que aun quedaron renitentes y tercos en sus porfias. Se recibieron como á los demas, y dieron sus razones y parlamentos á presencia de todos los demas caciques que ya habian sido admitidos. Cada uno de ellos se panegirizó de un potentado y gran señor de aquel continente, dandose unos á otros esclusiva, sin ofenderse de ello, aunque privativamente se llamaban dueños de la laguna. A todo se dió su respectiva contestacion: habló el último Quinteleu, y entre otras muchas cosas, con que atacó á los caciques, fué la última, que nadie esclusivamente tenia dominio sobre la laguna, que esta era comun, y que todos debian disfrutarla, que ningun cacique, sin cometer violencia y faltar á los tratados de paz con los españoles, podia incomodarlos: que él habia ofrecido al Exmo. Señor Virey y al Exmo. Cabildo hacer guardar estos tratados, y que la expedicion no seria incomodada; y esto lo habia de cumplir y defender con su gente si fuese necesario, hasta cargar las carretas y conducirlas á la misma capital. Que á ningun cacique ni sus gentes se estorba entrar á Buenos-Aires, y á todos se les daba buen pasaporte, y por lo mismo faltando en este presente á su deber los indios, se esponian al enojo de los españoles, y á que tomasen las armas y los destruyesen. Por lo tanto creia, que todos los caciques que estaban presentes convendrian con él: y en efecto convinieron, añadiendo cada uno razonamientos de su conformidad. En este estado repuse, que yo no llevaba otra comision que la de conducir la expedicion, y cargarla de sal, guardando la mejor armonía y amistad con los caciques é indios, sin incomodar á nadie, y observar quienes eran verdaderos amigos, y quienes eran enemigos: no permitir que ninguno ultrajase á los españoles, en cuyo caso castigaria á los que se atreviesen. Que algunos caciques se habian propasado, y esperaba solo la reunion de todos para manifestarles y hacerles ver, que yo no queria emplear las armas si no contra los que me insultaban: y les hacia saber, que á la mas leve queja ó insulto usaria de las armas, y daria cuenta al Señor Virey para castigar la tierra, y que no me retiraria sin hacer los mayores estragos, abandonando la expedicion por vengar los insultos y agravios. Que en este concepto contuviesen á los que se oponian, pues mientras no viese acertada esta paz, no cargaria las carretas de sal, por estar mas desembarazado para todo: que se retirasen á alojar á distancia del campamento con sus gentes. Todos afianzaron estar tranquila la tierra, y me rogaron tratase de cargar las carretas. Yo me resistia á ello, haciendo mérito de lo mismo que me era imposible practícar por el estado de la laguna, y los caciques Quillan, Payllatur y Quidenau se esforzaron sobremanera, y el último con tal estremo, que ofreció en rehenes y seguridad de sus promesas, 4 hijos y su persona: pero yo diferí la contestacion para el dia 17, respecto á que ya era tarde y debian tratar de alojarse. En este estado se retiraron, menos Victoriano y Quinteleu que alojaron en la guardia de prevencion, y continuaron suplicándome cargase las carretas, cierto de que nada me habia de suceder. Y quedando la tropa y gente de armas en vela con las mismas òrdenes y prevenciones que la noche anterior, pasó esta sin mas novedad.

 
17, SABADO

En este dia, como á las 8 de la mañana, llegó al campamento el cacique Currilipay acompañado de número considerable de indios, anunciando el pronto regreso del gran Carrupilun, y manifestando le saliese á recibir con respetable escolta para hacerle honores, como acostumbraban hacerle todos los comandantes de las expediciones. A que contesté, que le haria el recibimiento que á todos, si venia de amistad; y si venia de guerra, con las armas; que le mandaria un oficial y el lenguaraz para hacerlo asi entender: y en efecto mandè 12 hombres y un sargento bien municionados, con el lenguaraz, á corta distancia del campamento y á la vista de él; quienes llegaron á su formacion, y se manifestó incomodado, despreciando al lenguaraz, y usando en la contestacion de un N. Lucero, Puntano, muy sagaz y favorito del cacique, de las intenciones mas dobles y el mayor facineroso y enemigo nuestro, muy respetado entre los indios por valiente. Se me avisó esta ocurrencia, y de la disposicion de Carrupilun para chocar y hacer armas: pero al fin, sin aguardar otra respuesta, se acercó al parlamento, muy decorado con sus caciques á latere, y otros que salieron á recibirle, y considerable número de indios con machetes, sables y bolas, sin lanzas, porque las habian dejado apostadas con gente en los médanos. Como todos los antecedentes eran de que este cacique queria burlarse de la expedicion y asediarla como lo habia hecho con otras, tenia toda la gente armada, en sus respectivos puntos, cargada á metralla la artilleria y esmeriles, con mecha encendida, y á punto de defenderme ya de los que venian de nuevo, como de todos los demas que rodeaban el campamento, de los cuales muchos estaban secretamente complotados con Carrupilun para atacarnos. Su muchedumbre formaba un espectáculo harto respetable, y acercándose á la línea, esperó en ella á que fuese á introducirlo: lo que egecutè á pié con los caciques amigos y 12 hombres armados, obligándole de este modo á que se apease, como lo egecutó, y llegó á pié al campamento con los caciques, quedando su gente montada en la línea. Manifestó desde luego mucho orgullo é incomodidad, porque no se le hubiese mandado 50 hombres, y que no hubiera salido á recibirle como me lo habia pedido. Llegó al cuerpo de guardia con su acompañamiento, é hice despejar el lugar y doblar las centinelas, impuesto de sus acostumbradas desverguenzas en otros parlamentos; con órden de asegurarlo en el caso de usar de sus armas é descomedirse. El observò mi entereza, y al mismo tiempo el agasajo posible; pero no quiso que mi interprete recibiese de él razonamiento alguno, manifestando su desconfianza: á que le contesté, que yo oiria del suyo y del mio sus propuestas y razones, porque tenia el mismo motivo de desconfiar de su lenguaraz, por no conocerlo, que el que manifestaba del mio, y que de este modo nos entenderiamos. Convino con ello, y dió principio á su razonamiento por la falta que se cometia contra su respeto y mando general de aquellas tierras, en no darle parte anticipadamente por el Virey, del envio de esta expedicion: que la laguna era suya, la tierra dominada por él, y ninguno, sin ser repulsado violentamente, podia ir allí: que repetia, que él era el Señor, el Virey y el Rey de todos los Pampas. Y todos los caciques sus dependientes esforzaron estas últimas razones de una manera fuerte, á beneficio de un pulmon de privilegio que le dió la naturaleza, en una estatura prócer, robusta y de aspecto imponente. Le contestè á todo: que yo no iba á disputarle su vireynato, ni la legitimidad de sus propiedades; que mi viage era contraido á cargar la expedicion de sal, en fuerza de una amistad asentada entre españoles y pampas, por virtud de lo cual en aquel mismo lugar se habian quebrado lanzas, y hecho las mas solemnes amistades, bajo las cuales los indios de todos los caciques entraban diariamente en Buenos Aires, y en todas las fronteras sin ser robados, ni incomodados, antes sí muy regalados; que él mismo cabalmente habia sido de los mas beneficiados por el Sr. Virey, D. Santiago Liniers, que le regaló sombrero, uniforme y baston de general, con otras muchas cosas de valor y estima, y no debia olvidar tan pronto esta prueba de amistad y buena fè, y por lo tanto era innecesario el aviso que echaba menos. En cuya inteligencia creian tener los españoles igual derecho ó razon para hacer sus expediciones acostumbradas de sal en las pampas: que la laguna, como el Rio de la Plata, cuando iban ellos à Buenos Aires, nos prestaban la sal y el agua, que Dios habia criado para los hombres, y ninguno podia ponerles precio, ni privarlas á los demas hombres sin ofenderlos: que ya estaba cansado de oir estas reconvenciones por todos los demas caciques, llamados tambien dueños de la laguna, y por lo mismo no queria cargar hasta saber si eran firmes, y estaban en su fuerza aquellos tratados de paz, ò se declaraba la guerra: en inteligencia que entonces daria aviso para que las tropas que estaban en las fronteras entrasen, y decidieran las armas lo que no podia conseguir la razon y sufrimiento: teniendo entendido, que no le permitia alojar dentro del campamento, para evitar motivos de disgustos entre mis soldados y sus indios. A esta esposicion, dada con igual firmeza, depuso su altivez, mudò de tono y dijo: que queria ser mi amigo, y que le diese la mano derecha; pero que le diese alojamiento á mis inmediaciones: á que me negué, recordándole sus hechos en la penúltima expedicion, en que desalojó al comandante de su carruage, y se cometieron otras desatenciones, que causaron las embriagueses de sus indios y la suya, á términos de un rompimiento: y para evitar desgracias, convenia á él y á mi que se alojase á distancia, y lo serviria como amigo. Se allanó á todo, y me pidió aguardiente, pan, tabaco, pasas y carne para comer, espresándome que estaba en la mayor escasez, despues de 8 dias de camino por venir á saludarme, con otras muchas lisonjeras espresiones, de que abunda como hombre pérfido. Se retiró no muy distante, sin salir del campamento, con miras de preparárseme mejor golpe, segun tenia acordado con los caciques Euquen, Milla, Coronado y otros que estaban apostados, y se le dieron á él y á sus gentes, 4 barriles de aguardiente, tabaco, yerba y demas á proporcion, con lo que dió principio á sus embriagueses. Noté que los caciques Victoriano y Quinteleu se separaron de este y de los demas sus parciales, y solo Quirulef, cuñado de Quinteleu, asistió con todos los demas caciques al parlamento de Carrupilun. Es costumbre saludarse todos, siempre que se reunen, refiriendo sus ocurrencias desde la última vez que se vieron; y llegando este turno á Quirulef, le reconvino á Carrupilun, diciéndole, que Quirulef, sus padres y abuelos, habian ocupado aquellas tierras, y ninguno se las habia disputado, y le era muy estraño que el que ayer las habia conocido, hoy las llamase suyas, y tratase así á los españoles, despues de tener con ellos una paz útil y ventajosa: que Carrupilun tenia su antigua morada en los montes, y nunca en las pampas, y queria con los suyos perder á estos, y esponerlos al enojo de los españoles, &a. A esto contestò, que lo que el decia y hacia era un beneficio á la tierra, porque los españoles eran muy pícaros. Impuesto yo por el lenguaraz de su comportacion, le hice entender, que no me gustaba aquel modo de producirse, y que me veria precisado á dar parte al Virey. A esto repuso, que me sosegase, que el era mi amigo, y que les mandase mas aguardiente para alegrarse con sus indios, con los cuales continuó su borrachera. En la tarde y noche de este dia quedamos sobre las armas para contener los excesos de los indios, y sus repetidas molestias con amenazas, á que de ordinario los incita la bebida, hasta que enteramente caen y se entregan al sueño, único medio y tiempo en que se logra en tales casos de algun alivio. Los caciques Quinteleu y Victoriano, á diferencia de todos los demas, no se emborracharon, y pasaron toda la noche en vela, acompañándome como agitados de algun cuidado, y recorriendo el campamento en desconfianza, no tanto de Carrupilun, cuanto de los caciques apostados. A estos los hacian observar con sus gentes, quienes daban cuenta de cualquiera movimiento hóstil que hiciesen: en efecto, recibí frecuentes partes de no haber novedad, hasta que amaneció el dia 18. Por no haber tenido efecto los proyectos acordados para este dia y noche, como despues referirè, fué necesario destinarlo al descanso, alternado los oficiales y tropa, excesivamente fatigados con la vigilia de 5 noches con sus dias que llevabamos de campamento sobre la laguna; sin poder emprender el trabajo de un modo útil, por lo crecido de dicha laguna, y las muchas olas que formaba el viento: lo que tenia desalentada la gente, ademas de las zozobras que sufrian con las amenazas, altaneria y robo de los indios.

18, DOMINGO

Amaneció sosegado el campamento, y los mas de los indios incluso Carrupilun durmiendo sus embriagueses: el cacique Victoriano partió para su toldo á preparar su gente, pues tenia noticias mas que fundadas de las intenciones de Carrupilun y caciques enemigos. A las 9 de la mañana, poco mas, se acercó al cuerpo de guardia Carrupilun, y como en la noche precedente algunos indios ebrios se habian atrevido á incomodar los centinelas, y otros habian estraviado y robado 22 caballos, y despojado á un boyero del caballo y recado, tuve oportunidad, en virtud de estos hechos, para reconvenirle por la falta de cumplimiento á su palabra y amistad asegurada el dia anterior. Manifestò un modo poco atento, y con aire de desprecio me dió á entender que callase y aguantase. A esto repliqué, que tuviese entendido, que á él y á sus indios, desde aquel momento, si no se comportaban de otra manera, les haria enseñar con las armas sus deberes: porque, si habia creido burlarse de los españoles, estos se harian respetar como acostumbraban y á él le constaba. Vió que los oficiales y demas gente de la armada se alteraron, y entonces mudó de tono, y se sometió con bajeza: quedando mas sosegado, cuando notó que todos guardaron silencio, luego que yo les previne no se movieran á cosa alguna por no ser tiempo. Las ideas de Carrupilun eran, de disponer las cosas para que los indios sus confederados asaltasen en el dia de hoy la expedicion; y al intento el se habia situado en el campamento con varios caciques y sus gentes, dejando á corta distancia la indiada armada, con los caciques Neuquen, Milla, Coronado y otros.

A las 6 de la tarde se me dió parte de un emisario de Neuquen, que solicitaba entrar al campamento con su indiada, pero que antes lo mandase un oficial con 50 hombres, 4 barriles de aguardiente, tabaco, yerba, pan y carne: que tuviese entendido que el era el rey y señor de la laguna, y de toda la tierra, á quien los demas caciques estaban subordinados con sus gentes; por cuya razon los Comandantes de las expediciones le debian franquear su toldo, como siempre lo habian hecho. Este mensage lo traia un mendocino apóstata, harto desvergonzado; y como ya estuviese con sobrado recelo y cuidado para precaver la intriga y acuerdo hecho entre los complotados, le respondí con incomodidad, que no queria mandar oficial ni tropa alguna, aguardiente, ni nada de lo que pedia: que si queria venir al campamento como los demas caciques que estaban en él, lo recibiria como á ellos; pero que si venia armado lo recibiria á cañonazos. Entonces el enviado me contestó con mucha arrogancia, que si no queria enviar á Neuquen lo que pedia, lo daria por fuerza.

En este acto me levanté y le dige, que no le hacia quitar la vida en el momento, por darle tiempo á que fuese á avisar á su cacique que lo esperaba con las armas en la mano. Sin perdida de tiempo se retiró; y yo mandè sigilosamente estrechar las distancias de las carretas, de modo que no quedase claro alguno en la línea: que todos se pusiesen sobre las armas: que estuviese pronta la artilleria y esmeriles, con mecha en mano: que las haciendas se apoyasen sobre la laguna con mayor reserva y posible silencio, y se me diese parte de egecutada esta precisa diligencia. Cité al cuerpo de guardia principal á todos los dueños y capataces de tropas con los vivanderos, como así lo egecutaron antes de las 9 de la noche, y teniendolos presentes, les previne el riesgo que corria la expedicion y nuestras personas, y la necesidad de defendernos en el ataque, que ciertamente debiamos esperar en esta noche: que á prevencion de todo, quedasemos montados: que la artillería y mosquetería estaba dispuesta para barrer á metralla la indiada alojada de la línea adentro, y que un cañon volante quedaria franco para impedir se acercase la indiada apostada en los mèdanos. Se distribuyeron las gentes armadas, se despacharon patrullas, y prevenidas las tropas de los puntos que debian ocupar, se formaron candeladas para no ser facilmente sorprendidos, ni de los enemigos exteriores, ni de los interiores.

 

En este estado llegó el cacique Quinteleu, mandado venir por mi parte para enterarle de mi resolucion y prevenirle que, á fin de que su familia y gentes no se confundiesen con los demas indios enemigos, las situase enteramente separadas, y en uno de los varios puntos que ofrece la laguna, para precaverlos de los riesgos que podian tener en el caso de que se rompiesen los fuegos; porque mi gratitud y amistad á su buena fé y trato no permitian se le irrogase perjuicio alguno, ni á sus hermanos Victoriano, Quidulef y demas indios amigos, à quienes en el momento convenia se les avisase con el mayor sigilo, para no aventurar la suerte de esta accion, y precaverlos de las desgracias que suelen ser consiguientes. Quinteleu manifestó su agradecimiento, y me espuso que no convenia el retirar sus gentes, ni las de sus deudos y amigos, porque tenia resuelto morir antes que yo en el ataque, y que por momentos esperaba á su hermano Victoriano con su gente armada; y cuidase de aquietarme, porque no se atreverian á atacarme, aunque algunos caciques influidos de Carrupilun, lo deseaban é intentaban: pero que habiéndoseles separado el cacique Quilan y Pallatur, respetables por sus personas y fuerzas, no estaban en disposicion de acometer sin ser derrotados.

Entretanto que esto pasaba en mi campamento, el cacique Neuquen y sus parciales, de acuerdo con Carrupilun, llamó á la indiada armada, y la puso en marcha con destino al campamento, para hacer la invasion: pero los indios recelosos acaso de nuestra vigilancia, ó descontentos de tomar las armas, fueron desfilando, y llegó Neuquen á quedar solo con los caciques y pocas gentes para avanzar como se habia propuesto, segun repetidos avisos que tuve de un cautivo, que me los dió á favor de la noche, ademas de los espias puestos por Quinteleu.

Luego que amaneció, y observaron los indios amigos de Carrupilun nuestra posicion y la suya, la línea formada, y á nuestra gente sobre las armas, llamaron la atencion de aquel que agitado de sus delitos que vió descubiertos, se dirigió al cuerpo de guardia á preguntarme: qué novedad era la que advertia? Le contesté, que sabiendo yo su mala fé é indigna correspondencia, habia dispuesto que no hiciese por mas tiempo burla de los españoles: que á él, y á los demas caciques sus amigos les habia esperado con las armas toda la noche: y aunque podia haberle degollado á él y á todos los suyos, no habia querido hacerlo á traicion y ruinmente, cuando estaban durmiendo; que ahora era tiempo que fuese á tomar las armas; que era precisamente el dia en que no habia de quedar un español, ó habia de acabar con èl, sus amigos y sus indios.

Esta resolucion le sorprendió, tanto mas, cuanto estaba él muy distante de creer que yo hubiese podido penetrar sus intenciones: entonces todo trémulo, y con las lágrimas en los ojos, negó sus hechos, y lo mismo sus parciales, anticipando cuantos avisos pudo á Neuquen para que desistiese del intento, y se aviniese á entrar al campamento sin armas, y disculpando sus avisos anteriores y amenazas, por el riesgo que corrian todos los que se hallaban en el campamento, mucho mas, estando á mi favor los hermanos Quinteleu, Victoriano, Quidulef, y los caciques Quilan y Pallatur. Entre tanto procuró emplear hasta las 10 de la mañana en indemnizarse de los cargos, queriendo deslumbrarnos de mil maneras, porque posee una razon muy despejada, y una extraordinaria habilidad para persuadir y convencer, adornada de una muy estudiada lisonja.

A estas horas recibí chasque de Neuquen, manifestando sentimiento del disgusto que me habia causado el supuesto petitorio á su nombre el dia de ayer, en que no habia tenido parte, y por consiguiente le admitiese entrar sin armas en el campamento á saludarme: á que contesté, que entrase cuando quisiese. A poco tiempo se presentó Neuquen á corta distancia del campamento, y formó su gente en batalla: permaneció inmovil por grande rato, hasta que le pasé recado con un lenguaraz, para que me digese cuales eran sus miras, y en que consistia la detencion y formacion que guardaba: y me contestó, que como veia mi gente sobre las armas, no se atrevia á entrar. Entonces mandé de montar con la rienda en la mano, con cuyo movimiento se acercó á la línea, y estando en ella mandé desmontase, y entrase solo con cuatro de sus capitanejos, uno de los cuales le tomó de la mano por falta de vista.

Unas de las cosas mas útiles para conciliar el respeto de los indios es jugar la artillería á su inmediacion, por el terror que les infunde el estampido del cañon; porque conciben que en ello se les hace honor, y porque estan persuadidos de que el estruendo auyenta al diablo. Por esta razon ordené al cabo de artilleria, que al ponerse en paralelo con el cañon destinado á la salva, le diese fuego, como lo egecutó: con tanta puntualidad que ni el cacique Neuquen ni Carrupilun, que estaban inmediatos, pudieron resistir, y ambos cayeron al suelo. Esta casualidad produjo á un tiempo dos efectos: – risa y fuerza en nuestras tropas, que veian así arrollados á los dos caciques que tenian concepto de valientes entre las tribus de su mando, y á estas sorprendidas por haber creido al pronto que habian sido muertos: hasta que mejor desengañados por si mismos, entendieron que era obsequio.

Concurrieron los 24 caciques al parlamento de Neuquen. Habló este, disculpando su criminalidad, y convirtiendo en grandes y afectadas ofertas de amistad su venida, pues nunca lo habian hecho con expedicion alguna, ni tratado con ningun español, por lo tanto no se hacia creible que él viniese á molestarnos. Despues de haberle oido à presencia de todos los caciques, le dije: que dos cosas debian quedar liquidadas en aquel momento: la primera castigado el comisario conductor, pues estaba presente; y la segunda, que se me digese, quien era el dueño y señor de la laguna y aquella tierra, porque todos alegaban una misma preferencia, y yo debia salir de esta duda, y hacerla presente al Superior Gobierno que me mandaba: pero ni Neuquen ni Carrupilun respondieron cosa alguna.

Tomando la voz los ancianos, uno en pos de otro, á saber, los dos caciques Quilan y Pallatur, dijo este: que ninguno tenia mas derecho que otro á la laguna y á la sal de ella: que esta era comun á todos los hombres, como los pastos del campo á los animales: que las diversas naciones de indios, de una y otra parte de la Cordillera y los españoles, podian venir á la laguna, y cargar la sal que quisiesen, sin que ninguno pudiese estorbarlo, sin ser injusto: pero que, ademas de esto, estaba ya acordado en un sério parlamento, en aquel mismo lugar, á que él entonces concurrió. Que jamas faltaria por su parte á ello, y defenderia con sus gentes y armas esta determinacion, á la cual habian concurrido caciques muy respetables. Pero, por desgracia, veia que en estos tiempos todos se hacian caciques sin serlo, y que la causa de verse arruinados era la falta de sugecion en los indios, y los muchos cristianos que hoy habia entre ellos, cuyo número se hacia ya respetable á los mismos indios por sus determinaciones, así en los consejos que les daban para resistir á los mismos españoles y su venida á estos campos, como para ir á maloquear ó robar las haciendas de los españoles; y que esto solo podria remediarse, situándose allí los mismos cristianos, como lo deseaban él y otros caciques, por la cuenta que les tenia para proveerse de muchas cosas de que carecian.