Guasanas

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa



F A mis nietos

Aarón y Amanda

Las guasanas de Pancho Madrigal

Antes que ser papel y tinta, el cuento ha sido viento, viento que sale de una boca y se dispersa en el aire de una habitación, de un corredor en una tarde calurosa, de una noche oscura iluminada por una ancestral fogata, de un tejabán de rancho en una jornada lluviosa, hasta encontrar un par de oídos, cuatro, o muchos, atentos a la madeja que se va poco a poco deshilando en el relato de un narrador. Así va el cuento, de boca en oreja, de boca en boca, por los siglos, hasta que alguien lo captura como a una mariposa, le extiende amorosamente las alas y lo clava con un alfiler sobre una hoja de papel, para guardarlo por sabe cuánto tiempo, hasta que unos ojos curiosos lo descubren y lo vuelven nuevamente viento, en busca de oídos atentos para perpetuar al cuento de nunca acabar.

Nos cuenta Margit Frenk que la primera característica del castellano escrito fue precisamente su oralidad. Una lengua cuyo escribano iba recitando en silencio, o en voz alta, cada una de las palabras que iba fijando con la pluma sobre el rústico papel. Y esos textos primarios cobraban vida cuando alguien más los recitaba en voz alta para las grandes mayorías que no podían, no sabían leer ni escribir. Ésa es la primera magia que aparece en cuanto uno comienza a leer los breves y sabrosos cuentos de Pancho Madrigal, tan breves y sabrosos como las propias guasanas.

Desde las primeras palabras que atrapan los ojos, uno comienza a escuchar la voz de Pancho adentro de la cabeza, como narrando al oído aquellas increíbles fábulas y contrafábulas de toda suerte de animalillos. Uno comienza a reírse sólo y termina con una gran carcajada que cualquiera diría: “a este loco ¿qué le pasa?”, y le parece que desde el fondo de la página nuestro autor se sonríe con ese gesto socarrón con que agacha la cabeza sobre la guitarra cuando narra-canta sus corridos pendencieros.

Y no será el primero que utilice animalitos para retratar las miserias y maravillas del espíritu humano, pero ¡ah qué bien lo hace! Y no es la fauna universal de Esopo y Lafontaine, son bestezuelas y bichos muy mexicanos; chicharras, hormigas, pinacates, jejenes y chijuijos, a los que añade categorías taxonómicas de su propia cosecha, como la cucaraña y el sapo tilapio, todos aderezados con simpáticas ilustraciones del autor. Pero lo más mexicano de los guasanos animalillos es el lenguaje con el cual se comunican, lenguaje popular, pueblerino, rural, ¡provinciano, pues!, diría el propio autor. La abuela y el abuelo perpetuando su rivalidad de ir hilvanando historias y ocurrencias, a ver cuál sale mejor, para regocijo de los nietos, y los nietos de los nietos.

Nos engaña Pancho Madrigal al hacernos sentir que ese lenguaje florido y silvestre es un producto natural de lo iletrado y montaraz de los pequeños personajes que pueblan las simpáticas historias. Los giros de lenguaje, las malas pronunciaciones, las excesivas libertades, los verbos violentados, los adjetivos inconexos y los abundantes modismos, se antojan tan naturales y espontáneos, que uno se imagina al autor siguiendo con grabadora en mano a los grillos, gallinas, chuchos, gatos y ardillas, para reproducir fielmente sus dichos, como un reportero de la fantasía, como lo hacía Cri Cri en sus cuentos maravillosos. Pero en cada renglón y cada párrafo hilvanado, como al “ai se va”, hay una paciente y complicada maquinaria de relojería, que estudia y diseca cada palabra, cada frase, cada expresión, para sacarle hasta el tuétano y encontrarle resonancias y significados imprevistos y nunca imaginados.

Ésta es la más grande virtud de las guasanas de Pancho Madrigal, que las hermanan con sus corridos pendencieros, con los cuentos de olor a mezcla y los panicosos, con ese universo jocoso e irreverente, que bien sabemos se trabaja con dedicación y paciencia de artesano, pero cuyo resulto es una fresca bocanada de humor, una risa que nos gana sin querer, una burla de nosotros mismos que subyace en las tragedias y trifulcas de cucarañas y zanates enamorados. Como los diablos de Ocumicho.

Como todas las fábulas que se han contado desde que el mundo es mundo, las guasanas también tienen su moraleja, y como dijo el pájaro carpintero; “¡Se sufre pero se apriende!”, a lo que respondió el tepocate chijuijo: “¡Nuay crimen inmune!”

w

Alfredo T. Ortega

Autlán de la Grana, Jalisco, mayo de 2014

Preámbulo

La guasana es el garbanzo verde, W aún en su cápsula; asada o cocida con sal, es un manjar campesino de gusto breve pero intenso, con sabor un poco a tierra, un poco a yerba, un poco a monte. Para comer guasanas hay que hacerlo sin prisa: tomarlas una a una con los dedos, clavarles la uña para romper la cascarilla húmeda y sacar la perla verde, que se disfruta lenta y distraídamente, como quien no quiere la cosa. En este retardar el deleite, estriba en gran parte el placer de comer guasanas.

Claro que si se tienen diez años y está uno bajo un viejo tejabán de rancho, oyendo caer la lluvia sobre las tejas, tirado de panza sobre el montón de ropa lavada que la abuela se dispone a planchar, ese placer es mayor. Ora que, si por ahí, en un rincón se encuentra el abuelo sentado en una silla chaparra desgranando maíz, y si la abuela en un momento dado le lanza el reto de entablar un mano a mano de contar cuentos y el abuelo está de humor para aceptar el desafío, el deleite ya no tendrá límites. Uno sabe que pasarán horas enfrascados en aquel encuentro en el que desfilarán sabrosamente decenas de historias; unas, a todas luces inventadas, alternando con los temas tradicionales mil veces escuchados y mil veces recreados; pero eso es lo que menos importa, porque no es un duelo de inventiva ni de buena memoria; es un duelo de ingenio en la palabra. V En este encuentro el elemento a juzgar no será el tema, sino el lenguaje. Un lenguaje ocurrente y mañoso, plagado de disparates e incongruencias, pero sobre todo de humor. Un humor al más puro estilo cuenta-cuentero campesino.

Y para uno quedarán ya eternamente ligados guasanas y relatos, no solamente por asociación de deleites, sino porque, con el tiempo, uno reconoce los mismos ingredientes en unas y otros: brevedad, sencillez en el sabor y, sobre todo, mucha sal.

Vaya pues este librito, Guasanas. Fabulario de la abuela, como un sucedáneo dedicado a los actuales gustadores de guasanas de cualquier edad, que no tienen a la mano un cuentero que les complemente el ritual.

En cuanto a los ingredientes, garantizo brevedad y sencillez. Si contienen sal, un poco de sabor a tierra y un poco de sabor a monte, sólo el lector lo podrá decir.

w

En plenas aguas del noventa y siete.

La chicharra y el hormigo


Pos, que estaba una chicharra prendida de una rama del cirgüelo, a cante y cante y cante y cante. Abajo, en la raiz del cirgüelo, había un hormiguero de onde salía una hilerona de hormigas arrieras que andaban a talache y talache y talache. Redepente, que dice un hormigo cabezón… voltió parriba, se le quedó viendo a la chicharra, y dice:

—¡Ah, qué bien jeringa esa chicharrita de miércoles! ¡Ya me tiene bombo!

Y sin más priánbulo, se dejó ir parriba en friega, a reclamarle a la cantautora su filarmonidá. Llegó, se le paró junto, y le dijo:

—¿No se liace que ya fue muncha serenata?

La otra, como tenía los ojos cerrados por la ispiración, ni cuenta se dio que lestaban hablando a ella; y siguió, como si nada, cantando con destacado estilo. Eso enchiló más al hormigo, que tonces gritó:

—¡¡Eeeerrrriiiaaa!! ¡Te estoy hablando! —y paque la llamada de atención fuera más efeptiva, le soltó una patada en el mero anteproyepto. Ora sí, la trovadora se sintió interludiada; voltió, le echó encima sus ojones al hormigo, y dijo:

—¡Quiobo! ¿Y ora tú, qué?

—¿Qué no tienes quihacer? —le dijo el hormigo.

—¿Que si qué…? 6 —dijo la chicharra, bien estrañada de los ojos.

—¡Que por qué no te pones a trabajar! ¡Ya nos tienes hartos a tizne y tizne todo el día, con la misma cancioncita!

Y dice la otra:

—Pos ése es mi trabajo, ¿luego?

—¡Qué trabajo va a ser eso, hombre! —dijo el hormigo—. ¡Eso nomás es jorobarle a uno la pacencia! Trabajo, lo que nosotros hacemos, de andar todo el día y toda la noche acarriando granos, semillas y pedacera de hojas y de yerbas al hormiguero. ¡Eso es trabajar!

—¿Y eso pa qué sirve? —dijo ella.

—¡Cómo pa qué…! Pa resistir el invierno. ¿Qué vas a comer tú durante los fríos, si no guardas nada? —dijo el hormigo—. Si tás pensando venir al hormiguero a mendigarnos que te demos de comer, te vas a topar en piedra, porque ¡ni maiz!

—En primer lugar —dijo la primadona—, yo no como cochinadas. Yo libo puro juguito de hojitas tiernas. En segundo lugar… ¿cuándo has visto tú chicharras en invierno, ineducado? Nosotras caducamos antes que el crudo cierzo recale por estos jértiles campos. Y en tercero…

—¡A ver, a ver, pérate! —dijo el hormigo—. ¿Cómo está eso? ¿Sabes que te vas a morir y estás cantando como si nada?

 

Y responde la diva:

—¡Todos nos vamos a morir! Además, cada quien se muere como le da su gana, ¿no? Tú quieres morir acarriando basura, ¡pos allá tú! Yo quiero morir entonando béllidos cántidos. ¿Cuál es el canijo problema?

—No, bueno, pero…

—Y en tercero, ¡ya no me estés chinchando! ¡Si tú no tienes quihacer, yo sí! —dijo la chicharra, ya con cierta fierocidá—. Así que, ¡ámonos haciendo pocos!

—¡Al cuerno con los artistas! —dijo el hormigo—. ¡Que los entienda su agüela! —Y se bajó a seguir talachando.

Aquella tarde cayó una tormentaza que inundó å todo el llano. El cirgüelo quedó como en medio de una laguna. Cuando dejó de llover, la chicharra voltió pabajo y vio puras burbujitas onde bía estado el hormiguero, y dijo:

—Modis viviendus, pecata minuta, ¡amén!

Y se puso a cantar con notable tenperamento y renuevada sensibilidá.

w

La liebre y la tortuga


Una liebre orejuda de las llanuras, dijo… llegó, le patió la concha a una tortuga, y dijo:

—¡Sal, animal desorejado y mitotero, pa que pueda yo reclamarte tu despeluznante chismosidá!

La tortuga, asoma la cabeza y dice… primero despegó los párparos de un ojo, luego del otro, después se le quedó mirando a la liebre como si ni la viera, y dice:

—¿Qué pasó, ya no llueve?

—¡Qué va a andar lloviendo —dijo la liebre—, si hace como tres meses que pasaron las aguas!

—Pos… como taba yo durmiendo —dijo la tortu—. Y, ¡a todo esto!, ¿quién eres tú, y qué quieres? ¿Pa qué me despiertastes?

—Vengo a que te desdigas en público de todo el mundo de esa historia que tú inventastes y que todos se la creyeron, pero que las dos sabemos que son puras mentiras.

—¿Que quieres que yo qué…?

—Lo que oyites.

—Pos, te oyí, pero no te entendí —dijo la tortuga.

—¡No tiagas! —dijo la liebre—. ¡Bien sabes a lo que me estoy permutando!

—Semiace que te equivocates de tortuga… —dijo la tortu—, y como yo no sé nada y como todavía me queda muncho sueño, ai me perdonarás el cortón, pero yo me meto y vuelvo a pernoptar.

H —¡Tú que te metes y yo que te bailo un zapatiado encima de la concha, a ver si puedes dormir! —dijo la orejuda.

—¡Ah, qué terca eres! —hizo la tortuga—. ¡Con razón te salieron orejas de burro! ¿Qué pues quieres?

—Pos, es que todos andan diciendo quezque tú y yo jugamos unas carreritas a ver quién ganaba, y quezque tú me ganates, que porque yo me quedé dormida por el camino. Ora todos me dicen “la orejuda dormilona y pierdedosa”.

—¿Y yo qué, o qué, o qué…? —hizo la tortu.

—Pos que ese cuento sólo puedes haberlo inventado tú, que eres la otra lubricada en este asunto —contestó la liebre.

—Pos, ¡si vieras que yo no tengo tiempo pa andar inventando nada…! Pero eres tan orejuda, que no me vas a crer —dijo la tortuga—. Así que, diuna vez, dime qué me estás propongando.

—Que vengas conmigo paque les digas a todos los que me dicen “orejuda dormilona y pierdedosa”, que tú y yo nunca hemos jugado ningunas carreras, y que si de casualidá las jugáranos, no me alcanzarías a ver ni el polvo —dijo la liebre.

—Bueno… pérate… pero si tú misma dices que nunca hemos jugado esas carreritas, ¿cómo sabes que yo no te vería ni el polvo? —dijo la de la concha.

—¡Porque todos saben que en el mundo no hay animal más raudo que la liebre, ni más pachorrudo que la tortuga! —contestó la de las orejas.

—¿Y ya nomás por eso me vas a ganar? —va diciendo la otra.

La liebre se quedó un buen ratote como jugando a “los serios”, con los dientes pelados y mirando bien fijo a la tortuga.

Por fin, dijo:

—¡No me digas que tás pensando que me podrías ganar tú a mí…!

Y que va contestando la tortuga:

—¿Y por qué no?, ¿qué tal si te quedaras dormida por el camino?

A la liebre le entró un corajón que hasta se le trenzaron las orejas. Se puso a pegar saltos mortales alderredor de la tortu, gritando:

—¡¡Te reto!! h ¡¡Te reto esageradamente!! ¡¡Date por retada!! ¡Me voy a correr las amonestaciones de la carrera y a avisarles a todos que vengan, pa que sean oservadores testiculares de tu recóndita redota! ¡Aquí nos vemos mañana a la misma hora, sin zafo ni zafadera! —Y se fue, surcando la pradera floriada como colcha de tía solterona, a avisarles a todos del espertáculo gratis que se les iba a introspetar.

¡Pos, ándale!, que se llega el día siguiente, día señalado pa la carrera afamada. Como, a la hora acordada, la tortuga seguía durmiendo, tuvieron que tostarle la concha con un soplete pa hacerla salir; y como, además, son muy lentas las tortugas pa recordar, tuvieron que volverle a esplicar todo otra vez; que esto y que aquello, y que la carrera, y que aquí era la salida y que allá estaba la meta, y que una dos tres ¡¡arrancan!!

Pa cuando la tortuga quiso darse cuenta de lo que taba pasando, ya la liebre había cruzado la meta, y ya venía de regreso gritando:

—¡Gané! ¡Gané! ¡Ai tá…! ¡Ai tá…! ¡Viva yo!

Pero como todo mundo estaba bien seguro que en una carrera entre una liebre y una tortuga, gana la tortuga, todos le bían apostado a la queloña. y

La primera en alegar fue la rana:

—¡Algo salió mal! —dijo—. ¡Pa mí que hubo trampa!

Luego el tacuachi:

—¡Stuvo muy dispareja la cosa, porque la tortuga iba cargando con todo y su casa!

Luego el zanate:

—¡Qué chiste, la liebre…! —dijo— con esos brincotes, ¡quién no!

Y Luego la iguana:

—¡Yo que la liebre, me daría vergüenza ponerme con una pobre tortuga!

Luego el tejón:

—¡Que no se valga! ¡Que no se valga!

Luego el zopilote:

—¡O mejor que se repita! Pero ora hay que recortarle las patas a la liebre, y que vaya cargando con una tapa de tinaco en el lomo, pa que estén parejas.

—¡Ah, pos sí! —gritaron todos.

La liebre ya no esperó más. Salió juetiada echando polvadera patrás, hasta que se perdió por allá, en la distante lejura de lo inoto.

—¡Pa eso me gustabas! —le gritó la tortuga.

Desde entonces, ora todos le dicen “orejuda dormilona pierdedosa y tranpera”. O sea que ¡salió ganando, pues!…

w

Sie haben die kostenlose Leseprobe beendet. Möchten Sie mehr lesen?