Arte en las alambradas

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Y en la que también participaron numerosos artistas, embajadores, representantes consulares, intelectuales y políticos, entre los que se encontraba el político republicano socialista Maurice Violette, senador francés entre 1930 y 1939 y luego alcalde de Dreux; Albert Bausil, fundador de la revista Coq Catalan; el escritor occidetano Pierre-Louis-Berthaud; el padre Sanz, sacerdote catalán exiliado secretario del obispo de Perpiñán; el poeta rosellonés Juli Delpont; el poeta y periodista rosellonés François Francis; el judío sefardita italiano Ettore Carozzo, editor de semanarios infantiles Jumbo y Aventures y otros personajes como Minda Valls, Marie Martin, Eduard Regadol, Just Cabot, Isidre Durand, Laurent Martin, Antonio Cabrera, Albert Sarraut y Nancy Cunard, corresponsal de prensa.

Y en este sentido no se puede olvidar ni pasar por alto la generosa ayuda que prestó la diplomacia mexicana y su embajador a la cabeza a numerosos artistas refugiados que se encontraban en los campos de concentración y en las residencias abocados a un destino terriblemente incierto, siguiendo la política humanística cardenista de ayudar a la República Española.

En efecto, por su mediación consiguieron los artistas refugiados encontrar un refugio seguro en diversas residencias, colonias y castillos convertidos en albergues improvisados y obtener documentación y visados para poder abandonar el país en un momento en el que se vertía sobre ellos la amenaza de su deportación, su traslado a Alemania como mano de obra obligada, su reclusión en cárceles o su envío a los campos de exterminio. Una política que el gobierno mexicano compartió junto con otras entidades creadas por el ejecutivo republicano como el SERE y el JARE, diversos organismos de solidaridad contra las Víctimas del Franquismo, otras confesiones religiosas cristianas como los cuáqueros, anglicanos y mormones, los comités nacionales como el británico de Ayuda a España, el francés de Ayuda a los Niños españoles o el de Socorro a los Refugiados españoles, partidos políticos de izquierdas como el PCE y la comisión administradora mexicana CAFARE.

México fue uno de los países que más ayuda humanitaria prestó a los artistas republicanos, convirtiéndose desde el comienzo de la guerra civil en la primera nación hispanoamericana en mostrar su solidaridad y ayudar con armas al gobierno republicano y desde 1938 puso en marcha un amplísimo plan de ayuda y acogida a los refugiados, que alcanzó su punto crucial con la oleada exílica resultado de la derrota militar republicana. Su política solidaria y humanitaria de puertas abiertas permitió la llegada al país por vía marítima de cerca de veinte mil refugiados, entre los que se encontraban varios cientos de pintores, escultores, dibujantes, grabadores, arquitectos, diseñadores, artífices, escenógrafos, fotógrafos, historiadores y críticos de arte, que consiguieron establecerse, rehacer sus vidas, reanudar sus trabajos creativos, y finalmente, en señal de agradecimiento, adquirir la nacionalidad mexicana. Fue para todos ellos un lugar de esperanza y su contribución al mundo artístico mexicano de una gran relevancia al aportar nuevos estilos, conocimientos y experiencias, adquiridas muchos de ellos en París, la capital del orbe artístico mundial.

Al producirse la humillante derrota del ejército francés en sólo seis semanas por las tropas nazis y generalizarse la ocupación de todo el país en 1939, toda la actividad diplomática mexicana en los países europeos involucrados en el conflicto se centralizó en la capital francesa, y su tarea no solo se basó en ofrecer documentación, visados y dinero para los artistas refugiados para trasladarse a México, sino también a Venezuela y a la República Dominicana.

Destacamos aquí el formidable papel y la singular peripecia del personal diplomático mexicano en su apoyo a estos artistas, pues demostraron unos arrestos, un valor y una heroicidad admirable ante las amenazas físicas de los ocupantes alemanes, lo que su actuación fue considerada en los ámbitos diplomáticos como un hito de temeraria resistencia y de jugarse físicamente la vida capaz de fundir exaltación emocional y ejemplaridad.

Poco después de ser ocupado el país por las tropas nazis el Consulado Mexicano se trasladó a Bayona, mientras que la Legación establecía su residencia provisional en Tours y más tarde en San Juan de Luz, para instalarse en Vichy, sede del gobierno colaboracionista. La presión de las fuerzas nazis de ocupación obligó al Consulado General a establecerse en un viejo y destartalado edificio del boulevard de la Madelaine de Marsella, muy cerca, por cierto, de las residencias, albergues y campos franceses de concentración que albergaban a miles de republicanos deseosos de abandonar el país. Los principales albergues de acogida se establecieron en los castillos de Reynard y Montgrand, en las inmediaciones de esta ciudad, que acogieron a 1.350 republicanos que habían sido atrapados en 1939 en el sur de Francia coincidiendo la gran oleada exílica. Allí recibieron asistencia sanitaria, alimentos, camas y un techo para protegerse después de haber vivido en la intemperie, pasar frío y hambre en los terribles campos. Además organizaron clases, espectáculos teatrales, exposiciones de artes plásticas y artesanía y promovieron actividades deportivas, y además, el trabajo que realizaban les era remunerado con la única condición de que el salario de un día a la semana se dedicase al sostenimiento y mantenimiento del albergue.

Pero, ¿quién fue el verdadero promotor de esta campaña humanitaria en favor de los refugiados republicanos? Fue una iniciativa personal del diplomático mexicano Gilberto Bosques Saldivar, que en pleno régimen vichysta puso la bandera de su país en aquellos castillos abarrotados de refugiados y los convirtió en territorio mexicano. Este profesor, periodista, político diplomático mexicano, sería reconocido mucho más tarde como “el Schindler mexicano”, en alusión al empresario alemán Oskar Schindler que salvó a cientos de judíos del Holocausto nazi. Había nacido en Chiautla de Tapia, Puebla y estudió en el Instituto Normalista del Estado de Puebla, etapa durante la cual se unió a los revolucionarios. Al subir al poder Carranza le encargó la organización de la Nueva Escuela de la Revolución y del Primer Congreso Pedagógico Nacional, que se celebró en Santa Ana Chiautempán, Tlaxcala. En 1921 fue designado Secretario General del Gobierno del Estado de Puebla, cargo en el que duraría dos años. Elegido diputado federal de la XXX Legislatura del Congreso de la Unión para el periodo 1924 a 1928 mostró su oposición al régimen de Álvaro Obregón. Al final de su mandato, se unió a la rebelión de Adolfo de la Huerta. Se reincorporó a la Cámara de Diputados en la XXXVI Legislatura y como presidente del Congreso de la Unión en 1934 respondió al primer informe de Gobierno del presidente Lázaro Cárdenas. Con la derrota republicana y la guerra se cernía sobre el resto de Europa, el presidente Cárdenas lo nombró cónsul general en París con la misión de convertirse en su enviado y representante diplomático personal en Europa.

Durante la ocupación alemana abandonó la capital francesa y sus primeros pasos los encaminó a defender los intereses de los mexicanos residentes en la Francia no ocupada, pero pronto protegió también a otros grupos, como a los republicanos españoles que trataban de huir de los nazis. De hecho, se le atribuyó que fue quien convenció a Cárdenas para abrir las puertas de México a los republicanos españoles en 1937. Establecido en Marsella tuvo que hacer frente al hostigamiento de las autoridades pro alemanas francesas, al espionaje de la Gestapo, del gobierno de Franco y de la representación diplomática japonesa, que tenía sus oficinas en el mismo edificio de la delegación mexicana. Al romper su país las relaciones diplomáticas con el Gobierno de Vichy, la sede del consulado fue tomado por la Gestapo que confiscó ilegalmente el dinero que la oficina mantenía para su operación. Junto a su esposa María Luisa Manjárrez y sus hijos Laura María, María Teresa y Gilberto Froylán y el resto del personal, 43 personas en total, fue trasladado hasta la comunidad de Amélie-les-Bains y más tarde, se le llevó al pueblo Bad Godesberg, cerca de Múnich, donde el grupo encabezado por él se le recluyó en un hotel como prisionero de guerra hasta que en 1945 fue canjeado por prisioneros alemanes en un acuerdo con el presidente Manuel Ávila Camacho.

Muchos años después, el 9 de abril de 2014, una exposición celebrada en el Instituto de Estudios Mexicanos de Madrid rememoraba el recuerdo y la memoria de Gilberto Bosques, el heroico cónsul que firmó 40.000 visas a perseguidos por el fascismo y refugió a numerosos republicanos españoles, entre los que se encontraban varios artistas. Aquellos republicanos tomaron fotografías testimoniales de todas sus peripecias y elaboraron unos cuadernos, con extensos pies de fotos, incluidos, que más tarde entregaron en señal de agradecimiento a su protector, y que se mostraron en esta exposición que conmemoraba el 75 aniversario de la llegada en 1939 de los exiliados españoles a México. Al mismo tiempo, se proyectó el documental “Visa al paraíso”, de Lillian Liberman, en el que se relataba la historia y la de muchos otros casos en los que Bosques permitió a otros perseguidos durante la II Guerra Mundial salir de Francia con destino a México.

Y tampoco se puede dejar a un lado el importante papel que desempeñó la República Dominicana que, a pesar de tener un gobierno dictatorial, también se mostró receptiva a acoger en su legación parisina a los artistas republicanos ya que consideraba que sus conocimientos podrían ser de gran utilidad para el desarrollo infraestructural, cultural y artístico del país. Entregó numerosas visas y pasaportes, facilitó pasajes para poder embarcar hacia el puerto de Santo Domingo. No obstante, la hospitalidad que ofreció la legación dominicana en París estuvo ensombrecida por la actuación de algunos de sus responsables como su agregado Porfidio Rubirosa, un dominicano de proyección internacional, yerno del dictador Leónidas Trujillo y esposo de su hija Flor de Oro, un famoso gigoló seductor, reconocido jugador de póquer, campeón mundial de vehículos de carreras y play boy. Nacido en una familia de clase media de la República Dominicana en 1909, Rubirosa comenzó su ascensión al convertirse en un joven y atractivo oficial de la guardia pretoriana de Trujillo. De él se enamoró perdidamente Flor de Oro, la hija del dictador, y con él la casó su papá. Flor, de 17 años, fue la primera de las cinco esposas que tendría. Trujillo nombró diplomático a su yerno y le dio un puesto en Berlín, donde la “principesca” pareja dominicana compartió el palco de Hitler en los Juegos Olímpicos de 1936. Luego lo mandó a París, y allí, durante la II Guerra Mundial, Rubirosa se haría con dinero vendiendo visados dominicanos a los republicanos españoles, refugiados antifascistas judíos que querían escapar del Holocausto. Rubirosa y Flor se divorciaron, pero Trujillo no hizo lo que solía hacer con quien le contrariaba, matarlo, y siguió protegiendo a su exyerno. Comenzó así la carrera de Rubirosa como el playboy internacional por antonomasia de los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo XX.

 

Se decía que había hecho una gran fortuna con la venta de visas a los exiliados. Durante el periodo que estuvo al frente de la legación dominicana, Porfirio Rubirosa conoció en una partida de póquer al artista refugiado sefardita-español Fernando Gerassi Story, que se había establecido en la capital francesa a finales de 1938 después de haber combatido en la guerra civil dirigiendo algunas unidades militares republicanas, como la 150 Brigada Internacional y mantenía una fuerte relación con un grupo de intelectuales parisinos, entre ellos Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Ilya Ehrenburg, André Malraux, Alexandre Calder, Pablo Picasso, Joan Miró. Le atrajo su simpatía, su conocimiento de idiomas y su capacidad de buen negociador, por lo que le ofreció el cargo de secretario de la embajada de la República Dominicana. Al producirse la guerra contra Alemania una denuncia hecha por el pintor de origen ruso Nicolás de Staël, le llevó a incorporarse como coronel de un regimiento del ejército francés en el frente de Les Vosges y tras la derrota y su desmovilización regresó a París donde volvió a su antiguo trabajo en la legación dominicana.


Pablo Picasso, protector de los artistas republicanos.

Durante la ocupación alemana Gerassi proporcionó numerosos visados y permisos no sólo a los refugiados republicanos, sino a extranjeros antifascistas y judíos que trataban de huir de los nazis. Aprovechando su falso pasaporte diplomático dominicano en verano de 1941 cruzó con su mujer de nacionalidad ucraniana Stepha Awdykovich y su hijo Juan, los Pirineos, atravesó España y llegó a Lisboa, donde fue objeto de un atentado. Embarcó con destino a Nueva York en septiembre de ese año y a pesar de viajar con documentación falsa fue captado por agentes al servicio del general William Joseph Donovan para trabajar en labores de espionaje y descodificación de material cifrado de la Oficina de Servicios Estratégicos (Office Strategic Services, OSS), futura CIA, por su dominio de varios idiomas y sus conocimientos militares fruto de su experiencia como combatiente en la contienda española.

La embajada Dominicana intercedió en la puesta en libertad de los campos de concentración y cárceles y en la salida del país de varios artistas tanto republicanos españoles, como judíos y antifascistas que huían de los ocupantes nazis. El caso más emblemático fue la ayuda prestada a los artistas e intelectuales surrealistas que se encontraban alojados en la Villa Air-Bel de Marsella. Aunque la iniciativa fue de Emergency Rescue Commite, que contaba con el apoyo financiero de la millonaria estadounidense Mary Jayne Gold y el apoyo del patronato dirigido por Eleonor Roosevelt, la colaboración de la legación dominicana fue fundamental, ya que les facilitó visados y pasaportes. De esta manera pudieron entrar en la isla un grupo considerable de artistas e intelectuales surrealistas con sus mujeres y sus hijos, incluidos sus parejas sentimentales, y entre los que figuraban Varian Fry, Theo y Daniel Bénédite, Mary Jayne Gold; Víctor Serge, su compañera Laurette y su hijo Vlady; André Breton, su mujer Jacqueline Lamba y su hijo Aube y también Arthur Adamov, Hans Bellmer, Victor Braunner, Rene Clar, Fréderic Delanglade, Marcel Duchamp y Max Ernst. Igualmente estaba el fotógrafo André Gomés; la millonaria Peggy Guggenheim; el comediante Sylvain Itkine; los pintores Wilfredo Lam, André Masson, Wols, Yila, Óscar Domínguez y Remedios Varó y los poetas Benjamín Peret y Tristán Tzara.

Pero sobre todo hay que destacar aquí la gran ayuda que prestó a los artistas el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles o Servicio de Emigración de los Republicanos Españoles (SERE) que, creado en febrero de 1939 en la capital francesa, fue el primer organismo verdadero de auxilio a los refugiados republicanos a causa de la guerra civil y adscrito a la dirección de Juan Negrín. Su presidente fue Pablo de Azcárate, quien durante la guerra había sido embajador de España en Londres, aunque el verdadero control estuvo en manos del ministro de Hacienda en el exilio, Francisco Méndez Aspe. Presionada por el gobierno francés, desapareció a comienzos de 1940, siendo disuelta oficialmente el 16 de mayo de ese año.

Y poco tiempo después entró en servicio la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE) que se había fundado en Francia el 31 de julio de 1939 por la Diputación Permanente de las Cortes republicanas, ya en el exilio, aprobando sus estatutos. Su finalidad era la de “administrar cuantos recursos y bienes pueda y deban destinarse al auxilio de quienes emigran de España por defender las Instituciones democráticas de nuestro país”. Estuvieron representados todos los partidos exiliados excepto el PCE y el PNV por decisión propia. Su creación, sin embargo, fue un acto de clara oposición al ya citado Servicio de Emigración de los Republicanos Españoles (SERE), que lideraba Juan Negrín. Su organización interna estaba compuesta por un presidente, un vicepresidente y ocho vocales nombrados por la Diputación Permanente. Su primer presidente fue Luis Nicolau D’Olwer y el vicepresidente, y auténtico líder de la nueva organización, Indalecio Prieto. A pesar de las discrepancias ideológicas que existían entre ambas organizaciones llevaron a cabo una gran labor a favor de los refugiados republicanos, a los que proporcionaron documentación, visados, dinero y pasajes gratis para embarcar, no sólo para viajar a México, sino a otras repúblicas Iberoamericanas.

Al disolverse el JARE, cuyo secretario general y vocal era Carlos Esplá, surgió en 1943 la CAFARE, la Comisión Administradora de los Fondos para el Auxilio de los Republicanos Españoles, cuya actuación se prolongó hasta agosto de 1945, tras la formación del primer Gobierno republicano en el exilio. Fue al igual que la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles, una institución que administraba fondos y recursos para españoles en el exilio. Recibió los recursos del JARE tras su desaparición a fines de 1942 por decreto presidencial y su actuación se centró fundamentalmente en la ayuda a las personas menores de edad sin familia, estudiantes y físicamente imposibilitadas, sin dejar de lado a militares y políticos. Sus apoyos abarcaban desde escuelas hasta servicios médicos y en el caso particular de las escuelas se les llegaba a ofrecer hasta de manera gratuita a los hijos de padres indigentes. Buena parte de los documentos del organismo administrativo mexicano fueron a parar, tras su disolución, a manos de Carlos Esplá, entre otros, el libro original y manuscrito que contiene las actas de la citada institución. Se trataban de documentos únicos y fundamentales para conocer la historia de la Junta de Auxilio a los Republicanos españoles (JARE) y los motivos que llevaron al Gobierno Mexicano de Ávila Camacho a sustituirla por un organismo totalmente controlado por las subsecretarías de Exteriores y Gobernación. Su desaparición fue el resultado de una ristra de acusaciones de corrupción que un sector de los refugiados lanzaron indiscriminadamente sobre Indalecio Prieto, también de las maniobras y presiones de determinados grupos económicos Mexicanos y de la ambición de ciertos cargos relevantes del Gobierno Mexicano.

CAPÍTULO 5

LA GEOGRAFÍA CONCENTRACIONARIA FRANCESA

Descriptivamente la ruta de la desesperación y el llanto en la que se vieron obligados a recorrer para ponerse a salvo decenas de artistas republicanos en su huida a Francia iba a finalizar fatídicamente con la nefasta presencia de una barrera aduanera fronteriza de un paso situado en lo alto de los Pirineos, verdadera muralla natural, protegido por decenas de gendarmes, guardias móviles y soldados senegaleses y marroquíes fuertemente armados que constituía el final y el principio de un penoso peregrinaje exílico marcado por la tragedia. Se convertiría en uno de los episodios más deplorables de la historia contemporánea gala y una metáfora implacable de lo que poco tiempo después iba a sucederle a miles de ciudadanos franceses cuando su país fue derrotado militarmente, humillado y ocupado por los nazis. Aquella panorámica de cientos de refugiados hacinados en los puestos fronterizos mientras eran cacheados, interrogados y clasificados quedaría grabada en la retina de numerosos artistas y se convertiría en una especie de aviso para navegantes del drama que les iba a deparar su reclusión y su paso por los terribles campos de concentración y que la percepción de su mente apenas lo presentía.

La larga marcha sin destino de los artistas concluyó al traspasar las alambradas de espino de los campos de concentración militares que ya existían, la mayor parte de ellos levantados en la primera guerra mundial, o en los que se estaban improvisando a toda marcha aprovechando antiguos cuarteles del Ejército, instalaciones deportivas, prisiones, solares abandonados, campos de deporte, fábricas en desuso o grandes superficies de terreno pantanoso, deshabitados y no cultivados, fuera de los núcleos urbanos. A causa de la masiva presencia de refugiados tuvieron que improvisarse campos rodeados de empalizadas, alambradas y torres de vigilancia para albergar de forma temporal o reclusión administrativa a cerca de 550.000 refugiados que huían hacia los puestos fronterizos atemorizados de la represión de las tropas vencedoras. Casi todos ellos surgieron improvisadamente para detener y albergar a la gran oleada de refugiados que cruzaron la frontera francesa principalmente a mediados de febrero de 1939.

Concretamente el 5 de febrero, Édouard Daladier, jefe del gobierno, firmó un decreto autorizando el paso de los refugiados por la frontera que hasta entonces permanecía oficialmente cerrada, separándose a los hombres identificados como combatientes que fueron recluidos en los campos, de las mujeres, que recibieron mejor trato al ser enviadas a centros de acogida, maternidades, residencia, hospitales y albergues. Su decisión fue muy bien recibida por una parte considerable del pueblo, sobre todo, los de ideología burguesa y conservadora que vieron una forma de contener a la chusma de “indeseables rojos” que les invadía y que representaban una amenaza al estar considerados delincuentes, enemigos declarados de la religión católica y bolcheviques que trataban de imponer la revolución soviética. Sólo una parte de la población de ideología izquierdista, mayoritariamente formada por obreros e intelectuales, expresaron su solidaridad con ellos, los apoyaron, les ofrecieron comida, ropas y dinero y abrieron sus casas para ofrecerles cobijo.

Durante el masivo paso de artistas la gran mayoría fueron apresados o capturados y enviados a los campos de acogida, y sólo un número muy escaso, los que poseían influencias o detentaban altos cargos políticos dentro del gobierno republicano o el Ejército Popular, se libró de ellos y consiguieron documentos para fijar su nueva residencia, circular libremente o abandonar suelo francés con destino a otros países. Curiosamente el número de detenciones y envíos de mujeres artistas a los campos fue muy reducida, y apenas se produjeron, y solo se dieron en circunstancias muy concretas, como eran su activa militancia en un partido comunista, ser compañera de un alto funcionario o haber ostentado cargos políticos de responsabilidad.

 

Reunir todas las manzanas podridas

Para contener esta oleada de refugiados se improvisaron algunos campos de concentración abiertos durante la primera guerra mundial para recluir a los prisioneros alemanes, también se habilitaron cuarteles del Ejército francés, campos de entrenamiento, antiguas fábricas, viejas fortalezas y castillos, o se incautaron grandes superficies de terreno junto a desérticas playas en las que los propios prisioneros levantaron improvisadas tiendas de lona, construyeron barracones de madera donde instalaron cocinas, almacenes y postas sanitarias, cavaron zanjas para colocar letrinas e, incluso, instalaron cementerios. Sus infraestructuras se mejoraron y fueron remplazadas cuando los responsables de los campos comenzaron a disponer de mayores subvenciones estatales y contar con más medios, como suministros, herramientas y maquinaria y materiales de construcción como maderas, cemento y ladrillos. Y, sobre todo, cuando empezaron a constituirse las cuadrillas de obreros dirigidos por arquitectos, aparejadores, dibujantes y proyectistas profesionales internos que desempeñaron un papel fundamental en el trazado, planificación y construcción de los campos.


Un gendarme controla el paso de los exiliados republicanos.

Su puesta en marcha no era un hecho exclusivo de Francia, sino muy utilizado a lo largo de la historia moderna, sobre todo por países donde gobernaban régimenes totalitarios, dictatoriales o represivos que no tenían en cuenta las garantías judiciales. Curiosamente los españoles fueron los primeros en construirlos en la isla de Cuba durante la Guerra Colonial de los Diez Años entre 1869 y 1878 para recluir a la población nativa y posteriormente lo hicieron entre 1899 y 1902 los Estados Unidos de América durante la guerra filipino-estadounidense. Se popularizó el concepto de “concentration camp” a raíz de su empleo por las autoridades militares inglesas durante la segunda guerra de los Bóer en Sudáfrica de 1899 a 1902. Su creación comenzó a generalizarse en Europa durante la revolución rusa cuando los comunistas se hicieron con el poder en 1917 estableciendo un régimen del terror a través de los trabajos forzados o en los “Gulags” y se expandió cuando los nacional socialistas alemanes llegaron al poder en los años treinta creando una gran variedad de centros de detención o de trabajos forzados para confinar a sus adversarios políticos, criminales violentos, demócratas, miembros de la resistencia nacional y finalmente culminó durante el holocausto judío con la creación de la gran red de campos destinados al esfuerzo de guerra nazi y a eliminar sistemáticamente a la población hebrea.

Siguiendo la norma las autoridades francesas tuvieron que improvisar, ante la llegada masiva de miles de refugiados republicanos, la construcción por todo su territorio de decenas de campos de concentración, algunos de ellos reutilizando los abiertos durante la I Guerra Mundial para albergar a soldados alemanes, y otros instalados en cuarteles del ejército, antiguas fábricas, terrenos pantanosos y playas desérticas. La mayor parte de ellos se encontraban situados en las inmediaciones de la frontera y en las playas, preferentemente en lugares apartados y lejos de las poblaciones, aunque con el tiempo se utilizaron otros en zonas más cercanas a las grandes ciudades. La mayor parte de estos campos se levantaron a toda prisa cerca de la frontera, en forma de barracones o de zonas vigiladas bajo la intemperie, y no disponían de agua potable, electricidad, letrinas, duchas, talleres, cocinas, enfermería, ni de las mínimas condiciones higiénicas.

Los que gozaban de peor reputación y consecuentemente los más importantes eran conocidos por los nombres geográficos donde se encontraban emplazadas y destacaban por su extensión y el número de prisioneros que albergaban como el de Gurs, Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien, Barcarès, Septfonds, Rivesaltes y Vernet d’Ariège. Para contener la llegada masiva de refugiados las autoridades francesas adoptaron medidas, destinaron dinero, movilizaron al ejército, a los servicios sanitarios, a la gendarmería y dictaron órdenes y decretos para permitir su reubicación y distribución por todo el país. El primer “centro especial” para acoger a estos refugiados fue instalado por decreto el 21 de enero de 1939 en Rieucros (Lozère), cerca de Mende y a partir de ahí comenzaron a levantarse otros que con el tiempo adquirieron peor reputación y entre los que se encontraba el de Gurs, construido junto a la ciudad del mismo nombre, en la región de Aquitania del departamento de los Pirineos Atlánticos, 84 kilómetros al este de la costa atlántica y 34 kilómetros al norte de la frontera española; el de Argelès-sur-Mer era uno de los que más superficie tenía y albergó a unos 100.000 refugiados. Situado en una apartada playa de la pequeña localidad de Argelès-sur-Mer, en el departamento de Pirineos Orientales, a 35 km de la frontera de Portbou; ante la avalancha de refugiados en este campo se construyeron los cercanos de Saint-Cyprien y Barcarès, también en el departamento de Pirineos Orientales; en la localidad de Septfonds, en el departamento de Tarn y Garona (Mediodía-Pirineos) se instaló el terrible campo de internamiento de Judes, que adquirió notoriedad por reunir a un considerable número de artistas republicanos, pero también por los elevados índices de mortalidad debido a las bajas temperaturas, deficiencias sanitarias, mala alimentación y régimen de trabajo que recibían los prisioneros; el de Rivesaltes fue instalado en terrenos de las poblaciones de Rivesaltes y Salses-le-Château como centro de instrucción militar, y albergó a unos 15.000 españoles; entre las comunas de Le Vernet y Saverdun se ubicó el de Vernet d’Ariège, donde también existió un importante grupo de artistas republicanos y durante la ocupación nazi fue empleado por los alemanes como antecampo para los judíos destinados a campos de exterminio.

CAMPO DE ARGELÈS-SUR-MER

Jamás un campo de concentración francés adquiría un valor simbólico y pasaría a alzarse metafóricamente hablando como la terrible experiencia de más de un centenar de artistas republicanos recluidos en una extensa playa de terreno arenoso limitado por la mar como el de Argelès-sur-Mer, situado al norte de esta localidad turística y veraniega perteneciente al departamento de Pirineos Orientales, en la región del Languedoc-Rosellón, en la comarca del Rosellón. El siniestro lugar se elevó por encima de los acontecimientos históricos y adquirió, por su simbología, una imagen de espanto plástica, pero también literaria, más allá de cualquier contenido anecdótico que pudiera infringirle el paso del tiempo, el olvido, la manipulación y la desmemoria histórica. Acogió, en los primeros meses de 1939, a más de ochenta mil refugiados republicanos que habían cruzado la frontera francesa, entre ellos, un número considerable de pintores, escultores, grabadores, dibujantes, cartelistas, fotógrafos, arquitectos, historiadores y críticos de arte que, lejos de sucumbir a la derrota, a las humillaciones y a los malos tratos de los guardianes, demostraron, en cambio, una heroica valentía y un espíritu de resistencia, que plasmaron, como era de esperar, en numerosas pinturas, bocetos, esculturas y fotografías que, ahora, pasados los años, constituyen un formidable documento gráfico del tránsito de los republicanos por el que se consideró el más grande de los campos de concentración franceses.