Arte en las alambradas

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Y en cuanto a las anécdotas sorprendentes ocurridas en los herméticos campos de concentración por los refugiados todavía se recuerda la rocambolesca fuga que protagonizó en Argelès-sur-Mer el caricaturista y humorista Andreu Dameson Aspa, que lo convirtió entre sus compañeros en una celebridad y dejó a todos con la boca abierta por la naturalidad, sangre fría y audacia. Era un caso único de genio rematado con una inteligencia despierta, un desparpajo increíble y una gran espontaneidad. Tenía el aura de los grandes personajes emblemáticos de la mejor literatura picaresca española y supo sacar partido y acomodo a su estrella en el campo poniendo en marcha un sencillo plan para abandonarlo sin levantar sospechas. Poseía el don del transformismo y una simpatía arrolladora así como una gran capacidad de disuasión y de influir en los demás. En gran parte aquella capacidad que tenía para salir siempre con la suya engañando a todo el mundo era innata y la había ejercido con éxito en ocasiones difíciles y complicadas de su vida. Le gustaba agrandar su ego y era muy aficionado a establecer retos y apuestas con sus compañeros de reclusión que por supuesto siempre ganaba sin remisión, dejando a todos ellos con la boca abierta. La guerra civil le truncó y frustró su carrera como dibujante humorista y caricaturista. Comprometido políticamente con el catalanismo de ERC y la izquierda abrazó la causa popular que consideraba justa, participando en tareas de propaganda bélica y colaboró con la Generalitat de Cataluña en una exposición celebrada en la galería Syra de Barcelona, promovida por su Comisariado de Propaganda, en la que reunía una veintena de caricaturas de jefes de estado de todo el mundo y otros dirigentes políticos para recaudar dinero con destino a los niños huérfanos catalanes. Tras la derrota republicana pasó la frontera francesa siendo capturado y enviado al campo de concentración de Argelès-sur-Mer, que abandonó utilizando una inteligente estratagema que pasó inadvertida por los vigilantes senegaleses. Los confundió recurriendo a su perfecto dominio del francés y al hecho de vestir un pomposo abrigo y cubrirse las manos con guantes blancos simulando ser un inspector de Campos del ejército francés. Les sorprendió irrumpiendo en la garita donde se encontraban dando a voces tajantes órdenes de mando en perfecto francés que, como era de esperar, causaron un gran revuelo y les indujo finalmente al equívoco. Sometidos a su poderosa personalidad se levantaron, se pusieron firmes y le abrieron el portón principal. Mostrándose autoritario curioseó antes de abandonar el local un poco el estado de sus uniformes y apostándose en frente del portón esperó que un guardia lo abriese. Aprovechando que el cancerbero se cuadraba abandonó tranquilamente el lugar dirigiéndose despacio a un automóvil estacionado a unos metros del campo en el que se encontraba un chófer reglamentariamente uniformado que le recibió con un marcial saludo. El vehículo arrancó sin levantar en el cuerpo de guardia ningún tipo de sospecha y se perdió en la carretera ante la asombrada mirada de sus compañeros prisioneros que no se creían lo que sus ojos veían.

CAPÍTULO 3

ARTISTAS EN CAMPOS DE CONCENTRACIÓN DE FRANCIA

Cronológicamente los acontecimientos históricos en los que se encontraron envueltos los artistas republicanos descritos se produjeron justamente al término de la guerra, una vez derrotado el Ejército Popular en la batalla del Ebro, en plena ofensiva de Cataluña cuando las tropas franquistas avanzaban imparables hacia la frontera francesa a pesar de la fuerte resistencia armada de diezmadas tropas que sin apenas armas, ni municiones, ni alimentos libraban su último combate en una situación bélica desesperada. Y mientras tanto, formando parte de estas columnas de refugiados, un número cuantioso de creadores plásticos de todos los ámbitos, huían por las carreteras, caminos y sendas, a pesar del mal tiempo, las condiciones climatológicas espeluznantes y las dificultades orográficas, hacia los pasos fronterizos en un intento desesperado de no caer prisioneros de los franquistas envalentonados y deseosos de ajustar cuentas. La esperanza que tenían al cruzar la frontera era que serían muy bien recibidos por las autoridades francesas, recibirían atención médica, serían alimentados y alojados en residencias, pues de todos era conocido la hospitalidad del pueblo francés con sus vecinos españoles manifestada a través de muchos siglos. Sus esperanzadores deseos se vieron frustrados cuando en los puestos fronterizos les esperaban decenas de gendarmes y tropas senegalesas y marroquíes a caballo fuertemente armadas que los cacheaban, desarmaban y les dirigían terribles expresiones verbales como si se trataran de peligrosos delincuentes comunes, mientras separaban a los hombres de las mujeres.

Casi todo el país fue el escenario donde se desarrolló la odisea concentracionaria de los artistas españoles y muy pocos olvidarían más tarde el nombre de los departamentos y poblaciones por las que pasaron y les acogieron. Ahora las turísticas playas de Argelès-sur-Mer, Saint Cyprien, Barcarès o Port Vendres, por citar algunas, llenas de chalets, adosados, hoteles, residencias, restaurantes y bungalow, ya no son esos inhóspitos arenales rodeado de alambradas de púas y custodiada por soldados en donde todas las mañanas se recogían decenas de cadáveres de refugiados españoles fallecidos por enfermedades, agotamiento físico, malos tratos o hambre, en medio de la suciedad, basuras, ratas, desperdicios, charcos de aguas fecales y un mar contaminado de excrementos donde los más osados se bañaban, se despiojaban o lavaban las ropas. Se sorprendieron por el tratamiento vejatorio que recibieron por parte de los militares también por el estado deficitario de los campos de refugiados levantados de manera improvisada por toda la geografía, principalmente en los departamentos sureños que apenas contaban con infraestructuras, carecían de barracones, servicios sanitarios e, incluso, agua potable. Se sintieron decepcionados por tanta palabrería. Y lo peor, es que aquello estaba sucediendo durante el gobierno izquierdista del Frente Popular lo que no dejaba de llamar la atención de los republicanos. Pero el hecho que provocó la decisión de regresar se produjo durante el inicio de la hostilidad con Alemania y la ocupación nazi, que provocó que muchos artistas, aquellos que no tenían las manos manchadas de sangre, decidieran regresar, confiados en muchos casos en que no les iba a suceder nada si caían en manos de los nacionales.

En esta extensa relación figuraban nombres muy conocidos y otros que empezaban a serlo, como José Vilató Ruiz “José Fin”, Javier Vilató Ruiz, Benito Barrueta Asteinza, Sebastiá Gasch, Lucía Sánchez Saornil, Carlos Vázquez Úbeda, José Muncunill, Helios Gómez, Domingo Angulo Andrés “Andrés”, Joaquim Bartolí Guiu, José Picó Martí, Pedro Bas Codina, Joaquín Sunyer Miró, José Subirats Samora, Pedro Pruna, Ángel López-Obrero Castiñeira, Rafael Durán Camps “Rafael Durancamps”, José Grau Hernández, Domingo Gimeno Fuster, Francisco Espriu Puigdoller, Luis García Gallo, Jacinto Bofarull Forasté “Xut”, Apel·les Fenosa Florensa, Gabriel Albert Bosque, Antonio García Lamolla “Lamolla”, Carles Fontseré Carrió, Francisco García Esteve, Menchu Gal Orandain, Kathinka B. de Lombart, Violet J. Dreschfeld, María Droc, Juan Martínez Osete, Leandro Cristófol Peralba, María Luisa Fernández, Hermenegildo Anglada-Camarasa, Juan Bonafé Bourguignon, Juan de Aranoa y Carredaño, Rogelio Martín, Manuel Duce Domínguez, Bruno Beran, Juan Larramendi Arburúa, Antonio de Guezala y Ayrivie, Jacinto Latorre, Sebastián Miranda Pérez-Herce, José Miquel Serrano, Roger Deulofeu Bonnin “R.D. Bonnin”, Manuel Crespillo Rendo, Pablo Roig Cisa, José Rojas Sáenz, Rafael Martínez Padilla “Padilla”, Narciso Llorach Oliart, Jean Hubert Leemans Dobbelaere, Emilio Vila Gorgoll, Pedro Campón Polo, Andrés García de la Riva “Andrés Colombo” y Lorenzo Victoriano Aguirre Sánchez.


Orlando Pelayo con Albert Camus y Jean Grenier, 1956.

Los que habían ocupado cargos administrativos o de responsabilidad durante la guerra, al volver fueron detenidos por la policía, juzgados por los tribunales de responsabilidades políticas, condenados a largas penas de prisión, depurados de sus puestos de trabajo, ejecutados y obligados a vivir en el exilio interior; los más osados prefirieron quedarse debido al miedo y al temor de ser represaliados por las fuerzas vencedoras y decidieron establecerse en sus ciudades y capital; otros más sumisos regresaron donde fueron condenados a largas penas de prisión, depurados y obligados a vivir en el exilio interior; un pequeño número se repartieron por diversos países europeos y norteafricanos; mientras que otros optaron por embarcar y cruzar el océano y fijar su residencia en las repúblicas hispanoamericanas por obvias razones de compartir una lengua y cultura común.

Los artistas de los campos de la muerte

Los artistas refugiados al cruzar la frontera fueron enviados, los más afortunados, muy pocos, a albergues, hoteles o residencias, y, el resto, casi la mayoría, trasladados a los campos de concentración donde tuvieron que sufrir penalidades, enfermedades, hambre, vejaciones y palizas de los soldados y gendarmes. Por una extraña paradoja, esos lugares siniestros donde se registraban una auténtica galería de horrores, se encontraban situados en las proximidades de ciudades y pueblos como Perpiñán, Rivesaltes, Collioure, Port Vendres, Cabestany, Banyuls-sur-Mer, Céret, Prades, Toulouse, Formigueres, Amélie-les-Bains, Barcarès, Saint-Cyprien, Saint-Nazaire, Bages, Prats de Molló, Montferrer, Mantet, Coustouges, La Preste, Saint Paul de Vence, Niza, Cap Ferrat, y otros, muy frecuentados por las grandes luminarias de la plástica, como Aristide Maillol, Pablo Picasso, Maurice de Vlamink, Pierre-Auguste Renoir, Paul Signac, Henry Matisse o Marc Chagall, en los que residían durante todo el año o pasaban largas temporadas de la época estival. Poblaciones pintorescas que para los artistas refugiados por razones de extrema supervivencia se convirtieron en lugares siniestros, que todos deseaban abandonar muy a pesar de su ganado prestigio. Se produjo una gran decepción y pasaron casi desapercibidos esos rincones imprecisos y paisajes jugosísimos que estaba en la memoria evocadora de todos y habían despertado el interés creativo, la imaginación y las sensaciones atrapadas por artistas de diversas generaciones.

 

La relación de artistas que pasaron por los campos era bastante homogénea, lo que sirve para ilustrar y proporcionar un retrato sobre la variedad tipológica, estética e ideológica que supuso el exilio artístico. En la extensa lista figuraban los pintores Josep Aguilera i Martí, Francisco Benítez Mellado, Eduardo López Pisano, Uxío Souto Campos, Gerardo Lizarraga Isturiz, Virgilio Batlle Vallmajó, Ramón Peinador Checa, Tomás Diví Beyras, Ángel Botello Barros, Antonio García Lamolla, Mentor Blasco Martel, Jaume Pla i Pallejám, Josep Torrent Buch, Francisco Carmona Martín, Albert Santmartí “Artel”, Josep Franch-Clapers, José Luis Posada Medio, Joaquim Bartolí Guiu, Francisco Riba Rovira, Augusto Fernández Sastre, Antonio Gassó Fuentes, Ramón Milá Ferrerons, Josep Ponti i Musté, Josep Martí Aleu, Rafael María Martínez Padilla, Josep Puig i Pujades, Pablo Vecino, Juan Ángel Gómez Alarcón, César Albin, Miguel Hernández, Francisco García Estévez, Luis Sánchez Saornil, Ricardo Bernardo Pérez, José Antonio Ramón Parra, Juan Bonafé Bourguignon, Joan Castanyer “Jean Castanier”, Nicómedes Gómez Sánchez “Nico”, Francesc Gallostra Verdala, Manuel Camps y Vicens, Mariano Andreu, Ramón Gaya Pomés, Fernando Bosch, José Castro, Alfonso Gimeno, Guillermo Fernández, Amparo Peris, Ricardo Miralles Guijarro, Pedro Jover, Just Cabo, Andreu Vigo, Joan Tomás, Josep, M. Millás Rausell, Mario Vilatoba i Ros, Emilio Grau Sala, Francisco Bajén, José Miguel Serrano i Serra, José Lamuño García, Jorge Soteras, Alberto Fabra Foignet, Fernando Soria Pérez, Elías Garralda Alzugaray, Pere García-Fons, Jaime Cañameras Casals, Hilarión Brugarolas, Julián Oliva, Antoni Paredes, Marc Cardús, Hortelano, Joaquina Zamora Sarrate, Pablo Salen, José Alejos, Vasallo Blasco, Librero, Santolaya, N. Ferrán, A. Ferrán, Farret, José Vargas, Álvaro de Orriols, José Fabregás, Manuel Pascual, Antonio Prats Ventós, Francesc Miró, Nemesio Raposo, Marcel·lí Porta, Antonio Argüello Álvarez, Zurita, Espanyol, Medina, Cristóbal Ruiz, Manuel Ángeles Ortiz, Eugenio Fernández Granell “Eugenio Granell”, José Alloza Villagrasa, Francisco Capdevila Moreno, Javier Ciria Escardivol, Carmona de la Puente, José Moreno Villa, Horacio Ferrer, Eduardo Vicente, Ramón Pontones Hidalgo, Orlando Pelayo, Eduardo Muñoz Orts “Lalo”, Robert Preux, Pedro Preux, Antonio Rodríguez Luna, Salvador Bartolozzi Rubio, Carlos Fontseré Carrió, Francisco Sales Roviralta, José Bardasano Baos, Juan de Aranoa y Carredaño, Pío Fernández Cueto “Pío Fernández Muriedas”, Esteban Abril, Calafell, Julián de Tellaeche y Aldasoro, Ángel Osorio y Gallardo, Jordi Camps Ribera, Segundo Vicente, Lucio López Rey, Rodolf Jauría-Gort, Francisco Forcadell-Prat, Joan Jordá, Martí Blas Basi, Juan Larramendi Arburúa, José García Álvarez “José García Tella”, Ángel López-Obrero Castiñeira, Eduardo Lozano, Inocencio Burgos Montes, Pedro Creixam Picó, Juan Estellés, José Frau, José María Giménez Botey, Pedro Pruna, Joaquín Peinado, Pedro Flores, Antoni Clavé, Francesc Sala, Aurelio García Lesmes, Gabriel García Maroto, Jacinto Latorre, Ángel Ferrán Coromines, Juan Sans Amat, Fernando Teixidor Guillén, Manuel Colmeiro, Josep Suau, Alfons Vila Franquesa “Shum”, Pablo Planas, Manuel Viola, Agustín Alamán, José Vilató Ruiz “J. Fin”, Javier Vilató Ruiz, Bruno Beran, Lucía Sánchez Saornil, Jaime del Valle Inclán, José Miquel Serrano, José García Ortega “Pepe Ortega”, José Subirats Samora, María Bosqued, Mingorance, Julio Montes, Javier Oteyza, Plá Miracle, Luis Semana, Lorenzo Aguirre, Juan Masiá Doménech, Salvador Tarazona, Juan Junyer, Darío Carmona, José Segura Ezquerro, Juan Chabás Bordehore, Buenaventura Trepat Samarra, Jaime de las Heras, Gabriel Alabert Bosque, Heleno Cases, Rafael Gil Cucó, José Enrique Rebolledo, Antonio Ruiz Arroyo “Antonio Quirós”, Vicente Rojo, Francisco Tortosa, Vela Zanetti, Domingo Angulo Andrés “Andrés”, José Muncunill, Néstor Basterrechea, Joaquín Sunyer Miró, Bernardino Bienabé Artia, Ignacio Mallol, Manuel Viladrich, Melchor Font, Joan, Juan Alcalde Alonso, Benito Barrueta Asteinza, Ricardo Arrue Valle, Miguel Cardona Martí, Martín Durbán, Alberto Junyer, Esteban Francés, Antonio Farreny, Juan Chamizo, Francisco Marco Chillet, Enrique Climent Palahí, Carlos Vázquez Úbeda “Chantecler”, Hermenegildo Anglada-Camarasa, José García Narejo, Narciso Llorach Oliart, Bernardo Ylla Bach, Benito Messeguer, Rafael García Escrivá, Miguel García Vivancos “Vivancos”, Antonio Peyri, Joan Jordá Godó, Francisco Espriu Puigdollers, Francisco Bajén, Miguel Marina, Marcelino Porta, Mariano Otero San José, Ángel Alonso, Fernando Arrabal Terán, Antonio Soria Alcaraz, José Alcaraz Malue, Luis Fuentes Junquo, Arsenio Ibáñez Pierrad, Martín Carrillo Carasner, Vicente Delgado Fernández, Lázaro Nantes, Enrique Díaz Reina, Bernardo Diamantino Riera y Luis Fernández Mengibar.


Gerardo Lizarraga en el campo de concentración de Argelès.


El cartelista y fotomontador Josep Renau.

Igualmente figuraban numerosos grabadores, dibujantes, figurinistas, decoradores, ilustradores, escenógrafos, caricaturistas, dibujantes de animación, cartelistas y ceramistas, en la que figuraban Ubaldo Izquierdo Carvajal, Antonio Téllez Solá, Manuel Edo Mosquera, Joan Call Bonet, Andreu Dameson i Aspa, Ernesto Guasp, Miguel Prieto Anguita, Enric Ferran de los Reyes “Dibán”, Luis García Gallo “Coq”, Luis Márquez Escribá, Zoilo Hernández, Germán Horacio Robles, Eduardo Robles Piquer, Manuel Pérez i Valiente, Ramón Saladrigas Balbé, Pere Calder i Rossinyol, Manuel Alfonso Ortells, Francisco Teix Perona, Pau Roig Cisa, Feliú Elías Bracóns, Josep Cabrero Arnal, Josep Escoda, Helios Gómez, Jaume Cañameras, Frederic Sevillano i Doblanc, Joan Tarragó i Balcells, Joaquím Martí-Bas, Rafael Tona Nadal, Joan Hurtado, Jaume Passarell Ribó “Salvador Bori”, Juan Busquets i Miró, Lluís Bracons i Sunyer, Enrique Martín Hernández, Francés Perramón Ducasi, Ramón Sarsanedas i Oriol, Julio Figueras Moret, Joan Riera, Fernando Callicó Botela, Josep Pico i Martin, Jacinto Bofarull i Forasté, Ignacio Vidal Molné, Eduardo Fiol i Marqués, Luis Vidal Molné “Molné”, Alexis Hinsberger, José Luis Rey Vila “Sim”, Jesús Guillén Bertolín “Guillembert”, Fernando Rahola Auguet, Manuel Gallur, Pablo Salen Vaquero, Ramiro Mondragón del Río, Arturo Tejero Terradell, Enrique Rodríguez Arroyo “Quique”, Manuel Otero, Avelino Artís Gener “Tisner”, Miguel Almirall, Mario Armengol, Luciano Quintana Madariaga “Nik”, Enrique Garrán, José Espert Arcos, Miguel Cardona “Quelus”, Josep Renau, Juan Renau, Gregorio Muñoz Montoro “Gori”, Arturo Bladé, Juan Bautista Acher, Enric Crous Vidal, Eduardo Robles “Ras”, Antonio Bernad Gonzálvez “Toni”, Salvador Fariñas, Eduardo Fiol, Manuel Fontanals Mateu, José Agut Armer, José Machado, José Bergamín, Antonio Rodríguez Romera, Jaume Inglès Isern, Juan Nuri, Jacinto Bofarull Forasté “Xut”, José María Beltrán, Vicente Petit, Manuel Crespillo Rendo, Mary Martín, Mario Zaragoza Company, Joan Tarrago i Balcells, Juan Hurtado, Arturo Bladé, Juan Bautista Acher, Federico Santiago, Antonio, Miguel Orts Sánchez, Agustín Nogués Aragonés, Víctor García “Ximpa”, Jaume Inglès Isern, Antonio de Guezala y Ayrivié, José María Beltrán, Jaume Passarell, Joan Tarragó, Melchor Niubó i Santdiumenge, José González Rodríguez, Marco Iturriaga Pérez, Francisco Doménech Macia, Luis Martín González, Zacarias Moral Oliva, Salvador Sempere Rosas, Manuel Colina Quirós, José María Egurola Renteria, Julio Granados Ruiz, Gonzalo Beltrán Poyer, Genoveva Dun, Alberto Muñoz Sánchez, Manuel García Barrada, Enrique Iza Gil, César Urbieta González y Tolosa y Jenaro de la Colina Blanco.

La relación de escultores también era muy extensa y estaba integrada por Manuel Pascual Escribano, Joaquím Vicens Gironella, Antonio Alós Moreno, Ceferino Colina Quirós, Francisco Mateu Sanchis, Gabriel Alabert Bosque, Josep Viladomat Massanas, Eleuterio Blasco Ferrer, Ángel Tarrach Barrabia, Marius Vives Doménech, Joan Rebull Torroja, Josep Viladomat Massanas, Miguel Paredes Fonollá, Jacinto Latorre, Salvador Soria Zapater, Francisco Mateu Sanchis, Ángel Hernández García “Hernán”, Enrique Ariño Quintanilla, Rafael Tona Nadalmai, Mir Clavell, Desgracias Civil Vallverdú, Rosa Chacel, León Barrenechea Pérez, Enrique Moret Astruells, Francisco Albert, M. Cañas, Sigfried Meir, Víctor Fernández Puente, Víctor Trapote, Juan Junyer, Jorge de Oteyza, Martín Barral, Pablo Yusti Conejo, Juan Serralta, Claudio Tarragó Borrás, Joaquím Vicens Gironella, Vicente Pallardó y Giménez Botey.

Entre los arquitectos se encontraban Gabriel Pradal Gómez, Secundino Zuazo, Juan García Gisbert, Tomás Auñón, Francisco Azorín Izquierdo, Rafael Bergamín Gutiérrez, Emili Blanch y Roig, Francisco Fábregas Vehil, Antonio Bonet Castellana, Félix Candela Outeriño, Juan Capdevila Elías, Mellar Cuello Alas, José María Díez Amado, Martín Domínguez Esteban, Domingo Escorsa, Santiago Esteban de la Mora, Fernando Etcheverría Barrio, Fernando Gay Buchón, Francisco Íñiguez de Luis, Cayetano de la Jara y Ramón, Luis Lacasa Navarro, José Lino Vaamonde Valencia, Juan de Madariaga Astigarraga, Urbano de Manchobas Careaga, Esteban Marco Cortina, Jesús Martí Martín, Joaquín Ortiz García, Jaime Ramonell Gimeno, Ricardo Ribas Seva, Juan Rivaud Valdés, Germán Rodríguez Arias, Alfredo Rodríguez Orgaz, Mariano Rodríguez Orgaz, Amós Salvador Carreras, Fernando Salvador Carreras, Enrique Segarra Tomás, Josep Lluís Sert López, Germán Tejero de la Torre, Jordi Tell Novellas, Javier Yárnoz Larrosa, Pablo Zabalo Ballarín, Roberto Fernández Valbuena, Manuel Sánchez Arcas, Domingo Fabregás, Martín Domínguez, Tomás Bilbao, José Caridad, Francisco Detrell, Fernando Gay, Bernardo Giner de los Ríos, Esteban Marco, Jaime Ramonell, Juan Rivaud, Eduardo Robles, Santiago Esteban de la Mora, Fernando Echevarría, Pablo Zabala, Antoni Bonet, Deu Amat, Rafael Bergamín, Javier Yarnoz, Nemesio M. Sobreviva, Bartolomé Agustí, Tomás Auñón, Joaquín Ortiz García, Emili Blanch, Ovidio Botella, Óscar Coll Alas, Juan Bautista Larrosa, Joaquin Pallás Torres y Juan del Pozo Santiago.

La nómina de fotógrafos incluía aficionados y profesionales, entre ellos, David Fernández Dopico, Agustín Centelles Osso, Cándido Souza Fernández, Faustino del Castillo Cubillo, Francisco Souza Fernández, Enrique Tapia Jiménez, Lluís Ballano Bueno, Enrique Meneses Miniaty, Francisco Boix, Hans Guttman “Juan Guzmán”, Mariano Aguayo, Gassó, Antonio Gálvez, Juan Gyenes, Enrique Meneses, Salvador Pujol, Pere Catalá-Roca, Margarita Michaelis, Lluís Ballano Bueno, Pere Calders Rossinyol, Katy Horna, José Cereceda Hijes, Antonio García, Vicente Reus Calatayud, Antonio Bueno Román, José Caparrós Torres, Antonio Gavilán Grena y Álvaro Ponce de León. Se encontraba además los ceramistas y artesanos Juan García Gisbert y Vicente Gasulla Sole.


Izquierda a derecha, Víctor Serge, Benjamín Péret, Remedios Varo y André Breton en Marsella en 1940.

Igualmente era muy amplia la relación de profesores, investigadores, filósofos, historiadores, cineastas, editores, libreros y críticos de arte, Adolfo Sánchez Vázquez, Eulalio Ferrer Rodríguez, César María Muñoz Arconada, José Bort Vela, Juan Gil-Albert, Francisco Pina Brotons, Francisco Camacho Ruiz, Manuel Culebras Muñoz “Manuel Andújar”, José Sampériz Janín, Joaquim Amat-Piniella, Agustí Bartra i Lleonart, Antonio Blanca Pérez, Josep Castanyer i Fons, Angeli Castanyer y Fonds, August Liebmann Mayer, César González Ruano, Luis Nicolau d’Olwer, Juan Dalmau, Manuel Sirvent Romero, Agustí Bartra, Sebastián Gasch, Francisco Zueras, José Manaut Nogués, Teófilo Navarro Fadrique “El Negro”, Josep Palau i Fabre, Pere Calders, Armand Obiols, Anna Murià, Xavier Benguerel, Doménech Guansé, Lluís Montanyà, Alexandre Cirici Pellicer, José Moreno Villa, Francisco Prat Puig, Ceferino Palencia, Margarita Nelken, Max Aub, Jesús Manuel Lorenzo Varela Vázquez “Lorenzo Varela”, Fernando Llorca Die, Carlos Velo, Antonio Soriano Mor, Segundo Achurra Azpiazu e Isidro Ibáñez Uribe.

 

La estancia de los artistas en los campos de concentración fue relativamente breve, de semanas y meses, y en los peores casos se prolongó durante más de un año. La mayoría los abandonaron al poco tiempo de llegar gracias a las gestiones que realizaron organizaciones de ayudas a los refugiados, la Cruz Roja Internacional, confesiones religiosas, organismos republicanos, asociaciones de artistas e intelectuales e, incluso, relevantes personalidades de la cultura como fue el caso de Pablo Picasso.

Artistas entre alambradas de espinos

Hemos dicho que la mayor parte de los artistas republicanos al cruzar la frontera fueron detenidos, cacheados y trasladados a pie a los llamados Centros de Acogimiento, que no eran más que inhóspitos terrenos de arena, rodeados de alambradas con espinos bajo la vigilancia atenta de la gendarmería o de las tropas regulares senegalesas y marroquíes. Fueron considerados al llegar, casi sin excepción, como extranjeros peligrosos, y enviados en su totalidad a los campos de concentración, eufemísticamente llamados por las autoridades galas, centros especiales de internación de refugiados.

Al férreo control disciplinario que se ejercía había que agregar la mala alimentación, que consistía en un chusco de pan, sopa de coliflor, latas de sardinas y, excepcionalmente, algún trozo de carne. Se encontraron con la ausencia de agua potable para beber o lavarse, sobre todo, en los primeros días, por lo que no era extraño que muchos ingiriesen agua salada del mar, lo que provocaba serios problemas gastrointestinales, diarreas y fiebre. Los cuidados sanitarios apenas existían, limitándose a la creación de algún barracón o tienda de lona a modo de hospital atendido por médicos y enfermeros republicanos. En estos centros improvisados no había ninguna clase de utensilio quirúrgico y las medicinas escaseaban. Ni qué decir tiene que estas deficiencias fueron la causa de numerosas afecciones, como infecciones, sarna, que en algunos casos llevaban irremediablemente a la muerte. Los piojos, chinches y otros parásitos pululaban entre los refugiados. La malaria, el tifus y la disentería y otras enfermedades diezmaba a los más débiles o enfermos; no había donde resguardarse del frío, del viento y de la fina arena de la playa que se introducía por todas partes.

Un panorama desolador que fue denunciado por numerosos periodistas, corresponsales de prensa y fotógrafos tanto franceses como extranjeros. La corresponsal británica Nancy Cunard, del diario antifascista londinense New Times and Ethiopia News, en febrero de 1939 publicó un reportaje en el que describía la vida de los republicanos en el campo de Argelès-sur-Mer, donde se hacinaban más de 70.000 refugiados en condiciones infrahumanas, pues carecían de instalaciones, agua potable, comida, medicinas y ropa de abrigo, y también en el de Saint-Cyprien que albergaba gran cantidad de artistas, escritores y músicos, entre los que figuraban Josep Renau, Ramón Gaya Pomés, Joaquín Prieto, Antonio Rodríguez Luna, Enrique Hortelano, García Lesmes y Ángeles Ortiz. Y la misma información ofrecían los artículos firmados por la periodista Susan Palmer en el periódico Daily Herald de Londres los días 4 y 5 de marzo después de haber visitado los campos de Arlès-sur-Tech y Saint-Cyprien. La descripción de lo que vio la refrendó su amiga la norteamericana Margaret Palmer, delegada en España de los Certámenes del Carnegie Institute de Pittsburg, quien coincidió con ella durante su visita a estos recintos donde denunció la presencia de cerca de mil intelectuales españoles de distintos ámbitos que sufrían la intemperie, el hambre y las condiciones insalubres, citando concretamente el caso de algunos artistas como Josep Renau y Galí y el marchante de arte Joan Merli.


El pintor Gerardo Lizarraga con dos compañeros de cautiverio en el interior de un barracón del campo de concentración de Argelès, 1939.

Y en lo referente a los testimonios gráficos, el paso de los republicanos por los campos franceses fueron exhaustivamente documentados por los fotógrafos de prensa de distintas agencias, revistas y periódicos, incluso de pequeñas tiendas fotográficas familiares como el estudio denominado Chauvin, situado en Perpiñán, cuyos dueños tuvieron la ocurrencia de desplazar a la frontera a sus empleados para tomar fotografías desde las carreteras, las aduanas y los campos de concentración instalados por el gobierno. Las imágenes fueron adquiridas por algunos medios de comunicación franceses e internacionales y finalmente recogidas en el Álbum Souvenir: L’Exode Espagnol, publicado por esta empresa en 1939. Se reunía un centenar de instantáneas tamaño 8,5 por 13,5 centímetros, y no solo hacían referencia a la llegada masiva de los refugiados, a la presencia de los gendarmes desarmando y cacheando a los soldados en retirada, la población civil con sus hatillos y mantas y animales domésticos, sino a la proximidad de las tropas nacionales, falangistas y requetés y sus mandos en la frontera levantando el brazo a la manera del saludo fascista y blandiendo banderas. Y entre los fotógrafos no profesionales hay que destacar las instantáneas tomadas por el pintor francocolombiano Manuel Moros, que residía en Collioure, quien provisto de una cámara Leica se dirigió a la carretera costera para documentar el éxodo de miles de refugiados republicanos. Unos testimonios que fueron ampliados por las cámaras de los propios fotógrafos refugiados y de otros extranjeros desplazados allí como Agustí Centelles, Jean Moral, David Seymour y Robert Capa, entre otros.


Salvador Soria poco después de salir del campo de concentración francés.

Las imágenes del dolor

Aunque como ya hemos dicho la estancia de los artistas españoles, en la mayoría de los casos, fue breve, supuso para muchos un verdadero descenso a los infiernos que les permitió adquirir una terrible experiencia personal y descubrir una gran variedad de tipos, caracteres y comportamientos, que incluía aspectos tan opuestos como la crueldad, la heroicidad, la ambición, el fanatismo, la insolidaridad y el compañerismo, y donde la muerte siempre estaba presente. Algunos se reencontraron con viejos compañeros de estudios, coincidieron con desconocidos colegas de otros rincones, con los que estrecharon lazos de amistad y solidaridad.

Compartieron las mismas inquietudes y preocupaciones artísticas y profesionales, y aprovecharon su estancia para reafirmar lazos de compañerismo, intercambiar impresiones y ultimar proyectos comunes futuros. Así, los dibujantes recrearon en pequeños cuadernos, hojas de almanaque, modestos cartones de embalaje, papeles de estraza o, incluso, en simples papeles higiénicos, aspectos cotidianos sobre la vida diaria de los refugiados, retratos intimistas y tiernos, caricaturas que rebosaban humor e ironía; los escultores recurrieron a trozos de lata, maderas carcomidas, barro, yeso o bloques de jabón para tallar y modelar sus esculturas; los fotógrafos captaron en sus pequeñas cámaras Leica y Rolleiflex que llevaban ocultas entre la ropa retratos y escenas cotidianas de la vida de los refugiados e, incluso, algunos arqueólogos realizaron catas y excavaciones en yacimientos arqueológicos, consiguiendo descubrir objetos de valor como ánforas, bustos y toda clase de huellas de lo que fue un sitio importante de la antigüedad. Plasmaron en sus obras hechas con distintas técnicas y materiales la desolación, el horror, la humillación, la enfermedad y la lucha por la supervivencia de miles de refugiados. Ya se conocía este drama a través de las crónicas, artículos y reportajes gráficos publicados en la prensa, filmados en los documentales cinematográficos y difundidas en las emisiones radiofónicas, lo que significaba que la tragedia que se desarrollaba en los campos no era un secreto para nadie, pero hasta que los artistas comenzaron a plasmar en sus obras sus propias experiencias concentracionarias no existían testimonios directos. Gracias a los artistas se pudieron a testimoniar en sus humildes obras la vida cotidiana de los refugiados, sus vicisitudes, sus tragedias e incluso sus momentos de alegría y humor. Allí donde se encontraran había siempre un dibujante o un fotógrafo con su diminuta cámara Leica dispuestos a congelar el momento con una precisión apabullante, pero también con una ternura y una afectividad casi amorosa. Una visión dirigida a los vivos, pensada para demostrar que, a pesar de ese entorno concentracionario asfixiante y cerrado, todavía había orgullo y ganas de luchar.