Arte en las alambradas

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Con bastante lentitud, y con el rezado de las fuerzas políticas conservadoras, se inició un lento proceso de recuperación de muchos de ellos y comenzaron a regresar a su país, dedicándoseles homenajes, exposiciones antológicas, doctorados “Honoris Causa” y recepciones académicas en las que se reconocían sus importantes aportaciones al arte del siglo XX. Su carácter de exilio épico y la imagen metafórica que se tenía de él como culminación de un régimen republicano que tantas esperanzas había despertado en el pueblo español atrajo a lo largo de los últimos años a innumerables escritores, investigadores, historiadores y cineastas movidos por un deseo de recuperar su recuerdo histórico en un momento de grave pérdida de la memoria colectiva.

Sin estar en absoluto lejos de aquella labor crucial de rescate, pero con otra metodología, es donde hay que adscribir este trabajo que, centrado en el amplio ámbito artístico, trata de describir aquel entorno del exilio y protagonizado por centenares de pintores, escultores, dibujantes, arquitectos, escenógrafos, delineantes, fotógrafos, diseñadores, historiadores y críticos de arte, que sale a la luz en un momento crítico de la historia parlamentaria española con la finalidad de cubrir profundas hendiduras y corregir algunos errores, pero siempre desde la discreción, la modestia y humildad con que se debe abordar cualquier investigación.

CAPÍTULO 2

LA RUTA DEL LLANTO

Un gran número de artistas que habían militado en sindicatos, asociaciones, partidos políticos u ocupado cargos de relevancia como comisarios, actuando en las checas, pertenecido a los Servicios de Inteligencia Militar o ejercido puestos de jefatura en unidades del Ejército o en el gobierno republicano, con el derrumbe del frente de Cataluña y el avance imparable de las fuerzas rebeldes decidieron abandonar el país por los pasos y puestos fronterizos todavía en manos de las fuerzas populares. Se inició una verdadera oleada masiva de refugiados que, bien utilizando autobuses, carromatos tirados por caballerías, camiones militares o a pie, por caminos secundarios comarcales o a través de sendas y trochas, vadeando ríos y subiendo montañosas, consiguieron pasar los Pirineos y alcanzar la seguridad deseada en tierras francesas. Todos ellos trataban de ponerse a salvo o huían empujados por el miedo físico o psicológico de los últimos momentos de un conflicto que ya estaba decantado. Lo hacían en muy difíciles condiciones, estaban cansados físicamente, tenían hambre, se encontraban enfermos, psicológicamente decaídos y con el corazón destrozado por la derrota y sólo llevaban en sus maletas, sus bultos y sus petates, lo más imprescindible.

En su desesperado intento por alcanzar los puestos fronterizos de los Pirineos, los que lo hicieron a pie tuvieron que superar las terribles inclemencias del tiempo, el hambre y las dificultades del terreno, vadeando ríos caudalosos, subiendo empinadas montañas nevadas o descendiendo peligrosos barrancos. Y los que emplearon medios de transporte por carretera se encontraron amenazados por el fuego de la artillería, descargas de fusilería y los ametrallamientos y bombardeos de la aviación enemiga. Despreciados y perseguidos por aquellos que habían jurado fidelidad a la República, se encontraron zarandeados y víctimas inocentes de una injusticia histórica. Su huida se convirtió en una verdadera odisea para salvar sus vidas y todos miraban atrás y se resistían a abandonar sus hogares y, sobre todo, se lamentaban de la separación de sus familias y del futuro incierto que les deparaba un destino desconocido. ¿Y ahora que nos pasará?, se preguntaban. Y mientras tanto, se interrogaban acerca de cuál iba a ser su recibimiento en aquel país por una población tan dividida políticamente e inmersa en una fuerte crisis económica y social desde 1930 y con un gobierno débil en cuya cabeza se encontraba el diputado radical Édouard Daladier, a la sazón de Primer Ministro, que había auspiciado una política de enfrentamiento con los comunistas utilizando, a su vez, un cierto consenso con los elementos xenófobos presentes en la sociedad y la opinión pública.

Las largas columnas de refugiados

La masiva huida que protagonizaron los artistas republicanos al finalizar la guerra en 1939 ya contaba con antecedentes en años anteriores, aunque no tan numeroso, y cuyos protagonistas habían sido aquellos cuyas ciudades y poblaciones habían caído en la ofensiva del norte de septiembre de 1937 en manos de las tropas nacionales. Y en este sentido, destacaba el nombre del pintor y dibujante asturiano José Luis Posada, cuando su familia al completo, formada por él mismo, su madre, su tía y cuatro hermanos, se vio obligada a abandonar la población y trasladarse al puerto de El Musel, en Gijón, donde consiguió embarcar en el buque de carga Santiago López que la trasladó al puerto francés de Pauillac, cerca de Burdeos. Poco tiempo después regresó por tren a Puigcerdá, y posteriormente a Barcelona, siendo enviados a un refugio de Castelltersol, en espera de que se produjera el encuentro con el cabeza de familia. Días después de caer Barcelona en poder de los nacionales, el 26 de diciembre de 1938, él y el resto de la familia, abandonó el refugio en un automóvil que los trasladaron a Banyoles, donde aprovechó la noche para cruzar la frontera a pie por el puerto de Le Pertus, siendo capturados por la gendarmería que lo envió a un campo de refugiados en las afueras de Le Boulou, en el que se apiñaban más de 20.000 personas. Debido a la masificación lo enviaron junto al resto de los parientes nuevamente a un refugio en Nieul, en el Haute Vienne, en el centro del país. Mientras él y su familia sufrían un verdadero calvario su padre consiguió cruzar la frontera francesa, siendo capturado con el resto de su unidad y enviado al campo de concentración de Argelès-sur-Mer, en el mediterráneo francés. Tras ser reclamado por su hermano que residía en Cuba, pudo obtener documentación y billetes que le permitieron embarcar en un puerto francés con destino a la isla, donde consiguió contactar con los suyos e iniciar las gestiones pertinentes con las autoridades diplomáticas cubanas para su repatriación a la isla, alegando que tenían ascendientes cubanos, con lo que de esta forma se libraría de la orden de deportación a España que pesaba sobre su familia.


Dibujo de Manuela Ballester.

Al llegar los artistas a los pasos fronterizos se producía una gran retención a causa de los controles de seguridad establecidos por la gendarmería donde los refugiados eran cacheados, clasificados e identificados, para posteriormente ser separados los hombres de las mujeres, y enviados a residencias, albergues o campos de concentración situados en poblaciones cercanas a la frontera. Muchos mantuvieron viva en su memoria su paso por “el pintoresco” Portbou, junto a la costa, al que se accedieron por una tortuosa carretera llena de curvas y que en tiempos de paz era un lugar muy visitado por sus bellezas naturales y su paisaje idílico tanto por pintores catalanes como roselloneses. Recordaban la larga caminata que les llevó al paso de Belitres, el punto fronterizo más oriental entre la parte francesa y la española, que ponía en relación a los municipios de Cerbère, en Roussillon y Portbou, en la comarca de Alt Empordà. Un lugar de memoria un tanto siniestra por el que cruzaron los refugiados republicanos al término de la contienda y de judíos, artistas e intelectuales europeos durante la II Guerra Mundial, entre ellos, el filósofo, crítico de arte y teórico judío-alemán Walter Benjamin, quien se suicidaría a los 48 años más tarde. Y también pasaron por allí novelistas como Heinrich Mann o Franz Werfel, quien cruzó con su esposa Alma Mahler, intelectuales como Hannah Arendt, científicos como Otto Meyerhof, Premio Nobel de Medicina en 1922 y cantantes como Lotte Leonard.


Francisco Agramunt Moreno. “Los vencidos II” (Óleo).

Entre la multitud de personas que pasaron por esta población se encontraba el fotógrafo valenciano Agustí Centelles Osso, quien se convertiría en un extraordinario documentalista de la vida en los campos de concentración en el exilio francés. Se encontraba en Barcelona cuando a finales de enero de 1939 recibió órdenes de trasladarse a Girona con los archivos del gabinete fotográfico del Servicio de Información Militar (SIM). Al mismo tiempo, empaquetó su archivo particular y en una gran maleta colocó una cámara Leica, un rudimentario equipo de relevado y 4.000 negativos de 35 mm sobre imágenes tomadas durante el conflicto, principalmente en Barcelona y en el frente de Aragón. De Girona pasó a Figueres y los últimos kilómetros hacia la frontera los hizo a pie, siempre bajo la amenaza de los aviones nacionales que bombardeaban y ametrallaban sin cesar las columnas de refugiados camino a la frontera francesa.

Formando parte de las largas columnas de vehículos que llenaban las carreteras y caminos comarcales hacia los pasos fronterizos se encontraba la familia de Josep Renau, que hasta el último momento estuvo dibujando carteles en su taller de Bonanova, en Barcelona. Fue su propio hermano Alejandro, sargento de transportes de aviación, quien lo sacó del estudio y lo condujo al camión que había requisado antes de que ocuparan la ciudad las avanzadillas nacionales. Subieron en el vehículo Josep Renau, su mujer, Manuela Ballester, sus hijos Ruy y Julia, su suegra, Rosa Vilaseca, sus dos jóvenes cuñadas Rosa y Josefina Ballester; su hermano Alejandro, la mujer de éste Teresa, su hermano menor, Juan, y su esposa, Elisa. Además consiguieron llevarse gran parte de los libros, el archivo fotográfico y documental. El camión y sus ocupantes, tras superar una lluvia intensa y un camino plagado de refugiados y militares armados, logró dejar atrás las poblaciones de La Bisbal y Figueres y cruzar el linde francés por Le Perthus.

 

Otro de los vehículos de transporte que se dirigía desde Barcelona a la frontera de la Junquera lo ocupaba el dibujante y caricaturista alcireño Ernesto Guasp, al que acompañaba su madre y su hermana Ana, que se habían trasladado a la Ciudad Condal tras el fallecimiento del cabeza de familia. En otro auto viajaba el dibujante y escenógrafo valenciano Gori Muñoz junto a Zúñiga y Velo, con quienes había estado en Barcelona. Cruzaron el paso fronterizo con sus familias, tras un aviso de Negrín de que cogieran lo que pudieran y se fueran a Francia. En un viejo automóvil viajaba el poeta Antonio Machado, al que acompañaba su madre Ana Ruiz y su hermano José, junto con el helenista Carles Riba, los doctores hermanos Trías, los profesores Navarro Tomás y Roura, el neurólogo Sacristán, Ricardo Vinós, el escritor Corpus Barga, el geólogo Royo y el valenciano doctor Puche, rector de la Universidad de Valencia. Antes de atravesar la frontera el grupo paró en el pueblo gerundense de Garriguella, donde se encontraba replegado el Comisariado General de Sanidad Militar, cuyo jefe, Francisco Gómez de Lara, pudo conseguirles gasolina para que los vehículos pudieran proseguir su marcha hacia Francia.

Se encontraba asimismo el pintor oscense Agustín Alamán, cuya experiencia en diversos campos de concentración franceses fue tan traumática para él que nunca quiso hablar de ella, a pensar de la insistencia de sus amigos, su propia familia y de los críticos de arte que se interesaron a lo largo de su vida. Nacido en Tabernas de Isuela, Aragón, en 1921. Tras la victoria franquista emigró a Francia en 1939 donde fue capturado por la gendarmería y recluido en los campos de concentración. Conseguida su libertad se estableció en Alés, y comenzó a pintar en forma autodidacta. En 1948 se vinculó a la sociedad artística Art Cévenol y participó en varias exposiciones colectivas en la mencionada institución, y en otra de pintores refugiados españoles en Toulouse, con participación de Picasso, hasta 1954. Un año más tarde se encontró en Montevideo, se dedicó a trabajar en la industria de la construcción para sobrevivir e hizo su primera exposición individual en la Librería Alfa del editor Benito Milla.


Horacio Ferrer: “Aviones negros”. Óleo, 1937.

Y también estaba el pintor, dibujante y e ilustrador arqueológico Francisco Benítez Mellado, acompañado de su mujer Úrsula Girón Romera y de su hijo Andrés, que había abandonado Barcelona en febrero de 1939 poco antes de entrar las tropas franquistas para incorporarse a las largas columnas de desplazados que huían a Francia. Nacido en Bujalance (Córdoba), en 1904 y formado artísticamente en la Escuela de Sevilla y en el estudio de Joaquín Sorolla de Madrid, donde triunfó como pintor en diversas exposiciones, obteniendo la Medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1911. Gozaba de un gran prestigio como pintor de caballete y como ilustrador arqueológico especializado en investigaciones paleontológicas y prehistóricas, siendo autor de las reproducciones de las pinturas rupestres en las más importantes cuevas españolas. Una vez cruzó la frontera con su familia se estableció en la localidad de Beaucourt (Bedlfort) donde se ganó la vida trabajando como dibujante en la industria Etablissement Japy, aunque más tarde, huyendo de los ocupantes alemanes, se estableció en Tolosa. Su amigo Pere Bosch Gimpera le ofreció la posibilidad de viajar a México pero él la rechazo ante la negativa de su mujer y de su hijo de abandonar Europa, ya que su primogénito mayor estaba preso de los nacionales en una cárcel de Zaragoza. Regresó poco después a Barcelona y de mayo de 1941 a 1950 colaboró en el Museo Arqueológico de Barcelona al tiempo que realizaba copias de los dibujos rupestres de las cuevas de la zona. A causa de las dificultades por encontrar un trabajo estable, el 5 de marzo de 1950, embarcó con destino a Chile donde le esperaban sus hijos Juan de la Cruz y Francisco. Encontró un puesto de dibujante en el departamento de Geología de la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Chile y reanudó su trabajo de pintor de caballete que compaginó con la ilustración, dejando un importante legado de láminas basadas en los aborígenes chilenos. Falleció en 1962, en Santiago de Chile.

En otro grupo estaban los pintores Manuel Ángel Ortiz, Pedro Flores y Enrique Climent Palahí. A punto de ser tomada Barcelona por las tropas nacionales la Dirección de Prensa y Propaganda de la Generalitat dio la orden de evacuar la ciudad para lo cual puso a su disposición varios camiones que a las dos de la madrugada los recogieron y emprendieron la marcha hacia la frontera francesa mientras la artillería enemiga bombardeaba los arrabales. Junto a Manuel Ángel Ortiz se encontraba su madre y su hija que llegaron a la localidad de Figueres, siendo alojados en un piso y poco después se dirigieron a pie con dirección al puesto fronterizo de Le Perthus. Mientras caminaban por la carretera se cruzaron unos camiones que transportaban las obras del Museo del Prado que durante los primeros años de la guerra habían permanecido ocultas en las Torres de Serrano y en la Iglesia del Patriarca de Valencia y, tras pasar por las localidades de Peralada y Darnius, llegaron a las minas de talco de La Vajol, en el Alto Ampurdán (Girona), donde quedaron enterradas a 250 metros de profundidad. Entretanto, el grupo de artistas se refugió en unos almacenes de víveres donde se hacinaban cientos de republicanos en el suelo, apoyados unos con los otros. Algunos de ellos enfermaron de disentería y fueron atendidos en un puesto de la Cruz Roja que se encontraba llena de gente. Luego se trasladaron a una cuadra rodeados de suciedad y llenas de piojos. En la frontera de Perthus les esperaba Nancy Cunnard, aristócrata británica, que les ofreció ayuda. Fueron capturados por la gendarmería y enviados a varios campos de concentración del Rosellón, concretamente en los de Argelès-sur-Mer y Saint Cyprien donde tomaron apuntes. La ayuda de Picasso fue fundamental para que pudieran abandonar los campos.

Estaba además el fotógrafo madrileño Jiménez Tapia su mujer y su hijo quien abandonó Barcelona en una camioneta cuando las fuerzas nacionales se encontraban a punto de ocupar la ciudad y se dirigió en un trayecto lleno de vicisitudes al paso fronterizo de La Junquera, donde a causa de la riada de refugiados republicanos tardó cuatro días en cruzarla. Al llegar a Le Boulou estacionó el vehículo para recabar información en un puesto de la gendarmería y a su regreso se encontró sorpresivamente que su mujer y su hijo no se encontraban, perdiendo todo contacto familiar. Fue capturado por la gendarmería que lo recluyó en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer, donde permaneció tres meses, y posteriormente enviado al campo de Gurs, hasta que consiguió ser puesto en libertad. Al cabo de medio año de permanecer en el país bajo muy difíciles condiciones dio comienzo la II Guerra Mundial y poco después la invasión alemana que acabó con una humillante derrota militar francesa y la división del país por los ocupantes nazis. Se produjo entonces el reencuentro familiar y para subsistir trabajó en la fábrica de aviones Dewoitine en Toulouse.


Manuela Ballester. “Refugiados”.

La misma ruta tomó el pintor, dibujante y escenógrafo valenciano Francisco Marco Chillet, quien durante la guerra civil se trasladó al País Vasco, donde apoyó la causa republicana. Combatió con el rango de capitán en una unidad de migueletes y colaboró además con la Diputación de Guipúzcoa impartiendo clases de artes plásticas. Al llegar a la frontera fue capturado por la gendarmería y enviado inicialmente al campo de concentración de Argelès-sur-Mer y posteriormente al “hacinado, cerrado y claustrofóbico” de Agde, donde dibujó retratos de prisioneros y apuntes acerca de la vida cotidiana de los refugiados republicanos. Al ser puesto en libertad consiguió un visado y pasaje para embarcar en el vapor Cuba que lo trasladó a la República Dominicana, junto a otros quinientos refugiados que procedían de los campos de concentración, pero las autoridades dominicanas le impidieron desembarcar, por lo que el mercante siguió rumbo a la Martinica, donde consiguió embarcar en el navío Saint Domingue, puesto a disposición por el gobierno mexicano, que lo trasladó finalmente al puerto de Coastzacoalcos, y de allí, el 29 de julio de 1940, viajó a México Distrito Federal, reanudando su actividad artística como pintor de murales, ilustrador en diversos diarios y profesor de artes plásticas y, finalmente, como escenógrafo, siendo el responsable de la proyección y construcción de los escenarios de más de un centenar de películas. Por su actividad cinematográfica la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas Mexicana le concedió un premio Ariel. Alternó esta actividad con la de pintor de caballete, exponiendo en diversas galerías de arte, como profesor de Pintura y Dibujo y con su dedicación a los estudios esotéricos.

Igualmente figuraba la actriz, dibujante y pintora valenciana Amparo Segarra Vicente, que más tarde se convertiría en la esposa del también pintor gallego Eugenio Granell, cuya vida en el destierro estuvo marcada por su compromiso político poumista y su adscripción a la vanguardia dentro de la corriente surrealista. Nacida en Valencia, en el barrio de Sagunto, en 1915. Estudió varios años en un internado en Argenteuil, cerca de París, donde aprendió francés, lo cual le permitió tener acceso a una cultura amplísima y conocimientos artísticos, literarios y filosóficos, donde nada de lo intelectual le fue ajeno. Regresó a España y se casó con Miguel Anglada, un militar con el que vivía en Barbastro, en la provincia de Huesca. Cuando estalló la guerra, su esposo, fiel a la República, acudió al frente. Ella, embarazada, viajó a Barcelona para dar a luz. Poco después se trasladó a Aragón y sufrió el bombardeo efectuado por los fascistas sobre Monzón, en el que se destruyó la casa donde se alojaba. Ante la llegada inminente de las tropas franquistas, decidió regresar a Barcelona donde su vida se convirtió en un calvario al ser esposa de un militar republicano y haber apoyado a la causa popular. El ocho de julio de 1939 decidió abandonar la ciudad a pesar de las amenazas de las tropas nacionales y de los continuos bombardeos de la aviación legionaria contra los refugiados. En muy difíciles condiciones consiguió atravesar la frontera por los Pirineos con su hijo de dos años en brazos, sin apenas ropa de abrigo, calzada con unas alpargatas rotas, sin comida y acompañada por un rudo pastor que arriesgaba su vida, no por solidaridad, sino por dinero. Pero lo más duro de soportar fue la humillación que sintió cuando fue detenida por la gendarmería y cacheada. Se le vino el mundo abajo al observar ya en suelo francés la terrible catástrofe humanitaria en las que vivían muchos refugiados en los campos de concentración mientras eran vigilados y tratados con toda dureza por tropas senegalesas y marroquíes. El SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles) le proporcionó ayuda y la envió poco después a Vernet-les-Bains, en donde había tres hoteles para españoles. Tras reunirse con su esposo decidió embarcar con destino a un país hispanoamericano con la intención de reanudar su vida. En un viaje en tren conoció a Eugenio Fernández Granell, quien había dejado España en el 1939 y había llegado a París tras pasar por diversos campos de concentración. Cuando el barco llegó a su destino, Chile se negó a recibir más republicanos españoles, por lo que se vieron obligados a dirigirse finalmente a la República Dominicana. En Ciudad Trujillo, se divorció de su marido y contrajo matrimonio con Eugenio Fernández Granell y fruto de esta unión en 1941 nació su hija Natalia. Su vida estuvo conducida en su mayor parte por la actividad artística de su marido, y gracias a las amistades de este llegó a conocer, en el año 1941, a André Breton y a su familia, quienes huían del nazismo hacia Nueva York. Cinco años después, en 1946, se mudaron a Guatemala y, tras el estallido de la revolución guatemalteca, se trasladó a Puerto Rico. Pero su vida artística no se limitó a sus collages, sino que también ejerció como actriz en diversas obras de teatro entre 1944 y 1969 e, incluso, confeccionó el vestuario para alguna de ellas. En 1985, regresó a España, estableciéndose en su capital hasta su fallecimiento en 2007.

 

Refugiados dirigiéndose a los campos de concentración.

También se encontraba la militante anarquista catalana Sara Berenguer, la pareja del pintor e ilustrador castellonense, Jesús Guillén Bertolín que encabezaba a un grupo de compañeras de la asociación “Mujeres libres”. La presencia de un niño entorpeció la marcha hacia la frontera, a pesar de que cada una de ellas se turnaba llevándolo a brazos. Hicieron el recorrido por la noche para evitar ser localizadas por los nacionales, caminando junto al borde de la carretera en silencio y en fila india y de vez en cuando hacían un breve descanso, llamándose una a otra, para cerciorarse de que no faltaba ninguna. Se acercaron al paso fronterizo mientras que en su entorno algunos de los refugiados morían de hambre, enfermedad y cansancio, o eran víctimas de los ametrallamientos y bombardeos de la aviación, mientras a lo lejos se oían las explosiones de los obuses de la artillería nacional. Finalmente, consiguió llegar a Francia, donde se reencontró con su compañero Jesús, y se abrió una nueva etapa de su vida caracterizada por el temor a ser recluida en campos de concentración, ser traslada como trabajadora obligada a Alemania, escapar de los ocupantes alemanes o de los colaboracionistas franceses y conseguir sobrevivir en un país humillado por una derrota no esperada.

Algunos artistas optaron por abandonar la ruta de las carreteras y dirigirse a Francia campo a través bien formando parte de grupos dirigidos por un guía de la zona o en solitario, con lo cual estaban predispuestos a perderse y no llegar a su destino. En este sentido la huida a pie más comentada y arriesgada hacia la frontera que, a punto estuvo de acabar con su vida, la protagonizó el escultor valenciano Enrique Moret Astruells, quien tuvo la suerte de conseguir evadirse de un pelotón de fusilamiento nacional. Cuando el piquete estaba a punto de disparar contra él aprovechó la oscuridad de la noche y la escabrosidad del terreno para saltar por un terraplén y fugarse. Al estallar la guerra se había alistado voluntario en el Ejército republicano, siendo destinado primero al frente de Teruel y posteriormente al Quinto Regimiento con cuyos efectivos participó en la defensa de Madrid, en la ofensiva de Brunete, la retirada de Montalván y en la batalla de Vértice de Esplán donde fue herido en una pierna. En las operaciones del Segre se le otorgó la Medalla al Deber. Incorporado nuevamente al Estado Mayor de la 34 División fue ascendido al rango de Teniente jefe de la Sección de Cartografía. En los últimos meses de la guerra participó en numerosos combates en el frente de Cataluña y su nombre fue citado en varias ocasiones en el orden del día por su valor y heroísmo. Con el derrumbe del frente de Cataluña fue capturado en Olot por una avanzadilla de las fuerzas nacionales que lo recluyó en un cuartel de bomberos de esta localidad del que logró evadirse aprovechando un descuido de sus guardianes. En su desesperado camino en solitario hacia la frontera francesa fue capturado nuevamente por los sediciosos que lo interrogaron y dada su condición de comisario político comunista lo condenaron a morir sin ningún tipo de Consejo de Guerra. Los militares rebeldes, dirigidos por el General José Solchaga Zala que se encontraba al mando del Cuerpo de ejército de Navarra, cometieron numerosos fusilamientos sumarios contra los comisarios políticos comunistas y mucho de ellos capturados cuando trataban de llegar a la frontera fueron pasados por las armas. Estaban obsesionados verdaderamente por estos comisarios a los que consideraban culpables de haber cometido terribles atrocidades durante la guerra. Por todo ello se ordenó a las tropas la ejecución inmediata de todos los prisioneros militares que ostentasen este rango que fue rápidamente secundada por la oficialidad y la tropa no solo durante la contienda sino durante el periodo más duro de la represión de postguerra. Durante la noche, cuando el pelotón de ejecución estaba formado y a punto de disparar, logró desatarse de las cuerdas y en un rápido salto, se fugó, aprovechando el desconcierto, la oscuridad y la escabrosidad del terreno. Se lanzó por un barranco con tan buena suerte de no ser alcanzado por los disparos de sus perseguidores y, tras una larga marcha monte a través, logró ponerse a salvo cruzando la frontera. En las cercanías de Camprodont fue arrestado por la gendarmería y confinado en el campo de concentración de Barcarés-sur-Mer, que abandonó seis meses después al ser reclamado por el Comité Francés de ayuda a los intelectuales españoles y bajo su tutela residió en un albergue de Narbona, hasta finales de 1939. Durante la ocupación nazi se trasladó clandestinamente a París donde obtuvo pasaje y visado para trasladarse a la República Dominicana. Llegó a Santo Domingo a principios de 1940 y permaneció dos años en la isla hasta que consiguió trasladarse en 1942 a la vecina Cuba, estableciéndose en La Habana, donde se incorporó a su trabajo escultórico con prisa, en un intento de recuperar el tiempo perdido a causa de los acontecimientos bélicos y peripecias personales.


Eduardo Muñoz Orts: “Tristeza”. Óleo, 1938.

Refugiados anónimos salvaron el tesoro artístico español

Al mismo tiempo que se registraba esta gran desbandada de refugiados por las carreteras que conducían a la frontera francesa pasaba un convoy de varias docenas de camiones militares de gran tonelaje, custodiados por militares y un grupo de artistas, museólogos y restauradores, que ocultaba bajo sus lonas un total de 361 obras maestras pertenecientes al Museo del Prado y otras pinacotecas madrileñas. Los vehículos circulaban despacio y sin hacer ruido aprovechando la oscuridad de la noche para evitar ser localizados por la aviación enemiga. Su paso atrajo al interés de los refugiados que de inmediato comprobaron que su valioso cargamento consistía en grandes cuadros ya que muchos de ellas por su tamaño sobresalían de sus embalajes.

A pesar del cansancio y de las penalidades de los curiosos refugiados en su intento de alcanzar la frontera francesa no se produjeron incidentes y todos tenían muy clara la importancia artística de este cargamento que el gobierno republicano trataba de salvar a toda costa destruyendo el falso mito que retrataban a los “rojos” como saqueadores y destructores del patrimonio. Por lo general los refugiados formaban parte de esa gran masa neutra que tradicionalmente estaba al margen del mundo de la cultura y su relación con el arte era tangencial, pues no ocupaba en su escala de necesidades un lugar primordial ya que otros asuntos más terrenales relacionados con el trabajo, la supervivencia y la familia atraían sus preocupaciones primordiales. Por todo ello nadie podía sospechar que un buen número de refugiados, desesperados, hambrientos y agotados por las largas caminatas, de pronto, en clave de parábola iluminadora y poseídos por un instinto natural de proteger la belleza, se sintieran identificados con aquel valioso cargamento de obras de arte y se dispusieran a prestar su ayuda a pesar de que no entendían mucho el alcance de aquel hecho ni su relevancia en la historia del arte español.

Aquello resultaba tremendamente chocante, y con bastante carga de ironía, pues la imagen más difundida que se tenía de los republicanos, al menos fuera de nuestro país, era la de un grupo de vándalos sacrílegos y decididamente ignorantes. Pero si hacemos un análisis más profundo advertimos que era todo lo contrario. Y la prueba de ello estaba a la vista con el traslado de las obras maestras del Museo del Prado y otras pinacotecas madrileñas por una Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico que había creado el 23 de julio de 1936 el gobierno “rojo” ante el temor de que fuesen destruidas por los bombardeos indiscriminados sobre la población civil de la artillería de campaña y la aviación nacional.