Arte en las alambradas

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De la misma manera habría que reseñar por su indudable valor documental las instantáneas que tomaron los fotógrafos anónimos del Studio Chauvin de Perpiñán de los refugiados republicanos nada más cruzar la frontera y recluidos en los distintos campos de concentración montados por el gobierno de Edouard Daladier en 1939 para contener la gran oleada de exiliados españoles. Su trabajo quedó plasmado en el álbum Souvenir: L’Exode Espagnol que se publicó ese mismo año y que reunía cerca de un centenar de fotografías tamaño 8,5 por 13,5 centímetros. Y también hay que resaltar las magníficas instantáneas tomadas por el pintor franco-colombiano Manuel Moros, residente en la localidad francesa de Collioure, quien el 5 de febrero de 1939, no dudó en coger su máquina Leica y dirigirse a la carretera que bordea la costa entre España y Francia para dejar testimonio gráfico de los miles de refugiados republicanos que cruzaban la frontera por el paso de Portbou de la Marenda huyendo de las tropas nacionales. Durante los días sucesivos tomó fotografías del campo de concentración de Argelès-sur-Mer, entonces en construcción, donde fueron enviados cientos de refugiados en muy malas condiciones. Abandonó Collioure en noviembre de 1942 poco antes de la llegada del ejército alemán de ocupación y tuvo tiempo de enterrar en su jardín una caja de hierro que contenía 40 fotografías comprometidas seleccionadas y el resto se las llevó con él y otras 20 se las envió a su hermana. Curiosamente, los alemanes ocuparon la casa, pero quien encontró las fotos, en 1944, fue un niño de 10 años, Jordi Figueres, mientras trabajaba la tierra de aquel jardín para convertirlo en un huerto. El hallazgo de estas fotos se convirtió en un auténtico tesoro para el chico, que las guardó siempre con inmensa devoción. Las citadas imágenes, ocultas durante muchos años, fueron recuperadas finalmente en 2008 y constituían un testimonio excepcional e inédito del final de la guerra civil. Se trataba de instantáneas de largas filas de militares derrotados, niños, mujeres, ancianos agotados, caminando por las carreteras, hacinados en el paso fronterizo y también de escenas de los campos de concentración roselloneses donde entre 1939 y 1945 malvivieron más de 250.000 personas. Con ocasión del 70 aniversario de la retirada republicana, los propietarios de las fotografías cedieron las imágenes para ser expuestas junto a otras que habían sido localizadas por sobrino de Manuel Moros, Jean Penneff. La exposición “Febrero de 1939. El exilio a través de la mirada de Manuel Moros” se celebró en el Museo del Exilio de La Jonquera (Alt Empordà) durante los meses de febrero y marzo de 2009. La mayor parte de las 80 imágenes que se mostraron eran inéditas excepto cuatro que ya fueron vistas en 2003 en Madrid con motivo de una exposición sobre las Brigadas Internacionales.

En relación con los campos de exterminio nazis hay que destacar el papel fundamental que desempeñó el fotógrafo catalán Francisco Boix como cronista gráfico durante su estancia en Mauthausen. Destinado por las autoridades al departamento fotográfico de identificación, fue más afortunado que los condenados a trepar por una escalera mortal con bloques de granito a paso ligero, igual de azuzados por los SS que por los perros. Aprovechando su trabajo en el laboratorio fotográfico, burló la orden de Berlín, emitida tras la derrota de Stalingrado, de eliminar todo el material gráfico que recogía la vida –y sobre todo la muerte– en la red de campos de concentración austriacos. Llamado a declarar en el juicio sobre crímenes de guerra nazi de Núremberg, manifestó al tribunal que había ocultado 20.000 negativos fotográficos, con el apoyo de otros presos españoles, aunque solo un millar salieron a la luz. La operación clandestina se culminó con éxito en el otoño de 1944, cuando los deportados del Kommando Poschacher aprovecharon sus salidas al exterior –trabajaban para una empresa austriaca, que hoy es la propietaria de algunas siniestras instalaciones del campo de Gusen– sacaron las fotos del campo y se las facilitaron a Anna Pointner, vecina de Mauthausen, que las escondió en un muro. Después de ser liberado y establecer su residencia en Francia reanudó su trabajo de reportero gráfico y viajó de un sitio a otro como fotógrafo de L’Humanité, Regards o Ce Soir. Falleció en París en 1951.


Dibujo de Gerardo Lizarraga, realizado en el campo de concentración de Argelès, Francia, 1939.

Destacó la labor de los dibujantes historietistas que ya durante la postguerra europea se atrevieron a publicar en el extranjero de manera tímida y gradual una serie de novelas gráficas, tebeos, cómics e historietas gráficas que abordaban de forma tangencial o directa la cuestión del exilio republicano español que compartían el mismo interés por recuperar la memoria histórica de aquel suceso del que se carecía de información y se volcaron en su intento de reconstruirlo de la manera más coherente y fidedigna posible.

En ese contexto se desplegaba la obra de José Cabrero Arnal, prisionero y superviviente del campo de exterminio de Mauthausen, creador de la más que prometedora serie “Guerra en el país de los insectos”. Mantuvo, tras más de cuatro años en un campo de concentración, la admirable capacidad de conectar con el universo infantil para dar a luz, con guiones de Pierre Oliver y luego propios, a “Placid et Muzo”, unos animales antropomórficos, con un variado plantel de personajes secundarios, en la revista Vaillant (1946).

Igualmente sobresalió la producción de un hijo del exilio, como fue el dibujante Sergio Aragonés, nacido en 1937 en el seno de una familia republicana castellonense refugiada primero en Francia y después en México, desde donde se desplazaría a Estados Unidos contratado por la revista MAD.

También se encontraba el activista, guerrillero y periodista anarquista catalán Antonio Téllez Solá, quien después de pasar una experiencia concentracionaria en Francia publicó diversos libros sobre la historia guerrillera anarquista antifranquista y también en 1948 un libro de historietas gráficas titulado Álbum de dibujos a colores.

Figura relevante de la emigración fue el catalán Víctor Mora Pujadas, guionista de cómics y novelista creador de la serie de historietas de aventuras “El Capitán Trueno”, entre otras muchas obras. Inició su carrera en diversas revistas jóvenes y editoriales en 1948 y como miembro del PSUC fue detenido por la policía franquista junto a su compañera sentimental debido a sus actividades políticas. En 1962 se trasladó a Francia, donde colaboró con revistas como Vaillant, Pif y Pilote y escribió Els plàtans de Barcelona, que se editó inicialmente en París, en 1966.

Uno de los primeros dibujantes del cómic que se aventuró a salir al extranjero, aunque sin grandes riesgos pues viajó contratado por la división argentina de la editorial Molino, fue Carlos Freixas Jr. El inquieto dibujante Manfred Sommer se cansó de vivir en Francia y se trasladó a Brasil antes de regresar a España para trabajar al servicio de agencias y crear, ya en 1981, su personaje emblemático, el fotógrafo Frank Cappa. En cuanto al dibujante Florenci Clavé al implantarse la democracia fue uno de los pioneros en crear un cómic comprometido políticamente de marcado carácter progresista.

El también dibujante Julio Ribera contó que mientras trabajaba para el periódico France-Soir solía cruzarse en la redacción con el dibujante estrella de la casa, un tal Bernad al que siempre supuso nacionalidad francesa por hablar la lengua sin acento. Mucho después se enteró de que se trataba de un compatriota, zaragozano por más señas, que se había adelantado a exiliados y emigrantes laborales al buscar refugio en París antes de la guerra civil.

Más reciente era el dibujante madrileño Carlos Giménez, adscrito habitualmente al Grupo de La Floresta, y autor de diversos cómics ambientados en la postguerra española, entre ellas, Paracuellos y otras historietas que posteriormente serían reunidas bajo el título de España Una, Grande y Libre, y Barrio, por lo que recibió amenazas de muerte por parte de grupos de ultraderecha. Pero su producción más comprometida políticamente la realizó entre 2007 y 2008 con el título 36-39. Malos tiempos, que giraba en torno a la guerra civil.

Y de su misma generación era el dibujante valenciano Paco Roca, autor del cuadernillo El Ángel de la retirada en el que setenta años después de los hechos recordaba el exilio republicano en Francia a través de un relato gráfico con guión del francés Serguei Dounovetz, que se publicó inicialmente en Francia en 2010 y que llegó después a España.

A principios de 2015 la historietista Laura Martel y la dibujante Antonia Santolaya reflejaron la tragedia del exilio republicano en el álbum La historia del barco Winnipeg que fue publicada por Hotel Papel, una pequeña editorial especializada en cuentos infantiles de género que inició su andadura en el cómic de adultos recordando aquel viaje real que protagonizaron dos millares de refugiados españoles. Se describía la aventura del mercante francés Winnipeg que zarpó del puerto de Trompeloup, cerca de Burdeos, el 4 de agosto de 1939, con cerca de 2.500 exiliados republicanos hasta arribar el 3 de septiembre al puerto chileno de Valparaíso.

Igualmente en el verano de 2015 apareció la novela ilustrada El arte de volar, cuyos autores eran el guionista Antonio Altarribia y el dibujante Joaquim Aubert Puigarnau “Kim”, en la que se narraba la historia personal de un exiliado republicano desde su nacimiento, sus años determinantes durante la II República, su experiencia como soldado en la guerra civil su exilio en Francia y su persecución durante la ocupación alemana, hasta su definitivo regreso a España.

 

Y tras la instauración de la democracia surgieron una serie de pintores de caballete de izquierdas de distintas generaciones y procedencias que animados por un fuerte compromiso político de izquierdas y deseosos de recuperar la memoria histórica del exilio fueron capaces a su manera, utilizando técnicas y estilos diferentes, de captar en sus obras por primera vez el horror de la guerra y de los campos de concentración a través de imágenes vigorosamente expresionistas, sin concesiones que se asomaban al mundo como nuevos monstruos; realistas, en un intento de ser válidas y reconocibles para los espectadores o, imaginativamente, surrealistas con escenarios imaginados o soñados liberados de toda posible explicación racional o con la crudeza de rostros desnudos oscuros y extraños y paisajes que parecían surgir de escenarios dantescos.

Muchas de sus composiciones estaban inspiradas en el exilio y se colgaron en numerosos salones y colectivas monográficas por toda la geografía española en un intento de sensibilizar a la opinión pública sobre la necesidad de recuperar la memoria histórica y desentrañar una estética pictórica testimonial que parecía olvidada.

Un silencio roto por la transición

Por iniciativas personales de los propios protagonistas, de sus familiares o de colectivos e instituciones se han venido registrando homenajes que han incluido exposiciones personales, monográficas, congresos, reuniones y simposios acompañados de documentales, publicaciones y catálogos referidos a los artistas del exilio republicano. Como colaborador aún disfruto al recordar la muestra itinerante titulada “Exposición homenaje a las víctimas del franquismo y a los luchadores por la libertad”, que se celebró en 1988 en el Salón Columnario de la Lonja de Valencia después de haberse presentado en diversas ciudades españolas promovida por el PCE (m-l), los sindicatos CNT, CCOO, UGT y diversas entidades cívicas y culturales. En ella participaron casi un centenar de pintores españoles de edades, estilos y técnicas diferentes sin ningún tipo de censura ni consigna política, ni imposición ideológica. La única exigencia fue la participación voluntaria y desinteresada. Se trataba de un proyecto expositivo que pretendía, ante todo, dar a conocer a la opinión pública y a las generaciones más jóvenes una parte ignorada de la historia reciente de nuestro país. A pesar del carácter abierto de la muestra participaron un gran número de pintores, dándose la circunstancia que la mayoría de ellos no habían participado en la guerra civil ni protagonizado el exilio, aunque sí muchos de ellos habían pasado por las cárceles franquistas por su militancia en sindicatos y partidos de izquierda no autorizados por la dictadura. Y también se encontraban los independientes que no aceptaban el autoritarismo y que rechazaban entregarse a la placidez cómplice y suicida del olvido. Figuraban nombres como Manuel Alcorló, Bonifacio Alfonso, Francisco Agramunt Moreno, Carmen Álvarez, Francisco Álvarez, Ángel Aragonés, Rafael Armengol, Javier Arocena, Íñigo Arregui, Luis Eduardo Aute, Lluís Boch Marín, José Luis Cano, Joan Castejón, Jorge Castillo, Andrés Cillero, Manolo Dimas, Equipo Crónica, Equipo Realidad, Balbino Giner Gabarda, Artur Heras, Hernández Pijuán, Antón Llamazares, Ferrán Máñez, Mariano Maestro, Sixto Marco, Antoni Miró, Lucio Muñoz, José Ortega, Cinabrio Quijano, Joan Ramos, Antonio Saura, Rosa Torres, Ricardo Ugarte, Manuel Valdés, José Vento, Sixto Francés, José Freixanes, Patricia Gadea, Miguel Galanda, Juan Luis Goikolea, Rosa Gómez, Carmen Grau, Carlos Inda, Antonio Lorenzo, Mariano Lozano, José Lucas, Juan Manuel Llopis y Ángel Orcajo.


Manuela Ballester. “Presos”. Dibujo.

Todavía está en mi memoria la excelente impresión que me causó contemplar la gran exposición “Exilio” que se celebró en el Palacio de Cristal del madrileño parque del Buen Retiro del 17 de septiembre al 1 de diciembre de 2002, y en la que a manera de friso historicista se hacía un recorrido por los sucesivos escenarios del exilio republicano español desde 1939, final de la guerra civil, la retirada, la diáspora, la segunda derrota, transterrados, la Numancia errante, y hasta 1978, los retornos, año de proclamación de la Constitución actual. Eran años en que las instituciones públicas, universidades y fundaciones dedicaban sus programaciones a la recuperación de la memoria artística y, concretamente, del exilio republicano. La citada muestra correspondía a esa política divulgadora y fue organizada por la Fundación Pablo Iglesias en colaboración con el Museo Nacional de Arte Reina Sofía y diversas instituciones, galerías y coleccionistas particulares. Fue inaugurada por el Rey Juan Carlos I en un acto en el que estuvieron presentes además el presidente de la Fundación Pablo Iglesias, Alfonso Guerra; el comisario Virgilio Zapatero; la Ministra de Educación, Pilar del Castillo; el alcalde de Madrid y Alberto Ruiz Gallardón. En su intervención el comisario Virgilio Zapatero puso de relieve la dificultad que entrañaba una empresa como ésta, que se propuso contar, a través de cuatrocientas piezas, la vida y la tragedia de miles de españoles: “Esta exposición es un homenaje con el que se presenta una panorámica general de la odisea de aquellos doscientos mil compatriotas, cuyas ideas han terminado diseminadas por todos los continentes, para valorar en su justa medida la significación del exilio en la historia reciente de España”, dijo su comisario. “Exilio” tiene como punto de partida la Constitución de la República; el final de su trayecto se corresponde con la Constitución de 1978. Aseguró que “lo que hay entre ambas fechas –desde la perspectiva de la democracia– fue un largo y tremendo paréntesis”. Se trataba de recuperar y revisar la mayor tragedia humana sufrida en nuestro país a lo largo del siglo XX que convocaba en su entorno un mayúsculo sentimiento de vergüenza y fracaso, de dolor y sinrazón. El exilio y las terribles circunstancias que produjo en las vidas de cientos de miles de españoles rompen la lógica de la vida interior de España y, a la vez, la estructura emocional y cultural de los exiliados. Serviría revivir la hégira de unos hombres y mujeres que se vieron despojados de sus más queridas referencias: su trágica despedida era el inicio de una no deseada aventura a la que partían sabiéndose ya perdedores de las señas claves de su españolidad: la tierra y su cultura. Era un homenaje y recuerdo a los seres que protagonizaron el exilio a través de las huellas que mejor pueden expresar las circunstancias atravesadas por ellos: documentos originales, fotografías, publicaciones, carteles, pinturas, esculturas y objetos personales. Se organizaron los contenidos en seis grandes secciones en los que se abordaban la retirada, en la que la población civil caminaba hacia la frontera francesa; la diáspora, donde se documentaba la búsqueda de asilo de miles de españoles no sólo en Europa sino también en América, África, e incluso en Asia y Oceanía en sucesivas expediciones; la segunda derrota, en la que se describía la repercusión que el estallido de la II Guerra Mundial tuvo para miles de españoles exiliados en Europa; los transterrados, que narraba cómo las instituciones republicanas trataban a través de sus diversos gobiernos de mantener la legalidad en el exilio y su intensa actividad para obtener el reconocimiento internacional como legítimo gobierno español; los retornos, donde se describía la actividad clandestina tanto fuera como dentro de España y los primeros retornos, en la transición en que se ponía fin a la actividad del Gobierno en el exilio; y, por último, la Numancia errante, en la que se abordaba la gran labor cultural realizada por los españoles en el exilio.


Dibujo de un preso republicano durmiendo, realizado por Gerardo Lizarraga en el campo de concentración de Argelès, Francia, 1939.

Y recuerdo también con fascinación absoluta la exposición “Después de la alambrada. El arte español en el exilio 1939-1960”, comisariada por Luis Jaime Brihuega Sierra, que con una impronta divulgadora y didáctica, desde finales de 2009 recorrió diversas ciudades españolas. A pesar de que no abordaba en directo el aspecto concentracionario del tema, centrándose concretamente en los distintos exilios geográficos, sociológicos, ideológicos y estéticos que desgarraron e impregnaron el arte español del siglo XX, así como en los elementos que asociaron o disociaron el arte producido antes y después de la contienda fratricida, verdaderamente supuso una gran aportación de datos e información, convirtiéndose en una muestra referencial acerca del exilio artístico republicano, lo que en sí mismo fue en ese momento un acontecimiento, y que coadyuvó al conocimiento entre el gran público de este suceso histórico tan silenciado por la crítica oficialista del régimen.

En el marco de las actividades expositivas promovidas por la Universitat de València en febrero de 2010 el edificio de la Nau acogió en una de sus salas la citada muestra permitiendo por primera vez al público valenciano contemplar, a través de 200 piezas de cincuenta creadores, las claves temáticas y formales del imaginario artístico del exilio así como en los elementos que asociaron o disociaron el arte producido antes y después del conflicto que asoló el país durante tres años. Fueron cedidas para la ocasión por más de setenta colecciones públicas y privadas de dentro y fuera de las fronteras españolas, aunque no sólo se expusieron aquellas que realizaron durante su exilio sino también algunas otras que crearon durante el periodo republicano. Tanto es así que la exposición permitió ver por vez primera en nuestro país algunas de las obras de Remedios Varo (“El Tiforal”), Moreno Villa (“Nocturno”), Manuela Ballester (“Retrato de Totli”) y Elvira Gascón (“Cristo”). Fue considerada como una de las exposiciones que más y mejor analizaban en profundidad los distintos exilios geográficos, sociológicos, ideológicos y estéticos que impregnaron el arte español del siglo XX. Y lo hacía plateando una reflexión estética e ideológica sobre el arte del exilio español en su conjunto.

De excepcional por su contenido y la riqueza de sus obras artísticas reunidas, la exposición “Exilio español en la ciudad de México” que se celebró por primera vez en el Museo de la Ciudad de Madrid en octubre de 2010 y que ofrecía una panorámica muy completa acerca de la presencia en este país de numerosos artistas plásticos republicanos de diversos ámbitos. Se concibió como una muestra artística que reunió a varios cientos de pinturas, esculturas, dibujos, fotografías, libros, infografías, notas periodísticas y objetos personales de refugiados españoles muchos de los cuales pasaron por los campos de concentración franceses, norteafricanos, alemanes y austriacos al finalizar la guerra española. Coordinada por Rafael de Tovar y de Teresa permitió conocer las obras de numerosos artistas republicanos que se exiliaron a tierras mexicanas donde reiniciaron sus vidas, formaron sus familias y reanudaron su actividad creadora. Se publicó un catálogo profusamente ilustrado y con textos seleccionados por sus coordinadores Dolores Plá y Álvaro Vázquez Mantecón. Su contenido trata del exilio español a la ciudad de México a causa de la guerra civil y del trauma que supuso para todos aquellos que tras pasar por los campos de concentración franceses y nazis debieron partir y cruzar el Atlántico hacia un mundo desconocido.


Ángel Hernández García (Hernán). “Prisioneros”. Escultura.

La ciudad de México acogió dicha muestra en julio de 2014 gracias a un trabajo de colaboración entre el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y el Gobierno de la Ciudad de México, a través de la Secretaría de Cultura capitalina. Se contó con la participación de museos, universidades, fundaciones, organismos civiles, el Ateneo Español, el Centro Cultural de España, el Museo de Arte Moderno, la UNAM, el IPN, el Colegio de México y otras instancias que facilitaron el préstamo de materiales. En el acto inaugural, Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Conaculta, resaltó la importancia del exilio republicano por su aportación no sólo en el campo cultural, sino también en el ámbito de la ciencia, la ingeniería, la economía y en la política. Aseguró que “se conjugaron circunstancias, voluntades y biografías que dieron lugar a la más grande aportación cultural que México recibió durante el siglo XX”. El jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, valoró la valía del exilio acogido por el presidente Lázaro Cárdenas entre 1936 y 1939. En tanto que el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, coordinador de Asuntos Internacionales de la Ciudad de México, afirmó que fue el exilio más valioso que ha recibido México a lo largo de su historia. Y finalmente, Eduardo Vázquez Martín, secretario de Cultura del Distrito Federal, recordó que México, al ponerse al lado de la República Española, defendió el derecho internacional y la legalidad democrática, con lo que se refrendaron las convicciones de un gobierno comprometido con su pueblo.

 

Vemos como a largo de estos últimos años se fueron sucediendo en diversos lugares de la geografía española las exposiciones monográficas y retrospectivas relacionadas con el exilio artístico republicano promovidas por universidades, diputaciones, entidades culturales, fundaciones, museos y galerías privadas. A la vez, comenzaron a parecer libros, ensayos y monografías en los que se documentaban la vida de los artistas republicanos, su odisea del exilio y su paso por los campos de concentración. Aunque todavía quedaban muchos puntos oscuros y algunos huecos historiográficos que rellenar, el camino recorrido por parte de instituciones, fundaciones, entidades, museos y universidades ha servido para recuperar esta historia.

La postura oficial

Aunque el tema del exilio artístico es un tema transversal del destierro republicano su recuperación y actualización se ha venido desarrollando en las últimas décadas a la par que éste y refleja muy bien las condiciones de vida que sufrieron miles de refugiados republicanos. En este sentido, desde que la monarquía borbónica llegó al poder de la mano del dictador, y concretamente, tras su muerte y el inicio de la transición política se produjo tímidos intentos de reconciliación con la España errante con el aplauso de los distintos gobiernos democráticos.

Por razones ideológicas evidentes el régimen franquista durante muchos años había establecido un silencio sepulcral acerca del drama que supuso el exilio, los campos de concentración y los de exterminio. Sólo tras la implantación de la democracia y el régimen de libertades comenzó a registrarse tímidamente un proceso de recuperación de esta memoria perdida y olvidada al mismo tiempo que un cambio de sensibilidad por parte de gobiernos y que tuvo un eco favorable como no podía ser de otra manera por parte de la monarquía. Recuperado su protagonismo político como garante de la democracia la Corona como estrategia adaptativa, conciliadora y un tanto oportunista se vio en la tesitura de romper con la injusticia y anomalía que suponía la dictadura y fomentar una política de concordia entre los españoles a pesar de que sus intereses y valores eran necesariamente opuestos al republicanismo. Se produjo una extraña y curiosa paradoja acerca de la actuación de la Corona ya que exaltar los logros de la II República contravenía necesariamente a los de la propia monarquía borbónica cuyos malos recuerdos, desgobierno y despotismo estaban en la mente de todos. Si ya resultaba comprensible la postura que adoptó el régimen franquista contra los exiliados republicanos, a los que mantuvo en la marginación, más inconcebible y era de nota la actitud adoptada por el régimen borbónico contra un sistema que la estigmatizó y la hechó del poder ante el júbilo popular generalizado y que ahora ocupaba el poder gracias a los designios directos de un dictador vencedor que paradójicamente incumplió por decreto la legalidad de la línea sucesoria a la Corona.

De esta manera la cuestión hasta entonces aparcada como era el exilio republicano comenzó a ser conocido en sus detalles no sólo a nivel popular gracias a la información de los medios, sino en el ámbito del gobierno, la Corona y la clase política, por lo que comenzaron a reflotar parcelas desconocidas, hechos dramáticos y desopilantes que suscitaban rubor y personajes que hasta entonces habían permanecido marginados. Se pudo tener conocimiento de la presencia de los artistas republicanos en los campos de concentración franceses, en los de exterminio nazis y en los Gulags soviéticos.

Un importante gesto de reconocimiento de este drama y de acercamiento de la monarquía hacia el mundo del exilio republicano se produjo el 21 de noviembre 1978, cuatro años después de la muerte del dictador, cuando el Rey Juan Carlos I, en su primera visita oficial a México, recibió en la embajada a Dolores Rivas Cherif, viuda de Manuel Azaña, el segundo y último presidente de la República, muerto en el destierro francés en 1940. Se consideró este encuentro como un símbolo de reconciliación y aceptación de la nueva legitimidad. El Rey le comentó a la anciana viuda que si su marido hubiese vivido hasta 1978, le habría gustado ser testigo de la histórica reconciliación de un país, que tras una siniestra dictadura encabezada por el general Franco poco antes de esa fecha parecía irreconciliable. El otro gesto de acercamiento a los refugiados se produjo pocos días después cuando el Rey visitó Argentina y se entrevistó en la embajada de Buenos Aires con Claudio Sánchez de Albornoz, a quien le impuso la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio. Se trataba de un reconocimiento de la Corona a un alto dirigente republicano y gran maestro de historiadores, que a los ochenta y dos años había heredado la investidura virtual de presidente de la República en el exilio.


Enrique Climent. “Exiliados”. Dibujo.

Como era previsible las primeras iniciativas por reconocer y condenar el drama del exilio vino de la mano de Felipe González Márquez, secretario general del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) desde 1974 hasta 1997 y tercer presidente del Gobierno de España desde la reinstauración de la democracia, entre 1982 y 1996. Tras obtener el PSOE la mayoría absoluta en las elecciones de 1982, fue investido presidente del Gobierno. Su mandato de trece años y medio fue el periodo más largo de un jefe de Gobierno de la democracia en España y bajo su gobierno se promovieron diversas iniciativas editoriales, exposiciones y congresos donde se abordó por primera vez de manera oficial la cuestión del exilio republicano en un deseo de recuperar la memoria histórica perdida durante muchas décadas de dictadura.

Una política de recuperación y condena que prosiguió las décadas siguientes el presidente del gobierno español, el también socialista, Rodríguez Zapatero, quien verdaderamente impulsó durante su mandato la Ley de la Memoria Histórica, convirtiéndose en el vocero más notorio en reconocer, difundir y divulgar esta historia de la ignominia. Lo dejó muy claro durante su visita, el domingo 8 de mayo de 2005, al campo de concentración austriaco de Mauthausen, en conmemoración del 60 aniversario del final de la II Guerra Mundial, rindió homenaje a los 7.000 republicanos españoles que perdieron la vida entre sus muros. El antiguo campo de concentración celebró un acto central por ese aniversario, que fue precedido de una serie de conmemoraciones simultáneas por parte de cada país con compatriotas que sufrieron directamente en él la barbarie nazi. Fueron concentrados la mayoría de los republicanos españoles durante la II Guerra Mundial y, de los 8.000 que allí fueron trasladados, sólo unos 2.000 sobrevivieron. Acompañado de su esposa, Sonsoles Espinosa, Zapatero saludó a muchos de los que padecieron este campo de concentración y alguno de ellos no pudo reprimir las lágrimas al fundirse en un abrazo con el jefe del Gobierno español. Zapatero subrayó que cualquier ser humano se conmueve en Mauthausen y él, “como presidente del Gobierno de la España democrática”, quería “rendir homenaje, recuerdo, memoria y admiración” a todos los españoles que sufrieron en este campo de concentración “en su lucha por la libertad y la dignidad”. Para Zapatero, “el legado de valentía y de sufrimiento” de los republicanos españoles en Mauthausen “no fue en balde”, ya que dejaron una memoria para que España sea un país libre y Europa un continente en paz, libre y democrático. Ante todos ellos me inclino con mi respeto en nombre de todo el pueblo español, porque os merecíais un reconocimiento, añadió Zapatero quien lamentó que los españoles que fueron recluidos en Mauthausen “sufrieran dos veces”, en este campo de concentración y en la guerra civil, y en ambas circunstancias elogió que defendieran la libertad y la dignidad. Os dejaron sin patria injustamente; una patria es sólo un país con justicia y con libertad y esa justicia y libertad es la que está en las banderas, en los lemas y en los eslóganes que habéis defendido, y esa justicia es la que hace hoy una España democrática, libre y de futuro, subrayó. Tras participar en este acto, Zapatero asistió al que se celebró con carácter general en conmemoración de la liberación de Mauthausen y, posteriormente, recorrió con un grupo de republicanos que allí estuvieron recluidos algunas zonas del campo de concentración.