Arte en las alambradas

Text
0
Kritiken
Leseprobe
Als gelesen kennzeichnen
Wie Sie das Buch nach dem Kauf lesen
Arte en las alambradas
Schriftart:Kleiner AaGrößer Aa

ARTE EN LAS ALAMBRADAS

FRANCISCO AGRAMUNT LACRUZ

ARTE EN LAS ALAMBRADAS

ARTISTAS ESPAÑOLES EN CAMPOS DE CONCENTRACIÓN, EXTERMINIO Y GULAGS

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, de ninguna forma ni por ningún medio, sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso de la editorial.

© Francisco Agramunt Lacruz, 2016

© De la presente edición: Universitat de València, 2016

Publicacions de la Universitat de València

www.uv.es/publicacions

publicacions@uv.es

Coordinación editorial y diseño de la maqueta: Vicent Olmos

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Imagen de la cubierta: Francisco Agramunt Moreno,

Los vencidos I (1960), óleo sobre tela, 100 x 73 cm.

ISBN: 978-84-9134-047-8

ÍNDICE

PRÓLOGO de Marc Baldó Lacomba

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1. EL MAYOR ÉXODO ARTÍSTICO DE LA HISTORIA

CAPÍTULO 2. LA RUTA DEL LLANTO

CAPÍTULO 3. ARTISTAS EN CAMPOS DE CONCENTRACIÓN DE FRANCIA

CAPÍTULO 4. ARTE EN LOS CAMPOS DE LA MUERTE

CAPÍTULO 5. LA GEOGRAFÍA CONCENTRACIONARIA FRANCESA

Campo de Argelès-sur-Mer

Campo de Saint-Cyprien

Campo de Judes

Campo de Los Haras

Campo de Le Vernet de Ariège

Campo de Agde

Campo de Barcarès

Campo de Bram

Campo de Gurs

Castillo de Collioure

Campo de Prats de Molló

Campo de Le Boulou

Campo Joffre de Rivesaltes

Campo de Vannes

CAPÍTULO 6. CAMPOS DE TRABAJO DEL NORTE DE ÁFRICA

Campo de concentración de Orán

Campo de Bou Arfa

Campo de Djelfa

Campo de Bou Saâda

Campo de Kenadsa

CAPÍTULO 7. CAMPOS DE EXTERMINIO NAZIS

Campo de Mauthausen

Campo de Auschwitz

Campo de Ravenbrück

Cárcel de Cherche-Midi

Cárcel de Fresnes

Campamentos de la isla de Jersey

CAPÍTULO 8. GULAGS SOVIÉTICOS

BIBLIOGRAFÍA

Créditos fotográficos: Francisco Agramunt Lacruz, Francisco Agramunt Moreno, Javier Agramunt Valero, Almudena Agramunt Valero, Agustín Centelles Osso, Primitivo del Pico, Manuel Bruque, Robert Descharnes, L. Pomés, Maribel García Morata, Vicente Esteban, Michel Sima, Josep Renau, Manuela Ballester, José Jornet, Eric Robert / Corbis Sygma, Alberto Estévez, Gérard Blot, I. Huedo J. Vacas, A. Holgado, Martín Santos Yubero, Aurelio Pérez Rioja, Manuel Edo Mosquera, Enrique Tapia Jiménez, Robert Capa, Gerda Taro, David Seymour “Chim”, Juan Guzmán, Mikel Ponce, Walter Reuter, Endre Erno Friedmann, Francisco Boix Campo, Josep Kessel, Jean Moral, Benítez Cassans, Luis Torrens, Marcos, Luis Escobar, Vidal, Constantino Suárez, Manuel Moros, Kati Horna, Dezvo Rebai, Georg Reiner, Hans Namut, Walter Reuter, Tina Modotti, Albert Deschams, Ricardo Vinós, Kurt Schnietzler, Enrique Segarra, Dora Maar, Vaclav Chochola, Joaquín Cortés, Jesús González, Alejandro Pradera, J. Blázquez, Bruno Jarret, José H. Gamazo Zamora, Benítez Casaus, José Díaz Casariego, Ignacio García Cano Jr, Ana Torralva Forero, Hermanos Fragella, Hermanos Mayo, T. G. Reeves y Edith Tudor. La mayor parte de las fotografías han sido cedidas desinteresadamente por los propios artistas o por sus familiares; un buen número pertenecen a colecciones privadas y el resto forman parte de los fondos de la Agencia EFE, Archivo Histórico del PCE, Archivo de la Fundación Pablo Iglesias, Fundación Luis Seoane, Fundación Josep Renau de Valencia, Archivo CTK, Fundación Max Aub de Segorbe, Universitat de València, Ateneo Español de México, Instituto de Cultura Juan Gil- Albert de Alicante, Museu d’Historia de Catalunya de Barcelona, Residencia de Estudiantes de Madrid, Asociación Guerra Civil y Exilio, Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, Fundación Eugenio Granel, Fundación Largo Caballero, Fundación Ramón Rubial - Españoles en el Mundo, Fundación Universidad Española, Instituto Valenciano de Arte Moderno de Valencia, Museo de Arte Moderno de Collioure, Museo de Arte Moderno de Perpiñán, Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, Amical de Mauthausen de Barcelona, Museo Reina Sofía de Madrid, Museo Memorial del Exilio (MUME) de la Jonquera, Centro de Documentación de Mauthausen, Centro de Documentación de Rivesaltes, Centro de Documentación de Auschwitz, Galerie Raymont Creuze de París, Sala Parés de Barcelona, Fotografía Moderna de Ciudad Trujillo, Weintraub Gallery de Nueva York y Studio Chauvin de Perpiñán, etcétera.

PRÓLOGO

El libro de Francisco Agramunt Lacruz, Arte en las alambradas, es un trabajo relevante y oportuno. Recupera un fragmento de la historia reciente de España y de Europa que los ciudadanos no podemos permitir que quede desgajado de la memoria histórica. Al contrario: la materia de la que trata enraíza de algún modo con lo que está sucediendo ahora mismo en la Unión Europea, en sus lindes con Oriente Medio y África. Recuperar para nuestra memoria, para nuestra conciencia cívica, la historia que nos cuenta Francisco Agramunt no es sólo una aportación historiográfica importante, sino además una llamada a la reflexión de nuestras conciencias sobre nuestro presente.

Los protagonistas de este libro son personas golpeadas y derrotadas por una guerra y expulsadas de sus casas, vidas y trabajos. Sus páginas se ocupan directamente de los republicanos españoles derrotados en 1939. Pero también nos hacen pensar en los derrotados de hoy, los refugiados (de hecho exiliados) que están siendo violentados, doblegados y privados de derechos por países que pertenecen a una de las regiones más ricas del mundo. El libro, pues, reclama ser leído no sólo con ojos de historiador sino, además, de ciudadano libre y horrorizado por lo que sucede. Cualquiera que aspire a la igualdad y la solidaridad y requiera que se apliquen los derechos humanos está invitado a su lectura. Y a todos ellos tiene algo que decirles.

Pero como es natural, a quien tiene mucho que decir es a los ciudadanos españoles. España es un país en el que se precisa luchar contra el olvido, recuperar la memoria de un pasado reciente y aterrador, y hacerlo de manera documentada, objetivada y contrastada. Esta tarea es necesaria para la buena salud política de una sociedad democrática.

La derecha española considera, al contrario, que mirar hacia atrás, remover tumbas y experiencias traumáticas “nos divide”, pero no justifica su argumento. Al contrario, lo que divide es no querer mirar con limpieza y objetividad ese pasado que fue explicado tendenciosamente durante los cuarenta años de dictadura, que operaba con violencia sobre el pasado. La democracia actual no ha jugado todo lo limpio que cabía esperar con la historia del tiempo presente; le ha faltado valor y lo que ha hecho ha sido disimularlo.

Así pues, esa historia reciente y traumática ha permanecido, excepto en el medio académico y en limitados ámbitos intelectuales, velada y casi silenciada. Se ha producido, ciertamente, en los últimos treinta años una ingente investigación de la que este libro es otro aporte, pero aún no existe en 2016 una transposición didáctica de todo ese trabajo riguroso a manuales de bachillerato o de secundaria obligatoria; tampoco toda esa investigación histórica está socialmente integrada en la memoria histórica de los ciudadanos. En España sigue faltando una política educativa y cívica adecuada sobre la Historia del Presente. En su defecto, los tópicos siguen en pie. Uno: presentar con exageración (por no decir manipulación) la violencia política de la época republicana para justificar como necesario un golpe de Estado reconvertido en supuesto alzamiento popular y no mostrarlo como una atrocidad contra la democracia que promovieron militares que carecían de sentido del honor y que contaron con el apoyo de la derecha española más rancia y fascista. Dos: minimizar, omitir o edulcorar el exilio. Tres: silenciar el encarcelamiento masivo de ciudadanos o las sanciones económicas y laborales impuestas, destrozando vidas y haciendas. Y, sobre todo, cuatro: mostrar con igual magnitud la represión en ambas zonas y así procurar pintar una balanza compensada de fusilados a ambos lados, una especie de empate sangriento que recubre con falsedades y que se empeña en hacer creer que “todos fuimos culpables” por igual de la guerra y su secuela de desgracias.

 

Nada fue así. Lo expresan datos confrontados y abiertos la crítica contrastada y a la serena reflexión. La información desmiente los tópicos: 300.000 muertos en campos de batalla, 180.000 fusilados (algo más de 130.000 a manos de franquistas y algo menos de 50.000 a manos republicanas); de los 130.000 fusilados franquistas, unos 50.000 entre 1939 y 1946, es decir después de decir los vencedores la guerra había terminado; 1.000.000 de presos al acabar la guerra (200.000 fallecieron en esos hacinamientos); el empleo punitivo de presos en trabajos forzados; 500.000 exiliados; 114.000 desaparecidos (en las documentadas investigaciones del juez Garzón), 2.300 fosas por abrir… Tampoco hay nada similar en el bando franquista, desde las más altas magistraturas (ni siquiera en las menores), a discursos como el de la “paz, piedad, perdón” de Azaña, ni se ven trazas de compasión a pesar de tener en su lado el apoyo y bendición de la Iglesia católica. Hubo embustes tales como hacer creer que quien no tuviese las manos manchadas de sangre nada tenía que temer, y no pocos franquistas enronquecieron sus gargantas diciendo que no querían vencidos sino convencidos, aunque la dictadura convenció hasta el último día de su existencia con la represión y la vulneración de los derechos humanos.

La convivencia ciudadana democrática no puede fundamentarse en silencios, omisiones y tergiversaciones, en exhumaciones aún pendientes de cadáveres que fueron fusilados por los franquistas. La reconciliación cívica no enraíza ni en el “olvido” ni en el silencio u ocultamiento, sino que se construye sobre la memoria histórica. Hay que aportar cifras, datos y explicaciones contra los mitos y tergiversaciones intencionadas para ocultar la realidad.

Así pues, considero que es falso lo que la derecha española piensa y dice: que se debe evitar mirar hacia atrás porque el pasado “nos divide”. Al contrario, lo que divide es el ocultamiento del pasado, el incumplimiento contumaz de la ley de la Memoria histórica, la burla soez de dirigentes del PP hacen de quienes quieren dignificar a sus muertos enterrados en fosas, o los obstáculos burocráticos y de toda laya que dirigentes de ese mismo partido les imponen a familiares deseosos de dignificar a sus muertos.

Hay que superar esa memoria colectiva sectaria y malintencionada construida por el franquismo (con cruces y panteones para unos y fosas comunes en barrancos, junto a tapias y cementerios para los demás). Hay que construir una memoria histórica contrastada, objetivada y sin anteojos que sea base de la vida en democracia y apueste por una observación crítica de la historia reciente, incompatible con disimulos, silencios, omisiones y versiones acomodaticias a coyunturas políticas. Hay que rescatar la verdad y recuperar para la memoria a todos aquellos que vivieron aquella tragedia y sufrieron aquellas penalidades. Por supuesto, hay que explicar, sin duda, las razones que tuvieron todos, unos y otros, para actuar como lo hicieron pero también hay que otorgar el lugar que corresponde a quienes defendieron la libertad y el avance social, a quienes defendieron la Segunda República que, con los defectos que pueda tener, sigue siendo un valor histórico, ético y político y una forma de ejercer la democracia y gobernar tiempos difíciles, de crisis, combinando el poder institucional y la movilización social. Por otro lado, junto a la consideración del valor político de la democracia republicana, también debe hacerse reparación moral de las víctimas republicanas, aspecto este último tan importante políticamente como rescatar la transparencia de los hechos que se reclama.

* * *

Pues bien. Una parte de esa tarea es la que hace este libro, centrándose en un aspecto clave de toda esta experiencia: el exilio y dentro de él un fragmento del llamado exilio cultural y/o profesional: los artistas plásticos.

La primera reflexión a que convoca el texto de Francisco Agramunt (autor de aportaciones anteriores destacadas sobre el tema como el libro Arte y represión en la guerra española: artistas en cárceles, checas y campos de concentración es la variedad social y profesional del exilio de 1939. España ha tenido una contumaz historia de expatriaciones por causas políticas, pero ninguna comparable al exilio republicano de 1939, que constituye uno de los fenómenos más importantes de nuestra historia reciente. A diferencia de los siglos XIX y XX (no del XV o XVI), el exilio no se redujo a un grupo más o menos numeroso de figuras –señeras o medianas– de la intelectualidad y la política, sino que fue masivo y afectó a un amplio abanico de profesiones y oficios. “Por la diversidad de las profesiones –ha escrito Sánchez Vázquez– es un espejo del amplio espectro de las fuerzas sociales que libraron la guerra contra el franquismo”. Medio millón de exiliados es la cifra que se maneja; una parte minoritaria de este grupo, no bien calculada, eran intelectuales con cierta notoriedad en el campo de la política, la ciencia, la técnica, la literatura, la filosofía, las artes y las profesiones liberales y docentes.

Este libro muestra diáfanamente este aspecto. Un abigarrado universo de centenares de artistas de todas las edades, procedencias, campos de trabajo, estilos, consagrados y desconocidos, comprometidos con la República o simplemente republicanos cruzaron la frontera en 1939. Había “pintores, dibujantes, grabadores, escenógrafos, ilustradores, diseñadores, escultores, arquitectos, figurinistas, fotógrafos, cineastas, galeristas, profesores, marchantes, periodistas, historiadores y críticos de arte españoles”, recuenta el autor. Y el libro rastrea su periplo y hace prosopografía o estudio de las biografías de los artistas en su contexto artístico, y se siguen sus pasos por estos recintos de represión, se registran sus muertes y sobre todo las vidas posteriores de aquellos que lograron salir con vida del infierno. De los que perecieron en él, siempre es más difícil: la historia se hace con el lastre que dejan las vidas. Las personas que vivieron muy jóvenes la crisis bélica, la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial y murieron en el frente, en un campo de refugiados o de concentración apenas dejaron marcas: legaron un trazo en el aire. Y esas escasas pistas no sólo dificultan la tarea del historiador (eso sería lo de menos), sino que nos dicen lo que fue realmente trágico: se quebró la vida de esas personas cuando eran jóvenes y aún no habían podido apenas desarrollar sus capacidades. Las guerras siempre son rompe vidas.

A la tragedia humana y personal de los desterrados que se exiliaron, muriesen en la resistencia o en un campo de refugiados o concentración, o sobreviviesen a las alambradas, se añade el vacío que dejaron en España. En el caso de los intelectuales y creadores de ideas y formas, el vacío cultural. Nunca se podrá ponderar el retraso de ideas, renuncia a avances y modernidad que supuso la expatriación de la plana mayor de la intelectualidad; nunca sabremos cuál hubiese sido el horizonte de España si no se hubiese producido el forzado destierro. Unos pocos miles de científicos, artistas, intelectuales, técnicos cualificados en la España de 1939, que no era un país sobrado de talento, es un gran drenaje. La riqueza cultural, creativa y de trabajo de lo que se perdió el país con el exilio de 1939 sólo se puede imaginar, soñar. Arte en las alambradas ayuda a imaginarla.

Francisco Agramunt organiza el trabajo en ocho capítulos que van siguiendo los pasos de los exiliados. No se trata sólo de rastrear el camino que recorrieron los artistas. Junto a ellos se detecta la travesía que siguieron los miles de vencidos, una historia colectiva que aún espera más estudios. En el primer capítulo “el mayor éxodo artístico de la historia”, se plantea la dimensión del fenómeno. Los capítulos segundo y tercero se dedican a la “llegada masiva de los artistas a Francia” y al análisis de los testimonios que aportaron cuando hacían “las rutas del llanto”, es decir el camino que siguieron para llegar a la frontera. Los capítulos cuarto, quinto y sexto, dan cuenta de los campos de refugiados franceses (Rivesaltes, Argelès-sur-Mer, Septfonds, Barcarès…) y del norte de África (Orán, Djerfa, Bu Saâda, Kenadsa), a donde llegaron muchos exiliados en mercantes y embarcaciones de puertos valencianos, como fue el caso del Stanbroock, que zarpó del puerto de Alicante el 28 de marzo de 1939. El capítulo séptimo aborda “los campos de exterminio nazis” (Mauthausen, Auschwitz, Dachau, Ravenbrück…). El capítulo octavo, el último, lo dedica al estudio de los encerrados en los gulags soviéticos (Karagandá), aspecto novedoso e incipiente aún en las investigaciones historiográficas.

La mayor parte de los 500.000 exiliados que pasaron la frontera, y con ellos los artistas, fueron recluidos en campos de refugiados como los antes mencionados. Algunos de los recluidos, entre ellos muchos artistas que el libro desgrana, tuvieron la posibilidad de salir de estos campos e integrarse en la vida civil o exiliarse a América. En cualquier caso, del medio millón de exiliados, 250.000 (mujeres, niños y algunos hombres) retornaron a España antes de comenzar la Guerra Mundial (septiembre de 1939). Pero los soldados y militares y las personas que no tenían “avales” no quisieron volver porque conocían la represión. Les esperaba un proceso militar (en el mejor de los casos, un par de años de cárcel), repetir la mili o ser enviados unos años a campos de trabajo forzados. Quedaron, pues, en Francia la gran parte de los militares y personas con algún compromiso con la República, por ligero que fuese.

El verano de 1939, cuando el gobierno francés veía ya venirse encima la guerra, facilitó que algunos republicanos se alistaran en la Légion Étranger o en otras unidades militares, mientras la mayoría se apuntaron a las Compagnies de Travailleurs Espagnols, donde como auxiliares militares hicieron trincheras y reforzaron parapetos, muchos de ellos en la línea defensiva Maginot, paralela a la frontera alemana. Se calcula que 100.000 españoles (algunos de ellos eran artistas que el libro desmenuza) quedaron encuadrados en el ejército francés. Y en esta situación es donde muchos republicanos españoles fueron detenidos por los alemanes y encerrados en campos de prisioneros o stalag, donde hacían las tareas que se les mandaba. De los stalag fueron deportados a campos de concentración o exterminio nazis como Mauthausen. Importante para esta operación fueron las negociaciones que en el verano de 1940 hicieron Ramón Serrano Súñer, “el cuñadísimo”, y Hienrich Himmler, jefe de las SS, para que los nazis se deshiciesen de los soldados republicanos. Y en ese momento comenzaron las deportaciones de “rojos españoles” (Rotspanier) a los campos de exterminio. En fin, también fueron deportados a campos nazis republicanos detenidos por la Gestapo en la Francia ocupada y dividida, entre otras razones porque muchos de los exiliados que se quedaron en Francia (y también algunos artistas) acabaron conformando la Resistencia o fueron detenidos por apátridas.

La trayectoria de los artistas españoles que pasaron por los Gulags es parecida y diferente a la indicada hasta ahora. Es parecida porque acabaron recluidos allí exiliados republicanos: algunos eran “niños de la guerra” con sus correspondientes maestros, otros fueron soldados especialistas (pilotos que se preparaban en la escuela de Kirovabad), marinos de las rutas marítimas entre la URSS y la España republicana, otros eran exiliados del 1939, mayoritariamente militantes comunistas. La razón por la que republicanos españoles o “niños de la guerra” ya adulos acabaron en gulags es, generalmente, por discrepar de las políticas estalinistas o por querer volver a España (lo que se interpretaba como una traición a la patria del socialismo). Pero también hubo entre en los Gulags españoles procedentes de las antípodas ideológicas: prisioneros de la División Azul y soldados del ejército alemán, como el pintor Pablo Ley Pardell, hijo de padre alemán y madre de Barcelona, que cuando empezó la guerra civil española aún tenía 15 años y estaba en Berlín, donde se quedó hasta ser movilizado por el ejército alemán. En los gulags coincidió todo el espectro ideológico.

 

Sin embargo el libro de Agramunt, además de seguir estos complejos vericuetos tiene el mérito que en el prólogo no se puede más que dejar indicado que es estudiar a los artistas que pasaron por todas estas peripecias, campos de refugiados en el sur de Francia o en Argelia, unidades militares francesas, Compagnies de Travailleurs, Stalag, grupos de la Resistencia francesa, campos de exterminio o Gulags.

* * *

Desde el primer capítulo el libro se plantea el análisis de la historia de los artistas plásticos que salieron del país, sobrevivieron a la violencia política del 39 al 45 y rehicieron sus vidas, sus experiencias, sus conocimientos y sus tareas en el exilio, volviesen más tarde a España o no. Pero también se plantea la otra cuestión clave del trabajo, la principal aportación, la que le da nombre y título, la creación artística en las alambradas (no sólo “después” de ellas). Se trata de “recuperar esa parte oscura del exilio artístico”, dirá Agramunt. Esta última cuestión (¿qué hicieron “dentro de las alambradas” como artistas?) lleva al autor a preguntarse algunas cuestiones esenciales que ya no dejan de acompañar al lector el resto del trabajo: ¿Qué les motivaba a ejercer su oficio artístico? ¿Con qué materiales pudieron operar? ¿Cómo los consiguieron? ¿Por qué dibujaron, pintaron, esculpieron? ¿Qué necesidades o impulsos tenían para hacerlo? ¿Cómo repercutió esta experiencia después, el resto de su vida en su producción artística?

Uno de los objetivos que les motivaba a producir, aún en precarias condiciones, era dar testimonio de lo que estaban viviendo ellos y las demás personas encerradas tras las alambradas. Siempre sorprende este impulso humano entrañado en la condición de ser social de contar, decir, dibujar, expresar… para que se recuerde, para que se sepa, para que no se olvide, para que se construya, en fin, una memoria viva en los ciudadanos que genere conciencia de cuánto les aconteció, para saberlo y reflexionar hasta qué límites puede llegar homo sapiens/homo demens, que así tal vez debería llamarse nuestra especie por cuanto ha hecho en el siglo XX y lo que va del XXI. “Sobrevivir para contarlo”, escribió Primo Levi. Es imposible no citar aquí a Francisco Boix, que declaró en Nuremberg… Es imposible omitir que no todos los creadores de detrás de las alambradas eran profesionales de las artes plásticas: hubo outsiders que dibujaron, pintaron o esculpieron impulsados por esa necesidad de testimoniar. Pero el testimonio no es la única motivación, ni siquiera podría desconectarse muchas veces de otras como hacer algo, aprender, expresarse y expresar, tener el cerebro activo, escapar de aquellas realidades, pintar o dibujar como terapia, como catarsis, como manera de seguir practicando la civilidad, como rebeldía, como forma de conseguir algo más de comida, para cultivar impulsos que en muchos artistas arrancan de las profundidades de sus almas… En resumen, puede citarse lo que dice el autor sobre los artistas que quedaron recluidos en campos del Norte de África, para dibujar, en pocas palabras, las motivaciones de la obra plástica de todos: “Nos ofrecieron –dice Agramunt– en sus dibujos, bocetos y pinturas una versión testimonial, lacerante, de su entorno, de sus compañeros, de su experiencia, de sus sentimientos y emociones y de sus amores y frustraciones, que convirtieron su experiencia personal, su drama íntimo, en un ejercicio de autoafirmación y de supervivencia. En un entorno de miedo desarrollaron una gran actividad plástica marcada por un fuerte compromiso testimonial, un sentido de resistencia y supervivencia y un sentimiento de dignidad”. Nada, sin embargo, tan ilustrativo, como mirar la obra específica de estos artistas, como por ejemplo, la de Josep Bartolí.

Por encima de las similitudes y parecidos, existen diferencias considerables entre unos y otros campos de concentración. Los centros de confinamiento, aunque todos tenían rasgos comunes, presentan gran variedad: no eran iguales los campos de refugiados franceses o norteafricanos que los campos de exterminio nazis o los Gulags soviéticos. Ni siquiera eran iguales entre sí los recintos de alambradas de cada una de las clases en que se han clasificado. En los campos de refugiados de Francia, pese a la dureza de condiciones de vida y trato, pese a las humillaciones, insalubridad, hambre, guardias senegaleses, que quedaron expresadas en sus obras y fotografías, se pudieron organizar en casi todos “barracones de cultura”, planteándose por vez primera en Argelès-sur-Mer en la primavera de 1939. En estos espacios, que expresaban su concepción de que la cultura era base de la libertad, se montaron talleres de pintura, se revelaron fotografías (Agustín Centelles reveló en este campo una parte de las que logró pasar de la guerra civil), se editaron boletines, se hicieron exposiciones, se impartieron clases de alfabetización, idiomas. Eran, pese a la pobreza de materiales con que los artistas trabajaban y los limitados recursos para las clases, una manera de salir de la inactividad, cultivar la dignidad y mantener la moral menos decaída, y contaron con apoyos de comités de solidaridad y partidos de izquierda. También fue exclusiva de los campos de refugiados franceses la posibilidad que tuvieron algunos exiliados de salir del campo e integrarse como trabajadores contratados en trabajos en empresas o explotaciones agrarias. Los artistas plásticos pudieron aprovechar su cualificación y sus capacidades, bien valoradas en el mercado laborar, para buscar contratos y encargos municipales y salir de los campos y, en algunos casos, por sus conexiones, poder exiliarse a América.

En los campos de trabajo y de concentración del norte de África ya no existían estas condiciones y posibilidades. A la severidad climatológica, se añadía el rigor con que se trataba a los reclusos (en Djerba, donde la temperatura podía bajar a –10 por la noche, se les prohibía encender hogueras), la aún más deficiente alimentación y peor higiene. A África, al margen de los que llegaron en buques como el Stanbroock, se deportaba de Francia a los que se consideraba más peligrosos, como le sucedió a Max Aub, que ha legado un testimonio elocuente. La única suerte fue que fueron liberados en 1942.

Evidentemente estas opciones no existían en los campos de concentración nazis, donde todo era peor. En los campos nazis las condiciones eran pésimas. Estaban pensados y diseñados para paralizar el pensamiento y destruir la personalidad; en ellos el trabajo no sólo era una forma de represión y denigración sino un medio de explotar a los prisioneros hasta la extenuación. El intensivo aprovechamiento del trabajo (esclavo de hecho), la escasa y deficiente alimentación, el hacinamiento, las enfermedades infecto-contagiosas y las disenterías, así como la destrucción de la personalidad por la suma de todo lo anterior más el trato criminal y las vejaciones que infligían los SS y sus auxiliares, eran un coctel que conducía a la muerte o, a los que llegaron más tarde o fueron más afortunados, al silencio y la deshumanización. Todas estas experiencias han sido expresadas por artistas como el judío eslovaco-español Adolf Frankl que pintó las Visiones del infierno, Eduardo Muñoz Orts, Manuel Alfonso Ortells o José Cabrero Arnal. Y sin embargo, pese a toda esta dureza, también hubo muestras de resistencia que a mi modo de ver no conviene exagerar ni idealizar, entre otras razones porque la mayor parte de los presos trabajaron hasta la consunción, aunque hubiese algunos presos en mejores puestos. En el Barracón 13 de Mauthausen se articuló por presos españoles una incipiente posibilidad de lecturas (organizada por Joan Tarragó), contactos, juegos y otras actividades, y bajo el manto de estas actividades surgió la reflexión y una mínima articulación política que conectó con un núcleo de “resistencia” tardío, de cuyas redes salió la célebre pancarta de recibimiento a las tropas liberadoras, que hizo Francisco Teix, o la esencial estrategia de Francisco Boix para salvar fotografías.

También fue dura la vida en los Gulags, donde también se hacían con rigor trabajos forzados, aunque también aquí, como recoge el libro, la de algunos artistas, por la cualificación de sus trabajos fue meno horrorosa. El pintor Pablo Ley Pardell, a quien ya se ha citado, fue autor de impresionantes cuadros que dan testimonio de aquella trágica experiencia.

El testimonio de lo que sucedió y el valor que los artistas dieron a la cultura como fundamento básico de la libertad serían, tal vez, las dos lecciones más potentes que este libro, Arte en las alambradas, nos aporta.

València, abril 2016

MARC BALDÓ LACOMBA

Universitat de València