Historia de la Brujería

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Aus der Reihe: Colección Nueva Era
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Capítulo VI: La brujería vasco navarra

En 1466, la provincia de Guipúzcoa dirigió una petición a Enrique IV de Castilla, su señor natural, para que hiciera algo eficaz contra las brujas que habían proliferado tan extraordinariamente en el territorio, que constituían un mal de primer orden y las autoridades locales no habían sabido atajar, bien por mostrarse demasiado blandas con las acusadas, bien por temor, hasta tal punto que habían llegado a silenciar en sus informes el acuciante problema.

El débil monarca castellano accedió a la petición y facultó a los alcaldes para sentenciar y ejecutar en casos de brujería sin derecho a apelación por haber llegado a convertirse en una auténtica plaga social.

La brujería vasca aparece ligada a una peculiar situación del país: el desorden provocado por los constantes conflictos derivados de las banderías antagónicas entre sí y una tradición de paganismo primitivo ligada a ídolos como la Dama de Amboto en torno a la cual se agruparon adoradores del macho cabrío demoníaco.

Escenario contradictorio fue así el Duranguesado porque además de hacer sinónimas a las brujas con durangas, había aparecido un movimiento religioso herético de hermanos unidos por la pobreza.

Procedimientos para desenmascarar

a una bruja

El procedimiento conservado más corriente trataba de meter cuantos alfileres cupiesen en el corazón de un gallo. Del mismo modo, si había una bruja en una iglesia y el oficiante se olvidaba de cerrar el libro del altar al final de la misa, la sorguiña o bruja vasca no podía salir del santo recinto porque “el libro que abría camino a los fieles para su salvación, cerraba el paso a la bruja maléfica”.

Las vascas aseguraban que nunca se debía dar la mano a una bruja agonizante, porque trasmitía sus poderes, más si se le ofrecía una escoba, un palo o un ramo de retama verde. Las ramas de los árboles podían quedar impregnadas de las imprecaciones brujeriles que el viento podía despertar.

La caza de 1527:

¿asunto religioso o político?

En un principio, expertos en la brujería vasco navarra alertaron sobre los maleficios que las sorguiñas comportaban, pero rechazaron de pleno sus fantásticos vuelos sobre escobas. Sin embargo, pronto ganaron la partida los que creían a pies juntillas los rápidos traslados a través de los aires, sobre todo, a partir de la caza de brujas propiciada en 1527 por el consejo de Pamplona, que había tomado el testigo de la Inquisición de Logroño cuando veinte años antes el Tribunal del Santo Oficio había ordenado la pena de hoguera para más de treinta desgraciadas.

Hasta tres juntas de brujos y brujas (como siempre, más de estas que de aquellos) halló el inquisidor Avellaneda en los valles del Roncal, Salazar, Aézcoa, Roncesvalles y la tierra septentrional de Pamplona con un total de más de cuatrocientos miembros, por lo que bien podría decirse que la infección brujeril del país era general.

Nace el aquelarre

Precisamente será en estas tierras vasco navarras en las que se utilice por primera vez la idea del demonio como macho cabrío: (akerr, en vascuence y larre, larra= prado) dando origen a la palabra aquelarre o akelarre = prado del macho cabrío, en donde tenían lugar las reuniones, sinónimo del sabbat, auténticas orgías sexuales para los inquisidores y las autoridades civiles en las que participaban promiscuamente hombres, mujeres y diablos que corrompían a mozas y hasta niñas. A los ojos de la Inquisición, los convocados al aquelarre siempre se trataban de sectas malvadas y juramentadas para hacer el mal sobre los seres humanos, animales y cosechas, con premio para los que realizaban más barbaridades y castigo para los que se escabullían de ellas. Sin embargo, es curioso que esta ofensiva se emprenda por los años en que el territorio navarro era anexionado a la monarquía de Carlos I, ¿no serían los acusados agramonteses, partidarios de los antiguos reyes de Navarra? Una vez más parece que política y religión se entrelazaron para la finalidad de los mandamases.

La brujería como inversión del cristianismo

El Tratado de las supersticiones y hechicerías de fray Martín de Castañega publicado en 1529 en Logroño y dedicado al obispo de Calahorra don Alonso de Castilla, representó el mejor alegato justificativo de que la brujería era la inversión del cristianismo. Su protagonista es la sorguiña, la bruja, nombre derivado del vasco sorguñ = sortilegio (en latín sors - sortis= suerte en castellano). Y el sufijo vasco egin = hacer (así pues, hacer sortilegios).

Fray Martín justifica que haya más mujeres que hombres porque estas (¡menudo alegato machista!) “son compendio de todos los vicios y las viejas y pobres más aún si cabe, que las jóvenes y ricas” (¡bien por la división de las clases sociales!).

Como cosa curiosa, admite que aunque una bruja puede salir en figura de pájaro, gato, zorro (o mejor gata y zorra, sobre todo esta última metamorfosis les venía perfecta) o de forma invisible de un lugar, nunca puede salir por puerta o ventana del tamaño menor que el que tenga el cuerpo que ha adoptado. Claro, porque sino quedarían encalladas. (¿Tan tontas eran que no hacían un previo cálculo antes de metamorfosearse?).

Otra cuestión relevante es que junto a tanta credulidad, Castañega llegó a la conclusión de que las personas que afirmaban estar endemoniadas debían ser tratadas como enfermas, con remedios naturales.

Reprobación de las supersticiones

y hechicerías

Publicado por el aragonés Pedro Sánchez Ciruelo (1470 - 1560), una especie de padre Feijoo de la época, donde se analizan muy detalladamente todas las artes mágicas, dedicada a las bruxas xorguinas, donde plantea la posibilidad del traslado mágico (eso el padre Feijoo no lo admitiría), pero también que la mayoría de las veces las bruxas quedan sometidas a una especie de letargo (provocado por los alucinógenos) durante el cual creen ser las protagonistas de las aventuras que cuentan luego.

¿Corrupción de menores?

Ya bien entrado el s. XVI, la gente del lugar recitaba el siguiente estribillo: “Cerca de San Sebastián llevan niños a Satán”.

Interrogados unos niños de diez años, confesaron que una tal Mari Chuloco que vivía en pasajes, aunque de origen francés, los engatusaba con promesas diciéndoles que se lo pasarían muy bien y les ofrecía golosinas hasta llevarles en presencia del mismísimo demonio. Quizás fuera el primer tipo de bruja pervertidora que iniciara a los muchachitos en los placeres prohibidos.

Los mozalbetes añadieron que en el lugar de las reuniones había una gran multitud de mujeres y hombres (más de lo primero), todos iban con máscara y danzaban a la luz de unas velas de pez. A veces dejaban al cuidado de los niños unos extraños sapos.

Uno de los chiquillos afirmó que cierta noche apareció de repente poco antes del amanecer una señora muy hermosa y muy bien vestida. Se trataba de la Virgen, que según la tradición legendaria salvó a la grey infantil volviéndola a sus familias ante la ira y consternación de las maléficas.

La justicia por su mano

A veces las autoridades civiles, ante la prudencia con la que se condujo la Inquisición en aquellas tierras forales en muchos casos, tomaron la justicia por su mano. Tal es el caso de las brujas de Cebeiro (cerca de Durango), cuyas acusaciones las gestaron, a lo largo del año 1555, unos aldeanos enemistados con otro grupo. Para ello se valieron de unas niñas inocentes a las que instigaron para que formularan gravísimos cargos. Llevó la voz cantante una tal Catalina de Guesala que tenía ocho años. En su declaración acusó de brujería a la facción contraria afirmando haber visto volar a las brujas y seguirlas por el mismo procedimiento del pringue, hasta el lugar de reunión en donde el demonio se presentó en forma de un caballo cornudo negro (animal más original que el cabrón, desde luego), danzaban y el demonio les daba a beber en una especie de cáliz de plata sus propios y amarguísimos orines (supongo que no actuaban como la pócima de la inmortalidad de Astérix) con lo que culminaba el desenfreno sexual.

Sucedió que la parte acusada también tenía sus testimonios y la propia Catalina fue a su vez acusada de brujería. El más mal parado fue un tal Diego de Guinea quien se dijo que sangraba a los niños y les sorbía la sangre (¿vampirismo?).

Entre delaciones por uno y otro lado, fueron presas en la cárcel de Bilbao veintiuna personas, de las cuales, solo cuatro eran hombres. Las mujeres fueron conducidas a una prisión a parte y fueron pasto de calumniadores que añadieron que se herían para que les chuparan la sangre (¿quién?).

Curiosamente el Tribunal fue benévolo y las acusadas y acusados solo recibieron tormento. Con buen tino, los jueces se dieron cuenta que aquel proceso de las brujas de Cebeiro a bombo y platillo se había desencadenado por odios y envidias vecinales como tantas veces y en tantos casos suele suceder y desgraciadamente sucederá.

Navarra

Hacía pocos años que el antiguo Reino de Navarra había sido incorporado al que pronto se llamaría Imperio Compuesto Español, cuando en 1525 una experta en cazar brujos y brujas, que atendía por Graciana, realizó en Auritz una cuidadosa inspección entre más de cuatrocientas personas presentadas por el comisario Anton de Huarte y contó, separándolos del grupo, hasta diez brujas y dos brujos.

La abuela de Graciana había sido bruja y condenada a la hoguera en Santesteban. Ante el peligro de seguir idéntico camino, Graciana se arrepintió y consintió en convertirse en delatora. Solo con mirar el ojo izquierdo de sus víctimas las identificaba por la señal en su párpado impresa.

Los focos de Salazar y Burguete

 

Aunque ya hacía tiempo que se hablaba de ello, hacia 1539 se ratifica que uno de los caminos para llegar a ser bruja es la herencia. Se descubren grupos importantes en Ochagavía y Esparza. En esta última localidad, la acusación salpicó al propio alcalde del que se dijo que presenciaba ceremonias brujeriles. Únicamente fue condenado a dos meses de destierro, porque entre el tribunal que los juzgó había quien no creía en patrañas brujescas.

Solo aumentó el temor a las brujas cuando estalló una epidemia de viruela que se cebó, en especial, en los niños de la región, provocando muchas muertes. Entonces la dramática circunstancia excitó al vulgo contra las brujas.

Burguete, cerca de Roncesvalles, fue presa de pánico hacia 1575, se decía que las brujas cabalgaban sueltas por la noche y se aparecían seres fosforescentes a los caminantes mientras se percibía el trote de unos caballos que nunca aparecían. Se produjeron misteriosas muertes. Se tejieron las más contradictorias historias, mientras hay quien afirmaba que algunas brujas llenaban de sapos y culebras la pintoresca villa de Burguete, otros decían que ello era solo producto de una exaltada imaginación y lo que solo hacían era hacer aparecer buenas anguilas y truchas en los ríos.

El grupo de Anocíbar

Otra vez fueron los chiquillos los que comenzaron a propagar que habían sido conducidos a los aquelarres. Pedro de Esáin, abad de Ciarruz y Anocíbar tomó buena nota y denunció a los magistrados que en la localidad y comarca, existían muchos individuos que practicaban brujería y artes diabólicas transformándose en diversos animales, y de forma invisible entraban en los hogares haciendo toda clase de maldades como la destrucción de las cosechas, y se atrevían a penetrar en los templos con objeto de escupir a los crucifijos e imágenes de los Santos.

La mujer de un tal Miguel Zubiri declaró en tormento que era asidua a los aquelarres y se relacionaba con el diablo como un enano negro miserable y ¡le hablaba en vasco! Advirtiéndole, como así sucedió, que tarde o temprano sería suya. Por su parte el marido confesó ser asiduo a los aquelarres y que el demonio se le aparecía en forma de seductora mujer (¿Quién sería el más cornudo de los tres?) y hasta una vez tomó la apariencia de libro (¡muy intelectual ese demonio!... Suponemos que el libro debería ser herético: ¡faltaría más!).

El tormento para los culpables tuvo lugar en Pamplona en 1575. Se rapó a las mujeres, hubo potro para el consiguiente descoyuntamiento de huesos y otra tortura: untados los pies con aceite (¡lástima que no fuera el pringue brujeril!) tuvieron que caminar sobre un brasero.

La polémica saltó a la palestra cuando el defensor Larramendi declaró que todas aquellas acusaciones eran fantasías infantiles y no concordaban entre ellas, mientras unos decían que el demonio se les aparecía como hombre, otros afirmaban que era solo un palo o un madero, un perro o un gato. En cuanto al número de asistentes a los aquelarres variaban según las confesiones, de veinte a tres mil.

Larramendi se lavó las manos y concluyó que solo la Inquisición podía recomponer aquel galimatías. Mientras Mari Juana Zubiri murió en la hoguera, Miguel Zubiri falleció en la cárcel.

Una reunión fantasmagórica

En 1576 fue acusada una octogenaria Gracia Martiz de Urdiain, pero por la edad, se salvó de la última pena y fue desterrada a perpetuidad. La acusación contra ella fue fantasmagórica. Se dijo que en su casa se reunían unas doce personas vestidas de blanco fosforescente, mientras la vieja contemplaba aquel remedo de cenáculo en camisón. Cuando se vio descubierta por las autoridades, encendió una fogata de tales dimensiones que los que vinieron a espiar la extraña reunión, huyeron despavoridos.

El valle de Araiz

Veinte años más tarde le tocó el turno al valle de Araiz. La joven María Miguel de Orexa confesó ser bruja desde los diez años, condición heredada de su abuela antes de morir. Después la joven fue untada convenientemente junto con su padre y volaron hasta la cuesta de Urriola. En un lugar cercano celebraron el aquelarre que concluyó como el lector ya ha leído mil veces.

La coincidencia hizo pensar por lógica, que el oficio de bruja era cosa de familia. Luego vinieron las contradicciones. La Inquisición quiso desentenderse aduciendo sus competencias solo en lo tocante a la fe. Y mientras, los acusados que tenían más suerte morían como chinches en las cárceles de Pamplona (y nunca mejor utilizada la metáfora, porque chinches los había y muchos). Hacia 1609 se abrirían nuevos dramas en la brujería navarra.

Capítulo VII: Pierre de Lancre,

Zugarramurdi y el auto de fe de Logroño

Una guapa muchacha de 14 años

A comienzos del siglo XVII vivía en la comarca de Labourd del país vasco francés pirenaico una guapa moza de 14 años que tenía la alucinación de ser una bruja. Estaba completamente segura de que, cada cierto tiempo, se reunía con muchas otras personas, entre las que se encontraban adolescentes de su edad, personas mayores, ancianos y muchos otros que aun no habían salido de la infancia. Todos juntos hacían unas fiestas tremendas en las que también participaba el diablo. Creía a pies juntillas que el Diablo le había dicho que para él sería muy grato que ella dijera: “Barrabám, barrabam”, cada vez que, estando en misa, viera que el sacerdote levantaba la hostia para consagrarla.

Así lo hizo ella, pero, para desgracia suya, la escuchó el procurador del Parlamento de Nerac, quien denunció el hecho al ilustre caballero Pierre de Lancre, comisionado por el Rey de Francia Enrique IV para exterminar a los brujos en aquella región. De este caballero se contaba que lo había leído todo sobre brujería y todo se lo había creído.

Al domingo siguiente, los dos próceres se situaron disimuladamente cerca de la muchacha de forma que cuando el cura alzó la hostia y ella dijo su “Barrabám. Barrabám”, la arrestaron acto seguido.

Así el caballero De Lancre daría comienzo a uno de los procesos de brujería más impresionantes del S. XVII. Sometida a tormento, la chica confesó los nombres que pudo recordar de los participantes en sus aquelarres, así como los detalles más escabrosos de la desenfrenada fiesta y los papeles que unos y otros desempeñaban en los ritos de brujería. Las detenciones sumaron varias decenas en apenas un par de días. Personas de ambos sexos, entre los 11 y los 79 años, fueron a dar a los calabozos antes de pasar a interrogatorio en las salas de tortura. Una de las brujas se mostró tan arrepentida que consiguió ablandar al comisionado del Rey quien la aceptó como delatora para cazar más brujas y brujos. Según los textos conservados era una joven hermosísima que se llamaba Morgui y De Lancre, la tomó para su servicio personal.


Representación de un aquelarre según las

declaraciones recogidas por De Lancre

Los procesos contra las brujas

catapultaron a De Lancre a la fama

Pierre de Lancre era originario probablemente de Burdeos, de una familia de abogados de renombre en la segunda mitad del siglo XVI con ascendencia vascongada. Conocía el italiano y era aficionado al baile y a la vida de sociedad. Hombre piadoso, recordaba con simpatía sus estudios en la Compañía de Jesús. Para algunos fue tenido como un místico. Otros no olvidaban su trato amable, risueño y hasta con buenas dosis de mundología, cualidades que le sirvieron para sus fines.

Hombre de leyes, buscó el delito de forma obsesiva haciendo de la religión la base de su código penal represivo y primario.

Pierre de Lancre se sentía tan seguro de que lo que hacía era justo que concluida su siniestra misión publicó dos obras sobre ella que son como un sangriento reportaje periodístico.

En recompensa a sus servicios fue nombrado consejero de Estado en París y allí murió en 1630, todavía oliendo a chamusquina.

Análisis de sus obras

Sus dos obras Tableau de l’inconstance des mauvais anges et demons (Cuadro de la inconstancia de los malos ángeles y demonios) y L’íncredulité et mescréance du sortilege plainement convaincue (La incredulidad y el crédito de los sortilegios plenamente convencidos) fueron publicadas en París en 1612 y 1622.

En las obras, De Lancre expone el efecto que le produjo la región de Labourd (O Lapurdi, en vasco) que el rey Enrique IV le había comisionado para limpiar hasta sus cimientos de brujería. Llega a la conclusión que el país de Labourd por su gente de baja condición, que hablan un idioma diferente: el vascuence, a caballo entre Francia y España, con unos habitantes aficionados más al mar que al laboreo de la tierra, marinos traidores, inconstantes y osados, sin amor por su patria, por su familia, sin ser franceses, ni españoles. ¿Cómo no iba a ser terreno abonado para que proliferase la brujería y el demonio campase a sus anchas?

Las mujeres permanecen solas en sus casas por la ausencia prolongada de sus maridos en tierras lejanas. Sin recursos para alimentar a sus vástagos, sin amor conyugal ni paternal, la relajación de las costumbres era la consecuencia natural apartándose cada día más de Dios.

De Lancre llega a escribir que los demonios expulsados de Asia y otros lugares a donde habían ido los misioneros encontraron el mejor refugio en el Labourd y que muchos testimonios habían visto legiones de demonios dirigirse hacia su nueva patria.

Pero si los hombres tienen toda suerte de vicios, peor son las mujeres al lado de un clero corrupto. Todas su gente es modelo de ligereza, inconstancia y malas costumbres.

Cuando empezó la persecución contra la brujería, caravanas larguísimas de fugitivos intentaron pasar la frontera española, algunos lo lograron con el pretexto de que iban a peregrinar a Santiago de Compostela o Montserrat, pero los que fueron apresados llenaron las cárceles y fueron pasto del tormento y, en último término, de la hoguera, sin atender a edad, sexo (el más numeroso el femenino), capacidad mental, etc.

Representación del aquelarre

Más que el relato del comisionado lo que más impresionó fue la ilustración de un aquelarre que aparece en el Tableau. Satanás como macho cabrío se halla sentado en un trono dorado, con cinco cuernos (ni uno más ni uno menos), uno de ellos se halla encendido y hace de antorcha para encender los fuegos de la esperpéntica reunión.

A su derecha, aparece la reina del aquelarre con elegantes vestidos, una corona y el pelo suelto (¡Para que luego digan que las brujas eran feas!), lleva en la mano un puñado de serpientes. A la izquierda se halla una monja con un puñado de culebras, se sienta en un trono lleno de sapos.

En primera instancia se percibe una bruja y un diablo auxiliar muestra a un niño seducido. Alrededor de una mesa rectangular cinco diablos y cinco brujas se disponen a darse un festín de carnes de ahorcados, corazones de niños sin bautizar y animales asquerosos.

Después brujas y brujos bailan en torno a un árbol de forma procaz e indecente cogidos de la mano, al compás de una música desgranada por los instrumentos de otras brujas.

Hay una gran caldera a punto de recibir sapos y culebras que serán la base para la confección de pócimas y venenos. Por el aire llegan nuevas brujas montadas en escobas o en machos cabríos acompañadas de los niños que han seducido y de toda clase de sierpes y dragones.

En un grupo a parte queda la gente rica y poderosa, resguardado su anonimato por máscaras. En un charco unos niños cuidan rebaños de sapos, armados de palos.

Cada escena va acompañada del consiguiente comentario de De Lancre que cita testimonios y confesiones particulares. Muchos de los acusados coincidieron en señalar que un tal Necato era el encargado de preparar las lociones voladoras hechas a base de flores y semillas de cierta enredadera y de grasa de bebés recién nacidos. Con ellas se friccionaban todo el cuerpo y quedaban en condiciones de volar en escobas o incluso en transformarse en aves o en gatos.

Crítica

Si aceptamos el punto de vista psiquiátrico, concluiríamos que todas las fuertes experiencias satánicas de los aquelarres son como un conjunto de alucinaciones e ilusiones capaces de transformar el erotismo común en algo de intensidad colindando en el misticismo.

Para Pierre de Lancre no había en ellos alucinación, ni ilusión, sino la presencia del enemigo que tenía poderes suficientes para manifestarse a quienes él deseaba y al mismo tiempo engañar al resto haciéndoles creer que allí no había nada. Incluso Baudelaire llegó a decir: “la mejor estratagema del diablo es hacernos creer que no existe”.

 

En todo este espinoso problema de la brujería se mezclan detalles de carácter realista con lo fantástico. Alguien confesó que la visión del aquelarre desaparece con solo pronunciar unas palabras santificadas o que podemos negarnos a ir si somos devotos en extremo. Ya nos referimos a que las lociones y pociones para pringarse y volar, con casi toda seguridad se trataría de preparados psicoactivos, plantas que el vulgo conocería como trompetas de los ángeles, gloria de la mañana o suspiros y que funcionarían como drogas alucinantes. Lo curioso es que De Lancre habla de toda clase de estos mejunjes y venenos, pero él mismo confiesa que no pudo tener ni la menor muestra de ellos en sus manos.

Como en Galicia, en el País Vasco el clima lo invadía todo y era creencia común que la mayoría de los frecuentes temporales de mar y de tierra que producían tan enormes desastres, eran culpa de las brujas, y las confesiones sobre viajes fantásticos hasta Terranova abundaron con la credibilidad total de los presentes. Y sobre todo, de Pierre de Lancre que llegó a creerse por delaciones de dos muchachas que confesaron haber participado en todo, sin ninguna clase de garantías ni de pruebas, que los demonios andaban tras de él y si no lo pillaron fue por casualidad, aunque de paso torturaron y chuparon la sangre a un colaborador suyo.

Culto satánico y misas negras

Ya nos hemos referido varias veces a que las prácticas de brujería, sobre todo en los aquelarres, se interpretaron como un remedo burlesco del culto cristiano. Pero de Lancre va más allá y creía sin refutación posible, que el demonio hacía aparecer templos, altares, diablos en forma de santos, música, campanillas (ya que no campanas, porque aunque las oyera, no hubiera sabido de dónde). Una corte sagrada de despenseros, diáconos, sacerdotes, falsos obispos usaban candelas, incensarios, etc. Con ofrenda, elevación y hasta ite Missa est. Incluso contaba con falsos mártires.

De Lancre pensaba que frecuentemente eran sacerdotes sacrílegos los que oficiaban. La demasiada familiaridad de los sacerdotes con las sacristanas y feligresas, su afición al baile y a los juegos les había llevado a todo ello. Dicho esto, la persecución contra ellos fue un hecho.

Poco a poco caló la leyenda de que en las misas negras (remedo en el fondo de un culto primitivo) se introducían elementos obscenos, oficiantes femeninas desnudas, ofrecimientos eróticos previa preparación de un cáliz en el pubis de la oficiante. Como en el territorio se chapurreaba un recuerdo del latín, francés y vascuence, Pierre de Lancre interpretó jaculatorias en los tres idiomas, para concluir que simbolizaba una ¡burla de la Santísima Trinidad! Lo propio dijo del signo de la Cruz con la mano izquierda.

El maleficio taciturno

Lo que escapaba a una explicación por alucinógenos era el denominado maleficio taciturno, que consistía en que los inculpados se mostraban resistentes a las presiones más cruentas cuando se les interrogaba sobre los aquelarres, en circunstancias de que llevaban varios días prisioneros sin posibilidad alguna de ingerir pociones misteriosas. Ello puede explicarse por tremendas influencias poshipnópticas que harían incapaz en los inculpados cualquier confesión posterior. Pero para Pierre De Lancre esto le importaba muy poco. Para él los prisioneros habían sido sometidos a una voluntad satánica que les impedía hablar para que no siguieran torturándolos.

Justificación de la caza de brujas

Así con esta falta de crítica, De Lancre se lo tragó todo, incluso lo de la marca del demonio en el párpado o en otro lugar de las brujas, cosa que nunca pudo encontrarse. Auxiliares incompetentes le llenaron el zurrón de falsas pruebas y acusaciones a las que se añadieron las declaraciones de los niños como base fundamental. El comisionado llegó a establecer que en el Labourd había más de tres mil personas marcadas acusadas del crimen de brujería. Ante tanta presión y crueldad, se produjeron algunos conatos de sublevación y, aunque los pesquisidores pasaron gran susto, sirvió todavía más para apretar la tuerca de la represión. Algo (como siempre) de política se mezcló en el asunto y se dijo que los castigos servían para fortalecer la autoridad del monarca. El paso de De Lancre por el tema fue a todas luces nefasto. En lo que quizás sí acertó es que la brujería era igual en Francia que en España e Italia y añadiría que había que extirparla como fuera para evitar desórdenes políticos y desviaciones heréticas (aquí ya no lo acertaba tanto).

Una puerta abierta al misterio

Sea como fuere, la física y la neurología modernas están aceptando como realidad muchas cosas que antes fueron calificadas como delirios, fantasías o alucinaciones. ¿Qué podemos decir en otro orden de cosas de los estigmas de los santos? ¿O de las supuestas o no, apariciones de la Virgen actuales? Por algo será que la Iglesia católica (y otras confesiones cristianas) han mostrado últimamente un aumento de su preocupación por los temas de la posesión diabólica y los exorcismos. Novelas y cine les van a la zaga.

Zugarramurdi, el modelo

más acabado de aquelarre

En el valle del Baztán, al norte de Navarra, y a pocos kilómetros de la frontera francesa, abre sus fauces la famosa cueva de Zugarramurdi, el templo de la brujería por excelencia. En el vestíbulo se encuentra un boquete a modo de ventana que se tiene por la mismísima Cátedra de Satanás. Se cuenta también que metamorfoseado en macho cabrío predicaba el mal a los asistentes antes de entregarse a las orgías más espantosas. Junto a la cueva se abre el prado del Macho Cabrío o aquelarre, nombre que ha quedado para el más perfecto de los sabbats o reuniones brujeriles.

Las persecuciones que inició la Inquisición contra sus asistentes a partir de 1610 fueron una continuación de las realizadas en el vecino territorio de Labourd, presa de temor por la extensión de la brujería por aquellos parajes del País Vasco.

El inquisidor don Juan Valle Alvarado inició las pesquisas que dieron en principio por resultado hasta trescientas detenciones, de las cuales fueron llevadas a Logroño como inculpadas unas cuarenta.


Grabado alemán de 1626 que representa un aquelarre.

La brujería como secta

Valle Alvarado y sus colaboradores llegaron a la conclusión de la similitud de la Brujería con cualquier tipo de secta a semejanza de las fiestas dionisíacas de la antigüedad clásica o de los Misterios órficos. ¿Cuáles fueron sus fundamentos?

Primero porque la brujería tenía sus propagandistas que eran los brujos más antiguos o viejos, considerados como maestros. Su finalidad era la promesa de renegar de Dios a través de una especie de catequesis. Conseguida la cual se llevaba a los neófitos al aquelarre.

Tras la promesa venía la presentación del novicio después la correspondiente untura de pringue para volar al aquelarre. Allí se encontraba el demonio y allí era presentado el novicio o novicia que renegaba de todos los sacramentos, a continuación, besaba a su nuevo señor, en la zona ya citada más repugnante.

El demonio imprimía entonces su marca en el ojo del nuevo aspirante (la consabida figura de sapo) y su sangre derramada era recogida en una vasija para solazarse con ella.

La maestra o maestro recibía unas monedas de plata por aquel nuevo esclavo, monedas que se debían gastar rápidamente porque sino desaparecían. Desde entonces se prohíbe al nuevo adepto pronunciar los nombres de Jesús y de la Virgen así como cualquier forma de santiguarse.

Recluta de niños

A los inocentes muchachitos se les llevaba al aquelarre con el señuelo de darles manzanas, nueces o golosinas si tenían edad para ir por propia voluntad (a partir de los seis años) sino se les podía llevar a la fuerza. Preferentemente a los que sus padres no habían persignado, echado agua bendita o defendido con reliquias. Quedaban entonces bajo la tutela de los maestros y eran encargados de cuidar una manada de sapos que entraban en la confección de los venenos y a los que se les debía tratar con todo mimo y veneración.

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