Maduro para el asesinato

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¿En qué estaba pensando?

Había dejado el trabajo sin tan solo avisar. Había reservado unas vacaciones impulsivas sin pensar en su futuro. Los altos cargos en el mundo de la publicidad eran escasos —era una industria competitiva y ese miedo siempre había estado pendiente cada vez que había trabajado horas extra y había invertido horas de más y sacrificado sus vacaciones y su vida social.

Con la cara enterrada en las manos, Olivia se dio cuenta de que lo había tirado todo por la borda. Ahora estaba en otro país, al otro lado del mundo, sin ninguna oportunidad de hacer control de daños o incluso de pedir que le devolvieran el trabajo.

Actuando como lo había hecho, en un momento de resaca y locura, podría haber puesto en peligro todo su futuro.

El clic en la puerta delantera interrumpió la agonía de Olivia. Charlotte había llegado.

CAPÍTULO SIETE

Olivia sintió que su pánico disminuía mientras iba a toda prisa hacia la puerta delantera, abrumada por la alegría de estar de nuevo con Charlotte. Esta era la primera vez en casi tres años que veía a su mejor y más vieja amiga.

–¡Estás aquí! —gritó Charlotte mientras Olivia iba corriendo hacia ella para abrazarla—. No puedo creer que vinieras hasta aquí para esatr conmigo.

–¡Qué maravilla verte!

Olivia le sacaba una cabeza a Charlotte. A los diez años, medían exactamente lo mismo y era fácil fingir que eran gemelas en lugar de mejores amigas. A los once, Olivia había empezado a dar el estirón, que Charlotte casi había perdido completamente. Desde entonces, ser gemelas ya no había funcionado, pero habían continuado con el engaño de que eran hermanas.

Con su cara redonda y sonriente y su pelo largo y brillante con mechas rojizas, Charlotte irradiaba buen humor. Su presencia parecía llenar la villa y su alegre sonrisa iluminaba la habitación. Con el brillo de su alegre personalidad, Olivia se puso a creer que todo podría salir bien, después de todo.

–¿Has visto la villa? —Charlotte levantó las bolsas de papel marrón que había entrado—. Te voy a hacer una visita rápida y después podemos comer.

Olivia solo había llegado hasta el dormitorio antes de que le cogiera su ataque de pánico. Deseosa por explorar, cogió una de las bolsas y siguió a Charlotte por el aireado pasillo de azulejos.

Con sus baldosas del suelo de terracota y sus cálidas paredes color crema, la villa daba una sensación cálida y familiar. Los básicos de decoración de Matt eran el negro y el blanco geométricos. Durante los últimos años, todo en su apartamento se había gradualmente de uno de los dos colores. Cortinas blancas, alfombra negra. Colchas negras, fundas de las almohadas blancas. Sofás de piel negros, mesa de centro blanca. negro, blanco, blanco, negro… Olivia tenía la sensación de estar viviendo en un tablero de ajedrez.

Ahora, estaba cautivada por los detalles y la calidez que la rodeaban. En las hornacinas arqueadas que había a lo largo del pasillo había macetas de cerámica y jarrones de terracota. De las paredes colgaban tapices —representaciones de paisajes, comida y vino, enmarcados por pergaminos de hierro forjado.

Los dos dormitorios estaban a la derecha, mientras que a la izquierda, el pasillo se ampliaba y daba paso a un salón comedor abierto. Estaba lujosamente amueblado, con lujosos sofás de cuero beige. La mesa de centro y la mesa del comedor estaban hechas de una madera con una textura suntuosa.

La atracción principal de la habitación era la magnífica chimenea que había al otro extremo, colocada en una pared cubierta de piedra. Encima de ella, centelleaba un ornamentado candelabro de techo. Unas lámparas con bases pesadas y pintadas a mano, con sombras vívidas de oro y naranja estaban esparcidas por toda la habitación sobre mesitas y estanterías. Olivia deseaba que llegara la noche, cuando lo pasaría bien encendiéndolas y disfrutando de las sombras entremezcladas de las luces.

A la izquierda había una arcada que daba a la cocina, y Olivia colocó la bolsa sobre la encimera, admirando las macetas de romero, tomillo y albahaca que había sobre el amplio alféizar y que llenaban la habitación con su fragancia.

–Compré algo de picoteo para comer y, por supuesto, vino —dijo Charlotte.

Mientras ayudaba a poner la comida en la fuente, Olivia miraba con deleite las carnes envueltas en papel, los tarros de aceitunas con sus extraños nombres italianos, el queso cremoso y blanquecino y la barra de chapata crujiente. Cuando todo estuvo colocado, Olivia no pudo resistir sacar el teléfono y fotografiar la exposición perfecta para Instagram.

–¿Dónde nos sentaremos? Fuera hay una mesa —Charlotte abrió la puerta de la cocina. Tras ella, Olivia vio un patio pavimentado, enmarcado con parterres de especias y verduras. En el otro extremo del patio, había una mesita y unas sillas, a las que daba sombra la rama colgante de un olivo.

–Fuera —decidió Olivia.

Llevó la bandeja hasta la mesita y se sentó en una de las dos sillas de hierro forjado. La vista desde este lado de la casa era igual de hipnotizador. El patio tenía vistas a la tranquila carretera, tras la que había un dorado campo de trigo. Al ver una arboleda en medio del trigo, Olivia recordó de años de escuela que, dos mil años atrás, los campesinos de la Toscana habían practicado la agricultura promiscua, donde sus cosechas básicas, normalmente trigo, aceitunas y uvas, se cultivaban juntas en los mismos campos.

Le encantaba ese término. Era uno de los pocos hechos históricos que se le había quedado grabado en la mente de la escuela. Hoy en día, era conocida como agricultura mixta, que no es ni de cerca una expresión tan interesante y la práctica tampoco es tan común como lo había sido.

Más allá del campo de trigo salpicado de árboles, a lo lejos, había una casa de campo enclavada con el telón de fondo del bosque verde. Mirándola, Olivia sintió una punzada de envidia por el propietario. ¿Sabía lo afortunado que era al vivir en este fascinante lugar?

Sospechaba que esta era la primera de muchas punzadas similares que padecería durante estas dos semanas. Sentía celos de todos los que vivían en esta zona. ¡De todos ellos!

Charlotte sirvió el vino e hicieron un brindis.

–Por la amistad —dijo Olivia.

Inhaló el buqué herboso del Sauvignon Blanc helado, sonriendo mientras tomaba un sorbo.

–Por las vacaciones impulsivas —dijo Charlotte, y volvieron a beber.

–Por los nuevos comienzos —añadió Olivia, como tercer brindis.

–Por perder peso —concluyó Charlotte.

Olivia levantó las cejas, mirando fijamente a la extensión de comida.

–En las dos últimas semanas he perdido unos ochenta kilos —explicó Charlotte—. Eso es aproximadamente lo que pesaba Patrick.

–¿Qué pasó? —preguntó Olivia—. Estabais a punto de casaros.

–Lo cancelé —dijo Charlotte. Eligió un trozo de pan de chapata y lo untó abundantemente con salsa de tomate deshidratado.

–¿Qué pasó? —dijo Olivia, mientras se hacía un bocadillo de jamón, queso y tapenade de olivas. Tenía curiosidad por lo que podía haber salido mal entre Charlotte y su prometido, al que no había conocido nunca, pero que por su presencia constante en el Instagram de Charlotte parecía ser guapo y encantador.

Charlotte hizo una mueca.

–Era complicado.

Empezó a hablar, paró, suspiró y tomó un sorbo de vino.

–Demasiado complicado por ahora —concluyó, gesticulando con impaciencia con un trozo de jamón de Parma—. No quiero estropear nuestra preciosa comida con un tema tan horrible.

Olivia asintió compasivamente.

–En todo caso, te trajo hasta aquí —consoló a su amiga.

–Exactamente —le dio la razón Charlotte—. Y también te trajo aquí a ti. Estabas tan ocupada que ni se me pasó por la mente invitarte. ¿Tendrás que trabajar durante tus vacaciones?

–No —dijo Olivia. Todos sus miedos le volvieron deprisa mientras añadía—:, me fui.

Charlotte casi se atraganta con el vino.

–¿Te fuiste de tu trabajo? ¿Quieres decir que te largaste?

–Lo odiaba. —Sintiendo una punzada de culpa, Olivia intentó justificar sus acciones—. Estaba promocionando una bazofia de fina que va en contra de todo en lo que creo.

–¿No podrías haberte ido a otra cuenta? —preguntó Charlotte en unos tonos de tranquilo asombro que hicieron sentir incluso peor a Olivia—. Tú me dijiste que tu madre siempre decía que si dejabas la publicidad, no serías capaz de hacer otra cosa que no fuera llenar estanterías.

–Necesito una nueva dirección profesional. No llenar estanterías —dijo Olivia con firmeza—. estar de vacaciones en el país del vino me dará tiempo para pensarlo. Uno de mis sueños es fabricar mi propia marca de vino artesanal.

–A mí me encantan los gatos, así que uno de mis sueños es ser domador de leones —se rio alegremente Charlotte, pero después vio la cara de Olivia y su sonrisa desapareció—. Pensaba que lo decías en broma. ¿Decías en serio lo de la marca de vino?

–Sí, lo decía en serio. es uno de mis sueños —insistió Olivia. Ahora que estaba aquí, parecía incluso más atractivo de lo que lo hacía en Chicago.

–Guau. Bueno, y ahora, ¿quieres ver el jardín? Los terrenos son preciosos.

Deseosa por explorar los alrededores, Olivia se levantó y salieron hacia los terrenos.

Mientras navegaba por la página web de la villa, había leído que las dos hectáreas originalmente se habían usado para la cría ecológica de gallinas. Un viejo gallinero de madera, ingeniosamente colocado en el jardín, servía como recordatorio de aquel hecho.

Pasando por un huerto de árboles frutales, subieron una cuesta empinada hasta un campo de hierba salpicado de arbustos y bordeado de árboles. Olivia se preguntaba si era aquí donde las gallinas criadas en libertad habían campeado.

El camino abrazaba el borde del descuidado campo y Olivia se di cuenta de que reconocía los árboles, gracias a su característica corteza gruesa y agrietada. Eran alcornoques. Qué conveniente encontrarlos aquí, en un país cultivador de vino.

 

Los admiró durante unos minutos, pasando las manos por la corteza, antes de regresar al patio, fragante con las especias.

Olivia entró al fresco de la cocina sintiéndose en conflicto. La mitad de ella estaba sin aliento ante el asombro de haber viajado hasta este paraíso. la otra mitad estaba temblando por el miedo de que sus acciones temerarias pudieran haber puesto en peligro todo su futuro.

Un amable golpecito en el hombro la distrajo de sus pensamientos.

–No tendrás miedo por el trabajo, ¿verdad? —preguntó Charlotte.

–Solo un poco —confesó Olivia.

Charlotte cruzó los brazos seria.

–Me temo que eso no está permitido en vacaciones. ¿Por qué no damos una vuelta en coche por la ciudad? Hay un bar en la ciudad por el que siento curiosidad. He visto a un montón de hombres guapísimos yendo allí. ¿Te apuntas?

Olivia recordó el sueño que había tenido antes de que el avión aterrizara. Bueno, este había acabado en una experiencia bochornosa, pero eso era razón de más para intentarlo de nuevo. En algún lugar, el amor la estaba esperando y no esperaría para siempre.

–¡Déjame que me ponga un poco de pintalabios y estaré lista para irme! —coincidió.

CAPÍTULO OCHO

Mientras se dirigían a la pequeña ciudad de Collina, Olivia se alegraba de que Charlotte fuera al volante. Ella estaba tan cautivada por las vistas que posiblemente hubiera chocado contra uno de los muros de piedra que bordeaban la estrecha calle.

Había un castillo en ruinas fuera de la entrada de la ciudad —un castillo de verdad con paredes derruidas y almenas en su torre. Parecía oscuro e imponente, con su perfil contra el sol bajo de última hora de la tarde. Quizás, hace mucho tiempo, esta torre había guardado el pueblo de los invasores.

Imagina vivir al lado de un castillo de verdad, vivo y en ruinas. Sufrió su primera punzada de envidia del día, mientras observaba cuidadosamente los apartamentos de dos pisos que había por allí cerca con sus fachadas color crema descolorido, contraventanas de madera y coloridos maceteros bajo las ventanas.

Mientras observaba, una mujer joven que llevaba una cesta de la compra bajó a toda prisa las escaleras gritando un alegre «Buon giorno» a su vecino. Llevaba su largo pelo oscuro recogido hacia atrás con una cola e iba vestida con el natural estilo y buen gusto que Olivia había visto que parecía poseer todo italiano. Nunca en un millón de años Olivia podría juntar ese top de color borgoña oscuro con unos tejanos azul cielo a media pierna y unas sandalias de un blanco radiante y parecer que había salido directamente de las páginas del Vogue.

Si lo llevara ella, la ropa parecería no pegar, como si la hubiera escogido mientras iba a tientas en la oscuridad. la gente miraría fijamente sus zapatos y después subiría la mirada como diciendo «¿De verdad?», «¿Con eso?»

En la ciudad, una barandilla de hierro forjado separaba la estrecha pasarela peatonal de la calzada, casi igual de estrecha. sacando la cabeza por la ventanilla, Olivia inhaló el rico aroma de café de la tienda de la esquina. A pesar de que era última hora de la tarde, unas cuantas personas de la ciudad estaban en el mostrador, bebiendo expresos y leyendo sus teléfonos.

todo el mundo menos Charlotte y ella parecía que vivían y eran de allí. Qué privilegio ver a la gente de allí ir de un lugar a otro con sus cosas de cada día en este lugar remoto.

Olivia descubrió una pequeña boutique de ropa y se preguntó si se animaría a visitarla y ver si podía conseguir algo del estilo italiano con ayuda de la dependienta. Le encantó ver una tienda de vinos con mucha actividad comercial. Después de esta había una zapatería, un puesto de verduras con una exposición viva y colorida de tomates y mandarinas fuera, una peluquería y una tienda con ofertas en ferretería y supermercado.

Dos panaderías, una enfrente de la otra, estaban cerrando sus persianas por hoy.

–¿Tú crees que son rivales? —preguntó Charlotte, parándose para dejar que un hombre mayor cruzara la calle.

–Estoy segura de que sí —dijo Olivia, mirando de un letrero a otro—. Prácticamente tienen que serlo. la enemistad seguramente se remonta siglos atrás.

–Y un día, cuando el hijo del propietario de Mazetti se enamore de la hija del propietario de Forno Collina, tendrán que fugarse a Pisa para casarse y sus familias los desheredarán para siempre —Charlotte se explayó con la historia.

En ese momento, un hombre con un delantal blanco salió de Mazetti. lanzó una mirada asesina a la tienda de enfrente y cruzó la calle. Sacó el teléfono del bolsillo y empezó a fotografiar los letreros de «Ofertas especiales» expuestos en el escaparate de la tienda.

Olivia y Charlotte se caían de la risa.

–¡Son rivales de verdad!—resopló Olivia—. Mañana por la mañana estará vendiendo a precios más bajos, o copiando las ofertas con todo incluido. Nos ha visto —vayámonos antes de que nos veamos metidas en este drama.

Al final de lo que pasaba por la calle principal de la ciudad había una iglesia diminuta con un capitel ornamentado. El sacerdote de pelo canoso estaba fuera, barriendo las escaleras de piedra. Los saludó con un movimiento de cabeza al pasar y Olivia le sonrió como respuesta, encantada. Su primer día en Italia y la gente de la ciudad ya la aceptaba.

Al girar al final de la ciudad, Charlotte condujo hacia el pequeño y animado bar que estaba situado arriba del todo de un callejón sin salida con una abrupta inclinación. La calle estaba abarrotada de coches y no se veía ninguna plaza de aparcamiento. Olivia empezaba a entender por qué todo el mundo conducía unos coches tan pequeños. El espacio, por todas partes, escaseaba. La primera vez que se subió al Fiat, pensó que era diminuto después de los sedanes y los todoterrenos a los que estaba acostumbrada en casa. Ahora veía que tenía un tamaño adecuado para la zona, bastante espacioso de hecho.

Aunque, mientras Charlotte soltaba tacos, intentando girar su Fiat alquilado en un espacio inexistente, Olivia empezaba a desear que el coche fuera aún más pequeño.

Tras completar un giro de trescientos sesenta grados, Charlotte lo consiguió sin ningún año en los parachoques o los tapacubos.

Volvieron a bajar la colina y aparcaron en otra calle más tranquila, antes de volver a pie.

El ruido sordo de la música los llevó colina arriba de nuevo, y Olivia se sorprendió de que incluso el rock italiano sonara melodioso gracias a la belleza del idioma. Se recordó a sí misma que aprender algunas frases sería una prioridad. Quizá podrían empezar hoy, justo aquí en este bar.

Olivia respiró el aroma combinado de cerveza, vino, humo de cigarro y —estaba segura— testosterona. En una pantalla encima de la barra estaban dando un partido de fútbol. Para su deleite, no pudo pillar ni una palabra de inglés en el barboteo de la conversación. Estaba clarísimo que este era un bar para la gente de la ciudad.

Se hizo una pausa cuando los clientes habituales se percataron de las dos nuevas llegadas. Olivia vio algunas miradas de admiración en su dirección.

Antes de llegar al mostrador del bar, las saludaron dos hombres, entados sobre unos taburetes del bar en una diminuta mesa redonda.

Ciao! —gritó el hombre que estaba más cerca.

A Olivia le dio un vuelco el corazón cuando se giró a mirar. El hombre, de aspecto canalla, tenía unos treinta años, el pelo y las pobladas cejas oscuros y una sonrisa pícara. Su amigo parecía tener unos años más, tenía la cabeza afeitada y estaba muy bronceado.

–Esto… ciao —respondió ella. Miró a Charlotte, quien le dio una sonrisa cómplice.

Entonces el hombre habló en un rápido italiano.

Olivia extendió las manos.

Non comprehendo? —intentó.

–Ah. Americano.

Se habló más italiano y, tras una conversación a gritos con las mesas de alrededor, de entre la multitud se levantaron dos taburetes más.

–Giuseppe –dijo el hombre, saludándose a sí mismo—. Alfredo —presentó a su amigo.

–Olivia. Siento no hablar italiano. Acabo de llegar —se disculpó Olivia, sentada en el asiento mientras Charlotte se presentaba.

–Bienvenida, Olivia. —Giuseppe sonrió—. Err… ¿Carlotta?

Olivia se dio cuenta de que el nombre de Charlotte causaba más dificultades a la gente de allí que el suyo.

–¿Vino? ¿Tinto, blanco?

–Tinto, por favor.

En aquel espacio lleno de gente, ella estaba apretujada contra el brazo musculoso de Giuseppe. Charlotte y Alfredo parecían llevarse estupendamente. En cuanto a ella, sin Matt ya en su vida, estaba más que preparada para un ligero coqueteo. ¿Quién sabe a dónde podría llevar?

–Eres muy hermosa —la halagó Giuseppe y Olivia notó que se sonrojaba. ¿Lo pensaba de verdad? ¿Podía esto ser el principio de un breve romance de vacaciones?

–¿Dónde te alojas? —preguntó él.

–Me alojo en una villa de por aquí cerca. Estoy de vacaciones dos semanas —dijo Olivia.

El vino estaba delicioso, con un estallido de fruta madura y un toque de picante. Beberlo le hizo pensar en el mural que había en la pared de la cocina, un collage e uvas vivas de un rojo morado.

–¿Tú vives aquí? —preguntó Olivia, deseosa por saber su papel dentro de este ambiente idílico.

Giuseppe negó con la cabeza.

–No, aquí no.

–Entonces ¿trabajas aquí? —Tal vez vivía en otro pueblo, pensó Olivia.

Giuseppe le dio otra rápida sonrisa.

–No, tampoco.

–Ah —dijo Olivia, momentáneamente desconcertada—. ¿A qué te dedicas?

Ya que no vivía ni trabajaba en la ciudad, ella supuso que podría ser un enólogo artesanal, que trabajaba incansablemente en su pequeño viñedo con los cálidos rayos del mediterráneo. Eso encajaba a la perfección con su objetivo en la vida. Imagina que el romance de vacaciones se convirtiera en algo más. Un día, incluso podrían trabajar esta tierra juntos, como pareja. Imaginaba días soleados con él en la casa de campo, exprimiendo las uvas en un cobertizo ventilado, creando vinos de edición limitada con una calidad y un carácter únicos.

–Soy limpiador —explicó Giuseppe.

–¿Limpiador? —Olivia se quedó de piedra. Un limpiador no encajaba tan bien en la fantasía rural que ella había imaginado. De hecho, era la pieza equivocada por completo. Su fantasía se había detenido.

–¿Trabajas en un viñedo? —preguntó con valentía intentando empezar de nuevo.

–No. Limpio lavabos en un crucero —dijo Giuseppe—. Esta noche el barco está atracado en Livorno, así que he venido a visitar a mi primo. —Señaló a Alfredo, que estaba bien metido en una conversación con Charlotte.

–Ya veo. —De repente, la sonrisa de Olivia pareció forzada—. ¿Lavabos?

–Quizás ahora podríamos ir a tu casa. ¿hacemos un café? —Giuseppe volvió a sonreír, con entusiasmo—. Tenemos que darnos prisa porque tengo que volver a bordo a las cinco de la mañana.

Sus sueños de romance se habían hecho añicos.

No le interesaba un rollo de vacaciones, Giuseppe solo estaba una noche en la ciudad. Eso no era lo que había visualizado cuando le había echado el ojo. ¡No era para nada lo que quería!

En ese momento, oyó el grito indignado de Charlotte.

–¡No! ¡Ni hablar! Mira, me voy de aquí. ¡Olivia, vámonos!

Sorprendida, aunque aliviada, Olivia se levantó disparada de su silla, diciéndole rápido adiós con la mano a Giuseppe mientras Charlotte la agarraba del brazo y la sacaba del bar.

¿Qué había pasado que hizo que Charlotte se fuera echando humo por las orejas tan de repente?

Las preguntas tendrían que esperar. Era lo único que podía hacer Olivia para seguir el ritmo de su enojada amiga mientras esta bajaba la colina a toda prisa.

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