Maduro para el asesinato

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CAPÍTULO CINCO

El sol de la mañana se colaba cruelmente por las cortinas blancas del dormitorio de Olivia, dándole martillazos en su dolorido cráneo.

–«El Valley tinto te destrozará la cabeza» —gruñó. Se incorporó con cuidado, haciendo un gesto de dolor.

A media botella del mejor vino de la Toscana le había seguido una gran copa de zumo de uva alcoholizado, cargado de sulfitos y con potenciadores de sabor. Por lo menos sabía que se había buscado su dolor de cabeza. Y el vino le había proporcionado un entumecimiento bienvenido cuando había vuelto a su apartamento medio vacío, donde las estanterías desordenadas y las marcas de zapatillas en la alfombra eran la prueba de que Matt había hecho una limpieza apresurada de todas sus pertenencias por la noche.

Bueno, ya estaba fuera de su vida para siempre. Adiós y hasta nunca.

Fue hasta el baño arrastrando los pies y se tragó dos Advil con un vaso grande de agua. Después se metió de nuevo en la cama, con la esperanza de que empezaran a hacer efecto pronto, pues le dolía incluso pensar.

Para pasar el tiempo, Olivia abrió su teléfono y echó un vistazo a sus redes sociales. Durante semanas, no había tenido tiempo de actualizar su cuenta personal ni de ponerse al día con lo que estaban haciendo sus amigos.

Se movió por Instagram y se alegró al ver que una de sus compañeras de su anterior trabajo había adoptado dos gatitos. Su feed estaba lleno de fotos de la pareja de pelirrojos, jugando el uno con el otro, persiguiendo juguetes y echando una siesta.

Otra conocida había asistido a una boda en Hawái y Olivia estaba fascinada con las coloridas fotos.

Después abrió los ojos como platos cuando apareció la siguiente foto.

Era una villa de la Toscana dramáticamente hermosa. Olivos, piedra de un cálido color arena, con una vista de colinas y viñedos a lo lejos. Por un momento se sintió como si a su propia imaginación se le hubiera ocurrido esa foto.

Después vio que estaba en el feed de su amiga Charlotte.

Charlotte era la amiga más antigua de Charlotte. Cuando estaban en la escuela habían sido las mejores amigas. Cuando ambas eran tan solo niñas, habían fingido que eran hermanas, o incluso gemelas, para la gente que no las conocía. Con los años, habían ido perdiendo cada vez más el contacto, pues habían trabajado en ciudades diferentes durante demasiado tiempo. Ahora Olivia recordaba que Charlotte iba a casarse pronto. Tal vez ella y su prometido estaban por ahí en busca de lugares para la boda.

«#vibras de villa» —había escrito Charlotte—. «veranoenlaToscana#vino#libertad».

Olivia escribió un comentario.

«¡Parece increíble!»

Para su sorpresa, sonó una respuesta casi de inmediato.

«¡Ven de visita! Estoy aquí sola y buscando a alguien con quien compartir. ¡Tiene dos habitaciones y está alquilada para el verano!»

«¿Sola?» —escribió Olivia, con un emoji de sorpresa—. «¿Y qué pasa con la boda?»

«La cancelé. #solteríaeslibertad #vivirbieneslamejorvenganza» —le mandó Charlotte con una serie de caras sonrientes.

Olivia miró fijamente el mensaje anonadada. ¿Qué le había pasado a su amiga para tomar una decisión tan drástica? No pudo evitar sentir un pinchazo de envidia, pues estaba claro que Charlotte había decidido un cambio de escenario y estaba reestructurando su vida en un entorno desconocido.

En la misma situación, lo único que había hecho Olivia era beber el vino suficiente para hacer que le explotara la cabeza.

–¡Ya me gustaría! ¡Tal vez la próxima vez! —respondió.

Cerró los ojos. Si hubiera tomado mejores decisiones en la vida, podría estar sentada en un columpio de hierro forjado, charlando con Charlotte bajo un olivo, mirando desde arriba a un patio de piedra con una vista de colinas y viñedos a lo lejos. Casi podía imaginar cómo la suave brisa tiraría de su pelo mientras ella sorbía una copa fría de Chianti.

El mecanismo de afrontamiento de Charlotte parecía mucho más constructivo. Por otro lado, Charlotte no había estado en la agonía de una campaña de trabajo enorme como estaba ella.

Olivia recordó su importante reunión de aquella mañana. ¿Tendría el valor de hacer lo que había prometido anoche y se tomaría un tiempo libre, y después le diría a James que quería trasladarse a otra cuenta?

Ahora, con la luz cegadora del día, con dolor de cabeza, parecía ridículo. No podía hacer una cosa tan irresponsable y tan improvisada. Decepcionaría a la gente. Pensarían mal de ella. De todos modos, James diría que no. Probablemente se reiría en su cara.

Desviando su atención de Instagram, Olivia vio para su horror que ya eran las seis de la mañana.

Mientras ella había perdido el tiempo charlando en línea y soñando con la Toscana, había sonado un mensaje en su teléfono. Era de James.

–Olivia, te necesito aquí para las siete menos diez de la mañana como muy tarde. Ahora tenemos al equipo ejecutivo de Kansas Food al completo para asistir a esta reunión. Necesito darte instrucciones de antemano.

Daba igual lo rápido que saliera de su apartamento, iba a llegar tarde para estas importantes instrucciones.

Maldiciendo en voz baja, Olivia salió de la cama de un salto, cogió el primer atuendo formal del que pudo echar mano, se lo puso como pudo y se fue corriendo al baño para maquillarse.

Cuando encendió la luz, con un pum, la bombilla se apagó.

Olivia volvió a decir palabrotas. Ella casi nunca llegaba tarde. Bueno, no con frecuencia. Pero cuando lo hacía, ¿por qué la vida conspiraba contra ella de ese modo?

Se aplicó el maquillaje en la semioscuridad, haciendo una nota mental para comprobar si el rímel se había corrido.

A continuación, cogió su bolso y sus carpetas del trabajo y salió a toda prisa del apartamento.

Cuando pasó por el apartamento de al lado, se abrió la puerta.

–Hola, desconocida. Quería hablar contigo.

Era Len, su vecino. Len «el Brasas», tal y como lo apodaba ella, porque nunca podía terminar una conversación rápidamente. Ni tan solo podía empezar una rápidamente, si era honesta. Len ganaba una fortuna haciendo algo oscuro en IT y era particularmente excéntrico.

Olivia sonrió, aunque ella notó que era más bien una mueca de estrés. De todos los días que había, Len había escogido hoy para salir de su casa a la misma hora que ella.

–Lo siento. Llego muy tarde al trabajo y… —empezó a decir Olivia.

Len continuó como si no la hubiera oído, aplanándose con la mano su pelo revuelto. Parecía que todavía iba en pijama. Aunque Len siempre tenía este aspecto, así que tal vez solo tenía pijamas.

–Hace un año te pregunté si considerarías vender tu apartamento. Me gustaría recordarte la oferta pues tengo una urgente necesidad de espacio adicional, y no existe ningún otro lugar en esta ciudad que tenga esta capacidad de fibra. Ya sabes, además de necesitar un estudio para el trabajo, ahora tengo un conjunto completo de modelos de tren HO, que ocupa una habitación entera, igual que dos hechos a escala Z, que puede que tengan una medida más pequeña, pero que requieren un inmueble considerable.

–¿Ah, sí? —Olivia dio un suspiro para rechazarlo educadamente, pero él continuó.

–También he adquirido tres gatos adicionales, que necesitan su propio cuarto de juegos. No los puedo poner con los trenes. —Negó con la cabeza tristemente—. Lo intenté y no acabó bien. Puede que te alegre saber que los trenes tenían las de perder.

–Eso es un alivio —dijo Olivia.

–Estoy preparado para aumentar mi oferta.

Olivia se sentía preparada para gritar.

–Len, no, lo siento mucho. Lo siento por tus gatos y por tus trenes. Y por tus gatos adicionales. Y por tus nuevos trenes más pequeños. No quiero vender, pero prometo que si cambio de opinión, serás el primero en saberlo.

Len parecía no estar escuchándola ya. En su lugar, la estaba mirando de forma extraña.

–¿Te has hecho daño? ¿Tu novio y tú habéis tenido un altercado violento?

Olivia parpadeó.

–No. ¿Por qué?

–Tu ojo izquierdo parece estar ennegrecido.

–Oh. Es mi maquillaje. Gracias por decírmelo.

Fregándose frenéticamente debajo del ojo con los dedos, Olivia salió a toda prisa por la puerta de salida.

*

Media hora más tarde, llegó a la alta torre de oficinas cubierta d cristal donde JCreative ocupaba las dos plantas de arriba.

Cogió el ascensor para subir, deseando que se moviera más rápido y echó a correr en cuanto sus pies tocaron el pasillo enmoquetado. Irrumpió en la oficina de James a las siete y un minuto.

–Siento llegar tarde —dijo con la voz entrecortada.

James estaba sentado en su silla de director, que Olivia pensaba que le quedaba grande. la miraba seriamente, como si su llegada demorada fuera una enorme decepción.

Mirándolo fijamente, Olivia sintió un escalofrío de miedo, porque se veía a ella misma por el mismo camino. Esto era lo único que él conocía… esta empresa era su vida. Se había divorciado hacía unos años y apenas veía a sus hijos. Aunque era verano, ella se dio cuenta de lo pálida que estaba su piel, como si nunca tuviera la oportunidad de relajarse al sol, cuando pasaba todo su tiempo jugando al juego empresarial en las salas de juntas.

–Siéntate. Tengo noticias interesantes para ti —le dijo.

–¿De qué se trata? —preguntó ella, forzando una sonrisa.

–Kansas Foods, el holding empresarial de Valley Wines, está impresionado con el éxito de esta campaña. Bromean con que le hemos puesto un corcho a su oposición.

Olivia hizo una sonrisa más amplia, deseando que esta fuera realmente una buena noticia.

–En realidad, no es una broma, de hecho. Tres marcas competidoras han perdido tanto espacio en las estanterías que seguramente saldrán del negocio.  —Ahora James sonreía.

 

–Es… esto. —Olivia no podía forzarse a decir la palabra bueno. Era terrible y ella tenía la culpa.

–Así que, por el momento, gestionaremos toda la cuenta corporativa de Kansas Foods —anunció James con orgullo—. Por eso los equipos ejecutivos ya están en la sala de juntas. Vamos a hacer el traspaso esta mañana y firmaremos un contrato de cinco años para todas las marcas. Este acuerdo vale cientos de millones de dólares.

Olivia sintió que se le congelaba la sonrisa.

–Eso es genial. Todo un logro. —No estaba segura de cómo sonó, pero esperaba que James no sospechara cómo se sentía por dentro.

–Ahora podrías estar preguntándote qué significa esto para ti —dijo James. Hizo una gran sonrisa—. Esperemos que no tengas muchas vacaciones planeadas. Vas a asumir una carga de trabajo considerable, pues vas a estar al frente de todas las campañas importantes. Tendrás que contratar personal extra y dividir tu tiempo entre aquí y su ofician central, que se encuentra en Wichita. Supongo que pasarás una semana aquí y otra allí. Esto no debería de ser un problema para ti. No estás casada, ¿verdad?

Olivia se mordió la lengua para no responder. ¿Por qué iba a cambiar las cosas su estado civil? Sí, resultaba que desde ayer estaba sin novio, pero ¿por qué James, un hombre divorciado, daba por sentado que no estar casada y ser soltera era lo mismo para ella?

–No lo estoy —dijo fríamente.

James parecía sorprendido, como si esperara que sus palabras fueran recibidas con una conformidad servil.

–Recibirás un ascenso a Directora de Cuentas, un considerable incremento de sueldo y la estructura de bonificación es el doble de lo que tenías anteriormente. Así que se puede hacer un montón de dinero, mi niña. Un montón de dinero. —Se frotó las manos.

Olivia parpadeó. Ella pensaba que ya había hecho mucho dinero. Si iba a venir más, ¿cuánto más sería? ¿No decían que todo el mundo tenía un precio? Empezaba a preguntarse si ella lo tenía.

–Yo… —empezó a decir Olivia, pero James no se detenía.

–Una de las cuentas más grandes que tendremos con nosotros será Daily Loaf —que es su pan. —Tocó las teclas de su portátil—. Su director ejecutivo me dio algunos detalles ayer. Tiene un tiempo de caducidad de hasta dos semanas. Hasta dos emanas. ¿Lo puedes creer?

–Increíble —dijo Olivia. Por dentro, sentía pánico. No quería promocionar pan con un tiempo de caducidad de dos semanas. Quería trabajar con barras de pan artesanales, molidas a la piedra, cocidas en hornos de arcilla rústicos.

–El sabor de la firma se mejora con una mezcla de sacarosa y sirope de maíz, lo que hace al pan especialmente delicioso —continuó diciendo James—. Creo que podemos meter esto en la campaña. ¿Quizás algo como «¿Otra rebanada? No te quedes con las ganas»? Tú sabrás darle la última pincelada, estoy seguro. También tienen una versión saludable. Tiene un diez por ciento de harina de trigo integral añadida y, evidentemente, menos azúcar.

James echó un vistazo a su portátil.

–No, veo que el pan saludable tiene el mismo perfil de azúcar. Pero trigo integral añadido, evidentemente, esa es una gran palabra de moda ahora mismo. Daily Loaf tiene un grandísimo potencial y estoy impaciente por ver lo que se te ocurre.

Sonriendo débilmente, Olivia empezaba a sentirse mal.

–Será fantástico si se te pueden ocurrir algunas ideas, eslóganes e indicaciones a bote pronto para poder impresionarlos en la reunión. Sé que se te da bien lanzarlos. —Levantó una ceja cómplice.

Olivia se estremeció. ¿Era eso lo que ella pensaba?

–Te he puesto por las nubes, así que el equipo ejecutivo tiene grandes expectativas. Esperan el mundo de ti, pero yo sé que tú cumplirás. En fin, volvamos a los productos. Permíteme que te informe sobre los refrescos…

Olivia se levantó. No podía escuchar una palabra más. Ni tan solo la perspectiva del dinero, la bonificación y el ascenso podrían convencerla de otra cosa. No importaba cuánto fuera.

–Todo esto suena muy emocionante —dijo—. Pero creo que no es para mí.

No podía creer las palabras que estaban saliendo de su boca. La expresión horrorizada de James le decía que no era la única. Incapaz de detenerse, sintiendo que era ahora o nunca y que ya había cruzado la línea, Olivia continuó:

–Por desgracia, ya no puedo trabajar para esta marca ni cualquier otra marca asociada. Así que, por ahora, presento mi dimisión. Por favor, acéptala verbalmente.

–¿Qué narices es esto? —farfulló James—. Estás diciendo tonterías. Esto es de locos. ¡No puedes levantarte e irte!

—Me marcho —dijo Olivia con firmeza.

Con un suspiro profundo, se levantó y se fue de la sala. Tras ella oyó el grito desesperado de James.

–Olivia. ¡No te vayas! ¡Tenemos que hablar!

Manteniéndose fuerte, se obligó a continuar caminando y a no mirar atrás.

Fuera, en la calle, sintió una terrorífica sensación de libertad. Giró la mirada hacia el exterior de cristal oscuro del edificio sintiéndose estupefacta. Las manos le temblaban por la conmoción. ¿Qué acababa de hacer? Había sido un momento de locura, pero no había marcha atrás.

Este no era su lugar de trabajo no lo volvería a ser nunca. No volvería a poner un pie dentro por el resto de su vida.

El miedo y la esperanza cuajaban en su interior mientras abría Instagram y volvía a mandar un mensaje a Charlotte.

–He cambiado de opinión —escribió—. ¿Todavía está disponible la villa?

Aguantando la respiración, esperó la respuesta.

CAPÍTULO SEIS

El montón de ropa encima de la cama de Olivia iba creciendo.

Hasta ahora, incluía vaqueros, pantalones cortos, camisetas, tops informales y tops elegantes, y también algunas partes de arriba de manga larga y una chaqueta.

Se sentía emocionada ante la expectativa mientras miraba fijamente la ropa. En pocas horas se estaría subiendo a un avión. Mañana por la mañana, llegaría a la Toscana.

–Me voy. Me voy de verdad. No me lo creo —dijo.

Esta mañana se había levantado con resaca, estresada y odiando su trabajo. Solo dos horas más tarde, se había marchado, había reservado su vuelo y estaba haciendo la maleta para el viaje.

Vale, por lo menos esta mañana tenía un trabajo. Hoy señalaba la primera vez en doce años que era una mujer en el paro. Pero después de sus vacaciones de dos semanas en la Toscana, podía buscar otro trabajo. Dos semanas era mucho tiempo. Se extendía ante ella, lleno de emoción y posibilidades.

Hurgó en el fondo de su armario en busca de sus mallas de correr. Hacía mucho tiempo que no corría. De hecho, hacía años. Odiaba correr, pero estaba segura de que en Italia le encantaría. Y tenía que mantenerse en forma, especialmente porque cada noche estaría bebiendo vino y comiendo pasta con salsa cremosa. Y pizza deliciosa con queso y pan crujiente untado en aceite de oliva y vinagre balsámico.

Pensando en todo esto, Olivia añadió sus pantalones de yoga al montón. Nunca había sido una persona de yoga y solo se había comprado los pantalones porque una vez pensó en asistir a clase. Pero podía hacer yoga en la villa. Podía buscar en Google cómo hacerlo. Se imaginó a sí misma manteniendo el equilibrio con elegancia sobre sus manos mientras amanecía.

Al cabo de otros diez minutos, la maleta estaba terminada.

Mientras sacaba su pesada bolsa fuera y cerraba la puerta con llave tras ella, se dio cuenta de que no dejaba nada atrás. Ni tan solo una planta que se tuviera que regar. ¿Era esto una señal de lo vacía que estaba su vida?

–En la villa habrá plantas —se dijo Olivia a sí misma con optimismo.

*

Amore mio —susurró el hombre guapo, sus labios hacían cosquillas en el pelo a Olivia—. es maravillosos que hayas llegado. Déjame que te lleve la maleta.

Olivia lo miraba fijamente, con el corazón lleno de amor.

Amor y una sensación de confusión subyacente. ¿Por qué la recibía este hombre maravillosos, que hablaba con un marcado acento italiano? ¿Era su novio? ¿Cómo había sucedido esto y qué pensaría Matt de esto?

Aquel hombre alto sacó su maleta pesada del carro con facilidad y con el otro brazo rodeó la cintura de Olivia. Las dudas de Olivia se desvanecieron cuando él la cogió con más fuerza. Ella estaba segura de que todo saldría bien.

–Déjame acompañarte a casa ahora, hermosa —murmuró.

El chisporroteo del anuncio hizo volver bruscamente a Olivia a la vigilia.

–Vamos a empezar el descenso. Por favor, asegúrense de que sus sillas están en posición recta y recojan sus mesas.

Olivia se incorporó con dificultad, desorientada, sonriendo para pedir perdón a la mujer que había a su lado, sobre cuyo hombro había estado durmiendo. Durante un momento de confusión, pensó que estaba en un vuelo nacional, a punto de asistir a un lanzamiento. A continuación, cuando recordó dónde estaba, miró por la ventana emocionada.

Estaba a punto de aterrizar en Italia. Había dejado su trabajo y había roto con Matt y ahora se dirigía a unas vacaciones impulsivas en una villa de la Toscana.

Olivia cogió aire cuando el tapiz de campos, colinas y bosques apareció ante su vista. Vio pueblecitos, edificios de color arena, beige y ocre, enclavados en el paisaje. ¿Eso era un viñedo? Miró hacia abajo, intentando distinguir qué eran las filas verdes y perfectas, pero tuvo que echarse hacia atrás después de que su aliento empañara el cristal.

Su sueño había sido tan vívido que parecía realidad. Un hombre guapo la esperaba para recibirla. Bueno, ¿quién sabía lo que podría pasar en estas vacaciones impulsivas? Cuando el avión tocó el suelo, Olivia se preguntó si podría encontrar al amor de su vida en este romántico escenario.

Mientras caminaba por la abarrotada sala de Llegadas, arrastrando su pesada maleta tras ella, vio un cartel con su nombre.

«Olivia Glass».

Olivia lo miró fijamente con incredulidad.

Debe de haber magia en marcha. Tras el cartel había un hombre alto e impresionantemente guapo. Tenía los hombros anchos y estaba bronceado, una barba de diseñador oscura de pocos días realzaba sus fuertes rasgos.

Cuando él la vio, se le iluminó la cara y saludó con entusiasmo.

Olivia abrió mucho los ojos. Ella también saludó, obsequiándolo con una sonrisa encantada y se abrió paso con ganas hacia él.

Su sueño se había hecho realidad; sus vacaciones habían tenido un principio de cuento de hadas. ¿Quién podría haber imaginado que el sencillo hecho de alquilar un coche le permitiría conocer a este adonis italiano.

¿La había reconocido por la foto de su permiso de conducir internacional? Olivia especulaba sobre las posibilidades mientras iba a toda prisa hacia él.  decidió que debía ser por el permiso de conducir, pero podía preguntárselo a él. Esto proporcionaría un punto de partida a su conversación mientras él la acompañaba hasta su coche.

Mientras viraba para esquivar a un pasajero que avanzaba más lentamente, la pesada maleta de Olivia se inclinó hacia un lado.

–Ups —dijo, parándose para enderezarla.

Mientras lo hacía, una mujer menuda con un estiloso abrigo de color rojo vivo la pasó rozando.

El hombre guapo todavía seguía saludando, pero ahora Olivia vio con horror que no era a ella.

La mujer menuda llegó a él y este la envolvió en su brazos y la abrazó con fuerza.

Olivia se quedó sin aliento y se puso roja por la humillación al darse cuenta de que el cartel no era en absoluto suyo. Lo sostenía un hombre mayor y bajito que estaba a su izquierda, que lo había levantado en alto para asegurarse de que ella lo veía.

Olivia sabía que su cara se estaba poniendo tan roja como el abrigo de la mujer menuda.

Y lo peor de todo, era evidente que el adonis italiano se había percatado de su metedura de pata, pues ahora estaba moviendo la cabeza de un lado a otro de forma pesarosa y compasiva y otros mirones también la observaban con curiosidad.

Solo había una cosa que Olivia podía hacer para recuperar los fragmentos de su dignidad hecha jirones.

Ignorando al adonis como si nunca lo hubiera visto, miró directamente al hombre mayor. Forzó otra sonrisa, incluso más grande que antes, y volvió a saludar con todas sus fuerzas.

–¡Hola! ¡Me alegro mucho de verle!

Olivia se recordó a sí misma que no debía mirar alrededor. Si su intento desesperado por evitar una vergüenza de por vida tenía que salir bien, debía centrar toda su atención en el anciano sin mucho más que una mirada de reojo a nadie.

Mientras iba corriendo hasta el anciano y lo saludaba como a un amigo perdido hace mucho, esperaba que nadie se diera cuenta de lo pasmada que parecía.

*

Unos minutos más tarde, salía conduciendo del aeropuerto tras el volante de un Fiat compacto de color celeste perlado. Mientras dejaba atrás el edificio de la terminal rodeado de verde, Olivia se sentía como si verdaderamente se hubiera embarcado en su aventura. Durante años, Italia había estado arriba del todo de su lista de destinos, pero nunca había pensado que tendría la oportunidad de viajar aquí. Desde que había empezado a trabajar en JCreative, las vacaciones más largas que se había tomado habían sido de tres días y medio. En cualquier caso, Italia nunca había estado en la lista de cosas por hacer antes de morir de Matt.

 

Había asimilado el hecho de que su obsesión con la Toscana nunca sería más que una relación a distancia, pero ahora, aquí estaba.

Para su deleite, el campo era justo como ella lo había imaginado. Campos de todas las formas y tamaños, peinados por filas perfectas de vides, encontraban su lugar como las piezas de un rompecabezas entremedio de olivares y bosques. Entreveía granjas construidas con piedra color miel, rodeadas de grupitos de árboles. Mirando detrás de ellas, contemplaba con esperanza el horizonte, esperando que podría ver el mar Tirreno por el camino.

Su GPS funcionaba a la perfección, guiándola a través de este paisaje pintoresco.

Casi perfectamente, corrigió Olivia, mientras giraba a la derecha a una carretera que la llevaba en zigzag hacia arriba a las colinas.

¿Dónde estaba ahora? Bajó la mirada hacia el mapa y después la levantó y se dio cuenta con un sobresalto de que tenía pegado un elegante coche deportivo de color naranja y negro.

Vio con asombro que era un Bugatti Veyron, cuando el conductor la adelantó con un gruñido ronco de su motor, aceleró en la siguiente curva y desapareció. Nunca había visto uno, pero sabía que costaban millones de dólares y que, para un loco de los coches, su rendimiento valía cada céntimo. Suponía que no debía sorprenderse por ver uno en la carretera en un país donde la pasión por los coches rápidos y elegante era una parte fundamental de la cultura.

Volvió a inclinarse hacia su mapa, pero giró la cabeza bruscamente a toda prisa cuando vio que había otro coche tras ella.

Este era un coche de policía, con las luces destellando, evidentemente en una persecución. Este también la adelantó y se fue gritando hacia las colinas.

–Espero que lo cojan —gritó Olivia ofreciendo apoyo moral, a pesar de que no creía que la policía tuviera ninguna posibilidad. Aquel Bugatti había mostrado una aceleración importante.

El GPS la había llevado por la dirección equivocada, pero su ruta la había llevado hasta el pueblo más extraordinario de la ladera. Debía de haber sido un puesto fronterizo medieval, con unas torres altas y cuadradas y unos edificios estrechos con ventanas diminutas, amontonados en la ladera. El pueblo en sí era un desastroso laberinto de calles. No había espacio para dar la vuelta y Olivia se preguntaba si podría volver a salir.

Entrecerró los ojos para concentrarse mientras metía a presión el coche por una esquina que parecía demasiado justa incluso para el Fiat compacto. Entre medio de dos muros altos de piedra, no había en absoluto espacio para maniobrar. Olivia aguantó la respiración y rezó para que su parachoques sobreviviera a la experiencia. Soltó un largo suspiro de alivio cuando su coche y ella pasaron el espacio ilesos y vio la carretera principal más adelante.

Su GPS recalculó la ruta y la dirigió colina abajo.

Olivia disminuyó la velocidad y miró fascinada cuando divisó al Bugatti aparcado en el arcén, con el coche de la policía detrás. El estrecho agujero y las calles adoquinadas habían permitido a la ley alcanzarlo. «¿Cuál sería la penalización para el conductor?», se preguntaba ella. Al pasar por delante, soltó una risa de placer.

El conductor y el agente de policía estaban delante del Bugatti, absortos en una conversación animada y ardorosa. El agente había sacado su teléfono y estaba haciendo fotos del supercoche. Al parecer, esta había sido la única razón de su persecución.

«Esto solo puede pasar en Italia», pensó Olivia, emocionada por haber visto desarrollarse esta interacción.

Al reincorporarse a la carretera, vio el poste indicador de Collina más adelante. Ahora debía vigilar por si veía la villa.

Cogió aire cuando ante ella apareció la imponente entrada, flanqueada por postes de piedra altos. La verja de hierro forjado estaba abierta y ella se dirigió por el camino asfaltado hacia la elegante casa de piedra. Su porche delantero con columnas y sus altas ventanas arqueadas eran exactamente como se veían en la foto de Instagram, pero el estrecho ángulo de cámara no hacía justicia a la impresionante vista de colinas ligeramente ondulantes y valles con bosques, la claridad del cielo azul celeste y el aroma perfumado del aire cálido.

Aparcó bajo un aparcamiento con techo de madera con postes enredados por vides.

Olivia salió del estrecho asiento delantero, estiró los brazos por encima de la cabeza y respiró profundamente. Girando lentamente, se impregnó de la magnificencia que la rodeaba.

Suponía que sería hermoso pero no imaginaba que sentiría tal sensación de paz al llegar. De algún modo, el paisaje le resultaba conocido y reconfortante, a pesar de que nunca antes había pisado Italia.

Mientras levantaba la maleta para sacarla del maletero, Olivia decidió que era a causa de la obsesión a lo largo de su vida con el área. No era de extrañar que aquel lugar ya le pareciera su casa.

De repente, unas vacaciones de dos semanas parecían demasiado cortas.

Fue nadando hasta la puerta delantera de madera, flanqueada por unas grandes macetas de barro llenas de geranios de un rosa brillante.

–¿Hola? —gritó, tocando a la puerta—. Charlotte, ¿estás aquí?

Probó la puerta, pero estaba cerrada con llave.

Olivia frunció el ceño, preguntándose si era la villa correcta. Tal vez había subido demasiado la colina.

Después un trozo de papel que se movía llamó su atención.

Olivia lo cogió y lo desdobló.

–¡Me he dormido! —decía la nota—. ¡He ido a buscarnos algo para comer! ¡La llave está en la maceta!

Al mirar más de cerca, Olivia vio la llave, medio escondida bajo una hoja.

Abrió la puerta y entró en el interior, agradablemente fresco. El suave suelo de azulejos hacía que quisiera quitarse los zapatos de inmediato y pisarlo descalza.

las plantas de interior colocadas cerca de las ventanas en voladizo de la entrada añadían un toque de verdor. «Las obras de arte de las paredes deben de ser de un artista local» , pensó, pues las vívidas pinturas rústicas capturaban la belleza en retales de los campos y los árboles que ella había visto fuera. La vista se le fue hacia el alto techo de madera, donde un ornamentado candelabro de techo centelleaba.

Olivia fue pasillo abajo, abrió la primera puerta a la derecha y se encontró en la habitación vacía que Charlotte había dicho que era suya. Dejó su maleta a los pies de la gran cama con dosel y miró hacia fuera por la ventana de arco alto.

Su vista viajó por encima del huerto vallado hacia el pasto cubierto de hierba salpicado de árboles frutales. ¿Eso eran perales? ¿Granados? Estaba impaciente por salir fuera a la luz del sol para comprobarlo.

Se apartó de la ventana y se dirigió hacia el baño privado. La bañera con patas la tentaba a estar un buen rato en remojo, pero sabiendo que Charlotte volvería pronto, se conformó con una ducha rápida y se puso ropa limpia. Se sentó por un momento, mirando fijamente al horizonte lejano. Tener esta vista interminable le hizo apreciar lo profundo que estaban en la campiña.

Sacó el teléfono e hizo una foto para su Instagram.

#Destinoromántico #vacacionesimpulsivas #regióndevino #lejos de casa, comentó.

Esperaba que Matt lo viera. Estaba segura de que tras la humillación al romper en el restaurante, estaría espiando sus redes sociales. Él la imaginaría sola en casa, lamentando su pérdida y arrepintiéndose de sus hábitos de desorganización. Cuando viera la foto de la Toscana, ella imaginaba que él apretaría los labios y pondría esa mirada extrañamente atenta.

Pensar en Matt le hizo recordar su último día en el trabajo y el atrevimiento de lo que había hecho.

De golpe, la realidad entró corriendo.

Apartando la mirada de la vista, Olivia respiró profundamente.