Maduro para el asesinato

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CAPÍTULO TRES

Olivia miró a Matt con incredulidad.

¿De qué estaba hablando? ¿Era un chiste cruel y práctico?

Al instante, descartó ese pensamiento. Matt no era de ese tipo de personas. Por otro lado, ella no creía que él fuera el tipo de persona que la invitaba a cenar en un restaurante caro y rompía con ella antes incluso de que llegara el vino.

–Pero… ¿por qué? —preguntó ella—. Matt, ¿por qué estás haciendo esto? Hemos sido felices juntos. Bueno, yo he sido feliz. Sé que no nos hemos visto todo lo que podíamos, pero eso es porque ambos hemos estado muy ocupados.

Él hizo un gesto de aprobación con la cabeza como si ella hubiera dado en el clavo.

–Exactamente, Liv. Ese es exactamente el problema. Tú lo has resumido. Los dos estamos muy ocupados. No nos vemos más que una o dos noches a la semana. —Se inclinó hacia delante y habló en un tono bajo y confidencial—. Aparte de eso, somos personas diferentes. Yo soy una persona sumamente organizada. Es difícil vivir con alguien tan desorganizado como tú. Nunca pones el tapón de la pasta de dientes y, la semana pasada, cuando abrí mi maletín en una reunión, cayeron unas bragas tuyas. Fue sumamente incómodo para mí. Allí había veinte inversores internacionales y que ropa interior rosa de encaje con el eslogan «Ojalá estuvieras aquí» fuera a parar a la mesa de la sala de juntas afectó de forma negativa la impresión profesional que yo esperaba dar, y la que espera nuestra empresa.

A Olivia le pareció oír una risita reprimida. Echó un vistazo alrededor y vio que su conversación había atraído la atención de las tres mujeres de la mesa de al lado, que estaban escuchando ávidamente.

–¿Y eso por qué pasó, Olivia? —continuó Matt—. Eso es porque tú insistes en quitártelas y tirarlas en el suelo del dormitorio, en lugar de meterlas en la cesta de la ropa sucia. Esta vez, unas fueron a parar dentro de mi maletín. Podría haber sido desastroso para mi carrera. Esto es solo un ejemplo. No me has apoyado mucho.

Olivia se quedó con la boca abierta. ¿De qué estaba hablando? Ella lo había apoyado siempre.

–Cuando nos fuimos a vivir juntos, vacié el dormitorio libre para que tú pudieras tener un estudio, a pesar de que nunca lo usaste —dijo ella, ahora disgustada—. Volví a pintar de blanco la habitación principal porque tú me lo pediste. Vacié mis armarios para hacer espacio para todas tus chaquetas, tus camisas y tus zapatos. Incluso regalé mi preciosa librería para que tu enorme pantalla plana pudiera caber en la sala de estar.

Los muebles y la cama de ella se habían quedado. Matt dijo que vendería los suyos. O, espera. Tal y como Olivia recordaba ahora, él había dicho que se los daría a Leigh, su asistente personal, ya que había roto con su novio y se iba a mudar a su nueva casa.

Olivia frunció el ceño con una sospecha repentina. Antes de que ella pudiera decir algo, Matt continuó como si no la hubiera oído en absoluto.

–Como te dije, he estado revisando mis decisiones de vida. Y Liv, siento que queremos cosas muy diferentes. Sí, tú has sido feliz, pero yo quiero a alguien que esté allí para mí. Alguien que me pueda cuidar, que cocine por mí, que ponga en orden mi vida.

–¡Yo cocino para ti! —Las palabras salieron más fuertes de lo que Olivia tenía pensado.

El camarero, que traía el vino, tuvo que mirar dos veces mientras se acercaba y dejaba la botella.

–¿Quieren que abra…? —empezó a decir indeciso, pero Matt lo ignoró.

Con una indignación justificada, Olivia continuó.

–La semana pasada mismo, hice espagueti a la boloñesa. Me levanté a las cinco de la mañana para preparar la salsa y ponerla en la olla de cocción lenta. Tenía un olor tan delicioso que incluso el vecino me felicitó cuando llegué del trabajo. Y ¿qué dijiste tú, Matt? ¿Recuerdas lo que dijiste cuando los serví? Dijiste: «Bueno, espero que esto no me mate». Pensaste que era muy divertido y yo también me reí, pero fue hiriente.

–¿Quieres bajar la voz? —dijo Matt con una sonrisa tensa, pero ella oía el estrés en sus palabras.

Olivia parpadeó. ¿Qué bajara la voz? ¿Él le estaba pidiendo que no gritara , después de soltar una bomba que había alterado toda su vida?

–A veces eres bochornosa —Matt bajó la voz—. Hablar fuerte en los restaurantes es algo que te he remarcado en el pasado. Toda la sala no quiere oír tus divertidas historias.

–Sí que queremos —Olivia oyó que murmuraba una de las mujeres de la mesa de al lado.

–¿Y usaste sombra de ojos para tapar esa carrera en sus medias? ¿No te preocupa que la gente se pudiera dar cuenta? Era tan fácil como meter otro par de recambio en tu bolso y evitar totalmente el problema. Eso es lo que haría una persona organizada.

Olivia notó que se ponía de color carmesí.

–Yo no me di cuenta —oyó decir a otra de las mujeres. Esta vez, Matt miró alrededor sorprendido.

Olivia respiró profundamente.

–¿Qué te hizo pensar que ahora era un buen momento para hablar de esto? —preguntó ella.

–Mañana cojo un vuelo fuera del país. Es un cambio de última hora. Con poca antelación, lo sé.

Esta conversación se estaba volviendo tan surrealista que, por un momento, Olivia estuvo segura de que lo estaba soñando todo. Debía de estar teniendo una pesadilla, porque nada tenía sentido.

–¿A dónde vas?

–Me voy a las Bermudas durante dos semanas. Él no cruzó la incrédula mirada de ella mientras decía las palabras.

–¿Por trabajo? —De nuevo, vio que Matt hacía una mueca ante el volumen de su voz.

–Es un congreso de trabajo, sí.

–¿Leigh va a ir contigo?

La pregunta era reflexiva —no había tenido tiempo de pensarla— pero ella vio su reacción. Por un instante, parecía horrorizado, como si ella lo hubiera pillado con las manos en la masa.

–¿Tú y Leigh? Los congresos no duran dos semanas. Esto no tiene nada que ver con el trabajo, ¿verdad?

–Por favor, baja la voz —murmuró Matt—. Leigh es mi asistente personal. Nada más. Y, de todos modos, es mucho más joven que yo. El domingo va a cumplir treinta.

Él se detuvo y apretó con fuerza los labios, pero demasiado tarde. Olivia pilló al vuelo la información que él había revelado sin querer.

–¿Va a cumplir treinta? Este es un gran aniversario. Su regalo no incluirá unas vacaciones en las Bermudas, ¿verdad?

Olivia oyó un horrorizado grito ahogado de la mesa de al lado.

Él tenía la culpa escrita por toda la cara. Olivia se sentía paralizada. Matt, de treinta y cinco años, solo tenía un año más que ella y, cuando empezaron a salir, a ella le preocupaba que él pudiera buscar a alguien más joven. Aunque sabía que no podía hacer nada al respecto, su peluquera y ella habían conspirado para asegurarse de que no era posible que él buscara a alguien más rubia. Estaba claro que esto no había ayudado.

–¿Me traes a este bonito restaurante y lo primero que haces es romper conmigo?

Volvió a sentirse sorprendida por la frialdad de sus acciones.

–Lo hiciste para que no montara un escándalo, ¿no? Esperabas que como lo hacías en un restaurante bonito te podrías librar de que yo me enfadara o montara un numerito.

Olivia se puso rápidamente de pie y le lanzó una mirada asesina.

–Estoy enfadad. Estoy furiosa. Y voy a montar un numerito. Me has tratado de forma espantosa. ¿Cómo te atreves a tener una aventura a mis espaldas y después intentar que yo me sintiera inapropiada, diciendo que tú necesitas a alguien que cuide de ti y dando a entender que yo no lo hice. Es lo más manipulador que he oído nunca.

–Es inaceptable —oyó decir con firmeza a una de las mujeres de la mesa de al lado—. Estás mejor si te libras de alguien que te engaña e insulta tu manera de cocinar y es un tiquismiquis con tus decisiones con la ropa. Olvídate del problema de las medias, del que ninguna de nosotras se dio cuenta, me parece que no ha dicho nada de tu precioso vestido. Solo habla para buscar defectos.

–Es obvio que eres demasiado buena para él y él se siente amenazado por ti —añadió otra de ellas en un tono cooperativo.

–Es como si la basura se sacara sola —anunció la tercera.

–Gracias —les dijo Olivia a las mujeres.

Al echar un vistazo al restaurante, vio que otros clientes que seguían el drama asentían con la cabeza para demostrar que estaban de acuerdo. Un hombre joven que estaba en una mesa cerca de la puerta había sacado su teléfono y se estaba preparando para grabar la escena.

Matt, con la cara roja como un ladrillo, bajó la mirada fija al mantel almidonado.

–Yo… yo no quería que fuera así —murmuró—. Mira, ¿vamos a otro sitio y lo hablamos?

Parecía que estaba esperando que la tierra, o quizá las baldosas de granito del restaurante, se abrieran por arte de magia y se lo tragaran.

Tal y como estaban las cosas, él iba a tener que irse de Villa 49 y pasar por delante de cada una de esas personas. Cada una de ellas un crítico recién descubierto de Matt Glenn. Sería juzgado a cada paso del camino y Olivia decidió que él podía hacer el paseo de la vergüenza solo.

–Me voy —dijo ella en un tono más calmado—. Si no te has llevado tus cosas de mi apartamento a las diez de la noche, voy a donar lo que quede a la caridad.

Su mirada cayó sobre el magnífico tinto de la Toscana, que ella había elegido con tanto cuidado e ilusión. A pesar de que no había llegado a experimentar la comida, estaba jodida si iba a dejar atrás ese vino.

–Esto se viene conmigo. —Cogió la botella de la mesa, rodeando el cristal fresco y oscuro con la mano—. Lo encontrarás en la factura.

Las mujeres de la mesa de al lado empezaron a aplaudir.

Olivia cogió el bolso, se dio la vuelta y se fue hacia la puerta.

CAPÍTULO CUATRO

Fuera del restaurante, Olivia llamó a un taxi. Todavía estaba temblando por la indignación y tenía ganas de volver a entrar en el restaurante para volver a cantarle las cuarenta a Matt.

 

Respiró profundamente para calmarse. Lo más sensatos ería seguir adelante y sacarlo de su vida para siempre. Eso significaba encontrar un sitio al que ir ahora, pues le había dado a Matt las diez de la noche como límite. No podía volver antes al apartamento por si lo encontraba allí, recogiendo sus camisas y sus trajes y desmontando su enorme pantalla plana.

Frunció el ceño, indecisa. Tenía amigos, por supuesto. Solo que… no muchos, especialmente aquí en Chicago. Sus horas de trabajo durante los últimos años no le habían permitido socializar mucho y sus dos mejores amigas estaban fuera de vacaciones.

Se subió al taxi y le dio al conductor la dirección de Bianca, ya que era el único nombre de calle que se le ocurría.

Veinte minutos más tarde, estaba llamando con indecisión a la puerta de su asistente, con la esperanza de que esta no lo considerara una molestia.

–¿Va todo bien? —preguntó Bianca, en cuanto vio a Olivia en el umbral de su puerta. Llevaba un chándal rosa con un conejito azul en el bolsillo y de dentro del pisito emanaba un delicioso olor a pizza.

Miraba fijamente a Olivia con incertidumbre, y Olivia veía que lo último que esta deseaba o esperaba era que su jefa se materializara sin aviso en su puerta.

De manera automática, Bianca se llevó la mano a la boca y Olivia resistió el deseo de agarrarle la muñeca mientras ella se mordisqueaba la uña del dedo pulgar.

–No sabía a qué otro sitio ir —confesó Olivia.

–¿Ha pasado algo? —preguntó Bianca.

–Matt me invitó a cenar y rompió conmigo. Me acordé de tu dirección. Tengo vino —añadió Olivia amablemente, como si esto pudiera sellar el trato.

Bianca dejó ir un grito ahogado de horror.

–Oh, Olivia, eso es horrible. Entra. ¿Estás bien? Debes estar en estado de shock. Por favor, siéntate. ¿Quieres que te haga un té dulce? ¿No es eso lo que se supone que se tiene que hacer para el shock? ¿Tienes frío o respiras poco profundamente?

–Estoy bien —dijo Olivia.

–¿Has comido? Pedí una pizza grande porque iba a guardar un poco para el desayuno. Acaba de llegar. Hay más que suficiente para dos.

–Eres muy amable.

Aunque todavía echaba humo por el enfado, Olivia se dio cuenta de que se estaba muriendo de hambre. Se había saltado la comida a la expectativa del banquete que disfrutaría en Villa 49.

Aun así, se sentía como una intrusa en el espacio de Bianca. Trabajaban juntas doce horas o más al día, pero realmente nunca habían tenido la ocasión de hacerse amigas o de hablar de algo que no estuviera relacionado con informes de publicidad.

Dejó la botella de vino al lado de la caja de pizza en la limpia cocina de Bianca, lo abrió y sirvió una copa grande para cada una, con la esperanza de que esto las haría sentir cómodas.

–Lo pedí para beberlo con la comida. Es de la Toscana —dijo.

Levantando la copa, inhaló el buqué. Rico, con cuerpo y aromático, el aroma recordaba a las cerezas oscuras. Este era un vino hecho con pasión y cuidado. Era magnífico.

Tomó un pequeño sorbo y sintió que el sabor bailaba en su lengua. Era como si su boca estuviera rebosante.

Por un momento, Olivia se lamentó de que podría haber disfrutado de este vino con la comida buena del restaurante… pero una pizza pepperoni rústica, cargada de queso, era la segunda mejor opción que se le ocurría. La pasó a los platos y se fueron a la sala de estar, donde el aire acondicionado mantenía a raya el calor de la noche de verano.

Bianca y ella se sentaron una delante de la otra. Bebieron el vino al unísono. Después se comieron un trozo de pizza cada una. La corteza era crujiente y mordisquearla trajo un silencio incómodo al apartamento.

Antes de que se diera cuenta, Olivia estaba llenando de nuevo las copas y, de repente, el silencio ya no se hizo impenetrable.

–Hacer eso es horrible —dijo con empatía Bianca, que parecía ansiosa de nuevo—. Invitarte a cenar y después romper contigo.

Olivia asintió.

–Descubrí que se estaba viendo con su asistente personal a escondidas.

–¿Qué? —Bianca parecía escandalizada.

–Mañana se va de vacaciones con ella a las Bermudas. Así que estoy más aliviada que nada. Se ha quitado la careta. Es un mentiroso desconsiderado. Me libré por los pelos. —Le vino un pensamiento—. Por cierto, ¿notas algo raro en mis medias?

Bianca las miró.

–¿Qué se supone que tengo que buscar? —preguntó—. Es un vestido precioso.

–No importa. Solo lo estaba comprobando.

Olivia sintió una ola de alivio por no estar ya en una relación con un hombre hipercrítico que era evidente que tenía una visión de rayos X.

Tomó otro trago del increíble vino.

–Tengo que ser sincera contigo, no soy feliz en el trabajo.

–¿Por qué? —Estrechando las manos, Bianca se inclinó hacia delante.

–Me siento quemada. En cierto sentido, me siento atrapada. Quizá solo sea esta campaña, pero ahora mismo estoy totalmente desmoralizada.

–¿Por las horas extra?

–En parte, pero también porque estoy preocupada porque he traicionado mis principios.

Justo a tiempo, Olivia recordó que no debía contarle todos los detalles de fabricación de Valley Wines a Bianca, pues su asistente todavía tenía que trabajar en la cuenta. Continuó, escogiendo con cuidado sus palabras.

–Nuestras cuentas son todas grandes entidades corporativas sin alma. Aquí no está mi pasión. Quiero apoyar a los pequeños negocios y las marcas artesanales. Quiero formar parte de ese estilo de vida, en lugar de atrapada en una carrera de locos donde las marcas sin personalidad están batallando por la supremacía, usando nuestras agencias como sus armas.

Bianca parecía impresionada por su arrebato. Asintió solemnemente y, a continuación, soltó un fuerte hipo.

Olivia también estaba impresionada. Hasta ahora, no había encontrado las palabras adecuadas para su perspectiva de forma tan elocuente.

–¿Pedirías que te cambiaran a una cuenta diferente? —preguntó Bianca.

Olivia suspiró.

–No sé si James me dejaría, pues esta ha sido un gran éxito. Puede que quieran hacer un seguimiento. Además, como una de las agencias más grandes, tenemos tendencia a encargarnos de las marcas más grandes. No creo que tengamos un producto boutique en nuestro haber.

–Eso es un problema —le dio la razón Bianca.

Olivia se preguntó en un momento de confusión cómo había llegado a este punto. Estaba atrapada en la carrera de locos. Tenía que trabajar para poderse permitir su caro piso y necesitaba su caro piso porque estaba cerca del trabajo. ¿Cómo podía bajarse de la rueda del hámster sin provocar un gran accidente a lo largo del camino, se preguntaba.

–¿Sabes?, tengo un sueño extraño acerca de un estilo de vida alternativo —le explicó Olivia a su asistente.

–¿Cómo una hippy? ¿Con una autocaravana? —se aventuró Bianca.

–No, diferente a eso —Olivia sentía vergüenza de estar explicando su sueño, pues nunca había hablado de él. Ni tan solo con Matt, lo que ya estaba bien, o posiblemente él hubiera encontrado tantos problemas en él que se hubiera hundido hace tiempo.

–Bueno, dime. ¿Qué? —Bianca se inclinó hacia delante con curiosidad.

–No puedo —Olivia se sentía avergonzada de expresar su idea imposible.

–Bueno, ahora tienes que hacerlo, o no podré dormir por la noche por la curiosidad —la animó Bianca.

Olivia respiró profundamente.

–Me encanta el vino. —Hizo una pausa para poner en orden sus pensamientos—. Me gustaría llegar a formar parte de esta industria, comprar un pequeño viñedo y fabricar mis propios vinos. Siempre me he imaginado a mí misma haciéndolo en algún lugar de Italia. No he pensado en los detalles, pero no puedo dejar de visualizar cómo sería la vida trabajando en una ciudad pequeña o en un pueblo. Lo diferente que sería.

Bebió otro sorbo del tinto italiano.

–Imagina estar en la campiña de la Toscana, en territorio vinícola. Sentirte parte de una comunidad y hacer amigos que viven justo al lado de casa.

–Suena increíble. —Bianca asintió, con los ojos muy abiertos.

–No puede ser tan difícil fabricar vino, ¿verdad? Me refiero a que yo sé algo acerca de qué sabor se supone que debe tener. —Olivia vació su copa.

–No creo que sea tan difícil —le dio la razón Bianca—. ¿Cultivas las uvas, las recoges, las aplastas y después las mezclas? No parece complicado. —Asintió pensativamente, mirando fijamente a su copa vacía.

–Me alegro de que pienses así. Sabes, tengo treinta y cuatro años, vuelvo a estar soltera y puedo contar mis buenas amigas con los dedos de una mano —confesó Olivia—. Incluso aunque hubiera tenido un desagradable accidente que implicara maquinaria pesada, todavía podría contarlas con esa mano. En las raras ocasiones en las que nos reunimos, nos abrazamos y decimos que somos tan íntimas que es como si nos hubiéramos visto ayer. Pero lo cierto es que vivimos lejos y, a medida que pasa el tiempo, nos vamos alejando la una de la otra cada vez más.

Bianca parecía cabizbaja.

–Sé a lo que te refieres. Es muy triste.

–Empiezo a querer algo más de la vida. —Olivia suspiró y vació su copa—. Pero es una idea ridículo. Eso no podría pasar.

–¿Por qué no? —preguntó Bianca—. Creo que es maravilloso. Parece exactamente el cambio que tú necesitas. Tal vez deberías hacerlo. Ve allí de vacaciones y mira si hay oportunidades. En todo caso, tómate las vacaciones. Te lo mereces. No te has tomado más de dos días libres en el último año.

Olivia sonrió.

–Solo es un sueño. La realidad es diferente. Pero sí, tal vez pediré un permiso y me tomaré unas vacaciones. Parece una buena idea.

Se comió el último trozo de pizza y miró el reloj.

–Todavía no puedo ir a casa —dijo—. Le di hasta las diez a Matt para sacar sus pertenencias. Estoy segura de que ahora está allí y no quiero volver a verlo.

–¿Y si abro otra botella? —sugirió Bianca—. Creo que podemos utilizar otra copa.

–Eso es una buena idea —dijo Olivia.

Pero cuando Bianca trajo las copas nuevas de la cocina, Olivia miró el vino con desconfianza.

Había algo en ese color tinto llamativo y acuoso que le resultaba familiar. Lo olió, inhalando un aroma dulzón y artificial que reconocía perfectamente bien.

–¿Qué es? —preguntó, manteniendo un tono coloquial.

–Es una botella de Valley tinto —dijo Bianca, que parecía nerviosa—. No te importa, ¿verdad? Ya sé que no es tan bueno como el que hemos estado bebiendo, pero nos regalaron una caja gratuita a cada uno con el lanzamiento.

Mirando su cara de preocupación, Olivia decidió que había momentos en los que ceñirse a sus principios y momentos en los que era más importante ser amable.

–El vino gratuito siempre es un buen vino —dijo con valor.

La cabeza le punzaba por anticipado mientras levantaba la copa.

Haciendo todo lo que podía para no poner caras mientras se tragaba el zumo de uva adulterado, Olivia se hizo una promesa a sí misma.

Esta era la última vez que bebía esta bazofia producida en una fábrica. Se propuso que, costara lo que costara, sin importar lo mucho que tuviera que suplicar a James o el daño que esto le causara a su carrera profesional, iba a rechazar seguir trabajando en las cuentas de Valley Wines.