Crimen y castigo

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Из серии: Colección Oro
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Todo lleva a pensar que Piotr Petrovitch es un caballero respetable a carta cabal. Cuando nos visitó por primera vez nos comentó que era un espíritu realista, que en muchos temas compartía la opinión de las generaciones nuevas y que odiaba los prejuicios. Charló de muchas cosas más, ya que da la impresión de que es un poco presumido y le agrada que lo escuchen, lo que no se puede considerar como un crimen, ni mucho menos. Lógicamente, yo no entendí sino una minúscula parte de lo que dijo, pero tu hermana me comentó que, pese a que tiene una mediana instrucción, parece inteligente y bondadoso. Rodia, ya conoces a Dunia: es una joven razonable, paciente, generosa, sensata y enérgica, a pesar de que tiene (de esto estoy segura) un corazón muy apasionado. La razón para este casamiento, sin dudas, no es por ninguno de los dos lados, un inmenso amor; pero tu hermana, aparte de ser muy inteligente, es una mujer que posee un corazón muy bondadoso, un auténtico ángel, y prevalecerá el deber de hacer dichoso a su esposo, quien, por su parte, intentará corresponderle, algo que hasta este instante, no tenemos razones para dudar, aunque el casamiento, hay que aceptarlo, se concretó con cierta rapidez. Por otro lado, siendo él tan sagaz e inteligente, entenderá que su dicha matrimonial dependerá de la que brinde a Dunia.

En lo que respecta a ciertas discrepancias de caracteres, de hábitos arraigados, de criterios (cuestiones que se pueden ver hasta en los hogares más dichosos), Dunia me dijo que está convencida de que podrá impedir que ello sea razón para las desavenencias, que no hay que intranquilizarse por eso, ya que ella se siente capaz de tolerar todas las pequeñas diferencias, con tal de que sean francas y justas las relaciones con su esposo. Adicionalmente, en muchas ocasiones las apariencias engañan. Me ha parecido un poco brusco y seco a primera vista; pero esto puede provenir justamente de su integridad y solamente de su integridad.

Cuando nos visitó por segunda vez ya su propuesta había sido aceptada, y nos comentó, en el transcurso de la charla, que antes de conocer a tu hermana ya había decidido contraer matrimonio con una joven decente, honesta y sin dinero, que tuviera experiencia de los problemas de la existencia, ya que piensa que el esposo, en ningún caso, debe sentirse deudor de la mujer y que, en cambio, es muy adecuado que ella vea en él un benefactor. No hablo, indudablemente, con la gentileza y elegancia con las que él habló, ya que solamente retuve la idea, no las palabras exactas. Se expresó, además, sin premeditación alguna, dejándose conducir por la pasión de la charla, tanto, que él mismo después intentó suavizar el sentido de sus frases. No obstante, a mí me parecieron un poco duras, y así se lo dije a Dunia; pero ella me respondió un poco irritada que es muy distinto decir que hacer, lo que, indudablemente, es cierto. Tu hermana no pudo conciliar el sueño la noche anterior a su respuesta y, pensando que yo estaba dormida, se puso de pie y paseó por el cuarto durante varias horas. Al final se puso de rodillas frente a la imagen y rezó con mucho fervor. Me dijo, por la mañana, que ya había decidido lo que iba a hacer.

Ya te dije que Piotr Petrovitch se marchará muy pronto a Petersburgo, adonde tiene intereses muy importantes, ya que quiere instalarse allí y trabajar como abogado. Ejerce desde hace ya mucho tiempo y ganó un caso muy importante hace poco. Si tiene que irse de inmediato a Petersburgo es porque debe continuar atendiendo en el senado una cuestión trascendental. Querido Rodia, por todo esto, este caballero será para ti extremadamente útil, y tu hermana y yo hemos pensado que en seguida puedes empezar tu carrera y considerar asegurado tu futuro. ¡Oh, si esto llegara a llevarse a cabo! Sería una dicha tan inmensa, que solamente sería gracias a un favor especial de Dios. Tu hermana solamente piensa en esto. A Piotr Petrovitch ya le hemos insinuado algo. Evidenciando una sensata prudencia, él dijo que, no pudiendo permanecer sin secretario, para él era mejor, lógicamente, confiar este trabajo a un familiar que a una persona extraña, siempre y cuando aquel tuviera la capacidad de ejecutarlo. (¿Pero cómo tú no vas a tener la capacidad de ejecutarlo?) No obstante, expresó asimismo, el temor de que, motivado a tus estudios, no tuvieras el tiempo necesario para trabajar en su bufete. Por ahora así quedó todo, pero Dunia solamente piensa en este tema. Desde hace unos días vive en un estado febril y ha fraguado ya sus proyectos para el porvenir. Te ve trabajando con Piotr Petrovitch e incluso logrando ser su socio, y eso sin abandonar tu carrera de Derecho. Rodia, en todo yo estoy de acuerdo con ella y comparto sus planes y sus ilusiones, ya que creo que todo es perfectamente realizable, pese a las evasivas de Piotr Petrovitch, muy naturales, ya que él no te conoce todavía.

Tu hermana está completamente segura de que logrará lo que quiere, debido a su influencia sobre su futuro marido, influencia que está plenamente convencida de que llegará a tener. Frente a Piotr Petrovitch nos hemos cuidado mucho de dejar evidenciar nuestras ilusiones y esperanzas, sobre todo la de que, algún día, logres ser su socio. Es un individuo muy práctico y no le habría parecido nada bien lo que habría considerado como un inútil y superficial ensueño. No le hemos comentado tampoco ni una sola palabra de nuestra firme esperanza de que te apoye materialmente cuando te encuentres en la universidad, y ello por dos motivos. El primero es que él mismo decidirá hacerlo, y lo hará de la forma más simple, sin frases grandilocuentes. Solamente faltaría que hiciera un desprecio a Dunia sobre este asunto y más todavía si tomamos en cuenta que tú puedes llegar a ser su brazo derecho, su más fiel asistente y colaborador, por decirlo de esa manera, y recibir este apoyo no como una limosna, sino como un adelanto por tu labor. De esta forma es como tu hermana quiere que evolucione este tema, y yo comparto totalmente su opinión.

El segundo motivo que nos ha impulsado a quedarnos calladas sobre este punto es que quiero que puedas verlo de igual a igual en el próximo encuentro. Con mucho entusiasmo, Dunia le ha hablado de ti, y él ha contestado que, antes de juzgarlos, a los hombres hay que conocerlos, y que hasta que no te haya tratado no formará su opinión sobre ti.

Mi querido Rodia, ahora te diré una cosa. A mí me da la impresión, por algunos motivos (que por supuesto no tienen nada que ver con el temperamento de Piotr Petrovitch y que quizá son solo caprichos de anciana), a mí me da la impresión, repito, de que sería preferible que después del matrimonio, yo siguiera viviendo sola en lugar de vivir en la casa de ellos. Estoy plenamente convencida de que él tendrá la gentileza, la generosidad y la delicadeza de invitarme a no vivir alejada de Dunia, y estoy segura de que si todavía no ha dicho nada, es porque lo cree lógico; pero yo no aceptaré. En más de una ocasión me he dado cuenta de que los yernos no suelen tener afecto a sus suegras, y yo no solamente no deseo ser una carga para nadie, sino que quiero vivir totalmente en libertad mientras todavía me queden algunos recursos y tenga hijos como tú y como Dunetchka.

Trataré de vivir cerca de ustedes, ya que todavía, Rodia, tengo que decirte lo más grato. Justamente por serlo lo dejé para el final de la misiva. Querido hijo, debes saber que probablemente los tres nos reuniremos nuevamente muy pronto, y después de una separación de tres años, podremos volver a abrazarnos. Está totalmente resuelto que tu hermana y yo iremos a Petersburgo. No te puedo decir la fecha exacta de nuestra partida, pero te puedo asegurar que está muy cerca: quizás en salir hacia allá no tardemos más de ocho días. De Piotr Petrovitch depende todo, ya que nos informará cuando tenga casa. Por algunos motivos, quiere que el matrimonio se realice lo más rápido posible, y que lo más tarde sea antes de la celebración de la cuaresma de la Asunción.

¡Cuando pueda estrecharte contra mi corazón seré muy dichosa! Ante la idea de verte de nuevo, Dunia está loca de felicidad. Me dijo (bromeando, claro está) que esto habría sido razón suficiente para decidirla a contraer matrimonio con Piotr Petrovitch. Es un auténtico ángel tu hermana.

No desea agregar nada a mi misiva, debido a que tiene tantas y tantas cosas que comentarte, que desea empuñar la pluma, ya que escribir solamente unas líneas sería totalmente inútil en este caso. Me pide que te mande miles de abrazos.

Uno de estos días, hijo, te mandaré algo de dinero, la mayor cantidad que pueda, aunque esté muy próximo nuestro encuentro. Ahora que aquí todos saben que tu hermana contraerá matrimonio con Piotr Petrovitch, nuestro crédito se ha reafirmado de repente, y te puedo jurar que Atanasio Ivanovitch me prestará hasta setenta y cinco rublos, que devolveré con mi pensión. Te podré enviar, por lo tanto, veinticinco o, quizá, treinta. Y todavía te mandaría más si no me diera temor de que me faltara para irnos para allá. Pese a que Piotr Petrovitch haya tenido la generosidad de encargarse de varios de los gastos del viaje (de nuestro equipaje, incluido el enorme baúl, que mandará a través de sus amigos, me imagino), tenemos que pensar en nuestra llegada a Petersburgo, donde no podemos estar sin algo de dinero para atender a nuestras necesidades, por lo menos en los primeros días.

Tu hermana y yo lo tenemos ya todo totalmente calculado. No nos resultará costoso el billete. Solamente hay noventa verstas de nuestra casa a la estación de ferrocarril más cercana, y ya nos pusimos de acuerdo con un mujik que nos llevará en su carro. Luego nos alojaremos felizmente en un apartamento de tercera. Yo pienso que te podré enviar treinta rublos, no veinticinco como antes.

Ya es suficiente. Llené dos hojas y no tengo más espacio. Ya te he relatado todo, estás informado ya del cúmulo de sucesos de estos últimos meses. Mi querido Rodia, ahora te abrazo al tiempo que espero que nos veamos de nuevo y te mando mi maternal bendición. Ama a tu hermana, ama a Dunia, Rodia, ámala como ella te ama a ti; ella, cuya dulzura no tiene fin; ella, que te ama más que a sí misma. Ella es un verdadero ángel, y tú, toda nuestra existencia, toda nuestra ilusión y esperanza y toda nuestra fe en el futuro. Si tú eres dichoso, también nosotras lo seremos. Rodia, ¿sigues suplicando a Dios, crees en la infinita piedad de nuestro Señor y de nuestro Salvador? Me dolería en el alma que te hubieras contagiado de esa enfermedad de moda que recibe el nombre de ateísmo. Si es así, piensa que suplico por ti. Querido, recuerda cuando eras un pequeño; entonces, en presencia de tu padre, que todavía vivía, tú, sentado en mis piernas, susurrabas tus plegarias. Y todos éramos dichosos.

 

Hasta luego. Te mando muchos abrazos.

Mientras viva te amará,

Pulquería Raskolnikova.

En más de una ocasión, durante la lectura de esta misiva, las lágrimas bañaron la cara de Raskolnikof y cuando terminó estaba lívido, tenía el rostro contraído y en sus labios se podía ver una sonrisa cruel y amarga. En su miserable almohada apoyó la cabeza y permaneció largo tiempo meditando. Su corazón latía con fuerza, su espíritu se encontraba perturbado. Finalmente sintió que se ahogaba en ese cuartucho amarillo que más que cuarto se asemejaba a una alacena o a un baúl. Su mente y sus ojos pedían un espacio libre. Tomó su sombrero y se fue. En esta oportunidad no sentía temor de toparse en la escalera con la dueña de casa.

Ya no recordaba todos sus problemas. Camino de Vasilievski Ostrof, tomó el bulevar V***. Caminaba rápidamente, como urgido por un negocio apremiante. No miraba nada ni a nadie, como era habitual en él, y murmuraba algunas palabras sueltas, incoherentes. Las personas se volvían a verlo. Y pensaban: “Está ebrio”.

Capítulo IV

Lo había perturbado la misiva de su madre; sin embargo, Raskolnikof no había dudado ni un momento, ni siquiera cuando la estaba leyendo, sobre el tema principal. Con respecto a este asunto, ya había tomado una decisión que no aceptaba apelación: “¡Al demonio ese señor Lujine! Mientras yo esté vivo ese casamiento no se realizará”.

“No puede estar más clara la cuestión —pensaba, sonriendo con aire victorioso y malicioso, como si estuviese completamente seguro de su triunfo—. No, mamá; no, Dunia; no lograrán mentirme... Y todavía me piden disculpas de haber decidido el asunto por su propia cuenta y sin solicitarme consejo. ¡Claro que no me lo han solicitado! Piensan que es muy tarde para terminar el compromiso. Ya veremos si se puede terminar o no. ¡Buena excusa alegan! Piotr Petrovitch siempre se encuentra tan ocupado, que solamente puede contraer matrimonio rápidamente, como un ferrocarril andando a toda velocidad. No, Dunia, lo puedo ver todo muy claro; conozco muy bien qué cosas son esas que me debes decir, y también lo que pensabas esa noche en que caminabas incesantemente por el cuarto, y lo que confiaste, de rodillas ante la imagen que siempre se ha encontrado en la habitación de mamá: la de la Virgen de Kazán. Es dura la subida del Gólgota, muy dura... Dices que la cuestión está definitivamente concertada. Tú, Avdotia Romanovna, decidiste contraer matrimonio con un caballero de negocios, un individuo práctico que tiene cierto capital (que posee ya alguna fortuna: esto suena bien e impone más consideración y respeto). Trabaja en dos departamentos del Estado y está de acuerdo con las ideas de las nuevas generaciones (como comenta mamá) y, según Dunia, parece un hombre bondadoso. Este “parece” es lo que suena mejor: Dunia se casa movida por esta sencilla apariencia. ¡Maravilloso, realmente maravilloso!

“...Me encantaría saber por qué me habla mamá acerca de las nuevas generaciones. ¿Lo habrá hecho simplemente para describir al personaje o con el segundo propósito de que el señor Lujine me sea simpático?... ¡Las muy astutas! Algo que también me encantaría poder aclarar es hasta qué punto han sido sinceras una con otra ese día decisivo, esa noche y después de esa noche. ¿Charlaría con mucha claridad o ambas entenderían, sin tener que decírselo, que tanto una como otra tenían un solo pensamiento, un solo sentimiento y que las palabras no servían para nada? Me inclino por esta última suposición: es la que deja entrever la misiva.

“Le pareció algo seco a mamá, y en su ingenuidad, la pobre mujer se apuró a comentárselo a Dunia. Y Dunia, lógicamente, se enojó y contestó con cierta rudeza. Es natural. ¿Cómo no perder la tranquilidad frente a estas ingenuidades cuando la cosa está totalmente clara y ya es imposible volver atrás? ¿Y por qué me dice: Rodia, ama a Dunia, porque ella te ama a ti más que a ella misma? ¿No será que secretamente la atormenta el arrepentimiento por haber sacrificado su hija a su hijo? “Tú eres toda nuestra existencia, toda nuestra ilusión para el futuro”. ¡Oh madre!...”.

Por instantes su irritación iba en aumento. Si en ese momento se hubiera encontrado con el señor Lujine, estaba convencido de que lo habría asesinado.

“Es verdad —continuó, cazando al vuelo los pensamientos que atravesaban su mente—, es verdad que para conocer a alguien es necesario mirarlo de cerca y durante largo tiempo, pero el temperamento del señor Lujine es muy sencillo de descifrar. El calificativo de hombre de negocios y eso de que parece bondadoso es lo que me ha gustado más. ¡Por supuesto que sí lo es! ¡Estar encargado de los costos de traslado del equipaje, incluso del enorme baúl!... ¡Qué caballero tan generoso! Y ellas, la novia y la madre, acuerdan con un mujik para dirigirse a la estación en una carreta cubierta (yo también he viajado de esa manera). Esto no es importante: total, solamente hay noventa kilómetros de la casa a la estación. Luego se alojarán felizmente en un vagón de tercera para hacer una travesía de un millar de kilómetros. Esto me parece muy lógico, porque cada cual actúa en concordancia con los recursos de que dispone. Pero señor Lujine, ¿usted qué piensa de todo esto? Ella es su novia, ¿verdad? No obstante, usted no se ha enterado de que la madre ha solicitado un préstamo con la garantía de su pensión para costear los gastos del traslado. Usted, indudablemente, ha visto la cuestión como una simple transacción comercial establecida a medias con otra persona y en la que cada socio, por lo tanto, debe pagar la porción que le corresponde. Así lo señala el adagio: “Por partes iguales el pan y la sal; los beneficios, cada uno los suyos”. Sin embargo, usted solamente ha pensado en barrer hacia el interior: los billetes son mucho más costosos que el traslado del equipaje, y es muy probable que usted no tenga que cancelar absolutamente nada por mandarlo. ¿Es que acaso ellas no ven esto o es que no desean ver nada? ¡Y dicen que están alegres! ¡Cuando pienso que esto es solamente la flor del árbol y que todavía el fruto tiene que madurar! Porque lo más grave de todo no es la tacañería, la avaricia que evidencia el comportamiento de ese individuo, sino el carácter general de la cuestión. Su actuación da una idea de lo que será el esposo, una clara idea...

“¡Como si mi madre tuviera el dinero para lanzarlo por la ventana! ¿A Petersburgo con qué llegará? Con tres rublos, o dos pequeños billetes, como los que comentaba la otra vez la anciana usurera... ¿Cómo piensa que logrará vivir en Petersburgo? Por tanto es el caso que ya ha visto, por algunas señales, que no le será posible permanecer en casa de Dunia, ni siquiera los primeros días después del matrimonio. Ese caballero fascinante y encantador seguro dejó escapar alguna pequeña palabra que abrió los ojos a mamá, pese a que ella, con todas sus fuerzas, no quiera reconocerlo. Ella misma ha comentado que no desea vivir con ellos. Pero ¿qué posee? ¿Con qué cuenta? ¿Acaso piensa mantenerse con los ciento veinte rublos de la pensión, de los que tiene que descontar el préstamo de Atanasio Ivanovitch? Desgasta en nuestra pequeña ciudad la poca vista que todavía tiene bordando puños y tejiendo ropas de lana, pero yo sé que esto no agrega más de veinte rublos anuales a los ciento veinte de la pensión; lo sé con toda seguridad. Por lo tanto, y pese a todo, ellas basan sus ilusiones en los sentimientos bondadosos y generosos del señor Lujine. Piensan que él mismo les ofrecerá su ayuda y les rogará que lo acepten. ¡Sí, sí!... Esto es muy natural en dos espíritus bellos y románticos. Hasta el último instante les presentan un caballero con plumas de pavo real y no desean mirar más que el bien, jamás el mal, a pesar de que esas plumas no sean sino el dorso de la medalla; no desean llamar a las cosas por su nombre anticipadamente; la sola idea de hacerlo les resulta inaguantable. Con todas sus fuerzas no aceptan la verdad hasta el instante en que el caballero idealizado por ellas les da un golpe en el rostro. Me encantaría saber si el señor Lujine está condecorado. Estoy completamente seguro de que tiene la cruz de Santa Ana y se engalana con ella en los banquetes brindados por los empresarios y los grandes negociantes. No me cabe la menor duda de que también la lucirá el día del matrimonio... En fin, ¡que se vaya al demonio!

“Esto lo puedo aceptar en mamá, que es de esa manera, pero en Dunia no tiene ninguna explicación. Mi querida Dunetchka, te conozco muy bien. Cuando te vi por última vez tenías casi veinte años, y sé perfectamente cómo es tu temperamento. En su misiva mamá dice que Dunetchka tiene tal entereza que es capaz de aguantarlo todo. Yo ya sabía esto: sé, desde hace dos años y medio, que Dunetchka puede aguantarlo todo. El hecho de que haya logrado aguantar al señor Svidrigailof y todos los problemas y dificultades que este individuo le ha provocado evidencia que, efectivamente, es una mujer de mucha entereza. Y ahora supone, como mamá, que de igual manera podrá aguantar a ese señor Lujine que defiende la teoría de la supremacía de las mujeres tomadas en la pobreza y para las que el esposo se transforma en un benefactor, algo que manifiesta (es un detalle que hay que recordar siempre) en su primera visita. Aceptemos que las palabras se le escaparon, pese a ser un caballero sensato (probablemente no se le escaparon, ni mucho menos, a pesar de que él lo dejara entrever de esa manera en las explicaciones que dio rápidamente). Pero ¿Dunia qué se propone? Se dio cuenta de cómo es este caballero y sabe que, si se casa, tendrá que compartir su vida con él. No obstante, es una mujer que viviría de agua y pan duro antes que vender su libertad moral y alma: no las cambiaría por todo el oro de la Tierra, no las sacrificaría a las comodidades ni a los lujos, y mucho menos, lógicamente, por el señor Lujine. No, la Dunia que yo conozco es diferente a la de la misiva, y estoy completamente seguro de que no cambió. Ciertamente, su existencia era muy dura en casa de Svidrigailof; no es nada agradable pasar la vida entera trabajando como institutriz por doscientos rublos anuales; pero no tengo dudas de que para mi hermana sería preferible trabajar con los negros de un hacendado o con los criados letones de un alemán del Báltico, que corromperse y perder la dignidad atando su existencia por asuntos de interés con un hombre al que no ama y con el que no coincide en nada. Dunia no accedería a ser su legítima concubina aunque el señor Lujine estuviera hecho de brillantes y oro puro. Entonces, ¿por qué lo aceptó?

“¿Qué enigma es este? ¿Dónde se encuentra la clave del misterio? Esto no puede estar más claro: ella nunca se vendería por sí misma, por su prosperidad, ni siquiera por librarse de morir. Pero lo está haciendo por otro; se vende por alguien a quien ama. Aquí se explica el enigma: está dispuesta a venderse por su hermano y por su madre... Al llegarse a esto, incluso estamos violentando nuestras convicciones más puras. La persona coloca en venta su serenidad, su conciencia, su libertad. “Muera yo con tal que las personas que amo sean dichosas”. Nos fabricamos, además, una casuística sutil y rápidamente nos convencemos a nosotros mismos de que nuestro comportamiento es insuperable, de que era necesario, de que la excelencia del objetivo justifica nuestra actuación. Somos de esa manera. Todo, como la luz, está muy claro.

“En este caso es innegable que solamente se trata de Rodion Romanovitch Raskolnikof: el primer plano lo ocupa él. ¿Cómo brindarle la dicha, dejarlo proseguir los estudios universitarios, relacionarlo, asociarlo con un caballero bien ubicado, asegurar su futuro? Transcurrido el tiempo, quizá llegue a ser un caballero muy rico, respetado, lleno de honores, e incluso puede finalizar su existencia en pleno renombre y popularidad... ¿La madre qué dice? ¿Pero qué ha de decir? Se está hablando de Rodia, de Rodia, el incomparable, del primogénito. Aunque esta hija sea una Dunia, ¿cómo no debe sacrificar al hijo mayor la hija? ¡Oh seres amados e injustos! Sin duda, aceptarían incluso el destino de Sonetchka, Sonetchka Marmeladova, la inmortal, la eterna Sonetchka, que durará tanto como lo hará el mundo. Pero ¿han medido bien el tamaño del sacrificio? ¿Saben lo que significa? ¿No es excesivamente duro para ustedes? ¿Acaso es útil? ¿Vale la pena? ¿Es sensato? Dunetchka, debes saber que el destino de Sonia no es más espantoso que la existencia junto al señor Lujine. Mamá dijo que este no es un casamiento de amor. ¿Y qué sucederá si, además de no existir amor, tampoco hay aprecio, ya que, por el contrario, ya existe el desprecio, la antipatía, el espanto? ¿A esto qué me dices?... Habrá que mantener la “limpieza”.

 

“Sí, eso es. ¿Entienden lo que significa esta limpieza? ¿Saben que para Lujine esta limpieza no es diferente en nada a la de Sonia? Incluso se puede decir que es peor, ya que, si se mira bien, en tu caso, Dunia, hay alguna esperanza de lujo, comodidades, de cosas superfluas, cierto resarcimiento, en fin, mientras que en el caso de Sonia, simplemente se trata de no fallecer de hambre. Esta “limpieza” es costosa, Dunetchka, muy costosa. ¿Y qué ocurrirá si el sacrificio es mayor a tus fuerzas, si sientes remordimiento por lo que has hecho? Entonces todo se convertirá en lágrimas derramadas secretamente, una amargura sin fin y maldiciones, porque tú no eres una Marfa Petrovna, a fin de cuentas. ¿Y, entonces, qué será de mamá? Ten presente que ya se siente intranquila y angustiada. Cuando vea las cosas con toda claridad, ¿qué será? ¿Y yo? ¿Qué será de mí? Porque, realmente, no han pensado ni un poco en mí. ¿Por qué? Yo no deseo tu sacrificio, Dunetchka; no lo deseo, mamá. Mientras yo viva este matrimonio no se realizará. ¡No, no lo aceptaré!”.

De repente regresó a la realidad y se paró.

“Dices que el casamiento no se llevará a cabo, pero ¿qué harás para evitarlo? Y ¿con qué derecho podrás impedirlo? Tú les dedicarás toda tu existencia, todo tu futuro, pero cuando hayas finalizado los estudios y estés situado. Eso ya sabemos lo que significa: solamente son castillos en el aire... En este momento, de inmediato, ¿qué harás? Por lo tanto es en este instante cuando debes hacer algo, ¿no entiendes? ¿Y entonces qué es lo que haces? Las estás arruinando, ya que si te han podido enviar dinero ha sido porque una pidió un préstamo sobre su pensión y la otra un adelanto de su sueldo. Tú, futuro millonario imaginario, Zeus de fantasía que te arrogas el derecho de disponer de su destino, ¿cómo las librarás de los Atanasio Ivanovitch y de los Svidrigailof? Tu madre, en diez años, habrá tenido tiempo para perder la visión bordando, cosiendo y llorando, y la salud a fuerza de privaciones, miseria y carencias. ¿Y de Dunia qué me dices? ¡Vamos, intenta imaginarte lo que, dentro de diez años o en el transcurso de estos diez años, será tu hermana! ¿Has entendido?”.

Haciéndose estas preguntas se atormentaba y, al mismo tiempo, sentía una especie de placer. No podían asombrarlo, porque no eran nuevas para él: eran antiguos asuntos familiares que ya le habían hecho padecer cruelmente, tanto, que su corazón estaba destrozado. Esta angustia que le atormentaba hacía ya mucho tiempo que había nacido en su alma. Después había ido creciendo, desarrollándose y recientemente daba la impresión de que se había abierto como una flor y adoptado la forma de una aterradora, fantástica y feroz pregunta que lo torturaba incesantemente y le exigía una respuesta de manera imperiosa.

Como un relámpago había caído la carta de su madre sobre él. Era notorio que ya no había tiempo para quejas ni sufrimientos inútiles. No era momento de razonar sobre su incapacidad, sino que debía actuar de inmediato y lo más rápido posible. Costara lo que costara, tenía que tomar una decisión, una cualquiera. Tenía que hacer esto o...

—¡Renunciar a la auténtica existencia! —dijo casi delirando—. Admitir el destino resignadamente, admitirlo tal como es y para siempre, asfixiar todas las aspiraciones, desistir de manera definitiva del derecho de actuar, de amar, de vivir...

“¿Usted entiende lo que significa no tener adónde ir?”. Estas fueron las palabras que había pronunciado Marmeladof la víspera y de las que Raskolnikof se acordó repentinamente, porque “todo hombre debe tener un sitio adónde ir”.

Se estremeció súbitamente. Una idea que el día anterior había atravesado su cabeza acababa de acudir de nuevo a su mente. Sin embargo, no era el regreso de este pensamiento lo que lo había hecho temblar. Sabía que la idea debía regresar, lo intuía, lo presentía, lo aguardaba. Pero no era exactamente la misma que la del día anterior. La diferencia consistía en que la de la víspera, igual a la de todo el último mes, solamente era un sueño, mientras que en este momento... en este momento se le manifestaba bajo una forma enigmática, nueva, amenazante. Lo notaba claramente. Sintió como si le golpearan la cabeza; ante su mirada se extendió una nube.

Miró rápidamente a su alrededor como si buscara algo. Tenía la necesidad de sentarse. Su mirada deambulaba buscando un banco. En ese instante estaba en el bulevar K***, y a unos cien pasos de distancia vio el banco. Apresuró el paso cuanto pudo, pero cuando iba caminando le ocurrió un pequeño suceso que, durante unos minutos, llamó su atención. Se encontraba viendo el banco desde lejos cuando se dio cuenta de que a unos veinte pasos delante de él estaba una mujer a la que inicialmente no le prestó más atención que a todas las demás cosas que, hasta ese instante, había visto en su camino. ¡Cuántas veces llegaba a su casa sin recordar ni siquiera las calles que había transitado! Incluso se había habituado a caminar por la calle sin mirar nada. Sin embargo, en esa mujer había algo raro que asombraba desde el primer instante, y lentamente fue captando la atención de Raskolnikof. Inicialmente, esto sucedió contra su voluntad e incluso lo puso malhumorado, pero de inmediato la emoción que lo había dominado comenzó a cobrar una fuerza que iba en aumento. De repente le asaltó el deseo de intentar descubrir lo que hacía tan rara a esa mujer.

A juzgar por las apariencias, debía ser, por supuesto, una joven, casi una adolescente. Llevaba la cabeza descubierta, sin sombrilla, pese al sol inclemente, y sin guantes, y al caminar balanceaba toscamente los brazos. Tenía un ligero vestido de seda, abrochado a medias, muy mal ajustado al cuerpo y con una rasgadura en el talle, en lo alto de la falda. A su espalda ondulaba un jirón de tela. Sobre los hombros llevaba una pañoleta y caminaba con paso indeciso e inseguro.

La atención de Raskolnikof acabó por despertar completamente con este encuentro. Cuando llegaron al banco alcanzó a la joven, y ella, más que sentarse, se dejó caer y, echando hacia atrás la cabeza, cerró los ojos como si estuviera muy agotada. Cuando la observó de cerca, se dio cuenta de que su estado era debido a un exceso de alcohol. Esto era tan raro, que Raskolnikof se preguntó en el primer instante si no habría cometido un error. Estaba viendo un pequeño rostro casi de niña, de unos dieciséis años, quizá quince, un rostro adornado de cabellos rubios, bello, pero algo abotagado y congestionado. La muchacha parecía estar totalmente inconsciente; cruzó las piernas, adoptando una posición desvergonzada, y daba la impresión de que no se daba cuenta de que se encontraba en la calle.