Coma

Текст
Автор:
0
Отзывы
Читать фрагмент
Отметить прочитанной
Как читать книгу после покупки
Шрифт:Меньше АаБольше Аа

15

Cuando Luigi Mazza se despertó abrió sus ojos muy lentamente para habituarse de nuevo a la luz.

Para inducir el despertar los médicos le habían suministrado una dosis de sustancias excitantes que se reveló perfecta.

–Buenos días, señor Mazza, –le dijo uno de los enfermeros – ¿se encuentra bien?

Luigi se tomó un poco de tiempo antes de responder:

–Tengo un ligero dolor de cabeza. ¿Puede darme un analgésico?

–No se preocupe. Por el momento sólo debe reposar.

El hombre se quedó mirando el techo blanquísimo y no dijo nada, casi como esperando las palabras de su interlocutor:

–Usted hoy no deberá moverse de aquí, por lo menos hasta esta noche. Si quiere, podrá dar un pequeño paseo por la tarde, antes de dormir.

–No tengo sueño, sólo me duele la cabeza.

–Le entiendo.

– ¿Dónde están los otros?, –preguntó.

–Su hermano no ha llegado todavía hoy; no sé nada de otras personas que hayan pasado por aquí a visitarle estos días, –explicó el enfermero.

–Mmm... Ni siquiera yo los conozco, o eso creo, –fue la respuesta de Luigi Mazza –yo sólo sé que ha había alguien más, porque lo he visto.

– ¿Está seguro? No me consta que hayan pasado otras personas, pero puede que me equivoque.

Se hizo un momento de silencio que hizo resaltar la expresión perpleja del hombre mientras miraba al enfermero, que concluyó diciendo:

–Entre tanto, repose, lo necesita. Debe estar bastante débil.

Luigi Mazza continuó mirando al hombre de bata blanca sin decir nada, incluso cuando se despidió de él saliendo de la habitación.

¿Qué me ha sucedido? ¿Dónde me encuentro? ¿Dónde están los otros?

16

Aquella tarde Mario Mazza llegó al hospital Maggiore para estar con su hermano y estuvieron charlando juntos hasta la noche y, entre otras cosas, Luigi escuchó decir a su hermano:

– ¿Recuerdas algo del accidente?

La pregunta lo dejó desorientado, ya que no sabía cuál era el tema de la charla.

– ¿Accidente?, –preguntó Luigi replicando, – ¿Qué accidente?

–Tú estás aquí porque te has visto envuelto en un accidente en la carretera de circunvalación de Bologna, a la altura de la salida 7. ¿No te acuerdas?

Luigi lo miró con la expresión típica de aquel que acaba de caer de la parra.

–No, no recuerdo nada de este accidente. ¿Cuándo ha sucedido?

–Hace dos semanas, –explicó Mario.

–Hace dos semanas... no, no recuerdo absolutamente nada.

El hermano lo miró ligeramente preocupado.

– ¿Seguro? ¿Ni siquiera vagamente?, –preguntó.

–Mmmm... No, lo siento, –respondió Luigi.

–Comprendo. Intentaré hablar con los médicos que te están vigilando... ahora debes descansar, ya has caminado mucho, volvamos a tu habitación: necesitas tumbarte.

–De acuerdo, –asintió Luigi –puede que lea algo.

–No, prefiero leer para ti. Ahora vamos a tu habitación, luego iré a por una revista al quiosco.

Así lo hizo y, a su vuelta, Mario Mazza tenía debajo del brazo un ejemplar de aquellas revistas mensuales de viajes.

-–Sé que esto te gustará –dijo comenzando a hojear las páginas –Veamos qué hay de interesante aquí.

Después de unos minutos de silencio Mario Mazza volvió a hablar mientras el hermano enfermo escuchaba interesado:

– ¡Guau! El Caribe, Europa, Canadá... Lugares maravillosos, realmente... He aquí un hermoso artículo sobre los fiordos noruegos. ¿Qué te parece? ¿Te apetecería ir este verano?

–Sabes que me gusta viajar... iría a cualquier sitio, a condición de que haya algo digno de ver. Antes o después conseguiré ver incluso los fiordos, –respondió Luigi.

–El fiordo es un brazo de mar que penetra en la costa durante muchos kilómetros, –explicó Mario leyendo –los más famosos se encuentran en la Europa del norte, pero hay otros interesantes en otras partes. Existen también cruceros en los fiordos noruegos: una semana o incluso más, para llegar desde Bergen hasta el cabo Norte. Deben ser paisajes hermosísimos.

–También yo lo creo. ¿Han escrito ahí el precio de estos cruceros?

–No, –respondió Mario, –pero hay direcciones web a las que te envían para una mayor información.

–Realmente me podría interesar. Echa una ojeada en cuanto tengas algo de tiempo.

–Claro, lo haré encantado, luego te digo.

–Bien, perfecto.

– ¿Por qué no intentas ahora dormir un poco?

–No tengo sueño.

–Inténtalo, a lo mejor te adormeces, echa un sueñecito y luego estarás mejor. Cuando he llegado un enfermero me ha dicho que tenías un ligero dolor de cabeza. Quizás durmiendo te pasaría.

–De acuerdo, lo intentaré.

Mientras Luigi cerraba los ojos su hermano volvió a poner la revista sobre la mesita de noche. Cuando se dio cuenta de que se había dormido cogió un trozo de papel e escribió en él REPOSA TRANQUILO, REGRESO DENTRO DE UN RATO y salió de la habitación para ir a tomar un café en los distribuidores automáticos de bebidas y charlar un poco con los médicos.

17

Estoy conduciendo, o eso creo. Estoy parado, en la oscuridad, me duele la cabeza.

Estoy convencido de que no estoy en un drive-in. Parece que estoy esperando algo o a alguien. Tengo las manos sobre el volante y a mi lado no hay nadie.

Estoy parado, sí, pero no por culpa de un semáforo en rojo: no hay semáforos delante de mí, no los hay por ninguna parte aquí. Sólo estoy yo, inmóvil en esta posición; ¿quizás estoy esperando?

No lo sé, no entiendo nada. Una cosa es segura, y es el dolor de cabeza que me late entre las sienes.

Veo que se acerca una sombra, desde atrás. Me doy cuenta porque tiene una tonalidad ligeramente más clara que la de la oscuridad que me rodea y por lo tanto consigo distinguirla, pero no la reconozco.

¿Un forastero? ¿O quién?

Debo preguntarle quién es, y quizás le pregunte si tiene un analgésico para darme.

Ha llegado cerca de mí por lo que me armo de valor para decir algo.

¿Nos conocemos? ¿Quién es usted?

La figura etérea permanece inclinada hacia delante, pero no responde.

¿Tiene un analgésico para mi migraña?, pregunto sin obtener respuesta.

Un momento.

Ahora entiendo porque no responde: no tiene boca, no puede hablar.

Muevo la mano izquierda para ver si reacciona de alguna manera, pero lo único que obtengo es su alejamiento, no sé si por culpa mía o por algún otro motivo.

Tengo la clara impresión de que alguien me está gastando una broma pesada, me está tomando el pelo.

¿Por qué?

Es una manera de comportarse que no me gusta nada y sigo sin entender.

No entiendo muchas cosas.

Permanezco aquí, parado, a la espera de un cambio. A la espera de una luz clarificadora.

18

Mario Mazza salió de la habitación dejando a su hermano reposar y, después de un café, fue a hablar con los enfermeros, con la esperanza de que también los médicos estuviesen libres.

Consiguió concertar una cita con el doctor Parri para el día siguiente al mediodía y, cuando llegó el momento, le hizo algunas preguntas al anestesista.

–Para empezar, muchas gracias por haber podido dedicarme un poco de tiempo, -dijo el hombre.

– ¡Por favor!, –dijo el otro.

–Bien, verá, le querría preguntar algunas cosas. He conseguido hablar con mi hermano y estar un poco de tiempo con él; me ha dejado asombrado cuando me ha dicho que no recordaba haber tenido ningún accidente.

El doctor Parri quedó durante un rato sin decir nada, luego respondió:

–Entiendo. Sabe, puede ocurrir, aunque raramente, que un paciente pierda momentáneamente la memoria, quizás relacionada con un determinado hecho, a continuación de un traumatismo craneal como aquel que ha sufrido su hermano. Cuando ocurre, habitualmente la memoria regresa después de un tiempo, gradualmente o de una vez.

–Ok. Por lo tanto, según usted, dentro de unos días todo será como antes.

–Sí, creo que será justo así.

– ¿Habéis pensando en algún tipo de rehabilitación?

–Su hermano deberá hacer algunos ejercicios físicos, gimnasia y, con calma, volver a caminar cada vez más hasta volver a la normalidad, como antes del accidente.

–Bien.

–De todas formas, le explicaremos todo con más detalles los próximos días –dijo el doctor Parri.

–Gracias.

–A su servicio.

Mario Mazza agradeció de nuevo al anestesista la información que le había dado, luego volvió a la habitación de su hermano.

Había estado fuera casi media hora y Luigi estaba todavía durmiendo; decidió no molestarlo y permanecer sentado en silencio a la espera de que se despertase.

19

Cuando Luigi Mazza volvió a abrir los ojos eran casi las siete de la tarde.

–Has dormido bastante, –dijo el hermano –son las siete.

–Mmmm... Pensaba que no lo conseguiría.

–La cena, –gritó un empleado irrumpiendo en la habitación con una bandeja. Encima había un plato con sopa, un trozo de queso suave y una manzana al horno.

–Esto es para usted, buen provecho, –dijo.

Después de unos minutos Luigi Mazza comenzó a comer.

–Cuando acabes iré a casa, si no te importa. Estoy muy cansado, –dijo Mario.

–Claro, no te preocupes. Es normal que también tú quieras descansar: estás haciendo mucho por mí y te lo agradezco.

–Eres mi hermano, es mi deber.

 

Después de una media hora Mario se fue a casa.

–Me las apañaré solo, –le aseguró Luigi.

Cuando el hermano salió de la habitación el hombre decidió dar un paseo por el pasillo, parándose en una mesita con dos pequeñas butacas y algunos periódicos. Hojeó el primero que se le puso a mano, justo para pasar un poco el tiempo antes de tumbarse.

No encontró ninguna noticia realmente digna de interés, así que cerró el periódico y recorrió el pasillo hasta su habitación, se tumbó para dormir y, después de diez minutos, entró en el mundo de los sueños.

20

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy, sin embargo estoy parado, como en un atasco de tráfico: está tan oscuro que no consigo entender nada. No sé dónde me encuentro, ni siquiera sé porqué estoy aquí. (¿Dónde es Aquí?)

….y, sobre todo, no veo a nadie más en las cercanías; con un dedo acaricio el aire que hay a mi alrededor, lo siento frío.

Veo algo escurridizo correr a mi lado, veloz, luego, después de unos treinta segundos, todo vuelve a ser como antes.

Parece como si estuviese parado en un coche en cualquier sitio y otros me están adelantando.

¿Por qué?

Me duele muchísimo la cabeza y necesitaría algo que me quitase el dolor o al menos aliviarme un poco, pero no sabría dónde encontrarlo, a quién pedírselo.

Un momento...

Veo a alguien que se acerca.

A lo lejos parece sólo una sombra, pero poco a poco todo se aclarará.

Parece que no tiene sustancia cuando la tengo delante de mí, pero consigo distinguir un detalle: es una persona delgada, más o menos sobre los sesenta quilos y con una altura aproximada de un metro ochenta.

Cuando se baja hacia mí mueve una mano como para decirme:

Eh, estoy aquí. ¿Tú qué haces sentado ahí?

No consigo reaccionar de ninguna manera. Permanezco quieto mirando a esta persona bajo la forma de una sombra que sigue haciéndome gestos.

Forma un puño con la mano y lo acerca a mí, como si yo estuviese realmente en un coche y él (ahora ya he decidido que es un hombre, no sé por qué) estuviese intentando golpear el vidrio de la ventanilla.

Me duele la cabeza, digo, ¿me puede dar un analgésico? ¿O buscarlo por algún sitio?

No me responde.

Es más, se va, dejándome solo aquí, en medio de la oscuridad.

¿Quién era? ¿Qué quería de mí? ¿Buscaba algo? ¿Qué está sucediendo?

Con estos interrogantes que me rondan por la cabeza dolorida me quedo aquí esperando obtener una respuesta.

21

La rehabilitación que debía hacer Luigi establecía ejercicios de gimnasia estudiados a propósito para volver a habituar su físico a la vida cotidiana, después de haber permanecido inmóvil en estado de coma farmacológico durante dos semanas.

Comenzó en el hospital, en un gimnasio amueblado a tal propósito, luego prosiguió en un centro especializado después de haber sido dado de alta.

–Por fin fuera de este lugar, –dijo su hermano Mario la mañana en que los médicos le dieron la autorización para dejar el hospital, – ¿estás contento?, –preguntó, pensando en la decisión que habían tomado un poco antes: vivirían juntos durante un tiempo, hasta el completo restablecimiento de Luigi.

–Claro, significa que estoy mucho mejor.

–El director me ha dejado un folio en el que está especificado tu programa de rehabilitación. Ha dicho que estás curado, que has reaccionado bien a todo.

– ¿Y para el problema de la memoria?

–Dice que, esta falta de memoria resulta un fenómeno bastante insólito, te volverá enseguida.

–Perfecto.

–Por desgracia no consigo ayudarte a recordar: cuando me he enterado del accidente, tú ya habías sido traído rápidamente a Urgencias y, sinceramente, no me he preocupado demasiado de la dinámica. Estaba demasiado angustiado por tus condiciones de salud, –explicó Mario.

–Comprendo, –respondió Luigi.

–Quizás en los próximos días iré a informarme a la policía de carreteras para que me den más detalles, –propuso su hermano.

–Ok.

Enseguida sabré quién me ha hecho esto.

Cuando llegaron a su casa en vía Arno, en la periferia de Bologna, Mario aconsejó a su hermano que se relajase en el sofá del salón mientras él prepararía algo para comer.

Comieron algo sencillo, pasta con salsa de tomate y un filete de ternera, luego volvieron a la conversación que habían dejado a mitad.

–He comprobado los precios de los cruceros para los fiordos noruegos, –dijo Mario, –Cuestan poco más de mil euros por cabeza pero, considerando el escenario, creo que valdría la pena. Después de todo, nos lo podemos permitir de vez en cuando, ¿no?

–Bueno, podemos decir que sí –asintió Luigi –me gustaría mucho, y además hace mucho tiempo que no vamos de vacaciones juntos.

–Entonces, este año será el adecuado. Haremos la reserva lo antes posible. He visto que hay una agencia de viajes no muy lejos de aquí. Iré yo –dijo Mario entusiasmado.

–Vale –asintió Luigi.

–Ahora, si te sientes cansado, reposa. También podrías mirar el telediario de la primera cadena conmigo.

–Descansaré después del telediario –decidió Luigi.

Y así lo hizo.

22

Estoy conduciendo, no sé a dónde voy, pero estoy conduciendo.

En este momento me encuentro parado aquí y me doy cuenta de que no estoy solo: parece que hay otros vehículos parados detrás de mí, quizás un par de ellos.

Está oscuro y tengo un fuerte dolor de cabeza que casi me nubla la vista; me late tanto en las sienes que me hace cerrar los ojos con la esperanza de que esto pueda servir para hacerlo disminuir de intensidad.

Este intento no tiene el final esperado: el dolor de cabeza es igual que antes, tan fuerte que me hace perder la orientación; no entiendo nada, no sé dónde estoy, ni recuerdo el motivo.

Veo pasar algunos vehículos delante de mí, como si estuviesen sobrepasando un obstáculo, luego se acerca una sombra.

Por fin alguien que quizás podría ayudarme, estoy enfermo, es como si me hubiese pasado un camión por encima.

La sombra está a mi lado, más allá de la ventanilla.

Es de un gris bastante oscuro, pero que se distingue en la oscuridad total que me rodea: no consigo ver bien quién es, pero sí distinguir más o menos las dimensiones y que los posibles ojos son dos pequeñas luces brillantes (¿quizás esto es una señal que indica un color claro?)

Perdone, ¿tiene un analgésico?, pregunto. Querría que me pasase este tremendo dolor de cabeza.

La sombra gesticula con las manos, moviéndolas a derecha e izquierda, me mira fijamente durante un rato con las dos lucecitas que tiene en el lugar de los ojos, luego, sin responderme, se va dejándome solo y sin posibilidad de conseguir quitarme de encima el aturdimiento producido por la migraña.

Me siento impotente en esta situación, con el dolor de cabeza que no pasa y además parece aumentar, cada vez me siento más abatido. No reacciono, parezco un combatiente desarmado.

¿Qué puedo hacer?

A lo lejos, detrás de mí, veo unos pequeños fuegos, quizás seis o siete, como velas. ¿Qué significan? No tengo ni fuerzas para hacer suposiciones.

Otros vehículos pasan a mi lado, lentamente, los veo sin poder distinguirlos, me aparecen sólo como amasijos de chapa y luces. ¿Por qué?

Esta escena continúa igual durante un rato; transcurro el tiempo mirando con distracción lo que sucede a mi alrededor y dándome cuenta de que soy un espectador extraviado, abatido por una fuerte migraña.

23

A la mañana siguiente Luigi fue al gimnasio que le habían indicado los médicos para comenzar el largo proceso de la rehabilitación.

–Venga, señor Mazza, –lo acogió una señorita de unos veinticinco años, –le presento enseguida a la persona que la guiará durante todo este tiempo.

Se fueron hacia una habitación amueblada a propósito donde un muchacho en chándal estaba poniendo a punto algunos artefactos de gimnasia.

–Aquí está, él es Massimo –dijo la muchacha –te presento al señor Luigi Mazza.

Los dos se saludaron y, después de un rato, quedaron solos dentro del gimnasio y comenzaron las sesiones de rehabilitación.

24

Mario Mazza encontró el número de teléfono de la oficina de la Policía de Carreteras que estaba más próxima a casa, y después de haberse informado sobre los horarios de apertura al público, fue personalmente para pedir información con respecto al accidente en el que se había visto involucrado su hermano.

Fue recibido por una señora de unos cincuenta años que, en cuanto lo vio entrar, apoyó sobre el mostrador el bocadillo que estaba comiendo y dijo:

–Buenos días, ¿le puedo ayudar en algo?

–Espero que sí –respondió él –estoy buscando información.

–Dígame.

–Quizás pueda ayudarme. Hace dos o tres semanas, en la carretera de circunvalación de Bologna ha ocurrido un accidente. Querría saber más sobre ello.

–Mmmm... ¿Es por casualidad un periodista?

Mario sonrió y dijo:

–No, no se preocupe. Es que en ese accidente se ha visto involucrado mi hermano.

– ¡Ah, menos mal! Sabe, esos siempre están emboscados: nos aguardan detrás de las esquinas y, cuando menos lo esperamos, nos abordan –dijo la mujer –de todas formas no cuánto le podré ayudar. Por desgracia se ven muchos y si usted no sabe darme una información más detallada, dudo que pueda complacerle.

–Comprendo –dijo Mario, un poco desilusionado por el inicio de la charla.

–Por ejemplo, podría decirme de forma aproximada el horario en que ha ocurrido el accidente –propuso ella.

–No se lo puedo decir con precisión. Fue por la noche.

–De acuerdo, siempre es mejor que nada. Es una información un poco vaga y, no sabiendo otros detalles, la búsqueda requiere un poco de tiempo. De todas formas deberé ir a buscar entre las declaraciones que han sido hechas en las últimas tres semanas. ¿Le puedo preguntar el motivo de esta petición? Tenga presente que la justicia seguirá, si procede, su curso, por lo tanto, si su hermano está de la parte que tiene razón, no debe preocuparse de nada.

–Sí, lo sé. Era simple curiosidad, mía y de mi hermano: a causa del accidente le fue inducido un coma farmacológico para curarse el traumatismo craneal que sufrió, y no recuerda nada del accidente.

La mujer dio otro mordisco al bocadillo y luego volvió a hablar.

– ¡Ah, lo siento! –dijo –por desgracia no sé ni siquiera hasta qué punto yo pueda revelar ciertas informaciones: en el caso de que estuviese pendiente la hipótesis de algún delito... imagine que la otra persona implicada sea un malhechor.

La frase quedó en suspenso, a la espera de una conclusión que tardó en llegar.

–...Sabe, nunca se sabe, hoy en día.

Mario Mazza había ido a aquella oficina con la esperanza de saber algo más y en cambio, ahora, tenía la impresión de encontrarse delante de un muro impenetrable.

–Leo la desilusión en sus ojos –dijo ella después de un momento de pausa.

–Pensaba que era más sencillo, nada más –admitió él.

–Hagamos lo siguiente: vuelva dentro de... una semana... y veremos si conseguimos decirle algo más. Supongo que, en este lapso, las cosas se pueden mover en una determinada dirección. Mientras tanto le prometo que me pondré enseguida a revolver entre las declaraciones

–Muy bien –asintió él –muchas gracias por el tiempo que me ha dedicado y por lo que conseguirá hacer por mí.

–Por favor, es mi trabajo –respondió la mujer y en cuanto el hombre se marchó de la oficina ella volvió a dedicarse a su tentempié de media mañana.

En cuanto llegó a casa Mario se puso a esperar la llegada de su hermano para contarle todo lo que le habían dicho en la oficina de la Policía de Carreteras.

Бесплатный фрагмент закончился. Хотите читать дальше?